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© David Harvey, 2000

Publicado originalmente por Edinburgh University Press


© Ediciones Akal. S. A., 2003
ISBN: 84-460-1638-9

Espacios de esperanza. David Harvey

Cap. VIII Los espacios de la utopía (pp. 159-183)


Un mapamundi que no incluye UTOPÍA no vale la pena mirarlo siquiera.
Oscar Wilde

1. LA HISTORIA DE BALTIMORE

He vivido en la ciudad de Baltimore prácticamente toda mi vida adulta. La considero mi ciudad


natal y he acumulado un inmenso afecto por el lugar y por sus pobladores. Pero Baltimore es, en
su mayor parte, un caos. No el tipo de caos encantador que convierte a las ciudades en lugares
tan interesantes para explorar, sino un caos horroroso. Y parece mucho peor aún que cuando
llegué a ella por primera vez, en 1969. O quizá se mantiene en el mismo caos antiguo, excepto
que entonces muchos creían que se podía hacer algo al respecto. Ahora los problemas parecen
irresolubles.
Dar demasiados detalles del caos sería abrumador. Pero vale la pena señalar algunas de
sus características. Hay unas 40.000 casas vacías, y en su mayor parte abandonadas, en una
reserva total de viviendas de 300.000 unidades dentro de los límites de la ciudad (había 7.000 en
1970). Las concentraciones de personas sin hogar (a pesar de todas esas casas vacías), la
existencia de desempleo e, incluso más significativo, de pobres empleados (que intentan vivir con
menos de 200 dólares a la semana sin prestaciones sociales) están en evidencia en todas partes.
Las colas en las cocinas económicas (había 60 en el Estado de Maryland en 1980 y hay 900
ahora) se hacen cada vez más largas (el 30 por 100 de los que las usan tienen trabajo, según
algunas encuestas informales) y los centros de beneficencia de muchas iglesias situadas en las
zonas deprimidas del núcleo urbano se hallan sobresaturados. Las desigualdades -tanto de
oportunidades como de nivel de vida- crecen a pasos agigantados. Los masivos recursos
educativos de la ciudad (Baltimore tiene varios de los mejores colegios del país, pero todos ellos
privados) están vetados para los niños que viven allí. Los colegios públicos están en un estado
lamentable (dos años y medio por detrás de la media nacional en destrezas de lectura, según
pruebas recientes).

8.1 Abandono de la ciudad: la vivienda en Baltimore. En /970 había cerca de 7.000 casas abandonadas en
la ciudad de Baltimore. En 1998 ese número había aumentado a las 40.000. De un parque toral de
viviendas de poco más de 300.000 unidades. El efecto ha sido catastrófico para barrios completos. La
política de la ciudad se ha orientado ahora a una demolición a gran escala (4.000 casas se derribaron entre
1996 y 1999 y están planeadas otras 11.000 demoliciones). La esperanza «oficial» es que esto expulse a
los pobres y a la clase marginada de la ciudad. La idea de reclamar los sitios más viejos -especialmente
aquellos con viviendas de alta calidad- para las poblaciones empobrecidas ha sido abandonada, aun
cuando podría tener mucho más sentido económico y medioambiental.

La pobreza crónica y todo tipo de signos de dificultades sociales reinan a la sombra de


