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TIWANAKU A LA VISTA:

EXPLORADORES, ARQUEÓLOGOS Y ARQUEOLOGÍA DURANTE EL S. XIX Y


PRINCIPIOS DEL S. XX EN BOLIVIA.
María Soledad Fernández Murillo∗
Sólo he podido ver más lejos que los demás,
Por que he estado apoyado en los hombros de las personas
que me precedieron.
Albert Einstein (1879-1955)

Actualmente, la historia de la arqueología científica en América Latina se remite a


la historia del pensamiento histórico- cultural, que ha dominado la palestra académica
desde la mitad del S. XX (Politis 2003). Bajo el paraguas de este paradigma, Latinoamérica
se ha organizado en fases, secuencias regionales, períodos y tradiciones culturales que han
hecho de la arqueología una ciencia antropológica por derecho. Sin embargo, más allá de
un recuento de los primeros pioneros, exploradores y misiones científicas, el período
precedente al advenimiento de la historia- cultural en Latinoamérica aún, permanece en las
sombras. Una de las razones para este “silencio” en la historia arqueológica se remite, al
hecho de que a mediados del S. XIX y a principios del S. XX muchos de los países que
conforman el bloque sudamericano, todavía, estaban consolidandose políticamente como
países independientes. Así, los circuitos académicos de la época estaban enfrascados en
debates centrados en la realidad económica y social de las nuevas naciones y muy poca
reflexión se dirigía hacia el pasado y sus configuraciones. ¡América no tiene pasado sólo
futuro!, era la consigna de las comunidades intelectuales de la época, abstraídas por las
ideas de razón y progreso. Como consecuencia, la investigación sobre el pasado quedó en
manos de académicos extranjeros provenientes de Norte América y Europa, quienes
influenciaron de manera activa en la conformación de la historia de los países y su manera
de concebir su pasado.
Bolivia, ubicada en el corazón de Sudamérica, vivió, al igual que los países vecinos,
el fuego de la independencia y la libertad, además de compartir los sueños de progreso que
inundaban a las clases medias de casi todo el continente. Sin embargo, un interesante
fenómeno social se desarrolló en torno a la concepción del pasado y el desarrollo de la


Postulante al Doctorado en Antropología de la UTA-UCN Chile. Casilla Postal 2509 La Paz-Bolivia. E-
mail: solefernandez2000@yahoo.es

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

investigación arqueológica de este país andino. Desde los albores de la república, la historia
de la investigación y el pensamiento arqueológico de Bolivia fue dominada y sofocada por
Tiwanaku, considerado como el símbolo “de todas las antigüedades andinas” (Vellard
1945:12). Así, el desarrollo del pensamiento arqueológico se centró en el estudio de este
sitio y muchas de las problemáticas académicas de la época fueron trasladadas al árido
escenario de la altiplanicie boliviana.
El presente trabajo no sólo pretende esbozar las hipótesis e ideas matrices acerca del
pasado prehispánico, que circularon durante finales del S. XIX y comienzos del S. XX en
Bolivia, sino intenta ofrecer un nuevo referente al panorama mundial de la historia de la
arqueología. También, se aspira a aportar a la discusión sobre las configuraciones teóricas
en las ciencias antropológicas, en la cual Latinoamérica más allá de ser un receptor pasivo
de los debates científicos, fue un participante activo, productor y reproductor de conceptos
e ideologías. Asimismo, este ensayo reconoce que, aunque muchas de las propuestas y
acercamientos iniciales del siglo pasado exhiben las restricciones propias de su tiempo y
hoy son muchas veces aproximaciones desacertadas, abrieron el camino para las
investigaciones posteriores.
Personajes como Arthur Posnansky (1873-1946), Max Uhle (1856-1544) o el
suizonorteamericano Adolf Bandelier (1840-1914) conformaron el tríptico de los
arqueólogos pioneros en los Andes Centro-Sur. Cada uno de ellos con sus instituciones
respectivas aportaron a la discusión desafiando o apoyando al enfoque evolucionista de la
época. A través de sus escritos -que muchas veces no contaban con el suficiente dato
arqueológico para plantear tesis sustentables- se pudo rebatir muchos de los planteamientos
de los naturalistas e historiadores europeos que propugnaban la simpleza cultural y social
de América y demostrar que el Nuevo Mundo había desarrollado sus propias civilizaciones
(Trigger 1992).
1825-1900: El inicio de una nación científica.
Las incipientes élites criollas habían heredado de la época colonial poco gusto por
las ciencias y la formación impartida por la Universidad Mayor, Real y Pontificia de San
Francisco Xavier de Chuquisaca no animaba ninguna incursión hacia los temas calificados
como peligrosos para la fe. Así lo atestigua la pobreza de los compendios de flora y fauna
editados antes de 1830 (Demelas 1981). Consecuentemente, en los primeros años de la vida

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

republicana, la enseñanza se limitaba a las “humanidades” y la formación científica de las


élites sólo podía provenir del exterior.
Sin embargo, durante la primera década posterior a la fundación de la República de
Bolivia, en 1825, varios cambios fueron implementados al interior de la nueva estructura
republicana. Uno de los más sobresalientes fue la nueva fascinación por las polémicas
científicas que se desarrollaban en el ambiente europeo (de Mesa et al 1999).
De manera paralela al creciente interés de las elites por las ciencias puras, una nueva
disposición por el estudio del pasado fue implementado. El interés por las ruinas
altiplánicas de Tiwanaku sufrió un súbito crecimiento debido, principalmente, a que este
sitio se había convertido en el símbolo de una nación independiente (Albarracín-Jordán
1996). Así, en la literatura de la época, Tiwanaku y su pasado prehispánico se proclamaba
como la antítesis del yugo español. Escritores como Villamil de Rada (1888) planteaban
una visión paradisíaca del período prehispánico, glorificando a la cultura aymara pretérita
estrechamente ligada a Tiwanaku y ensalzando su idioma hasta el punto de caracterizarlo
como lengua adámica. Este autor, también, propugnaba que los actuales grupos indios no
deberían ser concebidos como salvajes, sino como personas que habían olvidado las
costumbres de una memorable civilización.
Asimismo, la historia de los grupos indígenas y sus luchas por la igualdad de
derechos se convirtió en la historia de la lucha por la libertad nacional. Por ejemplo, el
cerco indígena a la ciudad de La Paz de 1781, liderado por el rebelde aymara Túpac Katari
y su esposa Bartolina Sisa, fue incluido en los anales de la historia por la libertad de la
corona española y sus cabecillas fueron transformados en protomártires de la independencia
nacional (de Mesa et al 1999).
Durante el gobierno del tercer presidente de la República de Bolivia, el Mariscal
Andrés de Santa Cruz (1829-1839), llegó el investigador francés Alcides d’Orbigny
auspiciado por el Museo de Ciencias Naturales de París, quien en su misión como
naturalista estaba estudiando los diversos recursos naturales y las diferentes razas humanas
de América (Ibíd.). La iniciación de los trabajos científicos europeos comenzó con este
estudioso francés, cuyo viaje encontró tanto eco en las ambiciones del joven presidente, que
este último lo patrocinó y nombró enviado especial del gobierno de Bolivia, encargado de
estudiar la vertiente oriental de la nueva república. Así, habiéndose contentado con breves

