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EXTERIORES

Alan Dugan
I
MAPACHE

Así me decían unas amigas en el verano.


El color de la piel cambiaba, salvo alrededor
de mis ojos, cubiertos por los lentes de sol.
Estábamos en el desierto, el mismo bajo el cual
mi primo tenía que hacer guardias de doce horas
en un regimiento de Antofagasta. Después
lo recogían para llevárselo al calabozo
por haberse desmayado en lugar de proteger
la arena. Dice que los fines de semana sin salir
eran los peores. Tal vez por eso ahora que tiene sesenta
lleva diez años sin trabajar. Creo que se casó y se separó.
Tuvo uno o varios hijos. Hace siglos que no lo veía.
Según mis amigas en el desierto, me iba a despellejar
hasta que no quedaran rastros del mapache.
Nunca más las volví a ver. Nunca volví al desierto
de Atacama. Donde han sido enterrados y desenterrados
tal vez por mi propio primo. Tal vez por eso fuma de esa
marihuana que parece pasto seco. Entre los durmientes
y las estaciones abandonadas de ferrocarriles del Estado.
Bodegas de adobe que hace siglos nadie usa. Los taxistas
eran jefes de estación. Los fines de semana en el calabozo.
Dice que el sol en el desierto. Dice que tal vez más adelante.
AZTLÁN

Intentaba llamar a mis amigos desde un país


donde todavía creen en los sumos sacerdotes
y los llevan a las regiones del norte limítrofe

para aleccionar a los que viven en el sur:

¿les brillarían los ojos cuando bañaban


las sopaipillas en aceite hirviendo del año

pasado? Para algún duque de Rivas debo entonar


esta canción, escribir esta escritura, torcer

estos signos, troquelar estos cisnes. La relación


de dos países trazada por una quilla, ¿buscarían

en el frontis del Palacio

las grietas todavía sin maquillar

que denuncien la edad republicana


de esa piel?, ¿llorarían de felicidad

con el gas de las lacrimógenas?

Cuando, finalmente, pude comunicarme con ellos


ya no existía ninguno de los dos países ni eran todavía

mis amigos. Pero allí estaban las huellas:

tres días atrás departíamos en torno a un animal muerto

cuya carne encima del carbón nos recordaba

la razón por la que estábamos reunidos,

su sangre bañándonos los labios

se parecía al aceite hirviendo desde hace más de un año

sinónimo para nosotros de las grandes alamedas.


EL BUEN SAMARITANO

Todas las explosiones provienen del mismo lugar.


El avance de los muertos es bienvenido.
Nos hemos despertado sobresaltados porque
algunos le tienen miedo a las calaveras que caminan
y a los alimentos que vienen desde el más allá.
Las bandas exornan el escenario con una música
que les permite a ciertos hombres convertirse en ese tipo
de mujeres que usan tacos tan gruesos como un alfiler
y bailan en el medio de la calle sin que nadie
se atreva a contradecirlas: si te detienes a observar
el mezcal es gratis, pero si te detienes a sacar fotografías
del cielo infinito que nos rodea como si fuéramos
jugadores de pelota a punto de morir
entonces sería mejor que una aguja te clavara
junto al resto de las mariposas debajo del microscopio:
desde allí puedes seguir agitando las alas. El viento
que muevas será una de las copas que van de mano en mano
y rápidamente se vacían: una brizna imprescindible
para que las mujeres vestidas de mujeres
mantengan a su pesar el equilibrio.
BRUEGHEL

En condición de hematoma permanente,


el cansancio se acumula donde uno pone la vista.
Las maletas pesan como si estuvieran cargadas
de libros y los aeropuertos fueran el único lugar posible
donde leer no es visto como una ofensa. Todos parten.
El peso permitido nos obliga a cambiar de nombre.
En ningún lugar te reciben sin un boleto de vuelta.
¿Hasta cuándo vamos a estar así?, me pregunta
un antiguo compañero de curso. Pero es difícil
responder después de una cirugía a corazón abierto.
El médico le apostó a los enfermeros que si el paciente
salía vivo ellos pagaban la cena. Las salas de embarque
están llenas de gente untándose los labios con la sangre
de los animales muertos durante el último solsticio.
Las abejas se acercan a la miel para que todo esto
adquiera algún significado. Vamos a estar así
hasta que los distintos tipos de fuentes
sean un bien de uso público y los editores de poesía
pueden sentirse libres para contraer matrimonio entre ellos
sin desatar una guerra religiosa, vamos a seguir así
porque al fin las estrategias del débil coinciden
con el turno del oprimido, porque el sonido
que Ícaro produce al chocar con las aguas
sigue siendo insuficiente para que los barcos
cambien de rumbo y el agricultor de vuelta su cabeza:
el viento soplaba las velas, impasible como todos los demás.
REFLEXIONES SOBRE UN FUNCIONARIO DE LA DIRECCIÓN
GENERAL DE BIBLIOTECAS, ARCHIVOS Y MUSEOS
DE LA NACIÓN

No hace falta visitar esos museos


donde todos los dioses que te observan
lo hacen como si fueras el último de sus súbditos
que más por solidaridad que oficio todavía les siguen temiendo.
Solían declararse la guerra para acabar con los dominios
de sus rivales, los ciclos durante los cuales reinaron
tuvieron siempre el mismo denominador común:
los visitantes de aquellas galerías debían estar dispuestos
a dar su vida si fuese necesario para mantenerlos gordos
y bien alimentados durante las peores sequías que hayan visto
los agricultores del Norte Chico y los agricultores del Norte
Grande. Sus rostros mantienen ese rictus de dolor que solían
tener sus víctimas antes de dejar de ser creyentes, el reducido
poder del que hoy en día disfrutan no es óbice para recordar
que la fertilidad de la tierra costaba un par de hijas y el agua
de la lluvia tenía que tallarse sobre una piedra diez veces
más pesada que aquellos que la cargaban. No hace falta
descifrar los códices de los reyes para saber que algunos
murieron y otros tienen que morir. Cuándo es una pregunta
que los historiadores se niegan a responder.
El hastío de los funcionarios a los que tienes que pagarle
a la entrada:

cómo.
II
“Todo empezó una tarde de otoño, y ¿quién, después de
tantos siglos, es capaz de describir los matices de un día de otoño?

John Cheever

A mis hijas suburbanas


ATARDECER

El privilegio de leer a Pound a las cinco de la tarde


no debes olvidarlo nunca. No lo des por hecho.
Ni tampoco a esos árboles que ya no florecen.
Ni a las enfermedades que los secaron.
Las olas reventando en la playa.
La gente que se acerca hasta la orilla
para verlas devenir espuma sin que nadie
intentara escribir, las madres regañando a sus hijos
y el papel ahuesado de 80 gramos.
Los maceteros en las calles de Córdoba.
La temperatura que te permite caminar por ellas.
El bar abierto los domingos. El televisor
que nos reúne. Nada de eso es gratuito.
Ni las baldosas en la acera ni las naranjas
en los árboles. La cola que vuelve a crecerle
a las lagartijas es otro de los privilegios
que no puedes dejar de lado. La clave
morse que ocupaban tus maestros
para hacerte entender que no lo eran.
ENTONCES

Alguien que me ofrezca una taza de café.


Y yo me ocupo del resto. Para empezar de
los marinos golpeando al hombre equivocado

encima de la pista de baile. Luego de los recuerdos


que le produce el tintineo de la cuchara
mientras me dedico a conversar

de lo difícil que es ponerse a dormir


cuando el muerto que está a tu lado
sigue susurrándote palabras al oído

y tú las sigues escuchando. Una taza de café


a cambio de levantarme de la cama
para decirle al ratón Miguelito

también conocido como Mickey Mouse


que no importa la chapa que ocupe
la Flaca Alejandra seguirá

siendo Marcia Merino dentro del auto


en que la sacaban a pasear para que delatara
a la gente que vivía en su misma calle

y a todos aquellos que usaran chaquetas de tweed


con parches de gamuza cubriéndoles los codos:
a los que iban caminado por la acera y de pronto

ya no estaban. A los que estaban comprando cigarrillos


en el mismo quiosco de siempre y de pronto ya no estaban.
A los que fueron a hacer unos mandados y de pronto ya

no fueron. A los que conocían a Marcia Merino y de pronto


no la conocían. Un café es lo único que necesito. Con leche
y con azúcar. Los dibujos animados no resisten la tentación

de convertirse en un peine del porte de una cama.


Escribir para los sordos (quítale
la música al poema. Hazlo bailar
de atrás para adelante, piensa

en tus amigos, el más lírico


de todos entonando un arpa
sobre una nube y un carcaj

con municiones. Y olvídalo.


Escríbelo con lenguaje de señas
para los que no tienen manos,

cervantistas del hoy por hoy


leyendo sobre el derecho
a decirlo todo con un megáfono

en la boca. Olvídate de los diminutivos,


del tono menor, del tímpano: tener
orejas de tarro te permite

escribir para los sordos, bailar


sin moverte, meter las manos
al fuego por un amor que nunca

podría traicionarte (etcétera,


etcétera, etcétera. Agarrar
a patadas la batería

sin que a la “audiencia”

se le llegue a mover un pelo,


devorar una gallina encima
del escenario, dedicarle

ese poema a los niños de Madrid


desamparados por los bombardeos
de la aviación nazi-fascista: decir

buenos días como una contraseña.


Los altoparlantes

simbolizan la derrota.
EN MINNESSOTA HAY UN PUENTE
QUE TIENE ESCRITO UN POEMA

Todo esto fue moderno alguna vez.


Ahora, sin embargo, los fotógrafos
llenan las páginas de un libro

como si estos lugares hubiesen sido


abandonados. Sin embargo aún
viene gente a estos centros

comerciales. Los automóviles


todavía cruzan el río gracias
a este puente con un poema

escrito en las columnas


que lo sostienen. El hierro
por todas partes está oxidado.

Todavía llegan aviones a estos


aeropuertos. No hay restaurantes
ni taxistas esperando la llegada

del Salvador. Pero los aviones


continúan aterrizando en esta
capital del medioeste. Un perro

está bebiendo agua en un charco.

La nieve se ha tornado de un color


ajeno a ese catálogo modernista
que durante años insistiera

en verla derretirse de inmediato.


Todo lo sólido. Una vez que recojo
mi maleta el futuro sigue dando

vueltas en la correa del equipaje.


EL ÚLTIMO ROUND

En el último round, Frazier y Alí


vuelven a salir al cuadrilátero.
Ya ni siquiera levantan los brazos.

Frazier no ve nada. Las caderas


de Cassius Clay se rehúsan
a seguir moviéndose. Sting like

a bee no more. Pero siguen de pie


debido a alguna razón que no
se encuentra allí en Manila

ni en los barrios que los vieron


crecer. El único en derrumbarse
fue el que dicen que ganó la pelea,

su contendor impasible tuvo durante


tres semanas un dolor en el cuello
que orgulloso le impedía moverlo.

El aire caliente ya no sirve de nada.


Respirar es una tortura. Para qué seguir
pegándole a alguien que se niega a abandonar.

Yo quiero llegar a ese último round


que nunca se produjo. Yo quiero
que la campana suene por última vez.

Y caminar hacia el centro donde debe


estar el enemigo. Esperándome. Si
yo fuera él: también me esperaría.

Que tenga claro que voy a llegar.


Que tenga claro que voy a volver.
Aunque tenga que arrastrarme

para caminar y lo único que me sostenga

sea el viento.
UN ARCO SE DERRUMBA CUANDO LAS DOVELAS QUE LO SOSTIENEN,
PASAN DE SER UNA ESTRUCTURA EN EQUILIBRIO, A SER UN
MECANISMO

El arquero sabe que ganará menos


después de un gol como ese. Por eso
les grita a sus defensas. Porque sabe
que llegar a fin de mes será mucho más

difícil después de que el centro delantero


cabeceara solo en el área. No sabe si los gritos
que se escuchan en el estadio son retruécanos o
alabanzas, pero de cualquier manera lo ensordecen:

tal vez también grita por eso, por la incapacidad


de comunicarse con quienes debiera mantener
una conversación fluida, un entendimiento
donde bastara una señal, una forma

de mantenerse a cierta distancia


de aquello que representa
un peligro y sin

embargo no se le teme: cuando


se apaguen las luces del estadio
la capacidad de compra de la clase

media habrá sufrido un severo deterioro


producto de la porfía de las autoridades
al mantener el dólar a treinta y nueve:

del camarín las cosas no salen, todo


queda en la cancha, lo que se aprende
en el pasto no se olvida con la ducha:

las líneas de cal dibujan un rectángulo


al que nadie puede entrar sin haberse
imaginado antes tendido sobre la grama

a punto de morir: los cuerpos jóvenes


no están arrepentidos de correr. Arquero
es el que arroja flechas. El que apunta
a cierto objetivo que no se encuentra
al final de una distancia ni tampoco
al principio de aprender. El arquero

es una flecha olvidándose a sí misma.


Apunta con los ojos cerrados (sabe
que el objetivo no existe. La caza

es un arte menor carente de cesura.


Arquero es el último que queda
antes de que ellos desembarquen.

El arco a las puertas de una iglesia


espera por sus fieles. El arco descrito
por una piedra se dirige hacia la frente

de un Goliat más gigante que enemigo:


las máscaras de los santos en el pórtico.
El futuro que se esconde allí en las redes.
UN AIRE DE CERCANÍA ENTRE LAS NODRIZAS

Hay un aire de cercanías entre las nodrizas


caribeñas, reinas de la casa patronal
al interior de los campos de algodón

y las machis del sur que no le piden


perdón a nadie. Un principio
y un fin alrededor de la cena

que está servida: mi lingüística


es una tabla de salvación
flotando en un mar lleno

de algas que podrían ser la vida


o podrían ser la muerte, dependiendo
hacia donde se incline ese árbol

plantado hoy mismo por el capataz


perdidamente enamorado
de la nodriza caribeña

que ha parido
los dos últimos vástagos
del dueño absoluto

de estos territorios.
MONACAL

Las despedidas se despiden de los que quedan


en el muelle. Los pañuelos blancos son una especie
de vegetación que crece en el horizonte mientras
se alejan los que se van. Las despedidas están
afuera de las fábricas, las despedidas se ponen
a la cola para encontrar otro trabajo, las cifras
de desempleo alcanzan niveles históricos, nunca
antes había habido tanta gente trabajando después
de las nueve de la noche, quejarse sería nadar contra
la corriente según la cual el país se encuentra mejor
que cómo se encontraba cuando los sacerdotes repartían
el cuerpo de Cristo incluso si no te habías confesado:
la sangre de nuestro señor chorreaba por las mejillas
para que los padres de sus hijos pudieran pasar su lengua
por la húmeda epidermis del lenguaje, aquí te queda todavía:
déjame decirte adiós plantando un árbol en el horizonte
mientras agito mi mano en el aire, déjame decirte adiós
para que los trenes que escucho desde esta celda se dirijan
de nuevo hacia mi infancia, trapense es el que se queda mirando
por la ventana para contar a los ciclistas que pasan delante de ella,
el voto de silencio lo seguimos –literalmente al pie de la letra, ni una sola
palabra debiera cruzar el aire, ni un solo sonido que altere el oído medio
y transmita a través de la cóclea el curso del agua en un arroyo, los pies
arrastrándose de un niño aprendiendo por tercera o cuarta vez a caminar,
la ropa desperdigada porque no hay tiempo de recogerla, la goma de las llantas
deslizándose sobre una autopista que también podría llevarnos de vuelta
y no tener que reclinarnos sobre un balcón
como si estuviéramos fumando un cigarrillo
y el humo se perdiera en el horizonte donde tendríamos
que dirigir la mirada: las barras de la celda son los maineles
dividiendo los rayos del sol
que caen por separado
sobre esta página.
DECISIÓN

Los cuatro venados cruzando la calle


una vez concluido el mediodía: ¿son más importantes

que la decisión que vamos a tomar como si estuviéramos


reunidos en el ágora? Se arrojan sin avisar
a la carretera, los autos disminuyen

la velocidad y alguno de ellos frena destempladamente.


