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Los distintos usos del adjetivo contemporáneo generan, por lo menos, incertidumbre. Cuando
en el lenguaje común hablamos de Edad contemporánea, nos referimos al tiempo presente,
y con ello asumimos una delimitación que se mantiene fluida. Por el contrario, en el ámbito
de la historia, la divisoria suele fijarse con relación a fechas precisas.
De ahí que, para el estudio de la Filosofía del Derecho Contemporánea, sea necesario
estipular el momento en el que entendemos que ésta se inicia. Asumiremos como su
momento de inicio la segunda mitad de la década de los sesenta del siglo XX, o lo que es lo
mismo, el momento en que comienza la crisis del modelo iuspositivista en su versión hartiana.
La evidente pérdida de valor en nuestros días de estas tres tradiciones no nos permite
concluir que hayan desaparecido por completo. Más bien, por el contrario: el primero tiene
hoy como representante relevante a John-Mitchell Finnis; al segundo se encuentran ligados
autores como Neil MacCormick, Ota Weinberger o Joseph Raz; al tercero se vinculan en
nuestro tiempo los exponentes de los Critical Legal Studies, del análisis económico del
derecho y de una parte de la doctrina jurídica feminista.
Tal modelo era característico de una teoría formal del derecho, es decir, el modelo propio de
una teoría que estudia el derecho atendiendo a su estructura normativa, con independencia
tanto de los valores a los que sirve, como del contenido que encierra.
El debate contemporáneo ha puesto en cuestión estos dos soportes sobre los que se
sustentaba el positivismo jurídico, lo cual ha hecho posible la apertura de la disciplina al
mundo de los valores ético-políticos y, a la vez, la apertura al mundo de los hechos.
Así pues, el POST-POSITIVISMO se abre paso, por un lado, a partir de las críticas que el
jurista y filósofo político estadounidense Ronald M. Dworkin dirige a Hart y a su “modelo de
reglas”; y por otro lado se produce su desarrollo por obra de las aportaciones neo-
institucionalistas del austriaco Ota Weinberger y el escocés Neil MacCormick, los cuales
sistematizaron sus críticas al modelo iuspositivista en su volumen conjunto “An Institutional
Theory of Law. New Approaches to Legal Positivism”.
Con su teoría pretenden evitar tanto la caída en las trampas del idealismo, como sumergirse
en el engaño del reduccionismo. Para Neil MacCormick y Ota Weinberger el Derecho se sitúa
en el plano de los hechos, pero no en el plano de los hechos brutos (brute facts), sino en el
plano de los llamados hechos institucionales (institutional facts). El mundo de los hechos
brutos es visto como el mundo de los hechos naturales, es decir, los hechos que existirían
sin intervención de la creatividad humana. Por el contrario, los hechos institucionales son
hechos que son el resultado de la intervención y de la creatividad humana. Esta intervención
y creatividad no son consecuencia de una actuación individualista del ser humano, sino un
reflejo de la generalidad de la cultura que se encuentra, representada en el individuo. La
idea que se deja entrever es que no hay creatividad sin un fondo institucional.
En el caso de los hechos institucionales, que existen sólo por acuerdo humano, estaríamos
ante hechos que dependen de reglas constitutivas (constitutive rules), de las que en última
instancia surgen. Dichas normas confieren a un hecho bruto un nuevo sentido normativo o
institucional.
[Ejemplo: Se puede hablar de un acuerdo entre dos personas sin necesidad de mencionar
norma alguna (hecho bruto), pero no se puede hablar de matrimonio o de compromiso
(hecho institucional) sin hacer referencia a las normas que atribuyen a ciertos acuerdos entre
las personas el valor de matrimonio o compromiso (normas constitutivas).]
Los principios jurídicos representan unas prescripciones genéricas, un standard que debe ser
tomado en consideración en cuanto que hacerlo constituye una exigencia de justicia, de
imparcialidad o de corrección. En la concepción dworkiana el Derecho se concibe como una
práctica social, que se encuentra integrada tanto por un conjunto de reglas, como por una
serie de valores que dichas reglas pretenden y deben desarrollar. Los principios son
realidades diferentes a las normas, si bien resultan complementarios de estas en el orden
jurídico. Los tribunales se ven obligados a recurrir a los principios para resolver los llamados
“casos difíciles” o “casos dudosos” (hard cases), en los que no resulta posible aplicar una
norma sin cometer, al hacerlo, una injusticia.
Mientras que una regla o una norma se aplica por subsunción (el caso concreto se subsume
en el supuesto de hecho abstracto previsto en la norma), los principios se aplican mediante
la ponderación de su valor relativo al caso. Pese a sus diferencias, tanto las normas en sentido
estricto como los principios jurídicos presentan una fisonomía común en el ámbito de la
decisión judicial. Ambos establecen derechos y obligaciones en orden a la decisión de la
controversia. Al juez le corresponde identificarlos, de tal manera que cuando resuelve la
controversia no asume una función creadora de Derecho.
Todo esto nos lleva a asumir la idea de que la interpretación posee mayor relevancia para la
teoría jurídica de la que se le había atribuido hasta entonces. En efecto, con el tiempo, el
momento interpretativo terminaría por convertirse en el motivo dominante de la construcción
doctrinal de Dworkin, quien en “Law’s Empire” construye una teoría del derecho como
interpretación y como integridad, sin dejarla en manos del arbitrio de los jueces y
magistrados, sino que se encuentra firmemente vinculada a los principios jurídicos.
Eliminada así la rígida distinción entre Derecho y Moral, que había caracterizado al positivismo
jurídico hasta la obra de Hart, se abre una nueva vía hacia una Filosofía del Derecho
normativa, que se ocupa de cuestiones dotadas de una fuerte proyección política y moral, y
que por ello mismo se encuentra en estrecha conexión con la Filosofía política y la Filosofía
moral.
Por otra parte, también en el inicio de los años sesenta del siglo XX, cabe destacar al filósofo
estadounidense John Rawls, con su “A Theory of Justice”
Hasta la publicación de ese libro la gran mayoría de los filósofos anglosajones de la política
daba por sentado que su tarea consistía en aclarar el significado de los términos utilizados
en la reflexión política, así como en criticar a aquellos que la desarrollaban de manera
inconsistente. Este programa empezó a ser sometido a crítica en el transcurso de los años
cincuenta, cuando los propios filósofos analíticos comenzaron a poner en duda algunos de
los supuestos de su trabajo.
Rawls fue el primero que elaboró una teoría completa y sólida que asumió la principal
conclusión de este cambio de orientación: los problemas morales y políticos no se reducen a
simples cuestiones de significado. Rawls trató de identificar de entre todos los numerosos
objetivos sociales que, en principio, pueden perseguirse, aquellos que son justos.
• El primero y prioritario, que prevalece sobre el segundo, establece que toda persona
ha de tener el mismo derecho al más amplio sistema de iguales libertades básicas,
compatible con un sistema similar de libertades para todos;
• El segundo, que determina que todos los principales bienes sociales, los llamados
bienes sociales primarios han de ser distribuidos de manera igual entre los miembros
de la sociedad, salvo en aquellos supuestos en los que la distribución desigual de uno
o más de dichos bienes redunde en beneficio de los menos favorecidos. Las
desigualdades económicas y sociales deben distribuirse de forma que resulten en la
mayor ventaja para los individuos menos favorecidos y estén ligadas a posiciones y
empleos al alcance de todos en igualdad de condiciones.
La citada publicación de Rawls tuvo un impacto excepcional sobre la filosofía del Derecho,
en la que ha producido una amplia y duradera controversia intelectual, en la medida en que
cuestiona uno de los soportes fundamentales del positivismo jurídico, el que expresa la
convicción de que resulta imposible tanto desarrollar cualquier tipo de discurso racional sobre
los valores, como una teoría científica que tenga por objeto contenidos deontológicos.
Por otra parte, y aproximadamente en el mismo periodo, tiene lugar un proceso intelectual,
desarrollado básicamente en ALEMANIA, que atrae la atención de filósofos, economistas,
juristas, etc., y que genera todo un movimiento que se proponía la rehabilitación de la
filosofía práctica. Movimiento que, a partir de la relectura de Aristóteles y de Immanuel Kant,
intentó fundamentar una concepción del Derecho y de la Política de base renovadamente
normativa, y se propuso recuperar el tratamiento de los grandes problemas éticos,
económicos, jurídicos y políticos de la acción humana.
Este movimiento daría lugar a la llamada polémica del positivismo en la sociología alemana,
que se materializa en el congreso celebrado en Tübingen el año 1961, donde se evidenció el
enfrentamiento entre, de un lado, la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, que sostenía
un positivismo metodológico, y de otro, la sociología de orientación empirista del racionalismo
crítico de inspiración popperiana.
En la propia ITALIA, el positivismo jurídico entra en crisis a finales de los años sesenta del
siglo XX. Como corriente doctrinal, el positivismo jurídico, a pesar de que, a partir de
entonces, se encuentra sometido a fuertes críticas, continúa constituyendo un punto de
referencia importante para bastantes estudiosos y, de entre ellos, de un modo singular para
Giacomo Gavazzi y Alfonso Catania.
Por otro lado, Alfonso Catania realiza una crítica interna a Kelsen, y lo hace tomando
sobretodo en consideración las propuestas de Hart. De tal manera que, si bien mantiene
firme la distinción entre el mundo del ser (Sein) y el mundo del deber ser (Sollen) y subraya
la importancia del concepto de ordenamiento que resulta central para entender el Derecho,
no por ello renuncia a tratar de hacer más “realista” la dimensión pura del orden jurídico.
En esta línea argumental destaca Sergio Cotta, quién desarrolló una concepción, que él
mismo ha definido como “ontofenomenología” del Derecho. Concepción que tiene su núcleo
en el reconocimiento de la conexión intrínseca e ineliminable entre el vivir existencial, que
constituye la “estructura ontológica” del ser humano, y la coexistencia, en la que se activa la
dimensión de la juricidad. Sobre esta concepción descansa la idea de un Derecho natural,
que es entendido no como un Derecho ideal, sino como un conjunto de invariables cuya
inobservancia haría que resultasen inviables las relaciones coexistenciales. La perspectiva
existencialista de Sergio Cotta ha encontrado acogida, y ha tenido su desarrollo, en diversas
direcciones, por obra de sus discípulos.