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

estadías en las ciudades de La Paz, Cochabamba y Chuquisaca, d’Orbigny permaneció más


tiempo en Santa Cruz donde inició sus investigaciones. Fue en esa ciudad que este
académico hizo conocer, entre las élites cruceñas, los trabajos de George Cuvier y las
polémicas que agitaban al mundo científico.
Curiosamente, aunque no permaneció un tiempo considerable en la región boliviana
occidental y no era parte de sus objetivos de investigación, a su paso por Tiwanaku,
d’Orbigny se detuvo a observar la arquitectura restante del sitio de Tiwanaku e infirió que
la figura central de la Puerta del Sol representaba un importante personaje político y
religioso. Al parecer, la monumentalidad de las construcciones le hizo suponer que
Tiwanaku había superado una organización tribal para ser considerado como una antigua
civilización y, a través de sus escritos, condenó severamente la destrucción y
desmantelamiento del sitio durante la Colonia (Albarracín-Jordán 1996).
Por mi parte lo que vi, medí y dibujé1. Al noreste de los primeros monumentos
encontré ese de que acaba de hablar el historiador hispano2; pero tuve la pena de
encontrar en todas partes las huellas de la concupiscencia y el vandalismo europeo
(…) Los pórticos, que ya no estaban de pie, fueron levantados por hombres que nos
obstinamos en tratar de salvajes, mientras que monumentos de la misma naturaleza en
Egipto nos hacen considerar como muy antiguamente civilizados a los que los que los
edificaron. ¡A tal punto se quiere negarles todo a los americanos! (d’Orbigny
1844:1539).

Con esas simples observaciones, d’Orbigny inauguró una centuria de trabajos de


académicos y aficionados interesados en la historia de Tiwanaku. El legado intelectual de
este estudioso se plasmó, posteriormente, en la creación de varias instituciones científicas,
consagradas al estudio y preservación de los recursos naturales de las regiones y sus
habitantes, abriendo así el campo de la investigación geográfica complementada con la
etnografía.
Durante el medio siglo que siguió al paso d’Orbigny, la alta sociedad criolla,
periódicamente privada de contingentes de exiliados y evolucionando en medio de
pronunciamientos sangrientos y de guerras perdidas, permaneció francófila y sensible a los
últimos resabios del romanticismo implantado por el naturalita francés. No fue hasta el
último tercio del S. XIX que una nueva influencia extranjera puede percibirse, esta vez, en
el extremo occidental de Bolivia.

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A finales de 1869, las élites de la ciudad de La Paz fueron influenciadas tanto por la
sociedad chilena como por la inglesa: en Santiago de Chile, José Victorino Lastarria funda
en 1870 el Círculo de los Amigos de las Letras; seis años más tarde los intelectuales
bolivianos fundaron el Círculo Literario, que para 1900 se había convertido en el centro
oficial de difusión de las ideas políticas liberales y “positivistas” (Demelas 1981).
De igual manera que las ideas políticas hallaron un organismo de difusión en el
Círculo Literario, las ideas científicas de la época se ampararon en la Sociedad Geográfica
de La Paz fundada en 1889. Esta institución estuvo inspirada y auspiciada por la Sociedad
Geográfica de Londres, y al igual que la europea estaba consagrada al progreso de la
ciencia geográfica, entendida como el estudio de las regiones y sus habitantes, y al
perfeccionamiento y difusión de los conocimientos en esta materia (Ibíd.).
Fue esta institución, a través de su Boletín mensual, la que impulsó el desarrolló de la
investigación acerca del pasado fuertemente ligada al paradigma evolucionista. En sus
publicaciones se podía advertir la influencia de pensadores sociales como Spencer y
Boucher quienes propugnaban la existencia de leyes universales de evolución que regían a
la humanidad. Muchos de los artículos reflejaban la predisposición de élites criollas de
adoptar el tema central de reflexión que dominaban el amanecer S. XX: el estudio de los
orígenes y de las leyes que rigen a las sociedades.
Los conceptos spencerianos y darwinistas sociales tendrían un mérito indiscutible
para los grupos gobernantes que alegaban ser parte de la raza de conquistadores: justificar
la opresión que ejercían sobre la mayoría de la población conformada por grupos indígenas
y considerada como resultado de años de fatal mezcla entre españoles degenerados y una
raza pretérita de indígenas valientes e inteligentes, de la cual ya no quedaba nada. Las
teorías acerca de la degeneración de las razas originarias suscitaron querellas apasionadas y
el Boletín de la Sociedad Geográfica publicaba discusiones sobre cuál de las dos razas: la
india o la mestiza estaba más degradada. Así, por ejemplo, el pensador radical Gabriel Rene
Moreno (1905 citado en Demelas 1981) propugnaba que la mezcla entre el blanco y el
indio “incaico” debía estar destinada a la eliminación, mientras que la mezcla entre el
blanco y el indio “guaraní” era un mal menor susceptible a ser tolerado.
Así, paradójicamente, aunque los foros de discusión académica durante 1825-1900
ensalzaban un pasado glorioso, directamente reflejado en Tiwanaku, al mismo tiempo,