algunas de las mejores instituciones médicas y de salud pública del mundo, que son inaccesibles
para las poblaciones locales (a no ser que tengan el privilegio de limpiar las salas de enfermos de
sida por menos del salario digno para vivir, que estén incluidos en el seguro sanitario para
ancianos [medicare] o para personas incluidas en el sistema de prestaciones sociales [medicaid] o
que tengan una rara enfermedad de gran interés para los investigadores de la elite médica). La
esperanza de vida en los entornas inmediatos de estas instalaciones hospitalarias de renombre
mundial está entre las más bajas del país y es comparable a la de muchos de los países más
pobres del mundo (63 años para los hombres y 73,2 para las mujeres).
La tasa de transmisión de sífilis está entre las más altas de cualquier ciudad del mundo
desarrollado (según estadísticas de la OMS) y ha habido una explosión de enfermedades
respiratorias (que en la ciudad se han doblado en todas sus categorías entre 1986 y 1996, según
datos recogidos por la Environmental Protection Agency [Oficina de Protección del Medio
Ambiente], pero liderada por un asombroso aumento de la tasa de asma, que ha pasado de
aproximadamente 8 a 170 por cada 10.000 habitantes). El único éxito notable de salud pública
registrado en la ciudad es el drástico descenso de las enfermedades tuberculosas. Esto se logró
por la intervención de un encargado de salud pública con experiencia como médico militar en
Vietnam, que consideró adecuado adaptar la idea comunista de «médicos descalzos» al Baltimore
urbano y de esa forma reducir en una tacada la tasa de tuberculosis de la ciudad desde una poco
envidiable última posición hasta situada por debajo de la media nacional.

8.2 La beneficencia en la ciudad: Our Daily Bread en el centro de Baltimore. Our Daily Bread [Nuestro pan
de cada día], dirigida por Catholic Charities, alimenta a unas 900 personas diariamente. Visitada por el
papa, es desde hace tiempo el buque insignia para la ayuda a los pobres del núcleo urbano. Pero en 1998,
la Downtown Partnership [Alianza del Centro de la Ciudad], dirigida por Peter Angelos, el multimillonario
dueño del Baltimore Orioles (con un presupuesto salarial para los jugadores de béisbol de 90 millones de
dólares anuales), comenzó
un movimiento para impedir que los pobres circulasen por la ciudad porque supuestamente potenciaban la
delincuencia, devaluaban la propiedad inmobiliaria y retrasaban la reurbanización. La Alianza instó a la
ciudad a crear un “campus de servicios sociales” para los pobres situado fuera del centro urabano. Pidieron
a Catholic Charities que se trasladase a una zona menos céntrica. En abril de 1999 se anunció que Our
Daily se trasladaría a un edificio renovado donado por Angelos, simbólicamente situado tras la cárcel de la
ciudad, en un barrio empobrecido.
Cuando los residentes locales se quejaron, Catholic Charities abandonó el lugar y empezó a buscar otra
sede. La burguesía, como se quejaba Engels, sólo tiene una solución para los problemas sociales: los
trasladan y echan la culpa quienes menos capacidad tienen de solucionarlos.

Los ricos (blancos y negros) siguen abandonando la ciudad en manadas (a un ritmo neto
de más de mil al mes en los últimos cinco años, según la Oficina del Censo) buscando solaz,
seguridad y empleos en las zonas residenciales que rodean la ciudad (la población urbana era de
casi un millón de habitantes cuando yo llegué y ahora tiene poco más de 600.000). Las zonas
residenciales, las ciudades anexas y los centros urbanos satélites proliferan (con ayuda de
masivas subvenciones públicas para transporte y construcción de viviendas para los perceptores
de rentas elevadas, mediante la deducción fiscal de los intereses hipotecarios) en una
descontrolada expansión horizontal muy poco ecológica: largos tiempos de traslado al trabajo,
graves concentraciones de ozono en el verano (casi seguramente relacionadas con el aumento
drástico de las afecciones respiratorias) y pérdida de terreno para agricultura. Los promotores
urbanísticos ofrecen esta gran plaga de segura conformidad suburbana (aliviada, por supuesto,
por las citas arquitectónicas de las villas italianizantes y de las columnas dóricas) como una
panacea contra la decadencia y la desintegración de la urbanidad primero en el núcleo urbano y,
después, al irse extendiendo la plaga mortal, en las zonas residenciales interiores. Y es alIí, en
ese mundo blando e indistinguible, donde la mayoría de la población metropolitana, como la
mayoría de los demás estadounidenses que nunca vivieron tan bien, habitan felizmente. La
residencia en esta comercializada «utopía burguesa» (como la denomina Robert Fishman, 1989)
asegura la peculiar mezcla de conservadurismo político y libertarismo social que caracteriza el
Estados Unidos contemporáneo.

