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El Amor Como Es Debido (Marco Antonio de la Parra)

La cosa es que en cuanto se pudo enamorar (cuando se pudo dejar bigote, cuando manchó
las sábanas de noche, cuando lo conmovió una melodía que escuchó en la micro) decidió que iba a
ser el más feliz en el amor, el campeón de las mujeres. Conoció a Elena en una fiesta ese sábado y
optó por asediarla por teléfono. Había estudiado atentamente en el cine los galanes que a él le
gustaban. Sacaba músculos, fruncía los hoyuelos, levantaba las cejas, hablaba ronco (lo suponía,
las películas todavía eran mudas), hacía preguntas ingeniosas, miraba con desdén a través del
humo del cigarro. Ella prefirió pololear con un amigo y él le exigió asombrado se le aclarara la causa
del rechazo. “No sé”, dijo ella, “te encuentro tan creído, tan distante, te falta delicadeza, suavidad,
romanticismo, pareces tan serio, tan pedante”.
               
 Él no era un tipo que un fracaso derrotara, se aprendió poemas, escuchó canciones de amor,
cantaba serenatas, aprendió a batir los párpados mientras dedicaba a su objetivo un cardumen de
suspiros. Cuando se enamoró de milena le regaló flores, le hizo reverencias, puso su chaqueta sobre
un charco, le llevó bombones y le ofreció matrimonio de inmediato. Sin embargo, ella bostezaba.
agotado pidió se le explicara. “No sé”, dijo milena, “es que te falta fuerza, eres tan cursi, relamido, a
mí me gustan esos hombres que se meten a la fuerza, que se imponen”.