Una original filosofía de los valores ha sido desarrollada por el catedrático de la Universidad
de Padua, Enrico Opocher, continuador del legado de Giuseppe Capograssi. Ambos
pensadores participan de una concepción del Derecho que lo entiende como valor “en la
medida en que todos sus aspectos se viven y se sufren por la conciencia del sujeto”, sin por
ello agotar la experiencia jurídica en una perspectiva subjetivista. A la profundización en el
tratamiento de estos temas han contribuido los discípulos de Enrico Opocher, cada uno con
una línea propia de investigación.
Otros filósofos del Derecho en ITALIA se han alineado en las esencias de las dos corrientes
– el marxismo y la espiritualidad católica – en las que se escindió el idealismo en torno a la
mitad del siglo XX.
Tres pensadores que participaban de puntos de partida próximos a las tradiciones del
marxismo, Domenico Corradini, Eugenio Ripepe y Danilo Zolo, terminaron destacando por
haber desarrollado en su trayectoria posturas propias. El primero de ellos orientaría sus
intereses en torno al tratamiento de temas inherentes a la construcción del sujeto y del orden
simbólico. El segundo centraría sus reflexiones en orden al tratamiento del pensamiento de
eminentes teóricos elitistas de la política. El tercero, mediante la combinación de una teoría
del conocimiento de impronta empirista con la concepción sistémica de Niklas Luhmann,
elaboraría una epistemología reflexiva de la complejidad.
En el primero de ellos, Norberto Bobbio vuelve sobre los distintos significados de la expresión
positivismo jurídico y repite que por el positivismo jurídico pueden entenderse tres cosas:
En un artículo posterior, Bobbio llega a dar la vuelta a las tesis que él mismo había sostenido
en la década de los cincuenta, concluyendo que se está asistiendo a una completa inversión
de rumbo. Cambio de orientación que se manifiesta en la tendencia a abrir paso a una
metajurisprudencia más realista, que al estudiar lo que la Ciencia jurídica es en realidad,
descubre que ésta, lejos de desarrollar un análisis meramente descriptivo, es en verdad
prescriptiva, en la medida en que establece los comportamientos a seguir.
Por su parte, Uberto Scarpelli, en “¿Cos’ è il positivismo giuridico?”, asume un punto de vista
bien diverso al bobbiano, al extremo de que llega a proponer el desplazamiento del modelo
iuspositivista “del universo de la ciencia al universo de la actividad política”. En efecto, al
admitir la impracticabilidad de un acercamiento meramente científico al Derecho, Scarpelli
sostiene que el iuspositivismo se resuelve en la aceptación, por parte del jurista, del Derecho
positivo (entendido como el sistema de normas válidas establecidas por el ser humano,
constituido por normas generales y abstractas, coherentes, completo y coercitivo).
Desde finales de los setenta, N. Bobbio reorientó sus estudios y su docencia universitaria al
pasar a ocuparse de temas más bien propios de la Filosofía Política, ya fuese por motivos
puramente contingentes, ya fuese como consecuencia de que terminó asumiendo la
convicción de que la Teoría Política debe alimentar e integrar la Teoría del Derecho.
Al tiempo, el propio Bobbio pasó a sostener que, si bien en la teoría general del Derecho
contemporánea dominaba todavía la concepción represiva del Derecho (siendo un
ordenamiento coactivo), las teorías tradicionales resultaban inadecuadas para un contexto
institucional que se había transformado profundamente y que había dado lugar al Estado de
Bienestar. En ese nuevo contexto el Derecho había dejado ya de cumplir una función
meramente represiva, pasando a desarrollar también funciones promocionales, haciendo un
uso cada vez más frecuente de las técnicas de alentamiento. Junto a la sanción negativa
aparece un nuevo instrumento para guiar la conducta, la sanción positiva, que se propone
estimular y propulsar la práctica de los actos que se consideran socialmente útiles.
De este modo, Bobbio introduce dos innovaciones a su teoría, al proponer, por un lado,
revisar la concepción represiva del Derecho; al tiempo que, por otro lado, opta por ampliar
los confines de la teoría jurídica tradicional, estudiando no sólo los elementos estructurales
del universo jurídico, sino también su dimensión funcional.
Por estas mismas fechas Uberto Scarpelli procedió a reorientar sus estudios, al centrarlos
básicamente en el tratamiento de los problemas de ética y metaética jurídica y general, que
en ocasiones presenta en forma de investigaciones sobre los problemas característicos de la
semiótica del lenguaje prescriptivo; investigaciones que nunca dejaron de estar inspiradas
por la asunción del principio de la Gran División (Great Division) entre lo descriptivo y lo
prescriptivo, la llamada ley de Hume, en virtud de la cual se establece una separación entre
los juicios de existencia y los juicios de valor.
De ahí se deriva una modalidad de ética que Scarpelli denomina la ética sin verdad, que
sostiene que las proposiciones prescriptivas, a diferencia de las descriptivas, no son ni
verdaderas ni falsas y no pueden, por tanto, ser sometidas a un juicio de verdad o de
falsedad, sino tan solo a criterios de justificación.
En ese mismo periodo, Scarpelli comenzó a ocuparse, desde una perspectiva laica, del
tratamiento de la bioética, contribuyendo a la difusión entre los filósofos del Derecho del
estudio y los debates doctrinales que ha generado la problemática propia de esa modalidad
emergente de la ética aplicada.
En el curso de dicho debate, las teorías legalistas han desarrollado, en última instancia, un
discurso similar al del iuspositivismo tradicional; por el contrario, las teorías
constitucionalistas se basan en el reconocimiento de la complejidad de la estructura
normativa de los Estados constitucionales democráticos. Complejidad que se encuentra
ligada a la positivación de los derechos fundamentales como derecho de vigencia inmediata,
la superioridad de la Constitución sobre las restantes fuentes del Derecho, y la introducción
de los principios constitucionales, así como la diferenciación entre estos y las reglas.
La crítica de esta concepción del sistema jurídico ofrece un arsenal de tesis, que en su
conjunto constituyen el denominado legalismo, y que tuvo en el iuspublicista alemán Ernst
Forsthoff uno de sus más destacados representantes.
Sobre la base de los desarrollos de Robert Alexy y Ralf Dreier, es posible caracterizar la
perspectiva constitucionalista atendiendo a sus tres ideas-fuerza más destacadas:
Las teorías que han desarrollado de una manera más completa estas idea-fuerza, y que por
ello se pueden considerar teorías constitucionalistas del Derecho, son básicamente las
formuladas por Ronald M. Dworkin y Robert Alexy.
La reflexión del jurista y filósofo estadounidense Ronald M. Dworkin, como dijimos, fue una
primera aproximación constitucionalista al Derecho. La exigencia de un aparato teórico
adecuado al nuevo contexto, encuentra su desarrollo en la concepción del derecho como
integridad, ateniéndose a los tres aspectos mencionados:
• El primero de los aspectos, el relativo a la distinción cualitativa entre las reglas y los
principios presenta para Dworkin dos dimensiones: a) una dimensión empírica,
relacionada con los procesos de inclusión de los principios en los sistemas jurídicos,
y b) un aspecto teórico, ligado al problema de la obligatoriedad del Derecho. En
relación con el primero, se subraya la importancia de los principios en el desarrollo
del Derecho; desde el segundo punto de vista, la presencia de los principios supone
la conexión entre el Derecho y la Moral, y la legitimación de la comunidad jurídica:
esta última se encuentra legitimada en la medida en que exprese, a través de los
derechos individuales, la exigencia moral de la igual consideración y respeto de sus
miembros. Esta base moral es el elemento que atribuye obligatoriedad al Derecho.
La teoría dworkiana sintetiza estos tres aspectos en una concepción basada en los derechos
de los individuos (rights based) y que participa de una concepción constitucional de la
democracia.
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Por su parte, Robert Alexy se propone integrar las aportaciones propias de la tradición
analítica inglesa con la llamada “teoría de la acción comunicativa y la ética discursiva” del
filósofo y teórico alemán Jürgen Habermas.
Será en los dos volúmenes de su “Teoría de la acción comunicativa” donde Habermas teorice
este cambio de paradigma, con el despliegue del denominado “giro comunicacional”, que
caracterizará su pensamiento ulterior y su concepción de la ética y del Derecho. Habermas
considera central el concepto de razón comunicativa. Dicha modalidad “ampliada” de razón
se contrapone, por un lado, a la razón puramente instrumental y finalista de la acción, y por
otro profundiza críticamente la razón práctica de origen kantiano. No nos pretende señalar
qué debe hacerse para obtener un resultado determinado, sino que nos muestra la vía para
identificar qué normas pueden disciplinar acciones.
La comunicación racional debe observar ciertos presupuestos: las reglas formales de la lógica
en la formulación de los argumentos, la comunidad de la lengua empleada o su traducibilidad,
la paridad de los participantes, su responsabilidad moral y la disponibilidad para entenderse.
Robert Alexy se sitúa en el mismo plano de Habermas, en la medida en que su teoría viene
a significar la sistematización y reinterpretación de la teoría del discurso práctico
habermasiano y la extensión de esta teoría al campo especifico del Derecho.
En su obra “El concepto y la validez del Derecho, Alexy reitera que la pretensión de corrección
es un elemento necesario del concepto de Derecho, ya que establece la conexión entre
Derecho y moralidad. En dicha publicación, sostiene la tesis de la vinculación conceptual
normativa necesaria entre el Derecho y la Moral, y lo hace recurriendo a una serie de
argumentos, entre los cuales resulta fundamental el llamado “argumento de principios”. Así,
y a través del desarrollo y concreción de la posición dworkiana, Alexy define los principios
como una especie normativa con características singulares. Las reglas son mandatos
definitivos, son normas que sólo puede ser cumplidas o no, y su forma de aplicación es la
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subsunción. Por el contrario, los principios tienen un contenido más general, más abstracto,
más vago. Los principios son normas de un tipo distinto, que ordenan optimizar, de aquí que
puedan definirse como mandatos de optimización. Entre los principios y las reglas no solo
existe una diferencia de grado, sino también de tipo cualitativo. Los derechos que se basan
en reglas son derechos definitivos. Por el contrario, los derechos que se basan en principios
son derechos prima facie.
