Está en la página 1de 14

El arrepentimiento:

La puerta delReino
Martyn Lloyd-Jones

P á g i n a 1 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
“Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy
a trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y
acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue.
¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto
os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino
a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le
creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle.”
—Mateo 21:28–32

Un título igualmente bueno para esta «parábola de los dos hijos» podría ser «parábola del
arrepentimiento», porque en ella nuestro Señor narra y enseña con suma claridad su idea con
respecto a esta cuestión fundamental. El arrepentimiento aparece en muchas de sus otras
parábolas y lecciones, pero en ocasiones es algo tangencial en mayor o menor medida. Aquí
Cristo relata clara y específicamente esta parábola a fin de ilustrar su idea del arrepentimiento
exclusivamente. Leyendo la parábola de nuevo y meditando y reflexionando acerca de ella, me
ha impresionado profundamente una vez más la importancia fundamental de esta cuestión.
P á g i n a 2 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
Ciertamente, me parece que lo que explica el hecho de que tantas personas estén fuera del
evangelio y del Reino es simplemente el hecho de que jamás han valorado verdaderamente el
lugar y el significado del arrepentimiento en la enseñanza del Nuevo Testamento. Cuanto más
lo considero más me impresiona profundamente la importancia fundamental y lo esencial de
este aspecto de la verdad. En el momento en que nos detenemos a considerarlo, esto se hace
evidente para cualquiera que esté familiarizado con el Nuevo Testamento. Permítaseme
mostrar lo que quiero decir.

Para empezar, el arrepentimiento es de hecho la primera verdad y la más importante en el


Nuevo Testamento si consideramos la enseñanza principalmente desde el punto de vista del
orden cronológico. El primer predicador que aparece en los Evangelios es Juan el Bautista. No
me hace falta recordarte que predicó «el bautismo de arrepentimiento para perdón de
pecados» (Marcos 1:4). Esta fue la primera declaración del primer predicador del Nuevo
Testamento. El siguiente es nuestro Señor mismo. ¿Qué es lo que predicó? Aquí está la
respuesta: «Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio
del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos, y creed en el evangelio» (Marcos 1:14–15): el mismo mensaje y la misma
insistencia. Luego hallamos a nuestro Señor enviando a los doce apóstoles a predicar y sanar,
y así es como describe Marcos su partida: «Y saliendo, predicaban que los hombres se
arrepintiesen» (Marcos 6:12). El mensaje sigue siendo el mismo. Esa es la postura en los
Evangelios. Pero dirijámonos al libro de Hechos y veamos allí la formación y el comienzo de la
Iglesia cristiana tal como la conocemos hoy. Allí comienza específicamente la predicación
cristiana y Pedro predica en el día de Pentecostés el primer sermón del que tenemos
constancia. ¿Qué es lo que encontramos? Las personas que habían escuchado se dirigieron a
Pedro y los demás y preguntaron: «Varones hermanos, ¿qué haremos?». A lo que Pedro
contestó: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo […]»
(Hechos 2:28). ¡Sigue siendo lo mismo! Consideremos luego la predicación de aquel otro gran
predicador que aparece en el libro de Hechos —Pablo—, y hallaremos que el mensaje es: «Pero
Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los
hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hechos 17:30). Hay muchas otras declaraciones
en el mismo sentido. Por tanto, ya solo desde el punto de vista del orden cronológico, el
arrepentimiento es lo primero y lo supremo. ¡Cuán tremendamente importante debe ser,
pues!

P á g i n a 3 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
Pero en esta parábola se nos recuerda otra razón para considerarla una verdad de tan vital
importancia, y es que se trata claramente de la puerta a través de la cual debemos pasar si
queremos entrar en el Reino de Dios. Todos debemos pasar por ella. Nuestro Señor deja aquí
muy claro que los fariseos, sumos sacerdotes y ancianos deben arrepentirse tanto como los
publicanos y las prostitutas que también menciona. Todos tienen que arrepentirse. Es, pues,
una verdad fundamental y vital. No es una de esas cuestiones secundarias y de menor
importancia. No es uno de esos puntos donde puede haber variaciones y diferencias de
opinión; es básico, es fundamental. El Apóstol Pablo lo indica precisamente en sus sermones y
epístolas. El mensaje que predica es tal que se demuestra claramente que «no hay justo, ni
aun uno […] para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios»
(Romanos 3:10, 19). Es, pues, el punto de partida, el punto al que todos hemos de llegar.
Profesar una religión y la educación religiosa no suponen diferencia alguna. El hecho de que el
segundo hijo hubiera dicho «sí» a su padre no supone diferencia alguna. No había ido. No
importa cuál sea nuestro pasado; si no hemos llegado a tener en algún momento u otro esta
actitud de arrepentimiento, estamos fuera del Reino. Pero si, por otro lado, nos hemos negado
como el primer hijo y nos hemos hundido en el pecado, también debemos llegar al mismo
punto del arrepentimiento. Podemos decir, pues, de manera muy tajante, que el cristianismo
comienza por el arrepentimiento.

