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Los orígenes de los barrios precarios en la ciudad

Villa 31 - Buenos Aires


Texto y Fotos: Mariano García
@solesdigital

La historia de las villas miseria en Buenos Aires reconoce dos líneas de fuerza que la mayoría de
las veces estuvieron enfrentadas, y en muy pocas ocasiones coincidieron.
Por un lado, las distintas corrientes migratorias (internas y externas), que a lo largo del siglo XX
modificaron radicalmente el perfil de la ciudad. Por el otro, los intentos de las autoridades
municipales y nacionales por encontrar una “solución” –que la mayoría de las veces fue
simplemente erradicación e incluso deportación– para el problema que presentaban los
asentamientos de familias de bajos recursos que no lograban tener un hogar.
En un principio transitorios o de emergencia, con el correr del tiempo esos barrios se hicieron
permanentes, y así surgió una nueva categoría social, el villero, y con ella formas culturales e
identidades socio-políticas propias.
En este informe especial, reconstruiremos una historia hasta el momento fragmentada, poco
sistematizada y la mayoría de las veces olvidada. Una historia que, si bien tiene una lógica
demográfica, no se puede entender sólo con censos de población. Los datos estadísticos dejan
numerosos huecos que algunas veces han sido tapados por la literatura, el periodismo y los
testimonios orales de sus habitantes.

Las villas miseria, ¿un efecto colateral de la Generación del ‘80?


El crecimiento de las villas de emergencia en el país está directamente relacionado a la gran
concentración de población en los núcleos urbanos a causa de las migraciones, tanto externas
como internas. Buenos Aires creció por bruscos estirones, en dos momentos bien marcados de su
historia.
“Entre 1880 y 1910, llegaron a la Argentina cuatro millones de europeos, de los cuales el 60% se
radicó en Buenos Aires. Entre 1936 y 1947 más de un millón de personas del interior del país se
desplazaron hacia las ciudades, empujadas por los desfavorables términos del intercambio
económico interno” (1)
A principios del siglo XX, la infraestructura de la ciudad de Buenos Aires no estaba preparada para
recibir millones de personas llegadas tanto del interior del país como de ultramar. Cuando en
1886 la Capital Federal incorporó a su jurisdicción las alejadas localidades de Flores y Belgrano, la
mayor parte de su superficie era campo.
Desde un punto de vista estructural y demográfico, las villas miseria quizás sean un “efecto
colateral” no calculado por el proyecto de país de la Generación del ’80. La gigantesca granja
agrícola-ganadera que abastecía de alimentos al mundo industrializado, concentraba sus riquezas
en la zona pampeana, sobre todo en la Provincia de Buenos Aires y en la Capital, centro
administrativo del país. Como parte de aquel proyecto agroexportador, se fomentó la
“europeización” de la población
argentina mediante la
inmigración, que generó una
explosión demográfica. Entre
1895 y 1914 el porcentaje de
habitantes nacidos en el
extranjero fue superior al 25%,
tal como lo muestra el cuadro I.

Cuadro I. Población nativa y no


nativa, 1869-1991 (en miles de habitantes y porcentajes).

Fuentes: Lobato y Suriano; Atlas Histórico, p. 570. Indec, Censos Nacionales de Población.
Pero aquellos inmigrantes que Sarmiento imaginaba como colonos de las vastas extensiones de
las provincias, a imagen y semejanza de los farmers norteamericanos, terminaron quedándose en
la ciudad-puerto a la que habían llegado, a causa del mayor desarrollo económico y las
posibilidades laborales. Ya en el Censo de 1914 la población urbana había superado a la rural, en
una tendencia que no dejaría de
aumentar con el correr del siglo
XX, como se aprecia en el
Cuadro II.

Cuadro II. Evolución de la


población urbana y rural, 1869-
1990 (en miles de habitantes y
porcentajes).

Fuentes: Lobato y Suriano; Atlas


Histórico, p. 568. Indec, Censos Nacionales de Población.
*Resultados provisionales.

La gran concentración de habitantes en zonas urbanas también estuvo alimentada por corrientes
migratorias internas. El trazado de las líneas de ferrocarriles del modelo agroexportador del ‘80,
concentrado como un embudo en Buenos Aires, facilitó posteriormente la llegada de migrantes
desde el interior del país, en un proceso lento que alcanzaría su punto de ebullición en la década
del ’40. Pensadas para transportar granos y carnes desde las provincias hacia el puerto, esas líneas
ferroviarias permitieron el éxodo de miles de personas, hasta despoblar muchas regiones del país
y desbordar a Buenos Aires.
Si se ve la evolución de las estadísticas de población, desde 1869 en adelante, se aprecia cómo el
Noroeste del país fue perdiendo progresivamente el peso poblacional que sostuvo hasta 1869.
Desde la implementación del proyecto del ’80 en adelante, la orientación hacia las zonas del
Atlántico es cada vez más fuerte. Ya en 1865, la región pampeana y el área metropolitana suman
el 67% del total, tendencia que empareja a ambas regiones hacia 1960, y se mantiene hasta la
actualidad con leves oscilaciones.