Se pierden corriendo por el bosque,
indiferentes a los testigos

que los ven atravesar sin pedirle


permiso a nadie. Alguien lee
el acta y después de hacer una lista

con los temas a discutir, los someten


a votación, aunque ya sepamos
el elegido. Así funciona

nuestro sistema. Su cornamenta


les permite hacer a un lado
las ramas de los árboles más

jóvenes mientras van haciéndose


camino en la espesura. Ninguno
falleció esta tarde. Ninguno

se quedó tendido con las piernas


quebradas en la vía que une
el noroeste de Ohio

con la más parte más occidental


de Pennsylvania. Los ancianos
levantan la mano mientras

se realiza el conteo. Después


se levantan con sus togas
y se dirigen a los baños.
El tráfico se reanuda una vez
que el animal es arrojado
en la carga de un camión.

En el urinario los espera un joven.


Los cuervos con hambre vuelan
en torno nuestro. La carne

es tierna. La cena

está servida.
IVÁN SCHULMAN

Faunos para ser padres fundadores.


Ninfas del bosque que sólo existieron
en el láudano que las convocaba,
la aurora les poblaba los ojos
de hermanas eróticamente fallecidas
y águilas imperiales de las que nadie
imaginaba el holocausto por venir.
Los mismos laboratorios donde un gato
era capaz de estar en dos lugares al mismo
tiempo nos dieron hongos alucinógenos capaces
de destruirlo todo y servicios de seguridad
que pueden abrazar a sus hijos al final de la jornada
sin necesidad de aplicarle corriente en los testículos.
A veces los alumnos se niegan a decir la verdad
porque dicen que la verdad es revolucionaria. Otras
se internan en una selva aprendida de memoria
en las clases de introducción a la literatura.
Las matriarcas han perdido la vista
pero aun así se preocupan de la decoración
de esa casa de campo que heredarán los asesinos.
Están allí afuera, esperando: las flautas/
de algunos de los seres mitológicos que los profesores
de latín aseguran haber visto son la señal de partida.
Una vez publicado el libro tienen su trabajo asegurado.
Incluso pueden cobrar favores que nadie se atrevería a negarles.
Hay un par de bustos en el pasillo que recuerdan
la efigie de estos caballeros. ¿Una flor marchita,
un par de piedras que sobreviven, una ley
que podría ser la del padre pero en realidad
sólo es un par de ventanas abiertas batiéndose
en desigual batalla contra el viento?
¿Habrá un tiroteo en la escuela de mis hijas?
¿eran tuyos los aretes tirados encima de la cómoda?
¿volverá subir el precio de la gasolina de alto octanaje?

Los cantos gregorianos a las siete de la mañana


eran como pasear por una galería antes y después
de que colgaran los cuadros. Mejor leer

un poema de Vicente Aleixandre, cuya casa de Velintonia n° 3


ha sido abandonada en igual medida por las administraciones
de los socialistas y los populares, allí donde conociera

a Lorca y a Neruda, allí donde se enamorara perdidamente


como nosotros nos enamoramos alguna vez de la forma
en que los árboles respiran para que nosotros podamos

respirar. La pregunta por la tercera persona del plural


agobia el pensamiento de los gramáticos, enterrados a un costado
de la biblioteca donde solían escribir esos opúsculos, con abundante

interpretación de helenismos, para que pudiéramos reposar tranquilos


en los campos de un Instituto Pedagógico todavía en paz con el universo.
Mi viejo manejaba por Macul con un par de copas encima. El encendedor

era lo primero en que se fijaba a la hora de comprar un auto. Vicente


Aleixandre te lo agradece. Yo prefiero este cáncer de fumador pasivo
a la agonía de verte morir entre escolios que no le aclaran nada

a nadie. Preferible escribir a haber escrito, preferible ser negro


a hablar de los negros, en medio de una casa vacía, cuyas
paredes albergarán en un futuro no muy lejano

fotografías de sus antiguos moradores


enaltecidos después de un cuidadoso proceso
de blanqueamiento en estandartes de un escudo

de armas, en síntomas de una enfermedad


cuyos efectos están a la vista de todos
aunque los decretos del rey sean incapaces
LA ESCUELA DE LOS ARCHIVOS

I.

¿Cómo le explicaremos a las futuras generaciones el suicidio colectivo de los ingleses?


¿A qué metáforas recurrirán los historiadores para anotar en las páginas
de sus libros los matices del comportamiento del partido republicano durante

las últimas seis décadas? ¿A quién traeremos a colación cuando queramos resumir
en el nombre de una sola persona todo lo que pasó durante una época
que buscamos exornar con los festones de un apellido incapaz de ocultar

lo peor de aquellos días pero sí de embellecerlo? ¿A qué ciudad habremos de


dirigirnos cuando sea el momento de darnos cuenta y el perenne follaje
de estos bosques se niegue a seguir escondiendo la luz de la que hablan

esas voces que apenas escuchamos a lo lejos y de inmediato desaparecen


cuando pensamos en acercarnos y sin embargo no damos nunca un paso
al frente? ¿Cuántas veces los suboficiales tendrán que preguntar con voces

atipladas quién quiere ser voluntario para una misión de la que nadie
ha vuelto todavía aunque todos insistan en declararse orgullosos
del panteón de conductores de ambulancias al que aspiramos en secreto

mientras leemos con una linterna debajo de esas sábanas que aun seguimos
mojando como una forma de expresar el profundo amor que profesamos
por las encargadas de secarlas bajo el sol? Cualquiera que sea la respuesta,

el agua hay ponerla a hervir.


Y esperar en silencio unos minutos.

II.-

¿Cómo le explicaremos a las futuras generaciones


el suicidio colectivo de los ingleses?
¿A qué metáforas recurrirán los historiadores para anotar
en las páginas de sus libros los matices del comportamiento
del partido republicano durante las últimas seis décadas?
¿A quién traeremos a colación
cuando queramos resumir en el nombre de una sola persona
todo lo que pasó durante una época
que buscamos exornar con los festones de un apellido
incapaz de ocultar lo peor de aquellos días
pero sí de embellecerlo?
¿A qué ciudad habremos de dirigirnos
cuando sea el momento de darnos cuenta
y el perenne follaje de estos bosques
se niegue a seguir escondiendo la luz
de la que hablan esas voces que apenas escuchamos a lo lejos
y de inmediato desaparecen cuando pensamos en acercarnos
y sin embargo no damos nunca un paso al frente?
¿Cuántas veces los suboficiales
tendrán que preguntar con voces atipladas
quién quiere ser voluntario
para una misión de la que nadie ha vuelto todavía
aunque todos insistan en declararse orgullosos
del panteón de conductores de ambulancias
al que aspiramos en secreto mientras leemos con una linterna
debajo de las sábanas que aún seguimos mojando como una forma de expresar
el profundo amor que profesamos por las encargadas de secarlas bajo el sol?
Cualquiera que sea la respuesta, el agua hay ponerla
a hervir. Y esperar en silencio unos minutos.
OMNI PARKER HOUSE HOTEL

Cada cual sabe lo que puede beber


haciendo un cuenco de agua con las manos.
Cada cual sabe el tipo de hotel que le conviene
cuando hay que llegar a una ciudad con el único

fin de salir de otra. Esa medida es lo que define


el número de pasos que daremos para ir
desde un punto a otro del mapa
sobre el que hemos puesto

nuestro índice. Desplazarse es


mover la yema sobre una imagen.
Todo está más cerca cuando el pavimento
se encuentra debajo de nuestros pies

y las aceras donde comenzó la revolución americana


también la vieron morir. Los irlandeses
continúan arribando al mismo
sitio donde antes los

trajeron para sofocar un incendio


cuyas lenguas multicolores todavía
todavía no es la peor de las palabras
que podríamos usar: un intérprete

alega en contra de la soledad


como lo hacen todas las canciones
de hoy, el trovador que según
dicen resbaló desde su ventana

todavía todavía todavía


es un alma en pena:
un aparición transita
los pasillos de este hotel.

Un presidente muerto también


durmió en alguna de estas
habitaciones antes
de morir.

El tranvía más antiguo de este país


transita como nosotros
bajo tierra.
IMITACIÓN DE LA VIDA (1934, 1959)

Milwaukee Massachusetts New York Nevada Ohio Indiana


Florida Delaware Vermont Texas Minnesota
South Dakota California North Carolina

Idaho West Virginia New Jersey


Tennessee Louisiana Oregon Washington
New Mexico Michigan Kentucky South Carolina

Missouri Illinois North Dakota Maine


Georgia Hawaii Utah Kansas
Arkansas Maryland

Wyoming Alabama Virginia


Colorado Oklahoma
Rhode Island

Mississippi Alaska New Hampshire


Montana Wisconsin Connecticut
Nebraska Pennsylvania

Iowa
EL POEMA DE DIOS Y DE LOS HÚNGAROS

Déjenme volver a Budapest en el mismo


tren que llegaba hasta Temuco. Todos leímos
a Marta Harnecker después de lamentar su muerte.
La estación donde jugábamos ya no existe.
Sólo algunos muros de adobe resistiendo
algo que también nos hubiera derrumbado a nosotros.
Fuera de eso, todo sigue igual.
Dicen que por este camino
entraron los soviéticos.
Ahora veo frutas pudriéndose en las aceras
a la espera de que alguien sepa interpretarlas.
Los turistas toman las mismas fotografías
que tomaban en el siglo XIX, cuando estos edificios
ya eran viejos y los plumeros que usaban en la cabeza
los encargados de regir los destinos de la patria
ocupaban gran parte del retrato. Cortar los versos
con la misma hacha que usamos para la leña
es una tradición traída de otros países
donde no hablan nuestra lengua
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LA ESCUELA DE LOS ARCHIVOS (III)

¿Es verdad que Claudio Arrau era acosador de menores?


¿Que las computadoras que inventaron su propio lenguaje
dejaron de lado los sustantivos para reemplazarlos con

conjunciones adversativas?, ¿qué hay de cierto en los que


dicen que Bernardo O’Higgins tenía esclavos y los hermanos
Carrera cuatro o cinco convivientes?, ¿es verdad que el suizo

Eduardo Frei le había prometido al embajador norteamericano


devolverle la explotación de la gran minería del cobre a las
empresas extranjeras que habían sido estatizadas?, ¿que

el ruiseñor de Keats no lo visitó a él sino que él salió a


buscarlo con tal de poder arrepentirse, con tal de edulcorar
la melancolía que lo hizo heredero y fundador?, ¿cuántos

son los árboles que habrán de talarse para que quede impresa
la verdad en torno a la muerte de Jean Seberg y el legado
de los Panteras Negras? Cualquiera sea la respuesta,

el agua hay que ponerla a hervir y esperar en silencio


unos minutos. Hay que encontrar al verdadero
asesino de Trotsky y esperar en silencio

unos minutos.
NEGARLO TRES VECES ANTES DE QUE

Un cristal recién roto por dos amigos


que escenifican una pelea mientras se caen
al suelo a las tres de la mañana.

La gente empujándose para entrar


a los vagones del Metro, o la gente
empujándose para poder salir.

Una mujer embarazada que apenas


puede caminar, o una mujer embarazada
que sale a trotar por las mañanas.

Aunque no quiera reconocerlo: los dibujos que hacen


las hormigas en el muro blanco de mi casa en Santiago
que ya no es pero sigue siendo mi casa.

Si se lo propone antes de empezar, la forma de esas begonias


dispuestas en los balcones de San Toribio
de Motolinia, que no pueden imitar

un jardín, pero enclavadas en el cuarto piso


de esos edificios de departamentos de clase media,
reciben todo el sol que necesitan
para florecer sin otra aspiración

que lograr un puesto de funcionario


en uno de esos pueblos perdidos
(el que pierda su vida por mí…)

donde el horario de almuerzo


es una cuestión de vida
o muerte: todo eso podría

ser un poema, o una hipótesis sociológica,


o una pequeña meditación al atardecer
en un cementerio junto al mar:
cualquier opción será bienvenida, siempre
y cuando me lo digas entrando
al estadio, mientras caminemos

hasta la galería sur, donde habrá que gritar


más fuerte porque al León hay que alentarlo
y sea lo que sea lo que ocurra dentro de la cancha

nos iremos de cualquier manera contentos.


¿Cuántas pinturas renacentistas
esbozadas con el cuidado que

se supone imprescindible para agradar


a su mecenas podrían garantizarte
esto?, ¿cuántos preámbulos del sol

en compañía de las gaviotas que lo esperan


volando alrededor de su alimento
serían también el exordio

de un día irrepetible como este?


Unámonos a la marcha de las madres
que todavía no encuentran a sus hijos.

A la de los poetas en pos de su musa


y los cazadores que apuntan a su presa
con una ballesta demasiado hermosa

para atrapar cualquier cosa que no sea


un poema caído en la desgracia.
   El rey del mote con huesillo

es nuestra forma de entrar en este siglo.


             Nuestra forma de vestirnos en invierno.
             Nuestra edad del gallo antes de que cante

al amanecer.
TESTAMENTO

Alguien muy delgado está duchándose


para ejercer su derecho a la limpieza.
Sus manos suben y bajan por una piel

partidaria como la nuestra de las señales


que piden auxilio a los héroes enmascarados
por la costumbre de llamarse a sí mismos

guardianes de un secreto a voces que juran


por conveniencia desconocer. Así nos hacen
entrar a sus casas como si fueran las grutas

donde se puede cumplir con el rito, una vez


que el agua se ha ido por el drenaje y la ablución
queda en manos de los sacerdotes. Todos pagamos

alguna penitencia: hubo los que dejaron de hablar


delante del espejo, los que siguen cazando hormigas
para quitarle la cena a los osos hormigueros, los que se

enorgullecían de haberle puesto el radier a la entrada


de sus hogares porque ahora podrían venderlos
al mismo precio que los compraron, los que

después de haber recitado las “Coplas a la muerte


de su padre” pidieron disculpas por haberlo
perdido poco a poco en una cama y no

en medio del combate. Los anaqueles


de sus bibliotecas tenían circuitos
cerrados de televisión. Todo lo que

parecía real lo era. Lo único abstracto


de ese lugar era la forma que tenía
de sonreírnos la fortuna: una carta

manuscrita, un comentario hecho al margen,


una de esas primeras ediciones por las
que fuimos capaces de abandonarlo
todo, de escribir con nuestras hijas
en las faldas, de seguir escribiendo
cuando ya estuvieran grandes y la única

herencia que podríamos ofrecerles


sería el recuerdo de un ángel con las alas
plegadas no por temor ni por cansancio

sino por culpa del viento que sopla


en la única dirección que no deberíamos
transitar: todas las fábulas tienen un sentido.

Que algún día lo descubras será mi testamento.


LOS CLAVELES AMARILLEAN
EN EL BALCÓN DE NUESTRA CASA

“(…) En el reino de las sillas de tevinil


y aserrín esparcido por el suelo
cargar en la mochila
con un libro de marcianos versus zombies
resulta tan inapropiado
como escupir en la cara de tus alumnos
incluso si lo merecen.

En el reino de la Cristal y el tres medallas


los bailarines de cumbia pierden el paso
abrumados por las tendencias luxemburguistas
que han ganado presencia en las últimas deliberaciones

del Comité que por ahora nos preocupa: la acumulación de fuerzas


es un dato imprescindible

para decidir la fecha del asalto.


Del número que seamos capaces de reunir

dependerán los años que pasemos en el exilio,


el tipo de universidades donde profesemos

una infinita meditación de la derrota


sufrida por los claveles en nuestro hogar:

citando un día sí un día no


los volúmenes leídos hasta las cuatro de la mañana,

horario en que otros se levantaban


para ver si todavía existe el aire:

después de todo tenemos el derecho


a gritar tierra firme si

observamos en el horizonte una gaviota,


a pedir la próxima si todavía los comensales
permanecen pese a todo bien sentados
y recién comienzan a discutir de política

una vez que las disputas entre románticos


y conversadores han quedado saldadas:

uno tiene derecho a sentirse famoso


si al menos lo conocen sus amigos

escribió Baudelaire en una carta

dirigida, precisamente,
a uno de ellos.
VOLVERÁS A REGIÓN

No se puede pedir fiado en la poesía.


