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mismo año, fue reproducido y difundido en Chile en el anverso de postales enviadas a través del
sistema de correos. La obra de Dávila fue gestionada y financiada con fondos públicos del Fondo
de la Cultura y las Artes (organismo creado en 1992) y formaba parte de un proyecto que incluía
obras de Eugenio Dittborn, Gonzalo Díaz y Arturo Duclos, artistas agrupados bajo las señas de una
imaginaria Escuela de Santiago.
3 Entre otras publicaciones, véanse Francine Masiello, The Art of Transition. Latin American
Culture and Neoliberal Crisis (Durham/Londres: Duke University Press, 2001); Nelly Richard, “El
caso Simón Bolívar”, Revista de Crítica Cultural, núm. 9 (1994): 5-36; Nelly Richard, Residuos y
[195]
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metáforas (Santiago: Cuarto Propio, 1998); Raquel Olea, “Libertad de arte y otros imaginarios”, La
Época (19 de agosto, 1994); Pedro Lemebel, “Juan Dávila (la silicona del libertador)”, en Loco Afán
(crónicas de sidario) (Santiago: lom Editores, 1996).
4 Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad
Si hay una cuestión clave para entender la historia del arte chileno de las
últimas décadas son los rumores sobre su supuesta inexistencia. Este comen-
tario, devenido en lugar común, comenzó a tomar forma y ser repetido tan-
to en cafés y sobremesas como en aulas universitarias en los años noventa,
una vez recuperada la democracia tras 17 años de dictadura militar. Aludir
a la inexistencia de un relato historiográfico vinculado a las artes tenía
relación con el descontento y la crisis provocada por el largo periodo en el
que el Museo Nacional de Bellas Artes y la Universidad de Chile (museo y
universidad estatales) habían estado bajo la tutela de la dictadura y en el
que otros espacios de formación se habían alineado con el régimen por
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5 La “escena de avanzada”, término acuñado por la crítica Nelly Richard, reunía a una
serie de artistas que produjeron obras complejas de alto rendimiento político y conceptual en
contra de la dictadura.
6 Justo Pastor Mellado, Textos estratégicos (Santiago: Universidad Católica de Chile-Escuela
7 Milan Ivelic, “Presentación”, en 100 años de artes visuales: modelo y representación (1900-1950)
(Santiago: Museo Nacional de Bellas Artes, 2000), 9.
8 Ramón Castillo, “La historia del arte como problema”, en 100 años de artes visuales, 15.
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II
9 Política cultural del gobierno de Chile (Santiago: Editora Nacional Gabriela Mistral, 1975), 9.
10 Política cultural del gobierno de Chile, 7.
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Con estas dos citas fácilmente podemos dar cuenta del marco estableci-
do por la dictadura para el desarrollo de la cultura: una libertad vigilada en
la que el Estado velaría por la difusión de un discurso moral y nacional. Los
aspectos mencionados en este documento —acusar al socialismo de instru-
mentalizar el arte, la promesa de incentivar manifestaciones “espirituales” y
la intención de homogeneizar y hegemonizar la actividad cultural— son
comunes en cualquier régimen conservador y autoritario. Sin embargo, hay
un punto más, que también forma parte del repertorio básico del autoritaris-
mo, que me gustaría comentar por separado para destacar su relevancia en
relación con el tema que nos convoca: “el arte no podrá estar más compro-
metido con ideologías políticas, sino que con la verdad del que lo creó, y esa
verdad tendrá que ser reflejo del ambiente de decencia, de honestidad, del
concepto de destino trascendental que animará a un pueblo”.11 Fue esta
cuestión —que el arte no podía estar comprometido con ideologías políticas
y que debía, por el contrario, estar en concordancia con la “verdad del que
lo creó”— la que permeó las bases disciplinares de la historia del arte en Chile.
Dentro de la historia del arte, el trabajo ideológico de la “promoción
de un alma nacional” (el que ha resultado ser tremendamente exitoso hasta
el día de hoy) ha operado esquemáticamente de la siguiente forma: hacien-
do creer que “lo nacional” es la única variable de estudio posible y que
“lo chileno” significa lo mismo para todos; convirtiendo cada obra en una
“ilustración de la historia”, es decir, vaciándolas de todo contenido social,
económico e incluso artístico —borrando, en suma, su densidad política—;
y reemplazando la condición de posibilidad del arte por su pertenencia a
la nación. En otras palabras, transformando de tal manera “lo nacional” en
un relato hegemónico que resulte difícil —sino imposible— desmarcarse
de esa estructura historiográfica, política e institucional.
