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¿Por qué se ha vuelto invisible la persecución a los

cristianos?

Miguel Pastorino

En su reciente libro “S.O.S. cristianos. La persecución de los cristianos en el


mundo de hoy, una realidad silenciada” (Planeta, 2018), Pilar Rahola, siendo atea y
desde una mirada laica, aborda la persecución cristiana en el mundo actual, que se ha
vuelto invisible para los medios de prensa. Desde una perspectiva crítica realiza una
fundamentada, rigurosa y sólida investigación, no solamente sobre la desoladora
historia de miles de seres humanos a quienes se persigue, se tortura y mata, por razón
de su fe; sino que aventura varias hipótesis críticas sobre las razones del triste silencio
que existe acerca de un extermino que ha cobrado dimensiones escalofriantes ante la
indiferencia del resto del mundo. No solo se detiene en las casi extinguidas comunidades
cristianas de Oriente, sino que también analiza el silenciamiento y la estigmatización de
la voz cristiana -especialmente católica- en los países occidentales.

Un mapa inimaginable.

Rahola reconoce que los cristianos no son los únicos que sufren toda clase de
violencia y persecución en el mundo, pero demuestra que sin lugar a duda son hoy
quienes más sufren una precisa y sistematizada persecución letal, solo por razón de su
fe. Existe “un intento organizado e impune para acabar con comunidades cristianas
enteras”. Un ejemplo que detalla, es el de la Iglesia Ortodoxa Siríaca, que se remonta al
siglo I y hablan una variante del arameo, que eran unos 500.000 a principios del siglo XX
en el Kurdistán turco y hoy no superan las 2.000 personas. Monasterios, iglesias y
poblados enteros abandonados dan testimonio de una brutal desaparición que se acerca
a la extinción de una de las comunidades cristianas más antiguas.
El libro recorre con testimonios e investigaciones de varios institutos de prestigio
internacional, desde los mártires caldeos asesinados por el Daesh, pasando por los
coptos en Egipto a quienes les bombardean las iglesias, hasta los cristianos ortodoxos,
católicos y protestantes que en diversas partes del mundo son encarcelados, torturados
y asesinados en forma sistemática, año tras año, día tras día. También repasa los países
donde sufren persecución por leyes que los acorralan, como en Pakistán, o en Corea del
Norte donde son encerrados de por vida en campos de trabajos forzados. Entre 2003 y
2011 se han calculado 100.000 muertes de cristianos por año en contextos de
persecución violenta. La lista de represión a los cristianos alcanza 50 países,
encabezados por Corea del Norte, Somalia, Afganistán, Pakistán, Sudán, Siria, Irak, Irán,
Yemen y Eritrea. La época de los mártires por la fe son el siglo XX y XXI mucho más que
los sangrientos primeros tres siglos de persecución cristiana bajo el Imperio Romano.

¿Por qué no interesan? ¿Por qué el silencio?

La autora plantea tres razones del “ostracismo informativo” abrumador que


existe actualmente en los países occidentales.
En primer lugar, la percepción negativa del “cristianismo como instrumento
secular de opresión”. La ubicación ideológica del catolicismo como religión “opresora”
histórica, sus errores históricos, alimentados por las “leyendas negras” (inquisición,
cruzadas, conquista de América, etc), ha creado un imaginario colectivo que ve como
victimarios a quienes hoy son víctimas. Una suerte de marxismo cultural que no puede
ver en los que identifica como opresores, a oprimidos. Las víctimas cristianas, aunque
sean millones de personas pobres, hombres y mujeres, niños y ancianos, no interesan,
porque “rompen el simplismo maniqueo que inspira” a los defensores de todos los
derechos, menos de los cristianos.
En segundo lugar, “la ignorancia de la cuestión religiosa en las sociedades
secularizadas”, que alimenta el prejuicio y confunde identidades y conceptos religiosos,
además de subestimar y relativizar el problema por no conocer el cristianismo en
profundidad, su historia y su diversidad. “Occidente no sabe prácticamente nada de las
comunidades cristianas milenarias que habitan el Oriente, las más expuestas al peligro”.
La autora concluye esta segunda razón con una expresión del filósofo Régis
Debray: Los cristianos de Oriente son el ángulo muerto de nuestra visión del mundo:
son “demasiado” cristianos para los altermundistas, y “demasiado” orientales para los
occidentalistas.
En tercer lugar, el silencio nace también “del rol ideológico que las jerarquías
eclesiásticas” tenían en algunas sociedades tradicionalmente católicas. Se los percibe
todavía como censores de ideas y represores de derechos civiles, en debates sobre
temas candentes (aborto, homosexualidad, etc.) y su histórica influencia política sobre
algunos Estados. Esta imagen, que no coincide con la realidad actual de la Iglesia
Católica, sigue como un mito vigente que impide ver a los católicos como víctimas de
persecución. Esto hace más difícil la idea de defender los derechos humanos de los
cristianos y no despierta ninguna sensibilidad en la prensa, ni en universitarios e
intelectuales.
No es que no se hable del tema, es sencillamente que no interesa, no duele, no
interpela. Incluso los propios cristianos occidentales no parecen sensibles a un mundo
que les resulta ajeno, como son los países de Medio Oriente, Asia o África.

La persecución ideológica en contextos democráticos.

Si bien entiende que no podemos comparar el horror sufrido en los países donde
mueren a diario las personas a causa de su fe, con una persecución cultural como la que
se da en los países democráticos occidentales, la autora se detiene en el último capítulo
de su libro, titulado “la cristianofobia sutil”, sobre la persecución ideológica que empuja
al ostracismo a los cristianos, especialmente a los católicos.
“Allí donde hay democracia, la violencia y la represión se sustituyen por el
menosprecio y la demonización… convirtiendo la laicidad en un instrumento de
segregación, sobre todo en países católicos, probablemente porque muchos de estos
movimientos ideológicos, más que laicos, son furibundamente anticatólicos”.
La autora se lamenta que lo “políticamente correcto” que nació para combatir la
intolerancia y el prejuicio, y que ha ayudado a crear un relato contra estigmas sociales
como la homofobia, la xenofobia, la misoginia, el antisemitismo o la islamofobia, no lo
ha hecho con la cristianofobia, sino que la ha incentivado, haciendo de los cristianos el
chivo expiatorio de todos los males.
Rahola repite una frase, como martillando a lo largo de toda su obra: “Mi
racionalismo militante me impide creer en Dios, pero mi ética no me impide respetar a
los creyentes”.

Una voz profética desde el mundo laico.

Es interpelante que una persona que no comulga en todos los temas con el
catolicismo, que no es creyente, salga a denunciar públicamente lo que muchos
cristianos no defienden con la misma convicción y preocupación.
Para finalizar, suscribo al prólogo del libro, escrito por el expresidente del
Uruguay, Dr. Julio María Sanguinetti, agnóstico y conocido por sus posturas laicistas,
quien escribe: “La gente de nuestra época, sobrenoticiada y subinformada, inundada de
titulares e imágenes fugaces, surfeando en la superficie de aguas siempre agitadas por
la necesidad del espectáculo colectivo, está lejos de la profundidad. Todo es rápido y
efímero. Aun la llamada posverdad, edulcorada expresión de la mentira, es evanescente,
nace, estalla, se expande y, con la misma velocidad, se volatiliza. Esa superposición de
hechos e imágenes, tanto como difunde esconde, tanto como denuncia silencia. Más
necesarios que nunca, entonces, quienes sienten el deber de hablar, de no resignarse
a callar lo que no está en la cresta de la ola o lo que es políticamente incorrecto para
las vulgatas impuestas por las modas”.

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