Está en la página 1de 5

Populismo y democracia en América Latina: convergencias y disonancias

Introducción

Democracia recibe siempre una calificación altamente positiva, mientras que populismo lleva consigo las
más de las veces una fuerte carga peyorativa. La mejor prueba de esto es que ningún populista acepta ser
catalogado como tal, pero a todo el mundo le encanta ser considerado democrático. Mi cometido aquí es
pasar revista a algunas caracterizaciones de la democracia y el populismo en la literatura dedicada a ellos
en América Latina, y a la gravitación que en esas caracterizaciones tienen o han tenido algunos
acontecimientos políticos en algunos países de la región.

Democracia y populismo: conceptos y situaciones, proximidades y distancias

Los debates sobre la democracia, sus características y alcances se reavivaron en la década de 1980 en el
marco de las llamadas transiciones a la democracia. Se instaló a lo largo del S XX en gran parte del mundo y
no sólo en América Latina, la idea de que un régimen democrático implica –además de la libre e igualitaria
participación de los ciudadanos en la elección del gobierno y de quienes ocupan los principales cargos
públicos, y el reconocimiento institucional de derechos, libertades y obligaciones iguales e universales- la
eficacia del entramado institucional para mejorar la calidad de vida de la población y del ejercicio de la
ciudadanía. Identifica en la democracia una virtualidad reformadora, con un sentido de progreso, de la
realidad socioeconómica, simplemente como corolario del principio del gobierno de las mayorías. En
particular se afirma la responsabilidad del poder político en la promoción de las condiciones materiales y
culturales requeridas para el pleno ejercicio de la ciudadanía y especialmente en la eliminación de las
desigualdades de hecho que conspiran contra ese ejercicio.

En contraste, las nuevas democracias posdictatoriales aparecieron como más circunscriptas a cuestiones
institucionales y a una separación típicamente liberal entre lo político y lo económico-social. En la medida
en que un conjunto amplio de relaciones y servicios sociales y culturales se trasladaba al ámbito del
mercado, la política fue marginada de la vida cotidiana de la gente y sustituida por la versión neoliberal de
la administración de las cosas. Sabemos que esta concepción sirvió para consolidar estructuras de
concentración del poder económico, preservar privilegios y ahondar las desigualdades sociales, cuestiones
todas abundantemente registradas en numerosos estudios. Las crisis que estallaron en varios países de
América del Sur a fines de la década pasada y comienzos de la actual fueron detonadas por el
funcionamiento de esas democracias de mercado y las recomendaciones del Consenso de Washington, esas
crisis forzaron la salida anticipada de muchos de los gobiernos. Después de las experiencias
latinoamericanas de mediados del siglo pasado, el populismo reapareció como tema de estudio y debate en
el marco de las reformas estructurales de la década de 1990.

El populismo como fenómeno complejo

La sociología política latinoamericana de la segunda mitad del siglo pasado puso el acento en lo que el
populismo significó como expresión de la crisis del capitalismo primario exportador y de la sociedad que
este había producido. El populismo fue visto asimismo como una respuesta a esa crisis por la vía de la
incorporación al mercado de trabajo y de consumo, a acciones institucionales de promoción económica y
social y al ejercicio activo de la ciudadanía, de clases y sectores sociales hasta entonces marginadas o
subordinadas.

