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DECLARACIONES INSPIRADAS QUE

NOS CUESTA ENTENDER Y ACEPTAR

Leroy E. Beskow

En la Biblia y en los escritos de Elena G. de White, hay un buen número de


declaraciones que la mayoría de los intérpretes hacen silencio, porque no las entienden o
porque el prejuicio no les deja ver el verdadero significado. Lógicamente, quien escribe no
está libre del problema. Pero, como la verdad es progresiva (Prov. 4:18), y como no todos
tenemos los mismos dones e intereses, nuestro deber moral es compartir los conocimientos,
mientras recibimos gustosos los que otros descubrieron antes; “hasta que todos lleguemos a
la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Efe. 4:14). A continuación
presento sólo los que creo de más importancia para nuestro pueblo y para nuestra salvación.

LA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA

“Dios entregó a hombres finitos la preparación de su Palabra divinamente


inspirada”.1 “Todo lo que es humano es imperfecto”. 2 “El hombre es falible, pero la
Palabra de Dios es infalible”. 3 ¿Cómo se entiende que la unión de escritores falibles,
den como resultado el Libro “infalible”?

Este ejemplo nos puede ayudar: Los discípulos estaban seguros que Cristo
regresaría en su tiempo. Por eso Pablo escribió: “No todos dormiremos [...] nosotros
seremos transformados” (1 Cor. 15:51,52). Sabemos que esto no se cumplió en sus días.
Pero muchos creen que no es un error, porque dicen que el apóstol se refería a nuestros
tiempos. Pero la Hna. White lo niega, porque dice que “los discípulos se equivocaron en
cuanto al reino que debía establecerse”, por “haber aceptado errores populares”.4 Y
Pablo pudo entender la profecía, recién 28 años después de ser llamado al apostolado (años
34 al 62: Fil. 3:11).
¿Entonces la Biblia contiene errores? Los profetas sí, pero la Biblia ¡jamás! ¿Acaso
las Escrituras no venían diciendo que el Mesías no vendría, sino después de la profecía de
los 2300 años; y que esta profecía no la entenderían sino recién en los tiempos finales (Dan.
8:14; 12:4,8-10)? Por lo tanto, este error escrito bajo la inspiración divina, está para
confirmarnos que la Biblia no se equivoca.

1
Todo el énfasis en negrita es y será mío.
Elena G. de White, Mensajes selectos, vol. 1, (Mountain View, California: Publicaciones
Interamericanas, 1966), p. 18. En adelante será MS.
2
Ibíd., 1:23.
3
Ibíd., 1:487.
4
────, El conflicto de los siglos, (CS), (M. View: Pub. Inter., 1955), p. 401.
2

Si la Biblia es “la luz mayor”, ¿por qué Jesús dijo que “no hay mayor profeta que
Juan el Bautista” y que él “es más que un profeta” (Mat. 11:9), siendo que él no es uno
de los escritores del Canon sagrado?

Fue Elena G. de White, quien dijo que ella es “una luz menor”, y la Biblia “la luz
mayor”.1 Esto no quiere decir que hay grados de inspiración, pues la declaración de Lucas
7:28 dice así: “Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan
el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él”. Con esto, Jesús
dio el golpe de muerte a la teoría de los grados de inspiración, pues dijo que Juan el
Bautista no es menor ni mayor que otro profeta, sea que esté en el Canon o fuera de él. La
razón es muy simple: Todos los profetas de Dios fueron guiados por la misma Fuente de
inspiración divina.
Para Elena G. de White, cada escritor del sagrado Canon es como un “eslabón [...]
de la cadena de la verdad”.2 Pero, como vimos que los profetas son falibles, la “luz” de
ellos es mayor cuando se sujeta a la de los demás profetas (1 Cor. 14:32; Isa. 28:13); es
decir, cuando cada eslabón se une a la “cadena” de “la luz mayor”. Elena G. de White no es
“cadena”, sino sólo un eslabón. Sólo será cadena si se la une a los demás profetas. Lo
mismo sucede con Moisés, Daniel, Pablo y Juan, porque ningún profeta es “Cadena”. La
Hna. White dice que incluso podemos unir a todos los eslabones del Antiguo Testamento,
manteniéndolos separados del resto de la Cadena, y seguirán siendo una “luz menor”. Dice
que son una “luz menor, porque resplandeció una luz más plena y gloriosa […] con la
predicación del Evangelio”.3
Por lo tanto, Juan el Bautista y Elena G. de White no son profetas menores ni
mayores. Pero su “luz” es mayor cuando se los une a la Cadena sagrada. Y “más” que los
demás profetas, ambos cumplieron la labor especial y única, de anunciar personalmente, ya
al fin de los tiempos, la venida de Cristo en persona: Juan el Bautista la primera venida,
para el fin del Israel literal; y la Hna. White la segunda venida, para el fin del Israel
espiritual ─ella estará con los resucitados en la resurrección especial, antes de la venida.4
Lamentamos que, porque Elena G. de White dijo ser una “luz menor”, algunos de
nuestros hermanos dicen no creer en los Testimonios, y separan esta cita de las
explicaciones que da el resto de la Revelación.

LA DEIDAD

1
MS, 3:32.
2
CS, p. 367.
3
────, Cada día con Dios, (Buenos Aires: ACES, 1979), p. 244.
4
CS, p. 695; ̶ ̶ ̶ ̶ ̶ ̶ E. de White, ¡Maranatha: el Señor viene! (MSV), (Bs. Bs.: ACES, 1976), p. 279.
3

Si Cristo dijo: “No soy yo solo [monos], sino yo y el Padre que me envió (Juan 8:16),
por eso al hablar de los dos empleó la palabra plural “somos” (10:30); y que el
Espíritu es “otro” Consolador (14:16), ¿por qué en Deuteronomio 6:4 dice que Dios es
“uno”?

Parece una clara contradicción, ¿verdad? Y muchos caen en ella por “indoctos e
inconstantes” (2 Ped. 3:16). Pero en ninguna parte de la Biblia y los Testimonios, se dice
que la Deidad es una unicidad absoluta que está constituida por un solo Ser. Por eso Jesús
rechazó claramente esta clase de monoteísmo, originado en la creencia judía de que sólo el
Padre es Dios verdadero, y cambiado por el catolicismo en un Dios único de tres personas
relativas o aparentes.
En Deuteronomio 6:4 “Dios” está en plural ‘Elohim; y la expresión “uno” es ekjád,
de la raíz akjád, con dos acepciones: “Juntar, “unir” una pluralidad; y “separar”, “elegir”
uno de una pluralidad. La Deidad bíblica nunca es yakjíd: Único, solo, solitario de unicidad
absoluta. Por eso Dios es una unidad plural; como lo es un matrimonio (ekjád: Gén. 2:24) y
una familia, donde cada persona es un ser que lleva el apellido; y la suma de esos seres
sigue teniendo el mismo apellido en singular. ¿Por qué? Porque sigue siendo una sola
unidad ekjád. Y por eso creemos que el Padre es “Dios”, el Hijo es “Dios”, el Espíritu “es
Dios”; y el Nuevo Testamento nos dice que los tres (la Trinidad) nunca es “Dioses”, a
pesar que son “los tres Seres más santos del cielo”. 1 Simplemente Dios es uno, porque “los
tres Seres” divinos forman una unidad ekjád llamada “Dios”. Lamentamos que algo tan
sencillo se lo haya transformado en un misterio que lleva dos milenios.

Si Dios el Padre nos ama tanto, ¿Por qué los profetas revelan que Él no se acerca a los
redimidos como Cristo, para estar junto a ellos?

Cuando Cristo venga con la gloria del Padre para buscar a los suyos, “el Padre de
misericordia, aguardará en los mismos portales del cielo para darnos la bienvenida”. 2 Pero,
al acercarnos a la ciudad, él ascenderá al “trono alto y sublime” (Isa. 6:1), hacia donde,
luego de la bienvenida, ascenderá Jesús para hablar con él; y de donde luego descenderá
solo para estar con los santos en la calle de la ciudad. 3
Podemos examinar todas las revelaciones de la vida celestial, para confirmar que
nunca los profetas vieron al Padre junto a los redimidos. ¿Por qué, a pesar que nos ama
“tanto” (Juan 3:16)? La razón es porque, al ser el único que desde el pacto que se hizo en

1
────, Manuscript Releases, 7: 267.2.
2
────, Review and Herald, 21-9-1886; Francis Nichol, ed., Comentario bíblico Adventista del 7º Día,
(CBA), vol. 7, (M. View: Pub. Inter., 1990), p. 962; White, Joyas de los Testimonios, (JT) vol. 3, (Bs. As.:
ACES, s.f.), p. 432; CS, p. 704. Elena G. de White no contradice Mateo 25:31, porque allí se habla de “todos”
los ángeles que cumplen deberes en el planeta Tierra.
3
CS, p. 704,705.
4

la eternidad, mantiene “toda la plenitud de la divinidad corporalmente”,1 su tremenda


gloria no permite que se lo pueda ver bien. Y cuando el Hijo se acerca a él, su gloria no
permite ver el rostro de ninguno de los dos.2 Por esta razón es que tampoco será el Padre
quien se acerque a coronar a Jesús, al recibir su reino al fin del milenio; y por eso, la gloria
igual al Padre que manifestará entonces el Hijo, se verá sólo por un momento. De lo
contrario, tampoco podríamos verlo a él “cara a cara” sin dificultad. 3 Esto explica también
porque la “sala del trono del rey de reyes”, de donde parte la luz que ilumina la ciudad y sus
alrededores, está sobre un edificio a manera de “torre” (Miq. 4:7,8. Ver Sal. 78:69; Isa.
6:1),4 “muy por encima de la ciudad”, 5 a fin de que la gloria de Dios, “siete veces” más
luminosa que la de nuestro sol (Isa. 30:26), no encandile a los salvados ni sea un problema.

“Pues si David [al Mesías] le llama Señor, ¿Cómo es su Hijo?”

Es la pregunta de Cristo que todavía los teólogos judíos no han podido responder…
y muchos de nosotros. Él tradujo YaHVeH (o Jehová, el Eterno) y Adón (Señor), de esta
manera: “Adonai [Señor]… Adonai” (Señor) (Mat. 22:45). Si “Señor” es el Eterno, no
puede ser un “Hijo”; y si es “Hijo”, no puede ser adorado como Jehová. Pero aquí no hay
ningún enigma; como tampoco lo hay cuando Pablo dijo: “Mi hijo Onésimo, a quien
engendré en mis prisiones” (Fil. 10). En este caso, no fue su hijo engendrado de su
naturaleza, sino por llegar a ser fiel discípulo. Así también nosotros, que ya existimos,
llegamos a ser verdaderamente “hijos de Dios” sólo si creemos en él (Juan 1:12,13). Por
supuesto, hay una diferencia: Nosotros llegamos a ser “hijos” engendrados de Dios
espiritualmente, después de vivir unos pocos años. En cambio, Cristo, para darnos ejemplo,
hizo este “pacto” de ser “Hijo” del Padre, siendo tan eterno como él (Miq. 5:2), y sin
derivar de su existencia de alguna manera (Isa. 43:10,11. Aquí es Dios en mayúscula, pues
no es verdad que los dioses hechos por el hombre no existen después de Dios).
En ninguna parte de las Escrituras, se dice que Jesús es Hijo engendrado del Padre
por naturaleza; y por lo tanto, que al nacer como Hijo del Hombre, fue engendrado por
segunda vez, como dice la Iglesia Católica. Él es “Hijo de Dios” y “Cordero” inmolado
desde antes de la creación de este mundo (Apoc. 13:8), no por hecho, sino por “pacto
eterno” (Isa. 55:3; 1 Crón. 17:13-15), ya existiendo “eternamente ” con el Padre como
principal del universo (Prov. 8:23,24). Por eso es al único de los seres celestiales, que ya
siendo “hijos de Dios”,6 el Padre profetizó acerca de él: “Yo seré a él Padre, y él me será a
mí Hijo” (Heb. 1:5). Es verdad que en un sentido llegó a ser Hijo como nosotros al

1
────, El evangelismo (Ev), (Bs. As.: ACES, 1975), p. 446.
2
────, Primeros escritos (PE), (M. View: Pub. Inter., 1966), p. 92.
3
CS, p. 727.
4
────, Profetas y reyes, (PR), (M. View : Pub. Inter., 1957), p. 13.
5
CS, p. 722.
6
────, El deseado de todas las gentes (DTG), (M. View, Calif.: Pub. Inter., 1966), pp. 688,689; El
discurso maestro de Jesucristo DMJ, (M. View, Calif.: Pub. Inter., 1957), p. 94.,
5

encarnarse. Pero el “pacto eterno” revelado a David, sólo se cumplió cuando Jesús resucitó
en santidad, como fiel discípulo de Dios; y por lo tanto como nuestro “coheredero” (Hech.
13:33,34; Rom. 1:4; 8:17), por la resurrección de los muertos. Es decir, con el mismo título
(huiós) que recibiremos nosotros en la resurrección (Luc. 20:36).
Algunos de nuestros hermanos quieren regresar al tiempo de nuestros pioneros,
cuando este conocimiento estaba “en pañales” ─como decía la Hna. White─ 1, y se olvidan
que “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta llegar al
pleno día (Prov. 4:18).