Cuadro III. Distribución de la población por regiones 1869-2001 (en porcentajes).

(a) Capital Federal y Gran Buenos Aires.


Fuentes: Lobato y Suriano; Atlas Histórico, p. 565. Indec, Censos Nacionales de Población.

Hasta aquí, los datos demográficos nos dan un primer mapa de cómo se fue generando la
estructura urbana que dio lugar a los primeros barrios de emergencia de Buenos Aires, y cómo se
mantuvo hasta la actualidad.
De lo que no dan cuenta los números en forma tan exacta es de las decisiones políticas, de las
estrategias del Estado para “solucionar el problema”, y de las tácticas de supervivencia de las
personas que allí vivieron y viven hasta hoy. Entre las políticas públicas, las presiones de los
sectores de poder y las historias de vida de los habitantes de la villa, se desarrolla la siguiente
parte de esta historia.
Las primeras villas de la ciudad

En la actualidad no hay un consenso acerca de cuál fue la primera villa miseria de la ciudad. La
mayoría de los estudios indican que fue la Villa Esperanza, de 1932, pero se pueden mencionar
algunos casos anteriores como antecedentes.
A mediados del siglo XIX se instalaron en lo que hoy es Parque Patricios los Mataderos del Sur de
la Convalecencia, que son los que le dieron al barrio el antiguo nombre de Corrales Viejos, ya que
las calles Catamarca, Boedo, Chiclana y Famatina se habían cercado con postes y en su interior se
faenaba ganado vacuno, porcino y ovino. También se llamó Barrio de Las Ranas (2), por la
cantidad de esos batracios que vivían en los numerosos charcos sucios de la zona, y Barrio de Las
Latas, porque de latas, chapas, cartones y géneros en desuso eran las casas en que vivían muchos
de sus habitantes, desde Cachi hasta Zavaleta.
Es en este mismo lugar donde existió “La Quema”, un vaciadero municipal donde en carro se
arrastraba la basura para ser quemada. Ante la necesidad, eran muchos los que acudían a la
Quema y revisaban cuidadosamente esa mezcla de excremento y desperdicios para su uso o para
obtener alguna ganancia con su venta. A estos antecesores de los cartoneros de hoy se los llamó
“quemeros” o “cirujas”, una especie de apócope de cirujano, por la puntillosidad con que
revisaban la basura.
Hacia 1890, la ciudad tenía 440.000 habitantes, de los cuales 95.000 vivían en 37.000 casillas de
zinc y de madera, de chapa o cartón.
Pero estos casos, si bien son significativos y sentaron un precedente, no fueron vistos como un
problema por el resto de la ciudad; seguramente por la ubicación en la que se desarrollaron, lejos
de la opulencia del centro de la Capital. Además, la gran mayoría de la inmigración europea
llegada entre fines del siglo XIX y principios del XX, encontró una solución a su necesidad de
alojamiento en dos formas originales de vivienda, la casa chorizo y el conventillo. Rosa Aboy
estima que en este período “como consecuencia de la inmigración europea, alrededor de la
cuarta parte de la población (de Buenos Aires) acabó viviendo en conventillos”. (3)
En muchos aspectos, el conventillo anticiparía los conflictos que serían inherentes a las villas
miseria, y es una de las primeras experiencias en las que las clases altas se ven incomodadas por
la presencia de vecinos pobres.
“Después de 1890 el crecimiento de la población agrava el problema de la vivienda para los
sectores populares. A pesar de que Buenos Aires se extiende hacia la periferia, formando nuevos
barrios donde el trabajador puede aspirar a vivir en una casa modesta, la mayoría de la población
obrera vive en la zona céntrica, en los conventillos o casas de inquilinato que proliferan en la
ciudad. La histórica Plaza de Mayo se convierte en un poderoso imán para atraer a los inmigrantes
pobres y también a los porteños ricos que se ubican en el centro. Los moradores de los
conventillos prefieren la plaza a causa de la proximidad a sus trabajos; y allí se radican porque
evitan gastos de transporte. Los ricos, aunque se mudan del sur al norte de la plaza, tampoco
quieren dejar la zona para irse a vivir a los suburbios. La alta concentración de las instituciones
políticas, económicas y sociales en torno a la Plaza de Mayo, así como el prestigio social que la
zona encierra, ata a la clase alta al centro de la ciudad. El conventillo y el palacio tipificaban la