Alexy afirma que los principios se diferencian por la dimensión de su peso relativo, más que
por su validez. El procedimiento necesario para determinar cuál es el peso de cada uno de
estos principios está constituido por un test de balance, una ponderación. La ponderación es
la forma característica de la aplicación de los principios. Ponderar es buscar la mejor decisión
cuando en la argumentación concurren razones justificadoras conflictivas y del mismo valor.
Las constituciones que se ajustan al modelo que se expresa en los sintagmas Estado de
Derecho introvertido, Estado jurisdiccional, Estado constitucional, o Estado de Derecho
material, se diferencian de los llamados modelo de Estado de Derecho clásico o Estado de
Legislación por incorporar principios en los cuales se expresan decisiones valorativas que se
imponen al legislador.
Es en este punto concreto donde se manifiesta una abierta discrepancia entre Habermas y
Alexy, reprochándole a este último el haber sugerido la subordinación del Derecho a la Moral,
lo cual para Habermas está fuera de lugar, dado que la Moral no se encuentra del todo
liberada de resabios o connotaciones iusnaturalistas.
De entre las muchas coincidencias que presentan las concepciones de Nino y las de otros
teóricos neo-constitucionalistas, destacan dos argumentos, que permiten hablar de una línea
de pensamiento común: por un lado, la crítica al positivismo jurídico, y por otro, la tesis de
la conexión entre el Derecho y la Moral.
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Por lo que concierne al primer punto de vista, Nino critica el positivismo jurídico a través de
lo que denomina “el Teorema Fundamental de la Filosofía del Derecho”, que puede
sintetizarse en que las normas jurídicas no estarían en condiciones de ofrecer razones
suficientes para justificar acciones o decisiones (por ejemplo, de los jueces), si estas
careciesen de un fundamento moral, de tal manera que el Derecho positivo tan sólo puede
ser considerado obligatorio si encuentra acomodo en principios o razones morales.
Desde el segundo punto de vista, Carlos Santiago Nino adopta la tesis del “caso especial” de
Alexy y desarrolla la idea de la conexión entre el Derecho y la Moral, sobretodo “en los niveles
de la justificación y de la interpretación del Derecho”. La fundamentación moral del Derecho
tiene una dimensión procedimental, a la vez que discursiva, y encuentra su principal
expresión en la decisión del legislador democrático. Para Nino, el Derecho producido
democráticamente, en cuanto fruto de un procedimiento que se acerca al discurso práctico
puede ser considerado obligatorio en cuanto aporta “razones según las cuales las normas
prescritas por la autoridad democrática derivan de principios morales válidos y contienen
argumentos que justifican decisiones”.
Dentro del “nuevo paradigma constitucional” se inscriben de manera destacada las obras que
el profesor Luigi Ferrajoli ha publicado a partir de “Derecho y razón. Teoría del garantismo
penal”. En este texto se ofrece una configuración del Derecho como un sistema de garantías.
Su autor desarrolla una teoría general del garantismo, que es la teoría propia del Estado
constitucional de Derecho. Teoría que inspira y promueve “la construcción de las paredes
maestras del Estado de Derecho, que tiene por fundamento y fin la tutela de las libertades
del individuo, frente a las varias formas de ejercicio arbitrario del poder, particularmente
odioso en el ámbito del Derecho penal”.
Traza por ello un modelo de sistema penal garantista, que se asienta sobre dos principios
indisponibles: el convencionalismo penal (con arreglo al cual no pueden existir tipos penales
si no están expresamente previstos en las leyes) y el cognitivismo procesal (que supone que
se dan hipótesis acusatorias que pueden ser verificadas o falseadas en virtud de su carácter
asertivo), principios que se contraponen a los propios de sistemas penales autoritarios.
Con la finalidad de limitar el poder de disposición del juez, el autor enuncia diez axiomas que
configuran un Derecho penal mínimo y garantista, que garantiza la esfera propia de la libertad
del ciudadano frente a las manifestaciones arbitrarias e imprevisibles del poder.
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A partir de los años sesenta se manifestó un renovado interés por el Derecho natural también
en el área anglosajona, a consecuencia, por una parte, de la polémica que enfrentó en el
Reino Unido las posiciones de los juristas británicos Herbert L. A. Hart y Lord Devlin y, por
otra parte, como uno de los ecos que produjo la publicación en los Estados Unidos de “The
Morality of Law” de Lon L. Fuller y el apasionante debate entre éste y Hart.
El informe concluía que la prostitución no debiera ser considerada delito, si bien debiera
ejercerse fuera de los lugares públicos. En todo caso sostenía, como argumento a favor de
que se eliminase del Código Penal determinados delitos, el que su criminalización constituía
una norma difícil de hacer cumplir.
En su celebrado artículo de 1958 “Positivism and the Separation of Law and Morals” Hart
se mantuvo inequívocamente a favor de dicho principio, lo que suscitó la correspondiente
réplica por parte de Lord Patrick Devlin, quien, primero en una conferencia impartida ante
la British Academy, y luego en el libro “The Enforcement of Morals” no dudó en sostener
que una moral mínima es un componente irrenunciable de la organización social, en el
sentido de que representa un aspecto esencial de la estructura de toda sociedad.
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Estamos ante “el añejo y crucial tema del equilibrio entre los derechos y los intereses de la
sociedad y los derechos y los intereses de los individuos”. Lord Devlin reconoce la
imposibilidad de determinar de una vez por todas, los criterios que hagan posible tal
conciliación, pero no renuncia a la existencia de ciertos principios que el legislador debiera
acoger cuando establezca leyes relacionadas con los principios morales.
Por decirlo de manera esquemática, el liberalismo jurídico sostiene que, salvo los casos de
“harm to other” (cuando las acciones de un ciudadano produzcan daños a otros), debe
entenderse que todos los ciudadanos tienen la libertad de elegir los propios valores y fines,
que resulten compatibles con una igual libertad del mismo tipo para los demás;
Una importante contribución ulterior a la controversia abierta por Hart y Devlin procede del
filósofo del d. estadounidense Lon Luvois Fuller. Se remonta a la década de los 50, momento
en que la revista de la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard publica sendos
artículos de Hart y Fuller sobre la validez de las normas aprobadas durante la etapa
nacionalsocialista en Alemania, que tuvo su continuidad en un capítulo de “The Concept of
Law” de Hart y en la propuesta de Fuller, en un capítulo de su obra más conocida “The
Morality of Law”. Capítulo en el que Fuller distingue entre una moralidad extrínseca o
externa del Derecho (cuyo contenido son los fines que debe perseguir el derecho) y una
moralidad intrínseca o interna del mismo, constituida por una serie de ocho elementos
ideales inherentes al mundo jurídico, a los que todo D. positivo debe adecuarse.
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La vía elegida para ello le conduce a la identificación de siete bienes humanos básicos.
Bienes que concurren en efecto a definir (y este es un concepto central para Finnis) la
auténtica realización humana.
De este modo, se podrá configurar una organización de la sociedad que podrá, tanto jurídica
como políticamente, garantizar la consecución de esos fines, llegando a la valoración de
una moralidad pública que se encontraría respaldada por el poder político. Así, existirían
normas morales inderogables, definidas como absolutos morales, cuya validez no admite
excepciones (normas que penalizan el homicidio de seres humanos inocentes, el suicidio,
el adulterio, la fornicación, la contracepción y los actos homosexuales…)
John Finnis toma así distancias frente a la perspectiva liberal, y lo hace en aras de la defensa
del ideal perfeccionista de una vida buena, un ideal que entiende valido para todos. Esta
noción compleja del bien común es, en la creencia de Finnis, uno de los elementos
constitutivos del Derecho, y lo es porque representa el criterio a partir del cual es posible
legitimar el Derecho positivo, e incluso, el fenómeno jurídico en su conjunto.
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La creciente apertura de la Filosofía del Derecho contemporánea a los hechos ha tenido sus
manifestaciones más destacadas en las teorías neo-institucionalistas, así como en algunas
proyecciones actuales del realismo jurídico.
Se trata de una concepción que vendría a enlazar con el institucionalismo clásico, corriente
esta última que se hallaba insertada en el ámbito de la revuelta que contra el formalismo
jurídico se desarrolló simultáneamente en el continente europeo y en Norteamérica a finales
del siglo XIX y a principios del siglo XX.
La propuesta por parte de MacCormick y Weinberger de una Teoría del Derecho que se sitúe
más allá del positivismo y del iusnaturalismo, al tiempo que consiga conjugar el normativismo
y el realismo, puede ser considerada como la desembocadura del pensamiento de ambos
autores: el normativismo en el plano de la teoría jurídica y el neo-empirismo en el plano de
la Filosofía general.
Efectivamente, Ota Weinberger enlaza con la tradición de la Teoría Pura del Derecho de las
escuelas jurídicas de Brünn y Viena; mientras que, por el contrario, Neil MacCormick se
explica a partir de Hart y la Filosofía analítica británica. Por otra parte, ambos concuerdan en
reconocer la importante deuda intelectual contraída con el filósofo norteamericano John
Rogers Searle, con cuya filosofía analítica del lenguaje se identifican, y de quien se acogen,
entre otras aportaciones, las nociones de los institutional facts y de los actos de habla.
A partir de ambas premisas (las del normativismo en el plano teórico-jurídico, y las propias
del neo-empirismo en el plano filosófico general) Neil MacCormick y Ota Weinberger llegan
a una concepción realista, que les obliga a tener que reconocer que las normas no constituyen
una realidad ontológicamente distinta de la realidad de los hechos empíricos.
La crisis del positivismo jurídico termino por favorecer la implantación y la expansión en Italia
del realismo jurídico, aunque será tan solo a partir de la obra de Giovanni Tarello cuando se
pueda afirmar que efectivamente se inicia la profundización en este modo de concebir el
Derecho. A partir de su estudio sobre el realismo jurídico norteamericano, Tarello llega a una
concepción del Derecho entendido como un conjunto de normas que los interpretes recaban
de los enunciados normativos.
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Por su parte, Enrico Pattaro presenta al realismo jurídico como la plasmación en el campo
jurídico de la filosofía analítica y, en un sentido más amplio, del neo-empirismo. El realismo
jurídico desarrollaría una peculiar concepción del Derecho, que Pattaro sugirió definir como
realismo normativista. Concepción que entiende y satisface, hasta cierto punto, las exigencias
inherentes al positivismo jurídico continental.