En la variedad de autores, en todos ellos destaca la interpretación del populismo como un fenómeno
multidimensional, producto y articulación de un conjunto amplio de elementos en escenarios particulares.
Varios de esos ingredientes eran preexistentes y el populismo los resignificó. En este sentido lo realmente
novedoso y eficaz del populismo, el modo específico de articulación política de los mismos, por más que
desde una perspectiva analítica sea posible proceder a su desagregación.
I.-) En lo que toca a sus bases sociales, el populismo es policlasista. El peso mayoritario de los asalariados
urbanos y rurales y el campesinado, de los pobres y los empobrecidos, es complementado con el apoyo de
sectores medios urbanos en ascenso e incluso elementos aislados de la burguesía orientados hacia el
mercado interno. De estos sectores más acomodados surgen normalmente los principales dirigentes
iniciales de la experiencia. La incorporación de las masas al populismo tiene lugar con marcados rasgos de
clase y ejercicio activo de derechos de ciudadanía. Es en consecuencia una coalición policlasista en la que
las clases trabajadoras y los grupos medios desempeñaron papeles mucho más activos y posiciones de
poder más relevantes que en las experiencias tradicionales de dominación oligárquica, pero en función de
una orientación de reformas adaptativas más que de transformación estructurales.

II.-) Conjugación de mecanismos de democracia representativa, participación social y plebiscitaria. La


desconfianza hacia los partidos políticos o el parlamentarismo no es exclusiva del populismo pero presenta
en él aspectos particulares. El populismo confronta con las estructuras partidarias preexistentes por
motivos más pragmáticos: esas estructuras forman parte de las configuraciones de poder con las que se
enfrenta, o compiten con él por la movilización y la organización de los mismos sectores sociales a los que
las organizaciones del populismo tratan de incorporar a sus filas, y que a veces tienen más experiencia en
esos terrenos. Pero en la medida en que actúan en escenarios de democracia representativa, los
movimientos y organizaciones de orientación populista no tienen más alternativa que organizar sus propios
partidos políticos y participar de la competencia electoral.

El populismo crea o reconoce espacios y canales de relación directa de la conducción política con las
organizaciones de representación categorial de sus bases sociales: sindicatos, cámaras empresarias,
organizaciones de reclutamiento identitario. Tampoco en esto es original el populismo. El margen de
autonomía efectivamente disponible para los trabajadores y sus representantes sindicales depende de su
experiencia y habilidad negociadora con la conducción política, del tipo de inserción en el proceso
productivo o de circulación, de sus experiencias anteriores; con estas características, el populismo fue visto
también como un experimento de institucionalización, al mismo tiempo que acotamiento, del conflicto
social.

En el populismo, si se va a hablar de clientelismo, es en todo caso una relación mediada por estructuras
orgánicas objetivas: agencias gubernamentales, sindicatos, ligas campesinas, organizaciones no
gubernamentales: en consecuencia los beneficios obtenidos son presentados, y vistos, como conquistas
populares y producto del ejercicio de derechos, y como aspectos de determinadas políticas públicas.

III.-) Una estrategia de acumulación extensiva, entendiéndose por tal el acento puesto en la ampliación del
mercado de trabajo, incorporación de nuevos recursos materiales, financieros y humanos a los procesos de
producción, expansión de la frontera agrícola, incremento de los volúmenes de producción, desarrollo de
nuevas ramas de la industria, ampliación de la cobertura de los servicios sociales y de la educación, pero
con menos énfasis en el incremento de la productividad, la eficiencia, la innovación. La orientación
reformista del populismo implicó la introducción, por acción del Estado, de algunas modificaciones
importantes en la asignación de los recursos: redireccionamiento del crédito, reforma agraria,
nacionalizaciones, promoción industrial, mayor espacio para la organización de los sectores trabajadores y
medios, políticas sociales de cobertura universal o expandida. Con ello se buscó dar satisfacción a un arco
amplio de demandas de los trabajadores y los sectores medios así como a los requerimientos de fuerzas de
trabajo calificada para el mercado laboral. Es en general es admitido que, la macroeconomía del populismo
presentó convergencias evidentes con una variedad de enfoques que en la misma época venían siendo
puestos en práctica por las principales economías capitalistas.

IV.-) Derivado de lo anterior, la ampliación del papel del Estado en la regulación y orientación del proceso
económico y del conflicto social, incluyendo su intervención activa en áreas vistas hasta entonces como
exclusivas del mercado, y la nacionalización de recursos y áreas considerados estratégicos desde la
perspectiva de los objetivos perseguidos. Esta expansión de las capacidades y recursos estatales se expresó
asimismo en una importante concentración de decisiones en el poder ejecutivo.

