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El abuso sexual (al igual que otras formas de abuso de los derechos humanos de niños
y niñas) continúa presentándose como un fenómeno de cifras pandémicas. El abuso sexual
infantil (que abreviaré utilizando las siglas ASI) está ampliamente definido por la literatura.
Encontramos dentro de las más completas el aporte de Arrendon citado en Quinteros:
“Aquel tipo de conducta sexual que se realiza con un niño o niña, tales como
tocamiento de los genitales u otras partes del cuerpo del niño por parte del agresor,
incitación del perpetrador a tocar sus propios genitales, penetración vaginal, anal u
oral, exposición de material pornográfico para el menor, utilización del infante para
realización de material pornográfico. Estas situaciones pueden darse de manera
conjunta o aislada, pueden ser efectuadas en una sola ocasión, varias veces o en abusos
que se extiendan durante varios años” (Quinteros Benitez, Canton Cortes, & Delgadillo
Guzman, 2014)
Y es que no solo constituye un daño a los menores. El abuso sexual infantil (ASI)
además de constituir un golpe contundente, traumatizante y devastador en todas la
dimensiones de una persona y más cuando el periodo evolutivo es alterado de manera tan
profunda, encierra consecuencias a mediano e incluso largo plazo para quien la sufre y
acarrea una génesis en comportamientos que tienen una expresión a nivel social, es decir
conforman una posible fuente de comportamientos desviados y que fácilmente pueden ser
propicios para la categorización de delito.
Tal situación se empeora cuando la persona victimaria constituye aquella que debía
desarrollar la función de protector y cuidador. El ASI por parte del progenitor es una realidad
y se potencia cuando el embarazo constituye la consecuencia del abuso. Tras los elementos
ya estudiados, encontramos una dinámica ahora más compleja pues conlleva la crianza de un
bebe producto de la relación entre padre e hija.
La madre aun niña se encuentra en una situación asincrónica de su desarrollo sobre
todo porque debe velar por un hijo. Diversos cambios se presentan dentro de las esferas
sociales, biológicas, psicológicas, familiares, etc. Sin embargo todas ellas conllevan a la
adaptación de la mejor manera para ambos menores.
En tal situación se requiere una adaptación a una nueva vida de la mejor manera
considerando los cambios y los elementos no desarrollados. Una menor de edad sigue siendo
una niña o adolescente que ha sufrido un encuentro violento con la vida y es así como se
sentirá sobre todo si su entorno es revictimizante.
Toda área en la que se evalúa requiere una readaptación por lo que lo es bien sabida
la cantidad de procesos psicológicos, médicos, sociales, etc. que necesitara además de un
entorno de apoyo y armonía. Fundamental es permitir que estas niñas vuelvan a lo más
parecido a su desarrollo normal sin descuidar al bebe.
Como criminólogos es importante:
Como criminólogos debemos considerar tanto los hechos como la posibilidad de ocurrencia.
Al considerar los hechos hablamos de programas de reinserción tanto para las víctimas como para
los victimarios, es decir los padres violadores. Las víctimas y sus hijos e hijas necesitan continuar
con un proceso de desarrollo adecuado considerando todas las alteraciones mencionadas en párrafos
anteriores no como un señalamiento de algo que se arruino. Sino como una situación que plantea
retos y, de manera crítica, imparcial y científica deber ser enfrentados.
Importante es retomar las notas en las que observamos cómo somos partes del problema
estando en una sociedad enferma y como buenos embajadores hemos de ser parte de la situación
como profesionales que no aportan lo adecuado o como ciudadanos que callamos lo observado.
Todo ello implica la postura crítica de la criminología como practica ante dicho fenómeno