evolución de los alrededores de Plaza de Mayo” . (4)
Pero a diferencia de las villas, los habitantes del conventillo eran inquilinos. La amenaza que
tenían sobre sus cabezas no era la erradicación, sino el alza de los alquileres de las piezas, que en
1907 triplicaban los valores de 1870. Esto provocó una huelga de inquilinos aquel año. Casi 2000
conventillos de la ciudad de Buenos Aires respondieron a la medida de fuerza durante aquel año,
en uno de los movimientos sociales más fuertes de principios del siglo XX. El conflicto fue resuelto
hacia fines de 1907, pero el problema habitacional recién estaba comenzando.
El 27 de septiembre de 1915 se sancionó la ley 9677, más conocida como Ley Cafferata (en
homenaje a su propulsor Juan Cafferata congresista y militante católico), por la que se creó la
Comisión Nacional de Casas Baratas (CNCB), a los efectos de construir, a precios sumamente
accesibles, viviendas modestas para empleados y obreros. “Con esta medida se pensaba extirpar
los perniciosos conventillos que tantos dolores de cabeza estaban creando” (5). Este organismo
fue el primer ente estatal destinado a dar respuesta a los problemas habitacionales, y es el
antecedente inmediato de la autoridad que desde 1956 hasta la actualidad opera sobre las villas
miserias, que es la Comisión Municipal de la Vivienda.
Con la construcción de viviendas sociales impulsadas por las leyes Irigoyen (nº 4.824, del año
1905) y la mencionada Cafferata, el Estado dio una solución temporal al problema del alza en los
alquileres. Habría que esperar hasta 1929, cuando las consecuencias del crack financiero mundial
hicieron impacto en estas alejadas tierras, para que la situación desbordara. Fue durante la
Década Infame cuando comenzó a tomar forma el novedoso fenómeno de crecimiento de villas
miseria en simultáneo a la modernización de la ciudad.
A principio de la década de los ’30, el flujo inmigratorio ultramarino fue reemplazado
paulatinamente por las migraciones internas. La aceleración del proceso de industrialización por
sustitución de importaciones, producto de la crisis de 1929, requería abundante mano de obra,
que se nutrió de miles de migrantes que se trasladaban desde diversos lugares del interior del
país hacia los centros urbanos, especialmente Buenos Aires, y en menor medida Rosario, Córdoba
y Santa Fe.
Para 1930 –si bien subsistían algunas zonas vacías– la ciudad de Buenos Aires estaba colmada.
Agotada la capacidad de crecimiento poblacional del centro y sus alrededores, creció y se
expandió hacia la periferia, impulsando el desarrollo de un cinturón de barrios a un lado y otro de
la avenida General Paz, que se terminó de construir en 1941.
La crisis económica y el flujo de migrantes internos daría lugar a contradicciones sociales y
urbanísticas que estarían presentes en toda la historia de las villas de Buenos Aires. Pero la
inmigración europea no fue ajena a este fenómeno. De hecho, uno de los primeros asentamientos
de la década de los ’30 fue la llamada Villa Desocupación, conformada por inmigrantes polacos
que recibieron refugio por parte del Estado (6). Se los ubicó en galpones vacíos ubicados en
Puerto Nuevo, una zona que sería revitalizada al año siguiente, sin dejar por ello de albergar
también barriadas pobres.
En el año 1932, bajo la intendencia de Mariano de Vedia y Mitre y la presidencia de Agustín P.
Justo, se reactivó la construcción de Puerto Nuevo. Allí fue donde surgió Villa Esperanza, villa
miseria que por su precariedad hacía recordar a la del barrio de Las Ranas, y que continuaba el
fenómeno iniciado el año anterior. Semánticamente se había pasado de la “desocupación” a la
“esperanza”, pero ese cambio era sólo a nivel simbólico.
Como contracara al surgimiento de los primeros barrios de emergencia de la ciudad, el centro de
Buenos Aires se modernizaba. Por esos años, se levantaron los primeros rascacielos del país: el
Comega en Corrientes y Leandro N. Alem, y a mediados de la década de los ’30 el Kavanagh,
edificio de 120 metros de altura y 31 pisos. El intendente Vedia y Mitre, académico y traductor de
poemas ingleses, en su afán de dotar a la ciudad de mayor orden y un plan regulador, también
aceleró la apertura de las diagonales Norte y Sur. En la intersección de la Avenida 9 de Julio y
Corrientes se erigía el Obelisco.