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• Para concluir con la comparación, o por lo que concierne al aspecto jurídico teórico,
el realismo normativista es deontológico, esto es, considera que la idea de deber
resulta esencial al fenómeno jurídico. Del mismo criterio participan MacCormick y
Weinberger: para ambos, un aspecto irreductible del Derecho, es el hecho de que
pretende guiar los comportamientos.
El movimiento de los Critical Legal Studies, que se ha desarrollado entre los años setenta
y ochenta del pasado siglo, ha tenido como uno de sus centros de irradiación la Escuela
de Derecho de la Universidad de Harvard, y su producción bibliográfica se encuentra
marcada por el punto de inflexión que supuso la publicación en 1975 del libro de Roberto
Mangabeira Unger “knowledge and Politics”.
Texto representativo de la primera etapa de los CLS, y en el que se ofrece una crítica
radical de aquella modalidad de liberalismo que en su discurso no toma en consideración
las relaciones reales de los individuos ni examina las condiciones histórico-sociales en las
que opera el Derecho. El propio Unger determinaría el golpe de timón de esta corriente,
que está marcado por la publicación de “Passion, An Essay on Personality” y los tres
volúmenes de “Politics. A Work in Constructive Social Theory” publicados el año 1987, con
los que se inicia la segunda etapa de este movimiento. Aun así, sería injusto identificar al
conjunto heterogéneo del movimiento con la obra de Unger, toda vez que integra un
nutrido grupo de juristas.
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Los exponentes de los CLS sostienen que el Derecho, lejos de ser racional, coherente y
neutral como pretendía la concepción liberal, es arbitrario, incoherente y profundamente
politizado (injusto).
Los derechos y libertades, que se describen como esenciales para la realización del
individuo, están en realidad al servicio de los objetivos políticos y económicos del
liberalismo. De aquí el determinante propósito de los CLS en orden a poner al descubierto
el sentido político de las prácticas cotidianas de jueces y juristas, quienes de hecho crean
Derecho, aun cuando se vean así mismos como meros instrumentos de éste.
La crítica a las teorías liberales por parte de los componentes de los CLS se despliega a
través de tres métodos de análisis: el trashing, la reconstrucción y el análisis histórico.
En todos los sistemas occidentales el discurso que practican los jueces, autoridades
jurídicas y teóricos de la política, niega dos fenómenos claves: a) el grado en que
las reglas establecidas estructuran la vida pública y privada de tal forma que
confieran poder a unos grupos en detrimento de otros, y cuyo funcionamiento en
la mayor parte de los casos reproduce los sistemas jerárquicos característicos de
la sociedad en cuestión; b) el grado en el que el sistema de reglas jurídicas
contiene lagunas, antinomias y ambigüedades que resuelven jueces que persiguen
proyectos ideológicos relativos a las citadas cuestiones de jerarquía social.
• Una vez desvelada la naturaleza ideológica del sistema jurídico, entra en juego el
segundo método, la deconstrucción. Método de lectura de textos que hace patente
la notoria influencia que sobre el movimiento ha ejercido la Filosofía postmoderna.
20
Se trata de una teoría del Derecho en la que se combinan tres componentes: una ética
normativa liberal, una filosofía pragmática y un método de investigación económico.
• Por exigencia del primero de estos tres elementos, quienes acogen tal teoría
comparten una serie de criterios: el principio de la máxima libertad para cada uno,
en la medida en que resulte compatible con la igual libertad de todos (principio
que tiene sus manifestaciones originarias en John Stuart Mill); así como la defensa
21
Punto de partida del Análisis Económico del Derecho es la convicción de que, si se analiza
la actividad de los jueces, se concluye que lo que fundamentalmente vienen haciendo, de
manera inconsciente, ha sido laborar reglas que pretenden maximizar la riqueza. El
sistema jurídico del Common Law actúa como un medio que trata de conseguir una
eficiente asignación de recursos o, lo que es lo mismo, la eficiencia económica y la
maximización del bienestar general. Los jueces de la Common Law tienden a coger con
preferencia reglas eficientes. Es decir que, en el desarrollo de su tarea de interpretación
y aplicación del Derecho, proceden a eliminar aquellas reglas del precedente menos
adaptativas en cuanto a las exigencias de la eficiencia.
Sobre la base de estas creencias, Posner propone que cuando se afronten los problemas
jurídicos se tengan en cuenta los efectos que pudieran generar las soluciones propuestas,
efectos identificados en base a investigaciones empíricas acerca de los costes/beneficios
y mediante la aplicación del criterio de la racionalidad medio/fin.
En primer lugar, por tanto, el intérprete deberá identificar todos los posibles significados
atribuibles a una disposición; en una segunda fase deberá prefigurar las consecuencias
de todas las interpretaciones halladas y, en fin, en una tercera y última fase, deberá elegir
la solución más eficiente, esto es, la que en conjunto comporte más beneficios.
Así, es muy conveniente que el juez no se encuentre constreñido en extremo por los
precedentes a la hora de juzgar, sino que disponga de márgenes decisorios, y pueda
prescindir de los precedentes en todas aquellas circunstancias en las que resulte evidente
que el cálculo coste/beneficio de una decisión innovadora acarrearía mayores ventajas.
La reflexión feminista sobre los temas jurídicos se ha desenvuelto a la par que el desarrollo
de la teoría política feminista, y ha concluido por ofrecer un discurso amplio y variado,
tanto por lo que concierne a las premisas, como por lo que se refiere a las conclusiones.
En el plano histórico, tras una primera fase, la del feminismo de la igualdad o de la simetría
(que dio lugar a una aproximación simétrica que parte de la idea de la inexistencia de
diferencias naturales manifiestas entre hombres y mujeres), fase en la que el pensamiento
y la acción feminista liberal se materializarán a través de un movimiento a favor de la
igualación de los derechos de las mujeres y los hombres y la lucha por la paridad; le sigue
22
a partir de finales de los años 70, una segunda fase, a la que se denomina la etapa de la
diferencia, marcada tanto por la rebelión contra la lógica que pretendía que las mujeres
compitieran en base a modelos y valores típicamente masculinos, como por la
reivindicación de la especialidad de los caracteres femeninos.
Este proceso seguido por el movimiento feminista se tradujo en el plano jurídico a través
de la emergencia de la jurisprudencia feminista y de la teoría feminista del derecho, en
cuyos desarrollos resulta habitual diferenciar dos etapas. La primera fase estuvo marcada
por la reivindicación de un tratamiento igualitario, a través de la introducción de reformas
tendientes a eliminar la discriminación entre hombres y mujeres; mientras que en la
segunda se materializó la demanda de un tratamiento privilegiado para las mujeres, con
el objeto de acelerar la reducción de las diferencias existentes y con vistas a la igualación.
Por lo que concierne al ámbito de la teoría del derecho, han sido múltiples las perspectivas
abiertas por la reflexión feminista. A este respecto, la socióloga inglesa Carol Smart
propone diferenciar hasta tres momentos en la evolución de la posición feminista de cara
al derecho, cada uno de los cuales sintetiza en tres slogans: el derecho es sexista, el
derecho es masculino, el derecho es sexuado.
Las tres fases descritas por Carol Smart pueden también ser calificadas acogiendo para
ello las propuestas que sobre la evolución del tema mantiene G. Minda: en la primera se
despliega lo que se conoce como feminismo liberal, a la que sigue la fase intermedia del
feminismo cultural, y que, por ahora, concluye con la fase del feminismo radical.
Mientras que las feministas liberales situaban en el centro del debate jurídico el problema
de la igualdad/diferencia, y consideraban a la justicia como una noción que implica
igualdad de derechos para hombres y mujeres, las feministas culturales reelaboraban la
famosa tesis de la psicóloga Carol Gilligan, en el sentido de reconocer una importante
división entre dos perspectivas, la de la justicia, a menudo equiparada con el razonamiento
masculino, y la perspectiva feminista del cuidado, lo que les conduce a poner el énfasis
en la diversidad y en la distinta voz de las mujeres respecto a los hombres, que determina
la diferencia de planteamientos y concepciones ante idénticos dilemas morales.
A este respecto, Gilligan sostiene que existe un modo típicamente femenino de afrontar
los dilemas morales y jurídicos, un modo que ha sido ignorado e infravalorado por parte
de la doctrina y los estudios jurídicos. Para ella, la ética femenina es esencialmente una
ética a la que denomina ética de cuidado propio y ajeno y de la responsabilidad. Mientras
el hombre cuando ha de decidir lo hace poniendo el énfasis en la norma y los derechos,
la mujer apoya sus decisiones en el reconocimiento de las diferentes necesidades de cada
uno y en el respeto y la comprensión mutuas.
Para las mujeres el imperativo moral es un mandato de cuidado con respecto a los otros,
la responsabilidad de tomar en consideración y tratar de aliviar los males reales y
reconocibles de este mundo. Para el hombre, por el contrario, el imperativo moral aparece
23
más bien como el mandato de respetar los derechos de otros, y así, proteger frente a las
posibles interferencias los derechos a la vida y a la autorrealización.
A finales de los años 80 del pasado siglo en los USA se ha desarrollado otra corriente
doctrinal, la de los teóricos de la diferencia racial, que hunde sus raíces en la concreta
experiencia, historia, cultura y tradición intelectual de la gente de color y que tiene como
exponentes más representativos a Derrick Bell, Richard Delgado y Patricia Williams.
24
Como es sabido, a partir de los años 50 del pasado siglo, comenzaron a manifestarse
numerosas críticas al modelo lógico-deductivo del razonamiento jurídico, que de ordinario se
consideraba el modelo característico del viejo positivismo jurídico. Críticas que se proponían
revelar la inadecuación y la insuficiencia del método lógico formalista, al tiempo que
subrayaban la necesidad de elaborar nuevos instrumentos en orden a esclarecer la estructura
argumentativa del razonamiento jurídico y las claves de su legitimación discursiva.
Los más representativos de entre los numerosos pensadores que participaron en dicho
debate fueron el inglés Stephen Edelson Toulmin, el alemán Theodor Viehweg y el polaco
Chaïm Perelman. Autores que han concluido por formular una serie de propuestas teóricas
alternativas al papel de la lógica-deductiva, que enlazan con la retórica y la dialéctica griegas,
y constituyen una ruptura con la concepción de la razón y del razonamiento de Descartes.
