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Esto último -además de ser triste- da apertura al tema, ya que allí fue donde
escuché por primera vez que alguien me marcara con fines de bajar mi ánimo e
insultarme en función de las dicotomía normal y no normal. En esos tiempos no
entendí muy bien la magnitud de aquello, pero hoy lo veo de forma lúcida. Mis
padres pusieron a condición de su cariño ser un “HOMBRE”, con todo lo que eso
tiene impreso, no sólo virilidad -eso era lo menos-, sino fundamentalmente en
actitudes de fuerza, poca cariño, insensibilidad y seriedad; querían un objeto del
cual sentirse orgullosos en una sociedad patriarcal.
Nacer y crecer en una de las regiones más conservadoras de México, para mí,
una persona no heterosexual, significó una infancia donde mis compañeros de
preescolar me seguían al baño para molestarme, para encerrarme mientras yo
estaba dentro y no poder salir hasta que ellos se retiraran; desde mi infancia
rechacé y nunca me sentí parte de esa masculinidad con la que mis compañeros
de preescolar me hacían temer ir al baño. Desde mi infancia me rodee de niñas y
sentía seguridad solo estando con mi hermano porque no sentía comodidad
estando con niños que se burlaban y hacían chistes sobre mí.
Mi época de primaria no resultó ser diferente, sino que desde el primer día me
hicieron sentir incomodidad por mi forma de ser y expresar. Recuerdo el receso,
ese tiempo libre entre clases, donde el espacio representaba miedo al pensar que
podía encontrarme con el machito que aprovechaba cualquier momento para
gritarme “joto”, “puto”, “pinche gay”.
Conclusiones
Referencias