8.4 La utopía burguesa: expansión suburbana. Como muchas otras regiones metropolitanas de Estados
Unidos, Baltimore ha explotado hacia el exterior a un ritmo extraordinario. Impulsado por una compleja
mezcla de temores a la ciudad, multiplicados por el racismo y los prejuicios de clase y el hundimiento de las
infraestructuras públicas en muchas partes de la misma, y atraídos por el deseo «utópico burgués» de
garantizar comodidades aisladas y protegidas, el efecto de este individualismo de la propiedad ha sido crear
un paisaje notablemente repetitivo de desmesurado crecimiento horizontal de baja densidad, con total
dependencia del automóvil. Los impactos ecológicos son fuertemente negativos y los costes económicos y
sociales que suponen la congestión de tráfico y el suministro de infraestructuras crecen rápidamente.

8.5 La utopía de los promotores inmobiliarios: la renovación del lnner Harbor de Baltimore. Casi todo lo que
se ve en el horizonle del lnner Harbor de Baltimore se ha construido aproximadamente desde 1970. Los
edificios del fondo representan en gran medida espacios para oficinas y hoteles con grandes torres en
régimen de condominio (que sólo consiguieron venderse a bajos precios) protegiendo ambos extremos. […]
En el primer plano aparecen actividades de ocio y turismo que se centran en el muelle del puerto.
Construido mediante una "alianza entre el sector público y el privado», buena parte del complejo ha tenido
una historia accidentada. El Hyatl Regency Hotel (arriba. centro) dio a Hyatl un hotel de 35 millones de
dólares a cambio de una inversión de 500.000 (el resto se financió con dinero público). Aunque finalmente
esta inversión resultó rentable para la ciudad, el Columbm Science Center (con el tejado blanco de forma
ondulada en la fotografía de abajo) costó 147 millones de dólares de dinero privado con aval público, pero
su principal instalación, una Sala de Exploración, se vio obligada a cerrar en 1997, después de nueve
meses de funcionamiento. Rescatado de la quiebra por una absorción del Estado, el edificio está ahora
dirigido por la Universidad de Maryland y tiene un centro de biotecnología marina como principal inquilino.

A comienzos de la década de 1970, bajo los auspicios de un autoritario y dedicado alcalde


