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“Agencia, voluntad y autoconocimiento” - Pablo Quintanilla

Lucía Mancilla
20151237

El texto Agencia, voluntad y autoconocimiento tiene como objetivo principal responder a la


pregunta acerca de la relación que existe entre estos tres elementos a partir de las propuestas
centradas en la ampliación de capacidades (Amartya Sen). Para ello, empieza reconstruyendo lo
que se entiende y ha entendido sobre estos conceptos en la tradición filosófica, y los vacíos
conceptuales que dejan entre sí. Por ejemplo, en un primer momento, entendemos por agencia a
la propiedad que nos permite elegir libremente al momento de tomar decisiones y realizarlas en el
futuro. Sin embargo, este modo de entender la agencia se basa en un concepto de libertad aún no
problematizado, pues nos remonta al concepto de voluntad, el cual trae los mismos dilemas
semánticos que el concepto anterior; de este modo, se cae en un “círculo vicioso” al tratar de
definir conceptos a partir de otros igual de oscuros. Por tal razón, para esclarecer estos términos,
Quintanilla plantea abordarlos desde un enfoque naturalista y ontogenético.

En sus palabras: “se puede denominar agencia a una propiedad o capacidad que se atribuye a un
individuo cuando se considera que él o ella puede ser causa de acciones intencionales
modificando, por tanto, su futuro de manera voluntaria”. No obstante, a partir de una visión de la
ontogénesis de la agencia, esta se entiende como un logro del desarrollo; es decir, pasa por
distintas etapas en las que esta se va soldando y modificando hasta llegar a la que se la considera
como su sentido pleno: la agencia representacional.

En total, para esta teoría, son cinco etapas por las cuales evoluciona la agencia. La primera es la
física, aquella que se da en el infante cuando relaciona los efectos causales sobre los objetos
físicos. Por ejemplo, cuando mueve su sonaja y espera que suene. La segunda etapa
corresponde a la social, y corresponde a la capacidad del niño de realizar efectos causales sobre
otros individuos y ya no solo sobre objetos físicos; p.e. un niño llora sabiendo que su madre va a
venir a consolarlo. La tercera, la agencia teleological, vendría a darse cuando comienza a
distinguir los elementos de la segunda fase, es decir, cuando comienza a distinguirse entre lo que
desea y los medios que necesita para llevar a cabo dicha finalidad (Tomasello). Siguiendo el caso
planteado, cuando el niño no solo reconoce que su llanto traerá a su madre, sino que también
reconoce que lo que desea es que su madre venga y el llorar constituye un medio (así como
podría haber otros como gritar). Una tercera etapa es la agencia intencional, donde el niño se da
cuenta que las causas de las acciones pueden ser también estados mentales y ya no solamente
hechos. Por ejemplo, entiende que su madre viene no como resultado inmediato de que llora, sino
porque este influye en sus estados mentales y son estos los que mueven a su actuar1.
1 Esta capacidad de los niños de poder distinguir entre los objetos animados (individuos) e
inanimados le permite a Bloom considerarlos como unos dualistas innatos.
Finalmente, la agencia representacional es aquella que, habiendo sedimentado sus demás
facetas, es capaz de atribuir de forma proposicional estados mentales tanto a uno mismo como a
los otros. De allí que esta capacidad de poder armar un hilo narrativo de los estados mentales y
creencias le permita constituir una conciencia autobiográfica. Y, por ende, comenzar a tener
posiciones personales y juicios morales.

Desde esta mirada, la agencia se presenta como “una propiedad de los agentes que les permite
elegir libremente, tomar decisiones y realizar acciones en función a ellas, es decir, modificar su
futuro voluntariamente a partir de un abanico de posibilidades reconocidos por ellos como
posibles”. Es decir, cuando x asiste a clases, la causa de esta acción no se encuentra solamente
en “porque fue a la universidad” (es decir, en otra acción), sino que reconoce que hay un estado
mental que le convida a realizarlo. Y, al mismo tiempo, este estado mental (que podría ser: “x
considera que el aprendizaje en clases es importante”) no es una proposición suelta, sino que
forma parte de un entramado de proposiciones y creencias que actúan en toda la narrativa de x.
Es decir, podemos decir que x asiste a clases, porque a) x va a la universidad y b) x considera que
el aprendizaje en clases es importante. Esta última proposición constituye parte de la narrativa de
quién es x. De tal modo, conocer estos estados mentales y poder entramarlos dentro de un marco
conceptual es sinónimo de poder conocer a la persona. Siguiendo esta idea, x actúa por una lista
de prioridades que se construye en base a sus creencias y estados mentales.

Cabe decir que aquí entra una diferenciación importante con respecto a las teorías post-
hobbesianas, las cuales consideran que el hombre actúa siempre por causas egoístas, es decir,
uno tiende a actuar siempre considerando lo más beneficioso para sí mismo (y este vendría a ser
el motivo de sus actos). En contraposición, la postura sostenida en el texto defiende que los actos
son causados no siempre por razonamientos estratégicos, sino que las creencias y estados
mentales constituyen una lista de prioridades que son las que lo moverían al sujeto a actuar. Por
ejemplo, cuando decidimos ayudar a un amigo podemos ser movidos por dos razones: i) porque
queremos hacerle un favor y, por consiguiente, que este me deba otro; o ii) porque una de las
creencias que constituyen mi lista de prioridades es “ayudar a mis amigos es bueno”. De allí que
“no siempre actuamos buscando maximizar nuestro beneficio personal sino nuestra lista de
prioridades y que, con cierta frecuencia, nuestras prioridades no coinciden con nuestro beneficio
personal”.
A partir de allí, podríamos concluir que es posible conocer la forma en la que los agentes actúan
desde la observación de sus regularidades; no obstante, los procesos de toma de decisión
implican muchas variables más como las causas externas (circunstancias), internas (la
personalidad, factores emocionales o creencias muy afiliadas a uno mismo), biológicas (código
genético), dla lista de prioridades (que se encuentra siempre en constante cambio), el lenguaje
(que se utiliza para articular dichas proposiciones) y la auto-conciencia.

Para finalizar, Quintanilla explica que todos estos elementos que forman parte de la agencia del
sujeto están entrelazados entre sí. Es decir, las variables que forman parte de la toma de decisión
no son estáticas, sino que se encuentran en constante modificación por la relación con su entorno
y consigo mismas. La conciencia reflexiva, aquella que “explicita los mecanismos conscientes,
tematizándolos y poniéndolos en el foco de atención” permite que el sujeto reflexione acerca de la
forma en la que dichas variables influyen sobre él tanto implícita como explícitamente. Es gracias
a la capacidad de reflexionar sobre nosotros mismos y aquello que impulsan nuestras acciones
que somos capaces de simular todos los posibles escenarios donde podríamos desenvolvernos.
De allí que haya una relación bidireccional entre auto-conocimiento y agencia, pues es mediante
la toma de conciencia de aquellas creencias y valores sedimentados en nosotros que podemos
expandir nuestros escenarios posibles.

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