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¿Educar es adoctrinar?

Joaquín Castillo Vial


Subdirector IES / @jcastillovial

La ministra Marcela Cubillos anunció la semana pasada un proyecto de ley que buscará
sancionar el adoctrinamiento político en los colegios y jardines infantiles, lo que generó una
airada respuesta por parte de miembros de la oposición. El diputado Gabriel Boric, por
ejemplo, emplazó a la secretaria de Estado y le preguntó si el proyecto incluiría también el
adoctrinamiento religioso, crítica a la que se sumaron otras voces del Frente Amplio y el
Partido Comunista. El proyecto, sin embargo, es acotado: no responde a la existencia de
interpretaciones divergentes sobre episodios históricos complejos o sobre la transmisión de
distintas visiones de mundo, sino a una treintena de denuncias que habrían llegado al
Mineduc desde el estallido de la actual crisis. Algunas de esas denuncias incluyen videos de
niños muy pequeños repitiendo a gritos “¡Renuncia Piñera!” o coreando “El pueblo unido
jamás será vencido”.
Más allá de la polémica suscitada, este episodio refleja dos problemas principales.
¿De verdad que los diputados del FA no ven inconveniente alguno en que niños pequeños
confiados a establecimientos del Estado repitan, azuzados por sus profesores, “el que no
salta es paco” como si fuera una enseñanza inocua? En la misma línea, e independiente de
las críticas que pueda merecer la gestión del presidente, ¿realmente no consideran
inapropiado el grito de “Piñera, cobarde, tus manos tienen sangre” o la petición de
renuncia, todo esto gritado por escolares dentro de sus salas de clases? ¿Están los padres de
acuerdo con que a sus hijos se enseñen esas frases en el colegio? ¿Está considerado dentro
del plan educativo de dichas instituciones, o es una escapada de tarros de unos pocos
docentes? ¿No debiera haber también allí una preocupación de los diputados mencionados?
Si vemos en la actual crisis dificultades en las formas de ejercer la autoridad y un déficit de
nuestro sistema político, no podemos evadir episodios de esta envergadura y preferir, en
cambio, un enfrentamiento con la ministra de turno (por insuficiente y tosca que haya sido
su estrategia). Además, que la sala de clases se transforme en un centro de consignas
debiera despertar una preocupación transversal: los cánticos y eslóganes no se dirigen solo
al gobierno de turno, sino a instituciones que los distintos poderes del Estado debieran
cuidar y respaldar.
El segundo problema es quizá más profundo, y refleja el modo en que se ha
enfrentado el debate educacional en las últimas décadas. Al comparar la denuncia de la
ministra con la enseñanza religiosa, los diputados de oposición equiparan cualquier
proyecto educativo con adoctrinamiento. No cabe duda de que todo proceso de formación
tiene ese riesgo, pero, ¿no es una equivalencia demasiado rápida? ¿No hay posibilidad,
acaso, de que educar sea una labor de transmisión de una cierta visión de mundo sin que
ello implique esa grave acusación? Todo proceso de enseñanza busca transmitir algo: sea
una habilidad, como la lectura o las operaciones aritméticas, o un conocimiento particular,
como la historia. Esas enseñanzas, a su vez, están cruzadas con una visión específica del
mundo, donde lo que se comprende como bueno o malo resulta fundamental. En todo este
proceso, el juicio que se hace de la historia nacional, de un canon literario o de las
instituciones que componen una sociedad es muy relevante, y todo esto está lejos de ser
neutral. Es importante, por lo tanto, saber desde y hacia dónde se está educando, pues en
ello se juega, realmente, el futuro de nuestra sociedad. ¿Dónde está el límite, para los
parlamentarios que critican a la ministra, entre educación y adoctrinamiento? Es poco lo
que se ha dicho al respecto, ya que la discusión sobre educación se ha mantenido a nivel de
estructuras y financiamiento, y pocas veces se llega a conversar acerca de lo que sucede en
la sala de clases. Por último, el desprecio con que parece observarse la educación religiosa
desconoce, por un lado, el rol que han jugado las iglesias en la historia de Chile como
sostenedoras de instituciones de distinto tipo, como también el lugar que ocupa el
cristianismo entre las fuentes intelectuales de occidente.
La educación ha estado desde hace muchos años en el centro del debate político, y
todo indica que seguirá estando en ese lugar. Esperemos que las discusiones sobre el
sistema que queremos abandonen las consignas gritadas al son del adoctrinamiento y vaya,
ahora sí, a una mejor comprensión de lo que significa educar.

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