(William Donald Schaeffer), se produjo un balbucean te intento de dar un vuelco a la situación de
la ciudad. Esta iniciativa implicaba la formación de una alianza entre los sectores público y privado
para invertir en la renovación del centro de la ciudad y el Inner Harbor (ilustración 8.5) y atraer
servicios financieros, turismo y las denominadas funciones de hospitalidad al centro de la ciudad.
Poner en marcha el proceso costó mucho dinero público. Una vez que la alianza tuvo los hoteles
(a comienzos de la década de 1980, Hyatt consiguió un hotel de 35 millones de dólares poniendo
sólo medio millón de su propio bolsillo), hizo falta construir un centro de convenciones para
llenarlos y conseguir una porción de los 83.000 millones de dólares que ahora se calcula que
obtiene el sector de los congresos anuales. Para que este último siguiera siendo competitivo, hubo
que efectuar una nueva inversión pública de 150 millones de dólares para crear un centro de
convenciones todavía mayor que atrajese a los grandes congresos. y ahora se teme que esta gran
inversión no será rentable sin un gran «hotel de superlujo» que también exigiría «amplias»
subvenciones públicas (quizá unos 50 millones de dólares). y para mejorar la imagen de la ciudad,
se gastó casi medio millón de dólares en construir estadios deportivos (ilustración 8.6) para
equipos (uno de los cuales estaba antes en Cleveland) que pagan varios millones al año a
jugadores famosos cuyos seguidores tienen que pagar entradas de precios exorbitantes. Ésta es
una historia suficientemente común en Estados Unidos (la Liga Nacional de Fútbol -digna
perceptora de prestaciones sociales- calcula que 3.800 millones de dólares, en su mayoría de
procedencia pública, se destinarán a la construcción de nuevos estadios entre 1992 y 2002). El
Estado gasta ahora 5 millones de dólares en construir una parada de ferrocarril ligero para el
estadio de fútbol, la cual no se usará más de veinte días al año. Esto es lo que se llama «alimentar
el monstruo del centro urbano». Cada nueva oleada de inversión pública es necesaria ara que la
anterior compense. La alianza entre el sector público y el privado significa que el público asume
los riesgos y e privado se queda con los beneficios. La ciudadanía espera unos beneficios que
nunca se materializan. Varios de los proyectos públicos van como gato panza arriba, y un enorme
complejo en régimen de condominio situado en la zona portuaria (ilustración 8.7) está obteniendo
tan malos resultados que le han concedido exenciones fiscales por valor de 2 millones de dólares
con el fin de prevenir la quiebra, mientras que la empobrecida clase obrera -cercana a la quiebra,
si no técnicamente en ella- no recibe nada. «Tenemos que ser competitivos», dice el alcalde,
añadiendo que «si ellos fracasan, nadie querrá invertir». Aparentemente olvida que el aumento de
los impuestos que sufrimos todos los demás (incluidos aquellos cuyas propiedades podrían
aumentar su calificación) es también un incentivo para unimos al éxodo de la ciudad a las afueras
que desde hace tiempo se está verificando.

8.6 Inversiones Públicas en la ciudad: estadios y un palacio de congresos para los ricos. Durante la década
de 1990, casi mil millones de dólares fueron a parar a dos estadios deportivos de financiación pública (500
millones de dólares), una ampliación del Palacio de Congresos (150 millones de dólares) y otros grandes
proyectos del centro de la ciudad (por ejemplo, la adición al estadio de fútbol, por 5 millones de dólares, de
una parada de tren ligero que sólo se utilizará veinte veces al mes). El argumento a favor de dichas
inversiones es que crean puestos de trabajo y generan ingresos. Pero un cuidadoso análisis coste/beneficio
realizado por dos respetados economistas (Hamilton y Ka/m, /997) demostró que la inversión en el estadio
de béisbol producía tina pérdida neta de 24 millones de dólares anuales. Mientras tanto, se han cerrado
bibliotecas, se han reducido servicios urbanos y la inversión en los colegios de la ciudad ha sido mínima.

8.8 Utopía degenerada de la ciudad: el espectáculo urbano como mercancí-utopía. Tras los disturbios
urbanos que sacudieron la ciudad en la década de 1960, una influyente elite de cargos públicos y líderes
empresariales intentó rescatar las inversiones en el centro de la ciudad potenciando el consumo y el
turismo. En la actualidad el este espectáculo urbano construido alrededor del lnner Harbor tiene fama de
atraer más visitantes a Baltimore que Disneylandia. El centro comercial Rouse en Harbor Place (izquierda)
proporciona un sostén, pero la escena general del consumismo de ocio tiene sus elementos institucionales
(el Nacional Aquarium y el Maryland Science Center), su versión interior (Rouse's Gallery, en Harbor Place)
y sus símbolos eternos recientemente añadidos como un Hardrock Cafe, un ESPN Zone y un Planet
Hollywood.