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negaban a los grupos indígenas como herederos de la cultura que tanto admiraban. Fue
dentro de este escenario- dominado principalmente por la concepción literaria y romántica
de Tiwanaku como icono de un noble pasado-, que la historia del pensamiento arqueológico
se desarrolló y donde las primeras investigaciones, estrechamente relacionadas con
investigadores extranjeros, fueron llevadas a cabo.
Los primeros arqueólogos, sus patrocinadores y su fascinación por Tiwanaku
Como ya se mencionó, el desarrollo de la investigación arqueológica en Bolivia se
caracterizó, principalmente, por la influencia y los trabajos de los exploradores extranjeros
quienes propugnaron algunas interpretaciones sobre el origen del sitio de Tiwanaku, sus
habitantes y su función en el pasado. A diferencia de los grupos de intelectuales nacionales
que estaban obsesionados por buscar un pasado glorioso para conformar su historia y para
justificar sus políticas de discriminación, los investigadores extranjeros buscaban, detrás de
las ruinas de Tiwanaku, al “noble salvaje” con su aura exótica y, a través de él, las
respuestas a problemas de investigación que sacudían los círculos intelectuales de la época
(Albarracín-Jordán 1996, Demelas 1981).
Del amplio grupo de arqueólogos y viajeros que iniciaron la investigación
arqueológica en Bolivia, se ha elegido a los más representativos de la época. A
continuación, se resume la trayectoria de quienes influenciaron de manera directa en la
concepción del pasado y la configuración de la arqueología actual.
Ephrain George Squier: Del Valle del Mississippi al Valle de Tiwanaku.
El viaje de E.G. Squier por territorio boliviano iniciado en 1863, trajo consigo las
primeras luces de la investigación arqueológica internacional. Considerado como uno de los
grandes contribuyentes de la arqueología norteamericana, Squier (1821-1888) junto con
Edwin Davis fue autor del libro Ancient Monuments of the Mississippi Valley (1848) donde
se dedicó a examinar con gran cuidado un buen número de túmulos y terraplenes, llegando
a excavar y comparar sus hallazgos con los de otros investigadores. Durante su trabajo en el
valle de Mississippi reunió una gran cantidad de datos sobre los tipos de construcciones en
el este de los Estados Unidos que actualmente han desaparecido. Sin embargo, pese a la
amplitud de las descripciones de su trabajo, se puede percibir a un ferviente seguidor de la
teoría de los Constructores de Túmulos (Trigger 1992).

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

Squier viajó por Perú y Bolivia entre 1863 y 1865 patrocinado por el presidente
Lincoln y con el cargo de Comisionado de los Estados Unidos de Norte América. Fue el
primero en fotografiar el sitio de Tiwanaku, elaborar mapas de algunos recintos
ceremoniales y esbozar en descripciones sistemáticas y extensas gran parte de los bloques
líticos tallados (Albarracín-Jordán 1996).
En 1877 se publicó en Nueva York su obra Peru: incidents of travel and exploration
in the Land of the Incas, con 599 páginas llenas de ilustraciones y notables testimonios de
su viaje donde presentaba -en considerables dibujos - las “gloriosas ruinas de Tihuanacu”
(Squier 1877:160), ante la sorpresa generalizada del mundo académico norteamericano y
europeo. Pocos han tenido su habilidad y destreza para dejar tan valioso y exacto
testimonio iconográfico y arquitectónico acerca del estado de las ruinas de Tiwanaku en el
tiempo de su visita.
El recorrido que Squier efectuó al altiplano, le impregnó de una sensación de
desolación y olvido. Esta primera impresión afectó de manera importante muchas de sus
concepciones acerca de este sitio, y concluyó que “Tihuanacu pudo haber sido un lugar
sagrado o santuario, cuya población se terminó por un accidente, un augurio o un sueño,
pero me cuesta creer que fuera una sede de gobierno” (Squier 1877:162).
De igual manera, este autor rechazaba categóricamente cualquier relación entre los
habitantes originarios actuales y los primeros pobladores de Tiwanaku. Y, al igual que en
sus trabajos en el valle de Mississippi, Squier (1877) propugnaba la idea de una raza
extinta, de hombres inteligentes que construyeron los monumentos, de los cuales no
quedaba registro, ni sobrevivientes.
A través de este tipo de concepción, Squier reflejaba su absoluta confianza en los
principios evolucionistas unilineales. Dentro de su interpretación acerca de la naturaleza de
la organización de Tiwanaku como un área netamente ceremonial, Squier mantenía la
premisa de que en un lugar como el altiplano boliviano, no pudieron haberse desarrollado
culturas complejas o grandes centros administrativos. Y, aunque, seguía la doctrina
ilustrada de la “unidad síquica”, en la cual todas las culturas compartían “ideas
elementales”, abiertamente aceptaba que Tiwanaku no podía ser una civilización, ya que
ninguna cultura de la antigüedad americana podía ser superior a la de los tiempos modernos
(Trigger 1992).

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A pesar de que la tendencia hacia interpretaciones caprichosas no disminuyó


después de los trabajos de Squier, prevaleciendo entre los grupos de arqueólogos
aficionados y el público en general, su preocupación por una arqueología más seria y su
deseo de promover una investigación más sistemática, creó un ambiente para iniciar una
investigación más científica y profesional. Así, después de la publicación de los viajes de
Squier, Tiwanaku fue blanco de nuevas interpretaciones y de un creciente sentimiento de
curiosidad por notables académicos extranjeros, quienes iniciaron gestiones para
desentrañar los enigmas que los dibujos y mapas de Squier, tan sutilmente, sugerían.
Max Uhle: El científico exiliado
Fue el Museum University de California el que aceptó el reto de Squier y comenzó
el primer proyecto de arqueología sudamericana a mediados de 1895, cuando el alemán
Max Ulhe inició su trabajo en la cuenca del Lago Titicaca. Uhle, quien también trabajaba
para el Museum für Völkerkunde en Berlín, llegó a La Paz, Bolivia con el fin de trabajar en
el famoso sitio de Tiwanaku, pero, desafortunadamente, no pudo conseguir un permiso
oficial para iniciar sus trabajos de excavación y después de algunos viajes exploratorios
alrededor del Lago Titicaca, viajó a Lima donde comenzó su histórico trabajo en
Pachacamác (Ulhe 1902).
Sin embargo, pese a su breve estadía, Uhle (1912) pudo urdir algunas explicaciones
bastante acertadas sobre la antigüedad de Tiwanaku. Él afirmaba que el área cercada por
grandes piedras labradas de Kalasasaya, el montículo artificial de Akapana, el distintivo
estilo cerámico y las estelas líticas no pertenecían a los inkas, quienes habían conquistado
el área poco tiempo antes del advenimiento español en la zona (Kidder 1956).
El amplio conocimiento sobre el estilo Tiwanaku permitió a este académico
reconocer su presencia como un horizonte estilístico pre-inka. Así, Uhle (1912) sugirió la
presencia de dos estilos -mayormente representados en cerámica- para el área centro-sur
andina: el estilo Inka originado en la capital inka del Cuzco y esparcido durante la
conquista y un estilo más temprano, presumiblemente producido y distribuido desde
Tiwanaku. Asimismo, Uhle (1902, 1912) identificó estilos locales e independientes de estos
dos amplios horizontes.
Muchos de los planteamientos de Uhle fueron innovadores, pero peligrosos para la
época. En 1910, en el XVII Congreso Internacional de Americanistas que tuvo lugar en

