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Alquimia Ancestral

El arte y la alquimia: un origen maldito

Los alquimistas atribuían gustosamente a su arte un origen maldito. Ya Zósimo de


Panópolis, uno de los primeros alquimistas cuya personalidad se conoce con mayor o
menor precisión, escribía en su Libro dedicado a Imhotep: "Cuentan las Santas
Escrituras que existe un cierto género de demonios que tienen trato con mujeres.
Hermes nos habla de ellos en sus libros sobre la naturaleza. Las antiguas y santas
escrituras dicen que ciertos ángeles, prendados de amor por las mujeres, descendieron
sobre la Tierra y les enseñaron las obras naturales; y por ello fueron expulsados del
cielo de la naturaleza y condenados a un exilio perpetuo. Del referido comercio nació la
raza de los gigantes. El libro en el que se enseñaban las artes se llama Chyma, de ahí
el nombre aplicado al arte por excelencia"1.

Este texto es importante pues nos muestra que, además de la alquimia, el resto de las
artes tenían también un mismo origen maldito. Esta opinión la reencontramos en el
Libro de Enoch, según el cual, los ángeles caídos notaron que "las hijas del hombre
eran bellas, escogiendo mujeres entre ellas" e instruyéndolas, no sólo en las ciencias
ocultas, sino también en "el uso de brazaletes y ornamentos, en el de la cosmética, en
el de pintarse las cejas, en el arte de emplear las piedras preciosas y toda suerte de
tinturas y así fue que se corrompió el mundo"2. La afinidad entre la alquimia y las artes
se manifiesta asimismo en el reconocimiento por los alquimistas de Hermes
Trismegisto como divino protector.Por otra parte, en virtud de este patronazgo, la
alquimia fue calificada como ciencia hermética.

Hermes, inventor de las ciencias y de las artes, fue asimilado al dios Thot por los
griegos de Egipto. Estos se complacían en recordar que Hermes-Thot había inscrito los
preceptos de la ciencia en las estelas conservadas en el secreto de los templos
egipcios lo cual confería

a la alquimia el carácter de una ciencia revelada. Sólo los sacerdotes y los reyes
poseían sus claves y se transmitían sus principios. De aquí en adelante, la alquimia
sería clasificada como arte real y sacro, inaccesible para los profanos que, como
ocurrió con las religiones mistéricas, se oponían a su esoterismo.
Su lenguaje velado y misterioso no podía comprenderse hasta finalizada una larga
iniciación. Este carácter esotérico fue determinado por una Alejandría donde la alquimia
se robusteció durante los primeros siglos de nuestra era. En efecto, sobre la gran
ciudad de los Ptolomeos desembocó un caudal sumamente ecléctico de
especulaciones filosóficas, técnicas místicas y ritos artesanales conservados por
numerosos pueblos a través de los siglos. Los ritos y mitos que siempre acompañaron
a las artes del fuego vinieron a conjugarse con el asombroso sincretismo filosófico y
religioso que florecía por entonces.

La alquimia, aún balbuciente, los asimiló con enorme prontitud. Fue fecundada por el
más refinado pensamiento griego, sirviendo de intermediarios los neoplatónicos
alejandrinos y las fuentes místicas orientales (caldeas o iranias), además de las gnosis
cristiana y pagana como técnicas de iluminación y salvación. A tan diversas influencias
se añadió finalmente la de la Cábala judía. Es en el seno de este hogar de
fermentación espiritual donde la alquimia adquirió progresivamente sus características
para conocer su edad de oro a partir de finales del siglo III. Aparecieron entonces
geniales adeptos como Zósimo, Sinesius u Olimpiodoro que la desarrollaron en sus
diversas facetas filosóficas, místicas o científico-experimentales.

Cuando comenzó la decadencia de Alejandría, los alquimistas se instalaron en Bizancio


donde continuaron cultivando sus tradiciones. Parece ser que el emperador Heraclio
les apoyó oficialmente. No menos apasionados por las ciencias, los árabes la
asimilaron a raíz de la conquista de Egipto y de Siria. Geber, Razi o Avicena figuran
entre los grandes adeptos. A continuación, los conocimientos árabes penetraron en el
Occidente latino por España, Sicilia y las tierras ocupadas por los Cruzados.

Esta transmisión pudo tener su origen en los comienzos del siglo XI y fue más decisiva
que la tradición bizantina. El monje Gerberto, futuro papa bajo el nombre de Silvestre II,
quizá haya sido el primer lector de las obras árabes. A partir de esta época empiezan a
aparecer las traducciones latinas de los tratados alquímicos árabes gracias a los cuales
Occidente llegó a servirse de la filosofía hermética y también a enriquecer sus
conocimientos químicos.