Alternativas que se han sumado, en orden al conocimiento del razonamiento jurídico, a las
distintas propuestas formuladas en el ámbito de la hermenéutica jurídica, así como los
estudios de orientación analítica acerca de la estructura y los usos del lenguaje prescriptivo.
A lo largo de los años 60 y hasta principios de los 70 del siglo pasado, se asistió a un
desarrollo evolutivo y a la precisión teórica de las corrientes antilogicistas de la
argumentación jurídica; sin que dejarán de manifestarse réplicas a tales críticas por parte de
quienes se continuaban identificando con los puntos de vista de la lógica clásica.
25
argumentación práctica en general. Sistema al que todo discurso debería adecuarse, a fin de
que se pueda justificar el propio argumentar.
En la teoría desarrollada por Alexy, la justificación jurídica constituye, por tanto, un caso
especial de discurso práctico general. De esta condición se derivan una serie de
consecuencias: De un lado, la argumentación jurídica ha de respetar las reglas de justificación
práctica y no puede transgredir los postulados fundamentales de la racionalidad práctica
procedimental. Por otro lado, la misma argumentación jurídica presenta una serie de
características específicas, que permiten diferenciarla de la justificación practica en general.
Por esa vía, Alexy sostiene que una argumentación es correcta si se desarrolla con el debido
respeto a determinadas reglas que se encuentran racionalmente justificadas.
La reflexión de civilista y filósofo del derecho finés Aarnio en torno a esta temática tiene su
origen en la concepción que dicho jurista escandinavo sostiene acerca de la dogmática
jurídica. El pensador de la universidad de Helsinki concibe a la dogmática jurídica como la
disciplina jurídica que se ocupa del análisis de los contenidos de las normas jurídicas válidas
y de su orden sistémico. Desde esta óptica el núcleo central de la actividad dogmática
consiste en la formulación de enunciados interpretativos: la temática de la interpretación
debiera ocupar un puesto central en la reflexión del teórico de derecho.
A pesar de ello, según Aarnio, podría existir un motivo aparentemente sólido para dudar
acerca de la posibilidad de considerar a la interpretación como una actividad de la que se
pueda predicar la verdad o la corrección, en base al argumento según el cual no es posible
identificar una única respuesta correcta para cada cuestión interpretativa singular. El propio
autor piensa que, dado el carácter pluralista y complejo de las sociedades occidentales
contemporáneas, una misma disposición normativa puede ser objeto de interpretaciones
diferentes, ninguna de las cuales puede ser considerada legítimamente más correcta que las
otras desde el punto de vista sustancial. De todos modos, la tesis escéptica no permite, según
el pensador escandinavo, concluir que la interpretación sea una actividad por completo
arbitraria y no susceptible de ser juzgada como más o menos correcta.
26
Se trata de una concepción que establece un estrecho vínculo entre la teoría de la ciencia
jurídica, la teoría de la interpretación y la teoría de la justificación jurídica. La teoría de la
justificación trata de combinar esencialmente tres tradiciones de pensamiento: la de la nueva
retórica de Chaïm Perelman, la que al respecto ofrece “el segundo” Wittgenstein, y la
inspirada en el enfoque racionalista de Habermas. Su punto de partida es considerar que la
racionalidad lógica no agota el campo de la racionalidad aplicable al derecho. Junto a la
racionalidad lógica existe también la razón dialéctica y es esta última la que desarrolla un
papel más importante en la justificación de los juicios interpretativos.
Peczenik parte de una concepción del derecho como fenómeno constituido no sólo por reglas
en sentido estricto, sino también por principios, fines valores e ideales contenidos en
documentos normativos, producidos por sujetos que ejercen distintas funciones y tipos de
poder. El derecho en consecuencia, no es una entidad prefabricada. Más bien, por el
contrario, el derecho es una construcción del operador que con referencia al caso concreto
debe hallar la correcta combinación de diferentes factores. De aquí que Peczenik concluía
por tener que reclamar el carácter omnipresente del procedimiento argumentativo en el
derecho. De tal manera que sólo a través de la actividad argumentativa se pueden identificar
y combinar entre sí, con referencia al caso concreto, los diferentes componentes del derecho.
Por tanto, en todas y cada una de las principales actividades que se desarrollan por los
juristas se encuentra implícita una forma más o menos articulada de razonamiento jurídico.
27
Para Peczenik, el conjunto de las principales actividades de los juristas se puede reconducir
a dos tipologías fundamentales: la enunciación de juicios de validez y la enunciación de juicios
interpretativos.
Tanto las determinaciones acerca del derecho válido, como las decisiones relativas a la
interpretación correcta, reclaman la utilización de un razonamiento de naturaleza no
exclusivamente lógico-deductiva. El autor sostiene que, de hecho, ya sea cuando se trata de
fijar la validez, ya sea en el ámbito de la actividad interpretativa, resultan indispensables
ciertas transformaciones o “saltos”. Con dicha expresión, este autor hace referencia al hecho
de que los pasos argumentativos necesarios para obtener conclusiones jurídicas válidas, o
para atribuir a un mismo texto el significado de sentido correcto, no sólo son lógicamente
evidentes, sino que requieren un salto lógico, es decir, la realización de operaciones que en
parte son valorativas, y que, en ningún caso, son susceptibles de justificación deductiva.
Para que no se les impute el estigma de ser arbitrarios, es preciso que en dichas operaciones
se acojan tres criterios de racionalidad que, sin duda, permiten restringir la arbitrariedad de
razonamiento jurídico:
Es preciso traer a la consideración el punto de vista que al respecto ofrece MacCormick, del
que ya expusimos su concepción neo institucionalista. El Profesor escocés considera a la
doctrina de razonamiento jurídico como estrictamente complementaria de la teoría del
derecho.
28
Con referencia a la forma, el autor escocés entiende que, para que pueda ser considerado
racional, el razonamiento jurídico habrá de satisfacer el principio de universalidad y no deberá
contradecir las leyes de la lógica formal. El carácter lógico del razonamiento jurídico se
manifiesta en el hecho de que, en ocasiones, la argumentación que justifica una decisión
puede expresarse completamente en forma silogística.
Por otra parte, incluso los casos en los que la justificación silogística no resulte posible, y la
argumentación asuma una estructura más compleja, el vínculo con la lógica formal no
desaparece, desde el momento en que el razonamiento justificativo puede, de ningún modo,
transgredir al principio lógico de no contradicción. Sin embargo, en los casos difíciles, casos
en los que el derecho resulta indeterminado, la deducción no ofrece un criterio de justificación
suficiente, por lo que resulta indispensable recurrir a lo que el pensador escocés denomina
justificación de segundo grado, cuyo fin es mostrar que las premisas del proceso deductivo
no han sido establecidas de un modo arbitrario, sino que constituyen el fruto de una cadena
argumentativa que es susceptible de justificación racional.
Los criterios de justificación de segundo grado elaborados por MacCormick son los criterios
de consistencia, coherencia y argumento consecuencialista. Todos ellos pueden ser
reconducidos a la idea de que las decisiones asumidas a través del razonamiento jurídico
deben ser idóneas para tener sentido en el sistema jurídico de referencia o en el mundo.
Para ello, las decisiones deben ser coherentes y congruentes con los contenidos de este
sistema jurídico y deben producir consecuencias aceptables.
En otros términos, para MacCormick, una decisión jurídica puede estar racionalmente
justificada, aun cuando no se obtenga mediante el razonamiento deductivo de las normas
generales del sistema, si es coherente y congruente respecto al Derecho preexistente, y si
además produce consecuencias aceptables.
El problema de la interpretación del Derecho ha centrado en gran medida la obra del jurista
polaco Jerzy Wróblesky. En el curso de su larga actividad investigadora, elaboró una completa
teoría de la interpretación a partir de la distinción entre:
• La interpretación latissimo sensu (en sentido amplísimo) que singulariza a las ciencias
culturales. Este tipo de interpretación se define como la comprensión de un objeto en
tanto que fenómeno temporal.
• La interpretación lato sensu (en sentido amplio), entendida como comprensión en
general de un texto lingüístico: interpretación cuyo objeto es comprender los signos
de un determinado lenguaje en base a las reglas de sentido de ese mismo lenguaje.
• La interpretación estricto sensu, la modalidad de interpretación más restringida (en
sentido estricto), que se proyecta sobre los textos ambiguos, vagos o de cualquier
modo, poco claros, esto es, que se ocupa de determinar el sentido de los textos que
carecen de un “significado inmediatamente dado”.
La interpretación jurídica tiene como finalidad propia conseguir que el texto resulte
efectivamente utilizable con relación al problema jurídico que se trata de resolver.
29
En este último nivel entra en juego aquella modalidad de interpretación que Jerzy Wróblesky
identifica como interpretación operativa. El punto de partida de tal modalidad se encuentra
constituido por la localización de una duda concerniente al significado de la norma aplicable.
Dicha duda tiene carácter estrictamente pragmático. El segundo momento consiste en el uso
de reglas interpretativas de primer nivel, reglas que especifican la manera en que el
significado dudoso de una norma debe ser determinado pragmáticamente, teniendo en
cuenta los concernientes contextos semánticos fundamentales. Wróbleski sugiere identificar
en este ámbito tres tipos de contextos de los que suelen provenir las dudas: el contexto
lingüístico, el sistémico y el contexto funcional.
Si el uso de las reglas de primer nivel resulta satisfactorio, entonces es posible formular la
decisión interpretativa y establecer el significado concreto de la norma en cuestión. De lo
contrario, será necesario recurrir a reglas o directivas interpretativas de segundo nivel. Estas
reglas de segundo grado definen esencialmente los modos en que han de ser utilizadas las
reglas de primer grado. Son, en este sentido, las reglas de procedimiento (determinan el
modo de proceder de las directrices lingüísticas, sistémicas y generales), y reglas de
preferencia (a fin de seleccionar unas directrices de primer nivel en detrimento de otras).
Wróbleski formula, por otra parte, la distinción entre la justificación interna y la justificación
externa de las decisiones judiciales. Mientras que la justificación interna de un juicio exige
que este haya sido correctamente inferido de las premisas que lo sustentas; la justificación
externa atienda a la racionalidad de la determinación de las premisas.