V.-) Una ideología altamente movilizadora, legitimadora del cambio y las demandas sociales, que enfatiza el
principio de soberanía popular y la unidad sustancial del pueblo. La ideología populista concibe a la política
como una relación de lucha entre proyectos antagónicos en los que se juegan destinos colectivos; reconoce
el conflicto social pero tiende a presentarlo en términos éticos más que de intereses o de clases. Pueblo no
es una categoría sociológica sino política. La ideología del populismo es antioligárquica, o antiélite, más que
antiburguesa; no critica al capitalismo pero sí al capitalismo voraz, o especulativo, o egoísta, o inhumano.
En esta ideología el poder político actúa como garante de la unidad popular, todo lo que divide es extraño
al pueblo, el enemigo es siempre un enemigo externo.

VI.-) Una especie de republicanismo práctico en cuanto levanta la bandera de la primacía de los intereses y
el bienestar del conjunto (pueblo, nación, patria) por encima de los intereses y los privilegios particulares, y
se expresa en la institucionalización de un arco amplio de derechos sociales y económicos y de regulaciones
públicas.

VII.-) Finalmente, la transformación de la cultura política por el reconocimiento de la dignidad de lo popular


que se expresa en el ejercicio de derechos, en la apertura de espacios políticos y sociales, materiales y
simbólicos a la participación amplia de los nuevos actores. Esto se advierte en el incremento de
movilizaciones, demandas, reclamos, a través de los cuales la gente hace sentir su presencia en las nuevas
instancias y ámbitos de participación ciudadana, en la ocupación física de espacios públicos hasta entonces
transitados por las clases medias y altas, en las nuevas formas de sociabilidad, en el surgimiento de nuevas
expresiones literarias y artísticas, en las transformaciones del lenguaje cotidiano.

Populismos unidimensionales y neopopulismos

El populismo dejó de ser visto como la articulación particular de una variedad de ingredientes
históricamente situados para convertirse en el nombre, y a veces el adjetivo.

Según Hermet –para quién el populismo es un rasgo del dirigente antes que un tipo de régimen político- la
característica central es la ausencia de una visión de largo plazo; el dirigente populista está dispuesto a
incorporar a la agenda política cualquier fantasía o ensoñación de la gente, aun a sabiendas que la
realización no es posible, porque lo fundamental es juntar la mayor cantidad posible de votos, y después se
verá. Hermet pasa por alto que las primeras experiencias de planificación en esta parte del mundo tuvieron
lugar durante regímenes considerados populistas. Para otros autores lo definitorio del populismo es su
mala política macroeconómica que se desentiende de los equilibrios y los fundamentos de la teoría
neoclásica y antes o después deriva en severas crisis. Otras veces, el populismo es simplemente una
ideología de exaltación de las virtudes cívicas y la pureza moral del pueblo, al que el dirigente se vincula
simbólicamente dejando al margen a los partidos y otras estructuras políticas racionales, como estrategia
para captar los votos determinados de sectores socialmente más vulnerables, y ganar y ejercer el poder. En
estos casos destaca la fuerte gravitación del dirigente y el personalismo de su condición política.

Así unidimensionalizado, el populismo resulta cargado de valoraciones negativas a partir de un doble


referente teórico-político no siempre explicitado: la teoría política liberal y la teoría económica neoclásica.
Para otros autores, en cambio, el populismo es un modo de interpelación política que constituye
discursivamente al pueblo en una relación de confrontación con el bloque de fuerzas en el poder.