No se puede vivir toda la vida con préstamos
a plazo fijo. Las tasas de interés fluctúan

de acuerdo a variables que el mercado a veces


no considera y las autoridades se ven en la necesidad
de mantener el tipo de cambio aunque en principio

no parezca aconsejable. En San Francisco de Mostazal,


por ejemplo, mi tía me enviaba a comprar cabellos
de ángel, pero agregando aquel mensaje que

por definición me avergonzaba transmitir: dile


al tendero, a ese ex–trabajador de ferrocarriles del
Estado, que supo retirarse a tiempo y ahorrar un

poco de lo que los otros se tomaban –dile


que le pago el próximo mes –dile
decía de vuelta el caballero

que tenía anotado en un cuaderno


nombres y apellidos al lado de una cifra
de la mitad de los habitantes de mi infancia

que ya me debe tres cuartos de aceite, y tu prima


vino a comprar unos chicles anteayer. No
hay plazo que no se cumpla. Las deudas,

sin embargo, son un tema que le quita el sueño


a los consejeros de las entidades financieras
y a cada Shylock que habita en los que alguna

vez nos prestaron ropa. Y nos quedaba suelta


para representar el papel de espantapájaros
en un país donde los cuervos no existen.

Y en mis brazos melancólico un ruiseñor.


EL ARTE DE HABLAR CON EL ESTÓMAGO

Lamento en la misma medida que los animales


no sepan escribir y nosotros no sepamos leerlos.
Déjame verte desnuda desde el otro del cristal.
Lamer tu pubis mientras le paso la lengua al vaso

cada vez más vacío. Ninguno de los colores


descritos por un poeta alemán del siglo diecinueve
se encuentran en los programas de diseño
incluidos en la oferta navideña del retail.

Nuestra selección acaba de triunfar. Son buenas


tus ideas, pero falla la ejecución, dice el técnico
desde un costado de la cancha, el miglior fabbro
de la pobla. Se te nota la clase media arribista

y aspiracional. Y a mucha honra. Una antología


de poesía que se titule “Emprendedores”. Las raíces
de los tubérculos nos permitirán pasar agosto.
En las lenguas clásicas se dice pasar el invierno.

Una cita en ucraniano ampliaría tus posibilidades.


Habla de economía. De inmigración. Los dueños
del café hace rato que sacaron en limpio una cosa.
El transporte público es inexistente en esta ciudad.

Sus empleados no pueden perseguir una ideología


si primero no conocen la definición de ese concepto.
No la busquen en los Grundisse. No la busquen
en los Cuadernos de la cárcel. No repitas las palabras

en una misma estrofa. ¿Esa agua en el vaso de cristal


es la misma que en un vaso de plástico?, ¿tu sonrisa
bajo la luz del que viene del oriente es una copia
del aire que respiramos y dejamos de respirar?

Un croupier ha cobrado protagonismo en los últimos


veinte años. Ponle tus fichas a ese número y elige
algún color que no esté incluido en las ofertas
navideñas del retail pero aparezca mencionado

en las cromatologías decimonónicas heredadas


de un romanticismo del que hemos oído hablar tantas
veces en la voz de un ventrílocuo que había desarrollado
el arte de hablar con el estómago sin que nadie supiera

que repetía antiguas ideas sobre la pobreza estudiadas


durante años de esfuerzos y penurias. Apuéstale
a las musas todo lo que te quede. Y después
pone a hervir el agua. Y espera unos veinte

minutos en silencio.
1961

Es primera vez que viene a Buenos Aires.


Jamás se hubiera imaginado cruzando la frontera.
Pero todo salió tan de repente. Su padre le proveyó
lo esencial. Escudos de la época. Y una maleta.
La 9 de Julio le parece enorme. “Es enorme”–dice.
Hace años que lleva trabajando, no quiso terminar
el sexto humanidades. Y ahora tendrá que pasarse
años trabajando, otra vez. Vendiendo diarios.
Lavando platos. Esa es la parte que conozco.
Su mundo era esencialmente el mismo de sus abuelos.
El panorama electoral era el cura Catapilco.
Marcello Mastroianni era joven. Arrienda una pieza
en Caballito. Quiere volver pero no por ahora.
Tararea las canciones de la radio.
No sabe que es mi padre.
NO ME PREGUNTEN POR QUÉ

Y una vez en el escenario nos dijimos:


te quiero mucho. Después pasaron
los ciclistas por la puerta de mi casa.
Pero no todo consistía en ordenar
una biblioteca. Hubo también que
entablar conversaciones y ubicar
las cesuras en el minuto señalado.
El fallo del juez: usted está acusado
de crímenes de lesa humanidad. Muchas
gracias. La pena máxima por esas culpas:
tatuarse el nombre de un apóstol en lugar
de tatuarse el nombre de una ciudad.
Esperábamos la caída del telón para recordar
esa parte del libreto. El apuntador se había dormido.
Nuestros mejores amigos estaban de viaje.
Las termitas se habían devorado la madera.
Pero era imposible pagarle al jardinero.
Una mujer con un telar puede ser un augurio.
Siempre y cuando el director sepa interpretarla.
Eso fue en mil novecientos ochenta y nueve.
Mil novecientos setenta y dos. Mil ochocientos
ochenta y uno. El ave crepuscular ya entregó
su dictamen. Y ocupo esta oficina donde
por lo menos no me cobran el papel.
RAZONES PARA IR AL ESTADIO

Nunca corregí una tesis.


Yo quiero escribir en el cielo de Nueva York.
Nunca he enseñado otra cosa que no sea un castellano
medieval a estudiantes que hablan un inglés

salido de las fábricas clausuradas hace tres o cuatro


décadas. Quisiera haber nacido en Chiloé
para acostarme con la Fiura y haber nacido
deformado, para arrojarle arena al Trauco

y se olvide de mi hija. Nunca contraté a estudiantes


de post-grado para que leyeran los libros que no he leído,
para que llenaran fichas encima de las carpetas
e hicieran trabajar a los bibliotecarios

cuyo sentido de la métrica es imprescindible


a la hora de escribir sobre los faroles rojos
que no anuncian nada más que mi inconsciente:
Chiguayante o La Florida, Cavancha o clase media,

nunca tuve otra oficina que no estuviera en el último piso


de una construcción del siglo diecinueve, un antiguo
pabellón de señoritas, por definición aventureras
en territorio hasta entonces masculino, estudiar

como una buscona para votar en las elecciones


y desenmascarar a los impostores detrás de su armadura
que aferrados todavía al latín de la palabra descompuesto
les entrega un aroma proveniente de las cloacas

pero aun así reconocible. Nunca corregí una tesis


que aliviara mis poluciones nocturnas. Todavía
recuerdo cuando tenía solamente quince años
y ganas de llenar el tintero con los frutos molidos

de un roble, mezclados con agua y con sal


para que la acidez del resultado se traduzca
en el papel: el cuerno es el único recipiente
que puedo cargar al campo para escribir al aire libre.

Nunca he corregido una tesis mirando al mar.


Sentado en una silla de playa que tenga el mismo
sentido del humor que las olas reventando aquí
a mis pies. Nunca le he hablado a mi hija con estas

mismas palabras. Ni siquiera me dijo el nombre


con que debía llamarla a partir de ese momento
en que se acabaran las flores de nuestro jardín:
de tan desnuda que está, brilla la estrella.

Que no tiene nada de lo cual preocuparse:


el próximo año ya habrán cubierto las paredes
por las que antes trepaban las enredaderas
y los seminaristas cuando querían salir de noche:

una tesis que trate de ellos. Yo quiero escribir


sobre mis padres pero no tengo. Yo quiero
escribir sobre mi hermano pero es muy joven.
Sobre una casa que se inunda mientras nosotros.

Volvemos a mirarnos al espejo.


A la espera de que empiecen las preguntas.
CALL OF DUTY

Los soldados alemanes de este juego


nunca podrán vencer a sus adversarios.
No importan sus uniformes nazis: al momento

de morir se lamentan como cualquier hijo


de su madre que ve sus tripas desparramadas
donde antes hubo una iglesia en la que ahora

intentan, en vano, rezar. Los cerdos comunistas,


la vulgaridad de los yanquis, los rancios ingleses
se imponen a los nietos de los hijos del Reichstag:

han sufrido bajas, pero todos los jugadores


han sufrido algunas bajas. La última victoria
está reservada para ese ejército rojo que entra

con orgullo por las calles de Berlín: los soldados


adolescentes de Alemania están a punto de ponerse
a llorar porque no aún cumplido con las demandas

del sargento: cavar una trinchera que podría ser una tumba.
Apostar las últimas municiones que les quedan.
Resistir, porque el máximo puntaje todavía

está por verse. Las últimas swásticas se derrumban


a los pies de una soldadera que no tiene ideología.
O por ahora no la tiene. Y no han prendido la radio.

La portada de este libro no dice nada de su interior.


RAZONES PARA IR AL ESTADIO II

Nuestras razones para ir al estadio


no difieren en absoluto de las esgrimidas
por los nazis que incendiaron el Reichstag.

Las poleras de nuestros equipos también


nos sirven de pijama. Los boletos (en Chile
se dice las entradas) cuestan lo mismo

que una canasta familiar básica repartida


por el programa de empleo mínimo
que en mil novecientos ochenta y dos

o en mil novecientos ochenta y uno: gritar


de terror en las graderías, subir las escaleras
en busca de un asiento y recordar que la última vez

que fuimos juntos los novísimos aún no salían del colegio:


las islas del sur de Chile ya no albergan otros prisioneros
que no sean los trabajadores de las salmoneras/

hay que dejarlos hablar por sí mismos me dice


con un tono amenazador el sociólogo que lee
más poesía que otra cosa, las rencillas entre

los miembros de las barras han dejado por los suelos


el valor de los conjuntos habitacionales que rodean
los estadios. Sugerir el peso de la lluvia

al caer sobre la hoja. Volver a los estadios


para ver ondear una bandera
PREGÚNTALE A ALICIA CUANDO MIDA TRES METROS

La desgracia se echa a mis pies como un perro


decía la Stella en lo más negro de la época del asco.
Yo la he visto arrancando del guanaco, asfixiada
por una lacrimógena que no perdona a la madre
ni a la abuela, yo tuve que cargarle las bolsas
sin que se enamorara de este individuo, yo
la escuché recitar con las manos en alto

desafiándome por haberle mentado el nombre


de un payaso, ínclito es el yo que los lingüistas
reconocen como una forma de ahuyentar

a los poseedores de la verdad y la mentira.


Después de eso ganó el Pedro de Oña y uno tenía
derecho a preguntarse cuánto tiempo faltaba para que todos

nuestros parientes se convirtieran en lejanos, cuántas veces


tendríamos que ir a Cuba para ver la realidad y quedarnos
a vivir en una casa de huéspedes, los juicios y el alcohol

no pueden ir de la mano en un país donde los presidentes


iban al mismo colegio que nuestros hijos, quién repetiría
hasta el cansancio, delante de una caja registradora, la misma

historia que nosotros contaremos cuando sea nuestro turno.


Todos tenemos que llegar a fin de mes, dicen con justa razón
los habitantes del campo santo. Un día vienen a visitarte

con velas que dejan a los pies de la puerta


de tu casa. Luego se enamoran y se van
por el mundo. Uno es el que se queda

esperando que se derritan, viendo


la berma y el pabilo convertirse
en una masa indiferente a su función.

Después golpean con los nudillos


y uno de estos días voy a abrirles.

Entre los que llaman y los que vienen


me quedo con los que siempre han estado:
los parí aunque no sean mis hijos. Y los sigo

leyendo con la misma devoción que lo hacía antes.


El realismo socialista no ha pasado de moda, simplemente
ya no tiene que ver con la liberación de los obreros sino
con la forma en que pasan las nubes, arrastrando detrás
de sí una estela de temporales y pronósticos que sólo
los más osados de nuestros clarividentes se atreverían
a formular sin hacer referencia a las vísceras de un conejo
derramadas sobre el mantel. Otros científicos se detienen
con delectación a examinar las huellas que dejan las patas
de los caballos en la pista para suponer que los próximos
días que vendrán están a la vuelta de la esquina esperando
que los obreros armados los atrapen. No, no ha pasado de
moda, ocurre simplemente que los niños han empezado a
madurar, a preguntarse por qué esos caballeros que visitan
con frecuencia a sus madres les producen una inquietud
que tiene que ver tanto con el tono en que hablan como con
el color del pelo y el color de la piel y el color de los ojos.
Las condiciones objetivas están a la vista. Las subjetivas

a criterio de nuestras madres.

La vida de los narcos se divide en un antes y un después.


Hasta no hace mucho, gente como el Cabro Carrera ocupaban
los titulares de la prensa más seria de este país. La prensa
más seria de este país ya no existe. Se describían los barrios
pero no las situaciones. Hic meus locus pugnare est et hinc non
me removebun. No hace falta ser un combatiente de esos que nunca
para repetir una frase como esa. Se describían los colores de las hojas
que habían caído producto de la temporada, pero no quienes hacían
un esfuerzo sobrehumano para recogerlas. La prensa más seria de este
país acaso no haya existido nunca. Una disciplina férrea como los mapas
que sabían distinguir entre las ratoneras donde estaban escondidos
y las casas de seguridad para casos de extrema necesidad. Este
es mi lugar de combate y de aquí no me moverán, escribió
en una de las paredes de la casa donde lo encontraron.
Escribe eso cuando vengan a buscarte, aunque la cartografía
diga otra cosa y los lanzazos sean un producto del dólar a treinta
y nueve en mil novecientos ochenta y dos cuando todo aconsejaba
dejar de lado ese pesimismo burgués y abrazar el futuro brillante
que las hordas de los trabajadores sin lugar a dudas alcanzarían.

Mi cansancio representa las tres cuartas partes


del ingreso per cápita de una familia de clase media.
Mi cansancio representa el producto interno bruto
de un país en vías de desarrollo a finales del siglo
veinte. Mi cansancio equivale a cuarenta horas
de trabajo semanales, durante los últimos quince
años (dos semanas de vacaciones: sin goce de sueldo.
Mi cansancio se parece al tuyo porque los estudios
superiores hay que pagarlos aunque sea con un árbol
de navidad plagado de regalos bajo de sus ramas:
paquetes vacíos pero rigurosamente decorados
como si entregarlos fuera lo único importante:
la ceremonia de la inocencia consiste en un animal
con cuerpo de hombre y cabeza de león, acercándose
a un natalicio tantas veces esperado y pospuesto.
Esta noche de agotamiento el pesebre nos trae
no aquello que aguardamos para que finalmente viniera.
Sino aquello por lo cual nos asomábamos a las ventanas.
Aquello por lo cual nos poníamos de rodillas. Y fingíamos rezar.

OTRO POEMA SOBRE DIOS Y LOS HÚNGAROS

En la ciudad donde los tanques sólo pueden ser soviéticos


se recuerda lo peor del socialismo cada vez que los camareros
se niegan a atenderte. Es imposible olvidar a los refugiados
borrados del mapa por un gobierno que se dedica a retirar
de las farmacias los preservativos que nos impiden madurar:
más allá se encuentra una calle con el nombre de Attila Joszef.
A nosotros nos obligaron a leerlo traducido por Fayad Jamís
en una editorial que imprimía con papel estraza y el colofón
nos recuerda cuántas son las navidades que no hemos podido
celebrar. Tal vez por eso tuve que viajar hasta Budapest.
Para contemplar la línea del tren a la cual se arrojó.
Para que las alas plegadas de los ángeles. Para que al final
de una lista demasiado larga no digamos simplemente

etcétera.