Quienes practican estudios que se ocupan del derecho como literatura o literatura del
derecho, por el contrario, abordan el discurso jurídico con los medios propios del análisis
30
literario, y aplican para ello a los textos jurídicos una serie de métodos instrumentos de
análisis y de interpretación que han sido elaborados por la crítica literaria, a partir de la
premisa en cuya virtud, el derecho no deja de ser una historia que es preciso interpretar, al
igual que cualquier otra historia literaria.
Estudiosos como Stanley Fish, Owen Fiss, Sanford Levinson y el propio Dworkin (quien en
un artículo titulado el derecho y la interpretación comparada la interpretación del derecho
con la interpretación en la literatura, y sugiere parangonar la tarea de los jueces intérpretes
con la de un grupo de escritores estuvieran obligados a escribir una novela en cadena. A
excepción de quien iniciara la obra, todos ellos estarían abocados en la realización de su
tarea a retomar la novela en un momento dado de su elaboración y a continuar la obra en
curso), se han validado de esta última perspectiva, sobre todo en el ámbito de la
interpretación constitucional, con el objeto de elaborar una teoría interpretativa adecuada,
que se identifica en algunos aspectos con las tareas propias o bien de la semiótica jurídica,
o bien de la hermenéutica jurídica.
Para Aarnio, si cotejásemos tanto los parecidos como las diferencias existentes entre
interpretación de una novela en la interpretación jurídica, sería posible apreciar su profunda
semejanza estructural. Por su parte, el propio Dworkin considera que a los profesionales del
derecho más vendría mal estudiar las interpretaciones literarias, a fin de poder mejorar su
comprensión del derecho, y la moda en aconsejar servirse de la interpretación literaria como
modelo que proporciona el método fundamental del análisis jurídico.
La aplicación al texto jurídico de los métodos del análisis literario lleva a la exaltación el papel
del intérprete, entendido como productor de significado de texto, y a la calificación de la
interpretación como una actividad creativa y no meramente declarativa, en abierto contraste
con la concepción que al respecto asumen los iuspositivistas.
Giovanni Tarello nos dejó un volumen “Derecho, enunciados y usos. Estudios de teoría y
meta teoría del derecho”, en el que se focaliza la importante atención que dedicó a esta
temática. Como dijimos, este autor, a partir del estudio del realismo americano, desarrollar
una teoría realista del derecho que se apoya sobre una concepción de la norma jurídica
entendida, de un lado, como enunciado normativo; y de otro, como el contenido del
significado normativo obtenido del enunciado. Dicha acción de norma suministrar un eficaz
equipamiento para una teoría de la interpretación concebida, no como actividad cognoscitiva,
sino como actividad productora de normas.
31
Entre los representantes de las posturas neo escépticas parece obligado citar a Riccardo
Guastini. Para este autor interpretar no consiste tanto en conocer las normas, como en
crearlas. Retomando la tan conocida distinción de Ross en su obra sobre el derecho y la
justicia, este autor distingue entre la interpretación como actividad cognoscitiva en
interpretación entendida como operación creativa de atribución de un significado y sugiere
diferencia también la interpretación como actividad de la interpretación como resultado un
producto de dicha actividad. La actividad interpretativa es la que da origen a la norma, la
que implica el paso de la disposición a la norma. Las normas son entidades variables que
dependen de la interpretación.
La hermenéutica jurídica, salvo el caso excepcional de Emilio Betti, no ha contado con una
tradición especialmente destacable en Italia. Circunstancia que ha determinado la
dependencia de la doctrina italiana respecto de los modelos que sobre la temática se han
desarrollado en el área germánica a mitad de siglo XX, que han generado una nueva
conciencia hermenéutica, a los que se ha sumado recientemente una inspiración y un
estímulo nuevos que en esta ocasión proceden del área anglosajona.
32
En los años cincuenta la difusión de la Filosofía analítica favoreció la renovación del interés
entre los filósofos del Derecho por los estudios de lógica jurídica, entendida como lógica de
las normas y/o lógica de las proposiciones normativas.
La crisis del positivismo jurídico formalista de los últimos decenios, por otra parte, no ha
implicado el abandono de la aproximación analítica que, en cambio, a través de un mayor
refinamiento de sus propios instrumentos lógicos y metodológicos, ha continuado orientando
la tarea de numerosos estudiosos que han mantenido vivo el interés por los estudios de
lógica jurídica, en parte confluyentes, como se dirá, en la nueva disciplina de la informática
jurídica.
Uno de los centros de investigación más identificados con la realización de este tipo de
estudios fue el Instituto de Filosofía del Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires
que dirigía Ambrosio L. Gioja.
En torno a su magisterio, en los años sesenta, se formó una importante escuela filosófico-
jurídica de orientación analítica. Escuela filosófico-jurídica de orientación analítica, en cuyo
ámbito se ha impuesto diferenciar dos corrientes: de un lado, la corriente iusanalítica de
inspiración lógico-formal (Carlos Alchourrón y Eugenio Bulygin) y, de otro, la corriente
iusanalítica del lenguaje ordinario (Genaro-Rubén Carrió, Roberto-José Vernengo…).
Una de las obras más significativas salida de este círculo de estudiosos es la célebre
monografía de Carlos E. Alchourrón y Eugenio Bulygin, “Normative System”. El objetivo más
acuciante del primer capítulo del texto es aclarar la noción de “sistema normativo” para
analizar luego las propiedades formales de tales sistemas: completitud, coherencia e
independencia. Sistema jurídico que se define, a partir de la noción clásica del sistema
deductivo, como un sistema normativo cuyos integrantes son el conjunto de los enunciados
jurídicos (las normas) más todas sus consecuencias lógicas.
A su vez, las normas son definidas como enunciados condicionales que conectan ciertas
circunstancias fácticas (“casos” o “supuestos de hecho”) con determinadas consecuencias
jurídicas (soluciones).
La noción de sistema jurídico como conjunto de normas que tienen una conexión significativa
entre sí permite, además, redefinir de un modo riguroso los conceptos de “plenitud” y
“coherencia”, en base a los cuales es posible obtener nociones adecuadas de laguna e
incoherencia (antinomia) del sistema.
Se puede decir, en efecto, que existe una laguna en relación con un caso cuando éste carece
de una solución, porque el Derecho no lo contempla y no es posible conectar al supuesto de
hecho consecuencia alguna. Existe, en cambio, incoherencia del sistema jurídico cuando un
sistema atribuye a un caso dos o más soluciones incompatibles entre sí, de modo tal que la
conjunción de las soluciones origina una contradicción normativa o antinomia.
La lógica puede ser usada para valorar la coherencia y la plenitud de un sistema jurídico,
pero no sirve de ayuda en absoluto cuando se trata de remediar lagunas o incoherencias. La
solución no puede ser sino de naturaleza estrictamente jurídica. Ligado al problema de las
33
Tales principios se unen a los postulados de plenitud y coherencia del sistema jurídico, que
pueden garantizar, junto a los primeros, los ideales políticos de seguridad e igualdad formal.
El postulado de completitud hace que el contenido de una decisión judicial sea una
consecuencia lógica de las premisas que la fundan.
Sin embargo, dado que un sistema es el conjunto de las normas surge la bien conocida
dificultad derivada de la ambigüedad y de la vaguedad intrínseca al lenguaje natural. Esta
consideración es el motivo de la inclusión en las temáticas de Alchourrón de la noción de la
llamada “defectuosidad” (defeasibility) del razonamiento normativo en general y en particular
del razonamiento jurídico-normativo.
Entre los estudiosos europeos que se han ocupado de la lógica jurídica se impone recordar
aquí a Lars Erik Gustav Lindahl, Arend Soeteman, Ota Weinberger y Georg Henrik von Wright.
Gran parte de la producción del Profesor Lindahl tiene por objeto la aplicación de la lógica
formal a cuestiones estrictamente jurídicas, o bien a temáticas que asumen su específica
situación dentro de la Teoría del Derecho y, en particular, del análisis formal de los conceptos
jurídicos fundamentales. Resulta a este respecto especialmente relevante la teoría de las
“condiciones jurídicas” (legal positions) que Lindahl ha venido desarrollando desde los años
setenta del siglo pasado, sobre el tema le suministraran algunos trabajos pioneros de quien
fue Director del Departamento de filosofía de la Universidad de Uppsala, Stig Gustav Kanger.
En ellos Lindahl trataba de aplicar y de combinar armónicamente la lógica deóntica y la lógica
de la acción.
Uno de los aspectos más relevantes de esta teoría consiste en la definición de un método
que permita conectar y describir de manera sistemática el espacio de todas las posibles
relaciones lógico-normativas entre dos agentes respecto de alguna tipología de la acción.
El método ha llamado, en primer lugar, a una clasificación de todas las posibles condiciones
jurídicas de relativas a un sujeto en cuanto tal o a un sujeto en relación con otro sujeto en,
34
en segundo lugar, al análisis de la dinámica jurídica concerniente a los casos en los cuales la
condición de uno, sujetos sufre una mutación a través de acciones específicas como la
promesa, el contrato. El estudio sueco ha dedicado sus contribuciones más recientes al
análisis de los “conceptos intermedios”, esto es a nociones como, “propietario”, “poseedor”,
“ciudadano”, etc. que, dentro de un sistema normativo, “median” y establecen particulares
conexiones entre condiciones descriptivas relativas a hechos y específicas consecuencias
jurídicas.
El holandés Arend Soeteman (n. 1944) ha desarrollado un análisis detallado del concepto de
“razonabilidad” en el razonamiento jurídico. Soeteman sostiene que existe un margen
inevitable de imponderabilidad en el establecimiento y en la justificación de las premisas de
cualquier proceso racional e inferencial; sin embargo, si por una parte y es completamente
cierto que la lógica por su naturaleza no puede ofrecer una solución verdadera para tales
problemas, por otra parte permite analizar y aclarar las propias premisas, de modo que sea
posible obtener un consenso racionalmente fundado sobre el contenido sustancial de éstas
últimas.
En general, la lógica no puede hacerse cargo del contenido de toda decisión jurídica, pero
de todos modos debe ser entendida como un instrumento indispensable y necesario, aunque
no suficiente, para el control y la justificación de tales decisiones. El espacio residual que la
lógica formal no puede tratar deja el campo abierto a otras formas de razonamiento.
