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Ronald Lauder (Nueva York, 1944) es presidente del congreso judío mundial, pero es
además la fuerza motora que pelea desde hace 30 años por la restitución de obras de
arte expoliadas por los nazis. Fundador de la Comisión para la recuperación del Arte y
de la Neue Galerie de Nueva York, Lauder no oculta su frustración ante lo que
considera falta de voluntad política de Europa en la reparación del expolio nazi. La
crítica es especialmente afilada para España, a la que acusa de incumple su
responsabilidad a la hora de investigar y restituir obras robadas. Ex embajador,
coleccionista e influyente representante de la comunidad judía, recibe a este diario en
un despacho de un lujoso hotel de Berlín, rodeado por un séquito y una seguridad
propias de un jefe de Estado.
P. Usted cree que los Cassier van a ganar el caso. ¿Por qué?
R. Porque está muy bien documentado que ese cuadro pertenecía a la familia
Cassirer. España defiende que ha habido prescripción adquisitiva, [la figura legal que
protege a quien haya poseído un objeto de forma pacífica e ininterrumpida], a pesar
de que sea considerado arte robado según los principios de Washington. España
debería haber reconocido que devolver el cuadro es lo correcto y lo debería haber
hecho hace tiempo.
P. ¿Cómo podría el Gobierno español impulsar las restituciones?
P. ¿Cree que Alemania, el país que debería servir de ejemplo arrastra los pies?.
R. Hay voluntad política, pero las acciones no concuerdan a menudo con las palabras.
Me temo que los museos alemanes no quieren hacerlo porque significa digitalizar
5.000 colecciones y dejar al mundo que vea lo que tienen. Es mucho trabajo y pueden
perder muchas obras, pero al final, todo se reduce a una pregunta. ¿Están dispuestos
a hacer lo correcto?
R. Pero deberían hacer más. Han pasado 20 años desde los principios de Washington
y este asunto no ha sido resuelto. A menudo, vemos que los países solo reaccionan a
casos como el de Gurlitt.
La Fundación argumenta que en 1993 adquirieron el cuadro sin que existiera “el mínimo
indicio de mala fe”, al barón Thyssen-Bornemisza. “La compraventa se llevó a cabo con
la máxima publicidad y repercusión públicas”, recuerda la Fundación en una nota, donde
explica que el estudio la legitimidad en el momento de la compraventa “no reveló
ninguna irregularidad”. El barón había comprado a su vez el cuadro en 1976 en la galería
Stephen Hahn de Nueva York y había formado parte de exposiciones internacionales.
Pero en el año 2002, la familia Cassirer reclamó el cuadro tras enterarse de que estaba
en Madrid. En cualquier caso, el museo madrileño sostiene que “habría adquirido la
propiedad por prescripción, por el transcurso de tres años de posesión pacífica e
ininterrumpida con buena fe y justo título”.
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