Toda la gente que dice “Yo también tengo un amigo gay”


debiera irse al infierno, si ya no lo está. Durante el apagón
cultural que nunca fue, existían solamente tres canales.
Una sala de espectáculos. Una casa editorial que podría
calificarse de independiente, más exiliados que en la nómina
de cualquiera de los partidos de la época. Y sin embargo, se me
sigue cargando la mano con el tema de la Reforma agraria y
todavía tengo que responder, en todos y cada uno de los foros
donde se habla hasta el cansancio de la cuestión, por el uso
de agentes químicos en la industria textil de nuestros días.
“El Mercurio miente” puede ser una canción de cuna y también
una consigna. Un slogan de campaña y un aviso publicitario.
Un mantra para que caiga la lluvia y otro para que deje de llover.

UN POEMA PARA DANIEL LIPARA

Como en La tempestad, de Giorgione,


ser incapaces de saber quién protagoniza
ese conjunto de miradas que van y vuelven
y podrían ser los personajes principales
si no estuvieran entremedio esas nubes
amenazadoras y esos escudos citadinos

y esos rayos relampagueando y ese niño


bebiendo del pecho de su madre. Como
si él fuera un soldado y ella fuera la virgen

y el pasto que media entre los dos llamara


demasiado la atención sobre sí mismo. Pero
¿quién conoce La tempestad de Giorgione?,

¿quién los cuarenta dus pagados por una Última


Cena de un imitador español apellidado Belásquez?
¿quién el nombre de la amante que lo contagiara

con la peste? La libertad no está en la medida


sino en la forma de retratar la piedra. La mujer
nos mira a nosotros que estamos mirando.

¿Quién mueve al viento moviendo aquellos árboles?

NO ME ACUERDO DÓNDE ESTOY

Voy a cortar el pasto en tu honor.


Voy a lucharme un melanoma a las doce
del día, arreando ese carruaje sin caballos

de la yerba y su cortadora americana. Voy


a aparecer en la portada del libro de Ted
Steinberg sobre los jardines de la clase

media, el marxista que se dedicara a analizarlos


a través de los pesticidas que se utilizan para
que las cuentas del doctor se abulten con

los tumores cancerígenos producto de los


aditivos hace mucho derogados en otros
lugares del mundo, salvo en la tierra

de las oportunidades. Voy a hacer dibujos


en el jardín como si fueran esos círculos
en los campos de maíz de Inglaterra,

unas líneas de Nazca en el patio de mi hogar.


Todo será en tu honor porque las semillas
se merecen ese escudo. Todo será en tu honor

porque las cerámicas se adhieren a las paredes.


Y las enredaderas que suben por el muro serán
tu casa. Y tu nombre también era una piedra.

Tu nombre también era una piedra.

NINGÚN CAÑÓN BORRARÁ EL SURCO DE TU ARROZAL

Sangro por donde todos y cada uno de nosotros


la misma vagina que nos cuelga entre los huevos,
las mismas muñecas cortadas el día de tu cumpleaños
después de enviar un currículum que te responderían
veinticinco años más tarde dándote las gracias por tu interés
pero ya encontraron a la persona indicada. No sé si eso
responde a tu pregunta, pero en mañanas como ésta
y todas las mañanas son como ésta
y todos los mañanas son como éste
sería preferible haber sacado a relucir la bandera a nuestros
balcones para indicarle a todos los que frecuentan este bello
barrio que las cosas han cambiado y para mejor
la fruta se encuentra a muy bajo precio si sabes dónde buscarla
el retén de carabineros está formado por jóvenes venidos
del sur que no se meten en ninguna cosa y las credenciales
de los profesores de la escuela pública quinientos uno
quedaron sobradamente demostradas en la última demostración
de fuerza que el gremio decidiera realizar cuando ninguno
de ellos recibió respuesta después de veinticinco años
de haber enviado sus currículums. Pero no la bandera a media
asta, eso es cosa del pasado, aunque la sintaxis de esa corbata
con el nudo mal hecho todavía resulte interesante no vamos
a mentirnos, hay que dejar de lado la ingenuidad de describir
el metro, abandonar esas metáforas de Metrópolis que replican
las portadas de las revistas de farándula, madame Sosostris
debe ser necesariamente reemplazada por Yolanda Sultana
pero sin prestarle oídos cuando nos pregunte por el futuro
de la nación en ese mar que tranquilo nos baña, las apariciones
de la Virgen a ojos de Miguel Ángel y quién mató a Patricia
siguen siendo los enigmas por los cuales atiendo a la consulta
del ave de rapiña que canta en el jardín. Escucha al ave de rapiña
que canta en el jardín y deja de citar a esos autores mal traducidos
con los que sueles llenarte la boca ante el público de inocentes
conformado por los caballos percherones que calzan aún
el mismo tipo de herradura y esos adolescentes que no quieren
ser adolescentes escuchándote a cambio de una cerveza (“su chelita”)
en alguno de esos recintos donde los cuadros que se exhiben
pertenecen a las víctimas de una guerra donde todos eran nazis
y todo el resto eran judíos: te observan, sin embargo, como
si hubieras dicho algo importante.
No sé muy bien cómo responder a tu pregunta
pero el comedor de la casa está formado por una mesa
y un librero más bien por compromiso. Cuando
falten cinco minutos para que sea la hora, los
alimentos aparecerán casi por milagro
traídos desde algún remoto lugar como
el refrigerador o la despensa, así seremos
felices con sólo contemplar ese mantel
que deberá mantenerse impoluto. Las migas
del pan desparramadas por el suelo
y los vasos con signos evidentes
de haber contenido todo lo necesario
para olvidarnos pronto de esta cena
podrían, de haber alguien dispuesto a retratarlos,
servir de modelos para ese tipo de pinturas
donde la fruta encuentra su acomodo junto
a los jarros de agua, los tenedores sin usar
y la permanente ausencia de los comensales.
A eso algunos le agregan un verbo
y después dicen que resume nuestra historia.
Escribo con una espada de madera sobre las piernas.
Estoy en guardia contra los fantasmas que aparecen
en las películas de terror y atemorizan a mi hija. En
contra de los que atemorizan al resto de mi familia
poco o nada puedo hacer salvo evocar ese dolce far niente
como antídoto para la antipoesía, no nos quedaba otra
salvo ponernos a entrenar como si estuviéramos mal de la cabeza
y evitar las carnes rojas como un artículo de fe:
valerse del infinitivo como un arma blanca con tal
de enamorar a una mujer que se hubiera enamorado
de antemano de nosotros, descorchar las pocas botellas
que pudiéramos comprar sin incurrir en el delito
de güitrear en los autos último modelo que nuestros
antaño compañeros de curso hubieran adquirido
con su moral de clase media, no podíamos
ni queríamos prestarle atención a los horóscopos
de la tía Pucherito ni a las más bien conservadoras
transacciones bursátiles de Yolanda Sultana. Ni el mago
de la Polla Gol ni las canciones de Fernando Ubiergo
hubieran podido despertarnos de esa especie de letargo
que nos producían los lienzos de la estética de avanzada
una vez que ocuparan el lugar que antes les estaba permitido
a esas palabras de buena crianza que en su perra vida
hubieran sido capaces de terminar con la pobreza en Chile.
Ni el asesinato de Rodrigo Anfruns ni los programas
de empleo mínimo ni el Festival de la canción de Viña
del Mar ni la acústica de la Quinta Vergara. Ni el café Cinema
ni mucho menos El Biógrafo, años después, pudieron
curarnos la nostalgia por esas tierras que otros perderían
a manos de quienes ofrecieran cruces y lentejuelas a cambio
de paquetes de vacaciones compartidas y conexiones de banda
ancha para descargar volúmenes completos con ediciones
anotadas de la Pléyade y el PDF con la antología de los
imaginistas publicada en mil novecientos catorce aunque
nadie por estos lares se interese en celebrar su centenario.
NINGÚN CAÑÓN BORRARÁ EL SURCO DE TU ARROZAL

Sangro por donde todos y cada uno de nosotros


la misma vagina que nos cuelga entre los huevos,
las mismas muñecas cortadas el día de tu cumpleaños
después de enviar un currículum que te responderían
veinticinco años más tarde dándote las gracias por tu interés
pero ya encontraron a la persona indicada. No sé si eso
responde a tu pregunta, pero sangro cada vez que uno blande
la espada y el viento no sopla a mi favor, cada vez que Arkadi
y Basarov se declaran nihilistas y sus familiares dejan de azotar
a un mujik para evitar el juicio de los más jóvenes. Cuando se
seca pareciera estar manando. Cuando cae sobre la nieve
son malas noticias para los amantes, los relatos medievales
abundan en esa clase de enxiemplos que deberías tener
más en cuenta sobre todo a la hora de realizar proposiciones
indecorosas a señoritas educadas a la antigua. Cuando
las invites a ir al cine, y su blanca entrepierna esté
manchada de rojo, recuerda aquello que los copistas
ponían al terminar sus manuscritos: fecha y nombre de
aquel que hubiera cumplido con la tarea de mantener
disponible para otros lo que en un principio sólo se pensó
para algunos. Pon a disposición de los demás aquella
sangre que baja por sus piernas, no dejes que se desperdicie
el mismo jugo debiéramos beber en copas de oro y viene
de ese canal abierto sobre nuestras venas el mismo día
de tu cumpleaños para que así de una vez por todas
nos respondieran al currículum que habíamos enviado
con la intención de tocar no sólo en sueños
los senos protuberantes de las jovencitas
que se pasean indolentes por el Pedagógico,
tirándole piedras al cielo.

SALVO LAS NUBES

Mi único cliente a estas horas es un tipo


que viene a golpear la reja de la casa
de al lado, despierta a los vecinos
y después alega porque nunca lo atiendo.
Las preguntas de selección múltiple
son una forma de escribir poesía

dándole preferencia a los estudiantes


que por una cuestión de vida o muerte
prefieren pasear por la orilla del lago

antes que echarse a nadar con el uniforme


puesto. A otros les gusta mirar las nubes
porque ellas son las únicas que cambian

de forma y de tamaño de acuerdo a quien


las mire. Mi cliente también las observa
consternado, incapaz de recordar el nombre

de ese rostro que se dibuja en una de las que pasa


mucho más rápido que su memoria. Dice que la duda
lo acompaña durante todo el día, incluso que vuelve

de su trabajo sólo para comentarle a su mujer


que acaba de volver del suyo que ya no es lo mismo
aquí arriba dicen tocándose la sien e incapaz de esconder

la preocupación. Los estudiantes responden al cuestionario


dando por hecho que la poesía proviene así mismo
del cielo. Un cielo a) lejano como los bosques

de los que hablan los poemas, b) extraño


como la épica que les piden a las musas
encargadas de cantar la cólera de Aquiles,

c) parecido a las hijas de Camilo Brodsky


cuando van a almorzar a la Vega central
donde yo también quisiera almorzar a veces

pero las nubes, los estudiantes, mi vecino.

TEKHNÉ

las sillas plegables se apoyan sobre una muralla


que sólo se puede representar a sí misma con paciencia
y colores pastel: una playa demasiado soleada para mi gusto,
donde las luciérnagas todavía no le interesan a nadie
y cazar mariposas con una red requiere del mismo talento
con que cuentan las hormigas para trazar las líneas de una mano

sobre una muralla de cal: los atardeceres comienzan antes de que lleguemos
hasta la orilla, la doble l se repite con la misma frecuencia con que el oleaje
golpea al interior de nuestros tímpanos aunque hace años que nuestra

cóclea no tenga el gusto de repetir esa armonía que nos hace


caminar sin arena debajo de nuestros pies: los apóstoles
también caminaron sin agua bajo los suyos

y en las pinturas de David Hockney


las piscinas se cruzan de un extremo a otro
sólo para cumplir con ese plazo que ni siquiera

el agua desconoce, métete al mar antes de que sea


demasiado tarde y la arena la ocupen
los botes varados en su orilla:

hay que arrastrarlos hasta dejarlos seguros


de que la marea no los devuelva por la noche.
Hay que dejarlos amarrados para que mañana

volvamos a salir más allá de donde las gaviotas


nos disputan cada día los mejores ejemplares.
Recién cuando estamos mar adentro el buzo

se decide a bajar. Nadie lleva puesto salvavidas.


Ninguno de nosotros sabe nadar. Por eso
siempre revisamos el combustible

y el motor. Con tres cuartos de estanque


nos alcanza para ir y volver, la técnica
es dejarlos que se acerquen.

Nunca salir a perseguirlos.

ESO FUE

I.- (Jasón)
Ese vellocino de oro que te definía por completo.
Alcanzarlo era tu salvación y nuestra condena.
Era una lucha a muerte con el lenguaje, como

les gustaba a decir a algunos antes de levantar


los platos y dándole rienda suelta a los anhelos
más descabellados que hubiéramos oído, ciertas

combinaciones que hubieran hecho palidecer


al más avezado de los barman de aquella época,
manías que a la larga se terminaron convirtiendo

en usos establecidos del idioma, recorridos por


esos mapas que los turistas guardaban en sus carteras
porque habían escuchado de boca de sus chaperones

que así se hacían las cosas de acuerdo con la tribu.


El motor no funcionaba y la tapa del motor se sostenía
por un fierro delgadísimo a punto de romperse. Entonces

fue que decidimos que uno de nosotros tendría que poner


más atención a las señales de tránsito que nos fueran
transmitidas por guerreros acostumbrados a ignorarlas

al contrario de lo que hacían con las órdenes de sus superiores.


Eso fue todo: la mitología salía a relucir cada vez que era
preferible postergar nuevamente la fecha de tu operación

a tener que decirle a todo el pueblo que no ibas


a recibir visitas durante el resto de la semana.
Los argonautas se dirigieron hasta aquella isla

donde estaba esa fuente de misterios, donde el rey


podría recuperar su trono y los lectores la oportunidad
de preguntarse si no sería mejor que la cirugía se llevara

a cabo cuanto antes. Ese vellocino de oro que te definía


por completo estaba listo para dejar caer a una niña
que le daría al mar su nombre, helénico porque

así lo quisieron los traductores que nos dieron su versión


de los hechos: un país que también sufrió su buena
cuota de dictaduras, un espejo retrovisor

para hacer su ingreso en la historia


y un calor insoportable que cada día cobra más
víctimas producto de las distancias que recorren

los mensajeros que traen la buena nueva.

II.- (Teoría de la dependencia)

Tu aspecto de mitocondria recién despertándose por


la mañana no limita sino que acentúa tu derecho
a reclamar por el trato que recibiste/ una vez

que abandonaste aquel jardín donde te fueran


prometidos los favores que no llegaron nunca
a concretarse por parte del dueño de los mejores

mediocampistas de aquella época: alguna noche lo viste


en la barra de uno de esos bares donde toco ocurre
fuera del tiempo y para ver hay que ser visto, en

alegre diálogo con una muchacha consciente


a cabalidad de lo que más tarde le esperaba:
ponerle una atención enfermiza a la caída

de las hojas durante esta estación del año,


escuchar por obligación el ladrido de los perros
cuando sería preferible verlos comer su comida

ritual reservado para aquellos que tienen qué comer.


El resto es un montón de innovaciones
calificadas por algunos de imprescindibles para poder

seguir existiendo y otros esperan que sean promulgadas


por los secretos legisladores del universo para cargar
contra ellas con uno de esos arietes medievales

cuya cabeza de carnero golpeaba contra las puertas


del castillo después de recibir un baño de aceite
hirviendo: el animal contra la madera es

una metáfora ante la cual deberíamos dejar caer


las cadenas del puente levadizo y ofrecernos
en vasallaje a las tropas del rey victorioso.

Ya habrá tiempo de traicionarlo y redactar


en verso medido las razones que nos llevaran
a ello. Los escribas demostrarán en el momento

razones suficientes para seguir alimentándolos.


La corte vive del saqueo y de la pluma/
que goza recordando ese saqueo.

El diccionario es la memoria
que hiña la masa como si fuera
un homenaje. Y lo es. Hilo es.

