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Una visita al manicomio de Alcalá de Henares 563

HISTORIAS CON HISTORIA

Se tiene de los locos una idea equivocada. te psiquiatra nos recibe cariñosamente. Le acom-
Recuerdo que hace tiempo, visitando una casa de pañan sus ayudantes clínicos doctores Górriz y
orates, un señor que nos acompañaba, al ver a los Montoya.
loqueros aproximarse a nosotros para seguirnos en El doctor Górriz, que conoce nuestra gran curio-
nuestra misión, exclamó perplejo y desencantado: sidad periodística, es el primero en decirnos:
“¿Pero no usan fusiles estos hombres?” — Aquí tenemos tipos muy interesantes.
Indiscutiblemente es algo absurdo el concepto que — ¿Hace mucho tiempo que se inauguró este ma-
tenemos de estos desdichados. Imaginamos al loco nicomio?- inquirimos.
un ser enfurecido y fatal, y su estatismo desilusiona — Su inauguración es reciente – contesta el
nuestra morbosa curiosidad, que, como la de aquel ilustre doctor Huertas-. El exceso de enfermos que
señor, se asoma al mundo de los enajenados en la fir- teníamos en nuestro departamento del Hospital
me creencia de encontrarse ante un dantesco pano- Provincial decidió a la Diputación a adquirir este
rama. No. El mundo de los locos posee cierta quietud, edificio para hospitalizar a sus enfermos.
y ellos la resignación y la mansedumbre de los in- — ¿Es tan crecido el número?
comprendidos, que tantas veces hizo exclamar a los — Últimamente llegamos a tener en observación
que se les acercaron: “¿Pero son éstos los locos?”. en el hospital 130. El número era excesivo y, na-
Sin embargo, la pintura de estos personajes es curio- turalmente, se imponía disponer de un local más
sa. La complejidad de tipos, sus extravagancias y, en amplio.
fin, la fluida casuística que existe es tema inagotable — ¿Cuántos hay en Alcalá?
y pintoresco. En realidad ha sido desfigurado por — Ochenta y tantos.
una falsa literatura que ha desvirtuado la realidad de — ¿Y es verdad que hay casos interesantes?
“ese mundo”, que teatralizado pierde lo sustancial de El doctor Huertas cruza con Górriz una mirada
su personalidad confusamente dibujada por quienes sospechosa, mientras Montoya, que indudablemen-
desde un punto de mira literario quieren desentra- te le ha interpretado, me indica con suma cortesía
ñar el misterio de la sinrazón. una amplia puerta que conduce a un espléndido pa-
Trazos informativos y ligeros van a ser los nues- tio. El temor, que no está reñido con la curiosidad,
tros y como profanos espectadores nos acercamos al imprime cierto recelo a mi propósito de informador.
tinglado levantado para la representación de la farsa. Quiero afianzar mi seguridad personal con la com-
pañía de D. Francisco; pero su paso ligero hace im-
EN ALCALA DE HENARES. ¿MIEDO? posible darle alcance. Y mientras cruzamos el patio,
todo luz y color, pienso se ha sido mi pie derecho el
Gracias a la acogedora bondad del doctor Huer- que primero pisó los umbrales del manicomio.
tas llegamos a Alcalá de Henares, donde el eminen-

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 2011; 31 (111), 563-569. doi: 10.4321/S0211-57352011000300014


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EL TINGLADO. UNA PRESENTACION INSOSPE- — No, no sé quién es usted.