En el siglo XIII la alquimia conoció una prodigiosa expansión por Occidente. Poderosos
espíritus se interesan tanto en su aspecto científico como en su carácter espiritual o en
los dos simultáneamente. Alberto Magno, Roger Bacon y Arnau de Vilanova no fueron
los menos importantes. Los príncipes y la Iglesia la favorecieron o persiguieron
dependiendo del lugar y la época, pero jamás hubo ni condenas irrevocables ni
persecuciones metódicas. Algunos adeptos justificaron ocasionalmente la desconfianza
de la Iglesia al mezclar con su ciencia la magia o la brujería o adoptando posiciones
totalmente incompatibles con la Fe. El poder secular, estafado muy a menudo por
alquimistas que se jactaban de fabricar oro, hubo de encerrarlos en sus mazmorras o
enviarles a la hoguera, pero todo ello no es sino una "pequeña historia" al margen de la
filosofía hermética.

El "ateísmo" renacentista acogió con varia fortuna a la ciencia de Hermes, pues ésta
encontró en los círculos humanistas, altamente caracterizados por su gran sincretismo
intelectual, fervientes partidarios pero también severos detractores. Marsilio Ficino y
Pico della Mirandola redactaron tratados alquímicos. Médicos célebres como Paracelso
o Van Helmont practicaron fervorosamente la alquimia. La imprenta permitió una mayor
difusión de los textos clásicos, pero asimismo de nuevos escritos a través de los cuales
se propagó esta ciencia y, sobre todo, se vulgarizó incitando a un número cada vez
mayor de codiciosos charlatanes a deslizarse entre las huestes de los auténticos hijos
de Hermes con lo que se precipitó la formación de una cofradía secreta de alquimistas,
los "Hermanos de la Rosa-Cruz", análoga a la de los Francmasones, que proliferó por
toda Europa desde principios del siglo XVII sosteniendo una teoría que las doctrinas de
Descartes y el advenimiento progresivo de la ciencia química quebrantaban
progresivamente.

La alquimia engendró a la química sólo parcialmente, pues, a lo sumo, ha vinculado y


desarrollado algunos de sus fermentos. Fue considerada, en efecto, por sus adeptos
como una técnica de iluminación que, eventualmente, podía desdoblarse en
investigaciones físicas. El contenido animista de las búsquedas alquímicas contribuyó
por lo demás, a levantar un obstáculo al florecimiento de una química puramente
experimental que aparecía como una liberación en el plano científico y como una
regresión en el espiritual.

A partir del siglo XVIII la alquimia conoció un declive pero sin llegar nunca a
desaparecer. Todavía hoy, cuenta con defensores que cuidan con fervor una de las
formas más fascinantes del pensamiento humano.
Del filósofo al "soplador"

Los alquimistas se otorgaban gustosamente el nombre de "filósofos". Profesaban un


sistema sumamente ecléctico, pero organizado con una coherencia de la cual sólo
señalaremos aquí sus líneas maestras. La alquimia concibe a Dios como inmanente o
trascendente. Le confunde las más de las veces con el Universo designándole como
una "naturaleza naturante" y ello bastante antes de Spinoza. El cosmos, que apenas se
disocia de la divinidad, es concebido como un organismo vivo unitario -la unidad de las
múltiples variaciones era la cualidad intrínseca de Dios. En este vasto macrocosmos
animado vive en total armonía un microcosmos: el hombre. El sol es la fuente de
energía del universo sideral. Aparece como el alma de

Dios. Al estar asociado el oro al astro solar, el adepto que intentaba fabricarle
perseguía recrear el mundo e identificarse con el demiurgo. Esta ambición
correspondía a una ética: los alquimistas buscaban el perfeccionamiento del alma a
través del de los metales. Sus sabias transmutaciones metálicas correspondían al
progresivo mejoramiento de su ser. En las tinieblas de sus laboratorios brillaban tanto
el espejismo del oro como el de la eterna felicidad. A los perfeccionamientos de la
materia se aliaba la voluntad de perfeccionar al hombre. Las operaciones químicas se
desdoblaban sin cesar en proyecciones espirituales aunque el alquimista no procediera
a experiencias y observaciones sistemáticas sobre la materia, sino que prefería
contemplar el matrimonio, la pasión, la muerte o la resurrección de unas sustancias que
de esta manera identificaba con su propia vida.

En este sentido el triunfo de la química supuso un paso atrás al abandonar todo lo


sagrado que aureolaba la ciencia de Hermes. Las conquistas del alquimista resumen,
pues, la lucha secular del hombre contra el caos y la imperfección. Por así decirlo, no
pudo encontrar nada mejor que esa epopeya de la transformación de los metales
innobles en oro de la que vivía cada paso, proyectando sobre la materia su deseo de
salvación.