Los años ’40: crecimiento de las villas y auge de los barrios obreros
La historia moderna de las villas, tal como las conocemos, comienza en la década de los ’40. Ya
por esos años, surgió la villa más emblemática y más conflictiva del país: la 31 de Retiro. Surgida al
pulso del crecimiento de la actividad ferroviaria y portuaria de la zona, también tuvo en su génesis
un acento europeo. En 1940, “el gobierno proveyó de viviendas precarias a un grupo social muy
castigado, esos habitantes pioneros de lo que sería la villa de Retiro eran de origen italiano y el
barrio se conocería durante decenios como «Barrio Inmigrantes»” (1). Hoy el Inmigrantes es uno
más de los barrios de la Villa 31, junto al Güemes, Comunicaciones, YPF, y la creciente 31 bis.
Más hacia el norte, también junto al ferrocarril Belgrano, surgieron asentamientos de familias de
ferroviarios, con el apoyo del gremio de La Fraternidad. En el extremo norte de la villa de Retiro,
el barrio fue conocido como Villa Saldías. El crecimiento de estas dos villas –y de otras de la
ciudad– fue aumentando con la llegada de pobladores bolivianos y habitantes del noroeste
argentino. También bajo la tutela del Estado, a principio de los años ’40 comenzaron a instalarse
viviendas precarias alrededor en la zona que se conocía como Bañado de Flores, dando origen al
barrio Lacarra.
Con la llegada del peronismo al poder en 1945, el problema de la vivienda ocupó un lugar central
en el programa de gobierno; ya que para 1947 la ciudad de Buenos Aires tenía casi tres millones
de habitantes (2), muchos de ellos en una grave situación habitacional. Como en otros ámbitos de
la economía el Estado se hizo presente, para fomentar la construcción de barrios obreros. Esto
tuvo gran importancia dentro de las reformas sociales que impulsó Perón.
La erradicación de las villas no estuvo dentro de los planes. En ese entonces, el conventillo era la
forma predominante de vivienda obrera, y allí apuntó el programa peronista. El proceso de
concentración poblacional en la zona metropolitana aumentaba, y el gobierno fomentó la
construcción de viviendas sociales que modificaran aquella realidad.
La cuestión de la vivienda durante la década peronista no se limitó a la solución mediante la
construcción de barrios obreros; sino que además sirvió para apoyar un estilo discursivo y cultural
que caracterizó a los gobiernos de Perón entre 1945 y 1955. Alberto Ciria afirma que “el estilo
peronista más típico asumió el «todo tiempo pasado fue peor» (…) Las referencias al ayer debían
contrastar con el presente perfecto y triunfal” (3). Ejemplos cabales de este estilo fueron películas
como Deshonra (Daniel Tinayre, 1952), o Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1952), donde se
contrastaba un pasado aberrante con un presente de dignidad: en la población carcelaria en el
primer caso, en los peones rurales en el segundo.
Las charlas radiales de Discépolo fueron otra expresión clara de este estilo retórico. Según Ciria,
“constituyen uno de los mejores testimonios de propaganda política peronista para leer y analizar
(…) El esquema de estas charlas contrasta el ayer lleno de defectos y promesas incumplidas –no el
idealizado ayer del tango– y el presente vibrante, lleno de realizaciones” (4).
Esta retórica general del peronismo, que oponía un ayer y un hoy, también se hizo extensiva al
problema de la vivienda popular. El periódico oficialista Democracia, en un artículo del 20 de
noviembre de 1949 titulado “Lo que no se logró en sesenta años, se hizo en uno”, contrastaba la
dignidad de las viviendas construidas por el peronismo con la sordidez del conventillo de esta
manera:
“En esas viviendas (los conventillos) las amas de casa debían permanecer cerca de la ropa lavada
que se había tendido a secar, para que no desapareciera. Hoy en día todo eso ha sido eliminado
en más del 90% y los trabajadores argentinos tienen viviendas cómodas, de acuerdo al nuevo
«standard de vida»” (5).
Fue así como el “derecho a la vivienda” fue una de las reivindicaciones básicas del peronismo,
como parte del más general derecho al bienestar. En su estudio sobre la política de vivienda del
gobierno peronista (en especial sobre el barrio Los Perales) Rosa Aboy resume dicha acción de
gobierno de la siguiente manera:
“La decisión de construir viviendas desde el Estado para los sectores más modestos de la
sociedad fue puesta en acción desde el inicio del gobierno de Perón. La resonancia social de estas
políticas sobrevivió al derrocamiento de su gobierno en 1955. Si bien el número de viviendas
construidas por el Estado fue inferior a los 300 mil créditos para la vivienda otorgados por el
Banco Hipotecario Nacional a lo largo de la década peronista, el impacto de aquellas políticas
reforzó el imaginario de un gobierno aliado de las reivindicaciones proletarias.” (6)
A los créditos del Banco Hipotecario Nacional los considera la autora como acción indirecta,
mientras que destaca como acción directa las construcciones realizadas por el gobierno. Dentro
de este último grupo, sintetiza la construcción de barrios por acción directa del gobierno en el
siguiente cuadro:
Cuadro IV: Barrios construidos en la ciudad de Buenos Aires por acción directa:

Referencias:
BHN: Banco Hipotecario Nacional
MOP: Ministerio de Obras Públicas
MCBA: Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
Fuente: Aboy, Rosa; op. cit., p. 73.