No obstante, según Ota Weinberger, es importante ante todo introducir nuevas definiciones
de los conceptos normativos. Además, en segundo lugar, resulta también fundamental un
análisis adecuado de las condiciones normativas. Weinberger ha introducido el llamado
“principio de covalidez”, en base al cual serían validos igualmente todos los enunciados
normativos que pueden obtenerse por inferencia lógica de otras normas válidas, o por la
combinación de estas últimas con enunciados descriptivos.
Last but not least, cabe mencionar al filósofo y editor Georg Henrik von Wright (n. 1916),
miembro de la comunidad de habla sueca asentada en Finlandia, autor de un breve ensayo
con el título “Deontic Logic” y en el libro del mismo año, An Essay in Modal Logic, en los que,
aparte de acuñar la expresión lógica deóntica, propuso la aplicación de la lógica a los
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enunciados prescriptivos y articuló lo que se llamaría “el sistema standard de lógica deóntica”.
Von Wright, tras la publicación de dos obras abandona su inicial preocupación por los
aspectos formales de la lógica deóntica y se orienta al tratamiento del “problema filosófico
de la lógica de las normas” ya que las normas no poseen los valores de verdad o falsedad,
una lógica de las normas tan sólo es posible si se la entiende como lógica de las proposiciones
normativas (esto es de las proposiciones descriptivas, por tanto verdaderas o falsas, sobre
la existencia o la vigencia de las normas).
Axel Anders Hängerström considera a las normas ya no como entidades absolutas, sino como
componentes de un corpus de normas emanadas de una autoridad normativa nacional. En
consecuencia, la lógica de las normas deja de ser concebida como una lógica en sentido
estricto y pasa a ser entendida como la expresión de un ideal, de racionalidad normativa. Las
normas, aunque no sean verdaderas o falsas, pueden ser explicadas o justificadas. La
justificación más común es la teleológica, que consiste en indicar un fin o propósito que
teóricamente se logra con la observancia de la norma. El fin extraordinario abajo valorado
como deseable o bueno por quien establece la norma, y también, si es posible, por su
destinatario, así que se puede afirmar que la justificación teleológica de las normas de
ordinario hace referencia a valores. Los valores también pueden ser explicados o justificados.
La justificación teleológica de las normas es típicamente anticipatoria (“Las nuevas
regulaciones harán más seguro el tráfico”), mientras que la justificación de las valoraciones
hace típicamente referencia a la forma de ser y al estilo de vida de los sujetos que valoran.
Un orden justo tiene con frecuencia su origen en el hecho de que las valoraciones sociales
cristalizan en normas. Esto no hace que las valoraciones sean más verdaderas, pero les
atribuye una mayor relevancia o dignidad.
En Italia, entre los más destacados estudiosos de la lógica jurídica, se impone invocar al
Profesor de la universidad de Pavía Amedeo-Giovanni Conte, discípulo directo de Norberto
Bobbio, que se había polarizado en sus primeros estudios en el tratamiento de una serie de
temas de teoría General del Derecho relativos al ordenamiento jurídico, como la validez, la
plenitud y la coherencia, en los que ya apuntaba un particular interés por la toma en
consideración de sus aspectos lógicos.
Ésta se ha ido orientando hacia la construcción de una teoría que las normas o de las reglas
constitutivas, en la cual convergen importantes y complejas temáticas, que exceden con
mucho el contexto estrictamente jurídico, se adentran en el más vasto ámbito de la filosofía
del lenguaje y de la filosofía de la acción, con una especial referencia al significado de las
acciones y de los comportamientos humanos, a su descripción y explicación.
36
En cuanto informática, las primeras aplicaciones al derecho se remontan a finales de los años
cuarenta, pero sólo en los años sesentas y setentas de dicha centuria se crearon las primeras
bases de datos jurídicos y los primeros archivos informatizados que las administraciones
públicas.
Posteriormente, ya que la última década de los 80, se han asistido al desarrollo de nuevas
formas de documentación jurídica automatizada, junto a la edición electrónica, la realización
de grandes sistemas informatizados y, sobre todo, la difusión generalizada de la informática
en la actividad de los despachos profesionales.
Con todo ello la informática jurídica ha modificado en profundidad algunos aspectos hasta
entonces característicos del trabajo del jurista (como la búsqueda documental) y la gestión
de la contabilidad, el archivo, la redacción y la transmisión de documentos. La mayor parte
de la actividad jurídica se desarrolla hoy sirviéndose de la interacción con los procesadores
electrónicos, procesadores de textos y las bases de datos. Instrumentos y técnicas que se
revelan capaces de influir de manera profunda sobre la práctica del Derecho.
En todo caso estos cambios de la práctica del Derecho, por sí solos no serían suficientes para
justificar la consideración de la Informática jurídica entre las nuevas fronteras de la filosofía
del derecho de nuestro tiempo.
Entre finales de los años sesenta y el inicio de los años setenta del pasado siglo la informática
jurídica había suscitado un cierto interés entre algunos estudiosos de Teoría del Derecho,
que creían que la metodología de la informática y de la cibernética podrían llegar a
revolucionar los estudios jurídicos.
37
Sin embargo, bien pronto atenuaron los entusiasmos, al caer en la cuenta de que la
informática, con el menguado desarrollo que entonces presentaba, no estaba en condiciones
de aportar una contribución especialmente significativa a la Ciencia jurídica.
Un renacimiento del interés por los estudios de tipo teórico en el ámbito del conocimiento
informático-jurídico se produce a partir de la segunda mitad de los años 80 y estuvo
determinada, sobre todo, por la emergencia de la nueva disciplina de la Inteligencia artificial
que venía a afrontar, de un modo nuevo, temas filosóficos clásicos. En particular, se
constituyó el ámbito interdisciplinar denominado “inteligencia artificial y Derecho”, en cuyo
seno el fértil encuentro entre la informática del conocimiento jurídico ha permitido enriquecer
y desarrollar ambas disciplinas.
Ante todo, los estudios informático-jurídicos han dado lugar a una verdadera y propia
revolución en el ámbito de los estudios de lógica jurídica que tradicionalmente consistía en
la aplicación al ámbito jurídico de la lógica clásica, si quien está a partir de la década de los
cincuenta se han enriquecido con la construcción de una nueva modalidad de lógica, la lógica
deóntica, modelada para las proposiciones normativas.
Un obstáculo para ello está constituido por ciertas condiciones características de algunos
aspectos fundamentales del razonamiento jurídico por el hecho de que el razonamiento
jurídico sea una técnica procedimental en orden a la solución de problemas jurídicos. El
razonamiento jurídico requiere, pues, de procesos interactivos gobernados por reglas, en los
cuales participan los sujetos interesados, y no un proceso monológico, como es la deducción
lógica. Además, el razonamiento jurídico en la medida en que nace de la controversia y de
la contraposición de tesis en conflicto, es esencialmente un razonamiento defectuoso.
Por lo que concierne a los problemas de tipo procedimental, éstos han sido afrontados
mediante los llamados sistemas de diálogo (dialog systems). Se trata de modelos formales
de interacción dialéctica.
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Junto a todas estas investigaciones que acabamos de reseñar, debemos recordar los estudios
informático-jurídicos en los que se afrontan aspectos del razonamiento jurídico
tradicionalmente ajenos a la lógica. Son numerosas, sobre todo en el ámbito norteamericano,
las propuestas de modelos de razonamiento basados en casos.
En este marco, no deben olvidarse los estudios informático-jurídicos que versan sobre las
tentativas dirigidas a reproducir el funcionamiento inconsciente y paralelo de la mente del
jurista mediante instrumentos como las redes neuronales, o a extraer información jurídica de
las respectivas fuentes mediante técnicas para el aprendizaje automático (machine learning).
Con el transcurso del tiempo, se han producido una serie de desarrollos ulteriores
importantes en relación al desarrollo de agentes informáticos dotados de un cierto grado de
autonomía, entre los cuales se establecen relaciones gobernadas por normas semi-jurídicas.
En Italia los filósofos del Derecho que abrieron la senda al tratamiento de la informática
jurídica han sido Vittorio Frosini y Mario G. Losano.
El profesor Mario G. Losano (n. 1939), discípulo de Norberto Bobbio, en 1969 publicó
Giuscibernetica. Macchine e modelli cibernetici nel diritto (Iuscibernética. Máquinas y
modelos cibernéticos en el Derecho). Volumen destinado a poner orden en la heterogénea
masa de estudios jurídico-informáticos de aquellos años, distinguiendo en el ámbito de esta
temática los acercamientos teóricos de los acercamientos prácticos.
A inicios de los años setenta del pasado siglo, se asistió a un progresivo abandono de las
investigaciones metaéticas, sobre la naturaleza y el fundamento de la ética, sobre el
significado de los términos éticos y de los diversos modelos de razonamiento moral, y a un
renovado interés por la toma en consideración de problemas morales concretos y específicos.
Tal fenómeno, que puede definirse sintéticamente como “el paso de la metaética a la ética
normativa”, “giro aplicado”, ha comportado una ampliación de las investigaciones de “ética
aplicada” o “contextualizada”, que tiene por objeto la ética ambiental, la ética de los negocios
y la bioética.
El término bioética como designación de una nueva disciplina aparece por primera vez en
1970 en el título de un artículo del doctor Van Renssealer Potter (Bioética, la ciencia de la
nueva disciplina). Van Renssealer Potter se propuso tender un puente entre la cultura de las
ciencias y la de las humanidades, definía a la bioética como extensión de la ética, o ética
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El doctor Van Renssealer Potter, cuando en 1971 publicó Bioethics. Bridge to the Future,
estaba fuertemente influido por la ecología profunda y contemplaba el caso de la
biotecnología desde una perspectiva que se propone garantizar la supervivencia humana, la
mejora de las calidades de vida y la superación del riesgo ecológico.
El ámbito temático cubierto por la bioética es muy vasto y se está ampliando continuamente
con el progreso de las investigaciones científico-tecnológicas y de sus aplicaciones: se
extenderá del tratamiento del aborto a la eutanasia, desde las relaciones existentes entre los
profesionales de la salud y sus pacientes al trasplante de órganos, a la ingeniería genética,
o a la clonación. Junto a la problemática estrictamente biomédica, se sitúan también las
temáticas sobre la conservación del medio-ambiente, del cuidado y de los derechos de los
animales y los interrogantes éticos relativos tanto a la vida humana del presente y del futuro,
como de lo no humano.