8.10 Utopía yuppie: aburguesamiento y renovación del distrito Canton de Baltimore. El éxito del reciclado de
antiguos edificios industriales y las nuevas casas adosadas ubicadas cerca de la línea de costa han
conducido a un rápido aburguesamiento del barrio de Coman, al este de la ciudad. A un paso del centro
urbano, la franja que .va de Canton al centro de /a ciudad a lo largo del metro se conoce como “la costa de
oro” por su potencial para la reurbanización de lujo. El efecto sobre las antiguas viviendas de Canton ha
sido asombroso. Al carecer de otro espacio para expandirse, los propietarios de estrechas casas
tradicionales compiten por construir extrañamente conspicuas azoteas con vistas al mar
8.11 Realojamiento para los pobres. Las viviendas públicas construidas principalmente en las décadas de
1950 y 1960 necesitaban renovación y siempre recibían acusaciones de ser un entorn que potenciaba la
delincuencia y otras formas de comportamiento antisocial. Derruidas en la década de 1990, se sustituyeron
por una arquitectura de baja altura al estilo de las urbanizaciones suburbanas, en una atmósfera de
comunidad vallada situda cerca del centro de la ciudad.

El esfuerzo de renovación tiene, por supuesto, un lado bueno. Mucha gente viene al Inner
Harbor. Hay incluso mezcla racial. Evidentemente, a la gente le gusta ver gente. y hay un
reconocimiento cada vez mayor de que la ciudad, para mantenerse vibrante-: tiene que ser un
asunto de veinticuatro horas, y que las megalibrerías y un Hardrock Cafe tienen tanto que ofrecer
como Benetton y el Banana Republic (ilustración 8.8). Hace falta un tremendo control para hacer
que dichas actividades sean viables, y los signos de control son omnipresentes (ilustración 8.9). El
deseo de estar cerca de la acción atrae a algunos jóvenes profesionales (los que no tienen hijos)
de nuevo al centro de la ciudad. Y cuando se ha producido el «aburguesamiento» [gentrification]1
en el sentido clásico de desplazamiento de las poblaciones de bajos ingresos (como ha sucedido
principalmente alrededor del puerto), ha revitalizado al menos físicamente partes de ciudad que
estaban muriendo lentamente de descuido (ilustración 8.10). Algunos de los bloques de
apartamentos públicos más sórdidos han sido derruidos para dejar espacio a casas de mejor
calidad en entornas de mejor calidad (ilustración 8.11). Aquí y allá, los barrios se han unido y
desarrollado un especial sentimiento de comunidad que intenta conseguir una vida más segura sin
degenerar en un rabioso exclusivismo. En unos cuantos barrios se han lanzado grandes
proyectos, utilizando diversos recursos públicos y privados, para revitalizar las comunidades
empobrecidas (ilustración 8.12). Nada de esto toca las raíces de los problemas de Baltimore.
Una de esas raíces descansa en la rápida transición de las oportunidades de empleo. Los
empleos en el sector manufacturero aceleraron su traslado (principalmente hacia el sur y al
extranjero) durante la primera recesión grave después de 1945, que tuvo lugar entre 1973 y 1975,
y no han dejado de hacerla desde entonces (véase cuadro 8.2). El sector de los astilleros, por
ejemplo, prácticamente ha desaparecido, y las industrias que se mantienen han reducido su
plantilla. Bethlehem Steel (ilustración 8.13) empleaba a 30.000 personas en la década de 1970;
menos de 5.000 fabrican ahora casi la misma cantidad de acero, tras sucesivas rondas de

