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Informe de lectura

La vida consagrada del mañana

Yeisson Villanueva Valencia

Dirigido a

Pbro. Yimi Fabián Navia

Seminario Conciliar María Inmaculada

IV de etapa configuradora

Derecho Canónico

Garzón – Huila
2020
La vida consagrada del mañana

Víctor M. Martínez M., S.J.

La renovación de la vida consagrada impulsada por el Concilio Vaticano II ha sido una de las

dinámicas más claras en la línea de continuidad de lo vivido desde el Concilio hasta nuestros

días. Y es en éste concilio donde por primera vez se toca este tema sobre la vida consagrada con

tato acento. La motivación del autor del artículo es señalar cómo el documento conciliar, en su

motivación y dinamismo, su espíritu y fuerza, su normatividad y doctrina, ha alimentado y

animado a la vida religiosa para responder a los retos y desafíos que el mundo le ha venido

presentando a lo largo de estos años. Presenta varios puntos donde puntualiza el camino a seguir

de renovación, basados en la fidelidad a Dios demostrado en la escucha del Espíritu Santo, en

comunión con la Iglesia.

Fidelidad: la adecuada renovación a la vida religiosa. Se ha de tomar las disposiciones dadas por

el Concilio como un aire de renovación para el bien de este estilo de vida en la entrega fiel a

Cristo, buscando dar una mirada a las fuentes, una vuelta al origen; se trata de un nuevo

comienzo. La renovación propuesta por el Concilio apuntaba a realizar la integración entre la

riqueza de la herencia recibida y la adaptación a los cambios y trasformaciones de los tiempos.

Este proceso de renovación revitaliza y anima a muchos consagrados en su seguimiento de Jesús.

Se trata de responder con nuevos aires y nuevo impulso a los interrogantes ¿de dónde venimos?

¿quiénes somos? ¿qué hacemos? ¿para dónde vamos? El Concilio apuntaba así a responder a la

búsqueda de sentido de la identidad propia de la vida consagrada.

Fidelidad a Jesucristo. Es su Persona, su ejemplo, norma de vida para los consagrados, es su

fundamento; renovar hoy la vida consagrada respondiendo a lo pedido por el Concilio Vaticano

II, exige fundamentarla en Jesucristo: sentido único de nuestro modo de ser y de proceder.
Fidelidad al carisma congregacional. Siendo llamados por Dios a un estilo de vida especial, no

deben olvidar que no son religiosos por sí mismos, sino que están unidos a una comunidad que

posee un carisma especial. Por eso deben ser fieles a la Iglesia desde la congregación a la cual

están unidos; Tal fidelidad reside en reconocer que son consagrados en virtud del don, del regalo

que hace Dios a la humanidad, y en comunidad, entregarse a Dios, por medio de la Iglesia. El

deseo del CV II es que la fidelidad a la congregación exija, cree, mantenga y estimule relaciones

fraternas que contribuyan en la realización de la hermandad desde el carisma que se ha confiado

como don, el cual con amor debe darlo a los hermanos.

Fidelidad a la Iglesia. El campo de acción donde se coloca al servicio los dones de cada

consagrado desde su comunidad es principalmente en la Iglesia. Es allí donde se garantiza la

plena comunión con el querer de Dios manifestado por el Espíritu Santo; también es en la Iglesia

donde siguiendo las normas establecidas por la misma, pueden trabajar en la obediencia,

comprendiendo así, que su labor no se realiza de forma aislada, sino en comunidad, y para la

comunidad eligiendo dónde debe estar apoyando la acción evangelizadora cada comunidad con

su carisma especial, que iniciado por su fundador, tiene como objetivo, servir donde la Iglesia así

lo disponga, o lo necesite.

Fiel a la misión. El llamado de todo cristiano es a la misión, con mayor razón los consagrados

comunican su experiencia de vida, su seguimiento de Jesús, a todas las gentes. El consagrado no

es otra cosa que servidor de la misión de Cristo. Su misión hoy no puede desconocer el diálogo

con los otros, la justicia y la cultura. Está llamado a responder a un mundo que necesita

construirse a partir del encuentro, la convivencia, la concertación, el arte de sabernos escuchar.

No es alguien que se encierra en sí mismo, que no comparte su vivencia del evangelio; es alguien

que entrega su vida por los demás, tanto en la oración, como en la misión de comunicar a Cristo
a sus semejantes, e incluso a quienes no lo conocen y más aún, a quienes no los quieren conocer

de manera innovadora, capaz de penetrar en los corazones más lejanos del mensaje de salvación.

Fidelidad a los consejos evangélicos. Cada comunidad posee un carisma especial, el cual

contribuye a la evangelización en la Iglesia; pero todas deben observar y tener como norma base

irremplazable, los consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia. Exige dejarlo todo,

darlo todo por amor a Dios y a su Reino. Se trata de vivir la dinámica del vaciamiento: el

religioso ha de vaciarse de todos los bienes e igualmente vaciarse de sí mismo. La pobreza

evangélica se pone al servicio de los pobres. Por amor dejarlo todo y darlo todo por aquel que lo

llama, buscando la libertad del espíritu desapegando de su vida los bienes que le puedan robar la

paz. Exige un amor radical en la castidad, donarse al Señor por completo, buscando una madera

perfecta de amar, no dejando mutilada su historia personal, ni desconociendo su condición

pecadora; debe donar esa parte de su ser por el Reino de los Cielos. Como Cristo es obediente al

Padre, así debe considerarse la virtud de la obediencia en los consagrados, reconocer con fe en la

voz de la Iglesia la voluntad de Dios y llevarla a cabo con amor.

En fidelidad al Concilio, un camino por recorrer. El deseo del Concilio es que los religiosos

descubran su identidad, que aprecien su autenticidad y que en libertad amen su el llamado hecho

por Dios entregarse por Él. En un camino difícil, secularizado, debe afianzarse en su

convencimiento de quienes son, valorar verdaderamente su carisma y en la importancia del

llamado para que así puedan afrontar los desafíos que el mundo presenta, que en muchas

ocasiones van en contra del mensaje redentor de Cristo.

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