 Mordiéndose la lengua replanteó sus estrategias. Volvió a las pesas, postuló a infante de marina,
aprendió a desvestir un maniquí con los dientes y a partir un ladrillo con el pene. En las fiestas
golpeaba a las mujeres y andaba desafiando a los hombres. Se reía fuerte y bebía como un
cosaco. Cuando conoció a corina se enamoró locamente. Se lanzó sobre ella y a los cinco minutos
intentó violarla bajo una escalera. “Bruto, bruto”, gritó ella, “no sabes tratar a una mujer”. Lo llevaron
detenido. Mientras esperaba la fianza preguntó a un vagabundo que ahí estaba cómo se podía
conseguir una mujer. “Con dinero” dijo el otro sin dejar de vomitar. Al día siguiente fue a la bolsa,
especuló, movió capitales, negocios limpios y sucios, tuvo suerte: en pocos meses era millonario.
Se compró un auto coludo, un abrigo de piel de nutria blanco, un diente de oro que brillaba con el
reflejo de la luna y fumaba puros que le mandaban de la habana. Se compró una casa de
mármol con cuatro o cinco chimeneas. Un ejército de sirvientes lo rodeaba. Conoció a Felisa y
decidió que ella sería la mujer de su vida. le envió un brazalete de brillantes, unos pendientes de oro
del tesoro romanoff y un leopardo auténtico que sabía tocar el piano y maullar algunas arias de
Rossini. Ella devolvió todo sin palabras. ante tal desaire él exigió su presencia, ella vino resignada,
se sentó frente a su enorme escritorio de caoba y le dijo: “Eres tan poco sencillo, tan
materialista, preocupado únicamente del dinero ¿y tu espíritu? ¿haces algo por tu espíritu?
                Él regaló todo a la beneficencia. Se fue a una buhardilla en la calle Brasil donde buscaba
piojos para ponerlos en su peine. se vistió con ropa usada, fumó tabaco negro, habló en francés.
Estudió marxismo, filosofía esotérica, flauta traversa, paseaba por el centro a pies descalzos
protestando contra la guerra en Argelia. En un cine arte conoció a Graciela. Le hizo una charla sobre
el cine centroeuropeo y la deslumbró con una perorata sobre el sentido oculto de la filmografía de la
actriz Fritz Lang. Pero ella le dijo que estaba muy ocupada y se alejó dándole la espalda. Él  corrió
tras ella sin dar crédito a sus ojos, casi llorando le preguntó qué le pasaba, qué había hecho mal, qué
diablos quería. “Es que eres tan abstracto, vives tan lejos de la tierra. Él no aguantó más. Estaba en
la ruina, la angustia lo vencía. Vagó por la ciudad buscando quién le hablara de amor. Un filósofo lo
aburrió con una larga historia sobre el amor y su concepto. “como usted sabrá el amor es un invento
del siglo XIII”. Un psiquiatra lo atendió y pasó largos meses tendido en el diván. Le insistió que todos
sus sueños eran eróticos no importara el contenido y que a la larga él siempre buscaba a su madre,
su amor imposible desde niño. Un cantante de boleros le explicó que el amor es básicamente una
cuchillada por la espalda, un poeta que era algo esplendoroso, un algo divino que obsesiona al
hombre, algo así, un sacerdote le aseguró que se trataba de una trampa para tigres. Ya agotado
concluyó que sólo quedaba suicidarse. Subió a una cornisa y dejó una carta con su historia. Que su
muerte sirviera de escarmiento a los que busca ingenuamente ese amor tan publicitado. Gritó a los
vientos su venganza “¡el amor ha muerto!” se iba a lanzar cuando escuchó una voz que lo llamaba.
Una mujer hermosa, de rostro deslavado y ojos verde uva estiraba hacia él sus brazos sollozando.
Él se dejó salvar por ella, se dejó abrazar, besar, compadecer. Hicieron el amor gimiendo de tristeza.
Él sonrió al final como casi no sabía. Vivieron felices unos meses. él se recuperó, subió de peso,
triunfó en los negocios, empezaba a ser felicitado en las revistas cuando la encontró en su cama con
un drogadicto sin remedio. “Es que yo quería rescatarte, me era irresistible tu fracaso, ya no me
necesitas”, le dijo ella disculpándose.
                Él no intentó de nuevo el suicidio por temor a que ella pensara que era una maniobra
seductora. Mamándose la rabia caminó por la ciudad hasta llegar a las puertas de un prostíbulo.
Cogió a la primera que pilló (una rubia platinada que fumaba apoyando sus tacos agujas sobre la
pared), pero al tratar de desnudarla se dio cuenta que era un travesti. “no puede ser” calmó, “¿es
que no podré conocer nunca el amor como es debido?”
                Un ángel que por ahí trabajaba lo acompañó a un bar vecino. “Su error, fíjese, es creer que
el que ama enamora, no es así, créame, el que ama rara vez enamora, el amor hace perder toda
lucidez y la lucidez impide la locura de un sentimiento verdadero”. Bebieron en silencio. “A decir
verdad se rumorea que el amor es un invento del demonio”, agregó, y él le lanzó un botellazo de
rabia, pero también fue inútil: ya el otro se había desvanecido en su presencia.
 
Unos años más tarde encontraría en un bus a la costa a un maestro zen que visitaba a unos
parientes en Valparaíso, “si no apuntas darás en el blanco”, le dijo sin haber escuchado siquiera su
pregunta. pero ya era tarde. Él había conocido a Cristina en el matrimonio de un hermano y habían
bailado sin ilusiones ni recuerdos, por pura inercia se casaron, sin pretender llegar a nada. tuvieron
hijos sanos que criaron con una serena conciencia de la muerte. siempre se fueron fieles, hicieron el
amor mientras pudieron, su casa era acogedora, sin estridencias, bien tenida. “¿cuál es el secreto de
su felicidad?” le preguntó muchos años después una nuera encantadora. “no pretenderlo”, dijo él, y
se murió sintiendo que la vida no era más que eso: una carrera que no tenía meta.
                
A su sepelio asistieron todos sus amores adolescentes. al suscrito tantas veces haberse arrepentido.
“era el amor de nuestras vidas”, me confesaron tan dolidas y partieron a emborracharse por ahí, ya
muy ancianas.

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