Pero quizá podemos expresarlo de modo más contundente diciendo que nuestro Señor deja
muy claro repetidamente que aquello que condena a las personas y las deja fuera del Reino es
su negativa a arrepentirse. Esta es la acusación que encontramos aquí contra los sumos
sacerdotes y ancianos: «Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis;
pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis
después para creerle» (Mateo 21:32). De la misma forma, como se podrá recordar, condena y
pronuncia su maldición sobre Corazín, Betsaida y Capernaum por el hecho de que no «se
hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza».

Bien, ahí vemos algunas de las razones que se ofrecen en el Nuevo Testamento para la
importancia fundamental del arrepentimiento. Es la primera verdad que se predica y recalca a
las personas; es la puerta a través de la cual deben pasar todos los que entran en el Reino de
Dios; y la negativa a atravesarla condena y maldice, independientemente de otras cosas que
puedan ser ciertas o no de nosotros. Es esencial y vital en la verdad cristiana.
¿No sorprende, pues, que en la actualidad se haga tan escaso hincapié en la enseñanza,
predicación y visión general? ¿No explica eso el actual estado de cosas: la debilidad numérica
P á g i n a 4 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
de las iglesias y el desconcierto de las masas que apenas conocen siquiera lo que significa el
cristianismo? Porque, si dudamos del origen, ¿cómo actuaremos? Si estamos completamente
equivocados con respecto a los fundamentos y primeros principios, ¿cómo podemos esperar
levantar un edificio duradero? Si ni siquiera hemos dominado el alfabeto, ¿cómo podemos
asimilar la enseñanza? Pero esa es la situación en la actualidad. Se habla mucho del Reino de
Dios pero poco, o nada, del arrepentimiento. Quieren entrar en el Reino —dicen— y trabajar
en él, pero no quieren venir a esta única puerta o entrada: el arrepentimiento. Hay una
verdadera dificultad con respecto a esta cuestión hoy en día.

A algunos les disgusta terriblemente el arrepentimiento y se niegan a tener nada que ver con
él. La propia palabra arrepentimiento —dicen— ya huele a comisarías e introduce la idea de
justicia que parece contradecir por completo el amor de Dios y que parece reducirle, pues, al
nivel de un mandatario terrenal iracundo, casi furioso. Creen que esta insistencia en el
arrepentimiento, esta exigencia de que el hombre adopte esa única actitud apropiada ante
Dios, de una manera u otra limita el amor y la misericordia de Dios, si es que no los contradice.
Esas dos cosas se consideran casi antitéticas: el arrepentimiento y el amor. Dios —
argumentan— no sería un Dios de amor si se negara a perdonar a las personas simplemente
porque no estuvieran dispuestas a doblar sus rodillas ante él. «Esa no es la imagen de Dios que
dio Jesús», dicen. Y luego pasan a borrar y expurgar de los Evangelios cualquier declaración de
nuestro Señor que subraye la justicia y santidad de Dios y citan únicamente los pasajes que
parecen ajustarse a su tesis.