Yo en vez de bosques tengo cerros


para decir que entre aquellos entresijos
una copa de vino podría habernos salvado.

Buscarla es escribir hasta las cuatro de la mañana.


Los que se despiertan a esa hora sólo encontrarán
el mismo aire que respiramos y dejamos de respirar.

Mi reino por una cita en vez de un caballo.

III.- (Orígenes agrícolas del verso)

Los poemas de Shady Hill están llenos de esposas


cuyos maridos siempre están en viaje de negocios.
Prefieren las batas de levantarse para que el hombre

que ocupa sus camas pase menos trabajo desvistiéndolas.


El cocktail party ofrecido por la esposa del profesor
recién mudados a la casa con cinco dormitorios

y ochocientos metros cuadrados de terreno


se supone que debiera empezar a las cinco
para terminar un poco después de las nueve

y permitirle así a las parejas que todavía


se hablan antes de dormirse un rato de
esparcimiento frente a la pantalla del
televisor o del teléfono. Pero los poemas
de Bullet Park están llenos de maridos
tirándose a sus secretarias que ocupan

pequeños departamentos del Lower East


Side antes de que todo pareciera un restorán
con las sillas volteadas hacia arriba y pagar el

arriendo fuera un tema del que mejor no se habla


en la mesa los domingos: taquígrafas pertenecientes
al sindicato cuyas compras navideñas cuentan con un

generoso descuento si están con las cuotas al día.


Todo bar que se precie tiene detrás de la barra
alguien que recuerda tu nombre y ha visto

un par de peleas por el precio de un escocés


y un aire de soterrada melancolía debido a esas
luces que no alumbran. Los poemas de East Coker

y los poemas de Burnt Norton están llenos de hijos


que abandonan la universidad para tomar un trabajo
en los grandes almacenes de Boston donde el santo grial

está escondido y los caballeros de la Mesa Redonda


siguen a la espera del rey. Los libreros que sólo venden poesía
son los responsables de salvar al mundo. Honor y gloria

a los libreros que sólo venden poesía. Los poemas


del paradero veinte de La Florida están enterrados
en un cajón de mi escritorio. Allí están a la espera

de los arqueólogos del futuro. El olor a humedad,


el moho y las páginas carcomidas son una forma
de escritura. Al tomarlas se partirán en dos:

donde termina el surco comienza el verso.

IV.- Great Lakes

La estatua de la libertad que se ve desde Sandusky, Ohio


es en realidad la planta nuclear de Port Clinton, al otro
lado del lago. El humo o el vapor que sale de ella, haciendo

volutas en el aire, reemplaza a la antorcha neoyorkina.


A falta de un regalo de los franceses, la generación
de energía reemplaza en estas tierras a esa señora

que se supone debería recibir a los inmigrantes


con unos brazos abiertos que hoy en día parecen
de plomo. La planta nuclear sin embargo se ve

hermosa en las fotografías de uno de estos grandes


lagos, que ofrecen la promesa canadiense en la otra
orilla: socialismo, remedios al alcance del bolsillo,

centros comerciales sin tiroteos. El horizonte despliega


sus mejores galas para que olvidemos donde estamos,
una pequeña mentira que no por piadosa es menos

amarga. La belleza sin embargo está allí. Todos


los elementos están presentes. Cuando ocurra
lo inevitable, podremos recordar que alguna

vez la planta también fue una promesa: recién


llegados a un territorio donde todo estaba por
hacerse. Y se hizo. Incluso el horizonte podría

ser otra cosa. Incluso el agua podría no serlo.


Los que se retratan con esa imagen de fondo.
Los que saben que es una planta de energía

atómica y la confunden por un segundo con una estatua.

V.- (Realismo socialista para Mario Arteca)

Un mensaje en una botella enviado por internet.


Querríamos vivir en esa isla para poder abandonarla
(el próximo ferry pasa a las nueve: es el último.
Nos gusta hacer una fogata para sentir el olor de los leños
quemándose. Las cenizas nos recuerdan que los velocípedos
arrendados nos transportarán a donde quiera que vayamos.
Somos los náufragos sin preocupaciones. Nuestras próximas
comidas nos esperan sin necesidad de arrancarnos las uñas.
En la playa nos sentamos en la arena contemplando el horizonte.
A veces vemos un barco pasar. A lo lejos. No le hacemos ninguna
señal. Ni dibujamos sobre la orilla la palabra socorro con el fin
de que las avionetas que pasan a baja altura se den cuenta
de que estamos ahí. Ya lo saben. Sí nos ha crecido, en cambio,
la barba que demuestra nuestra soledad irrenunciable: los pómulos
cubiertos, el largo tolstoyano, nos falta sólo un báculo para apoyar
nuestros pies cuando se mueven, como un pastor sin rebaño
pero que sigue y es seguido por su familia. Otros pasan
en autos eléctricos para salvar al mundo. Otros insisten en
comunicarse, imaginando que si la lluvia cae es porque alguien
lo ha dicho. Nos guarecemos al interior de un restaurant
con otros náufragos. La palabra civilización nos sobrevuela.
La expedición de rescate nos sonríe como si fuéramos amigos.
Una sola será mi lucha: que las palabras del fabulador
se transformen en una herramienta para cruzar un puente oculto.
Ese que nosotros construimos y después incendiamos. Tirarnos
sobre la yerba como si estuviéramos muertos. Atacar al enemigo
cuando desprevenido nos ignore. La tierra arrasada es nuestro
orgullo. En nuestro país requiere más coraje retroceder que atacar.
Venceremos.

VI.- (Moldeador de caballos)

Moldeador de caballos, tornero del agua que a pesar


de sí misma, empinador del codo que alimenta,
sustractor de ideas para mejorarlas, hacedor de páginas

arrancadas previamente de las amarillas, contactador


de puntos para dibujar sobre un marco que no existiría sin,
nadador amniótico digan lo que digan las apariencias,

lector empedernido de jerigonzas, padre padrísimo de tus iguales,


descriptor de lo que otros no ven pero también de los insectos
que venden en el mercado, anfitrión en casa ajena, distribuidor

de métricas inadecuadas según los sumos sacerdotes, aficionado


a las camareras del medio oeste, aficionado a los viajes al Amazonas,
europeo por la lengua, acusado injustamente, vencedor de la lingüística,

ensayista de los escombros, ciudadano de la resaca, patronímico sin linaje,


onomástico del otoño, sepulturero sin canciones, cadáver exquisito,
apresurado, configurador de sistemas siderales, flautista

de Hamelin sin gramática, destructor sin artillería, acorazado


lejos del agua, resurrecto sin réquiem, estudiante y
compañero, compañero del alma:

compañero.

Cónsul y serpiente, pluma sin Inglaterra, volcán


que no le responde a nadie, prendedor de velas
sin creer en los santos ni en los inocentes,

predicador sin rebaño, enamorado de las pirámides,


desexcavador de huesos que hablan, encontrador
entre las plantas del ágape de un pulque sólo

para iniciados, doctor de sonámbulos, expresionista


sin Alemania, doctorado entre muralistas sin partido,
Cuauhtémoc sin tragedia, nobleza sin caballero, escudero

sin jumento que te acompañe, quijote sin licenciado,


imprentero sin papel, cajista sin juegos móviles,
portugués sin tiempo, solitario con lámpara

en la noche, mezcal agusanado, guajolote


en el sello, espectador sin espectáculo,
alumno y profesor: biblioteca

de pantalones cortos, cíclope sin mitología,


churrigueresco sin catedral, monje del silencio,
trapero en lo mejor de la palabra, tren pasando por

la noche para ser escuchado desde una celda donde


el presidiario anota sobre la muralla el número
de veces que el traqueteo lo despierta

y decir: si los vagones siguen pasando


la revolución es posible todavía.
Poema sin terminar.

El sol pegaba como nunca en Atzompa.

VII.- (Suspiro a esta neblina)

Uno de sus familiares más cercanos


fue fusilado con balas de salva.
Creyó que había muerto, pensando
que no era tan terrible morir en el desierto.
Sólo se escuchaba el viento llevando
la arena de un lado para otro, la misma

bajo la cual no lo enterraron. Los sepultureros


habrían entonado algún himno militar
y el sol no perdonaría porque

nunca perdona a nadie. Los camiones


camuflados habrían ido y habrían vuelto
con exactamente la misma carga.

Fijo que los pelaos se irían riendo.


No había mucho de qué reírse en esos
días. Pero ninguno de ellos tenía la culpa.

Los habían mandado a defender la arena.


A hacer guardia sin quedarse dormidos.
A ser castigados sin salir el fin de semana

como si fueran los hijos de los sargentos


a cargo de castigarlos. Después, cuando
se acordaran en el campo de esos años

y sus madres les dieran permiso para abrir


el refrigerador pasada la medianoche
todos estaríamos cesantes porque

trabajar es la única forma de servir a la patria


cada vez que se iza la bandera y el viento
la hace ondear como si fuera una discusión

perdida de antemano. Los edificios del ministerio


nunca se han venido abajo. He allí una figura retórica.
Tampoco las casas de adobe que vinieron a reemplazar:

otra. La estación de trenes sigue intacta. Los rieles


y los durmientes no se han movido. Las zarzamoras lucen
con orgullo sus espinas. Las moras que sacamos de las matas

siguen siendo negras. No es tan terrible morir en el desierto.


Sólo se escucha el viento pasando por entremedio del alambre de púas.
O-oooo-oosshh. O-oooo-ooosshh. El que lo descifre puede salir el fin

de semana. El que confunda a los árboles movidos por el viento


con la arena donde ninguno de ellos echó raíces
puede escribir esta historia. Y agregarle
algún suspiro a esta neblina.

VIII.- (Un manto sobre la grama)

Toda la metafísica que incluye


tender sobre el pasto el mantel.
No es lo mismo que tender el
mantel sobre el pasto. Los libros
hay que olerlos antes de abrirlos.
Las poetas que murieron antes

de la guerra serán recordadas


sólo cuando un par de ellas hayan
terminado con la mitad de la población

mundial y las campañas de alfabetización


sean equivalentes a la lucha contra el hambre.
También hay en ello mucha metafísica:

los niños adelgazando a la misma velocidad


con que van pasando las páginas. Lee
para alimentarlos, para que crezcan

fuertes como esos robles –que después


tendremos que cortar –para seguir
imprimiendo más libros. Pasar

de la esencia a la existencia es una rama


de la misma disciplina. Debe quedar
bien estirado para que también

nosotros/podamos tendernos/sobre él.

IX.- (Septiembre: final)

Las últimas aplicaciones ofrecen


traducir en tiempo real lo que
el gondolero te va contando
mientras el agua de los canales
exuda el mismo hedor que el río
de tu ciudad de origen cuando los

cadáveres y los panfletos. Un arco se


derrumba cuando las dovelas
que lo sostienen, pasan de ser una

estructura en equilibrio, a ser un mecanismo.


Por eso cuando pasamos debajo de ellos
nos preguntamos por los principios

que rigen la contemplación de las estrellas.


¿Gira el espectador en torno a los cuerpos celestes
o estos últimos danzan alrededor de quien los contempla?

¿Se pueden resolver los conflictos étnicos del sudeste asiático


respondiendo este tipo de preguntas?, ¿el legado de la
Unión Soviética pasa por establecer primero

las categorías apriorísticas del conocimiento humano?,


¿caerán encima de nosotros y merecemos que
lo hagan estos puentes que penden de

un hilo? Entendamos o no
lo que dice el muchacho que rema
miramos los otros botes

donde despreocupados pasan


los que participan del secreto.

He aumentado de peso como una forma de protesta.


He limpiado tus lentes para que puedas graduarte.
He sentido en carne propia lo que otros escriben en las murallas.

Y aun así el bote sigue meciéndose.


Y aun así nadie dijo nada.
Y aun así bombardearon La Moneda.

El agua y el hedor tienen su precio.


Caminar como tantos otros por una ciudad
a la que no pertenecemos es la única

forma que tenemos de pagarlo.


ES LA ÚNICA QUE TENEMOS POR DELANTE

Para leer a John Cheever hay que casarse después


de los treinta y hacer sonar el hielo contra las paredes
de un vaso. Por lo menos dos hijas y una casa a treinta

años plazo. Para leer a John Cheever y no abandonar


el libro en las primeras treinta páginas, una versión
de nosotros mismos que en vez de subirse al Metro

intente cambiar el curso de los ríos como héroe


de alguna mitología que no les corresponde.
Pero si los pájaros migratorios no alcanzan

a ver a dónde viajan, al menos acepta subirle


el cierre del vestido que se puso especialmente
para esa fiesta. Para hacer una antología de Shady Hill

de la cual espigar algunos casos de propiedades


hipotecadas y la hielera que a estas alturas
sólo tiene agua, para cambiar los ceniceros

colmados de la ansiedad de los comensales


observar esos libros apilados en la biblioteca
que nunca se van a leer con la misma detención

con que alguien admira las melenas en el aire


de unos caballos desafiando el frío en la noche de Berlín:
la historia de la poesía escrita en Chile pasa por esa ciudad.

Uno barría las escaleras de su departamento socialista.


Otro admiraba las crines en el aire del épico cuello
de aquellos proletarios. Báltico el ejercicio

de entumirse, de preguntarse cómo terminaron


allí los encargados de hacer que la cordillera
cupiera en una página. Y así les fue.

El tren que llega hasta la última estación


trae de vuelta a los maridos que pasaron por
un bar en la ciudad. El humo colmaba los vagones.

Pero los faroles estaban encendidos.


En los andenes siempre hay una mujer.
Con un libro en la mano y un bolso en la otra.

Las llaves las tiene en un bolsillo.


SHADY HILL

De niña le gustaba jugar con sus hermanos

a esconderse entre el arroyo que se secaba durante el invierno

y los chales que se ponía sobre las piernas cuando no podían encontrarla.

La última vez que habló con ellos los vio en el matrimonio del mayor,

todo enchaquetado para que no se le notaran las ganas que tenía de esconderse.

Oh araña que estás colgando mientras ella piensa en cualquier

otra cosa menos en la habitación de cuyo techo pendes como una especie

de advertencia: su hermano terminó separándose un par de años después

pero ese no es el peligro que tú encierras. Quisiera pronunciar una frase que diga

Sólo espero recordar tu nombre por la mañana, pero ella no vive en Shady Hill

ni tampoco es el personaje de un cuento triste y sin sentio. Se apresta,

en cambio, a mojar sus pies en el arroyo donde todavía permanece escondida.

La habitación es la misma de siempre, sólo cambia el nombre

de las paredes que la protegen y la encierran. Oye cómo la llaman

porque el juego está a punto de terminar. Ya es de noche

entre el pasillo que da a la calle y la puerta que sigue abierta.

Oye el agua corriendo en el arroyo. La que cae de la ducha

lo hace en realidad sobre su cuerpo.