Fue Jung quien penetró con mayor perspicacia en la psique alquímica3. Sorprendido
por las analogías entre los sueños o alucinaciones de algunos de sus pacientes y el
simbolismo alquímico, se aplicó al estudio de los textos herméticos. Después de quince
años de estudios secretos, estableció una relación entre las etapas del proceso de
individualización de la personalidad humana y las operaciones sucesivas de la opus
alchimicum. Recordemos que esta opus perseguía la preparación del Elixir Vitae (elixir
de larga vida o elixir por antonomasia) y de la Piedra Filosofal capaces de hacer
inmortal al hombre o, al menos, de dilatar su existencia y de procurarle el oro, prenda
de felicidad.

Para instaurar esta era paradisíaca, el alquimista transmutaba la materia y su "yo" en


espiritualidad pura. En cierta manera, pretendía integrarse a través de prácticas rituales
y místicas en un universo perfeccionado cuyo símbolo era el oro. Las operaciones
alquímicas nos muestran el valor de

una ascesis que liberaba al individuo del caos material y le concentraba


progresivamente en el centro de su ser. El símbolo del oro es la experiencia más
perfecta de esta transmutación espiritual. Para ayudarse, el alquimista proyectaba
sobre la materia las diversas fases de esta transmutación espiritual. En el transcurso de
sus operaciones, unía los dos principios opuestos de la materia y reducía al silencio las
tendencias contrarias. Después de esta unión o coniunctio, la materia moría al
abandonarla su envoltura carnal. Esta muerte o putrefacción permitía la liberación de
su alma, así como la sublimatio purificaba el espíritu de sustancias materiales. El alma
libre podía entonces integrarse con Dios, la unidad perfecta. Por todo ello, la Piedra
Filosofal, comparada a menudo al Cristo, podía aportar la salvación al mundo.

Así entendida, la alquimia aparecía como la proyección de un "drama cósmico en


términos de laboratorio" o la fusión constante de progresos físicos y

psíquicos. En tanto que investigación y conclusión de esta búsqueda, puede ser


calificada de "prospectiva". Según Jung, aquello que los alquimistas llamaban la
"materia", no era sino su propia personalidad y su finalidad consistía en liberar su
"espíritu" de ella. La Piedra Filosofal permitía esta liberación espiritual. Tendía más a
transformar la persona humana que a transmutar los metales. Ello no impide que los
trabajos de laboratorio sean uno de los aspectos de la alquimia convirtiéndola en el
más asombroso diálogo que haya existido nunca entre el hombre y la materia.

Entendida como una química primitiva, llevaba dentro de sí todas las características de
una edad precientífica cuya evolución en el estudio de los fenómenos fue retardada por
el obstáculo animista. Así lo ha demostrado Gaston Bachelard4. El alquimista
confundía incesantemente su vida psíquica y sus experiencias físicas, su alma y los
ingredientes de sus trabajos.
Creemos útil resumir aquí las teorías "científicas" de los alquimistas. Todas ellas
reposan en la concepción de una materia unitaria en el seno de la cual distinguieron
dos principios: el azufre y el mercurio. El azufre correspondía a los elementos activos,
fijos, cálidos, secos y masculinos, mientras que el mercurio correspondía a los pasivos,
volátiles, fríos, húmedos y femeninos. A estos dos elementos se añadía la sal formando
así una tríada

elemental que correspondía a las cualidades de la materia y no a los cuerpos químicos


designados hoy por los mismos nombres.

Jean Fabre ha definido muy acertadamente estos tres principios5. El azufre es "el
fuego celeste que, introduciéndose en los gérmenes inferiores, crea y fija la forma
interior de lo más profundo de la materia". El mercurio "es la sustancia húmeda
primigenia nacida en la semilla de todas las cosas". La sal "es el asiento fundamental
de toda naturaleza, en general y en particular... principio de corporeización que es nudo
y lazo de los dos otros principios, azufre y mercurio, y que les da cuerpo". Estos tres
principios forman las fuerzas constitutivas de una fuerza creadora original: prima
materia elementorum. Es de este átomo energético primitivo de donde fluye el universo
entero. De esta célula fundamental nace el árbol de la naturaleza que se yergue hacia
el cielo de la perfección. El alquimista intentó reencontrarse con este magnum
mysterium, es decir, con la fuerza creadora original y su proceso de desarrollo para
poderlas acelerar. Tal era el propósito de todas sus experiencias. Se presentó como el
hacedor de un universo entendido como grandiosa unidad orgánica y dinámica y en
cuyo movimiento veía una ascensión hacia el Espíritu. Este progreso no se verificaba
con desprecio de la Materia sino con su ayuda. El hombre, concebido como agente de
este proceso era, después de Dios, punto culminante de la creación y preocupación
fundamental del alquimista.