Pero lo verdaderamente patético es que aun en sus propios pasajes favoritos, esta doctrina del
arrepentimiento se enseña de forma tan clara y categórica como en cualquier otro sitio. No se
puede extraer el arrepentimiento de la enseñanza de Cristo sin destruirla completa y
absolutamente. Permítaseme dar un ejemplo de lo que quiero decir. ¡Cuán a menudo se cita
la parábola del hijo pródigo a fin de mostrar al llamado Dios de amor en contradicción con la
llamada teología paulina y la idea legalista de la expiación! «Ah —dicen—, esa es la idea que
tiene Jesús de Dios y el perdón. El padre espera al hijo, etc.» Sin embargo, no hay nada tan
tremendo, y en un sentido dramático, como las palabras «y volviendo en sí» (en otras palabras,
cuando se arrepintió verdaderamente). Hallamos exactamente lo mismo en relación con la
parábola del fariseo y el publicano. ¡Cuán a menudo se recala aquí el amor de Dios, hasta
excluir el arrepentimiento del publicano! Y así en el resto no solo de las parábolas y los
sermones de nuestro Señor, sino también de sus acciones, sus milagros y sus actos de
misericordia. «Ah —se argumenta—, nunca le vemos insistiendo en este arrepentimiento y
P á g i n a 5 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
convirtiéndolo en una especie de sine qua non. Se limitaba a perdonar». Lo que no se observa
en todo esto es que todas esas personas ya se habían arrepentido. No hay necesidad alguna
de predicar el arrepentimiento a aquellos que ya están en tierra mordiendo el polvo. Ya han
cumplido la condición y pueden, por tanto, ser perdonados directa e inmediatamente. Y de ahí
que sea correcto decir que en todos esos gloriosos casos de amor incondicional de Dios en el
Nuevo Testamento, el arrepentimiento está siempre presente y se presupone. Pero donde no
hay arrepentimiento, no hay amor de Dios ni perdón. Debemos tener cuidado, pues, no sea
que nos condenemos en nuestra aparente inteligencia y torzamos las Escrituras para nuestra
propia perdición. No hay «amor de Dios» para ti a menos que te hayas arrepentido o te
arrepientas. No te llames a engaño. No confíes o te apoyes en el amor de Dios. Solo se otorga
a los arrepentidos; no hay entrada en el Reino de Dios salvo por el arrepentimiento. Eso hace,
pues, que sea doblemente importante que todos lo tengamos muy claro. ¡No hay excusa ni la
habrá al final! Como hemos visto claramente, se recalca más en la enseñanza del Nuevo
Testamento que ninguna otra cosa.

Bien, entonces debemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Qué es el arrepentimiento?


¡Cuántos tropiezan en este punto, desgraciadamente! ¡Qué tragedias se han producido por la
incapacidad de las personas para entender el significado de este término! ¡Cuántos miles, por
no decir millones, deben de estar perdidos esta noche porque no entendieron esta verdad!
¿Cuántos, me pregunto, no son verdaderos creyentes en esta congregación y este mundo en
esta noche simplemente porque no han entendido exactamente lo que significa el
arrepentimiento? Y, como siempre, los errores se encuentran en ambos lados. Hay algunos
que se quedan cortos en cuanto al significado del arrepentimiento. Para ellos es una especie
de simple pena y lamento superficial por algo que han hecho. Mientras se sientan apenados
después de pecar, se creen que todo está bien, que Dios les ha perdonado y que irán al Cielo.
Y así prosiguen pecando y luego se sienten apenados antes de volver a pecar. En un momento
veremos lo inútilmente inadecuada que es esta idea.

Pero hay otros que se exceden en cuanto a lo que significa el arrepentimiento, con lo que
quiero decir que incluyen cosas que no se encuentran o mencionan en absoluto en el Nuevo
Testamento. Estas son las personas que tienden a confundir la cosa en sí con aquello que la
acompaña ocasionalmente. Han leído el relato de John Bunyan acerca de sí mismo durante su
período de arrepentimiento o alguna narración similar. Descubren que durante dieciocho
meses o más experimentó una terrible angustia, teniendo la sensación de estar suspendido
sobre el Infierno y casi oliendo el azufre y viendo el fuego. O se han encontrado con otros que
P á g i n a 6 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
dan una descripción gráfica de cómo no pudieron dormir durante meses, cómo se sintieron
completa y absolutamente abandonados y cómo llegaron casi al frenesí en su amargura y
tristeza a causa de la profundidad de su pecado y su incapacidad para encontrar a Dios, etc.
Ahora bien, debido a que nunca han experimentado o sentido esto en sus propias carnes
presuponen que nunca se han arrepentido verdaderamente y que, por tanto, no son salvos.
Debido a que no han tenido esta angustia o esas terribles visiones, suponen que todo es
erróneo. Y ahí están, aguardando a que sucedan esas cosas, o quizá intentando de hecho
inducir o crear en ellos mismos esos terribles sentimientos. Leen su Biblia con esta intención,
se analizan a sí mismos ante los demás e intentan que estos les condenen, casi desean haber
cometido algún pecado llamado terrible a fin de poder tener la idea verdadera acerca de sí
mismos. No hay punto alguno al que no estén dispuestos a llegar. ¡Ay!, qué terribles desgracias
se han ocasionado innecesariamente solo porque no han comprendido la enseñanza
neotestamentaria del arrepentimiento:

Bien, ¿y cuál es? Se nos dice aquí de una manera muy sencilla y directa. Analicemos la parábola
y descubramos sus principios. Están todos aquí. Y después de eso, mostraremos cómo esta
doctrina, lejos de contradecir el amor de Dios, no es sino otra demostración gloriosa y
grandiosa de él.

¿Qué es el arrepentimiento? ¿Qué implica?

En primer lugar, es claro y manifiesto que significa un cambio de idea y una confesión de que
estábamos equivocados. El padre dijo al primer hijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña.
Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue». Ahora bien, es obvio que
este hijo tuvo que cambiar de idea. Al principio se ofendió por la orden y el mandamiento de
su padre. «¿Qué derecho tiene a mandarme?», se dijo a sí mismo, y otras cosas por el estilo. Y
el resultado fue que se volvió a su padre y le dijo: «No iré». Y allí se quedó. El primer paso en
el arrepentimiento de este hijo fue volver a pensar en ello. Bien pudiera no haberlo hecho.
Pudo haber apartado por completo la cuestión de su mente y haber pasado a otra cosa. Pero
por un motivo u otro volvió a la cuestión. ¿Por qué? ¡Oh!, no importa realmente, pero podemos
estar bastante seguros de que la principal razón era que había algo remordiéndole en su
interior, condenándole e instándole a reconsiderar toda la cuestión. No le dejaba en paz. Y
entonces se sentó y consideró la cuestión una vez más. La afrontó de nuevo. Volvió a pensar al
respecto. En lugar de dejarla a un lado y pasarla por alto o hacer todo lo posible para olvidarla
sumergiéndose en el trabajo, el placer o algo semejante, se sentó, pensó en ello y lo
P á g i n a 7 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
reconsideró. Ese es siempre el primer paso. Míralo en el caso del hijo pródigo y en el caso de
todos los demás. La verdadera tragedia de tantos es que ni siquiera considerara dos veces la
cuestión, no vuelven a pensar en ello. Con un gesto rechazan la religión y enclaustrados en sus
prejuicios no vuelven a pensar en ello siquiera. Una vez que un hombre empieza a considerar
estas cosas, hay esperanza para él. Una vez que un hombre empieza a asistir a un lugar de culto
y a escuchar la tesis del evangelio, ya está encaminado. En un sentido, el primer gran efecto
del evangelio es simplemente pedir a los hombres que vuelvan a pensar.

Pero eso, de por sí, no es suficiente. El hombre de esta parábola no pensó meramente acerca
de la cuestión, pensó profunda y concienzudamente, la sopeso genuinamente y consideró la
situación; y, después de hacerlo, vio muy claramente que se había equivocado. Y sin la menor
duda, siendo honrado consigo mismo y con su mente, se confesó a sí mismo de inmediato que
se había equivocado y cambió de idea con respecto a toda la cuestión. Pensar de nuevo
meramente no es arrepentimiento. La esencia misma del arrepentimiento es que haya un
cambio de idea y confesión del error cometido. Por otro lado, este es el punto fundamental en
la historia del hijo pródigo. Recordemos cómo volvió en sí y empezó a pensar. Entonces
comprendió lo necio que había sido y lo erróneos que habían sido sus actos. Se enfrentó a sí
mismo con honradez y ya no intentó disculparse. «No hay disculpa —parece decir—, no puede
haber disculpa para semejante locura. He sido un verdadero necio y no hay nada más que
decir». Lo mismo puede decirse del publicano en la parábola del publicano y el fariseo. Confiesa
sus errores y equivocaciones. Cambia de idea con respecto a sí mismo y a todas las cosas que
ha hecho. Ese es siempre el primer paso del arrepentimiento. ¿Te has enfrentado
verdaderamente a ti mismo y a tu vida? Considérala ahora. Considérala honradamente.
Afróntala de nuevo. ¿Puede defenderse realmente? ¿Y esas cosas específicas en ella sobre las
que siempre estás discutiendo? No has empezado a arrepentirte hasta que las has afrontado
honradamente, hasta que has admitido que son erróneas y has dejado de discutir respecto a
ellas. ¿Sigues defendiéndote a ti y tus pecados? ¿Sigues intentando justificarte? ¿Sigues
intentando persuadirte a ti mismo y a los demás de que no hay nada pernicioso en cuanto a
esas cosas? Si es así, ciertamente eres diferente del hijo pródigo, el publicano y el primer hijo
de esta parábola. Estas personas fueron lo suficientemente honradas en primer lugar para
afrontar la verdad y ceder. Tan cierto como que te estoy predicando, tú sabes que esas cosas
son erróneas. Muy bien, deja de discutir acerca de ellas. Simplemente admite y confiésate a ti
mismo que son erróneas. No hace falta que digas ni una palabra a nadie más por el momento.
Simplemente admítelo ante ti mismo. Ese es el primer paso del arrepentimiento.

