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Miguel Pastorino
Demencia digital.
A pesar del creciente uso de internet y las redes sociales, la Televisión sigue siendo un
medio masivo de comunicación que modula costumbres, creencias y conductas. Cuando cada
vez más lo que importa es mantener cautiva la audiencia a cualquier precio, el costo es
fomentar la huida del pensamiento. Un medio donde no importa el contenido de lo que se
dice, sino la forma, lleva a que en cualquier diálogo se usen frases simples, cortas y superfluas.
Varios críticos de los medios explican lo difícil que es expresar una idea clara y coherente en
veinte segundos antes de ser interrumpido por el conductor o por un panelista incapacitado
para escuchar. Y antes que se caiga el rating hay que cortar al entrevistado y buscar la frase
efectista, que, aunque no diga nada, tenga impacto emocional. Pensar aburre y cansa, por lo
tanto, no es rentable.
El escritor y periodista argentino Sergio Sinay lo expresa con claridad y dureza: “La
Televisión está hecha de programas de entretenimientos que dejan al desnudo la ignorancia
terminal de participantes dispuestos a cualquier degradación a cambio de cinco minutos de
fama… o noticieros donde gran parte de los informativistas ignoran lo elemental acerca de los
personajes, los países y las situaciones sobre las que informan…”. Y se pregunta: “¿la televisión
es causa o efecto del vacío de pensamiento? Es causa y efecto”. Entiende que lo que se ve en
la pantalla es reflejo de la sociedad en que vivimos y al mismo tiempo la televisión incentiva
aquello que muestra, amplificando la esterilidad del pensamiento, como un círculo vicioso. “En
una sociedad mediatizada, los que piensan pierden”.
Muy poco se repara en que la atrofia mental en la que muchos están sumergidos y en
que la falta de perspectiva, profundidad y visión en tantas instituciones, tienen más que ver
con el abandono del pensamiento reflexivo, que con la complejidad de los problemas.
Pensar con detenimiento exige tiempo, sacrificio y esfuerzo. Pensar en forma crítica y libre, no
quedándose en las apariencias o en conclusiones fáciles, trae conflictos y se vuelve una forma
incómoda de estar en el mundo. Salir de la masa para pensar por uno mismo, discernir las
propias decisiones y no quedarse en lo que dice la mayoría o el poder de turno, exige coraje y
determinación.
Para pensar crítica y reflexivamente no solo hay que leer titulares o libros de
autoayuda con recetas mágicas para lograr nuestros objetivos. Para pensar en profundidad hay
que leer clásicos de la literatura y la filosofía, obras que expandan nuestro horizonte mental y
nos rescaten de la superficialidad. Para ello también hay que incluir en nuestras
conversaciones temas más profundos, atreverse a hacerse preguntas que nos dejen pensando
con mayor complejidad y no querer tener respuestas rápidas para todo.
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