En la versión de Ernesto Laclau el pueblo del populismo es una construcción discursiva a partir de las
demandas, quejas y reclamos que diferentes actores formulan con independencia de sus respectivas
posiciones en la estructura social. En este sentido, argumenta Laclau, la política es siempre populista
porque la lucha política siempre plantea ese tipo de oposición. Pero si la política es siempre populista,
porque siempre plantea un conflicto entre los de abajo (pueblo) y los de arriba: ¿cuál es la especificidad del
populismo?.

La constitución discursiva de dos universos antagónicos en los que la parte se asume como el todo no es
exclusiva del populismo; hace a la naturaleza de la política en tanto competencia y lucha por el poder. La
reducción del populismo a una estrategia o estilo de acción política y de discurso, o el peso exagerado
asignado a estos elementos, permitieron extender el concepto a una variedad de experiencias de gobierno
que eran la antípoda de o que hasta entonces había venido siendo considerada la dinámica política
característica del populismo latinoamericano.

El acento puesto en los estilos del liderazgo, en la transferencia de atribuciones legislativas al ejecutivo, en
la trasgresión a ciertos estilos y convencionalismos de la democracia representativa sirvió de puente
simbólico para unificar bajo el rótulo de “neopopulismo” políticas, estrategias, visiones y efectos opuestos
en circunstancias diferentes. El neopopulismo neoliberal metió en la misma bolsa la promoción del
crecimiento industrial y el desmantelamiento industrial, la nacionalización de las industrias, los servicios y
los recursos básicos y la privatización de esas mismas industrias, servicios y recursos; el impulso al empleo
productivo y a la organización sindical y la promoción de la flexibilización laboral y los despidos masivos, las
políticas sociales universales y los planes asistenciales de emergencia; la acumulación extensiva y la
acumulación excluyente. Frente a este panorama, tiene sentido la afirmación de Roxborough acerca de la
inutilidad de la categoría populismo.

El populismo latinoamericano, inicialmente interpretado como el equivalente de los procesos de


democratización fundamental e integración social, es presentado ahora como una política de
enfrentamiento radical a las democracias de mercado y al capitalismo neoliberal.

Democracias de transformación

Las crisis económicas y políticas que estallaron en varios países de América del Sur a fines de la década
pasada e inicios de la actual crearon condiciones para que los procesos electorales permitieran el acceso al
gobierno de nuevas coaliciones de fuerzas. Los populismos clásicos o viejos del S XX, que se creía liquidados
por sus propios fracasos, por las reacciones conservadoras y los golpes militares y más recientemente por el
neoliberalismo, y sucedidos por los neopopulismos del consenso de Washington, resucitarían ahora.

A su vez, estas experiencias formarían parte de un aparente giro de orientación de la política


latinoamericana hacia lo que algunos califican de nueva izquierda, otros de centro izquierda, otros de
izquierda moderna, por diferencia con la vieja izquierda comunista, socialista, revolucionaria,
anticapitalista, pero que al mismo tiempo presentaría algunas reminiscencias de los temas del populismo
del siglo pasado: estímulo a la organización y la movilización social, nacionalización de empresas y recursos
estratégicos, ampliación de las regulaciones e intervenciones del Estado, articulación entre partidos
políticos y organizaciones sociales, mayor margen de autonomía en política exterior, un discurso que ponía
énfasis en la soberanía popular como garante de la soberanía nacional.

La conflictividad de los escenarios sociales se proyectó sobre lo sistemas políticos. Los gobiernos
comprometidos en la ejecución del programa neoliberal cayeron como efecto de convulsiones sociales,
debieron concluir sus mandatos antes de los plazos estipulados o perdieron las siguientes elecciones.
Partidos de larga trayectoria abandonaron el centro de una escena política que habían hegemonizado
durante décadas y tuvieron que competir con nuevas organizaciones en desventaja. Pero en lugar del
proclamado fin del Estado o de la democracia dio paso a una recuperación de las capacidades regulatorias y
de intervención del Estado y a estas variantes de democracia insurgente sobre las que cobrarían forma los
populismos radicales. Se trata de gobiernos y regímenes políticos que podemos caracterizar como
democracias de transformación.
Lo genéricamente democrático refiere a un conjunto de variables y procedimientos referidos a la
participación ciudadana en la elección y renovación de los cargos políticos, a la conceptualización misma de
la población como pueblo de ciudadanos, a la vigencia efectiva de derechos y deberes garantizados por el
control de los medios de coacción por un Estado legitimado por el origen del poder que él institucionalizaba
en la expresión libre de la voluntad ciudadana, y a la codificación de todo esto en textos constitucionales
elaborados y redactados en asambleas públicas convocadas y elegidas.