El plan de vivienda de los primeros gobiernos peronistas fue ambicioso, y el Estado se planteó
metas récord que en parte fueron cumplidas, pero que quedaron truncadas por el golpe de
Estado de 1955. En su mensaje al Congreso de la Nación, del 1º de mayo de 1951, Perón
anunciaba que “Por nuestro esfuerzo constructivo directo, al terminar el primer período peronista
de gobierno el país tendrá 100.000 viviendas más dignas y confortables, como merecen los
trabajadores argentinos.” (7)
La acción estatal directa no llegó a esos números, pero el sistema de créditos del Banco
Hipotecario Nacional se constituyó en la principal herramienta (indirecta) de desarrollo en el área
de vivienda. De acuerdo a las cifras que Perón expuso ante el Congreso en 1951:
“Desde 1886, fecha de creación del banco (el Hipotecario Nacional), hasta 1946 –60 años de
acción– se habían otorgado créditos para 20.000 unidades de vivienda por una suma de 400
millones de pesos. En los últimos cinco años, el mismo banco entregó al pueblo créditos por 4.500
millones y posibilitó así la edificación de 135.000 viviendas nuevas.” (8)

Los Perales – Ciudad Oculta: un caso de convivencia armoniosa


Construccion del barrio Los Perales. Sin embargo, la acción de los dos primeros gobiernos
peronistas en materia de vivienda social no pudo incluir a un flujo migracional que superó la
infraestructura recientemente creada. Las villas miseria siguieron creciendo sin que el gobierno
pusiera trabas a ello. En algunos casos, los barrios obreros crecieron en paralelo a las villas
vecinas, y muchas veces en una convivencia armónica, como sucedió entre el barrio Los Perales y
la incipiente Villa 15 (luego Ciudad Oculta) separados por la Avenida del Trabajo (hoy Avenida Eva
Perón) que delimita los barrios de Mataderos y Lugano.
“Antes de la construcción de los pabellones del barrio Los Perales, el terreno estaba ocupado por
una colonia de vacaciones municipal y, según los testimonios de los vecinos, en sus inmediaciones
existían ya algunas villas miseria al otro lado de la Avenida del Trabajo, donde actualmente se
encuentra la «Ciudad Oculta», como también algunos ranchos dispersos en el interior del amplio
predio.” (9)
En el terreno ocupado posteriormente por Los Perales, existía un pequeño asentamiento llamado
“Ciudad Perdida”, que durante la presidencia de Frondizi fue reemplazado por nuevas tiras de
viviendas que se anexaron a Los Perales.
Se puede afirmar que el predio elegido para Los Perales estaba rodeado de villas miseria, a uno y
otro lado de Av. del Trabajo: Ciudad Perdida en Mataderos, Ciudad Oculta y Villa Pirelli en Lugano.
El origen de la población de Los Perales fue heterogéneo, y no hay fundamentos para afirmar que
barrios como éste dieron albergue sólo a familias de migrantes internos. Es posible que muchos
habitantes que vinieron del interior del país hayan evitado terminar en una villa miseria gracias a
estos nuevos complejos, pero muchos otros también llegaron de conventillos y casas de alquiler
porteños. Algunos incluso vivían ya en Mataderos.
Las tensiones más fuertes no se dieron entre los vecinos de los nuevos barrios obreros y sus
vecinos de las villas, sino entre aquellos y la población más tradicional y de clase media porteña.
Fue acerca de Los Perales que surgió una leyenda urbana poco sustentada, perteneciente al
imaginario del antiperonismo más rancio, que afirmaba que los nuevos propietarios hacían asados
con las maderas de los parquet de las casas. La investigación de Aboy sobre el barrio desmiente
esas historias que huelen más a racismo y discriminación que a realidades concretas. (10)
A diferencia de la discriminación que soportaban del resto de la ciudad, la relación entre los
vecinos de Los Perales y las villas vecinas era más fraternal. Compartían la flamante escuela
pública construida en el complejo, bautizada “Escuela Justicialista”. La escuela fue rebautizada en
1955 “Roma” por la Revolución Libertadora, y en los años posteriores las familias de Los Perales
prefirieron mandar a sus hijos a colegios privados de la zona, quedando la Escuela Roma