LA NATURALEZA DEL HOMBRE

En una parte, la Biblia presenta al hombre como una unidad, que llama “alma”
(traducida mayormente como “ser” y “persona”: Hech. 2:41,43; 3:23; 7:14; Rom.
13:1), y en otra parte no sólo hace una separación entre “el alma y el cuerpo” (Isa.
10:18; Mat. 10:28; 3 Juan 3:2), sino que también dice que el alma está “dentro” de él
(Sal. 42:5; Job 14:22; Lam. 3:20). ¿Somos una unidad o no?

Sí, somos una unidad, pero no indivisible, como algunos afirman, pues la muerte es
el proceso inverso a la creación del hombre (Gén. 2:7): El espíritu o aliento de vida se
separa del cuerpo y va a Dios que lo dio; el cuerpo no va a Dios, sino a la tierra, y el alma
no va al cielo ni a la tierra, sino que muere en pocos segundos en el mismo lugar donde
estaba (Sal. 146:1,4). Así que somos una unidad de tres partes. Y a pesar de que la única
vez en que la Biblia dice que habla de “todo” nuestro ser (holókleron: todas las partes),
nombra a las tres partes: cuerpo, espíritu (de vida) y alma (según Génesis 2:7),
generalmente los comentadores señalan dos: Cuerpo-alma o cuerpo-espíritu. Pero admiten
que en la muerte tienen que ser tres, que van a los tres lugares ya señalados. Y por eso,
Elena G. de White cita mayormente 1 Tesalonicenses 5:23, según leemos en Génesis 2:7.
Ahora bien, el “alma” (heb. néfesh y gr. psujé) no es un tercer elemento que Dios
agregó, y menos un ser, como se dice por influencia griega, sino que es el resultado de la
unión de los dos primeros. Y según la Hna. White, Génesis 2:7 debe entenderse así:
“Después, el Dios personal y existente de por sí infundió en aquella forma el soplo
de vida, y el hombre vino a ser criatura viva e inteligente”.2
Esto es muy esclarecedor. Ahora el alma ya no es sólo un “ser” o un “hombre”; un
cuerpo humano que vive, o directamente: “vida”, como traducen erróneamente varias
versiones bíblicas, sino la vida inteligente; la vida consciente: cuerpo1 + vida2 = ser
inteligente3. Este tercer elemento es el “alma”, que la poseen el hombre, y en cierto grado
1
El Ministerio Adventista, (Bs. As.: ACES, mayo-junio 1981), pp. 54,55.
2
────, El ministerio de curación, (MC), (M. View: Pub. Inter., 1959), p. 323.
6

los animales (néfesh jayyah:Gén. 1:20, 21,24, etc.); pero no los vegetales, que son sólo la
unidad doble: cuerpo + vida = existencia sin alma o entendimiento. ¿Entendemos por qué
somos una unidad triple?
Siendo así, podemos entender por qué, según la Biblia, somos y tenemos “alma”, es
decir, somos inteligentes o tenemos inteligencia. Cuando dormimos o estamos en estado de
coma, somos seres que fuimos inteligentes, pero en esos momentos no tenemos conciencia,
porque el “alma” (la inteligencia) no funciona. Por eso Jesús comparó la muerte ─es decir,
a la ausencia del alma─, al sueño. Así que, según el punto de vista en que lo veamos, somos
“alma” y tenemos “alma”. ¿Hay alguna incoherencia aquí? Claro que no.

EL PECADO

¿Por qué Jesús nació “bajo la ley” (Gál. 4:4), y Dios “lo hizo pecado” (2 Cor. 5:21) al
tomar “la doliente naturaleza humana caída, degradada y contaminada por el
pecado”?1 ¿Por qué, aunque purificó a su pueblo como “vaca alazana”, al mismo
tiempo contaminó al santuario (Núm. 19), incluyendo la Deidad en el santísimo
celestial (Lev. 16:14-16; Heb. 9:23,24), y sin embargo, permaneció como sacrificio
perfecto porque no hubo pecado en él (1 Juan 3:5)?

Éste es un tema incomprendido. Y para los teólogos no adventistas, que entienden


menos, es una doctrina que rechazan abiertamente. Pero lo que leyó, realmente está en la
Biblia, y los Testimonios lo confirman. ¿Cómo se entiende esto? Porque desde el siglo II, a
todos los pecados se los pone dentro de una sola bolsa. De ahí que Lutero creía que los
niños que no eran bautizados iban al infierno (¿Mat. 19:14?).
Las ceremonias del santuario terrenal, nos enseñan que para los pecados había dos
clases de expiaciones: Para los pecados de ignorancia (también involuntarios), y para los
pecados de culpa (hechos a sabiendas o por descuido). Según Levítico 4 al 6, los de
ignorancia se expiaban sólo ante el altar del sacrifico. Y el sacerdocio debía comer del
sacrifico para que llegara a ser parte de su naturaleza, hasta el día del juicio ─recuerde que
el sacerdocio representaba lo que experimentaría Cristo en su naturaleza, que se
contaminó─. Y así como se oficiaba con las ofrendas de agradecimiento, esta sangre no
debía rociarse hacia el velo, es decir hacia la ley ofendida.
Esto se cumplió cuando Jesús ofreció el perdón para los que no saben lo que hacen
(o no pueden evitarlo 2 Cor. 8:12), en el momento cuando los clavos atravesaban sus manos
(primera expiación).2 Por eso, de los niños en su inocencia es el reino de los cielos, a pesar
de haber nacido “en pecado” (Mat. 19:14; Sal. 51:5). Y también de Jesús, porque nació con
naturaleza pecaminosa y “participó de lo mismo” que los paidíon (infantes en su inocencia:
Heb. 2:14), hasta saber “desechar lo malo y escoger lo bueno” (Isa. 7: 14-16); y no fue
1
CBA, p. 1169; YI, 20-XII-1900.
2
DTG, p. 694.
7

culpable por esto. Tampoco fue culpable de nacer en un cuerpo mortal y degradado por
4000 años, que Dios nunca quiso en la perfección del universo. Pero “no hubo pecado” en
él, porque en la Biblia, generalmente el “pecado” de que se habla y que es el que se
condena, es el pecado de culpa. Éste es el pecado que Jesús no participó en su naturaleza, y
por lo tanto, no necesitó de esta expiación por sí mismo, hasta cuando cargó en él nuestros
pecados y exclamó “Consumado es” (segunda expiación).
Por último, los pecados que ensuciaron al Sacerdote y al santuario celestial, en el
lugar santísimo (Lev. 16:14-16), también son los involuntarios, ya que la Deidad no lo pudo
evitar (2 Cor. 8: 12). Cristo mismo se vio forzado a “transgredir” la ley que dice que las
culpas del pecado las debe llevar sólo el transgresor (Deut. 24:16; Eze. 18:20. Ver por esta
clase de transgresión en Mat. 12:5); y toda la Deidad participó de esta “carga” ajena por
amor al hombre. Los mundos no caídos son testigos de esto, pues además de la
contaminación del lugar santo, por causa de los justificados, esta contaminación
involuntaria sigue ensuciando al Santísimo, hasta que todo el pecado, sea de inocencia o de
culpa, se lo cargue al originador del mal al fin del milenio. Será entonces cuando el
santuario será rectificado y purificado (tsadác: Dan. 8:14).

¿Es correcto que un padre eche de su casa a su hijo, por un acto de desobediencia; y
no conforme con esto, le quite el derecho de ser “hijo” suyo? Si piensa que es un error,
¿por qué Dios hizo esto con Adán y Eva?

Porque un padre terrenal educa a sus hijos para vivir en un mundo de pecado. En
cambio, Dios educa a sus hijos para vivir eternamente, en un universo que no puede existir
un solo “virus” pecaminoso. Como su gobierno no se funda en la fuerza y el temor, sino en
el amor y la convicción de que Dios es justo, en Nahum 1:9 el Señor asegura que el “virus
maligno” del Edén, con todos sus resultados, no volverá a existir, justamente por esta
manera tan estricta y meticulosa de enfrentar el pecado.
Aunque, para evitar que el mal y sus terribles consecuencias llegaran a ser eternas,
el Creador impidió después a Adán y Eva que se acercaran al árbol de la vida, en el mismo
día que Dios dijo que los iba a destruir (Gén. 2:17) les ofreció el plan de salvación. “Se les
iba a conceder un tiempo durante el cual, por la fe en el poder que tiene Cristo para salvar,
podían volver a ser hijos de Dios”.1 Como se arrepintieron antes de la puesta del sol, 2 se
libraron de la muerte segunda, pero no de las consecuencias hasta la muerte primera. Por
eso murieron en Cristo.
Todos somos “hijos de Dios” por ser descendientes de Adán, “hijo de Dios” (Luc.
3:38). Pero en el pleno sentido, para ser herederos del reino eterno, sólo podemos serlo si
creemos plenamente en el Señor (Juan 1:12,13). Si nos cuesta aceptar esto, pensemos en el
resultado del pequeño pecado que se cometió en el Edén. Entonces, no es una exageración,
1
PR, p. 502.
2
────, Patriarcas y profetas, (PP), (M. View: Pub. Inte4r., 1955), p. 44.
8

ni un error que el Señor proteja a su reino eterno del “virus” contagioso y mortal del
pecado; incluso cuando éste se interna en los que él tanto ama, poniendo en peligro la
estabilidad de su reino.

Muchos creen que “no somos pecadores porque pecamos, sino que pecamos porque
nacimos pecadores”. ¿Entonces, Lucifer y Adán y Eva pecaron porque fueron creados
pecadores?