La diferencia específica radica en que se trata de democracias orientadas a la transformación de las


relaciones preexistentes de poder a través de la reasignación de recursos económicos e institucionales,
materiales y simbólicos, e incluso a una nueva construcción estatal, en la medida en que el Estado es
siempre expresión de una estructura de poder. En todos ellos la conflictividad se potencia, porque lo que
está en juego es el reemplazo del esquema de poder hasta entonces establecido y su sustitución por otro.
En consecuencia, las democracias de transformación son democracias de conflicto, y la intensidad del
conflicto está vinculada a la profundidad y alcances de las transformaciones intentadas, a las resistencias
que se le oponen, y a los estilos y las trayectorias de los actores que se ubican a uno y otro lado de las
líneas de fractura.

Las llamadas transiciones a la democracia de los años 80 y 90, por el contrario, regresaron a una versión de
la democracia que limitó su virtualidad transformadora de las relaciones de poder social y económico,
democracias restringidas. En virtud de ese acotamiento los regímenes autoritarios de los que se estaba
saliendo fueron encarados en términos político-institucionales, quedando al margen los intereses sociales,
económicos e ideológicos que habían promovido. La democracia no sólo pasó a convivir con la preservación
de altos niveles de concentración del poder económico y exclusión social, sino que incluso en lo político-
institucional tuvo que admitir severas limitaciones.

Populismos y política representativa

Los populismos tienen una relación incómoda con la política representativa, pero no con la democracia. La
pregunta relevante que habría que tratar de responder es por qué los regímenes considerados populistas
plantean estos tensionamientos por arriba y por abajo con los formatos teóricos de la democracia
representativa, y qué matriz de relaciones se teje entre procesos sustantivos y explicitaciones formales.

Los populismos radicales, como el populismo en general, plantean una situación ambigua respecto de la
política representativa: son producto de su crisis pero al mismo tiempo los mecanismos de la democracia
les permiten llegar al gobierno; participan de la dinámica de partidos pero la incorporan a una matriz
formal tanto como informal de articulaciones con organizaciones sociales que adquieren un notorio
protagonismo público y que reivindican y ejercen autonomía respecto del poder político en una variedad de
cuestiones. Recurren a las elecciones para ratificar liderazgos que ya existen en los hechos.

Para porciones mayoritarias de la población pobre, campesina, indígena, para los jóvenes y las mujeres,
para los trabajadores, los criterios y los formatos del liberalismo actúan menos para promover su libertad y
sus derechos que para preservar los mecanismos de su opresión. Pero también depende, en el populismo
como en todos los regímenes políticos, de la calidad del liderazgo y de la existencia de mecanismos y
criterios y controles que contribuyan a optimizar esa calidad.

Las disonancias entre populismos y política representativa pueden ser vistas también como efecto del
formalismo y las limitaciones de la segunda para dar cuenta de la dinámica de la política en momentos en
que lo que se discute es la titularidad efectiva del poder también efectivo, y no ya, las formas en que ha de
administrárselo. Los conflictos que el populismo radical de nuestros días expresa y a los que busca dar
solución son de esta índole: no se trata de reformar el Estado sino de crear un Estado a partir de una nueva
constelación de relaciones de fuerza que aún está en proceso de consolidación.

También podría gustarte