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La conquista del espacio

Es buscando lo imposible como el hombre ha realizado siempre lo


posible. La efervescencia del hombre, su inevitable naturaleza y
motivación radica en poder romper y franquear los límites que su propia
mente establece. La prueba del carácter social del hombre está
influenciada por esa capacidad. Y justamente, en su capacidad colectiva
Radica la esencia de lo social, las instituciones, los detalles mismos de la
cotidianidad comunitaria, la base de todas las teorías humanas. Ello
forma una especie de ecosistema cultural, el entorno ambiental del
individuo donde se siente seguro. La atmosfera de su intelectualidad, de
la moralidad, la política, la economía y toda ciencia social. Desde sus
inicios como homínido hasta sus viajes al espacio exterior la curiosidad
del hombre resulta el motor de todo lo que ha significado como especie.
El ello radica también la conciencia humana, lo que valora como
libertad, si bien, el desastre provocado por la especie humana, el
desastre mismo generado para el planeta y para otros individuos, podría
ser razón suficiente para limitar su quehacer, la pulsión del hombre le
impide detenerse. Lejos de limitarlo sus propios yerros lo impulsan
todavía más, su personalidad se completa con cada nuevo avance desde
la locomotora hasta los viajes a marte, son prueba de la rebeldía del
individuo humano. No es un conflicto con el planeta, simplemente,
establecer una especie como aquella en un planeta con ecosistemas tan
estables, fue la pretensión de equilibrar dos fuerzas esencialmente
opuestas, con un resultado inevitable; en otras palabras, la curiosidad
humana, basta para traspasar los límites mismos del sistema solar que
habita, contenerlo al interior de un planeta es una pretensión
descabellada. La especie ni siquiera se esfuerza en enmascarar su
impulso de transgresor de la voluntad de las fuerzas naturales, ni
siquiera es el progreso social lo que busca, no intenta organizar la casa
que habita, la moralidad no le basta para hacerlo. La dignidad humana
no se limita a la pervivencia o a la convivencia armónica con las demás
especies, precisamente es eso, no considera hacer el “bien”, no porque
se le ordene su moralidad o porque no lo conciba o lo anhele. Es su
impulso lo que se impone, formal, oficial, y autoritariamente, se impone
naturalmente, y es debido a ello precisamente que su acción sobre el
planeta es incomparablemente a la de cualquier otra especie, más
poderosa que la sociedad que ha forjado, que su legado cultural, que la
concesión de una armonía y un apacible recuento histórico de su paso
por la historia.
Así la curiosidad es para el hombre algo que trasciende la solidaridad
con el lugar que le brinda cobijo, por lo contrario, su desarrollo y, por
así decirlo, su humanización trasciende cualquier tipo de frontera. Hoy
anhela conquistar marte y reconoce, incluso, que evitar la aniquilación
del todas las especies del planeta, contiene la misma premisa desde que
se la humanidad se estableció como una sociedad medianamente
organizada, pues toda la vida social que ha formado, no es más que un
puente en esa incesante búsqueda de nuevas fronteras. Marte, la luna,
es la resultante, siempre nuevamente reproducida, de la influencia de la
curiosidad material, intelectual y moral que todos habita en todos los
individuos y de la presión que ejerce sobre él. No es otra cosa que esa
misma naturaleza, por lo que vive, con esa condición suprema de
intervenir todo lo que pareciera más allá de su alcance y tan
poderosamente lo impulsa, que sin saberlo no pretende en absoluto
detenerse. El hombre sólo tiene realmente en su interior lo que
manifiesta de una manera u otra en el espacio exterior. La única grande
y poderosa autoridad de la curiosidad, a veces, irracional, la única de
irrespetar, toda norma basada en el confinamiento a un espacio
determinado. Ningún hombre, teniendo el poder y las
herramientas, cesará nunca en su intención, y esto es unánime también
para toda sociedad, de sentirse promovido por el asentimiento de
colonizar no solo marte y la luna. Si su curiosidad y valentía lo llevan a
traspasar los límites del sistema social y caminar sobre el suelo de
planetas hoy solo imaginables lo hará. Sin duda, es un acuerdo
subjetivo entre la especie humana y el planeta, un día abandonará la
casa y se adentrará en los confines cósmicos, con una curiosidad que
jamás se acalla.

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