Este dicho se extendió entre nosotros al comienzo de los años 70, por un
movimiento adventista pro evangélico, y se generalizó una década más tarde. Lo que llama
la atención es que lo repite “el pueblo de la Biblia”, sin preguntarse en qué lugar de las
Escrituras se lo puede leer.
En primer lugar, Lucifer y Adán y Eva fueron creados perfectos en todo sentido
(Eze. 28:15; Gén. 1:31). La Hna. White escribió: “El pecado es un intruso […]. Si se
pudiera encontrar alguna excusa en su favor o señalar la causa de su existencia, dejaría de
ser pecado”,1 y la culpa recaería sobre el Creador.
En segundo lugar, en ninguna parte de las Escrituras, ni en los Testimonios, se dice
que nacemos “pecadores” (heb. kjattá: pecador, ofensor, culpable), sino “en pecado” (kjet’),
que es muy diferente. En Salmos 51:5 dice: “Y en pecado [kjet', no kjattá] me concibió mi
madre”. “Así la muerte pasó a todos los hombres [¿por qué?], por cuanto todos pecaron”
(Rom. 5:12). Ésta es la causa que confirma el rey David y los demás profetas ((Sal. 14:3;
53:3); Isa. 24:5,6; 2 Cor. 10:3), ya que nadie es culpable de pecado por los pecados de sus
ascendientes (Deut. 24:16; Eze. 18:20). El que nace en el pecado, permanecerá sin culpa
hasta que ceda a su naturaleza pecaminosa (2 Cor. 10:3), no antes. El apóstol Santiago es
bien claro en esto (Sant. 1:13-15); y Pablo también lo es: “Ninguna condenación hay para
[…] los que no andan conforme a la carne” (Rom. 8:1). Por eso, como vimos, Jesús nació
con naturaleza mortal y “en pecado”, pero “ninguna condenación” hubo en él, porque no
fue pecador; y por eso también de los niños es el reino de los cielos hasta que sean
consciente de sus actos (Mat. 19:14).

EL PLAN DE SALVACIÓN

¿Cómo somos justificados? Pablo dice en una parte, “por fe sin las obras de la ley”
(Rom. 3:28; Efe. 2:8,9), y en otra parte, por ser “hacedores de la ley” (Rom. 2:13); y
Santiago dice “por las obras, y no solamente por la fe” (Sant. 2:24).
1
CS, 546,547.
9

¿Quedó confundido? Santiago es claro, y nos dice que no somos justificados


(perdonados) “solamente por la fe”, como se dice desde Lutero, sino “por la fe”. Pablo
parece contradictorio, pero en realidad es más específico y claro. Él se dirige a los
judaizantes de Roma, que para ellos, la “ley” era la torah, donde estaba el Decálogo y las
leyes ceremoniales que explicaban cómo salvarse. Así que Pablo dice que somos salvos por
fe, siendo “hacedores” de las leyes de la torah que son para la salvación (que en el N.T. no
están en decretos ni ceremonias, sino por el evangelio), pero nunca por guardar el Decálogo
de la torah, o alguna obra donde podamos gloriarnos. No es que Dios no quiere que
guardemos los Diez Mandamientos, sino que él sabe que antes del perdón es perder el
tiempo, porque no podemos (Rom. 8:7). En cambio, el justificado que dice que permanece
en Cristo y no guarda la ley, está mintiendo (1 Juan 2:4), porque con él “no puede pecar”
(3:9). Sólo podrá hacerlo, soltándose de la mano del Todopoderoso (Fil. 4:13). Y sabemos
que no hay justificado que no vuelva a pecar (Ecle. 7:20. Clara advertencia a los
evangélicos).
Pero, ¿cuáles son esas “obras” que debemos cumplir para ser justificados, y que no
son de la Ley ni podemos gloriarnos en ellas? Aquí llegamos al punto en discordia, donde
algunos niegan que para este acto de fe tengamos que hacer alguna obra, porque dicen que,
según Filipenses 2:13, si hubiera algo que hacer, lo haría el Espíritu Santo.
Pero el texto dice así: “Ocupaos [katergázomai: obrar, trabajar, producir] en vuestra
salvación con temor y temblor. Porque Dios es el que en vosotros produce da poder para
obrar (energeo), de energés así el querer como el hacer por su buena voluntad”.
Observe cómo los traductores han cambiado el significado de esta declaración
inspirada tan conocida. Pablo no dice que sólo hay que tener fe, y el Espíritu se encargará
de todo lo que tendríamos que hacer nosotros, porque entonces, ¿para qué pide que
obremos en la salvación? En segundo lugar, no lo hace él, sino que nos da energía, poder,
para que nosotros podamos ser “los hacedores de la ley” de la gracia. ¿Cuáles son estas
obras no meritorias? Pablo se lo dijo al rey Agripa: “Haciendo obras dignas de
arrepentimiento” (Hech. 26:20 up.). Por eso Elena G. de White escribió:
“Hay muchos en el mundo cristiano que pretenden que todo lo que es necesario
para la salvación es tener fe; las obras no significan nada […]. Semejante fe será como
metal que resuena y símbolo que retiñe. A fin de tener los beneficios de la gracia de Dios,
debemos hacer nuestra parte; debemos trabajar con fidelidad, y producir frutos dignos
de arrepentimiento. Somos obreros juntamente con Dios”.1
Así como en el Antiguo Testamento los creyentes debían cumplir las ceremonias del
perdón en el santuario, pero nunca gloriarse pensando que porque las hacían, ellos se
salvaban, hoy no nos salvamos por reconocer nuestra necesidad de un Salvador
obedeciendo a la voz del Espíritu, por arrodillarnos y confesar arrepentidos nuestras faltas
con fe en la promesa del Salvador. Pero si no cumplimos fielmente estas obras, la gracia

1
────, Reavivamientos Modernos (RM), (Pub. Inter., 1974), p. 34.
10

gratuita de Cristo no nos justificará. Así que estemos en alerta: La salvación gratuita no es
una imposición divino-calvinista, sino un pacto (Heb. 7:22; 8:6; 9:15,20; 12:24) donde
cada uno debe cumplir su parte. Por eso, cuando el Carcelero de Filipos preguntó qué debía
hacer para ser salvo, Pablo no dijo: “No debes hacer nada porque es gratuito”, sino que le
dio las instrucciones del Señor que damos a los que desean el perdón y el bautismo (Hech.
16:31-33).

Si no es lo mismo cubrir un cuerpo sucio que limpiarlo totalmente, ¿por qué la Biblia
dice que la justificación es una vestidura (Isa. 61:10; Zac. 3:4; 1 Juan 1:9; Apoc.
22:14), y al mismo tiempo una limpieza total por medio de una nueva creación (Juan
3:1-7; Rom. 6:3-6; 2 Cor. 5:17,21)?

Para contrarrestar el error de la Iglesia Católica de que en la justificación Dios


cambia la naturaleza del hombre, cuando sabemos que esto se cumplirá en la venida de
Cristo (Rom. 8:23), Lutero propuso una justificación solamente legal, negando todo
cambio y toda limpieza del alma. Y desde entonces el perdón fue sólo una vestimenta, que
cubre el pecado por medio del arrepentimiento.
En primer lugar, nadie buscará a Dios (Rom. 3:11) ni se arrepentirá, a menos que el
Espíritu Santo produzca en nosotros metanoéo: “un cambio de mente”, “arrepentimiento”
(Hech. 3:19). Por lo tanto, no podemos negar que en la justificación hay un cambio; ni
podemos decir que “es distinta a la obra del Espíritu que nos transforma”, porque sí hay una
nueva creación espiritual (¿1 Cor. 5:17,21; Tito 3:5; 1 Juan 1:9?).
En segundo lugar, ya no estamos en tiempos de la Reforma, cuando todas las
actividades de la mente se las ponía dentro de una sola bolsa. Una parte es inconsciente
─incluye el subconsciente, porque también es inconsciente─, donde está grabado
químicamente lo que se hereda y todo lo que se llega a conocer en la vida: Es la
computadora humana. No se puede borrar o limpiar, porque es carne de nuestra carne. Y la
otra, que es el producto del cerebro y que es consciente, es eléctrica, y actúa sólo cuando
uno está despierto. Pablo le llama “el espíritu [neuma: lo que no se ve en los tomógrafos de
positrones] de vuestra mente” (nous); y es la única parte del cerebro que se renueva
totalmente (Efe. 4:23; Rom. 12:2; 1 Ped. 3:21; 1 Juan 1:9).1
La Revelación también le llama, la “conciencia” (1 Ped. 3:21; Heb. 9:13,14), el
“entendimiento” (Rom. 12:2. Ver Luc. 24:45; 1 Cor. 14:14,15,19; Fil. 4:7; Apoc. 13:18); 2
”la razón”,3 el “yo” (Juan 5:30; Gál. 2:20), la “voluntad” (Mar. 14:36 con Luc. 22:42), y el
“alma” (Juec. 16: 30),4 Por eso en Génesis 2:7, dice que el “alma” es el resultado del
cuerpo ─en este caso cerebral─ con la electricidad que proviene de la vida.
1
MS, 3:216.
2
Aquí vemos que el vocablo griego nous significa mente, y también la parte espiritual de ella, que es el
consciente.
3
────, Conducción del Niño (CN), (Bs. As.: ACES, 1964), p. 38.
4
────, A fin de conocerle, (Bs. As.: ACES), sábado 10 de abril.
11

Ahora que lo entendemos mejor, vemos por qué el perdón es una creación, y
también un cambio de vestiduras: En la justificación, nuestra naturaleza pecaminosa, que
incluye el cerebro, permanece igual hasta la venida. Pero la conciencia, que es la que toma
las decisiones de lo que ofrece el cerebro, es renovada; limpiada totalmente (metanoéo).
Por eso Dios le llama “nueva criatura”. Y esta nueva manera de pensar, cubre la carne
cerebral y todo el cuerpo pecaminoso, como si fuera una vestimenta totalmente blanca y
pura. Vemos que la Biblia no se contradice. Y sólo es verdad genuina si la aceptamos
totalmente.

Si la Biblia dice que en la justificación Dios nos salva “por el lavamiento de la


regeneración, y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5), ¿por qué en otra
parte dice que la santificación es el “fruto”, es decir, el resultado de esta liberación del
pecado (Rom. 6:22)?

Aquí no hay ninguna discrepancia bíblica. El problema está en nosotros, que desde
la década de los 70, escuchamos y leemos que la justificación es sólo una declaración
divina de justicia imputada. Y si hay algo que cambia en nosotros, es porque, junto con la
justificación, estaría obrando el Espíritu Santo la santificación. Por eso, nos cuesta aceptar
que la santificación venga como resultado de la justificación, como dice Pablo (Rom. 6:22).
Cuando en 1888 Jones y Waggoner dijeron que no querían la justificación
protestante, sino “la que nos hace justos”, porque “contiene en sí mismo ese maravilloso y
milagroso cambio conocido como el nuevo nacimiento”;1 y cuando Elena G. de White dijo
que esta verdad era nueva desde los días del Pentecostés, y “más abarcante” de la que se
conocía en todo el cristianismo, confirmó esta verdad diciendo con claridad:
“El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la
condenación”,2 pues la “justificación significa la salvación de un alma de la perdición para
que pueda obtener la santificación [...] Justificación significa que la conciencia [note que
no dice naturaleza, sino sólo la parte consciente de nuestra mente], limpiada de obras
muertas, es colocada donde puede recibir la bendición de la santificación”.3
Aquí nos está diciendo claramente por qué no está de acuerdo con la justificación de
Lutero, que pasó a Calvino, y finalmente a nosotros en la década de los setenta. ¿Por qué la
Hna. White no apoya la justificación sólo legal? Muy sencillo: Porque no hay un solo
pasaje bíblico que diga algo semejante. Por eso para ella, la justicia imputada no es una
simple declaración divina que se suma a la santificación. Y esta es la principal causa de la
revolución soteriológica que ocurrió en 1888:

1
E. J. Waggoner, Christ and His Righteousnes, (Oakland: P.P.P.A., 1890), p. 66.
2
DMJ, p. 97.
3
Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico Adventista del 7º Día, vol. 7, (M. View: Pub. Inter., 1990),
p. 920.
12