Este modelo fue puesto en marcha desde mediados de la década
de 1970 y consolidado en la siguiente a partir de las exposiciones, catálo-
gos y publicaciones desarrollados en el Departamento de Extensión del
Ministerio de Educación y reforzado con de la Dirección de Bibliotecas,
Archivos y Museos de Chile (dibam); sin embargo, ya se encontraba circu-
lando desde los años cincuenta en los libros del español avecindado en
Chile, Antonio Romera, principalmente en su Historia de la pintura chilena
(1951) y su Asedio a la pintura chilena (1969). Los textos de Romera —por
razones que explicaremos dominaron la bibliografía sobre el tema— esta-
ban organizados mediante lo que él denominó como “claves” y “constantes”:
José Gil deCastro es, legítimamente, el nexo entre dos épocas; su pintura
representa la transición entre un mundo que termina y otro que se inicia. […]
Este artista entendió que entre ambas épocas no había ruptura sino encuen-
tro; y que era perfectamente posible conciliar una técnica cuyo aprendizaje
había realizado en los marcos del espíritu colonial, con una temática que
reflejaba los deseos e inquietudes de un público que, de manera incipiente,
comenzaba a orientar sus preferencias hacia corrientes estéticas que lo aleja-
ban de la concepción antigua.14
13Antonio Romera, Historia de la pintura chilena (Editorial del Pacífico, 1951), 22.
14Milan Ivelic y Gaspar Galaz, La pintura en Chile: desde la colonia hasta 1981 (Valparaíso:
Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1982), 37.
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Ahora bien, si por un lado la historia del arte oficial estaba instalando
su agenda artístico-política, por otro, los críticos e intelectuales de oposi-
ción estaban dedicados a lo mismo. Sin embargo, si los primeros estaban
desmantelando la historia del arte, los segundos la estaban desarticulando.
Dentro de los grupos de artistas, críticos, teóricos e intelectuales de opo-
sición, el ejemplo de la “escena de avanzada”, liderado por la crítica Nelly
Richard, es el más significativo. Su relevancia radica no sólo en la consisten-
cia y productividad teórica de su discurso. También está asociado al lugar
que éste ocupa hoy en la universidad. Una vez vuelta a la democracia, los
principales actores e individuos afines a la “escena de avanzada” pasaron
a convertirse en la nueva institucionalidad cultural y el discurso crítico de
Richard pasó a ser parte de la práctica universitaria. Un lugar que mantie-
nen hasta el día de hoy.
En Márgenes e instituciones. Arte en Chile desde 1973 —publicado en
1986 en Melbourne gracias a las gestiones del artista chileno exiliado
en Australia Juan Dávila— Richard expuso una serie de ideas que hacía
tiempo estaban circulando en diversas publicaciones independientes,
marginales y autogestionadas. Este libro, que hoy se identifica como una
de las principales fuentes de estudio sobre la “avanzada” fue reeditado,
esta vez en español, en 2007, años después de haber desaparecido del
horizonte editorial y circular escasamente en fotocopias. Una de las cues-
tiones más significativas que Richard enunciaba a lo largo de sus capítulos
(y que con el tiempo se ha transformado en uno de los aspectos más
analizados por filósofos e historiadores) tiene que ver con la forma en
que Richard conceptualizó la historia y cómo la “avanzada” se relacionó
con ella.
15Griselda Pollock, Vision and Difference: Femininity, Feminism, and Histories of Art (Londres/
Nueva York: Routledge, 1988), 18-19. La cita alude a una crítica de Meyer Schapiro a un libro de
Alfred Barr.
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La historia del arte oficializa su informe (la historia del arte se vuelve historia
oficial) en cuanto calla las opciones que lo rigen, dando a conocer tal informe
no optativamente sino imperativamente, como único informe posible. […] la
oficialidad nace [cuando] ofrece espontáneamente su palabra como palabra
inocente, portadora de un significado dado (por naturaleza) y no construido
(por cultura).17
16 Nelly Richard, Márgenes e instituciones: arte en Chile desde 1973 (Santiago: Metales Pesados,
2007), 21.
17 Nelly Richard, “Dossier sobre crítica de arte en Chile”, Revista Cal (1979): 4.
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divorcio entre teoría y praxis. Es este trabajo el que permitirá pensar el arte
del siglo xix y el del xx desde una nueva perspectiva, estableciendo nuevas
rutas de investigación entre arte, sociedad y política.
Para cerrar esta presentación me gustaría volver a la obra de Dávila.
Como comentaba al principio en El libertador Simón Bolívar coexisten dos
paradigmas artísticos: uno de corte narrativo y evidentemente travestido,
y otro de corte abstracto que parece ir apoderándose de la obra y que
recuerda los procesos internacionales del modernismo. El trabajo de Dávila,
una lúcida intervención sobre los alcances del arte y la cultura en la esfera
pública, es también, creo, una lúcida afrenta a la historia del arte chilena.
Una disciplina que en el estudio del siglo xix sigue, hoy por hoy, atrapada
ya no sólo por los límites conceptuales de “lo nacional”, sino también por
las dinámicas de un mercado neoliberal, que ve esos objetos, esas pinturas,
como simples expresiones de un patrimonio oligárquico aprisionado en su
historicidad, pero que es necesario preservar.