exclusivamente para los chicos de Ciudad Oculta, algo que permanece hasta la actualidad.
Los testimonios recabados por Aboy, coinciden en trazar una línea divisoria en el año 1955. En el
período anterior, “la población de Los Perales parece identificarse con los residentes de la villa
vecina, compuesta mayoritariamente, en ambos casos, por obreros manuales” (11). El deporte
fue uno de los lazos más fuertes que unieron a los vecinos de Los Perales con los de la Villa 15. Los
partidos de fútbol entre equipos de un lado y otro de la avenida fueron el símbolo de una
convivencia que perduró hasta los años ’70, según cuentan habitantes de ambos lugares.
“La cancha, localizada en los terrenos que actualmente ocupa la iglesia de San Pantaleón, y la
alusión a ‘los ranchitos’ vecinos, hablan de una convivencia sin conflictos entre los habitantes del
asentamiento precario y de los pabellones. La ausencia de confrontación entre habitantes de la
villa y de los departamentos de Los Perales aparece también en los testimonios de Antonio
Chabúh, quien refiere que en los primeros tiempos entraba a la Ciudad Oculta a repartir el
periódico.” (12)
Posteriormente, el barrio de Los Perales iría desprendiéndose (no siempre en forma voluntaria y
pacífica) de su identificación obrera y peronista, acercándose más a las clases medias, como
ejemplifica esa preferencia por la educación privada. Con el paso del tiempo, también vivirían en
Los Perales profesionales, bancarios, empleados municipales y docentes. Con el correr de los
años, los barrios se irían distanciando más.
José Ocampo, referente social y político al que todos conocen en Ciudad Oculta con el apodo de
“Mate”, traza la línea divisoria en los años previos al golpe de estado de 1976: “Hace 25 años, los
vecinos de la zona venían a comer asado adentro de Ciudad Oculta, a ver un partido de bochas, a
ver un partido de fútbol, había armonía.” (13) Como se verá más adelante, el ambiente no sólo
cambió entre los vecinos de Los Perales y de Ciudad Oculta; sino que hacia dentro de la propia
villa la convivencia es hoy mucho más violenta.
Lo que hay que destacar de estos testimonios de convivencia entre vecinos de Los Perales y
Ciudad Oculta, es el hecho de que las villas en sí no aparecieron como “problema” para las
autoridades o los medios de comunicación, en tanto no ocuparon terrenos estratégicos de la
ciudad. Recordemos que en Mataderos, por los años ‘40, el límite entre lo urbano y lo rural se
desdibujaba.
Si los habitantes de villas como Ciudad Oculta están en la misma situación de pobreza e
“ilegalidad” (de acuerdo con los partidarios de la erradicación) que los de la Villa 31 de Retiro, no
se puede entender de otra forma que haya tantos esfuerzos para erradicar la segunda, y dejar en
el olvido a la primera. De esto nos ocuparemos en la segunda parte de este trabajo.
Por lo pronto, este ejemplo histórico de convivencia nos muestra que las pertenencias políticas en
común pudieron en el pasado ser más fuertes que las diferencias socio-económicas objetivas. Con
la Revolución Libertadora de 1955, el peronismo pasó a ser aquello prohibido, negado y callado.
Lo que antes había sido el aglutinante de estos sectores obreros, se convertía en su estigma.
Luego del golpe de Estado del ’55, una metódica limpieza de todo vestigio de peronismo fue
llevada a cabo por el gobierno militar. Horacio Benevéntano, nacido en 1937 en lo que hoy es
Ciudad Oculta y encargado de la pileta de Los Perales –trabajó allí desde su inauguración–, afirma
que “(el Almirante Isaac) Rojas decía que este barrio era un nido de ratas peronistas” (14). Ángel
Pissano, vecino histórico que se mudó a Los Perales en 1949, completa el panorama al recordar
que “cuando cayó Perón, vinieron a casa y me revolearon todo, los cajones, todo (…) A toda la
gente en Los Perales… vinieron con ametralladoras, entraban a las dos de la mañana. Entraron en
todos lados, en todos los departamentos” (15).
Estas acciones militares no fueron en absoluto hechos aislados. Más bien, constituyen el punto de
partida de un rumbo que se inició en 1955, y que tuvo su clímax con los planes masivos de
erradicación a partir de 1976.