La reflexión, como resulta evidente, abarca desde temas estrictamente biológicos a temas
de naturaleza filosófico-religiosa, a temas filosófico-jurídicos, y a temas jurídicos en sentido
estricto, en un marco en el que se produce una abierta contraposición entre ideologías,
creencias religiosas, modelos culturales y sistemas de valores diversos. La exigencia de una
reglamentación jurídica se enfrenta en la sociedad pluralista contemporánea con la ausencia
de valores compartidos. De ahí se deriva un doble riesgo: establecer límites que respeten los
valores morales de tan sólo unos pocos, o tratar de controlar mediante leyes y disposiciones
administrativas el progreso de la ciencia.
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Por su parte, la bioética católica cuenta entre los filósofos del derecho italiano con una
representación autorizada en Francesco D’Agostino, discípulo de Sergio Cotta.
De las premisas se derivan una serie de principios sobre los cuales D’Agostino fundamenta
la bioética: el principio de la defensa de la vida física, que propugna la inviolabilidad de la
vida, en cuanto la vida corpórea física es “el Valor fundamental de la persona”; el principio
de libertad y responsabilidad, que implica tanto la responsabilidad de tratar al enfermo como
persona, como la libertad del médico para rechazar solicitudes que resulten inaceptables para
la conciencia moral; el principio de la totalidad, que afirma que es lícito intervenir sobre la
vida física de las personas sólo si resulta necesario para salvaguardar la totalidad unitaria e
inescindible at de cuerpo-mente at-espíritu; el principio de sociabilidad y subsidiariedad, que
impregna toda la persona en virtud de la constitutiva y ontológica sociabilidad de vivir
participando en la realización con los congéneres.
Junto a la bioética médica se ha desarrollado con fuerza expansiva creciente una bioética
que se ocupa de las relaciones entre los seres humanos y su entorno no humano. Modalidad
de bioética que, a su vez, cubren dos conjuntos temáticos diferentes: la bioética que se ocupa
de los animales, y la bioética medioambiental, que se ocupa del tratamiento de las cuestiones
vinculadas a la relación entre el hombre y la naturaleza así como de los principios que deben
regular dicha relación.
La bioética de los animales comenzó a desarrollarse a principios de los últimos años setenta
a partir de la publicación del “bestseller” Animal Liberation (Liberación animal) del filósofo
australiano Peter A. Singer.
A la tesis de Peter A. Singer se opone Tom Regan, el otro gran exponente de la lucha en
favor de la promoción de los derechos de los animales en el ámbito filosófico. Este autor, en
la más conocida de sus obras, The Case for Animals Rights (La cuestión de los derechos de
los animales), trata de construir una verdadera y propia teoría de los derechos básicos de
todas las criaturas que son “sujetos de vida”, animales y no animales, a partir de la distinción
entre aquellos a quienes atribuye la condición de agentes morales (los seres humanos adultos
y racionales) y aquellos a quienes califica de pacientes morales (todos los animales no
humanos conscientes y cintinetes).
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El “pleroma” se identifica en un primer estadio por Lombardi Villauri con el fin del cristiano,
o con la plenitud no reductiva del ser, “la forma perfecta dada la totalidad, la síntesis de todo
lo que el hombre es”. Posteriormente, en sus obras más recientes, se produce una expación
de la idea de pleroma al punto de cubrir con ella “la plenitud no reduccionista del ser, humano
y no humano, en sus dimensiones materia-natural, histórico-cultural y personal-espiritual, en
sus explicaciones conservativas y procesal creativa”. De aquí se deriva el abierto interés por
las problemáticas bioético-médicas, animalista, ambiental, etc.
Otra nueva frontera de la Filosofía del Derecho contemporánea está representada por la
actual teorización acerca de la proyección del multiculturalismo en el Derecho. En término
multiculturalismo cubre un amplio abanico de contenidos semánticos, y de hecho puede ser
usado, o bien en un sentido puramente fáctico y descriptivo, con la finalidad de designar
cierto tipo de sociedad, caracterizada por la presencia y la convivencia en su seno de grupos
culturales diversos, o bien en un sentido normativo, en cuyo caso el multiculturalismo
identificaría un modelo político, o un ideal jurídico-político para cuya realización se requiere
la colaboración del Estado.
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Uno de los principios más importantes del liberalismo tradicional, como tuvimos la ocasión
de ver a propósito de la polémica que se desarrolló en el Reino Unido entre H.L.A. Hart y
Lord Devlin, es el clásico principio de la distinción entre la esfera pública, que incluye tan
sólo aquello que tiene relevancia política, y la esfera privada de la vida de cada ciudadano,
en cuyo ámbito recae todo lo que se refiere a la identidad particular del individuo (religiosa,
afectiva, sexual, etc.).
El principio de la separación de las dos esferas, que comporta, tanto para el Estado como
para las instituciones públicas en general, la prohibición de interferir en el ámbito de la vida
privada de los ciudadanos, se invoca por parte del liberalismo contemporáneo para sostener
la obligada neutralidad del Estado respecto a todo lo que encaja en el área de la “concepción
del bien” por parte de los ciudadanos.
Según este ideal, el Estado debe preocuparse tan sólo de garantizar a todos una igual
disponibilidad de aquellos “bienes primarios” fundamentales, que constituyen las
precondiciones necesarias para realizar cualquier “concepción” del bien particular a la que
pudieran aspirar los ciudadanos, en la variedad de su identidad, al tiempo que ha de
mantenerse en cambio neutral en el plano del desarrollo de las identidades particulares.
En los primeros años de la última década de los noventa el ideal multiculturalista encontró
su plena expresión en una serie de estudios. Particularmente significativa, en nuestro ámbito,
está siendo la contribución de Joseph Raz.
Sus estudios que se han proyectado en los ámbitos de la Filosofía moral, de la Filosofía del
Derecho y de la Filosofía política, encuentran unidad, en el marco de la Fiosofía de la razón
práctica o Filosofía práctica. Los tres ámbitos mencionados de la Filosofía práctica serían, en
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Según Raz, el campo de las razones del actuar no estaría totalmente dominado por la
subjetividad, en la medida en que debe revestir una adecuación al caso, esto es una
razonabilidad.
• Las razones normativas, que son las que deberían orientar la acción de un modo
adecuado a las circunstancias existentes.
• Las razones explicativas, que dan cuenta del porqué de una determinada acción.
• Las razones excluyentes (exclusionary reasons), esto es, razones para no actuar por
ciertas razones; se trata de razones que estarían situadas en un nivel distinto, superior
a las otras, por lo que no entrarían nunca en colisión.
Sobre este trasfondo la Filosofía del Derecho abordaría investigaciones de carácter lógico-
conceptual, mientras que la Filosofía moral y la Filosofía política desarrollarían, en cambio,
investigaciones de carácter sustantivo.
El respeto por las personas exige para J. Raz que cada uno pueda seguir sus inclinaciones,
con el único límite impuesto por las necesidades de la cooperación social y la igualdad de
oportunidades. Tal propuesta, a la que no es ajena la valoración del contexto cultural de
pertenencia, le lleva a sostener una particular versión de multiculturalismo, el llamado
multiculturalismo liberal, entendido como un “precepto normativo” que justifica la promoción
y alienta a la prosperidad de las minorías culturales, al tiempo que requiere el respeto debido
a su identidad.
La alternativa multicultural de Raz, así como su defensa política del pluralismo cultura, se
fundamentan sobre dos juicios de valor: la idea en cuya virtud la libertad y el desarrollo de
los individuos dependen de su plena y libre pertenencia a un grupo cultural, vital y respetado;
y el pluralismo de los valores, esto es, el reconocimiento de que no existe tan sólo una única
cultura válida o una sola forma de vida moralmente aceptable, sino que bien pueden resultar
justificadas distintas culturas, al igual que están disponibles para las personas muchas formas
de vida aceptables, con sus respectivas prácticas y valores, pese a que, entre sí, estas
culturas y formas de vida en ocasiones llegues a ser incompatibles.
La pertenencia a una cultura es para Raz esencial en tres sentidos: ante todo, porque sólo a
través de las prácticas y del horizonte de significado que suministra una cultura a los
individuos estos pueden elegir y discernir las opciones que dotan de sentido a sus vidas. En
segundo lugar, el hecho de compartir una cultura (por tanto un lenguaje dado, un cierto
conjunto de valores sociales, una tradición, etc.) facilita la comprensión entre las persona, y
por tanto es una prerrequisito de la socialización. En última instancia, la pertenencia a un
determinado grupo cultural es uno de los más importantes factores que determinan el sentido
de la propia identidad.
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Para Joseph Raz, el Estado liberal, lejos de mantenerse neutral, debería, por el contrario,
volver a reclamar para sí la tarea de promover la moralidad y el bien común de sus
ciudadanos, bien común que, tal y como se ha apuntado, no se puede alcanzar de manera
individualizada, al margen de las comunidades culturales, que son las únicas que
propiamente pueden dotar de significado, valor y reconocimiento a los fines del sujeto.
Por decirlo con los términos de que se sirve el profesor de la Universidad italiana de Trieste
Edoardo Clebo: “Sobre el trasfondo constituido por los procesos de globalización, el desafío
que el multiculturalismo plantea a la democracia contemporánea está constituido por la
necesidad de considerar a los ciudadanos como iguales, sin dejar de contemplar sus distintas
exigencias: por un lado, respetar la identidad de cada individuo con independencia de su
sexo, raza o etnia; por otro lado, tutelar prácticas y formas de vida sostenidas. No se trata
sólo de igualar las condiciones de existencia, sino de proteger, incluso a través de eventuales
beneficios reequilibratorios, la integridad de las formas de vida de quienes resultan de algún
modo en desventaja, por pertenecer a alguna minoría e impedir que el sistema democrático
se mantenga ciego, no sólo antes las diferencias sociales, sino también frente a las
diferencias culturales. El principio de paridad de tratamiento debe así valerse de programas
políticos, en condiciones de equilibrar la universalización de los derechos subjetivos, en una
política sensible a las diferencias culturales, tutelando la integración de los individuos incluso
en relación con la forma de vida que es constitutiva de su identidad.
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