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

Buenos Aires, el científico alemán, afirmó fehacientemente que de acuerdo a sus hipótesis
y sus trabajos acerca de mitos y narraciones del S. XVI, Tiwanaku habría sido edificada por
los ancestros de los grupos indígenas actuales y aunque los inkas habían tratado de imponer
su lengua, Tiwanaku era de los aymara (Uhle 1910).
Las propuestas de Uhle fueron ampliamente rechazadas por los grupos académicos
de Bolivia, quienes se resistieron a la idea de un pasado prehispánico donde el principal
actor fuera el hombre aymara. En la mente positivista, el indígena, símbolo del atraso, y
Tiwanaku, icono de un ilustre pasado, eran ideas separadas e irreconciliables. Como
consecuencia, la ideología predominante de la época -centrada en el fortalecimiento del
liberalismo y el positivismo y cimentada en un creciente prejuicio hacia lo indígena-
condenó al exilio las propuestas del académico alemán y aún, hoy en día en Bolivia, poco
se conoce sobre su trabajo y sus aportes.
Crequí-Montford y de Sénechal de la Grange: La misión oficial.
El arribo de la Misión Crequí-Montford y de Sénechal de la Grange, a la cual el
gobierno francés le confirió carácter oficial, inauguró, en 1903, la belle époque para el
desarrollo de la investigación arqueológica. El objetivo central de esta misión era “estudiar
al hombre del altiplano, desde el Lago Titicaca, al norte, hasta la región de Jujuy, en el
sur” (Crequí-Montford y de la Grange 1904, citado en Albarracín-Jordán 1996:33). Dentro
de este marco antropológico y etnográfico se incluían aspectos mucho más amplios como
los estudios geológicos, mineralógicos, filológicos y zoológicos. La misión francesa salió
de Paudillac a la cabeza de Gabriel de Mortillet (profesor de l’Ecole d’ antropologie de
París donde estaba a cargo de las cátedras de paleontología y paleoetnología), Georges
Courty (naturalista del Museo de París con especialización en geología y mineralogía), Dr.
Neuve-Lemaire (zoólogo), J. Guillaume (al servicio de A. Bertillon encargado de los
registros antropométricos y fotográficos), Crequí- Montford (lingüista y etnógrafo) y
Sénechal de la Grange (encargado de las investigaciones en folklore).
Siguiendo los principios de geología y paleontología, Mortillet planificaba estudiar
a los artefactos específicos de Tiwanaku como equivalentes arqueológicos a los fósiles-tipo
que los geólogos y paleontólogos utilizaban para identificar los estratos pertenecientes a un
período geológico en particular (Trigger 1992). Así, el investigador francés planeaba

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

identificar períodos o subdivisiones al interior de la estratigrafía del sitio de Tiwanaku,


creando la primera secuencia estratigráfica
para el sitio altiplánico.
Como primer paso, el equipo de
académicos concentró sus esfuerzos en
Tiwanaku. En una primera etapa del 9 al 13
de agosto de 1903, Gabriel de Mortillet,
levantó un plano de las estructuras
superficiales, sin embargo se vio
incapacitado de terminar con su labor
teniendo que regresar a Paris. Así, se
encomendó al geólogo Georges Courty las
excavaciones en Tiwanaku, quien excavó
del 3 de septiembre al 15 de diciembre de
1903 “apoyado por un piquete de fuerza
pública y 16 peones nativos provistos tan
Figura 1: Vista de las excavaciones de la Misión sólo por picos y palas” (Ponce 1994:27).
Crequi Monford (Ponce 1994:Fig.32)
Así, a través de la serie de excavaciones
dirigidas por la Misión, se comenzó un período de trabajos arqueológicos dirigidos por
académicos extranjeros y centrados en la investigación del área monumental de Tiwanaku.
Sin embargo, aunque interesantes hallazgos fueron reportados: las cabezas clavas del
Templete Semisubterráneo, una escalinata de siete metros de largo, un canal, varias piezas
cerámicas y artefactos de metal, etc. los informes escritos de la misión son ínfimos y
Courty no pudo cumplir los objetivos trazados por Mortillet (Albarracín-Jordán 1996).
Así, pese a que la misión trajo consigo interesantes personalidades académicas los
resultados no aportaron mucho al entendimiento o a la interpretación del sitio de Tiwanaku.
Sin embargo, muchos de sus descubrimientos ayudaron a crear una serie de especulaciones
acerca de la importancia del sitio y personalidades académicas posteriores como Arthur
Posnansky, utilizaron los datos para esgrimir reflexiones que dieron la vuelta al mundo.
De manera complementaria, la misión se enfocó en estudiar las diferencias
antropométricas entre los grupos de aymaras, quechuas y mestizos. Gracias a mediciones