P á g i n a 8 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
Pero es tan solo el primer paso. Después de admitir ante sí que estaba equivocado, el primer
hijo pasa después a admitirlo ante su padre y ante todo el mundo, cambiando de idea,
haciendo lo que se había negado a hacer. En otras palabras, el segundo principio en el
arrepentimiento es que reconozcamos nuestra pecaminosidad ante Dios y lamentemos
haberle ofendido. El primer hijo, después de ver que estaba realmente equivocado, debió de
hablarse a sí mismo del siguiente modo: «Después de todo, esta no es forma de tratar a mi
padre. Ha sido bueno y amable conmigo, y en cualquier caso es mi padre y tiene derecho a
mandarme. No debí hablarle de esa forma. No solo fue indebido, sino cruel, y debe de haberle
dolido. Esa conducta es auténticamente injustificable». Por otro lado, esto aparece como un
principio en todos los casos clásicos de arrepentimiento del Nuevo Testamento. ¿Recuerdas al
hijo pródigo dirigiéndose a su padre? «Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a
uno de tus jornaleros». En otras palabras, tiene un sentimiento de vergüenza. Es consciente de
haber sido un canalla y admite abiertamente y con prontitud que no tiene derecho alguno al
amor de su padre. Ha perdido cualquier derecho. Lo mismo se puede decir del publicano. Cae
a tierra, se golpea el pecho y se siente tan indigno que, sin tan siquiera levantar la vista, clama:
«Dios, sé propicio a mí, pecador».

¿Es preciso que aplique lo que estoy diciendo? Este hijo bien podía entristecerse consigo
mismo por cómo había tratado a su padre. Bien podía el hijo pródigo quebrantar su corazón
en aquella tierra extranjera al comprender cómo había agraviado a su padre y ensuciado el
nombre de la familia. ¿Pero qué sucede contigo, querido amigo? ¿Y tu relación con el Padre
celestial? Si tu vida no es recta para ti, ¿cuánto menos lo será para él? Si tu padre terrenal lo
siente mucho, ¿cuánto más lo hará Dios, el Padre celestial? ¿Puedes seguir sin hacerle caso,
criticándole y considerándole más un enemigo que un Padre? ¿Puedes seguir preguntando
enfurecido: «¿Por qué hace Dios esto y por qué habría de hacer esto otro?» ¿Sigues creyendo
que el castigo es injusto y que Dios te trata injustamente? Él fue quien te creó. Él es el que te
ha sostenido. Todo bien que has conocido proviene de Dios. ¿Cuántas veces te ha librado
cuando podía haberte destruido? ¿Cuán a menudo te ha refrenado cuando menos te dabas
cuenta? ¡Sí!, considera cómo envió a su Hijo unigénito para vivir y morir por ti, cómo lo dio
todo por ti y cómo te reíste de ello, te burlaste y se lo echaste en cara, diciendo como este
hombre: «No quiero». Sin duda ahora puedes ver la gravedad de todo ello. Sin duda debes
sentirte peor que un canalla. Sin duda debes estar de acuerdo con el publicano y todos los
demás pecadores en que no tienes derecho alguno en absoluto al amor de Dios y que no tienes
excusa alguna. ¿Estás dispuesto a admitirlo ahora? ¿Y ante él? ¿Estás dispuesto a decírselo, a
confesar ante él y a confiarte únicamente a su misericordia, incondicionalmente, sin discusión?
P á g i n a 9 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
Esa es la segunda fase del arrepentimiento: ver no solo que estás equivocado, sino que has
agraviado a Dios, y lamentarte por haberlo hecho.