SILVA A LA AGRICULTURA DE LA ZONA TÓRRIDA

Fruta amarga y tan deseada, que no cuelgas


de ningún árbol, sino simplemente asomas,
prepolente, ínfima, sagaz: probarte es al mismo tiempo
causa y consecuencia, tiempo de la hilandera
que teje para poder mirar el río, espejo autosuficiente,
retruécano de nada. Los escolios que en tus bordes
figuran son brotes tardíos de esa fascinación que produces,
capas geológicas encerrándose a sí mismas, tu búsqueda
es la de un topo, viejo si lo prefieren, una trepanación
como de quilla contra el mar, el futuro es una facultad
muy lejos de Santiago, una especie de refugio
donde los dirigentes estudiantiles que tenían mujer e hijos
escuchan a los poetas más jóvenes de la escuela mientras pintaban
un mural donde el significado era un negocio en el que todos
salían perdiendo. Oh fruta jugosa en el epinicio:
triunfo es verte derramada. Vencer es una glosa.
Vocabulario de ti misma. Comienzo. Fin:
fruto amargo y tan deseado.
EXTERIORES

Quiero salir del escenario cuando los reflectores


se concentren en los protagonistas y la tina
del baño ya esté llena, un doce de enero

en lugar del veintiséis de diciembre: sólo


el mejor de mis amigos sabe de lo que estoy
hablando. Sólo el Padre puede colgar detrás

de la puerta una llave para que el día del retorno


ninguna familia desaparezca al llegar a nuestra casa
y la distancia más corta para la separación de los átomos

sea el estrecho dudoso de Magallanes: yanaconas, obligados


durante toda la vida a vender café, pacífico o marquesina
da lo mismo, sólo el mejor de mis amigos sabe de lo que estoy

hablando, la historia de chile es la crónica de una traición:

por mucho que la suerte ya esté echada y los paraderos en la Alameda


ya no sean como antes: un yunque del cual arrancar un tigre,
una bola de cristal en la que nadie creería por menos de veinticinco

centavos, un hombre colgando junto a un rey y una calavera con el telón


de fondo de una rosa polipétala, cinco minutos para leer un libro entero,
la clase media es un motor que se niega a partir por las mañanas, un curso

de perfeccionamiento que nos obligan a tomar, un viaje al sur


aunque vivamos en el sur. Tengo la garganta mala, pero igual
voy a pegar un grito que se escuche incluso a la salida del estadio,

cuando volvamos a salir campeones y el veintiséis de diciembre


sea mi nueva fecha de nacimiento: sólo el mejor de mis amigos.
Cuando las luces comiencen a apagarse, el público ya se habrá

retirado, la democracia será nuestro sistema de gobierno,


hasta entonces no vale la pena que me escuchen. Una limonada
caliente es el mejor de los remedios caseros después

de marchar por gran avenida con un casco en la cabeza.


Los cordones obreros están a punto de salir. Haciendo
caso omiso del sol mientras se pone, el horizonte es

la mejor de nuestras armas. Los juicios de Nuremberg


son nuestro pan de cada día. El Osorno fue un volcán
sin importancia durante ciento treinta y cinco años.

Al siguiente carnearon un cabrito para beber su sangre.


Confluyen las hormigas hacia un único hormiguero.
Incluso para el desastre hay que guardar un protocolo.

A lo lejos se ve un auto cruzando el horizonte. Levantando


el polvo del camino. Sólo después de leer hasta la última
coma de Rubén Darío llegaremos al centro de la ciudad.

Y alguien me susurra antes de que comience el desembarco:


domo arigato gozaimas. Busco entonces debajo del vientre.

Y pido la palabra.
LA PÉRDIDA DE
LAS COLONIAS
DE ULTRAMAR

TRADUCTORES DE KAWABATA

La casa de las bellas durmientes se encuentra


en Kinsman Road, a un costado del camino
donde yacen los venados muertos y un poco

de vedette y otro poco de animal son la combinación


perfecta para encerrarse a contemplarlas. Soy el único
cliente (sólo me atiende la patrona: las demás

están durmiendo como si tener los ojos cerrados


guardara beneficios de los que aún no tenemos
noticias, pero alguna vez, como un espantapájaros

que acepta sin resignación la compañía de los cuervos


(los indocumentados a veces se paran en medio
del maizal –milpa– esperando que esas aves

se posen en sus brazos para que los confundan


con esos muñecos y nadie se atreva a arrancarlos
para mandarlos de vuelta hacia una Arcadia

de la que todos hablan y nadie añora: la estética


del parche que rige la indumentaria del guardián
la hemos seguido al pie de la letra, las zancadillas

y la cojera son la única forma de llegar hasta el santo


Grial y retornarlo a esa corte a la que no le pertenece:
las aliteraciones son nuestro pan de cada día

con el cual combatir el desabastecimiento.


Las colas son interminables y el cerdo
importado desde China no alcanza

para paliar la falta de vacuno, el pan


no sube porque ya no hay pan (los camioneros
ya no quieren cargar el trigo

y las que duermen se niegan a despertar:


la carne putrefacta de los venados
sobrios a un costado de la carretera

podría ser un mensaje divino


o la última medida del gobierno.
No hay ancianos que se acerquen

a esta casa. La soledad la regenta

con mano dura pero comprensiva.


PUDOR/INICIO

Este es un poema de amor plagado de autos en un estacionamiento.


Lleno de gente en una sala de espera, escuchando por los altoparlantes
la hora en que deben abordar. Abunda en horarios que cambian mucho más
rápido de lo que somos capaces de caminar de un extremo a otro de los terminales
distribuidos a lo largo de la costa de un país que nunca es el nuestro.
Este es un poema de amor donde las camareras que te atienden
en el café ubicado a un costado de la puerta de embarque
estudian educación parvularia por la noche y conocen las teorías
de Vigotsky mejor que las de Jean Piaget y sus informes
sobre la capacidad de los menores de evacuar por sí mismos
algún día serán considerados como piezas de una retórica
cuya mayor virtud fue esconder a plena vista lo que no supimos
a la hora de pagar la cuenta. Un poema de amor plagado
de aviones a punto de aterrizar, de tripulaciones
con demasiadas horas de vuelo, con pasajeros aferrados
a cualquier infinitivo que les permita abandonar ese papel.
En un poema de amor como este siempre se deja propina.
El taxi que cruza de madrugada una ciudad que a esa hora
resulta imposible de reconocer es un verso a medio terminar
que en nada contradice lo dicho hasta ahora, a lo sumo
le otorga un cariz que un viaje en colectivo, cargando
en la falda con la maleta, probablemente no te permitiría.
Sí esta prosa que no quiere reemplazar a nadie.
Sí esta anáfora exhaustiva como la ausencia de los amantes
que no se nombran y ni siquiera es necesario.

Ustedes mismos pueden bautizarlos de acuerdo a sus creencias.

ABRIL DE 1970
 
 
 
 
 
Las respuestas que llegan antes de tiempo terminan
al fondo de un río. Sus vestigios son hallados
por aquellos que se sientan a sus orillas
a esperar que la presa cumpla con su parte.
El hilo se tensa porque el aire ha cambiado.
Ya no vale la pena hacer esas preguntas.
Sólo recoger ese cuerpo que flota.
Sepultarlo en algún cementerio
rodeado de avenidas muy transitadas
para que a la hora de volver
encontrar el camino no sea un problema.
Aquello que no sabíamos que no sabíamos
se lo está llevando la corriente delante
de nuestros ojos.

La modelo posa delante de tus ojos.


Pero te está prohibido tocarla. Aunque
este no es un poema de Federico Schopf,
aun así la infelicidad te acecha a la vuelta
de la esquina. Su cuerpo es flexible como el papel
donde una tinta más bien delgada intenta
rememorar esos pliegues parecidos a la estampa
de unos labios sobre el borde de un vaso de cerveza:
se borran cada vez que ingieres ese líquido
que diluye también, a cada trago, su rostro.
Pero no importa, este es el único retrato
que ustedes tendrán que imaginar.
Ustedes tienen que creerme
cuando les digo que si alza los brazos
los dibujos terminan llenos de una alegría
indescriptible por el solo hecho de haber oído
cómo iba a levantarlos, un árbol también advierte
que va a soplar el viento antes de agitar sus hojas
a la buena del aire que pasa entre ellas sin arrancarlas
por el momento: tendrán que depositar su confianza
cuando les digo que se recuesta sobre una tarima
su cuerpo se tiende como pálidos
los restos de su memoria a estas alturas
son. Créanme cuando les digo que
si la recuerdo es para que ustedes puedan
recordarla. Su imagen pende de una pared
donde el dibujo a lápiz no le hace justicia
ni yo tampoco:

EL INCENDIO DEL REICHSTAG

I.-
Ninguna carta a la cual adherirse.
Ninguna declaración que suscribir.
La urgencia es una demanda, la timidez
una rémora. Es hora de tomar partido.
Es hora de que el viento nos golpee el rostro
al hacer la sobremesa en un restaurant de Valparaíso.
Todos los incendios son intencionales
a menos que seamos los únicos pasajeros
de este bus. Podría parecer una exageración
decir que todos los edificios están ruinas.
Podría resultar demasiado riesgoso
apostar por un caballo sin jinete.
Y sin embargo se arrojan al mar creyendo
que la balsa de la Medusa es una historia
inventada por sus abuelos para que no vieran
demasiada televisión. Y le piden permiso
a sus madres para ir a la matinée con sus amigos.
Y con tal de que no firmen nada que los comprometa.
Y con tal de no verlos adelgazar producto del desabastecimiento
y la soltería, sus madres no despegan los ojos de la pantalla
pero antes de que se cierre la puerta alcanzan a decirles
por favor no llegues muy tarde, mira que no puedo dormir
hasta escuchar la llave y el pestillo, hasta ver la luz prendida
y el Reichstag alumbrando la noche de mil novecientos treinta y tres.

II.-

Jugar al gato en libretas ajenas


podría tener efectos inesperados
en las distancias que tengas que caminar
para que alguien te invite a una taza de café
cuando la madrugada ya no pueda describir
esa luz que se cuela por el horizonte.
Como en una de esas albadas medievales
los amantes se lamentarán por lo inevitable
de la partida y el arribo de ese amanecer
en medio de las llamas que consumen el Reichstag
signo de lo imposible de otra reunión
aun cuando sea bajo nuevas banderas:
la nostalgia por anticipado es la única forma
de conjurar el anonimato de los romances
y ese verso de arte menor al servicio de toda
una época: los alejandrinos son una utopía
reservada para esos metecos infinitos
cuya pluma se asomaba debajo del sombrero
con el mismo orgullo que trazamos una línea
sobre el único mapa que teníamos a mano: cruzarla
sería un acto de guerra entre los que han cometido
el error de partir y los que no pueden cometer
el error de volver. El bando al cual perteneces
hace de la opacidad su estrategia.
La taza de café todavía sigue humeando.
Yo sería feliz si estuviera prohibido.
Si a estas alturas de la noche.
Pero la buhardilla es una rémora del siglo XIX.
Pero colgar la ropa en la azotea, dejarla secándose al sol.
Es una excusa para tener que recogerla.

III.-

Los beneficiarios del último aguinaldo


del gobierno constitucional
forman ahora una congregación
dedicada al cuidado de los ancianos:
son estos gestos, navideños pero fuera
de temporada los que los hacen

irresistibles para las voluntarias del ejército


de salvación. Algo así es el argumento
de la última novela costumbrista

que hace furor en nuestros


escaparates. La misma ciudad
que habitamos resulta de acuerdo

a su mirada una bocanada


de aire difícil de imaginar en otros paraísos
post-industriales, un lugar donde hacer

la sobremesa rodeados de caras conocidas,


una inflexión del lenguaje, que bajo el cuidado
irrestricto de su pluma

nos promete en lugar de la felicidad


una utopía. Pero no cualquiera:
sino una inspirada en los brazos abiertos

de la Virgen que preside sin invitación alguna


nuestra ceremonia: si ya no podemos
ser neutrales, seamos al menos invencibles,

seamos muy a su pesar capaces de ver


lo que siempre estuvo delante
de nosotros, esas frases subordinadas

que ahora ocupan el centro de la oración,


la cúpula y la cópula
entre el verbo que era

el principio y la luz que resplandece


en las tinieblas, como la efigie
del Reichstag, quemándose un veintisiete
de febrero de mil novecientos treinta y tres.
ESE

Habíamos sacado a pasear a nuestra perra,


una standard poodle que está quedándose
calva en el lomo producto de una enfermedad
infecciosa, que la tiene tomando pastillas
mañana, tarde y noche. Estábamos paseándola
por el bosque cuando el viento empezó a soplar
como lo hace cuando es otoño y una tormenta
viene a recordarnos quiénes somos y en qué lugar
vivimos. Los castaños de la zona, los robles americanos
se bamboleaban como si estuvieran caminado por Huérfanos
y la multitud de los inmigrantes llegados en la última década
les impidiera caminar. Las primeras ramas comenzaron a desprenderse
cuando empezó a arreciar el viento del noroeste. Insignificantes
en un principio, luego troncos en vez de ramas. Después esos árboles
que habíamos visto tendidos en el suelo
luego de una noche de lluvia estaban por caerse
delante de nosotros. Lo que más me sorprendió es que los árboles
al ir de un lado a otro sonaban como las bisagras de una puerta.
De hecho giré para ver quién venía, pero sólo vi a una poodle
corriendo detrás de su dueña. Ya se hacía cada vez más
difícil ver en medio de ese follaje
entregado ahora a las corrientes que le habían dado
alas, sino furor: una forma de decirnos que nos fuéramos,
que la última puerta que había escuchado estaba por cerrarse,
las bisagras que no habían sido aceitadas empezarían a crujir
como si las estuvieran torturando, pero es probable que ya
no tuviera oportunidad de seguir escuchándolas. Las puertas
arrancadas de cuajo comenzarían pronto a teñir de madera
ese cielo que no necesitaba de testigos. Enrumbé hacia donde
había visto por última vez a una perra paseando con su dueña.
Son las dos de la mañana cuando escribo todo esto.
Las labores de búsqueda aún no han terminado.
Las mentalistas dicen que pueden verlas allá adentro.
Cada uno de los periódicos locales tiene su respectiva teoría.
Hay voces que sindican como culpable al sistema y han llamado
a organizarse ante una situación que no dudan en calificar de intolerable.
De noche es imposible dejar de pensar en ellas. En el chirrido de las bisagras.
En el viento. En las figuras que describían los trozos de madera en el aire.
Como uno de esos videos en que una bandada de pájaros dibuja mientras
vuelan. Siempre me pregunté si serían reales. Si no serían un montón
de pixeles reunidos con maestría por algún estudiante quinto año.
Y la respuesta es un futuro al que accedemos mirando por el espejo retrovisor
cuando en vez de manejar nos alejamos.

Este.
A Gonzalo Muñoz.
A lxs guerrerxs de los ochentas.

SALVO VER PELÍCULAS

En el dispendio de alcoholes llamado


“El tiempo en la botella” se realiza
el ejercicio retórico de citar implícitamente
el título de una canción, Time in a bottle, Jim
Croce, 1973, pero descontextualizándola tanto
idiomáticamente como en su objetivo. Ubicada
en la esquina de Macul con Grecia, epicentro
de la vida santiaguina desde finales de los setenta
(entendemos por vida santiaguina aquella que transcurrió
entre policías y barricadas y estudiantes a punto de cambiar
el mundo desde hace más de cincuenta años), la botillería
resulta un comentario irónico sobre el idealismo norteamericano
representado por el hipismo y la canción: una recepción bastarda,
que no le pide permiso a nadie y toma prestado sólo aquello
que le interesa. Qué se puede hacer, salvo ver películas
se preguntaban los integrantes de La máquina de hacer pájaros.
Y sin embargo más de alguno quisiera guardar en una botella.
Esa libreta de apuntes donde se anota la forma de conservar.
Un cigarrillo en la rama de un árbol ubicado afuera del bar.
Donde fueron por primera vez. Y después lo recogió como si
nada hubiera pasado. En una botella también podrían caber.
La dirección de su casa en una ciudad donde todo está perdido.
Las veces que encontrarla ha intentado a través de un hipérbaton.
Beatrice de Portinari fue vista por última vez cruzando un puente.
Salvo ver películas en la pantalla de esa máquina que usa para escribir.

ESOPO, NUEVO FESTÍN


Dejó el cigarrillo en la rama de un árbol y dijo:
te apuesto que sigue allí cuando salgamos.
Y allí estaba cuando la conversación empezaba
a girar en torno a las enfermedades de mis hijas
y el alza y la baja del dólar después de los últimos
acontecimientos. Los hombres que se bañaban los labios
con la miel de las uvas aplastadas y los camareros que te recibían
como si hubiera que apurar el nacimiento de la tierra,
las sillas eran cómodas, pero chirriaban si tenías que moverlas
y los baños de los hombres no estaban plagados de aserrín:
por un momento me pareció que el poeta más delgado de Chile
aparecería acompañado del enano maldito, que los hijos de Ana Ajmatova
se encargarían de echarlos en un taxi y en compañía de actores
nos sentaríamos nuevamente a escuchar
el último disco hablando en clave de una época.
Pero el cigarrillo seguía pendiendo de esa rama cuando todos
habían bebido de la misma copa y el sacerdote que oficiaba sin fieles
dio por concluida la ceremonia de la inocencia:

para averiguar el significado de un muro


no basta con llegar al otro lado.