El inicio de las políticas de eliminación


En su discurso ante la Asamblea Constituyente de 1949, Perón ya se había referido al problema de
la vivienda expresando que “es ya intolerable soportar la miseria en medio de la abundancia. A
esta cuestión hay que ponerle término de una vez” (1). Como en tantas otras cuestiones, los
golpistas del ’55 fueron en contra del sentido de las políticas peronistas. Para ellos también era
intolerable la miseria en medio de la abundancia, pero en el sentido inverso. En lugar de construir
viviendas para los pobres, decidieron erradicarlos de la ciudad.
En 1955, las villas miseria se encontraban en permanente crecimiento. “Hacia 1955, año de la
Revolución Libertadora, a las villas de Retiro, Bajo Belgrano y Lugano había que sumar una larga
serie de nuevos núcleos villeros, algunos bautizados con nombres picarescos o maliciosos que
quedarían incorporados en ciertos lugares ambiguos de la cultura popular: Villa Fátima, Villa
Piolín, Villa Medio Caño, Villa Tachito, Villa 9 de Julio” (2).
Al año siguiente, se creó la Comisión Nacional de la Vivienda, cuya primera misión fue censar a la
población de la ciudad. En un primer informe elevado al Poder Ejecutivo, se informó que en la
ciudad existían 21 villas, habitadas por 33.920 personas. Para el área metropolitana, la población
villera alcanzaba la cifra de 78.430.
“Cuantificar la población villera significaba, por primera vez y en el mismo acto, asumir el tema de
las villas como «problema». A renglón seguido, la solución ideada, por entonces original, era la de
la erradicación” (3).
Pero aquellas primeras políticas de vivienda referidas a las villas de la ciudad no contemplaban
únicamente la erradicación forzosa. También intentaron dar algún tipo de respuesta, ofrecer una
mejor opción a los erradicados, conjuntos de viviendas quizás inspirados en los construidos en la
década anterior, pero sin la fuerte carga simbólica y política de los llamados “barrios peronistas”.
En los siete años siguientes, el plan elaborado por la CNV apenas si llegó a construir 214 viviendas
que dieron alojamiento a 1.284 personas, sobre un total de 34.000 pobladores de villas.
Los resultados estuvieron muy lejos de los obtenidos años antes por el “régimen depuesto”. Si en
el período 1948-1954, el promedio anual de viviendas sociales construidas por el Estado ascendió
a 840, entre 1956 y 1963 fue solamente de 30,5. El Estado no podía dar respuesta a los problemas
de las villas, y con su flamante política de erradicación fue convirtiéndose de a poco en un
enemigo para sus pobladores. Esta avanzada erradicadora tuvo su contrapartida en 1958, cuando
se constituyó la primera Federación de Barrios y Villas de Emergencia, que articuló las comisiones
vecinales de diversas villas porteñas.
Eduardo Blaustein, en su libro “Prohibido vivir aquí” editado por la propia CMV, hace el siguiente
balance de estos primeros intentos fallidos de erradicación:
“En el fracaso del primer intento erradicador no sólo hay un revés «de gestión» o «cuantitativo»
sino el asomo de nuevos desafíos a ser tenidos en cuenta, ligados a la articulación entre las
instituciones y los villeros como actores sociales y a las mediaciones que deben establecerse. Lo
que comienza a perfilarse en ese primer fracaso es una historia pendular en la que el Estado pasa
de aceptar amistosamente o a regañadientes a las organizaciones villeras como interlocutoras, a
intentar cooptarlas o a pasar por encima de ellas destruyéndolas y a menudo creando otras
nuevas, funcionales a sus necesidades. O en los casos más extremos de las experiencias golpistas
de 1966 y 1976, a pasarles por encima con topadora y tanqueta.” (4)
El panorama de fines de los ’50 y principios de los ’60, estará marcado entonces por la creciente
presión erradicadora por parte del Estado, y como contracara, la mayor organización y
politización de la población villera. Durante los gobiernos de Frondizi y Guido, los planes de
viviendas provisorias fueron un fracaso, al tiempo que el gobierno municipal a través de la
Comisión Municipal de la Vivienda reconocía a la Federación de Villas de Emergencia como un
interlocutor legítimo. Para 1963, existían en la ciudad un total de 33 asentamientos precarios, con
una población aproximada de 42.462 habitantes.
Si bien la figura del Padre Carlos Mugica se asocia a la década de los ’70, ya desde 1961 el cura
tercermundista estaba instalado en la Villa 31 de Retiro. También en esos años, los barrios
Comunicaciones e YPF de esa villa comenzaron a desarrollar organizaciones asistenciales y
educativas.
Con el transcurrir de la década, las políticas estatales fueron endureciéndose. En agosto de 1963,
la Federación de Villas de Emergencia entregó al presidente Illia un pliego de reivindicaciones,
orientadas al mejoramiento de la calidad de vida de la población villera y al reconocimiento oficial
de la Federación. El gobierno aceptó las demandas, y en agosto de 1964 se aprobó la ley 16.601
de construcción de viviendas, con la finalidad de erradicar las villas de emergencia.
Una vez más, los planes se cumplieron sólo en forma parcial, hasta quedar interrumpidos por la
llegada al gobierno de Juan Carlos Onganía, por la vía del golpe. Fue entonces, que los
representantes políticos de las villas reforzaron su identificación con el peronismo.
“En un marco de crisis política –el peronismo, proscripto en las elecciones presidenciales, triunfó
en los comicios que se realizaron en el '65– las relaciones entre la Federación de Villas y las
autoridades volvieron a agriarse, en el habitual marco de amenazas de desalojos, de incendios
intencionales, pero también, de la articulación endurecida entre representantes villeros y sectores
del peronismo (…) El acercamiento entre el incipiente movimiento villero, los partidos y diversos
sectores del peronismo fue importante en la obtención de conquistas y para engendrar un cierto
nivel de combatividad” (5).

Combatividad, palabra clave que concentra el espíritu del período que se iniciaba en 1966.
Experimento NHT

En lo que refiere a barrios de emergencia, su trazado y ubicación urbana, la llamada “Revolución