1
El término gentrification hace referencia a la intervención violenta tanto pública como privada -básicamente mediante
el alzamiento brusco de los precios de los alquileres y la obligatoriedad del cumplimiento de determinados requisitos de
habitabilidad- sobre un área urbana habitada por poblaciones de ingresos bajos y habitualmente racializadas, que
promotores y autoridades desean incorporar a los circuitos del mercado con la intención de revalorizar el precio y status
[N. de la T].
inversión en alta tecnología, la última de las cuales recibió 5 millones de dólares en subvenciones
públicas. General Motors -otro cliente necesitado de prestaciones sociales- recibió una masiva
Subvención para la Adopción de Medidas de desarrollo Urbano a comienzos de la década de
1980, para que mantuviese su planta de montaje abierta; ahora amenaza con cerrar su sección de
montaje de camiones. Representantes de la ciudad y del Estado se están peleando por encontrar
un paquete de ayudas suficientemente lucrativo para mantener a la empresa en la ciudad. La
introducción de contenedores en las operaciones portuarias y la carga automática en los navíos
(ilustración 8.13) han reducido el empleo en los muelles hasta convertido en una sombra de su
antigua importancia. Los empleos del sector servicios han servido para sustituir aproximadamente
un cuarto de millón de los puestos perdidos en el sector manufacturero y en las operaciones
portuarias. Dentro de la ciudad, muchos de éstos son trabajos mal pagados (con pocas
prestaciones sociales), temporales, no sindical izados y femeninos (ilustración 8.14). Lo mejor que
muchos hogares pueden esperar es mantener sus ingresos estables teniendo dos personas que
trabajen más horas con un salario individual más bajo. La ausencia en general de guarderías
adecuadas y asequibles significa que esto no presagia nada bueno para los niños. La pobreza
atrapa y se perpetúa, a pesar de la campaña a favor del «salario digno» que lucha por mejorar la
situación de los pobres con trabajo y proteger a los muchos miles que ahora se ven obligados a
salir de las prestaciones sociales para entrar en un mercado de trabajo estancado (véase capítulo
7). La conversión de las instalaciones industriales más antiguas aquí y allá proporciona nuevas
fuentes de vitalidad que ofrecen cierto apoyo a la revitalización de los barrios.
Las disparidades geográficas en cuanto a riqueza y poder aumentan hasta conformar un
mundo metropolitano de desarrollo geográfico crónicamente desigual durante un tiempo, las zonas
residenciales interiores obtenían riqueza del núcleo urbano central, pero ahora también ellas
tienen «problemas», aunque es allí, en cualquier caso, donde se crean la mayoría de los nuevos
empleos. La riqueza se traslada, por lo tanto, más hacia las afueras, a urbes exteriores que
explícitamente excluyen a los pobres, los desfavorecidos y los marginados, y se encierran entre
elevados muros en «privadopías» [sic] residenciales y «comunidades valladas» urbanas
(ilustración 8.15). Los ricos forman guetos de riqueza (sus «utopías burguesas») y debilitan los
conceptos de cuidadanía, pertenencia social y apoyo mutuo. Seis millones de ellos en Estados
Unidos viven ahora en comunidades valladas, frente al millón de hace diez años (Blakely, 1997). Y
si las comunidades no se vallan, se construyen cada vez más sobre actitudes excluyentes, de
forma que los niveles de segregación (principalmente de clase, pero también con una poderosa
tendencia racial) son peores ahora en Baltimore que nunca.
La segunda causa fundamental del caos reside en la fragmentación y la descomposición
institucional El ayuntamiento, atrapado en un perpetuo apuro presupuestario forzado por la
creencia de que la reducción de las instituciones públicas es siempre la senda para conseguir una
ciudad más competitiva, reduce sus servicios (al mismo tiempo que aumenta las subvenciones a
las empresas) tanto si es necesario como si no. El potencial de cooperación con las jurisdicciones
suburbanas se ve abrumado por las presiones competitivas de mantener bajos los impuestos,
apartar a los pobres y a los marginados, retener a los ricos y estables. La Administración federal
se descentraliza y la Administración estatal, ahora dominada por los intereses suburbanos y
rurales, vuelve su espalda a la ciudad. Los distritos de evaluación impositiva especial se
multiplican, de forma que los barrios pueden proporcionar servicios extras según los medios de
que dispongan. Como los medios varían, el efecto es dividir el espacio urbano en un mosaico de
islas de riqueza relativa que luchan por salvarse en un mar de miseria y decadencia cada vez
mayores. El efecto general es la división y la fragmentación del espacio metropolitano, una
pérdida de socialidad en medio de la diversidad y una postura defensiva localizada hacia el resto
de la ciudad que se vuelve políticamente insubordinada, si no directamente disfuncional.

