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La Persona Como ser Trascendente

Unidad 1 - Fase 1- Reconocer la importancia de la de la alteridad.

Fase Individual

Presentado por

Juan Carlos Núñez Pérez

Grupo 80004_13

Tutor

Juan Gerardo Calderón

Universidad Nacional abierta y a distancia UNAD

Escuela de Ciencias Básicas, Tecnología e Ingeniería

CEAD Sahagún

16.06.2020
Ensayo sobre los elementos más importantes de la lectura, la OVI y el video propuesto en
esta guía.

La alteridad (la existencia del otro) siempre complica la existencia del yo, 1 por eso la forma más

adecuada de hablar de ella es el nosotros. Seguimos siendo nosotros en la oposición, en la

exclusión mutua, en la guerra.

La alteridad es el reconocimiento del otro dada la necesidad de la interacción y comunicación que

se establece en el ser humano. Dentro de los ambientes en los que se desarrolla la alteridad se

encuentra la enseñanza formal, donde hay una interacción entre dos individuos: educador y

educando. Esta interacción se reconoce como elemento generador de transformaciones,

acercamientos y conexiones entre lo que se conoce, se enseña, se aprende y, de vital relevancia,

entre lo que se es y se percibe. Desde esta perspectiva, es necesario reflexionar sobre la noción de

alteridad que tiene el educador – entendiendo a este como sujeto formador y consciente del otro

de manera más puntual - como también, sus prácticas educativas. El lugar de análisis en el que se

desarrolla estas deliberaciones es el aula de clases, puesto que es el sitio donde la interacción

tiene cabida, y dado el papel que posee la escuela en relación con el reconocimiento, la formación

y el pensamiento crítico. Se hace un reconocimiento del otro como ser que aporta a la experiencia

propia.

Identificar las necesidades del “otro” a partir de sus experiencias, permite la construcción de

saberes, donde la escuela puede dinamizar el proceso educativo, para así transformar la

enseñanza y convertirla en un proceso de acciones y libertades individuales que generan un bien

colectivo. Lo anterior permite fomentar un proceso donde el individuo – en este caso particular

“el educando” - se interrogue, se cuestione, sea capaz de analizar y observar lo que lo rodea y

crear sus propios conceptos. De esta manera, se inicia un proceso de carácter investigativo desde
la alteridad, de reconocimiento del otro, lo cual implica tener como objetivo una construcción de

saberes colectivos de sí mismos y de aquello que nos rodea.

La observación empíricamente comprobable de la existencia de un gran plexo de experiencias

migratorias que no caben en la clásica definición del lugar. Se suele entender el lugar como un

recurso discursivo y político que permite a cualquier ser humano formar parte del mundo social

(ciudad, país, región geográfica, etcétera); recurso que va desde el manejo del idioma hasta el

ejercicio de la ciudadanía y la pertenencia al Estado y al todo social y político, pasando por

compartir ciertos rasgos culturales e incluso una historia común. En este sentido, el lugar es el

billete para ingresar a y permanecer en un determinado mundo social. Por eso, todo lugar es un

lugar común que permite, por ejemplo, reclamar, defender y ejercer derechos de manera legítima

dentro de un mundo social. Afirmar que “yo soy de este lugar” equivale a decir que tengo

derechos en la comunidad política. Estas son algunas características esenciales de lo que

llamamos en este artículo la “clásica definición de lugar”. Sin embargo, en nuestro mundo

globalizado, un número cada vez mayor de seres humanos no disponen de dicho recurso, ya que

se ven atrapados en una especie de limbo geográfico (en fronteras, en tránsito, en campamentos

de refugiados), jurídico y político: se encuentran en situación de exilio, desarraigo, refugio,1 y

como sin-Estado. Dada la imposibilidad de dar cuenta de todos estos casos, el artículo se enfoca,

de manera genérica, en presentar la necesidad y algunos esbozos de una nueva hermenéutica2 que

llamamos “hermenéutica tópica ambivalente”, orientada.

Solemos asociar el término comunidad a la idea de algo en común, y sin embargo la definición no

deja de resultarnos incompleta. O tal vez la pregunta sea otra: ¿eso en común es previo o

posterior? ¿Provenimos con algo en común o adscribimos a algo en común? Si fuera algo

posterior, deberíamos admitir la existencia previa de una unidad cerrada llamada el individuo, o

sea, aquello que no se puede dividir y que en sus capacidades se encuentra el hecho de ser sujeto
de una serie de propiedades que puede poseer. Muchos individuos encuentran ciertas propiedades

que los ponen en común con otros: una nacionalidad, una creencia, una tradición. O como dice

Roberto Espósito, “tienen en común lo que les es propio, son propietarios de lo que les es

común”, generando sin embargo de este modo una clara paradoja, ya que suponemos que “lo

propio” y “lo común”, como mínimo, se oponen. Si es propio no es común, y si es común no es

propio. Esta perspectiva sobre la comunidad la disuelve en ser entonces una mera articulación

entre individuos que ponen lo propio en una serie de intercambios. Lo común es siempre

secundario porque lo prioritario es aquello que subyace a toda propiedad: el yo. El individualismo

es  también una metafísica.

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