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

precisas inspiradas por los trabajos de Bertillon, jefe del Departamento de Identificación
Jurídica en París, los académicos determinaron que existía una diferencia notable entre los
tres grupos: “intelectualmente hablando, los mestizos eran superiores a los grupos de
indios” (Créquí Montford 1905:14).
Paradójicamente, los resultados de las investigaciones craneométricas, fueron
ampliamente recibidos en los círculos académicos y fueron publicadas en varias ocasiones
en el Boletín de la Sociedad Geográfica. Muchos de los pensadores de la época, utilizaron
los datos de la misión francesa para sustentar sus propuestas darwinistas y emplazaron al
gobierno a apoyar una “mestificación” para garantizar el progreso de la nación (Demelas
1981). Así, aunque el grupo de intelectuales que conformaban la misión francesa no
contribuyeron radicalmente al avance de la investigación arqueológica, muchos de sus
aportes en el campo de la antropología física fueron piedra angular para el desarrollo de
propuestas y políticas nacionales centradas en la discriminación y la segregación.
Arthur Posnansky: El Reichsführer de la arqueología en Bolivia
De nacionalidad austriaca, Arthur Posnansky (1873-1948) ingeniero naval de
profesión, llegó a Bolivia en 1898 para trabajar en el servicio de transportes y provisiones
en el río Acre durante el auge de la explotación de la goma (Ponce 1994). Visitó Tiwanaku
por primera vez en 1904 cuando la misión francesa Créqui Montford y Séchenal de la
Grange se encontraba en plena temporada de campo y tomó fotografías de los principales
monumentos. Posteriormente, seleccionó 30 vistas y elaboró un álbum que circuló como
una edición restringida a los círculos académicos. Este esfuerzo documental fue muy bien
acogido entre las sociedades científicas bolivianas debido a que el único documento
disponible hasta entonces era el libro de Stübel y Uhle de 1892 Die Ruinenstaette von
Tihuanacu im Hochlande des Alten Peru que circulaba de manera limitada entre los
académicos que dominaban el idioma alemán.

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

Figura 2: Muro sur de Kalasasaya en 1904 (Posnansky 1904:fig.41 en Ponce 1994: fig.26)

Después de esta publicación, Posnansky fue acogido por la Sociedad Geográfica de


La Paz y durante gran parte de la primera mitad del presente siglo, las interpretaciones de
este académico fueron ancla de espectaculares pretensiones acerca del origen y desarrollo
de Tiwanaku. Entre sus postulados más audaces, Posnansky (1945) sostenía la idea que
Tiwanaku era la cuna del hombre americano. Este enfoque fue el resultado de la influencia
de varios estudios antropológicos de Alemania, su embeleso con los monumentos
prehispánicos y su agenda política frente al nuevo y creciente espíritu nacionalista de la
época (Albarracín-Jordán 1996). Posnansky (1939,1945) planteaba que el altiplano tenía un
clima radicalmente distinto al actual cuando Tiwanaku emergió como civilización. De
manera paralela, alegó que el sitio era un puerto de la antigua ribera del Lago Titicaca, hace
11.600 años y que la capital había sido poblada por la raza kolla. Esta raza había triunfado
en su lucha contra los arawaks debido a su inteligencia innata y superioridad moral. Esta
perspectiva fue ampliamente aceptada por los círculos académicos que lo proclamaban
como un gigante intelectual y que prontamente adoptaron muchos de sus planteamientos.
Temas de reflexión y controversia durante el S. XIX y el S. XX en Bolivia y el mundo.
Dos temas de reflexión e investigación dominaron la palestra académica durante el
S. XIX y el S. XX: el origen y la antigüedad del hombre indioamericano y la identidad y
antigüedad de los grupos que poblaron el continente (Meltzer 1985, Trigger 1992). Estos
problemas de investigación aliaron y enfrentaron a los académicos de la época creando

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

interesantes propuestas. A continuación, se intenta resumir los principales planteamientos


de la época y reflejar el pensamiento predominante de la arqueología científica naciente.
La antigüedad y el origen del hombre
americano.
A comienzos de 1850 la gran
diversidad lingüística y racial a la que se
enfrentaron los académicos norteamericanos
les sugería que los indios americanos tenían
una gran antigüedad, sin embargo, esa
“antigüedad” no estaba claramente definida.
Samuel Haven (1856 citado en Meltzer
1985) sostenía que la antigüedad de la
emigración al continente americano quedaba
solamente "entre los enigmas del tiempo
inmemorial" (1856: 153).
Sin embargo, a finales de 1870 los
Figura 3: Influencia panandina de la cultura “madre”
Tiwanaku (Posnansky 1945: Plancha 2) hallazgos europeos de la prehistoria
paleolítica y los subsecuentes descubrimientos de aparentes herramientas paleolíticas en el
valle del Río Delaware provocaron una rápida aparición de libros y artículos que
proclamaban la presencia indiscutible de una migración temprana representada en los
depósitos glaciares de este valle. Así, en una época donde sólo dos grandes divisiones
cronológicas (Paleolítico y Neolítico) guiaban a los estudiosos, era simple y fácil descubrir
localizaciones que prometían una gran antigüedad. Finalmente, los hallazgos de sitios sin
material cerámico y/o artefactos líticos sin pulir fueron interpretados como el reflejo de una
migración humana al continente americano durante el Pleistoceno.
Los académicos latinoamericanos ingresaron, relativamente temprano a la discusión
sobre el origen y la edad del hombre americano; pero con ideas radicalmente diferentes. En
Argentina, el paleontólogo y autodidacta en ciencia Florentino Ameghino, en la década de
1870, desarrolló una hipótesis sobre los orígenes del hombre en las pampas argentinas que
expuso en su famoso libro La antigüedad del hombre en el Río de La Plata (1880-1881).
Ameghino, especialista en mamíferos fósiles, descubrió (en colaboración con su hermano,