“La justificación es un acto de Dios [...] Esto incluye el perdón de todos sus
pecados pasados; la regeneración, o nuevo nacimiento; y en adición a todas estas
bendiciones, le imputa la justicia de Cristo”.1
Así que el proceso bíblico es: Pecado, arrepentimiento y confesión, regeneración de
la conciencia, imputación de justicia por ser ya justo (2 Cor. 5:21) y, como fruto, la
santificación (Rom. 6:22) hasta que volvamos a caer (Ecle. 7:20).
En cambio, la de la Reforma es: Pecado, arrepentimiento, imputación de justicia
legal, santificación en pecado y nueva creación gradual (un parto que nunca termina).
Sabemos que “justificar quiere decir perdonar”, y la santificación no es perdón ni la
segunda parte de la salvación, como viene diciendo Roma. Por eso Pablo dice que es el
“fruto” de la liberación (no sólo declaración judicial) del pecado (Rom. 6:22). Y como la
santificación es un proceso que no termina, sino que continuará en el cielo (Rom. 6:22 u.p.;
Apoc. 22:11), si la limpieza “de toda maldad” en nuestra conciencia no se produjera en el
perdón (1 Juan 1:9; 2 Cor. 5:17,21), sino lentamente en la santificación que no termina
porque continua en el cielo, estaríamos todos perdidos, pues los Testimonios dicen que
“cuando él [Cristo] viniere, no lo hará para limpiarnos de nuestros pecados”.2
Por eso la Biblia nos dice claramente que expiar significa sobre todo purificar
(Éxo. 29:36,37; Lev. 12:7; 14:18-20,31,53; 15:15; 16:16; Núm. 8:6,7,21, etc.). Y por eso
los adventistas somos los únicos que entendemos que en Daniel 8:14, nitsdaq, de tsadaq,
que significa justificar, también significa purificar: taher: Lev. 10:10; 12:8; 14:17; 16:30,
etc.), y zakak: Job 15: 14-16; 25:4; Prov. 16:2; 20:9; Isa. 1:16, etc.). Y por eso en el
santuario no había ningún lavatorio dentro del lugar santo de la tienda, sino en el atrio de la
justificación, junto al altar del sacrificio.
¿Por qué la santificación es el perfeccionamiento de la fe y la idoneidad para el
cielo, y no la limpieza del pecado ya realizado en cada perdón? Porque en la Biblia,
siempre que la limpieza es divina, es puntual (2 Rey. 21:13; 51:10,14,19; Isa. 1:25; Eze.
36:25,33; 37:23; Dan. 1:35; 12:10; Joel 3:21; Mal. 3:3; Juan 13:10; Heb. 10:22; 1 Ped.
1:22, etc.). No hay limpieza gradual individual, sino para la iglesia en su conjunto (2 Crón.
30:17; Sal. 24:4,5; 73:13; Prov. 20:9; Ecle. 9:2; Isa. 6:7, etc.). Y cuando en Hechos 15:9
leemos “purificando por la fe sus corazones”, debe decir “habiendo purificado” (partic.
aoristo 1º).
Podemos concluir, diciendo que en la santificación no hay nada que limpiar, porque
es permanecer en Cristo; y por eso aquí “no” se puede pecar, a menos que nos apartemos de
Jesús y volvamos a pedir nuevamente el perdón para caminar otra vez con él (1 Juan 3:9).
Sólo en el cielo la santificación no será interrumpida por el pecado (Ecle. 7:20). Por eso no
aceptamos que una vez justos, somos para siempre salvos; ni una vez santificados, somos
santos para siempre, pecando en Cristo.

1
White, This is the Way”, Review and Herald, 1939, p. 65.
2
────, Recibiréis poder, (Bs. As.: ACES, 1995), p. 98.
13

¿Es correcto creer que, aunque esperamos un juicio, podemos estar seguros de
nuestra salvación, porque somos creyentes y amigos del Abogado celestial?

Los evangélicos creen que Dios es Omnisapiente, y no necesita de un juicio para


saber si podemos ir al cielo o no. Además, dicen que pensar que nos espera un juicio, nos
quita seguridad en la salvación. Pero, ¿en qué basan ellos su fe? ¿Porque invocan al Señor
de la salvación, y lo aceptan como el mejor Abogado? “Muchos” de los que piensan así,
sufrirán un terrible chasco, pues el Abogado responde: “Muchos me dirán en aquel día:
Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre […]? Y entonces les declararé: Nunca os
conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mat. 7:22,23). Por lo tanto, Santiago
pregunta: “¿Podrá la fe salvarle?” (Sant. 2:14).
Sí, hay seguridad en la salvación, gracias al Salvador. Pero, por lo que vimos, lo que
nos da seguridad no está en lo que la mayoría cree. En primer lugar, no podemos negar que
nos espera un juicio, porque la Biblia lo dice con claridad (Dan. 7:10,26; Rom. 14:10; 2
Cor. 5:10). En segundo lugar, es verdad que Dios no necesita que haya un juicio. Pero la
seguridad de que la maldad no surgirá en el universo por segunda vez (Nah. 1:9), tiene su
base en la confianza en el gobierno de Dios. Y para esto, se requiere que todos seamos
testigos de lo que Dios hizo y hace.
Y en tercer lugar, la clave que nos da seguridad de la salvación ante el juicio, está
registrado en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. “Fiel”, porque cumple y cumplirá lo que
prometió. Y, la palabra clave: “Justo” (díkaios: recto, justo), porque cuando nos perdona
los pecados confesados, lo hace con estricta justicia, no en base a sentimientos; sólo en la
amistad, o con un falso arrepentimiento. Y así como la sangre salpicada en el santuario
terrenal, quedaba como un testimonio para el día del juicio, cuando todo debía ser
purificado, cada perdón de Cristo queda hoy registrado en el cielo para el día cuando el
Juez hará un juicio.
¿Cuál será la sentencia? Es fácil saberlo, y no queda lugar a dudas: Si no volvemos
a pecar ─y “no hay hombre justo [justificado] en la tierra que haga el bien y nunca peque”
(Ecl. 7:20; 2 Crón. 6:36), y por eso Cristo nos perdona más de “setenta veces siete”─, ¿qué
cambios hará la Justicia entonces de lo que hizo Jesús en cada perdón? Ninguno. Y si un
perdón de Cristo no fuera aceptado por algún error o injusticia, el Juez tendría que culpar
también a su Hijo. Por lo tanto, nadie que permanece en Cristo debe dudar de su salvación.
Sin embargo, también hay seguridad para todo aquel que se aparta de él:
“Más si el justo se apartare de su justicia […] ¿vivirá él? Ninguna de las justicias
que hizo le serán tenidas en cuenta [porque, aunque los registros de perdón también serán
leídos, no podrá oficiar el Abogado a favor de ellos…] por ello morirá” (Eze. 18:24).
¡Qué paz y seguridad trae a nuestro corazón saber que cada perdón ofrecido por
Cristo es realizado con tanta justicia, que no habrá necesidad de cambio alguno por el Padre
en el día del juicio!
14

¿Cómo se entiende esto?: Las Escrituras dicen que “no hay justo, ni aun uno” (Rom.
3:10), y por eso Cristo “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos
hecho” (Tit. 3:5). Pero también que hay hombres “justos” (Gén. 6:9; Deut. 16:19;
25:1; 1 Rey. 8:32: Sal. 1:5,6; Mat. 1:19; 5:45, etc.) que muestran su justicia por medio
de obras justas (2 Sam. 22:21; 2 Crón. 6:23; Eze. 18:20,22; 33:13,18; 1 Rey. 8:32; Sal.
7:8; Isa. 1:17). Y por eso, a los que buscan la salvación dice: “Haced justicia [...] si
vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isa.
1:16-18).

En Primer lugar, Puesto que no hay un solo justo, si la Biblia asegura que los hay, es
porque han sido “constituidos justos” (Rom. 5:19); “hechos justicia de Dios” por medio de
la justificación (2 Cor. 5:21). Sabemos que el perdón nos limpia “de toda maldad” en
nuestra conciencia (1 Juan 1:9) por medio de una verdadera y total renovación del
entendimiento (Rom. 12:2; 1 Ped. 3:21) ─en esto nos diferenciamos tanto de Roma como
de los evangélicos, que creen que esto se produce lentamente después, en la santificación─.
Pablo aclara que Cristo “nos salvó […] por el lavamiento de la regeneración y por la
renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Note que no dice para el lavamiento en la
santificación, sino “por el lavamiento” del perdón, pues nadie será salvo por las obras de la
santificación, que es el “fruto”, el resultado de la justificación, y no su segunda parte (Rom.
6:22).
En segundo lugar, los pecadores que continúan en naturaleza corrompida, pero
teniendo la voluntad renovada, pueden hacer “obras de justicia” gracias al poder y la
capacitación del Espíritu, como vimos en Filipenses 2:12,13 y 4:13. Y el arrepentimiento
(el metanoéo: cambio de mente) es el primer fruto del Espíritu. Por eso Elena G. de White
escribió:
“Dios no acepta la confesión sin sincero arrepentimiento [...] Se nos presenta
claramente la obra que tenemos que hacer de nuestra parte”.1 Luego fundamenta este
comentario citando a Isaías 1:16,17 y a Ezequiel 33:15, donde se habla de la obra de
“justicia” necesaria para la justificación: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de
vuestras obras [...] haced justicia [...] si vuestros pecados fueren como la grana, como la
nieve serán emblanquecidos” (Isa. 1:16-18). “Si él se convirtiere de su pecado, e hiciere
según el derecho y la justicia [...] vivirá ciertamente y no morirá” (Eze. 33:14,15).
Y en tercer lugar, en la cita inspirada dice que hacer las “obras” de arrepentimiento
(Hech. 26:20) es hacer justicia: “Justificando al justo para darle conforme a su justicia”
(1 Rey. 8:32; 2 Crón. 6:23). Y Juan agrega: “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia
es justo, como él es justo” (1 Juan 3:7), porque “todo el que hace justicia es nacido de él”
(1 Juan 2:29).

1
────, El camino a Cristo, (CC), (Bs. As: ACES, 1987), p. 38.
15

La Hna. White, también nos dice: “La justicia de Cristo consiste en acciones
rectas y buenas obras impulsadas por motivos puros y generosos. La justicia exterior, sin
el adorno interior, no vale nada”.1
Por lo tanto, todo lo que Dios pide es justo, sea para la salvación o para la
santificación y perfección de la fe. Y el que hace lo que Dios pide, hace justicia. Así que, si
nos arrepentimos del pecado, por el poder del Espíritu, estamos haciendo una obra justa.
¿Sí, o no? Pero ¡cuidado!: Nadie será salvo porque hace la justicia del arrepentimiento y la
confesión de los pecados, sino por la gracia de Cristo. Por eso Pablo aclara: “No teniendo
mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de
Dios por la fe” (Fil. 3:9). Vemos que la Biblia no se contradice.

Si nacemos con naturaleza contaminada por el pecado, ¿nacemos concupiscentes y


egoístas?