Pero la autenticidad del arrepentimiento se puede medir por medio del tercer principio que
nuestro Señor enuncia en esta parábola. El primer hijo no solo ve que ha agraviado a su padre
y lamenta haberlo hecho. ¡Lo demuestra y corrobora yendo y haciendo lo que antes se había
negado a hacer! Y, en un sentido, esa es la prueba de fuego. Ese es el punto más importante
de todos. Porque no reconocemos a Dios, ni reconocemos verdaderamente que nos entristece
y que lamentamos haber pecado contra él, hasta que nos ponemos por completo en sus manos
y hacemos exactamente lo que nos dice. Pero esta es la cuestión más difícil de todas. Aquí es
donde se nos prueba por encima de todo. Una cosa es ver que estás equivocado, y hasta que
se ha agraviado a Dios y aun lamentarlo. Pero otra muy distinta y mucho más difícil es renunciar
a ti mismo y reconocerle totalmente. Aquí es donde falló el joven rico. Iba bastante bien hasta
este punto. Pero cuando Cristo le pidió que diera una prueba práctica de su verdadero deseo
de obtener la vida eterna a cualquier precio, pidiéndole que vendiera todo lo que tenía y lo
diera a los pobres, no lo hizo y se fue triste (cf. Marcos 10:22). Decir que lamentas haber
desobedecido a Dios en el pasado no es suficiente. Debes darle una prueba tangible de ello
obedeciéndole en el presente y dedicándote a obedecerle mientras vivas. Porque eso es lo que
verdaderamente desea Dios: tener tu voluntad. De manera que pone esta prueba al principio
mismo. ¡Y cuán perfectamente lo ilustra el caso de este primer hijo! No hay más discusión o
duda. Simplemente va y hace lo que sabe que es la voluntad de su padre, sin ningún otro
motivo salvo que su padre se lo ha solicitado. Dios el Padre celestial está esperando que todos
lleguemos precisamente a ese punto.

¿Cuál es ese punto, pues? ¿Cuál es la voluntad de Dios para nosotros? ¿Qué desea que
hagamos? Esta es la respuesta que da nuestro Señor: «Esta es la obra de Dios, que creáis en el
que él ha enviado» (Juan 6:29). Eso es lo que Dios quiere que hagamos. Esa es la forma de
complacerle: simplemente creer en el Señor Jesucristo, reconocer que él es el Hijo de Dios,
que vino a la tierra y vivió, murió y resucitó a fin de salvarte; admitir y confesar que fuera de lo
que ha hecho por ti eres completamente impotente y que confías única y exclusivamente en
su mérito, que tomas ahora la determinación de mostrar tu estima de lo que ha hecho por ti
entregándote a una vida de obediencia a él y de, por medio de su gracia y fortaleza y ayuda,
abandonar todo pecado del que seas consciente. Ese es el mandamiento de Dios para nosotros.
Eso es lo que Dios quiere que hagamos: que creamos que nos perdona a todos porque Cristo
murió por nosotros, que creamos que por su amor envió a Cristo específicamente a tal fin y
P á g i n a 10 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
que, creyendo eso, renunciemos a nuestra vida de pecado, confiando en él para guardarnos y
sostenernos. Dios el Padre te pide que hagas únicamente eso y que lo hagas porque te lo pide.
Es la última fase del arrepentimiento. Ni lamentar el pecado ni todas las buenas acciones del
mundo valen para sustituirla. Su voluntad es «que creáis en el que él ha enviado» (Juan 6:29).
No pide que tengamos diversos sentimientos, no pide comprensión o aprendizaje, no pide sino
una simple creencia en el Señor Jesucristo y que te entregues a él con obediencia y te alejes
de tu pecado. Detenerse, plantear distintas preguntas y manifestar ciertas dificultades es
adoptar la postura de este primer hijo antes de arrepentirse. Luego se detuvo, dudó, pensó
esto y aquello, discutió y se negó a ir. Pero después de arrepentirse, sin duda ni discusión,
simplemente se levantó y fue. ¿Estás dispuesto a comportarte del mismo modo o estás
esperando a experimentar ciertos sentimientos, hasta que te sientas un gran pecador, a
sentirte mejor y más fuerte y apto para ser cristiano, a entender cómo te salva Cristo, o a
comprender los milagros? Todo eso simplemente significa desobediencia y dirigirte a Dios
diciendo: «No iré». Dios te pide ahora, exactamente donde estás y como eres, que creas en
este evangelio y actúes en consecuencia. Te pide que aceptes su Palabra sin señales ni
sentimientos. Ha enviado a su Hijo y te pide que le aceptes sin comprender, y que creas el
relato y actúes en consecuencia. Te pide que te conviertas en un niño pequeño y digas: «Creo
que Jesucristo murió por mí, creo que Dios me perdona únicamente por esa razón, y por ese
motivo doy mi espalda al pecado y al mal a partir de esta noche confiando en Jesucristo para
que me guarde y proteja». ¡Eso es! ¿Estás dispuesto a hacerlo? No te habrás arrepentido hasta
que lo hayas hecho; y sin arrepentimiento, permítaseme volver a recordarlo, no hay entrada al
Reino de Dios, ni amor de Dios para ti, ni salvación y, por tanto, no te aguarda nada salvo el
desastre y la condenación. Sé sabio, imita a este primer hijo. ¡Levántate y hazlo ahora!