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

Carlos) más de 6.000 especies; sin embargo, a pesar de su prodigalidad como paleontólogo
y coleccionista, gran número de sus hallazgos, incluso los homínidos fósiles, fueron más
recientes de lo que él pensaba.
En Bolivia, la discusión sobre este tema fue liderada por Arthur Posnansky, quien
durante la década de 1900 propuso que el origen del hombre americano se encontraba en el
altiplano boliviano. Aunque, su tesis no fue tan elaborada como la de Ameghino y no
contaba con hallazgos propios que sustentaran sus ideas centrales3, muchas de sus
propuestas llegaron a la palestra de los foros internacionales como el I Congreso Científico
Internacional llevado a cabo en Santiago en 1908 y fueron ampliamente difundidas y
dimitidas hasta el XXVII Congreso Internacional de Americanistas realizado en Lima en
1939.
Él proponía una secuencia cultural y geológica bastante extravagante, en la cual el
levantamiento de la cordillera andina desde el océano, ocasionó, de modo contiguo, que se
suspendieran con ella grandes masas de agua marina, conformando inmensos Lagos
salados, cuyos restos actuales son los Lagos Titicaca, Poopó, Coipasa, el salar de Uyuni,
etc. y que a consecuencia de los constantes deshielos se tornaron dulces. Al mismo tiempo,
emergieron numerosas islas en el Titicaca, donde las condiciones para la vida eran
favorables, con un clima cálido y templado debido a que el altiplano se encontraba a 200 m.
por debajo de su nivel actual. Fue en una de las islas que se desarrollo la cultura Tiwanaku
en su primer período, caracterizado por “una época de cultura humana muy primitiva
(Frühkultur) y que dista de nosotros muchos miles de años, (…) con un sistema de
viviendas humanas que era la transición del troglodita americano al hombre de cultura.”
(Posnansky 1945:29-30). Según sus planteamientos, ese primer período se habría iniciado
hace más de 10.000 años y estaba caracterizado por la construcción de habitaciones de
tamaño reducido elaboradas en el mismo suelo, a manera de excavaciones cuadrangulares o
circulares cuyas paredes estaban sostenidas por muros de contención elaborados con
piedras toscamente labradas, la expresión más relevante de este período era el Templete
Semisubterráneo. Según su criterio, este recinto se encontraba dividido en compartimientos,
techados con esteras de totora, el canal abierto que corre paralelo a los muros servía para
proveer agua fresca a las viviendas. A este primer período le sobrevinieron dos épocas de
esplendor cultural caracterizadas por la supremacía de la raza kolla sobre la raza arawaks y

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

construcciones altamente elaboradas. Resumiendo, Posnansky planteaba un período


netamente originario y generado en el altiplano andino desde la época más primitiva hasta
llegar a un estado de civilización, muy similar a los estadios de evolución cultural
planteados por L. Morgan en 1877 en su obra La sociedad primitiva.
La cronología milenaria de Tiwanaku estaba basada en un estudio sobre la
orientación astronómica de las estructuras. Posnansky (1945) planteaba que el templo de
Kalasasaya en tiempos de Tiwanaku estaba orientación hacia el sol y que actualmente se
percibía una variación de la oblicuidad de la eclíptica de 65º 30”. Realizando cálculos
matemáticos, propuso una desviación de 27º 22” cada 4609 años, extrayendo así una
cronología de 10.600 A. P. para las estructuras.

Figura 4: Secuencia cronológica de la arquitectura de Tiwanaku según Posnansky (1945:Fig.3)


Uno de los detractores de esta teoría fue el italoargentino José Imbelloni (1885-
1967) del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia. Imbelloni (1926)
cuestionaba ardientemente muchas de las propuestas de Posnansky planteando que “en
primer lugar las premisas son generales y equivocadas; segundo este autor plantea
interpretaciones antojadizas de los monumentos y tercero, sus cálculos que a pesar de su
aparato matemático se resuelven en una serie de despropósitos de geografía astronómica”

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

(Imbelloni 1926:122). Sin embargo, aunque Imbelloni consignó que Posnansky otorgaba
diferentes cifras para la cronología en cada publicación suya siempre buscando lo milenario
y dedicó dos de sus cinco apéndices en su obra La esfinge indiana para tratar sobre la
cronología de Tiwanaku, poco pudo hacer para contrarrestar la hipótesis milenaria del
austriaco-boliviano en el XXVII Congreso Internacional de Americanistas de 1939.
Sin embargo, si se quiere avanzar más tras las bambalinas del mundo académico de
la época, no se debe olvidar a Max Uhle en esta discusión, quien fue uno de los más
encarnizados rivales intelectuales de Posnansky. La discrepancia entre ambos radicaba en
dos puntos concretos: el nivel de las aguas del Lago Titicaca y la cronología de Tiwanaku.
Para Uhle (1912) el nivel de las aguas del Lago Titicaca no había variado desde el período
de auge de Tiwanaku y era más o menos el mismo que en la actualidad, exceptuando
algunas fluctuaciones estacionales. Esta situación contradecía ampliamente a la de
Posnansky, quien afirmaba que las orillas del Lago habían llegado hasta las cercanías del
área monumental. A través de esta suposición, Posnansky (1945) afirmaba que Tiwanaku
constituía una isla provista de un istmo estrecho que le permitía la comunicación con la
serranía meridional y que, por consiguiente, contaba con desembarcaderos (por los menos
dos) para que las embarcaciones de totora pudieran atracar.
El segundo punto en discordia era la cronología basada en un estudio de la
orientación astronómica de las estructuras, Posnansky (Ibíd.), que como se recordará,
proponía que la edad aproximada de Tiwanaku era de 10.600 años, fue severamente
cuestionado por Uhle (1912) alegando que:
…sí en 10.600 años ha cambiado la posición del sol hacia la pared principal de
Kalasasaya de tal manera que ella, que estaba matemáticamente orientada en tiempos
de la ciudad antigua, ahora presenta una diferencia de 65’30” con el trayecto del sol
por Tiwanaku en los equinoccios, [Posnansky] nada dice de cómo ha llegado a este
cálculo de 65º30” de diferencia del trayecto normal del sol, sólo agrega que el cálculo
no es definitivo y que tiene que ser verificado con instrumentos de precisión que
todavía le faltan. (Uhle 1912:9).

La contraofensiva de Posnansky no se dejó esperar, pero al contrario de lo esperado


por la comunidad científica, la respuesta careció de un sólido asidero científico debido a
que sustentó la validez de sus mediciones cronológicas recordando el éxito de los trabajos
de astrónomos alemanes como Müller (1930) en Tiwanaku. Sin embargo, su contestación

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

se centró, principalmente, en un desprestigio de las aptitudes profesionales de Uhle, que


muy poco o nada aportaron a resolver las interrogantes de la época.