Cristo “tomó sobre sí la naturaleza caída y doliente del hombre, degradada y


contaminada por el pecado [...]. Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros"; 2
y, como los niños [paidíon: infantes, niños] de su época, “él también participó de los
mismo” (Heb. 2:14), pero no nació concupiscente ni egoísta. Fue desde el siglo II, y
confirmado por San Agustín y la Confesión de Ausburgo, cuando se extendió la idea de que
“todos ellos están llenos de concupiscencia”.2
La “concupiscencia” es una inclinación consciente apasionada, vehemente y
corrompida, que se forma por inclinaciones humanas naturales ya realizadas con gusto. Y
todo aquel que ha caído en el pecado por corromper un deseo, y es renovado en el perdón,
tendrá que seguir luchando contra ella, porque una vez grabada en el cerebro, no se borra
más. Por eso la santificación es progresiva y dura toda una vida.
Apartándose de la creencia generalizada, Elena G. de White escribió: “El apetito
nos fue dado con un buen propósito, no para ser ministro de muerte al ser pervertido, y en
esta forma degenerar hasta llegar a producir las concupiscencias que batallan contra el
alma”.3 Ellos “han persistido en llevar hábitos legítimos a extremos, y han creado y se han
complacido en hábitos que no tienen fundamento en la naturaleza y que han llegado a
ser una concupiscencia militante.”4
Todos nacemos con genes buenos y malos. Aunque en la gestación heredamos
todas las características de nuestros padres, incluyendo las pasiones corrompidas, en
nosotros no se cumplen como sostenía Lamarck. Por eso, si una madre alcohólica le da una
bebida alcohólica a su bebé, éste la rechazará, porque no es consciente de esa
concupiscencia heredada. Sin embargo, por esta tendencia inconsciente, si la madre insiste,
1
CDCD, p. 180.
2
Citado por Mario Veloso, El Hombre una Perspectiva Viviente, (Santiago de Chile: Edit. Universitaria,
S.A., 1900), p. 68.
3
White, Mente, carácter y personalidad, (MCP), vol. 2, (Bs. As.: ACES, 1990), p. 392.
4
────, La Temperancia (Te), (Bs. As.: ACES, 1969), p. 124.
16

la aceptará de 2 a 5 veces antes que un bebé común. Desde entonces, no antes, formará una
pasión consciente y corrupta por la bebida; y el niño nacido en pecado, llegará a ser
también pecador o culpable de su pecado cuando sea consciente de sus actos (Sant. 1:13-
15).
La Hna. White también escribió: “Las pasiones inferiores tienen su sede en el
cuerpo [que se hereda] y obran por su medio [... pero] por sí misma la carne no puede
obrar contra la voluntad de Dios”.1 Por eso Santiago nos dice que para pecar se requiere
de una decisión consciente (Sant. 4:17).
Ahora bien, ¿por qué los niños nacen tan egocéntricos? ¿Porque nacen egoístas, o
porque, como también Dios lo puso en los animales, tienen muy fuerte el instinto de
conservación de la vida? Llamar la atención por temor a perder el cariño de alguien, no es
un acto de egoísmo por la maldad, sino la reacción natural de un indefenso en su inocencia
por temor. Es en este estado, que el niño puede ir al reino de los cielos (Mar. 10:14,15). En
cambio, el egoísmo es pecado porque es una maldad consciente. Ya no es una tendencia
natural, sino por una mente que se pervierte. Por eso es pecado de culpa (Juan 9:41; Sant.
4:17). Y por eso, en ninguna parte Jesús dijo que de los mayores, o los que son conscientes
de sus actos, es el reino de los cielos. Sólo pueden serlo si se arrepienten.
Así que es un error confundir el egocentrismo de un bebé en su inocencia, con el
egoísmo del que piensa el mal. Lamentablemente esta maldad se produce más temprano de
lo que muchas mamás creen.

Si Pablo dice que nuestra vieja naturaleza será destruida recién en la segunda venida
(Rom. 8:23), ¿por qué también dice que en cada perdón “nuestro viejo hombre”;
nuestro “yo”, “ha muerto” y ha sido “destruido” (Rom. 6:6,7)?

Como esto no se entiende, se llega a la conclusión de que en la justificación, el


“viejo hombre” muere, pero igualmente tenemos que seguir luchando contra él. Entonces,
¿es muerto y destruido o no?
La Revelación no puede ser más clara: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre
fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de
que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado”
(Rom. 6:6,7). “Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor
me hago [...] Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí” (Gál. 2:18-20). “Despojaos del viejo hombre y renovaos [...] en el espíritu de vuestra
mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios” (Efe. 4:22-24).
Como vimos, lo que muere y se destruye en cada perdón, no es la vieja naturaleza,
que incluye el cuerpo cerebral, sino su producto: El “yo”, la voluntad, el “entendimiento”,
la “mala conciencia”, es decir la antigua manera de pensar (metanoéo), que aquí Pablo le

1
MCP, 1:242.
17

llama “viejo hombre”. Así que el problema que se ha creado desde los tiempos de Lutero,
está en que se confunde la vieja naturaleza, que no cambia en el perdón, con “el viejo
hombre”; la vieja voluntad, que sí cambia totalmente. Por eso, en cada perdón hay un nuevo
nacimiento del “viejo hombre”, que llega a ser en la santificación un nuevo hombre en una
vieja naturaleza; y desde la segunda venida, un nuevo hombre en una nueva naturaleza.

Si Jesús dijo que nosotros “nada” podemos hacer, a menos que estemos unidos a él
(Juan 5:15), ¿por qué, a pesar de permanecer en él, debemos ser “colaboradores de
Dios” (1 Cor. 3:9); y “esforzarnos” en cumplir su voluntad (Jos. 1:9; Luc. 16:16; Rom.
15:20; 1 Cor. 16:13; 2 Tim. 2:1)? ¿Dios necesita de nosotros, para hacer su obra?

Desde la influencia del gnosticismo nicolaíta, que dominó buena parte del
cristianismo durante los seis primeros siglos, y que el calvinismo fortaleció en el
protestantismo, muchos tienen problemas para responder a esta pregunta, porque creen que
el fruto de la justificación da como resultado el descanso de la santificación, cuando Cristo
cumpliría en nosotros la obediencia de la ley. Es verdad que gracias al perdón obtenemos
descanso, pero ─no confundamos las cosas─ no es el descanso del deber, sino de la culpa
por el pecado. El plan de salvación es un “pacto” (Jer. 31:31-34; Heb. 7:22; 8:6; 9:15,20),
donde cada parte tiene una responsabilidad que cumplir. Es por eso que en la Biblia hay
tantas enseñanzas para que entendamos cómo hacer nuestra parte.
Juan 15:5 se explica con Juan 5: 19,17: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo,
sino lo que ve hacer al Padre”. ¿Qué quiso decir Jesús con la expresión: “hacer nada”? Él
mismo aclaró: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. Por lo tanto, él quiso decir
nada solo como Hijo del Hombre. Por eso, como debemos ser “colaboradores de Dios”, él
nos fortalece (Fil. 4:13); y nosotros mismos también nos fortalecemos al obrar con él,
nunca sin él, pues sería inútil.
La uva no sale del tronco de la vid, sino de los pámpanos, es decir nosotros (Juan
15:5), pero siempre que estemos unidos al tronco de la Vid, que nos da el poder, la
capacitación para hacerlo (energeo: Fil. 2:12,13; 4:13).

¿Podemos ser perfectos?

Los vocablos hebreos tamín (Gén. 6:9; 17:1; Lev. 22:21; Deut. 18:13, etc.) y shalem
(Deut. 25:15; 1 Rey. 8:61; 11:4; 15:3,14; 2 Rey. 20:3, etc.), se traducen como “íntegro”,
“perfecto” y “completo”. Y corresponden con la palabra griega téleios. Algunos creen que,
según Mateo 5:38-48, “perfecto” es ser misericordioso y paciente (Sant. 1:4), como Dios.
Esta definición es correcta, pero no perfecta, pues Dios no sólo es Dios de misericordia,
sino también de justicia. Otros creen que perfecto es el que es “maduro” como el Señor.
Pero él no pasó por algún proceso de maduración, para que lo imitemos. Además, la
18

madurez es el fin de un proceso. En cambio en la Biblia, la perfección dura toda la vida,


porque es inalcanzable (Job 11:7: taklith), ya que consiste en imitar el Modelo “Cristo
Jesús” (Fil. 3:14,15).
En los Salmos, “los perfectos” son “los que andan en la ley de Jehová” (Sal. 119:1).
Y como todos pecaron porque transgredieron la ley, podemos concluir que nadie es
perfecto. ¿Correcto? Sí… y no. ¿Por qué? Veamos: Pablo confesó que no era perfecto,
porque le faltaba mucho para ser como el Modelo (Fil. 3:12,13). Pero al mismo tiempo dijo
que estaba entre los “perfectos”, porque cada día seguía avanzando hacia Cristo (vs. 15-17).
Así que cuando Jesús dijo: "Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto"
(Mat6. 5:48), no estaba pidiendo lo imposible, pues en la Biblia la perfección se cumple en
tres etapas:
1. La perfección instantánea, es la que se obtiene en cada perdón, gracias al
Sustituto que cumplió la Ley por nosotros en perfección (Col. 2:10). Mientras
permanezcamos en Cristo, quedamos preparados para el cielo (Apoc. 22:14),
pero a nuestra estatura moral e intelectual.
2. La perfección diaria, es la que se cumple desde que pedimos el perdón, para
entrar en el proceso diario del crecimiento de la santificación (Fil. 3:14,15; Rom.
6:22). Es el proceso de santificación por el cual pasó Jesús de niño a adulto sin
caer en el pecado (Heb. 2:10; 5:8,9; 7: 28). Pero, para esto, basta cada día su
afán (Mat. 6: 34.). Cada día podemos y debemos ser perfectos hasta donde
alcancemos con todo el corazón, la mente y nuestras fuerzas (Mar. 12:30).
Recuerde: No con la fuerzas de Pablo, de Moisés o de Cristo ─que él ya cumple
su parte mediante la ayuda del Espíritu─, sino con la nuestra, según la cantidad
de dones recibidos de Dios por el Espíritu. No más, ni menos de lo que estemos
capacitados para este día ─que quede claro entre nosotros─. Así que, el que dice
que no puede ser perfecto en esto, es porque no quiere cumplir con lo que ya
está capacitado, y por lo tanto no quiere esforzarse o miente (1 Juan 2:4).
3. La perfección eterna, cuya “meta” es el Todopoderoso, es inalcanzable (Job
11:7), por eso continuará mientras haya vida acá y en el cielo (Apoc. 22:11).
Pero tiene como objeto poseer un blanco que siempre esté más allá de nosotros,
para evitar el conformismo en la mediocridad (Mat. 5:48).

Si Jesús fue impecable, ¿por qué tuvo naturaleza contaminada y tuvo que luchar
contra su propio “yo”?