CHADA — ¡Hombre! Es chocante. Todos los periodistas
me conocen. He dado a ganar mucho dinero a los
Ya estamos en el mundo de los locos. Un jardín periódicos.
espléndido. Unas acacias descoloridas y un sol que — Quizá; pero como ve uno tantas caras…-agrego
acaricia tibiamente. yo.
Nuestra llegada hace reunirse en grupo a unos — No importa. ¿Dónde están mis fotografías?
hombres que amablemente saludan gorra en mano. ¿Dónde mi popularidad? Nada, nada, estoy plena-
— ¿Son éstos? – pregunto tímida, silenciosamen- mente convencido. Los periodistas son ustedes
te, al doctor Górriz. muy olvidadizos.
— Sí. Aquí los tiene usted. Y el desconocido me mira con cierta displicen-
Y Górriz, que indiscutiblemente regocijase con cia.
mi temor, vuelve a dibujar una sonrisa de psiquia- — Vamos a ver: ¿Usted no ha leído la Historia de
tra que me intranquiliza. España?
El doctor Huertas, que parece tener grandes — Sí, señor.
simpatías entre sus enfermos, va de un lado para — ¿Usted no recuerda las hazañas de los gran-
otro, extendiendo su mano, contestando a los mu- des guerreros?
chos saludos que le hacen. — Algunas sí.
— Oye – oigo decir a D. Francisco a un mucha- — ¡Entonces! Míreme bien.
chote alto y musculoso-, la carta que me diste la Yo, cada vez más desorientado, miro y remiro la
otra tarde ya se la entregué a tu padre. fisonomía de mi interlocutor.
— Muchísimas gracias – responde el aludido, y — Pues no. No me parece recordarle – insinúo.
añade-, ¡Si me diera usted un cigarrillo, don Francis- Una gran carcajada sale de mi desconocido y me
co! dice en voz muy alta:
— ¿Por qué no? — Yo soy el general Prim; escuche, el general
Y uniendo la acción a la palabra el doctor Huer- Prim.
tas complace el deseo del enfermo.
— Este chico es un tipo muy gra-
cioso – me dice Huertas-. Es un esqui-
zofrénico. Tuvo un período agitante
e intentó tirarse por un balcón a la
calle. Cuando pasó el ataque, el padre,
bajo los efectos del disgusto, amones-
tó al chico y le afeó su intento de sui-
cidio. Y el muchacho desde aquel día
no ha dejado de escribirle pidiéndole
perdón.
Interrumpe la conversación un in-
dividuo que se presenta a mí espontá-
neamente.
— ¿No me conoce usted?- me dice.
— No tengo el gusto.
Hago memoria y desde luego afir-
mo mi negativa.
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Y, la cabeza altiva y con paso lento y marcial, y de las bodegas que hay en Jerez. Y de negocillos
Prim nos deja asombrados y con la mano en actitud sin importancia; por ejemplo, los tranvías de toda
de estrecharle la suya templada y fuerte. España y los barcos mercantes de Inglaterra.
— Además, no sabe usted otra cosa – agrega D.
UN FLAMENCO FATAL Francisco-. Por la noche recibe visitas de sus ami-
gas.
Hemos querido hacer unas fotografías para ilus- — ¡Ah!, eso es seguro. Hoy vienen a cenar conmi-
trar esta información y nos hemos encontrado con go Pastora Imperio y la Niña de los Peines.
que impera entre los recluídos en el manicomio un El viejo ha cogido una tabla que simula una gui-
deseo exhibicionista verdaderamente asombroso. tarra y estirando su talle canturrea un fandangui-
Todos, a una simple indicación del doctor Górriz, llo.
han corrido para formar un grupo que ellos mismos — Este individuo – aclara el doctor Górriz – tiene
se cuidan de ordenar. una historia funesta. Tipo de flamenco, en una noche
Viene hacia nosotros un viejo simpático y dicha- de juerga, por una cuestión baladí, mató a un hombre.
rachero.

— A mí me tienen ustedes que sacar tocando la CASIANO. UN FILOSOFO Y UN POETA


guitarra. Eso es mu castizo.
— ¿Para qué quieres que te retraten a ti? – le Dentro de las formas demenciales existe el tipo
pregunta Huertas. del oligofrénico, conocido vulgarmente por el tonto.
— Señor, pues pa que me vean mis admiradoras. El tonto, que tan variados matices presenta, es tipo
— ¿Usted no sabe que se lo rifan las mujeres? – muy digno de atención.
me apunta Huertas con cierta intención. Aquí nos hemos encontrado con Casiano, que
— Eso sin dudarlo. Soy algo serio. Y como gra- aparece en dos de nuestras fotografías.
cias a Dios tengo “pa” tirar todo el dinero que me Pocas palabras podemos cruzar con él. Se asom-
haga falta… bra ante nuestras preguntas y cuando contesta lo
— ¿Es usted rico? – tercio yo. hace tan incoherentemente que a duras penas he-
— Don Francisco lo sabe, que es mi apoderado mos podido dialogar.
general. Soy el dueño de todos los bares de Madrid — Casiano, ¿quieres decirnos cuántos años tienes?
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Habla con cierto