La materia "una y total" conocía cuatro modalidades: los cuatro principios aristotélicos.
La tierra correspondía al estado de solidez o fijación; el agua al de la liquidez; el aire a
los elementos sutiles y el fuego a una sutilidad aún menos sustancial, especie de
apoyatura de la luz y el calor.

Los alquimistas distinguían a continuación siete metales: dos nobles (el oro y la plata) y
viles los demás (cobre, hierro, estaño, plomo y mercurio). Al lado de estos metales
aparecían los más diversos productos químicos siendo todos designados por
expresiones simbólicas. Cualquier producto podía ser representado por una serie de
símbolos diferentes.

El mercurio, por ejemplo, podía llamarse loco, serpiente, mar, linterna, peregrino,
espada, armiño, ciervo o cetro. Los metales imperfectos eran los ingredientes de la
obra alquímica; la Pequeña Obra pretendía transmutarles en plata y la Gran Obra en
oro. Para conseguirlo, la Pequeña Obra debía producir la Piedra Blanca capaz de
cambiar cualquier metal en plata mientras que la Gran Obra se completaba al obtener
la Piedra Roja que transmutaba en oro los metales innobles.

La Gran Obra podía llevarse a cabo por dos vías: una seca, húmeda la otra, según las
preferencias o las capacidades del alquimista. La Vía Húmeda fue la más empleada
pero también la más lenta en tanto que la Vía Seca favorecía una culminación mucho
más rápida de la Gran Obra. Era, sin embargo, sumamente dificultosa.

Las transmutaciones se desarrollaban en una serie de manipulaciones sobre cuyo


número y orden no hubo nunca un acuerdo unánime. Entre ellas habría que mencionar
las siguientes: calcinación, congelación, coagulación, disolución> digestión, destilación,
sublimación, reparación, fermentación, multiplicación y proyección. Todas ellas podían
ser descritas por ilustraciones más o menos complejas o definidas por símbolos
precisos. Por ejemplo, el cuervo, el cráneo, el ataúd, el color negro o cualquier insignia
mortuoria designaban la fase de la putrefacción. La conjunción de materias estaba
simbolizada por un coito mientras que la sublimación lo era por un pájaro alejándose o
por un alma abandonando un cuerpo. Un pájaro descendiendo ilustraba la
precipitación.

Cuatro símbolos pueden resumir la filosofía de los hermetistas: el Sello de Salomón, la


Serpiente Uroboros, el Caduceo de Hermes y el Huevo Filosófico. El sello de Salomón
aparece como un verdadero compendio del pensamiento hermético. Este diagrama con
sus dos triángulos entrelazados formando una estrella de seis puntas, es el símbolo da
la Piedra Filosofal, meta de la Gran Obra. Puede servir para numerosas explicaciones:
por ejemplo, como símbolo del microcosmos humano comprendido en el macrocosmos
universal6 o evocar igualmente la tríada material, base del magisterio alquímico, que
comporta para algunos la materia prima, el mercurio y el azufre y para otros el
mercurio, el azufre y la sal. Estas materias son el objeto de tres obras distintas del
magisterio, o de tres etapas en la consecución de la Gran Obra7.

Para obtener el oro filosófico, es preciso, en términos simbólicos, dar muerte a los
metales imperfectos con el fin de extraerles el azufre; es decir, la exhumación del
espíritu fuera del cuerpo. Esta extracción se realiza por el mercurio -disolvente
universal- obtenido a partir de la materia prima8.

El sello de Salomón consta de siete partes que corresponden a los siete metales
siendo la central la del oro. Contiene, además, los cuatro elementos, la tierra símbolo
alquímico de la tierra, el aire símbolo alquímico del aire., el fuego símbolo alquímico del
fuego., y el agua símbolo alquímico del agua., cuyos signos reunidos en la estrella
hermética expresan la unidad cósmica. Esta concepción unitaria del universo en su
estado de perfección se opone a un caos inicial puesto en orden por el Demiurgo, con
el cual el alquimista ambicionaba identificarse.

La unidad cósmica, base del pensamiento hermético, está simbolizada igualmente por
la Serpiente Uroboros, imagen del Uno-Todo ('en to pan). Su forma circular, símbolo del
mundo, es una alusión al "principio de clausura" o al secreto hermético9. Por
añadidura, enuncia la eternidad concebida como "eterno retorno". Lo que no tiene ni
principio ni fin.