Aunque Cristo pide que nos amemos a nosotros mismos, no debemos agradarnos
cuando nuestra naturaleza nos quiere seducir contra la voluntad de Dios, como ocurrió con
Jesús. El ejemplo más conocido ocurrió en el Getsemaní, cuando su naturaleza lo llevó a
dudar del éxito de su misión, al punto que lo tentó a no cumplir la voluntad de su Padre
(Luc.22:42); incluso después de haberse negado a sí mismo más de una vez. Por eso Pablo
19

escribió: “Ni aun Cristo se agradó a sí mismo” (Rom. 15:3), a pesar de que esta lucha
contra su “yo” fue constante.1
Llevados por el preconcepto del pecado original del gnosticismo del siglo II, y
extendido en el cristianismo por Agustín de Hipona, a muchos les cuesta aceptar que Jesús
tuvo naturaleza pecaminosa, porque creen que entonces hubiera sido un pecador. Pero
vimos que para Dios hay dos clases de pecados, y dos expiaciones. Y, aunque ambos tipos
de pecado contaminaban al santuario, uno de ellos no requería que se rociara con sangre
hacia el velo, es decir hacia la ley ofendida. Por eso, en ninguna parte la Biblia dice que
seremos juzgados por nacer con naturaleza pecaminosa ─que ya fue pagada en el
Calvario─, sino por los pecados que habremos hecho con ella (2 Cor. 5:10). Y por eso
Pablo afirma que “ninguna condenación hay para […] los que no andan conforme a la
carne” seductora (Rom. 8:1).
Ya vimos que heredamos las tendencias pecaminosas en forma inconsciente, no las
conscientes que forman las concupiscencias, es decir la “propensión corrupta” y “las más
bajas tendencias de la naturaleza humana”,2 que se desarrollan con el primer pecado. Si
Jesús no fue concupiscente, no significa que vino con una naturaleza humana distinta a la
nuestra, sino porque no se corrompió como nosotros. Por eso los Testimonios nos dicen:
Su naturaleza “era humana […] idéntica a la nuestra. Estaba pasando por el
terreno donde Adán cayó”;3 era “perfectamente idéntica a nuestra propia naturaleza,
excepto que en él no había mancha de pecado”.4
Entonces, desde que nació, ¿dónde estaba la diferencia? La respuesta inspirada es
simple y clara: “Como no pecó, su naturaleza rehuía el mal. Soportó luchas y torturas del
alma en un mundo de pecado”.5
Él nació “bajo la ley” para poder redimir “a los que estaban bajo la ley” (Gál.
4:4,5); y esto significa que Cristo “tomó sobre sí la naturaleza caída y doliente del hombre,
degradada y contaminada por el pecado”.6
Jesús vino a probar que el que nace con naturaleza pecaminosa, pero no cede
cometiendo el primer pecado, la lucha contra su yo será muchísimo más fácil de dominar
y vencer, sea en cualquier otra tentación y durante toda una vida. Por ejemplo, si Ud. nunca
cedió a la tentación de apropiarse de lo ajeno, le será relativamente fácil de mantenerse
obediente al octavo mandamiento durante toda su vida. Pero al ceder una sola vez, y gustar
de lo que haya obtenido, será suficiente para que la concupiscencia formada por eso, le
cambie la moralidad de su vida. Y si puede ser fiel en este particular, ya habiendo cedido al
pecado en otras cosas, cuánto más fácil le fue a Jesús mantenerse fiel, sin haber cedido a
ninguna otra tentación. En verdad, la lucha más grande que Jesús tuvo consigo mismo, fue

1
────, Testimonios para ministros, (TM), (Bs. As.: ACES, 1961), p. 178.
2
Carta (a Madison y H. Miller), 23 de julio de 1889.
3
MS, 3:146.
4
────, Cristo triunfante, (CT), (Bs. As.: ACES, 1999), p. 210.
5
JT, 1 : 218.
6
CBA, 4: 1169; YI, 20-12-1900.
20

valerse de su divinidad sin el permiso del Padre. Esto es lo que sabía muy bien Satanás
(Mat. 4:3,6,7).

Si la limpieza del pecado se cumplía en el santuario cada día, ¿qué se limpiaba en el


yom kippur, y qué se limpia en el cielo?

Esto tiene que ver con nosotros hoy: Si Dios “nos limpia de toda maldad” en la
conciencia, ¿qué pecados serán borrados en el día del juicio? La respuesta es tan sencilla
como saber diferenciar entre una persona y un libro. Cristo nos limpia “ahora” (Rom. 5:11)
“de toda maldad” (1 Juan 1:9). Pero es necesario purificar el trono de toda duda que
contamine la confianza y la seguridad eterna de la Deidad. Y esta contaminación no se
limpia eliminando al culpable, mientras toda criatura no quede convencida de la justicia
perfecta de Dios. El juicio todavía no ha concluido. Por eso Satanás y sus secuaces seguirán
viviendo después de 1844 hasta el fin del milenio.
Pero es conveniente saber que el “derecho” al cielo no lo obtenemos en el
sellamiento del juicio investigador, sino en la justificación diaria (Apoc. 22:14; Tito 3:7;
Rom. 1:17; 4:14). Por eso, 1813 años antes de iniciarse el juicio en 1844, Cristo aseguró
al malhechor arrepentido en la cruz, que estará en el paraíso (Luc. 23:43). Recuerde que en
la justificación, Cristo da más prioridad a la justicia que a la amistad que el creyente tenga
con él como Abogado (1 Juan 1:9; Mat. 7:22,23). Esto es lo que da seguridad al arrepentido
de su salvación, a pesar del juicio.
Hay “muchos” más que recibieron la seguridad del paraíso antes de 1844. Tan
seguro estaba el Señor del resultado del fallo, que en su resurrección se llevó consigo al
cielo “muchos cuerpos de santos” (Mat. 27:52). Si algunos de ellos hubieran sido
condenados después de 1844, seguramente Dios les habría dicho que “aunque subieren
hasta el cielo, de allá los haré descender” (Amós 9:2). Pero esto no ha sucedido, porque
para algo tan trascendente, Dios tendría que haberlo revelado a Elena G. de White en
alguna visión.
Como vimos, el juicio celestial no cambia la condición de los creyentes en el
sellamiento, sino que los confirma. La persona que era “cortada” en el juicio del yom
kippur, era por no haber realizado correctamente el ritual (Lev. 23: 29, 30), de la misma
manera que ocurría con los demás rituales aparte de ese día (Gén. 17:4,14; Éxo. 12: 15,19;
3:14; Lev. 7:20, etc.). Pero en la teocracia hebrea, la condena por los pecados del año no se
cumplía en ese día, sino en el mismo día o poco después de realizado el delito. Por eso no
hay en la Biblia ningún registro de desobedientes que fueron condenados en el día del
juicio (Éxo. 32:28; Núm. 6:46-49; 17: 12,13; Lev. 4: 20,31,35; 20:11, Núm. 13,17, etc.).
Puesto que el objetivo del juicio no es salvar o condenar, sino confirmar la
fidelidad y la justicia del Salvador en el perdón diario (1 Juan 1:9), vindicándolo (tzadaq),
la Hna. White escribió:
21

"En aquel día del juicio final, Cristo no presenta a los hombres la gran obra que él
hizo para ellos al dar su vida por su redención. Presenta la obra fiel que hayan hecho ellos
para él".1
Entonces, en el caso del ladrón arrepentido en la cruz, Cristo no lo presentará como
era, sino como llegó a serlo por el perdón, probando su justicia al perdonarlo, mediante el
testimonio que él dio antes de su muerte. Estos dos juicios investigadores: El primero para
los que serán salvos de 1844 hasta el fin del tiempo de gracia; y el segundo, para los
condenados durante el milenio; más la ejecución del juicio a los que originaron el mal en el
lago de fuego, vindicará finalmente la justicia de Dios hasta ese momento contaminada.

Si en Marcos 16:16 dice que el que cree y es bautizado “será salvo”, de lo contrario
“será condenado”, ¿qué hará Dios con los creyentes del Antiguo Testamento, y con
tantos del Nuevo que no cumplieron con el rito; y por qué Cristo nunca bautizó?

Podemos decir que los creyentes del Antiguo Pacto “fueron bautizados en la nube y
en el mar” (1 Cor. 10:1,2); y recibieron la señal de entrada al pueblo de Dios mediante la
circuncisión (Hech. 7:8; Rom. 4:11,12). Pero de los que llegaron a la tierra prometida, sólo
Josué y Caleb pasaron el Mar Rojo; y Pablo dijo que “la circuncisión nada es” (1 Cor.
7:19). Por eso creemos que los que hoy son circuncidados por prescripción médica, no son
salvos por ello. El malhechor arrepentido en el Calvario no fue bautizado, sin embargo
Cristo le aseguró el reino de los cielos (Luc. 23:42,43). Además, llama la atención que
siendo un rito tan importante, Cristo nunca bautizó, sino que lo hizo por medio de sus
discípulos (Juan 4:1,2).
En primer lugar, S. Marcos no dice que el que no se bautiza será condenado, sino el
que no cree. Por eso el Señor prometió el cielo al malhechor arrepentido que no fue
bautizado. Entre los paganos hay “quienes no han recibido jamás la luz por un instrumento
humano, y sin embargo no perecerán”. 2 Ellos no han rechazado el evangelio ni una orden
de ser bautizados. Creyeron en un Ser superior pero sin saber nada acerca del bautismo por
agua.
En segundo lugar, entendemos que el bautismo es un testimonio ante la iglesia de
Cristo, de los que antes del rito ya aceptaron el evangelio y la doctrina bíblica que afirma
que una vez lavadas sus vestiduras, ya han recibido la promesa de entrar por las puertas de
la santa ciudad (loúo: Apoc. 22:14). Es decir, que la iglesia sólo bautiza a los que ya están
salvados por Cristo y permanecen en Él.
En tercer lugar, esto explica que el bautismo es solamente la entrada a la iglesia de
Dios. Por eso Cristo no bautizaba a los que habían aceptado su salvación, sino que
ordenaba que lo hicieran los discípulos que iban a liderar en su iglesia; que no salva, sino
que es de gran ayuda para mantener salvos a los creyentes. Por supuesto, si negamos un
1
DTG, p. 592.
2
MSV, p. 318.
22

mandato del Salvador, como el del bautismo pudiéndolo hacer, es pecado y pérdida del
cielo por desobediencia (Sant. 4:17).

LA LEY DE DIOS

¿El Decálogo es la ley original y eterna de Dios? Entonces, ¿antes de la creación de la


Tierra ya existía “la maldad de los padre sobre los hijos”; seres perfectos que
aborrecían a Dios (Éxo. 20: 5,6), y tenían siervos, criadas (vs. 10,17) y los que
codiciaban “la mujer” del prójimo (vs. 17)? Si el plan de Dios fue que sus criaturas en
la inocencia, no conocieran “absolutamente nada de lo malo” (Gén. 3:5),1 ¿por qué
Dios se adelantaría a decir que no se matara, no se hurtara, no se mintiera, y no se
cometiera adulterio, cuando nadie entendía que era eso, ni entonces se lo podía
realizar porque el sexo no existía (Luc. 20:34-36)?

Los principios de su Ley son eternos, porque revelan cuál es el carácter y la


voluntad de la Deidad,2 que es eterna (Sal. 119:152; 148:6). Y si Satanás y sus ángeles, y
todos los que pecaron serán juzgados, es porque ya existía una ley, pues en caso contrario el
pecado no existiría (Rom. 5:13). Pero, es evidente que hay algo que no entendimos bien,
porque no usamos la Biblia como “cadena”, sino como un grupo de eslabones aislados. Por
eso también el apóstol Juan y Elena G. de White, al principio creyeron que algunas cosas
celestiales eran literales, cuando en realidad eran simbólicas.
Cuando la Hna. White supo que las tablas del Decálogo, que había visto dentro del
arca con el maná y la florida vara de Aarón, eran las del santuario de Moisés transportadas
al cielo, para que entendiera que lo terrenal representaba lo celestial, comenzó a entender
por qué Jeremías dijo que allá no hay “arca del pacto de Jehová; ni vendrá al pensamiento,
ni se acordarán de ella, ni la echarán de menos, ni se hará otra” (Jer. 3:16,17); y por qué
antes de la rebelión de Lucifer, ningún ángel supo que existía una ley.3 La sierva del Señor
supo entonces, que los eternos no son los Diez Mandamientos, sino “los principios” del
Decálogo:
“Los principios de los Diez Mandamientos existían antes de la caída y eran de tal
naturaleza que se adecuaban a las condiciones de los seres santos. Después de la caída no
se cambiaron los principios de esos preceptos, sino que se añadieron algunos tomando en
cuenta la condición caída del hombre”.4 “No fue escrita entonces; pero Jehová la repitió
en presencia de ellos [Adán y Eva]”.5 “Si la ley de Dios nunca hubiera sido traspasada […]
no habría habido necesidad de preceptos adicionales para adaptarlos a la condición
1
PP, p. 43.
2
———, Consejos para los maestros (CPM), (Bs. As.: Casa Editora Sudamericana, 1948), p. 51.
3
DMJ, p. 94.
4
HR, p. 148.
5
Idem.
23

caída del hombre”;6 “y no habría sido necesario proclamarla desde el Sinaí, o grabarla
sobre tablas de piedra”.2
“El día de reposo del cuarto mandamiento fue instituido en el Edén. Después de
haber hecho el mundo y haber creado al hombre sobre la tierra, hizo el sábado para el
hombre”.3 “Entonces tuvieron su origen dos instituciones gemelas para la gloria de Dios
en beneficio de la humanidad: el matrimonio y el sábado”.4
Es evidente que Dios nunca quiso que su ley fuera escrita en algún lugar externo a
sus criaturas: “Porque [la Ley] no fue dada para el justo, sino para los transgresores” (1
Tim. 1:8,9). “De modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el
régimen vieja de la letra” (Rom. 7:6. Habla aquí especialmente del Decálogo). “Escrita
no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra [que el Señor
nunca quiso escribir], sino en tablas de carne del corazón” (2 Cor. 3:5).
Pero, aunque el Decálogo concluirá su magnífica labor por los pecadores en el juicio
final (Sant. 2:12), cuando “pasen el cielo y la tierra” (Mat. 5:18); y los dos grandes
principios originales de amor de la realeza celestial, vuelvan a ser nuestra Norma (Sant.
2:8), en este planeta se seguirá guardando el sábado por la eternidad, como recordativo de
lo sucedido en este mundo (Isa. 66:22,23).

