Está en la página 1de 4

MURIEN

En un pueblo de DO EN tradición campesina,


vivía Alberto, un hombre sumamente
trabajador que cultivaba
hombre de campo era
MI la tierra, como todo
sano y vigoroso,
disciplinado y recio en su trabajo.
Alberto era un hombre de pocos amigos cuya familia más cercana se
encontraba a muchísimos kilómetros de distancia y se conformaba solo por
un hermano, su esposa y su sobrino, quienes habían decidido hace muchos
años vivir en la capital y hacer su vida allí; Alberto nunca hizo su propia
familia ya que se dedicó apasionadamente a las labores agrícolas, además de
ser un líder activo social en su zona y era querido y admirado por muchos en
el pueblo.
Al ser un hombre solitario toda su vida, desde su juventud, ya sabía cómo
lidiar con la soledad, aunque en ocasiones por las noches la nostalgia le daba
golpes de dolor.
Así fue como llegó a su vida Max, un nuevo integrante en su familia, que le
devolvió la alegría y acompañó muchos de sus días llenos de felicidad.
Alberto había criado a Max desde el primer día en que este llegó al mundo,
ya que su madre, una perra de la calle, que contaba con bastante años
encima, murió en el momento del parto, dejando una camada de seis
cachorros, de los cuales fueron muriendo uno a uno progresivamente,
quedando solo un cachorro vivo y totalmente sano, al que Alberto más
adelante le daría por nombre Max, y quien lo acompañaría como su más fiel
amigo y compañero de trabajo.
Max también se hizo querer por la gente del pueblo, en especial por los
niños, que siempre lo querían tocar y jugar con él, y los adultos hablaban de
lo inteligente que era este perro y lo bien amaestrado que Alberto lo tenía, y
claro él pasaba largas jornadas en su tiempo de descanso enseñando trucos a
Max, desde que este era muy pequeño aprendió las labores del campo y
desde que se ponía el sol y Alberto se levantaba de su cama, Max quien
dormía al lado de su amo, lo acompañaba en una nueva jornada productiva
en la finca, así pasaron muchos años de compañía y felicidad, siempre juntos,
Max llegó a colmar esos vacíos infinitos de compañía con los que Alberto
luchó durante toda su vida.
Pasarían quince años ininterrumpidos trabajando y viviendo juntos, Alberto
sabía que aunque Max era un perro fuerte y sano, aún con los años que
tenía, que eran ya bastantes, por cierto, debía anualmente hacer revisar la
salud de este por su gran amigo el veterinario del pueblo, ese año como
todos los años anteriores, llevó a Max a su acostumbrado chequeo.
Salió de allí muy tranquilo y satisfecho, como siempre, al saber que Max se
encontraba en las mejores condiciones.
Alberto se percataba de manera minuciosa de la salud de su amigo Max, pero
jamás reparó en su propia salud, ya que él mismo se consideraba como un
hombre que gozaba de buena salud y sanas costumbres.
Esa misma tarde, rumbo a su casa, empezó a sentir una incomodidad en su
cuerpo, algo que jamás había sentido, y ya que nunca se había sentido
enfermo absolutamente de nada en su vida, no entendía esa sensación.
Max también lo percibía, sabía que algo estaba mal con su dueño, así que lo
acompañó más que nunca.
Esa noche Alberto sirvió la cena a su amigo, con bastante dificultad, y cómo
todas las noches se sentó en su silla mecedora, pero esta vez no se volvió a
levantar.
Max ladró, aulló y lloró toda la noche, entendía bien lo que estaba pasando
con su amo y el dolor lo embargaba completamente.
Amaneció y Max sabía que debía buscar ayuda, recorrió toda la casa tratando
de buscar una salida, una puerta o ventana abierta, pero Alberto quien
siempre fue tan previsivo y calculador con su seguridad, tenía la casa cerrada
casi de manera hermética, esto llevó a Max a usar medidas desesperadas, y
de un solo salto contra la ventana acristalada logró salir, pero no en el mejor
estado, sangraban sus heridas ya que algunos de estos cortes eran muy
profundos, sin embargo salió a correr con dirección a la finca vecina, donde
sabía que le iban a ayudar, ya que sus vecinos siempre se comportaron de
buena manera tanto con el como con su amo.
Efectivamente, al llegar herido, sangrando y ladrando, sus vecinos
reaccionaron al instante, sabían que algo estaba muy mal ya que conocían a
Alberto desde la infancia y conocían totalmente su proceder, tuvieron miedo
de lo que pudo haber sucedido y arrancaron a correr detrás de Max.
Al llegar no hubo mucho por hacer; nada más que contemplar el rostro de
tranquilidad con el que murió Alberto, en total paz y serenidad, tal como fue
su actitud en vida.
La noticia se propagó no solo en el pueblo, sino por toda la zona, ya que
Alberto era considerado como una persona importante e influyente, sus
familiares fueron avisados de lo que sucedía y llegaron tan rápido como
pudieron, todos lo lloraban amargamente, todos sentían profundamente esa
gran perdida, todos sabían que lo iban a extrañar inmensamente, todos
podían expresar su dolor y buscar consuelo en otra persona, todos.
Pero Max, su más fiel compañero y quien había convivido con Alberto los
últimos quince años de su vida, era tal vez quien más sentía ese dolor, sabía
que nada en su vida sería como antes y él también se encontraba en la vejez
y sabía que probablemente nadie se encargaría de él, cada minuto que
pasaba extrañaba más y más la presencia de su amo, tantos recuerdos
juntos, Alberto era lo único que conocía y lo más preciado de Max.
En medio del caos, de los lamentos y sollozos de tanta gente reunida, dejaron
olvidado a Max, quien sufrió solo su perdida, el día en que enterraron a
Alberto, Max sintió de repente que no lo iba a soportar y que quería seguir al
lado de Alberto como hasta el último instante en que estuvo con vida.
Así fue como Max nunca se volvió a ir del cementerio mientras estuvo vivo,
durmió, comió y vivió dentro del cementerio el tiempo que le resto de vida y
nunca nadie lo volvió a ver salir, desafortunadamente no fue mucho ese
tiempo, rápida y progresivamente la salud de Max se fue decayendo, hasta
que dio el ultimo respiro y cerró sus ojos, sobre el lecho en que yace el
cuerpo de su amigo Alberto y se fue con él.

También podría gustarte