Argentina” dejó una impronta que se mantiene imborrable hasta el día de hoy. Un experimento
que sólo pudo llevarse a cabo gracias a una inédita cuota de autoritarismo y presupuestos cuasi
científicos de una incoherencia que todavía sorprenden. Se trata de los Núcleos Habitacionales
Transitorios, o NHT.
Desde mediados de los ’60, la población villera del país comenzó a crecer a una tasa del 15%
anual. En 1968, el Ministerio de Bienestar Social se hizo cargo del problema habitacional, al
publicar su “Plan de erradicación de las villas de emergencia de la Capital Federal y del Gran
Buenos Aires”. Las acciones planificadas, preveían la erradicación y “alojamiento transitorio”.
Blaustein describe al plan de esta manera:
“El megaplan diseñado por los equipos técnicos del Onganiato (…) era el más forzudo intento de
erradicación jamás conocido hasta entonces. Su meta: dar vivienda a 70.000 villeros de la Capital
Federal y a otros 210 mil del conurbano. Total: 280.000 erradicaciones y realojamientos. Aquí no
se trataba de dar pasos intermedios, ni de mejorar las condiciones de las villas, sino simple y
llanamente de erradicarlas mediante un despliegue formidable de recursos humanos, técnicos y
financieros” (6).
Para otorgar alojamiento a semejante cantidad de personas en situación precaria, se preveía la
construcción de 8.000 viviendas. Una cifra que debería opacar a los históricos planes de vivienda
de los primeros gobiernos peronistas. Debería, porque en vez de casas dignas, lo que se construyó
fueron reductos intencionalmente inhabitables, como parte de la experimentación en cuestiones
urbanismo y política habitacional.
Fue así que nacieron 17 Núcleos Habitacionales Transitorios, con unidades de apenas 13,3 metros
cuadrados para cada familia.
“Se suponía que los villeros debían (…) "readaptarse", antes de ser trasladados como gente
civilizada a sus nuevas viviendas. Expertos sociales serían los encargados de «motivar» a los
villeros para dejar atrás sus pésimos códigos de conducta. La idea de que los Núcleos
Habitacionales Transitorios (NHT) fueran levemente estrechos (…), el que fueran de una pésima
calidad constructiva y el que se prohibiera expresamente a sus pobladores efectuar en ellos
cualquier tipo de mejoras (desde poner un toldo a pintar un marco de ventana, tener coche o
perro), respondía a una idea sagaz: al verse obligados a vivir en condiciones tan espantosas, los
villeros, como perros de Pavlov bien adiestrados, se verían inundados por ansias de superación y,
entonces sí, desearían esforzarse para mejorar, cosa que a ellos nunca se les hubiera ocurrido”
(7).
El plan se cumplió sólo en parte. Miles de personas fueron reubicadas a partir de 1969 en los NHT,
pero el carácter transitorio se fue haciendo cada vez más permanente. Cinco años después del
golpe de 1966, ninguna de las viviendas “definitivas” (las que debían ocupar los reubicados luego
de su paso por los NHT) había sido construida. En la actualidad, los NHT siguen dando alojamiento
a numerosas familias, como un apéndice de las villas de emergencia, con el mismo hacinamiento y
en las mismas condiciones de pobreza.
La idea de la supuesta función “civilizadora” y “reeducadora” de los NHT continuó hasta los
últimos días de los gobiernos militares. Testimonio de ello da Mary Burgos, vicepresidenta de la
Comisión Vecinal del NHT “Eva Perón” ubicado junto a Ciudad Oculta. Mary provenía de la Villa 1-
11-14 del Bajo Flores, donde vivía con su madre desde los 8 años, y fue una de las “beneficiarias”
de los planes NHT:
“El proceso militar nos trasladó acá como parte de las erradicaciones de villas de la Capital
Federal. No debían existir las villas, entonces se los llamó Núcleo Habitacional Transitorio. Estos
barrios eran «para educar a los villeros», para después pasar a una vivienda propia, una vivienda
digna. Vinimos acá en el ´80. Cuando llegamos nos encontramos con dos piecitas, de 4 por 4, un
baño sin terminar, los pisos sin mosaicos, había letrina. Yo en la villa tenía inodoro, tenía mi piso
de cerámica, así que no entendía si me iban a educar o iba en retroceso” (8).
Se ve entonces cómo el Estado, ante la cada vez más dificultosa erradicación de las villas de
emergencia, resolvió el problema haciendo uso de un curioso recurso semántico, que dio un
nuevo nombre técnico al viejo problema de los asentamientos precarios. Con una particularidad
que no puede pasarse por alto: con la construcción de los NHT, el Estado creó una nueva
categoría de vivienda: la vivienda precaria construida por el Estado.
El rol del Estado históricamente fue el de construir barrios obreros (con una amplia variedad de
opciones utilizadas, desde los monoblocks hasta los chalets de tipo californiano) para dar vivienda
a los habitantes con menos posibilidades económicas. Con el proyecto de los NHT, las autoridades
gubernamentales realizaron una acción imposible de categorizar. Optaron por diseñar trazados
urbanos tan intrincados y angostos como los de un asentamiento espontáneo, muchas veces con
instalaciones más precarias que las casillas hechas de chapa y cartón, con la sospechosa
esperanza de que ello despertara en sus habitantes el ánimo de superación y decidieran por si
mismos (finalmente) vivir en barrios “decentes”.
Este proyecto conductista no sólo fue un fracaso, sino que generó un efecto opuesto al deseado
por el gobierno militar. En vez de dispersarse en barrios formales en busca de acceder a un status
más cercano a la clase media-baja obrera, la población villera se organizó cada vez más.

http://www.solesdigital.com.ar/sociedad/historia_villas_3.htm

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