HOMENAJE Y FINAL

Entre mis problemas se cuentan


los lápices que se me pierden entre
medio de las sábanas cuando tendido

estoy leyendo: que me perdone el sumo pontífice


por no haber mencionado la realidad en estas
líneas, pero su hijo idiota se encargará

de hacerlo, para que a la llegada de los


alienígenas (perdonen la aliteración y las
consonancias) tengan a la mano un mapa

de lo que está y no está por ocurrir. Por nuestra


parte insistamos en la conformación del ♂ nuevo,
en los horóscopos que le corresponda leer

para asegurar una educación dialéctica


y científica, un acercamiento a la verdad
que no la oculte ni la explique, un santo

y seña para aquellos que hayan pasado por sus


aulas con la obligación de rendirles pleitesía,
traductores del espíritu pero de también la letra,

alumnos aplicados en la preparación de volúmenes


recopilatorios, homenajes de toda especie, saludos
diseñados especialmente para la galería, esa horda

de jóvenes ansiosos por parecerse a los mismos


que anhelan degollar. No se entienda esto
como la historia de ningún país, no se

imagine nadie, nó, que estas palabras podrían


incitar, nada más ajeno a nuestras intenciones
una cacería de brujas y de aquellos cocinándose

en sus calderos: sí a leer detenidamente


lo que escriban cada uno de ellos a la hora
de despedirse, sí la mención que hagan

con palabras exculpatorias que no lo son


de todos y cada uno de sus enemigos,

el saludo a la bandera que lancen


en honor de la poesía y las reinas

de la fiesta de la primavera:
desdentadas señoras del brazo

de igualmente desdentados caballeros.


El único venado con sangre en las venas
también tenía alcohol en ellas. Las nubes
habían emigrado como mariposas monarcas
en busca de ese clima que cambia cuando
cambia la frontera. Todos somos orugas
hasta que no se nos diga lo contrario: hasta
no abandonar Teposcolula en busca de ver el mar
dividido por una muralla. Dos agudas en una misma
línea me dice tu rostro embadurnado por una miel
que no es de abejas. Todos somos huevos, imago
o adulto dependiendo de qué tan lacanianos.
Ahora yace en medio del camino, ebrio después
de las fiestas. Las patas quebradas y la sangre
manándole de una oreja, impávido porque
el bosque, por lo predecible que resulta el lenguaje
cuando quiere ser de noche y está oscuro. Por supuesto
que el manubrio estaba en tus manos. Por supuesto
que frenaste mientras una monarca atravesaba
tu memoria. Ahora recógelo para que los invitados
tengan que comer. Para que lleguen desde todas partes
los parientes que creías perdidos, los consanguíneos
que alguna vez aparecieran en una foto extraviada
en la última mudanza desde el primer al segundo piso.
Y cuando pregunten si lleva mucho rato prendido el fuego
habrá que referirlos a un libro de cocina escrito en exclusiva
para este tipo de ocasiones, recetas para curar el hígado
inflamado por el aceite animal que chorrea también
por encima de tu ropa, un festín romano en el medio
de la nada, un almuerzo pantagruélico a la espera
de que el ciclo se termine y la meta-morfé, más
allá de la forma anterior haya terminado para aquellos
que tienen alas y también para aquellos que mastican
como si los recién llegados y los que están todavía por venir
pudieran arrancarles lo que tienen en la boca.

LOS NÁUFRAGOS TENDRÁN LIBRE ACCESO A LAS PLAYAS

Sirvió calzones rotos para la once y nos mostró


una primera edición de John Keats que había
encontrado a precio de huevo en San Diego.
Habían dos ejemplares del Contradiccionario
encima de una mesa. Toda la casa era de un roble
traído del sur. Eso se notaba en la forma en que
los muebles estaban repartidos en el comedor.
Eso se notaba en la forma en que la gente se sentaba
a la mesa y te pedían que les alcanzaras la mantequilla
guardada en un frasco de los abuelos de sus abuelos.
Nos habló de Luis Oyarzún y de lo poco que le pagaban
las editoriales españolas por los últimos libros publicados.
Saquen la cuenta de las horas de trabajo invertidas,
nos dijo mientras esparcía mermelada
sobre una marraqueta recién salida del horno.
Los náufragos tendrán libre acceso a las playas,
escribió alguna vez Andrés Bello, sin saber
que esas palabras terminarían siendo proféticas.
Después nos habló de Shakespeare –y el verso blanco
practicado por los poetas isabelinos. Quería leer
a Eliot y le prestamos libros de Eliot. Nunca
más lo volvimos a ver, pero habíamos alcanzado
aquellas playas donde no podrían negarnos el acceso.
Desde entonces vivimos aquí soñando con volver.
El Código Civil es nuestro guía.

También nuestra condena.

ESTAS SON LAS NOCHES QUE AMAN LOS ESCARABAJOS

Ese viejo entusiasmo que no acaba de perecer


me invita a recorrer las playas del país
en busca de alguien dispuesto a nombrarlas:

de ese modo me subo al mismo barco en el que


toman el sol en las bodegas aquellos que no
pagaron sus boletos y se sientan a la mesa del capitán

los que bautizan a sus hijos como si fueran sus abuelos.


Unas ganas de salir a recorrer las calles me embargan.
De llamar x primera vez a mis amigos y presentarme

desnudo ante ellos, hacer el amor con mis mejores amigas


mientras nadamos por una costa adornada con arena y obreros
dedicados a contarla: sí, nombrarlo todo como si viniéramos

llegando, turistas radicales y comprometidos


con que sobrevivan los animales en el arca
y después de ver la tierra haya vuelto una paloma.

Las tumbas judías en el aire han sido reemplazadas


por las tumbas comunistas en el mar. Estas
son las noches que aman los escarabajos.

Salir a caminar para terminar con una era.


Yo también quiero escarbar la tierra con los dientes.
Pero por ahora por ahora no hay nadie de quien quiera despedirme.

LA MALDICIÓN DEL COMENTARISTA

Basta que un relator deportivo


diga que un jugador esté teniendo
una tarde para el olvido para que el acusado
se crea Maradona y haga uno de esos goles
con que nosotros soñábamos en el patio del colegio
(no sólo nos arrojábamos membrillos a mansalva.
Basta que un relator deportivo
diga que el baluarte del equipo
es un jugador fundamental para conseguir
esos puntos son imprescindibles
para que el baluarte se convierta en un villano
y se lo culpe incluso de haber incendiado el Reichstag.
A veces me pregunto si los exiliados del setenta y tres
escucharían por onda corta los partidos, si radio Moscú
incluiría dentro de su programación ese tipo de actividades
para las cuales nos preparara el realismo socialista
a través de las líneas de cal y el pasto cortado
con la misma precisión que la cabellera
de un soldado raso. Qué les diría la camiseta
a los que estaban viendo los partidos una semana
después de que habíamos jugado. Las galerías del Nacional,
comprar las entradas por Grecia, una utopía dominguera
por la que bien valía la pena entrara disfrazado de Manuel
Rodríguez junto a un cargamento de armas que nunca
llegó a destino, perderse en la selva valdiviana
que hoy en día ya no existe para fundar una célula
cazando conejos para ir afinando la puntería.
Gritar otra vez en el Nacional. Una radio a pila
para saber lo que pasa en el infierno.

¿QUIÉN MATÓ A JEAN SEBERG?


(narrativo, sin aliento épico)

Nada tiene que ver con el destino de Latinoamérica


la muerte de una actriz como jean seberg. Tampoco
el que la hayan encontrado de cúbito dorsal
en el asiento trasero de su auto.
Su relación con los panteras negras tampoco tiene nada que ver
con el destino ni la estabilidad del continente americano.
Sus sentimientos de culpa por haber nacido tan blanca,

su romance con Clint Eastwood: nada de eso


guarda relación con. Latinoamérica
seguirá navegando por las mismas aguas

antes y después de la muerte de esta joven


protagonista, en Latinoamérica nadie se debe
haber preguntado quién mató a jean seberg y sin

embargo sigue siendo de fundamental importancia


averiguar quién y por qué la mató. Nos sigue pesando
el rótulo del suicidio. Nos siguen penando en la conciencia

esas películas que se exhiben una y otra vez cuando se revisan


los clásicos del cine contemporáneo. Su adicción a los calmantes
no nos deja dormir algunas noches. La muerte por mano ajena o propia

no debiera dejar a nadie indiferente, los culpables tendrán que enfrentar


alguna vez lo que hicieron si es que Latinoamérica
quiere seguir existiendo después de la muerte

de una joven actriz americana.

LECTURAS EN EL BOSQUE

El Tetra Pak en sus manos parecía un gran reserva


de mil novecientos cincuenta y nueve, año de
su nacimiento: por ese entonces

ya era conocido como el patriarca de San Bernardo


y se atrevía a decir sin pelos en la lengua
que nos pagaría con unos navegados y algunas
empanadas sobrantes del dieciocho, estipendios

que deberíamos agradecer después de arriesgar


el auto y la vida en alguna de esas lecturas en
Los Navíos con Nuevo Amanecer,

donde Ray Anayami leyera esos poemas


que ella misma odiaba con igual avidez
con que se agenciaba las últimas botellas: no

contento con eso tampoco tenía pelos


en la lengua al reconocer que afuera el mundo
seguía cayéndose a pedazos como la estación de
ferrocarriles del estado remozada con ocasión

del último discurso del alcalde: los bigoteados


y el canapé que prepararan el Chirolo y el
Margarita le cayeron mal en el estómago de los
paranoicos que vieron en ello una nueva

figura retórica por parte de las autoridades:


afuera el mundo seguía cayéndose a pedazos
pero él no tenía pelos en la lengua para

reconocer que no iba a mover ni un solo dedo


con tal de no cambiar en lo más mínimo la situación.
LA TRADICIÓN Y EL TALENTO INDIVIDUAL
(vía descriptiva)

Hay que salir a caminar, hay que sentarse a conversar con la gente,
hay que estrecharle la mano a los vecinos, poner teléfono, dar
la luz, hay que aceptar los folletos que reparten en la calle

los bomberos vestidos de civil, reclamando por los despidos


injustificados y los recortes en el presupuesto municipal, hay
que salir a manejar y perderse, hacer preguntas, equivocarse

resulta imprescindible. El margen de error es bienvenido,


las ratas son parte del acueducto y el acueducto
construido en mil novecientos doce es parte de la casa,

los préstamos ahora tienen interés reducido,


los corredores de propiedades disimulan con risitas
nerviosas la escasez de compradores, el lenguaje se torna

enrevesado y cuándo no, pero la casa imperturbable


no resulta un adjetivo, no hay descripciones que
valgan la pena cuando uno se puede pasar la

vida epigrafiando, abriendo el recital con


un saludo a la bandera dirigido con
astucia para la gradería, el ruido

ensordecedor de los asistentes a la lectura


se justifica ante el aire flemático de la casa
y la torpeza de sus nuevos habitantes que

seguirán buscando los interruptores de la luz


para prenderlos y apagarlos a discreción
según sea su estado de ánimo, más pudre el miedo

que la muerte es aquello que aún no saben


y sin embargo siguen reuniéndose
con descuido en torno a la mesa

o con descuido en torno del televisor


con tal de disputarle al miedo el territorio
cada metro cuadrado un campo de batalla,
exactamente lo mismo que pasa con los
clásicos: los roedores también se reúnen
con descuido en torno a los libros recién

encuadernados y los restos de comida


que dejaron las niñas al almuerzo: el silencio

cómplice de las abuelas no las librará


de esas plagas bíblicas o suburbanas
que ningún flautista podría resolver:

hay que salir temprano para llegar a la hora,


te estén o no te estén esperando con una taza
preparada con esmero y café instantáneo

salir temprano para llegar:

hay que.
UNA VOZ EN OFF NO ES NECESARIAMENTE LA SOLUCIÓN
DE TODOS TUS PROBLEMAS.

1.- Una voz en off no es necesariamente la solución


de todos tus problemas.

2.- ¿Y te olvidas, acaso, de que es obligatorio traducir no sólo el sentido


sino también las preposiciones, la multiplicidad
de las conjunciones adversativas y su incuestionable
contenido ideológico, como les gustaba repetir
a nuestras compañeras de curso, sentadas
impajaritablemente en las últimas filas?
El futuro puedo estar resuelto, pero el presente
todavía es una acera sin baldosas en el costado sur
de Avenida Matta. El mismo micrófono que les permite
señalar a los cómplices del cierzo, apuntar con el dedo
a las que lograron salvarse de la hoguera también
las obliga a recitar poemas que no son de su gusto
en ocasiones que no son de su elección. Pero oh Daddy,
tampoco te dejes llevar por esas terceras personas del plural
que siempre son la misma, sale a respirar ese aire
que debería existir entre una línea y otra, entre cada
palabra que te lo exige para poder cruzar la calle
y plantar una bandera que nadie necesita
en alguna isla que haya caído bajo nuestro dominio
después de tan desigual batalla. ¿Quiénes
entraron en combate, quién empezó

aquella guerra? Oh Daddy, una voz en off


no sabe responder a todas tus preguntas
si ni siquiera los signos de interrogación

son capaces de mantenerse en su lugar


en cuanto ven asomarse por el horizonte
a esas respuestas que nosotros no tenemos:

la cartografía se puso de moda cuando los franceses


gente por definición muy fregada comenzaron
a mencionarla por el rabillo del ojo, esa vez

que a alguien se le ocurrió traerla de contrabando


en una valija diplomática de la cual no saldría
hasta que todos los asistentes a la fiesta

la hubieran manoseado. Los subtítulos


que acompañan a las imágenes no
siempre son un reflejo fiel de

lo que ocurre en la pantalla. ¿Pero


por qué, oh Daddy, habríamos
de exigirles lo que los menhires

desperdigados por la campiña


en la cual no transcurrió tu infancia
aunque así quieras hacérnoslo creer

no fueron capaces de respondernos?


Oh Daddy, Daddy, déjame dormir
entre tus brazos ahora que las metáforas

ya no nos resultan necesarias para traer


a colación la forma en que apagábamos
los cigarrillos, en dirección contraria

a las manecillas de tu último reloj.