No deseamos seguir a Uhle en sus divagaciones laberínticas sobre el estilo y


cronología de cerámicas y artefactos de Tiwanaku y sobre su infantil y ridícula
interpretación de los grabado de la puerta del sol 4(...) No entraremos en mayores
consideraciones sobre las insensateces y despropósitos del resto del artículo de Max
Uhle.” (Posnansky 1913: 2-3 citado en Ponce 1994: 113).

Paradójicamente, los trabajos de excavación de Wendell Bennett (1934) terminaron


por dar la razón a Uhle, quien proclamó que “en adelante será difícil mantener la división
creada por Posnansky, de un antiguo Tiwanaku I (aproximadamente 11.000 a.C.) y un
moderno Tiwanaku II” (Uhle 1943:21). Sin embargo, la comunidad científica boliviana y
latinoamericana en general, no tuvo acceso a los resultados de las excavaciones de Bennett
hasta 1956 cuando su obra fue traducida al español por la Biblioteca Paceña y la Alcaldía
Municipal de La Paz bajo el auspicio del nuevo paradigma interpretativo de la historia
cultural y el nacionalismo político.
Así, en los círculos académicos y hasta antes de su fallecimiento en 1948,
Posnansky contó con el apoyo institucional del gobierno boliviano y de instituciones como
la Sociedad Geográfica de La Paz, de la cual llegó a ser director. Con un paraguas político
económico y social de respaldo, las ideas y tesis de este autor fueron tan bien acogidas en la
sociedad boliviana que en 1946 la Universidad Mayor de San Andrés en La Paz lo invitó a
fundar la cátedra de Tiwanacología adscrita a la sección de historia de la Facultad de
Filosofía y Letras. La inauguración de esta cátedra fue enfatizada diciendo “en ningún
lugar del hemisferio mejor que aquí en Bolivia debía principiar a desarrollarse la
enseñanza de esta nueva ciencia, donde tuvo lugar el desarrollo, la génesis de la
civilización y la cultura del hombre americano” (Posnansky 1946: en prensa).
¿Quiénes eran los primeros pobladores del Continente Americano? Las razas y las
culturas perdidas de América.
El segundo tema de investigación más importante para los arqueólogos americanos
a finales del S. XIX era la identidad de los grupos que habitaban el continente antes de la
llegada de los europeos. En Norteamérica la polémica se enfocaba en los grupos que

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

construyeron los montículos en los valles de Ohio y Mississippi, los llamados


moundbuilders (Meltzer 1985, Trigger 1992).
A finales del S. XVIII, cuando grupos euroamericanos comenzaron a colonizar los
valles de Ohio y Mississippi, comenzó un creciente interés por los montículos y sus
constructores. Para ese tiempo, los nativos americanos habían sido desplazados y
dispersados por "bebidas espirituosas, las pequeñas erupciones, guerra y an abridgment of
temtory" (Jefferson [1787] 1975: 135 citado en Meltzer 1985) y no quedaban personas
sobrevivientes o historias orales que pudieran explicar la presencia de estos túmulos. Como
resultado, la construcción de los montículos fue atribuida a una misteriosa raza de
earthworks extintos (Trigger 1992).
Sin embargo, el destino final de esta raza perdida quedaba en la incertidumbre, y en
una unión casi perfecta, la presencia de los indios americanos fue interpretada como prueba
irrefutable de que ellos habían exterminado a los constructores de túmulos. Esta posición
reforzaba la idea popular que los indios americanos eran culturalmente inferiores e
incapaces de realizar tales trabajos (Trigger 1992).
El supuesto exterminio de los moundbuilders por los indoamericanos suministró a
las élites gobernantes una razón fundamental para el exterminio de los indios en el oeste. Y
más lejos aún, la noción de una civilización de moundbuilders proveyó un telón de
epopeya para los estadounidenses, donde los constructores de montículos eran un pueblo
con “un gobierno confederado, un gobernante principal, con una gran capital central, una
religión muy desarrollada, casas, agricultura y tejido avanzado, artes, un lenguaje y quizás
con escritura" (Powell 1894:xli-xlii, citado en Meltzer 1985).
En Latinoamérica, la preocupación por los primeros habitantes del continente se
enfocó de manera distinta y se centró en una discusión sobre las distintas razas y sus
orígenes. Así, el debate se enfrascó en conceptos de autoctonía racial versus inmigración
racial. Uno de las controversias más interesante durante la década de 1930 fue la
desarrollada por José Imbelloni y Arthur Posnansky. Curiosamente, pese a que existían
muchos puntos en discordia entre estos dos rivales académicos, la idea más amplia de
controversia fue el concepto de raza y sus definiciones. Como es de conocimiento general,
Imbelloni (1930) era partidario de la teoría del origen extra continental del poblamiento
americano y durante mucho tiempo había dedicado su trabajo a la antropología física de los

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

pueblos americanos. Para él, los pobladores llegados por el estrecho de Bering podían
conceptualizarse como dolicocéfalos –australoides (Fuéguidos, Láguidos, Pámpidos,
Plánidos y Sonóridos), mientras que las razas llegadas por el Pacífico eran braquicéfalo-
mongoloides (Amazónidos, Ándidos e Ítmidos). Esta posición negaba abiertamente la
existencia de razas kollas y arawaks, que según Posnansky (1945) eran las razas madres del
continente americano. Este último, basado en mediciones exclusivamente craneométricas
definió a los kollas como braquicéfalos- leptorrinos y a los arawaks como dolicocéfalos-
platirrinos y les asignó una serie de características culturales y sociales que los
diferenciaban.
Pero no únicamente en el cráneo difieren los kollas y los arawaks y los consecuente
mestizados, sino, también en el carácter. El kolla es un mandón nato que obra en
concreto con una lógica elevada; es lo que los germanos llamarían Leistungstyp, un
hombre que produce y hace producir; el kolla es moral organizador por excelencia y
bien instruido, supera al migrante europeo; es valiente en la guerra y sin la menor
duda un hombre evolucionado en alto grado; no es un aficionado a los narcóticos
como la coca o las bebidas alcohólicas y tanto en los signos somáticos como en el
carácter, repito se parece a los pueblos del Asia Menor. En cuanto al arawak, de
cuyo tipo se componen la mayoría de la indiada de Suramérica, son gente
mentalmente retardada, que piensan en abstracto y obran sin lógica. A este tipo
pertenecen casi en su totalidad los llamados indios de la selva y de la región
trasandina y cinandina, los costeños como los changos y sus parientes del más al
norte. (Posnansky 1945: 145)