8.14 El trabajador temporal. La pérdida de empleo fabril y de puestos de trabajo manuales sindicalizados ha sido
compensada por el creciente empleo creado en el sector servicios como, por ejemplo, el sistema sanitario, convirtiendo
al sistema John Hpkins en el mayor empleador privado del Estado de Maryland), el sector financiero, de seguros e
inmobiliario, aumentado por un fuerte crecimiento del sector de la hospitalidad, asociado con el negocio de los
congresos y el turismo. Pero muchos de los nuevos empleos son temporales, están mal pagados y ofrecen muy pocas
prestaciones sociales o ninguna. Y para estos puestos se demanda principalmente mujeres.

La Downtown Partnership, por poner un ejemplo, está dirigida por Peter Angelos, el
abogado más rico del Estado y propietario del Baltimore Orioles. (Comenzó su carrera de abogado
para los trabajadores del acero, encargándose de cuestiones de salud y seguridad ocupacional, y
ganó millones gracias a las demandas por daños y perjuicios del amianto que hicieron quebrar a
varias de las grandes empresas así como a muchos de los «nombres» de Lloyds de Londres que
fueron suficientemente ingenuos como para aseguradas). La Alianza se está haciendo con el
centro de la ciudad, intentando expulsar a los sin techo -y a las cocinas económicas
(particularmente Our Daily Bread, ilustración 8.2) que los atraen- hacia la periferia. Incluso
propone crear un «campus para los sin techo» guetizado, en algún lugar que no esté a la vista. El
ayuntamiento sigue esa línea y pretende la demolición a gran escala de bloques completos de
viviendas para personas con bajos ingresos, esperan o así orzar el traslado de los pobres hacia
los suburbios, en perfecta sintonía con la afirmación que Engels hizo hace tiempo de que la única
solución que la burguesía puede encontrar para sus problemas es trasladados a otro sitio. Las
perspectivas de reforma institucional son desdeñables. Una enmarañada mezcla de
inflexibilidades burocráticas y jurídicas y rígidos acuerdos institucionales y políticos crean un
gobierno urbano osificado. El comunitarismo excluyente, los rígidos intereses personales
(normalmente enmarcados por una política de identidad de varios tipos; predominantemente racial
en el plano populista, aunque en Baltimore hay gran cantidad de rivalidad étnica añadida), la
avidez de beneficios por parte de las empresas, la miopía financiera y la avaricia de los
promotores contribuyen a aumentar las dificultades. En el paisaje social, político y físico de la
región metropolitana se acumulan nuevos recursos para exacerbar las desigualdades y las
fragmentaciones (especialmente de raza). No parece haber alternativa, excepto que los ricos se
enriquezcan cada vez más y los pobres (en gran medida negros) se vean regresivamente
empobrecidos. Si estos últimos se portan mal, siempre es posible encarcelados en ese otro lugar
de masiva inversión pública: la nueva institución penitenciaria de la ciudad (ilustración 8.16).
En medio de esta creciente desigualdad, los intereses empresariales y de los más ricos (incluidos
los medios de comunicación) promueven su propia marca de política de identidad, con múltiples
manifiestos de corrección política. Su mensaje fundamental, repetido una y otra vez, es que
cualquier oposición a las glorias del mercado libre (preferiblemente acaparado, monopolizado y
subvencionado en la práctica) debe ser aplastada y ridiculizada sin piedad hasta hacerla
desaparecer. El poder de estas ideas radica, sospecho, en el centro de nuestro actual sentimiento
de impotencia. «No hay alternativa", dijo Margaret Thatcher en su mejor momento. Hasta
Gorbachov se mostró de acuerdo. Los medios de comunicación en manos de las grandes
empresas repiten incansable e interminablemente el estribillo. Se ha creado una abrumadora
coalición de fuerzas ideológicas que no tolera oposición alguna. Quienes tienen el poder del
dinero son libres de elegir entre mercancías de marca (incluidas prestigiosas ubicaciones,
