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La maté con estas mismas manos que ella antes besara. Fue sujetarla con la soga
y sentir esta escaramuza que recorría mi piel y que se enclavaba en mis arterias y
que llevaba ese veneno hasta el corazón asfixiándolo dejándolo en esa intemperie
Mamá era una matrona de sociedad, eso parecía ante las damas de verde que se
reunían las tardes eternas en el solar de mi casa a jugar cartas, esos juegos de
mujeres sin oficio que casi nada hicieron en esta vida, solo arruinar la vida de sus
propios maridos, hombres que con etílico destilaban por sus pieles la melancolía
A esta hora que son ya las 6:00 de la tarde y que la noche se avecina, entonces
doblego ante la oscuridad del cuarto. A tientas con la luz disipada y con la fetidez
viéndola más, La oscuridad nos absorbe. Me dejo doblegar una vez más por mi
inocencia. Empieza el ritual de todas las noches. Deambulo de aquí para allá…
hace tan estrepitoso que tapo mis oídos y lanzo un extenuante quejido farfullando
un verso de la salmodia hindú: “nada es para siempre, pero todo se eterniza en la
conciencia”
trajinaban en silencio por la alcoba. Enciendo una luz. Trato de ver el cadáver y no
lo encuentro. Salgo despavorido, voy al baño, y allí solo hay un trapero que antes
Corro las cortinas, me asomo con ese deje recóndito de abogado criminalista, que
circula por las calles. Subo a la terraza. El sudor se ha vuelto una capa de sal que
pesa más que mi temor. Bajo, cruzo una habitación alguien ríe a carcajadas como
La noche de bodas un infierno. Tocarla fue un martirio, sentir esos dos grandes
fijándome en las piernas adorables del chofer del bus de mi colegio. Que deleite
era mirarlo, y sentir esa voz que me dominaba y me lanzaba a las más infames de
Alguna vez intenté desmayarme justo a la salida del bus. La rechoncha cuidadora
corrió tan pronto que no pude sentir que él me levantara. Desde ese día intuí que
mi existencia estaría esclava, que por siempre estaría atrapado entre las manos
escándalo mi vida sexual con ella. Sus gritos y quejidos en la mañana me dieron
punición eterna.
Cada vez me asfixiaba más su compañía. Varias veces me ponía yo sus prendas
femeninas, taconeaba por el pasillo que comunicaba la sala con el árbol del patio
central. Ella me veía desde una ventana. Solo una vez me percaté de aquello,
desde entonces no pude vacilar este deseo y lo hice frente a ella. Ella jamás me
suplicas divinas reclamando un perdón que perdí desde que concebí en mi vida la
Usaba sus joyas, sus prendas íntimas, su vestido de bodas que conservaba
bienvenida.
Llego cansado del bufete de abogados honoris et desonoris, donde llevo a juicio
mis casos. Abro mi portafolio, me peino el cabello y cepillo mi bigote. Ese toque de
Púdrete en el infierno.
Hago ese ademán femenino junto al grito isócrono que me pone a su nivel de
La tomo por el antebrazo, la doblego y la arrastro por la baldosa suave que como
recorrido.
Ella me grita, y en su llanto de niña balbuce su infinito asco, y ese deseo oculto de
miran, los observo y siento que ellos me hablan y me culpan. Se burlan a mis
ininteligibles llena el cuarto, comentan la burla de hombre que soy para ella. Me
señalan con el dedo, los colores se vuelven imposibles. Esa mujer amamantando
el niño me recuerda a mi madre, tiro el cuadro por el piso, lo escupo, lo hago
Tomo la cuerda de la que pende ese artificio traído por mi madre de Asía y que se
La sujeto por el cuello. Sus ojos se vuelven blancos como el cielo del cuadro
parisino que deja ver las muchachas en esas callejuelas, coquetas y sonrientes.
Lo tiro por el piso lo estrello junto al rostro de ella que ahora se ha vuelto una
escultura de huesos y carne insustancial, sin dios ni ley: te amo Nietzsche, grito
Los cuadros se le hacen insoportables. Los tira, los abalanza por el piso, los parte
contra las molduras y las cornisas. Los hace pedazos. Ella tirada por el piso le
le hace sospechar lo peor. Enardecido, levanta del polvo las siluetas dispersas de
las mujeres de las réplicas casi perfectas de Jean-Baptiste Camille Corot. Mira en
todas las direcciones, se sujeta el rostro con ese par de manos con las que horas
¿Qué pudo fallar? - Qué pudo fallar, se repite mientras la busca por toda la casa.
Toma un teléfono. Marca un número, nadie responde al otro lado de la línea. Baja
de donde estas todo era un juego. Una manera de romper la monotonía, de jugar
a la muerte esa que se nos escabulle a todos en esta familia y que de vez en
interrumpido por el crujido de unas páginas sueltas que yacen por el piso. Las
ratas corren como haciéndole notar que nunca ha estado solo en esa casa, en la
Qué le dirá de ella, que mentira se le ocurrirá para explicar su ausencia. El silencio
apodera de la escena.
De pronto sale ella. Él nota que su vestido está en perfecto estado, no tiene los
su mirada perdida en el infinito como siempre. Trae un café reparado por ella, con
ese olor característico que tanto le molestaba, pero que para su madre tal vez por
Veo que no has olvidado mi gusto nuera querida: Él se queda atónito, la locura lo
Las mujeres del cuadro lo observan, esas sonrisas lo acobardan. Cierra los ojos
no comprende nada.
Baja las escaleras. Nadie en el sofá, ella en ningún lado. Toma el álbum. Fotos del
funeral de su madre. Lanza por el piso las fotos que ligeramente se dispersan por
la sala.
Se levanta, baja a la sala, ella le trae sus galletas de la tarde. Él sonríe. Su madre
se complace en la atención prodigada. Todo, todas las tardes se vuelve tan normal