Pero no puedo terminar sin hacer otro llamamiento que consiste en mostrarte cómo esta
enseñanza del arrepentimiento, lejos de contradecir el amor de Dios, verdaderamente lo
demuestra de la forma más gloriosa.

En primer lugar, cuán grande e infinito es el amor de Dios para conformarse únicamente con
nuestro arrepentimiento. ¿Cuál sería nuestra situación si también nos pidiera que le
restituyéramos completamente por todo lo que hemos hecho contra él? ¿Qué pasaría si nos
pidiera enmendar todo el mal que hemos hecho en el pasado contra él y los demás? Estaría
perfectamente acreditado para ello. ¿O qué sucedería si se dirigiera a nosotros y nos dijera:
«Bien, no te castigaré ni destruiré ahora; pero, después de todo, no puedes esperar que se
reinstaure mi amor y afecto. Aceptaré que vuelvas, pero como siervo y esclavo, y pagarás
P á g i n a 11 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
durante el resto de tu vida el daño que has hecho en el pasado»? Nuevamente no tendríamos
motivo alguno para quejarnos. ¡Pero, oh, qué maravilloso es el amor de Dios! No nos exige
nada más que un corazón contrito, humillado y arrepentido. Lo único que nos pide es que
comprendamos nuestro pecado, lo confesemos y reconozcamos, lo abandonemos y
aceptemos su perdón, y solamente en su fortaleza. En otras palabras, lo único que nos exige
es que aceptemos su ofrecimiento. ¡Y piensa en ello! ¡Una vez que te arrepientes te presentas
ante él como si jamás hubieras pecado en absoluto! Todos tus pecados y transgresiones del
pasado quedan borrados. Te considera un hijo y derrama sus dones sobre ti. Todo simplemente
a condición de que te arrepientas. ¡Qué ofrecimiento! ¡Qué amor más increíble! El Cielo, sin
dinero y sin precio, sino simplemente a condición de que reconozca mi pecado y confiese mi
necesidad de él. ¡Todo simplemente a condición de que confiese y comprenda mi nulidad! ¡La
misericordia y el perdón de cada uno de mis pecados simplemente a condición de que vea la
necesidad de ello!

Pero, más aún, observa a quién se hace este ofrecimiento. Eso es lo más asombroso de todo.
No nos sorprendería demasiado que Dios estuviera dispuesto a hacerlo con aquellos que solo
han pecado un poco y cuyas transgresiones son escasas. Pero aquí se nos dice que es aplicable
a los publicanos y a las prostitutas, a aquellos que en la intensidad de la pasión y la carne se
han hundido en las mayores profundidades de la degradación y la iniquidad. «¿Los veis?—dice
de estas personas—. Miradles marchar a través de la puerta del Reino y entrando en la vida
eterna. ¿Quiénes son? ¡Ah!, los publicanos y las prostitutas, la escoria de la sociedad, las clases
sociales más despreciadas y vituperadas. Ahí van. El Cielo y la felicidad eterna están ante ellos».
¿Cómo lo han conseguido? ¿Cuál es el secreto? ¿Qué es lo que han hecho? ¡Oh!, simplemente
se han arrepentido. Simplemente han creído la predicación de Juan el Bautista y del propio
Jesucristo. ¡Qué amor más maravilloso y asombroso! ¡Toda la aptitud que exige es saber que
le necesitas! Pero da indicios de que el amor es aún más grande que eso. En el versículo 32
señala que aun los fariseos y los sumos sacerdotes podían haber sido perdonados y haber
entrado en el Reino por este mismo precio solo con que se hubieran arrepentido. ¡Aun los
fariseos! ¡Aun los que se justificaban a sí mismos! ¡Aun aquellos que le habían llamado
blasfemo y que le habían perseguido! ¡Aun los duros de corazón y los satisfechos consigo
mismos! Ciertamente no hay límite para el amor de Dios.