El caduceo es el cetro de Hermes, dios de la alquimia. Recibido de Apolo en trueque


por una lira de su invención, se compone de un varilla de oro entrelazada por dos
serpientes que representan para el alquimista los dos principios contrarios que han de
unificarse, ya sean el azufre y el mercurio, lo fijo y lo volátil, lo húmedo y lo seco o lo
cálido y lo frío. Se concilian en el oro unitario de la caña del caduceo que aparece,
pues, como la expresión del dualismo fundamental que ritma todo lo puramente
hermético y que debe ser reabsorbido en la unidad de la Piedra Filosofal. Esta
armoniza todos los elementos contrarios. Es a la vez macho y hembra, pues puede
autogenerarse y por ello fue representada a menudo con la

apariencia de un Andrógino, uno de los símbolos capitales del hermetismo.


El Huevo Filosófico contiene el germen del que nacen todas las cosas. Foco universal,
alberga bajo su cáscara a los elementos vitales, así como el Vaso Herméticamente
Cerrado contiene el Fermento (compost) de la Obra. El Vaso, ya fuera matraz, aludel,
cucúrbita o retorta, debía ser incubado como el Huevo para que su Fermento pudiera
transformarse. El calor de la incubación había de mantenerse en un Atanor u Horno
Alquímico, muy a menudo representado e incluso construido en forma de torre
almenada con el fin de proteger al Huevo depositado entre sus muros. El Fermento
podía someterse a diversos baños de cocción (por ejemplo, el famoso "baño María",
así llamado por la célebre alquimista María la judía), o ser destilado para la fabricación
del Elixir Vitae o incluso sufrir la transmutación en oro o plata.

Los productos del Fermento estaban representados por animales o seres humanos
frecuentemente encerrados en vasos. Por ejemplo, una reina simboliza el mercurio y un
rey el azufre. Se les ve unirse a menudo pues de su cópula debe nacer el Hijo de la
Filosofía, es decir, el oro.

Un dragón en un vaso simboliza la materia prima de donde se extraen los dos agentes
de la Obra: el ardiente azufre y el húmedo mercurio, también representados por el sol y
la luna o por un hombre heliocéfalo y una mujer de cabeza lunar.

Simplemente esta enumeración de símbolos sería suficiente para convencernos de la


primacía del contenido espiritual de la alquimia. Los laboratorios eran oratorios antes
que cualquier otra cosa donde los alquimistas descubrieron, sin embargo, numerosos
productos. Y sobre todo, desdeñaron profundamente a aquellos que ignoraron la
verdadera significación de sus experiencias y su dimensión espiritual calificando con
sarcasmo de "sopladores" a los que se limitaban a buscar oro o ciertos productos
químicos en su vulgar materialidad. No obstante, no hay que olvidar que estos
"sopladores", al rechazar el contenido animista de la alquimia favorecieron el
nacimiento de la química moderna.

Consagramos un estudio a las influencias de estas investigaciones empíricas sobre


numerosas técnicas artísticas al apercibirnos de que la traducción de los tratados
árabes y de sus recetas sobre la coloración del vidrio había desencadenado la
expansión de las vidrieras a partir del siglo XII o de que Jan van Eyck había
descubierto una fórmula de pintura al óleo gracias a sus conocimientos alquímicos,
principalmente los referentes a la destilación. Descubrimos también el papel de los
alquimistas en la fabricación de colores artificiales y reconocimos sus hallazgos en el
terreno de la cerámica. Finalmente, tuvimos que rendimos a la evidencia de que su
maestría en la obtención de aleaciones metálicas o en la de gemas, repercutió en la
orfebrería, así como su conocimiento de las virtudes del agua fuerte influyó en el arte
del grabado.

Una de las consecuencias más importantes de la alquimia fue, sin duda alguna, el
perfeccionamiento o incluso hallazgo de algunas técnicas artísticas. Esperamos
publicar próximamente nuestras conclusiones sobre este aspecto de las relaciones
entre la alquimia y el arte.

El "homo religiosus"

La alquimia concebida como técnica de salvación se vincula a las místicas. Son


abundantes sus préstamos de símbolos del cristianismo entre los cuales la pasión, la
muerte y la resurrección del Cristo gozaron de un favor especial. El mito evangélico de
la muerte del hombre-dios y de su renacimiento bajo un aspecto divino desembarazado
de su ganga humana, corresponde al nacimiento de la Piedra Filosofal que, imagen del
Cristo, encarna el paso de la imperfección material a la perfección espiritual. Al igual
que el Cristo, el metal debe sufrir y ser torturado antes de ser depositado en el sepulcro
donde se realiza su putrefacción. Sin embargo, esta muerte es sólo el preludio de una
gloriosa resurrección, un peldaño hacia la inmortalidad, la felicidad suprema cuyas
prendas son el oro y el Elixir Vitae. Incluso Lutero fue seducido por el aspecto religioso
de la alquimia "a causa de las magníficas comparaciones que nos ofrece con la
resurrección de los muertos y el Juicio Final".