adecuadamente aseguradas, valladas y servidas), pero a la ciudadanía en conjunto se le niega
cualquier elección colectiva del sistema político, de las formas de relación social o de los modos
de producción, consumo e intercambio. Si el caos parece imposible de cambiar es simplemente
porgue de hecho «no hay alternativa». Es la racionalidad suprema del mercado frente a la
estúpida irracionalidad de todo lo demás. Y todas esas instituciones que podrían haber ayudado a
erigir alguna alternativa han sido suprimidas -con notables excepciones, como la Iglesia- o
intimidadas hasta la sumisión. Las personas no tenemos derecho a elegir en qué tipo de ciudad
queremos habitar.
¿Pero cómo es que nos hemos persuadido hasta tal punto de que «no hay alternativa »?
¿A qué se debe que, en palabras de Roberto Unger (1987a, p. 37), «a menudo parezcamos
marionetas (tan) indefensas del mundo institucional e imaginativo en que habitamos»? ¿Es
sencillamente que carecemos de la voluntad, la valentía y la perspicacia de abrir alternativas e
intentar alcanzarlas activamente? ¿O influye algo más? A buen seguro no puede ser la falta de
imaginación. El mundo académico, por ejemplo, está lleno de exploraciones de lo imaginario. En
física, la exploración de los mundos posibles es la norma más que la excepción. En humanidades,
aparece por todas partes una fascinación por lo que se denomina «lo imaginario». YeI mundo de
los medios de comunicación del que ahora disponemos nunca antes había estado tan repleto de
fantasías y posibilidades de comunicación colectiva sobre mundos alternativos. Sin embargo,
nada de esto parece incidir en la terrible trayectoria que la vida diaria asume en el mundo material
que nos rodea. Parecemos, como dice Unger (1987a, p. 331), «divididos entre sueños
aparentemente irrealizables y perspectivas que apenas parecen importar, ¿tenemos realmente
que elegir entre Dreamworks o nada?
A buen seguro, la ideología y las prácticas del neoliberalismo competitivo hacen su trabajo
silenciosamente eficaz e insidioso dentro de las grandes instituciones -los medios de
comunicación y las universidades- que modelan el contexto imaginativo en el que vivimos. Lo
hacen prácticamente sin que nadie lo note. La corrección política impuesta por el salvaje poder del
dinero (y la lógica de la competencia del mercado) ha hecho mucho más por censurar la opinión
dentro de estas instituciones de lo que nunca consiguieron las abiertas represiones del
macartismo. «La posibilidad ha tenido mala prensa», comenta Ernst Bloch (1988, p. 7), y añade:
«hay un interés muy claro que ha impedido que el mundo se cambie en lo posible». De manera
interesante, Bloch asoció esta situación con el fallecimiento, la denigración v el menosprecio de
todas las formas de pensamiento utópico. Eso, sostenía, significaba la pérdida de esperanza, y sin
esperanza la política alternativa se vuelve imposible ¿Podría ser, por lo tanto, que una
revitalización de la tradición utópica nos proporcionase formas de pensar la posibilidad de
alternativas reales? Está claro que Bloch (1986) así lo creía.
Cerca del centro de Baltimore, en la Walters Art Gallery, cuelga un cuadro titulado Vista de
la ciudad ideal (ilustración 8.17). Retrata la idea hace tiempo soñada de perfección de la forma de
la ciudad atribuida, quizás adecuadamente dadas las circunstancias, a un anónimo pintor italiano
de finales del siglo XV. Me gusta pensar que se pintó mientras Colón preparaba su decisivo viaje.
Aunque su forma y estilo se inspiran en un momento muy lejano, cuando las esperanzas, los
temores y las posibilidades eran diferentes, su espíritu todavía arde con fuerza en el interior de
Baltimore, como reproche no sólo a la desolación urbana que se vive fuera de las paredes del
museo, sino también a la falta de ideales visionarios con los que combatir esa desolación.

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