LA SALUD

La Biblia nos informa que, aunque los líderes del pueblo no debían beber bebidas
alcohólicas, tanto en el santuario, como en las reuniones cristianas apostólicas sí las
tomaban. ¿Por qué, entonces, nuestra iglesia las prohíbe?

Sabemos que “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento
hasta llegar al pleno día” (Prov. 4:18). Por eso, al principio nuestros pioneros y nuestros
hermanos comían cerdo, tomaban vino y fumaban. También podemos mencionar a los
hebreos y egipcios que caminaron por el desierto por 40 años; que debido a que habían
adquirido costumbres paganas durante varias generaciones, estaban tan endurecidos para
entender las verdades divinas, que Dios tuvo que permitir la poligamia, la esclavitud, la ley
del ojo por ojo y diente por diente, y varias otras cosas más, que hoy producen asombro y
rechazo hasta las personas con ideas liberales del posmodernismo occidental.
El consumo de las bebidas con alcohol estaba tan generalizado, entre los que
salieron de Egipto, que aunque se las prohibía a los dirigentes y a los sacerdotes, se
permitía que la ofrenda que representaba a un pecador ─nunca como símbolo de Cristo─,

1
Ibíd., p. 149.
2
PP, pp. 379, 380.
3
HR, p. 148.
4
———, El hogar Adventista (HAd), (M.V., Calif.: Pub. Inter., 1959), p. 310.
24

fuera con bebidas fuertes (yayín-shekar), presentadas “delante de Jehová” junto con las
ofrendas y los diezmos (Deut. 14:26).1 Y lo que nos demuestra la poca importancia que se
le daba a la condición del jugo de uva entre los primeros cristianos, se le llamaba óinos,
estuviera fermentado o no. Por eso, Pablo nos informa que algunos hermanos que
participaban de la Cena del Señor, quedaban embriagados (1 Cor. 11:21). Y esto también
explica por qué Pablo aconsejó a Timoteo, beber óinos por causa de sus problemas de
estómago (1 Tim. 5:23), cuando en la misma carta se lo había prohibido (3:2,3).
Simplemente quiso decir que no debía beber vino fermentado (óinos), pero sí del jugo de
uva puro o diluido con agua (óinos).
Entonces, ¿prohíbe la Biblia el consumo de bebidas con alcohol, o no? Por supuesto
que sí. Y hasta prohíbe mirarlas en caso de que para alguno sea una tentación (Prov. 33:31-
33; Lev. 10:9; Prov. 20:1; 21:17; 23:30,31; Isa. 5:22; Eze. 44:21; Miq. 2:11; Hab. 2:5;
Rom. 14:21; 1 Tim. 3:3; Tito 2:3). Pero, recuerde que la Biblia se presenta a los que se
encuentran en oscuridad, como “una antorcha que alumbra en lugar oscuro hasta que el día
esclarezca” (2 Ped. 1:19). Por eso no condena a los inocentes en el error, sino que los trata
con paciencia y benignidad, hasta el momento cuando llegan a darse cuenta de su situación
(Juan 9:41). Es entonces cuando la Biblia llega a ser “más cortante que cualquier espada de
dos filos”, y penetra hasta lo más secreto del alma descarriada (Heb. 4:12). Esto explica
por qué Dios permitió en su pueblo cosas que después las condenó prohibiéndolas.
Y eso ocurrió con las bebidas alcohólicas desde mediados del siglo XIX, cuando
aparecieron las primeras sociedades pro temperancia, que concluyeron con la posición de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), cuando anunció que el consumo moderado de
estas bebidas, afecta la religiosidad de la población,2 porque “en pequeñas cantidades
contribuye al encogimiento del lóbulo frontal”; 3 al centro de las emociones, del
razonamiento y las percepciones religiosas; y que finalmente, el alcohol que contienen, va
contra todos los órganos de nuestro cuerpo.4
Últimamente algunos investigadores se han opuesto a la OMS, basándose en
estudios que parecen favorecer un consumo moderado de vino, para prevenir las
enfermedades cardiovasculares. Pero la OMS sigue insistiendo en rechazarlas. ¿Por qué?
Por una razón muy simple: ¿Cuál es la parte del vino que nos favorece: el alcohol que

1
Algunos creen que el vino y la cerveza que se menciona en Deuteronomio 14:22-28, que debía beberse
delante de Jehová en el atrio del santuario, podía ser fermentado porque el que diezmaba llegaba de muy
lejos, y debía ofrecer el alimento en la misma condición en que se encontraba. Pero el cereal viejo, que
también se menciona, no se transforma en cerveza. Para fabricar esta bebida se requiere de un procedimiento
especial. Además, ¿Por qué se debía comprar a los mercaderes del santuario, cerveza y no una bebida sana?
¿Qué culpa tendría la familia que llegaba de un largo viaje, para estar obligada a beber bebidas, que a lo mejor
nunca había probado porque sabía que eran malas, pero que su venta era permitida por los sacerdotes? ¿Y por
qué se las vendía delante del santuario? Simplemente, porque esta mala costumbre ya estaba muy
generalizada en el pueblo de Dios.
2
Salud, (Madrid: Safeliz, setiembre-octubre de 1987), p. 4.
3
Journal of Neurology, Neurosurgery y Psychiatry 2001, citado en Vida Feliz, (Bs. As.: ACES,
noviembre 2001), p. 26.
4
Salud Mundial, (noviembre-diciembre de 1987), p. 19.
25

contiene, o la uva? Pues, si aquí todos los científicos saben cuál es la respuesta, ¿por qué
en lugar de favorecer al vino, no hablan del jugo puro de uva y las pasas?
Por eso, la Iglesia Adventista del 7º Día prohíbe las bebidas alcohólicas: En primer
lugar, “porque [ahora] decís: Vemos, vuestro pecado permanece” (Juan 9:41).
En segundo lugar, porque en el Nuevo Pacto, el Señor no nos considera como del
común del pueblo, sino del santo, pues ahora todos somos reyes y sacerdotes del Altísimo
(1 Ped. 2:5,9). Y por eso, hoy el Libro de la “antorcha” y de la “espada de dos filos” nos
dice:
“Tú [“rey y sacerdote” del N. Pacto], y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra
cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; estatuto perpetuo será para
vuestras generaciones” (Lev. 10:9). “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu
de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios lo destruirá a él;
porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Cor. 3:16,17).

EL SANTUARIO CELESTIAL

Si después de su resurrección, Cristo ascendió al trono (lugar santísimo) para


inaugurar el santuario del cielo y regresar a él en 1844, ¿antes no había allá un lugar
para la salvación del hombre?

Esta propuesta se divulgó entre nosotros desde que el Dr. Desmond Ford destacó los
textos bíblicos que dicen que fue directamente al trono o lugar santísimo, llegando a la
errada conclusión, tan difundida entre los teólogos evangélicos, de que el santísimo es el
trono, pero que no es “el trono de la gracia” (¿Heb. 4:16?); y por lo tanto, el juicio se inició
el año 31 dC. y no en 1844. Además, ese teólogo no tomó en cuenta que tanto en los
servicios diarios como en el día del juicio terrenal, los servicios debían concluir en el
santísimo, ofreciendo la sangre y el humo perfumado a ese lugar, pues el “velo” no estaba
para dividir al santuario, sino para impedir que la gloria divina destruyera a los sacerdotes.
Esto explica por qué la salvación de los arrepentidos en el santuario del cielo, siempre se
ofició en “el trono de la gracia”, “a la diestra del trono de la Majestad en los cielos […]
aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (Heb. 8:1,2).
En ese mismo lugar, a la “diestra” de Dios, Cristo ya oficiaba en los días de David
como “sacerdote” del orden de Melquisedec, en base a la promesa de que iba a pagar con
su muerte (Sal. 110:1,4,5; Heb. 6:17); 1 y en el mismo lugar Pablo lo vio como “mediador”
35 años después del Pentecostés (Heb. 8:1-6). Como sabemos, las ceremonias del santuario
de Moisés no tenían ningún valor en sí mismas. Por eso, negando la hipótesis de que
enseguida que fue al trono, pasó a un lugar santo literal para volver al trono en 1844, Elena
G. de White dijo que Cristo obra en el lugar que en el santuario terrenal era el “lugar
1
RP, p. 116.
26

santísimo, que representaba el lugar donde nuestro Sumo Sacerdote intercede en la


actualidad”.1 Delante del trono, o lugar santísimo del templo celestial, está la calle de la
ciudad (Apoc. 22:1,2); y entre el santísimo y la calle “no cuelga ningún velo”, 2 porque el
Señor está “sin velo que nos lo oculte”. 3 De ahí que ahora nuestros teólogos reconocen que
hemos confundido símbolos con realidades, y prefieren decir que en 1844 hubo un cambio
de ministerio y no de lugar.
En cuanto al inicio o inauguración que se menciona en Hebreos 10:20 (enkainizo:
renovar, iniciar, inaugurar, consagrar), no es del santuario del cielo ─lamento que todavía
algunos insisten en este error, forzando la Revelación a decir lo que no dice─, sino del
“camino” (jodós), para “tener libre acceso a Dios”.4 Es decir, no por medio de ritos
ceremoniales, sino comunicándonos directamente en la oración. “Dando el Espíritu Santo a
entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo” (9:8)
─mejor dicho santuario, pues, como vimos, el “trono” no sólo es lugar de juicio, sino
también “de la gracia (4:16); y por eso el trono es el naós:”templo” (Apoc. 16:17), y “el
verdadero tabernáculo” (Heb. 8:1,2).
El templo del cielo no es un lugar edificado e inaugurado para la salvación del
hombre, sino que es el mismo “lugar” de la morada de la Deidad, transformada en centro de
salvación (Éxo. 15:17,18; Jer. 17:12; Apoc. 16:17). Por eso fue y será eterno (Sal. 61:4; Isa.
33:20; Eze. 37:25-28), y descenderá a nuestro mundo al fin del milenio (Apoc. 21:2,3). El
templo que Juan no vio, es el simbólico de las primeras visiones que recibió, entendiendo
que ese templo representaba la obra del Dios Todopoderoso con el Cordero. Y, como
tampoco vio un velo delante del santísimo, entendió por qué la ciudad está iluminada por su
gloria, sin tener la necesidad del candelabro que había visto antes (21:22,23; 22:5).