Entre las numerosas alusiones a la muerte y resurrección del Hijo de Dios,


mencionaremos la del Libro de la Luz que, citando a Arnau de Vilanova, nos dice: "El
Hijo del Hombre debe ascender de la tierra hacia el cielo y ascender sobre la cruz del
alambique... la Piedra debe encerrarse en un recipiente como Cristo en la tumba"10.
Esta cita de Arnau de Vilanova nos recuerda que, en su tratado Los secretos de la
naturaleza, narró la fabricación de la Piedra empleando los mismos términos que para
la Pasión.
Por su parte, Basilio Valentín exclamaba: "Has de saber, estimado amante cristiano del
arte, que la Santísima Trinidad ha creado la Piedra Filosofal de una forma brillante y
maravillosa, pues Dios Padre es un espíritu aunque aparezca bajo la figura de un
hombre... igualmente, debemos considerar el mercurio de los filósofos como un cuerpo
espíritu ..."

Dom Pernety nos da también una interpretación hermética del mito cristiano. Señala,
por ejemplo, que el Elixir es "originariamente una parte del espíritu universal del mundo,
corporizado en una tierra virgen de la que debe ser extraído para superar todas las
manipulaciones estipuladas antes de llegar a su fin de gloria y perfección inmutable. En
la primera operación es torturado hasta derramar su sangre; muere en la putrefacción;
cuando el color blanco sucede al negro, sale de las tinieblas y de la tumba y resucita
glorioso; sube al cielo, pura quintaesencia; desde allí juzga a los vivos y a los
muertos"11. Si los tratados se sirven de la pasión y resurrección del Cristo como una
alegoría de la Gran Obra, también toman prestado del cristianismo otras materias de fe
como el dogma de la Trinidad.

La tríada divina corresponde alquímicamente a la del azufre, el mercurio y la sal (los


tres gérmenes de la Obra) o a la de sus análogos: el alma, el espíritu* y el cuerpo. Para
los hermetistas el hombre lleva en su alma la fuerza solar y la del oro. Su espíritu
contiene en sí mismo la fuerza lunar y mercurial mientras que su cuerpo encierra la
fuerza de la sal12.

Bernardo el Trevisano resume como sigue la constitución tripartita del hombre y de la


Piedra: "Existe la trinidad en la unidad y la unidad en la trinidad y en ella están cuerpo,
espíritu y alma. Y allí también están el azufre, el mercurio y el arsénico"13. Esta
asimilación del dogma cristiano informó la redacción por un monje alemán a principios
del siglo XV de una obra alquímica titulada Libro de la Trinidad. Este clérigo es uno de
los que, por su cultura y erudición, pudieron implantar y cultivar la alquimia en
Occidente. Nos permite afirmar que, para una buena parte del clero, la alquimia no
estaba en contradicción con la fe cristiana, sino que la iluminaba bajo otros aspectos
con expresiones diferentes.

La alquimia fue adoptada como una disciplina espiritual, empleando medios diferentes
pero expresando una misma mística. La práctica que tenían los monjes alquimistas en
manejar textos litúrgicos hizo que los textos herméticos utilizaran muy a menudo
expresiones del Evangelio modificando ligeramente su forma, tal y como puede leerse
en el siguiente pasaje del Pequeño rosal: "En verdad, en verdad que muchos falsos
filósofos vendrán a mí e introducirán a los humildes en el error"15. De la misma manera
la parábola del sembrador y de la semilla que debía morir en la tierra para germinar
ilustra una gestación del Oro Filosófico.

Podemos rastrear esta vena religiosa a través de toda la literatura alquimista y


volveremos a tropezar con abundantes símbolos cristianos, ya sean del antiguo o del
Nuevo Testamento. Por ejemplo, leemos en el Libro de la Doce Puertas de Ripley que
"el mundo y la Piedra han nacido de una masa informe. La caída de Lucifer, y el
pecado original, simbolizan la corrupción de los metales innobles"15.

Michael Maier recalca las relaciones entre la epopeya de Cristo y la de la Piedra tal y
como la había narrado Melchor Cibinens, un alquimista húngaro autor de un rito
alquímico basado en el gradual de la misa. "Melchor... hombre piadoso e iniciado en el
sacerdocio, escribió y describió como un verdadero artista los arcanos de esta ciencia
secretísima bajo una forma sagrada: la misa. Este hombre sabio comprendió que la
Piedra Filosofal se caracterizaba por un nacimiento, una vida, una sublimación y una
pasión en el fuego, después por una muerte en el color negro y tenebroso -y por último
una resurrección y una vida en el color rojo, el más perfecto. A partir de ahí establece
una relación entre la Piedra y la culminación de la salvación de los hombres, a saber: el
nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo evocados todos ellos en la
misa"16. Esta asimilación de la misa y de la obra alquímica expresa cabalmente los
propósitos místicos de la ciencia de Hermes.