aire doctoral, mi-
diendo la frase,
mirando insistente-
mente.
— ¿Y por qué le in-
gresaron a usted?
— No. Yo vine por
gusto. Estoy estu-
diando la filosofía
de los locos. Un
tema interesante.
— Hombre, sí.
— Es una filosofía
en verso. Creo que
es algo interesante.
¿Verdad?
— Interesantísimo.
¿Y piensa usted sa-
lir pronto?
Con su semblante de perplejidad responde:
— Cuando haya hecho el estudio de esta pobre
— Dos, dos.
gente. ¡Me dan lástima los locos!
— ¿Dos años tienes?
— ¿Usted cree que están locos?
— Sí, señol.
— Rematados. Anote usted que aquí hay un señor
— ¿De dónde eres?
que se figura que es millonario y a cada instante me
— De Escolial.
está pidiendo cigarros. Otro que se cree un rey y es
— ¿Y allí qué hacías?
hijo de un cochero. ¡Vamos, es terrible!
— Cantal misa.
— Pues me alegraré que se marche usted pronto
Y comienza a reír, asombrado.
de aquí y termine usted con felicidad su trabajo.
— Dos, dos – sigue diciéndonos.
— Gracias, gracias. Pienso acabarlo en breve.
— Bueno, hombre. ¿Y estáis a gusto aquí?
— Y que tenga usted mucho éxito con su obra.
— Dos, dos.
— ¡Ah!, eso sí. ¿A que no se imagine usted quién
El doctor Montoya me pone en antecedentes. Vi-
me ha escrito felicitándome por anticipado?
vía en El Escorial y allí se pasaba las horas metido
— No sé.
en la iglesia gritando desaforadamente. Además,
— ¡Cervantes!
ciertas costumbres de Casiano, por cierto nada ho-
Pregunto a Montoya en qué año vivimos, porque,
nestas, motivaron su reclusión en Alcalá.
la verdad, con estas revelaciones, estoy en una
Tercia en nuestra conversación un muchacho.
confusión de ideas y de fechas que es como para
— ¿Ha visto usted qué tonto? – comienza dicién-
volverse loco…
donos.
— Sí. DOS TIPOS PINTORESCOS. COLON Y BUSCARINI
— Entre tontos y locos esto está imposible.
— ¿Usted lleva muchos días aquí? Nuestra atención se fija en un sujeto extraño
— Sí; ocho, creo. y pintoresco que parece alejarse de nosotros. Con
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— ¿Afortunado en amores?
— ¡Bah! – sonríe maliciosamente-. Damas de ran-
go insinúan su deseo; pero yo soy fiel a mi amada.
— ¿Su amor verdad?
— El único.
— ¿Y quién es la preferida?
— La hija del presidente de la República Argenti-
na.
A mi espalda una voz meliflua hace que vuelva la
cabeza.
— No le haga usted caso.
Quien habla es Buscarini, el errante poeta.
— ¿Tú aquí? – exclamo sin salir de mi asombro.
— ¡Una injusticia, una verdadera injusticia, se-
ñor!
Colón, que permanece silencioso, da media vuel-
ta y marcha sin decirnos nada.
— ¿Y aquí qué haces, Buscarini?
— Ya lo ve usted: holgar. Es lástima que yo esté
encerrado. ¡Se ha perdido un artista!
Y asoman a sus ojos unas lágrimas.
— ¿Y te encuentras bien?
— Regular. Me han inoculado algo extraordinario
en el cerebro.
Yo sonrío.
— No, no ría usted. Siento un peso terrible. ¡Y es
lástima que se pierda el artista!
— ¿Piensa escribir alguna cosa?
paso lento recorre el jardín, indiferente a cuanto — No puedo. En mí sólo queda el hombre vulgar.
le rodea. Yo, decidido, voy hacia él. Leve sonrisa El otro, el artista, se ha perdido para siempre. ¡Es
dibuja su semblante y con exagerada cortesía me una injusticia!
hace un saludo. Don Francisco se acerca a nosotros. Pregunta-
— ¿Vos queríais algo de mí? – pregunta. mos:
— Si fueseis tan amable…- insinúo desconcertado. — ¿Está loco Buscarini?
— Un Primero de Colón jamás negó su benevolen- — Tremendamente loco; pero loco perdido.
cia a nadie. Hablad sin miedo, que soy caballero y
nobles mis palabras para todos. EN ESTE MANICOMIO SE NOTA LA AUSENCIA
— Gracias. Me interesaría saber algo de vuestra DE LAS CELDAS
vida.
— Aventuras, señor. Lances de amor y de muer- — ¿Dan ustedes muchas altas? – pregunto a D.
te. Mi espada sabe rendir a los rufianes. Francisco.
— ¿Su profesión? — Según. Cuando los enfermos están en condi-
— Inventor. Y pienso, como mi antecesor, descu- ciones de ser entregados a sus familiares no hay
brir un Nuevo Mundo. ningún inconveniente.
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— ¿Curados? — ¿Qué son?