Si el 22 de octubre de 1844 se inició el juicio que investiga quiénes podrán ir al cielo,


Dios ya podría estar sellándonos en estos momentos. En este caso, ¿qué haría Dios
para que la decisión tomada hoy no cambie, y los hechos posteriores de los salvados no
transformen la justicia divina en una injusticia universal?

Éste no es un problema divino, sino humano, por ignorar las Escrituras. Aunque en
toda hora se emite juicio de nosotros en el cielo, Dios nunca va a sellar a una persona
mientras viva (Heb. 9:27), a menos que llegue a pertenecer al futuro grupo de los 144.000.
Y podrá hacerlo sólo con ellos mientras sigan vivos, porque serán apartados del mundo
alrededor de un “día” profético (un año), bajo circunstancias especiales y milagrosas, que
les permitirá mantenerse sin cometer pecados de culpa hasta la transformación.5
La Revelación nos dice que hay tres clases de sellamiento:
1
────, Exaltad a Jesús (EJ), (Bs. As.: ACES, 1988), p. 313.
2
CBA, 5:1084.
3
CS, p. 735.
4
────, Palabras de vida del gran Maestro, (PVGM), (Bs. As.: ACES, 1960), p. 318.
5
CS, p. 681.
27

El instantáneo en el perdón: sellados para el Espíritu Santo (Efe. 1:13; 2 Ped. 1:4),
que es condicional y se mantiene con la observancia de la Ley, especialmente el cuarto
mandamiento (Eze. 20:20).
El final individual: que se cumple cuando se pierde el uso de la razón y al fin de la
vida, y que, como ejemplo, Elena G. de White señaló el caso de la hermana Hastings, junto
con otros hermanos muy ancianos que llegaron al descanso.1
El de los 144.000 sellados: Este sellamiento final se cumplirá en un tiempo breve
del futuro. Por eso Elena G. de White nos dice:
“Nadie hasta ahora ha recibido la marca de la bestia”.2 “La observancia del domingo
no es aún la marca de la bestia, y no lo será sino hasta que se promulgue el decreto que
obligue a los hombres a santificar este falso día de reposo”. 3 “Pero cuando se ponga en
vigencia el decreto que ordena falsificar el sábado […] Entonces los que continúen aún en
transgresión recibirán la marca de la bestia”.4 “Esta es la prueba que deberán enfrentar
los hijos de Dios antes de ser sellados”.5 “El tiempo del sellamiento es muy corto, y
pronto terminará”.6 “Habían recibido la lluvia tardía [...] Por todas partes había cundido
la postrera gran amonestación [...] Un ángel con tintero de escribano en la cintura regresó
a la tierra [...] quedando sellados y numerados los santos.”7
Puesto que no hay impecabilidad antes del sellamiento, las decisiones finales que se
toman en el cielo, desde 1844, es sólo para los que van llegando al fin de la vida. Para
nosotros está en el futuro (lo dicen las citas de EGW). Por eso el cielo tiene garantías de
que lo que Dios decida no será cambiado.

LA SEGUNDA VENIDA

Si Dios tiene presciencia (1 Ped. 1:2) y es soberano; y por eso reveló a Daniel y Elena
G. de White la fecha exacta de su regreso (Dan. 12:7-9) 8, ¿por qué no vino poco
después de 1844, sino que postergó cumplimiento?

Sabemos que esta postergación se debe a que no quiere “que ninguno perezca, sino
que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). Pero entonces pareciera decirnos que
su capacidad de conocer el futuro estaría fallando, y por lo tanto habría tenido que cambiar
la fecha para después de lo que deseaba, como reveló a la Hna. White. 9 Pero es a nosotros,
1
────, Eventos de los últimos días, (EUD), (Bs. As.: ACES, 1992), pp. 226,227.
2
EUD, p. 228.
3
Idem.
4
Ev, p. 114.
5
Carta 11, 1890, citado en CBA, vol. 7, Apoc. 13:14-17.
6
PE, p. 58.
7
Ibíd., 279.
8
MS, 1: 86.
9
EUD, p. 38.
28

que nos parece un error divino. Y esto sucede porque desconocemos la Revelación.
En primer lugar, debemos tener en cuenta que Dios, además de ser Omnisapiente y
conocer el futuro como nosotros el presente, tiene sentimientos que no siempre concuerdan
con lo que sabe. Este es el caso del diluvio, cuando pidió a Noé que invitara a todo el
mundo para se salvara, pero al mismo tiempo dio las medidas de una embarcación para que
entrara sólo su familia con los animales. En la siguiente cita el Señor también reveló su
deseo:
“Si los adventistas, después del gran chasco de 1844, se hubieran aferrado a su fe y
hubieran ido unidos en pos de la providencia de Dios [...] la obra se habría terminado y
Cristo habría venido para recibir a su pueblo [...] No era la voluntad de Dios que se
demorara así la venida de Cristo”.1
¿Entonces el Señor falló por causa de sus sentimientos? No, no falló a pesar de sus
deseos. Entonces, ¿qué hizo, para salvar a muchos, cuidando de no equivocarse? Se lo
reveló a Pedro: “Sobre los tales [“falsos maestros” del tiempo del fin] ya de largo tiempo
[ekpalai: desde antiguo] la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme” (2 Ped.
2:3). ¿Cómo se entiende esto? Si dijo que “no se tarda”, es porque tendría que ser de corto
tiempo, y no “de largo tiempo”. Y Habacuc 2:3 añade: “Aunque la visión tardará [...] sin
duda vendrá, no tardará”. ¿Está cada vez más confundido?
La Deidad, que no se equivoca pero que ama, quiere decirnos que desde la
eternidad, cuando fijo la fecha del regreso de Cristo para poco después del cumplimiento de
los 2300 años; y vio que su pueblo no estaría preparado, postergó por misericordia la fecha,
anunciando: “La visión tardará”. Pero, como la postergación no se fijó cuando surgió el
problema en el siglo XIX, sino por presciencia en la misma eternidad (ekpalai), Dios no
necesitará postergarla ni una vez más (pero “no tardará”). Así fue como la soberanía y la
misericordia eternas de Dios se “besaron”. Nuestro Señor es grandioso, ¿verdad?

EL CIELO

Si “nuestra ciudadanía está en el cielo” (Fil. 3:20), porque “el trono del Señor está en
el cielo” (Sal. 11:4) ̶ que es parte del “santuario de Dios [que] está en el cielo” (Apoc.
11:19) ̶ , ¿significa que vamos a morar sobre nubes, como creen muchos cristianos? Si
no es así, ¿por qué se le llama “¿cielo”?
Isaías dice que Cristo y sus ángeles "vienen de lejana tierra, de lo postrero de los
cielos" (Isa. 13:5). Si leemos el capítulo donde aparece esta declaración, notaremos que se
está hablando tanto de la Babilonia literal como la escatológica. Por eso nos encontramos
1
Idem.
29

con las señales del sol, la luna y las estrellas de los siglos XVIII y XIX (vers. 9-11), que no
se cumplieron en la Babilonia histórica. Y por eso Elena G. de White lo aplica a los eventos
del fin y la segunda venida. 1 El término hebreo quets, significa extremidad, fin, límite,
término, lo postrero, lo más lejos, en este caso, del centro universal.
Elena G. de White señala este lugar como “la tierra" donde viviremos gozosos; 2
teniendo la forma de una “esfera de gloria", es decir como un planeta con luz propia. 3
También lo señala como "el continente del cielo” –como le llamaban en sus días a los
mundos—.4 En otra declaración se refiere a nuestra “tierra" y al “cielo", para afirmar que
son “dos mundos".5 Y, puesto que es un planeta, en las afueras de "la ciudad
resplandeciente" veremos los “campos verdes" de "nuestra patria celestial, el mundo de
una belleza que ningún pintor puede reproducir".6
Queda claro, entonces, que “el cielo” es en verdad un planeta como nuestro mundo.
¿Y dónde está nuestro mundo, sino en el cielo, colgando en el espacio por la ley de
gravitación universal? ¿No vemos nuestra luna también en el cielo? Pero Pablo aclara que
Dios está en “el tercer cielo” (2 Cor. 12:2), es decir, más allá de nuestro cielo, o atmósfera
terrestre1º; más allá del cielo estelar 2º, y de la misma atmósfera que rodea al planeta
celestial3º.

Si los lados y la altura de la santa ciudad tienen 12.000 estadios y “son iguales”(Apoc.
21:16), ¿significa que esa es la altura del “trono alto” (Isa. 6:1), o la ciudad es un gran
cubo donde nunca se verá el cielo de la patria celestial?

En primer lugar, no podemos saber si se trata de una medida literal o simbólica, ya


que 12.000 es el múltiplo de los números simbólicos 12 (totalidad: (Éxo. 28:21; 39:14; 1
Rey. 18:31; Eze. 43:16; Apoc.12:1; 21:2,14) y 1000 (número de abundancia: Deut. 7:9; 1
Crón. 16:15; Sal. 105:8; Eze. 6:6; 7:28; Apoc. 7:4-8; 11:13; 14:13,20; 21:16). Si las
medidas fueran literales, nos daría 2.160 kilómetros de altura; pero según las medidas que
da Ezequiel, la altura del trono tendría 13.500 metros (Eze. 48:30-35). Así que no podemos
saber cuál es la medida exacta. Pero sí estamos seguros que el alto, el largo y el ancho son
iguales, pues la expresión griega isos significa “igual”, no proporcional. Por eso la ciudad
es cuadrada.
Entonces, ¿la santa ciudad es un cubo, donde nunca podríamos ver el cielo? No,
porque la Revelación nos dice que el trono es “alto y sublime” (Isa. 6:1), edificado a
manera de “torre” (Miq. 4:7,8; Sal. 78:69); que se eleva “muy por encima de la ciudad,

1
CS, p. 696.
2
Ibíd., p. 733.
3
CBA, 1: 1099.
4
Idem.
5
————, Testimonies, v. 3, p. 193.
6
E. de White, El Hogar Adventista (Had), (M. View, Calif.: Pub. Inter., 1959), pp. 493,494.
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sobre un fundamento de oro bruñido”.7 Cuando Isaías se encontraba en el templo terrenal,


de cara al santísimo, vio en visión al “trono” del cielo. Y al contemplarlo, no pudo ver la
parte superior, porque era tan alto que “se elevaba como hasta los mismos cielos” 2.
Entonces, si la ciudad fuera un cubo, estando el trono mucho más alto, el techo del cubo
impediría que la gloria del trono ilumine la ciudad. Y sólo podríamos ver “la sala del trono
del Rey de reyes” que está encima (Dan. 7:13; Mal. 3:1; 2 Crón. 30:27), 3 saliendo de la
ciudad.
En segundo lugar, la altura de los muros de la ciudad es menor que la del trono,
porque tienen “ciento cuarenta y cuatro codos”, es decir unos 65 metros de altura (Apoc.
21:17.Cuando no se especifica la dirección de la medida, siempre es la medida mayor, en
este caso la altura: Eze. 41:5). Por eso los redimidos se subirán sobre los muros al fin del
milenio, para ver los sucesos del juicio y la creación de la nueva tierra. 4 Si la ciudad fuera
un cubo, estas descripciones inspiradas no se ajustarían a la verdad.

lebeskow@arnet.com.ar

1
CS, p. 722.
2
RH, 16-10-1888.
3
CS, p. 565.
4
────, Testimonios selectos, vol. 2, (Bs. As., CES, 1927), p. 245).

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