La Virgen, madre de Dios, fue también adoptada por el simbolismo hermético. A veces,
se la comparó a la Piedra, principalmente por Petrus Bonus que nos dice: "Según los
antiguos filósofos la Piedra se engendra ella misma tal como una Virgen que hubiera
concebido sin concurso de hombre"17. Algunos grabados nos la muestran
amamantando por sí misma al Hijo, símbolo del oro, Imagen de la pureza, al igual que
la Piedra, no está mancillada por la cópula. Señalemos con este motivo que la fase de
la albedo o blanqueamiento de las materias era representada muy a menudo por la
"Prostituta de Babilonia" devuelta al estado virginal. "El arte la purifica de toda mancha
y la restituye la virginidad. Cuando se muestra en dicho estado, los filósofos la llaman la
Virgen"18.
La alquimia fue un método de perfección espiritual y de percepción de Dios.
Entendiéndolo así, Georg von Welling escribía en el prólogo de su Opus mago-
cabbalisticum "... no es nuestra intención enseñar cómo se fabrica el oro sino algo
mucho más elevado: conocer cómo la naturaleza puede ser vista y reconocida como
derivada de Dios, y Dios verse en la naturaleza"19.

El alquimista llevaba a cabo una experiencia sagrada a la manera de los grandes


místicos panteístas. Intentaba desembarazarse de su condición enturbiada de bajezas,
ayudándose en la materia y principalmente en los metales que, como él mismo, debían
morir antes de ser transmutados en oro, imagen de perfección. Para ello seguía el
ejemplo del Hijo de Dios y de su pasión. La experiencia mística de los alquimistas nos
aparece como una triple pasión y resurrección: las de la materia, el hombre y Dios.
Otorga al sufrimiento redentor una mayor dimensión al asociar la materia al drama
humano, mientras que, hasta entonces, no había sido sino un obstáculo. El alquimista
se libera con y para la materia. En cierta forma, perfecciona el cristianismo.

El eros químico

Hemos visto que la obra alquímica sólo podía realizarse por la unión de dos
naturalezas, masculina y femenina, activa y pasiva seca y húmeda, que fueron
concretadas por el azufre y el mercurio, el oro y la plata correspondiendo al sol y la
luna. La mujer, considerada frecuentemente en la iconografía hermética como el
disolvente universal, representó el mercurio cuya humedad debe ser absorbida por el
azufre simbolizado por el hombre. El coito alquímico es la imagen de esta absorción.

Toda la alquimia fue orquestada sobre el ritmo binario del coito simbolizado muy a
menudo por la unión de un rey y una reina. Estos Esposos Reales debían engendrar un
hijo: el Hijo de la Filosofía, símbolo del Oro Filosófico o de la Piedra, según unos textos
ilustrados con gran cantidad de dibujos, pinturas o grabados describiendo las diversas
fases de las Bodas Reales. La coniunctio de los dos Esposos era generalmente llevada
a cabo entre el Sol y la Luna, símbolos de los dos principios y, a la vez, evocación de
su finalidad. En alguna ocasión, el Rey y la Reina son sustituidos por un hombre
heliocéfalo que se une a una mujer con cabeza lunar.
Cupido, símbolo del vitriolo.

Cupido, símbolo del vitriolo

(Peters, Auspharmaceutischer Vorzeit. A.C.L.).

Esta imaginación sexual de la producción del oro debe enlazarse con las creencias
sobre la embriología metálica que se remontan a las fuentes de la humanidad.
Nuestros antepasados creían que los metales crecían como embriones en un vientre
telúrico que les nutría materialmente. Los metales germinaban para convertirse en oro
en el estado perfecto de su madurez. El alquimista arrancaba el metal embrionario del
seno materno para acelerar una maduración demasiado lenta de por sí. Veamos cómo
explica un tratado el proceso de la generación de los metales: "así como el hombre
arroja su semen en la matriz de la mujer, en la cual no permanece pues, después de
tomar una porción, la matriz expulsa fuera lo sobrante, lo mismo ocurre en el centro de
la tierra cuya fuerza magnética... atrae hacia sí lo idóneo para engendrar y desecha el
resto para fabricar piedras ..." Los minerales nacidos de esta fecundación terrestre
conocían el mismo desarrollo que los embriones para constituirse en oro al final de la
gestación.