3.-
DIECIOCHO DE OCTUBRE-VEINTICUATRO DE DICIEMBRE
DEL AÑO DOS MIL DIECINUEVE

Dejemos tranquilo al mundo


y leamos a los poetas jóvenes.
Recuperemos los medios de producción
sin derramar una sola gota, como si fuéramos
los habitantes de Narnia: los castillos añorados
por nuestros mejores poetas modernistas
se encuentran en esos libros que ocupan las mesas
de centro de cada unidad habitacional
de nuestra clase media. Unidad habitacional
quiere decir departamento, clase media quiere
decir nosotros, pero no nos vayamos tan
lejos. Si la poesía está en la calle
entonces no hace falta recuperarla.
Basta con salir a caminar por las mismas
poblaciones a las que nos conminaban
las canciones prohibidas de los ochentas.
Sin embargo tengo que limpiar el baño
antes de que se entere mi mujer. Sin embargo
tengo que traducir del ruso los mismos poemas
de Joseph Brodsky que traduje del inglés.
No hay charreteras suficientes en ningún uniforme
militar para justificar lo que hace siglos vienen
haciendo. Ni palabras en este idioma que practico
para que el hijo de esos judíos extraviados en la Unión
Soviética pueda sonar medianamente bien en la poesía
callejera de Santiago. Renuncia hijo de puta.
Muerte a la yuta y tu gobierno.
A UNA ESTUDIANTE DE EDUCACIÓN PARVULARIA
QUE LEE A EMILY DICKINSON

No me sorprendería que termines enseñándole


a tus niños lo que esas páginas te permitieron
saber de la vida en un lugar de Massachusetts
a mediados del siglo diecinueve. Si yo tuviera
esa capacidad de despedirme en cuatro líneas
traería la nieve a colación, ahora que empieza
a escasear, aunque sea invierno, y Dios se haya
olvidado de nosotros, pero no de estas regiones.
Ni tampoco que le prestaras ese libro a algún pololo
a cambio de alguna frase que incluya sujeto y predicado
en una misma línea. La pedagogía en el lecho no es tan
complicada para quienes saben cómo tratar a los niños
si acaso es cierto que siempre estamos aprendiendo,
que las plumas de la esperanza caen como las hojas
de las que un árbol cada cierto tiempo se deshace.
No son las estaciones sino el ritmo de la lectura
aquello que le permita a tus amantes llegar hasta
el final. Yo estuve enamorado de una de ustedes
sin saber leer. Me tendía en los pastos mientras
el mundo continuamente se derrumbaba. Y fui
declarado culpable. Los tardíos propósitos de enmienda
tienen que ver con el aire que respiramos, el aire
que a las cuatro de la mañana cada vez que me levanto
sigue declarándose neutral. Nosotros sin embargo
no podemos. A nosotros se nos dice que nada puede
ser lo mismo. Parménides de esta hora, aférrate
a las consecuencias, testigo del viento que está
soplando, enamórate de la melena de esas bestias
que desfilan delante de tu ventana durante las noches
de invierno, héroe que se enfrenta a los animales
haciendo uso de palos y piedras, desvístete
tú que estás desnudo y desfilas como un príncipe
en tu caballo sin hacer nunca
gala de tus prendas.
CANCIÓN DE LOS HERREROS DEL ARCA

En un documental del History Channel


que lo vi más o menos a las cuatro de la mañana
mostraban con pruebas fehacientes que el arca de la Alianza
estaba aún enterrada en medio de los montes Urales. Expertos
de las más connotadas y desconocidas de las universidades del mundo
habrían revisado los archivos de la KGB, rastreando el encubrimiento
por parte de las autoridades soviéticas de semejante hallazgo.
Me quedé dormido cuando estaban mostrando las piezas
manufacturadas por los mismísimos herreros del arca, ollas
de bronce y cucharas de otro material forjadas al carbón,
restituidas a su condición de herramientas las palas
y las herraduras, los chuzos y los martillos que después
de minerales, útiles, después de haber permanecido
neutrales se hicieron invencibles. Así, tal cual
fue la leyenda de la ira de Dios, la tormenta
para limpiar el mundo y hacer de las palomas
un sinónimo, una metáfora de la cual no podríamos
arrepentirnos. Ese fue el comienzo. El resto
de la historia se cuenta por sí misma, después
empezaron a pasar los comerciales, el televisor
se quedó prendido hasta que me desperté
para apagarlo con una rama de olivo entre los dedos.
Con la sensación de que en cualquier minuto
un señor con lentes demasiado gruesos
y una barba canosa cultivada durante años
me reprendería por no haber aprendido.
Por seguir dando golpes de ciego, por insistir
delante de las pruebas. Pero los cojines del sillón
y las profecías de la adivina. La tradición no me quita
el frío como estas mantas, le dije al señor que se había
transformado en uno de los comensales de tantas noches.
Si no hay nadie delante de ellos, los espejos no pueden entregar
su veredicto, fue la única excusa que se me ocurrió ante su insistencia.
Cortar los versos con hacha es propio del oficio de los herreros
me espetó mientras repartía saliva por todas partes. Los habitués
de ese restorán que hoy en día ya no existe se fueron
antes de que llegara la cuenta. Yo me di vuelta y seguí durmiendo.
Cuentan que algunos resistieron hasta el final, dicen que la discusión
terminó a los golpes. La canción de los herreros del arca concluye
así: siete días después, la paloma volvió anunciando la paz.
Los historiadores aún no se ponen de acuerdo en este punto.

A la memoria de Eduardo Chirinos


UN EPÍGRAFE

Aprendo inglés escuchando el ruido el motor.


Resucito cada vez que la lluvia cae sobre las frutas
que el toldo no cubre. Mi única epifanía es conversar
con los paquistaníes que trabajan en la tienda
como si tuvieran que estar agradecidos
de no haber muerto en el último bombardeo
de la aldea. El golpe de Estado fue mi primera comunión,
solía decir Germán Marín, el mismo que fue alumno del perro
y jugaba una mesa de pool como quien se unta los labios
con la sangre del cordero, colgando como un racimo
entre los frutos del parrón. Había un restaurant con ese nombre.
¿Se acordará de esto algún epígrafe escrito por Guillermo Valenzuela?
La tienda de los pakistaníes estaba a las afueras de un museo
al que nunca pude entrar. Sus pomelos bañados por la lluvia
son lo único que recuerdo de esa calle. Los pomelos
que me hicieron resucitar y el río a los pies de la colina.
El premio mayor es para aquel que adivine el nombre de esa urbe.
Lotería donde el círculo descrito por una rueda puede ser
o no ser el de la fortuna. Dependerá de cuál novela del mejor alumno
hayan leído. Dependerá de cuántas veces hayan echado la bola ocho
primero que las demás. Las mujeres que juegan con escote
son las mejores contrincantes. Los paquistaníes hablaban una
mezcla de agradecimiento y orgullo que nunca había visto
entre las últimas botellas de cristal todavía a mitad de precio.
El castillo de la pureza no siempre es el castillo de un vampiro.
Las llamas del Reichstag también llegaron hasta aquí.
El viento más tranquilo de todo el continente.

Pudoroso esconde sus cenizas.

A la memoria de Venzano Torres, más


una cita de Antonio Cisneros
YO NO QUIERO QUE A MI NIÑA

Abogado en un ministerio, militando en la DC.


Sociólogo en La Placa, separado o recién casado a los 35.
Escribiendo el mismo prólogo, encadenado a la pata de una mesa.
Dándoles las gracias por los favores concedidos.
Escarbando la tierra con los dientes.
Para que a nadie le quepan dudas.

Aquí me tienen, entonces.


Aquí me tienen.
Las balas nunca son de salva.
No duden cuando escuchen la orden.
Muerto igual voy a penarlos.

No se entra a una pelea sino es para vencer.


El metal se forja a altísimas temperaturas
con un solo objetivo:

no lo olviden cuando aprendan a respirar.


DÉCADA

Entro a este cuarto como si fuera una verdad.


Como si la mujer tendida a mi lado escondiera
el sentido en su garganta. Como si una de las sillas

estuviera ocupada por un demonio mientras duermo.


Un demonio que camina por las calles del centro de Santiago.
Ocupado en parecer ocupado mientras fuma con boquilla
un cigarrillo prendido con el que acaba de apagar.

Cuando despierto me saluda como si nos conociéramos


desde hace años. Me pregunta por mis padres. Me pregunta
por mis amigos, a cada uno de ellos los llama por sus nombres.
Quiere saber cómo voy con la traducción que estoy haciendo.
Cómo vai con la traducción que estai haciendo.

¿Hace cuántos años que no nadas en la poza de Limache?


¿que no visitas por cortesía el cementerio?
¿que no cortas el pasto de tu casa para cumplir

con una especie de profecía?, ¿hace cuánto que dejaste


de aprender de las cortinas, que dejaste de conversar
con las plantas para no tener que revivir –el día que se perdió

Mademsa, la tarde que no llegaron las armas pero todavía


las seguimos esperando? La respuesta muchas veces
es dejar crecer las ligustrinas. O despertar a esa mujer

tendida como un augurio. La pieza está en tu casa y los cojines son el fruto
de tener que rendirse a la evidencia: nadie puede despreciar
una taza de café. Mucho menos si está humeando.

Como si estuviera asistiendo a una despedida


apoyo la cabeza en una almohada.

El resto se lo dejo a mi destino.


LA PÉRDIDA DE LAS COLONIAS DE ULTRAMAR

Las colonias exigen su independencia


y nosotros la libertad de Camilo Catrillanca,
el retorno de todos los exiliados y el fin del crédito fiscal,
la inmediata liberación de los obreros del salitre
y la abolición de todas las restricciones para escuchar
los ecos del bosque y luego ponerlos por escrito, la eliminación
de las diferencias entre una montaña con las alas extendidas
y una casa que reclama el derecho a decirlo todo,
el viento que nos permite hablar en otro idioma
también nos obliga a volar en parapente
porque los árboles no están despidiéndose
cada vez que sopla esa brisa de la que hablaban nuestros
profesores con el fin de impresionar a nuestras compañeras
(que se dejaran impresionar o no ya es otra cosa):
ni podríamos entender a los cerdos aunque los cerdos
aprendieran a bailar. Fue entonces que nos dimos cuenta
de que ya era demasiado tarde, de que la mesa estaba servida
y los comensales que ocupaban su lugar ocupaban también
el nuestro: fuimos capaces de ese tipo de iluminaciones
inútiles mientras no se demuestre lo contrario de las que aun así
nos sentíamos particularmente orgullosos lo suficiente
como para hacerlas pasar por algo interesante digno
de la atención de aquellos infelices súbditos de alguna
corona de la que desembarazarse resultaba una empresa
menos onerosa que leer simplemente ciertos nombres
acompañados de igual número de adjetivos:
eso era la poesía para nosotros nos dicen los que se limpiaban
con el mantel antes de sonreír ante la cámara, los mismos
porque siempre son los mismos que se reconocen
en los personajes de alguna novela aristocráticamente
venida a menos como su trama carente de intriga
y esos fundos de los que no se atreven a salir
carentes por completo de lenguaje: la épica
de los croupier jugando a la ruleta del sentido
y el tambor de una pistola girando hasta que caiga
algunas veces en el rojo, impajaritablemente otras en el negro.
Independencia es hablar el mismo idioma y no entenderlo.
Independencia es llegar demasiado tarde.

Y no pedir disculpas.
¿PARA QUÉ SIRVEN LAS TORTUGAS?

Uno debería fumar mientras escribe.


Cada cigarrillo serviría para medir el tiempo.
Las tortugas para el largo de una frase.
Así sabríamos que llegar es una cuestión
relacionada en lo esencial con la ceniza,
con lo que se tarda en caer en esa concha
recogida en la playa durante el último invierno.
Algarrobo, El Tabo, Concón: da lo mismo.
Las olas revientan de la misma manera, el agua
es igual de fría, las rocas que salpican la línea del mar
son testigos insobornables de la arena. Como el albatros
embadurnado por los aceites que lo consagran
cayendo en su frente como la quinta esencia
estos animales cargando un caparazón
pierden en la playa lo que lucen en el mar.
Y sin embargo están aquí para que aprendamos
a cortar nuestros versos. Para volver a decir
sin vergüenza, un sentimiento revolucionario
que no es materia solo de los soldados arrepentidos
y las líquidas de la última línea: Dionisio de Tracia
hablaba de los hugros. Yo pecador
apenas si puedo recordar

la función inexorable de las tortugas.


ANATÓMICA

Posa para mí sin haberte convertido en un cadáver


Ojalá tampoco en un recuerdo; no es necesario
por ahora que te desvistas, primero quiero imaginar
que tu pronunciación se parece al amanecer
cuando tarda en abrirse paso, entre las nubes aún
cargadas con agua, este día: después discutiremos
la postura, el tiempo que tendrán los estudiantes
para coincidir al menos en una cosa: el uso de ciertos
colores, ciertos trazos que nos permitan pensar
en frases como las que uno pronunciaría si tuviera
delante de sí una de esas imágenes que por estar
colgadas en las paredes deben ser una pintura,
una frase endilgada a lo más noble de nuestro
repertorio, pero sacada a relucir en un momento
no sé si oportuno, anacrónico tal vez, optimista
en el peor de los casos. Posa delante de mí sin haberte
convertido en la luz que cae sobre tu cuerpo y los tonos
que intentan retratarla; a lo sumo en su descomposición
sobre la tela, su manera de desdibujarse para que el esbozo
finalmente sea eso: un afán, un anhelo, una mujer
cuya contemplación nos hemos ganado a costa de humillaciones.
Una mujer que estamos obligados a contemplar.

Pero de lejos.
¿HAS ESCUCHADO CANTAR A UNA BALLENA?

¿Has escuchado cantar a una ballena?


¿Has visto pasar a una estrella fugaz por el cielo
interrumpiendo alguna de esas conversaciones

que parecen perfectamente aderezadas con esas gotas


de astronomía ocasional?, ¿has logrado llegar adonde
termina un arcoíris, has podido identificar alguna

vez su comienzo?, ¿has escuchado el sonido de tu sangre


corriendo deliberadamente por tus venas al interior
de una cámara anecoica, esas donde lo único

que se puede oír son tus pulmones expandiéndose,


tu hígado reclamando tus excesos?, ¿has estado
sentado en la galería cuando un hincha

del otro equipo corre luciendo su ropa interior


para abrazar al único jugador que nunca
abrazarías?, ¿has leído los siete

tomos de En busca del tiempo perdido?,


¿has subido al cerro Ñielol en pos
de Teófilo Cid? Cualquiera

de estas preguntas podrías hacértela


mirando un camión de la basura
haciendo su diario recorrido

o delante de una barricada


en las calles de una ciudad que alguna
vez fue tuya y ahora lo vuelve a ser.

La poesía no está en la calle sino en las cunetas.


En los desagües tapados con hojas y colillas
de cigarrillos apagados como augurio de inundaciones

(¿recuerdan que se los dije, recuerdan que se los advertí


mientras se reían porque no podía mantenerme en pie
durante el único bautizo del sobrino que no tuve?)
y unas ganas locas de salir dando gritos al cruzar un puente
aunque eso sea una pintura que todos hayan visto.
La tragedia de nuestro tiempo no se soluciona

cambiando los muebles de lugar. Y sin embargo


la casa parece tan distinta con la tele encima
de la estufa. Y sin embargo un autorretrato

que se niegue a establecer las bases de un materialismo


auténticamente dialéctico no sé si a estas alturas
valdría o no la pena. ¿Viste que tenía

razón?, ¿viste que por lo menos me tendrían


que haber escuchado en esa reunión
donde se decidió que de ahora

en adelante, que de una vez


por todas, aunque no tuviéramos
el quorum? Dicen que hay algunos

que todavía están en la cordillera de Neltume.


Esperando órdenes. Un contacto.
Una forma de respirar

que no sea bajo el agua.


La pesadilla siempre es la misma, un tiro de distancia
que lo atajo pero doy rebote. Y entonces un delantero
que está a la laucha y yo intentando atrapar la pelota y

y siempre es la misma pesadilla, estamos en matemáticas,


en tercero medio, el Pedro Fuentes, el Pedro Fuentes
que ya está muerto me está ayudando a hacer la prueba

y yo no puedo entrar a literatura porque no he terminado


la enseñanza media ¿y la pesadilla?, la pesadilla es la misma
de siempre, mi viejo está acostado en la cama y suena el teléfono,

a mi hermano le fracturaron la pierna jugando a la pelota


y tenemos que ir a buscarlo a la Posta Central, pero al llegar,
apenas nos bajamos del auto, los compañeros de equipo

están llorando, los compañeros de toda la vida nos miran


(aquí debiera ir una imagen que explique cómo nos miraban
pero cuál sería esa, cómo traer para ustedes, los tres o cuatro

que se tomen la molestia, la mirada de los compañeros del equipo


y sus ojos estampados en el suelo, el cuello rendido como la testuz
del toro ante las saetas del torero), aunque sea la misma pesadilla:

su hijo ingresó muerto a este recinto –le soltó de una el médico


que vino a hablar con mi papá, quiero decir mi viejo, quiero decir
el padre de mi hermano, un segundo después de entrar

a la sala de urgencias de la Posta Central de Chile.


«Tener raíces quizá sea la necesidad más importante
y menos reconocida del alma humana»,

Simone Weil

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