No sé có mo ni cuá ndo, si es que fue de mañ ana, de tarde o de noche, pero de un
momento a otro había un chalazió n en mi ojo izquierdo. El chalazo lo llamo yo porque no me suena bien su nombre científico. La cosa es, para que se vaya esta pelota de mi ojo debo masajearla constantemente y ponerme bolsas de manzanilla caliente sobre ella. El agua de la bolsa escurre por mi pá rpado intermitentemente, pasando por mis pestañ as y luego tocando mi mejilla. Si un otre me mira sin saber el contexto, pareciese como si yo estuviera llorando(té).
Tres tristes perros
La vecina Gabriela ha rescatado perros de la calle desde que el tiempo es tiempo, en este momento cuida a tres de ellos: la patuleca, el colocho y el cachorro má s reciente nombrado Miko. La jefa de la pequeñ a manada es la perra, es la má s chora y la que les roba la comida a los otros. Si te ve aproximá ndote a la reja o pasando por la calle se lanza a ladrarte. El colocho es el má s manso, pero se hace la víctima, muerde al Miko y cuando este le responde de vuelta no se defiende, para que así une le tenga lá stima. Mientras que el Miko es el enérgico del trío, puede escaparse de la casa pa’ correr por los cerros durante días, es capaz de colarse en el Unimarc pa que el tío de las carnes le de comida, y es el regaló n de la Gaby. Cada quiltro tiene su casita de madera, la vecina todas las noches les sacude sus colchones y les estira las frazadas. La patuleca como la má s vieja y la má s perra, es la primera en mover sus patas para ir a dormirse. Le sigue el colocho, también viejo y con sobrepeso, mientras que el Miko no se acuesta hasta que todas las luces de la casa se apaguen. En su vida antes de la Gabriela, eran tres tristes perros, cada unx por separadx, mendigando comida, anhelando caricias. Ahora ya no lo son, olisquean anos de otros canes en la plaza cercana, pasean sin correas por la cuadra, botan basureros y se dejan acariciar por les niñ es, regresando cada noche a sus casitas de madera, perreando patas en su perral.
La casa con cara de payaso
Entre la rinconada y juan Ló pez hay una casa abandonada que en el costado tiene pintada la cara de un payaso. Y no me refiero a una pequeñ a cara en una esquina, sino que la totalidad de la pared, ademá s del techo, asemejan con sus pinceladas de colores la cara de un payaso. Son dos los ojos, una nariz redonda roja, en las esquinas superiores un pelo crespo anaranjado, y el techo triangular de color verde que asimila a un sombrero. Como la pared pintada es la del costado, la puerta no se posiciona en ella, pero sí hay una ventana rectangular de gran tamañ o. Esta ventana está bordeada por la sonrisa retratada del payaso, figurando entonces la boca de la cara. Es una casa extrañ ísima, porque está en la mitad de la nada, al lado de una cruz de hierro gigantesca y al frente de otro establecimiento abandonado. De chica, cada vez que íbamos en auto al balneario Juan Ló pez tenías que pasar por esa casa, y al ver esa ventana grotesca de sonrisa ancha, pensaba que el payaso devoraba a la gente perdida del desierto. Ni ayer, ni hoy ni mañ ana pisaré esa casa, porque pese a los añ os, sigo pensando lo mismo.
La hello Kitty a sueldo
Siete de noviembre a las cuatro a.m
llegando a Bustamante con Irarrá zaval veo en la reja de metal del banco bci un grafiti de la hello Kitty que tiene escrito por debajo en tres sílabas má /ta/los a quién o quiénes quiere que mate? y por qué? y a qué hora? y có mo? Y cuando me pillen, no “si” me pillan porque obvio lo hará n si soy tan ñ urda, ¿Có mo explicar que lo hice debido a que la hello Kitty me lo dijo?