De manera contraria, Imbelloni (1929) planteo que si bien los kollas y arawak se
diferenciaban entre sí por su cultura y lenguaje no lo hacían por su raza y basado en sus
trabajos craneométricos con los grupos Urus del Lago Poopó, afirmó que no existía datos
de diferencia racial radical. Contra este planteamiento, Posnansky argumentó con una de las
ideas más peligrosas de la época, unió el concepto de evolución cultural con el de raza
proponiendo que:

Sí los primeros pobladores de América vinieron del Asia, Australia, Polinesia o


Melanesia, debieron traer consigo una cultura que se asemejara a la de Tiwanaku o a
la pre-Tiwanaku e ipso hubieran sido hombres de gran capacidad y no unos infelices
negros australianos o de Melanesia o unos desgraciados esquimales del Ártico.”
(Posnansky 1939: en prensa).

Un tercer académico se unió al debate, el mexicano Juan Comas, quien desde su


foro en la Revista Indígena del Instituto Indigenista Interamericano condenó severamente

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

los métodos de definición y caracterización de raza afirmando que las mediciones


craneométricas no eran por sí solas contundentes a la hora de caracterizar a las razas. Así,
afirmaba que “los índices de la cabeza se tuvieron y se siguen teniendo en la sistemática
racial, pero en modo alguno por sí solos y menos todavía limitándolos a los craneales
pueden ser tomados como definitivos indicadores de razas” (Comas 1945:60).

Figura 5: Mediciones craneométricas utilizadas por Posnansky para definir razas.


La intervención de Comas en el debate no sólo marcó el final de la discusión sino
que anunció el inicio de una nueva época. Los estragos de la II Guerra Mundial (1939-
1945) habían calado hondo entre los académicos obsesionados con la definición de razas y
más aún, los conceptos de race-levers se consideraban peligrosos para la supervivencia
humana. Al mismo tiempo, un cambio político se vislumbraba a favor de la revolución
nacional y la inclusión de los grupos indígenas al proyecto nacional y muchas de las
propuestas de Posnansky eran insostenibles.
A esta situación debe sumarse el hecho que el paradigma histórico- cultural
mostraba nuevos avances en teoría y metodología y ofrecía nuevos conceptos e ideas que
rápidamente sedujeron a las nuevas generaciones de arqueólogos.

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

Consideraciones Finales.
Se ha llegado al punto donde se puede intentar discutir el significado de la historia
de la arqueología boliviana y tratar de comprender la naturaleza de las interpretaciones
arqueológicas y valorar el grado relativo de objetividad y subjetividad de la disciplina
durante el S. XIX y XX. Como ya Trigger (1984) señaló, ninguna ciencia –ya sea
antropología, arqueología o lingüística- funciona independientemente de las sociedades en
las cuales es practicada y la arqueología boliviana, antes del advenimiento de la historia
cultural y el nacionalismo político, fue ampliamente dominada por el enfoque
evolucionista. Poco avance se puede advertir en metodología y técnica de investigación
durante este período y al igual que en toda América, la interpretación sobre el pasado
estuvo regida por temas de filosofía que eran considerados universales. Al mismo tiempo,
desde muy temprano, la arqueología de Bolivia fue acaparada por la investigación del sitio
de Tiwanaku, que de manera progresiva llegó a configurar el pasado de la nación andina.
Actualmente, la historia de la investigación de Tiwanaku no puede ser considerada,
solamente, como parte de la historia de la arqueología latinoamericana. Debe ser
considerada como parte la historia del pensamiento político y social americano, donde se
reflejan las inquietudes académicas de la época y se crea y recrea nuevas propuestas
intelectuales. Tiwanaku fue la balanza de equilibrio entre las polémicas del Viejo y el
Nuevo Mundo y fue contestataria al contexto de desigualdad social, política y económica
en el cual la ciencia boliviana se desarrollaba. A pesar de los escasos trabajos arqueológicos
y de la primacía de las especulaciones, los académicos de la época accedieron a los foros
internacionales y aunque muchas de las propuestas son ahora obsoletas, en su época fueron
centro de discusión y análisis.
Sin embargo, también, se debe reconocer que como resultado de este complejo
tejido social, la arqueología desarrollada en Bolivia, cayó, casi imperceptiblemente, en los
mecanismos de dominación y segregación. La institucionalización de los paradigmas de la
ciencia liberal y positivista no sólo suscitó el surgimiento de pasiones que poco tenían que
ver con los objetos culturales en si mismos, sino que creo parcialidades más relacionadas a
las adhesiones de los individuos a grupos sociales, etnias, comunidades científicas, elites
y/o minorías. Dentro de este contexto, la arqueología boliviana nació y se desarrolló a
través de la legitimación de las políticas de opresión, discriminación y negación.

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

Actualmente, se debe reconocer que para entender las configuraciones del pasado de
los pueblos y naciones se tiene que ahondar en la historia de las corrientes de pensamientos
y de los paradigmas. Sólo a través de esta fórmula de podrá entender la verdadera
naturaleza de la historia de la arqueología en Latinoamérica.

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Tiwanaku a la vista: Exploradores, Arqueólogos y Arqueología durante el S. XIX y principios del S. XX en Bolivia.

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Notas
1
Se refiere a todas las ruinas de Tiwanaku.
2
Se refiere a Pedro Cieza de León.
3
Actualmente, se sabe que Posnansky nunca excavó en Tiwanaku y que las fotografías que presentaba en sus
escritos eran de la Misión Crequí Montford (Ponce 1994). Esta situación creó muchas confusiones debido,
principalmente, a que Posnansky nunca señaló explícitamente que reproducía registros fotográficos y aún hoy
muchos estudiosos sostiene que era el propio Posnansky quien había dirigido excavaciones en el área de
Tiwanaku.
4
Uhle (1935 citado en Albarracín-Jordán 1996) sostenía que las representaciones estilísticas eran indicadores
de un fenómeno cultural panandino, cuyo origen estaría en las culturas zapoteca y tolteca. Los dos cóndores
tallados en la Puerta del Sol eran la representación del “acto de generación por el sublime producto mítico que
debían dar los huevos” (Ibíd.: 208).

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