— Algunos casos son francos. Otros apaciguan — El baño caliente y ciertos preparados farma-
su sintomatología, nada más. cológicos que hacen que en el enfermo cesen los
— ¿Qué clases de enfermos demenciales dan me- períodos de agitación.
nos posibilidad de curación?
— Todas las formas demenciales son de un pro- LOS ENFERMOS TAMBIEN DEDICAN SU TIEMPO
nóstico poco lisonjero. Sin embargo, en la parálisis A CIERTOS TRABAJOS
general progresiva, gracias al nuevo tratamiento
de la malarioterapia, se consiguen resultados muy — ¿Qué género de vida hacen estos enfermos?
favorables. — Ya lo ha visto usted. Una vida higiénica y mo-
— ¿Lo emplean ustedes aquí? derada.
— Naturalmente. — ¿Son aptos para emplearse en algunos traba-
— Lo que he observado es que en este manicomio jos?
no existen celdas… — Sí. Aquí, a medida que estabilizan su mejoría,
— Y no hacen falta en ninguno. Es ociosa su se les dedica a ocupaciones que les orienten en
existencia, pues la moderna terapéutica dispone de su normalidad. Por ejemplo, tenemos un pequeño
sustitutivos. taller de carpintería donde realizan trabajos cu-
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riosísimos. Otros se emplean en


labores de jardinería y muchos
hay que ayudan a las hermanas
en las labores hospitalarias. Cla-
ro que hay individuos los cuales
no pueden ocuparse en su oficio.
Tenemos un maestro barbero
que comprenderá usted sería
algo trágico el encomendarle un
afeitado.
— Yo no me dejaría.
— Ni yo tampoco – exclama el
doctor Huertas subrayando las
palabras con un gesto de deci-
sión inquebrantable.

LOS MEDICOS QUE TRABA-


JAN EN EL MANICOMIO

El doctor Huertas lleva la di-


rección del establecimiento, se-
cundado por los doctores D. Ma- FINAL
riano Górriz y D. Eugenio Montoya, que figuran como
médicos agregados al manicomio. Como residente, D. Se tiene de los locos una idea equivocada. Y si es
Francisco Marcos, médico titular de Alcalá de Hena- verdad que su mundo impone y atemoriza, también
res. Completa el cuadro facultativo un practicante e nos proporciona un poco de ensueño que en el de
internos. los cuerdos cesa por bastardas ambiciones. Lo que
Hermanas de la Caridad atienden al régimen de hace falta es un poco de piedad para esos desdicha-
los enfermos, ayudadas por enfermeros que debida- dos y procurarles que deslicen sus extravagancias
mente cumplen con su deber. no en un ambiente carcelario, sino en otro risueño
Tanto el cuadro facultativo como el subalterno y dulcificado por la bondad de los que nos creemos
merecen nuestro pláceme y un sincero elogio por el firmes en la razón.
interés que ponen al servicio de sus enfermos.
MARIANO VIDAL

Reimpreso de: Mariano Vidal. Una visita al manicomio de Alcalá de Henares. Heraldo de Madrid.
24 de octubre de 1929, p. 8-9.

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