Pero quizá el amor de Dios se vea de la manera más clara en esta parábola en la palabra
«después»: «Pero después, arrepentido, fue». «Después», ¡qué bendita palabra! Es la palabra
que nos ha salvado a todos. De no ser por ella todos estaríamos condenados. Porque todos
P á g i n a 12 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
nos hemos negado en algún momento u otro y en mayor o menor medida. Todos nos hemos
dirigido a Dios diciendo: «No iré». Quizá fue hasta con maldiciones y juramentos. ¿Qué hubiera
pasado si Dios lo hubiera dejado ahí? ¡Pero, ah!, no lo hace. ¡Nos da otra oportunidad! «Pero
después, arrepentido, fue». Y una vez que hizo eso, la anterior negativa y todo lo demás quedó
olvidado. Aquel ladrón agonizando en la cruz le había rechazado a menudo y frecuentemente
había dicho: «No iré». «Pero después…» ¡ah, sí! Casi con su último aliento se arrepintió y creyó,
y todo acabó bien. ¡Qué amor más asombroso! ¡Y Dios sigue siendo el mismo! Le has rechazado
innumerables veces. Has desdeñado la voz divina. Has rechazado sus ofrecimientos. Pero no
es demasiado tarde. Piénsalo de nuevo ahora. Cambia de idea ahora. Confiesa y reconoce ante
Dios tu pecaminosidad ahora. Acepta el evangelio ahora. Hazlo ahora. La puerta al Reino aún
está abierta. Dios aún está dispuesto a recibirte en Cristo. Tus antiguos pecados y tus negativas
serán olvidados; ciertamente, todas las cosas serán hechas nuevas. ¡Qué ofrecimiento! ¡Qué
amor! Solo tienes que hacer esto y un día se te dirá: «Sí, durante muchos años lo rechazaron
una y otra vez y dijeron a todos los ofrecimientos de Dios en el evangelio: «No iré». Pero
después, ciertamente, el 16 de octubre de 1932 se arrepintieron y entraron en el Reino».
Dios conceda que esta sea la historia de muchos de los que escuchan hoy estas palabras. Por
el amor de Cristo, amén.

«Venid a mí, los cansados,


y yo os haré descansar».
¡Oh Jesús, tu voz bendita,
que al corazón llega ya!
Habla de bendición,
de gracia, perdón y paz,
de gozo sin fin,
y amor que no cesará.

«Venid a mí los extraviados,


y tendréis luz conmigo».
¡Oh Jesús, tu voz amante,
a alegrarnos la noche ha venido!
Tristes estaban nuestros corazones,
y el camino habíamos perdido,
pero gozo nos trae la mañana,
y el alba con canciones vino.
P á g i n a 13 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero
«Venid a mí, los que flaquean,
y yo os daré nueva vida».
¡Oh Jesús tu voz tranquila,
logra cerrar nuestra herida!
¡Cuán fuerte y poderoso el enemigo!
La lucha es larga y dura,
mas contamos con tus fuerzas,
y tú nos das tu armadura.

«A quienquiera que venga,


no le echaré de mi casa».
¡Oh Jesús con tu voz paciente,
toda nuestra duda pasa.
A los que caímos llamas
a que a ti, Señor, vayamos,
aun indignos como somos
de ese amor ilimitado.

WILLIAM CHATTERTON DIX, 1837–98.

P á g i n a 14 | 14
Encuentra más recursos en www.evangelioverdadero.com | www.facebook.com/ministerioevangelioverdadero

También podría gustarte