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s1 Prim Leemos Recursos III Tabita y Tabito PDF
s1 Prim Leemos Recursos III Tabita y Tabito PDF
Este lindo par de zapatitos está tan bien hecho que la única
diferencia entre ellos es que Tabita es para el pie derecho y Tabito para
el izquierdo. Antes de salir del taller, otras manos diligentes les limpiaron
las pelusas, les dieron brillo y los colocaron juntos dentro de una caja de
cartón.
Después de estar unos días esperando ansiosos que los sacaran del
almacén, fueron puestos en la vitrina de una gran tienda muy colorida.
Muchos ojos los observaron con admiración, pero solo una persona
decidió comprarlos: era el preocupado papá de un niño que, acabadas las
vacaciones veraniegas, debía ir a la escuela. El amoroso padre entregó los
zapatitos nuevos a su hijo Fabricio, quien de inmediato se los calzó para
mostrarlos con orgullo a sus amigos; imaginaba lo bien que lucirían en la
escuela.
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Lo que más les gustaba eran las clases del curso de lectura, en las
cuales el profesor, un anciano bonachón, les hacía leer cuentos donde
aprendían que el amor, la amistad, la valentía, la justicia, la libertad y
otras cosas más, siempre eran buenos para construir un mundo mejor.
Cierto día, en el parque, Fabricio se quitó los zapatos para mojar sus
pies en u charquito de agua que había formado la lluvia de la noche
anterior. Estuvo largo rato chapoteando en el charco y corriendo descalzo
por el fresco y verde jardín.
Pero cuando regresó a buscar sus zapatos solo halló a Tabita, que
estaba asustada y miraba con preocupación a todos lados. Fabricio no
entendía cómo Tabito se había alejado de su hermanita perdiéndose por
allí. Lo buscaron desesperadamente y no pudieron encontrarlo.
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su afán de encontrar su casa y a su amada hermanita era mucho más
fuerte.
A Tabita también le iba mal: sin pareja no le era útil a nadie. Empezó
a deteriorarse dentro del oscuro armario. Fabricio era ajeno al drama de
Tabita porque ahora estaba entusiasmado con sus nuevos zapatos, a los
que también llevó a la escuela.
–Sería una gran suerte que por allí me encontrara el verdadero par,
entonces los repararía para dárselos a mi hijo, que tiene exactamente
esta medida.
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Cuando el ropavejero llegó a su casa, guardó a Tabita dentro de un
viejo baúl. Si alguna vez hallaba el zapatito faltante, simplemente sacaría
el que guardó aquí y los lustraría, con escobilla y betún, hasta ponerlos
como nuevos.
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lavado, planchado y envuelto convenientemente en una bolsa para
regalársela a un muchacho que vive al lado de esta casa, pues es su
cumpleaños mañana.
Con lo dicho por sus nuevos amigos, Tabita halló algo de consuelo y
se calmó, armándose de paciencia. Aunque, de vez en cuando le venía a
la mente la idea de huir a la calle y buscar por sí misma a Tabito. Pero eso
era imposible pues no sabía ni por dónde empezar.
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A pesar de su intención de ser firme, siempre se le escapaba un
sollozo fugaz porque extrañaba a su hermanito y la humedad de sus
lágrimas empezó a enmohecerla. Pero el ropavejero era un hombre
previsor y dedicado; por las tardes, al regresar de sus recorridos por la
ciudad, la lustraba y la aireaba sacándola al patio para mantenerla seca.
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Después de permanecer algunos días en ese encierro maloliente, un
perro callejero husmeó con su nariz la basura y, jugueteando, con
mordiscos distraídos, volteó el tacho e hizo rodar a Tabito hacia afuera.
¡Por fin estaba libre!, ahora podría seguir buscando a Tabita. Las
calles son extensas y muy diferentes entre sí, pero el valiente zapatito
tenía la fuerza y la voluntad necesarias para avanzar.
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En medio de sus andanzas, el zapatito se topó con una calle que le
pareció familiar: ¡era la calle que tantas veces había recorrido para llegar
al colegio! Su corazón palpitó aceleradamente y saltó por la vereda hasta
llegar a la puerta del colegio. Pero estaba cerrada, y como Tabito no sabía
a qué hora saldrían los niños, decidió quedarse ahí a esperar.
El Sol abrasador del medio día resecaba aún más el lodo que lo
cubría, convirtiéndolo casi en un irreconocible ladrillo de barro. “No
importa, esperaré a Fabricio, ojalá tenga a Tabita consigo. ¡Por fin se
acabaron mis angustias!”, se dijo.
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Tabito se arrimó a una esquina de la vereda. Miró ansioso a los
muchachos que corrían, se empujaban, compraban golosinas a la
vendedora de la puerta o sacaban de sus bolsillos tarjetitas y chapas para
canjeárselas entre ellos.
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“Tal vez podría emparejar con el zapato que tengo guardado”,
pensó, mientras le desprendía un poco del lodo seco que tenía pegado al
cuero. “Mmm... Sin duda, se parece mucho al que tengo, creo que es mi
día de suerte”. Y, sin decir más, lo puso en su triciclo.
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–¿Qué? ¿Quién eres? –le preguntó Tabita a aquel misterioso zapato
enlodado que la llamaba por su nombre.
Luchín, que así se llamaba el hijo del ropavejero, recibió gustoso los
zapatos. Se los puso, caminó un poco con ellos y exclamó:
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–¡Son perfectos! Tanto, que ni mandados a hacer. ¡Gracias papá!
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