El alquimista que quisiera apresurar este proceso, debía extraer los minerales del
vientre de la terra mater y depositar estos embriones metálicos en vasos comparables
a los órganos humanos. Incluso algunos eran comparados a órganos sexuales, por
ejemplo, el matraz refleja la matriz. Nicolás de Locques escribía que algunos
recipientes tenían "forma de senos o forma de testículos", y que se usaban "para la
elaboración de la simiente masculina y femenina". María la Profetisa inventó un vaso
destilatorio que era "una especie de matriz o útero del cual debía nacer el Hijo de los
Filósofos, la Piedra Milagrosa"20. Ciertas operaciones utilizaban un aparato, el doble
pelícano comparado a dos cuerpos de sexos diferentes enlazados y conteniendo cada
uno los dos principios herméticos, el activo y el pasivo. Con el feto, el Fermento debía
pasar nueve meses en el Vaso, al menos si creemos a Zósimo, quien escribe: "El
tiempo de la gestación no es menor de nueve meses cuando no hay aborto"21.
Además de estas alusiones sexuales, los vasos alquímicos eran comparados con
frecuencia a una habitación nupcial donde los productos del Fermento debían unirse
como los Esposos Reales.
El fuego que transformaba los productos, estaba también sexualizado. G. Bachelard
analiza sabiamente este simbolismo sexual del fuego alquímico22. Según Nicolás de
Locques, el fuego puede ser "interno o externo... el interno es espermático,
engendrador y madurador"23. Escribe además que los filósofos distinguen varias
clases de calores, "un calor digestor parecido al del estómago, otro generador como el
del útero, otro coagulante semejante al que hace el esperma y otro lactificante como el
de los pechos..."24. Algunos alquimistas, hablando de la "verga" del fuego, decían que
su "arte imita la naturaleza manipulando un cuerpo por el fuego". ¿Puede encontrarse
una mejor imagen de la penetración sexual del calor ígneo en la materia a fecundar?
Los textos contienen, por otra parte, expresiones muy evocativas: "Verga del fuego
mágico -de donde mana- una fuente clara"25.

El fuego portador de vida ha suscitado siempre delirios de poder en aquellos que lo


poseían. "Toda la alquimia, escribe Bachelard, era surcada por un inmenso ensueño
sexual, por una ilusión de riqueza y de rejuvenecimiento, por un delirio de poder... este
delirio sexual es un delirio del hogar. Se podría incluso decir que la alquimia realiza,
pura y simplemente, los caracteres sexuales del delirio del fuego. Lejos de ser una
descripción de fenómenos objetivos, es una tentativa de inscripción del amor humano
en el corazón de las cosas..."26. Este delirio inunda los textos y sus ilustraciones. La
alquimia gusta de las palabras matrimonio, coito, boda, unión o abrazo."Nada es más
frecuente en los escritos de los filósofos que el término matrimonio, escribe Dom
Pernety. Dicen que es necesario desposar al sol con la luna, a la madre con el hijo, al
hermano con la hermana; y todo esto no es otra cosa que la unión de lo fijo con lo
volátil que debe cumplirse en el Vaso con la ayuda del fuego".

El oro era el fruto de la coniunctio de dos principios fundamentales: el azufre y el


mercurio. Los textos describen harto imaginativamente su cópula. "El mercurio es
estéril... pero cuando se purga y prepara como es preciso y es calentado por azufre,
pierde su esterilidad". Si bien el mercurio era comparado, a veces, con una mujer
estéril, era también una virgen sufriendo los asaltos del azufre..." Ese fuego sulfuroso
es la semilla espiritual que nuestra virgen, aun conservando su virginidad, no se cansa
de recibir ...".

La oposición de los elementos de la dualidad sexual desaparecía en la unidad del oro,


imagen de la perfección. El Rey y la Reina, habiendo consumado sus Bodas y
engendrado al Hijo de la Filosofía, podían entregarle el poder. Lo testimonia el
siguiente texto: "Cuando hayáis visto en la vasija de vidrio mezclarse la naturaleza y
volverse como sangre coagulada y quemada, estad seguro que la hembra ha sufrido
los abrazos del macho... y que el Hijo Real ha sido concebido... y que es este oro que
en nuestra Obra ocupa el lugar del macho y a quien se une con otro oro blanco y crudo
que ocupa el lugar de la semilla femenina, en la que el macho deposita su esperma: y
se estrechan juntamente en un lazo indisoluble ..."30.

La Piedra Filosofal, objetivo de la Obra alquímica, no conocía la oposición sexual, sino


que la conciliaba en su hermafroditismo. Simbolizada frecuentemente por el Andrógino,
esta petra genitrix, encontraba en sí misma todos los elementos genitores. Se desposa
a sí misma; se embaraza a sí misma; nace de sí misma: se resuelve en su propia
sangre; se vuelve a coagular con ella ..."31. De alguna manera, se trata de una
partenogénesis.

La unión de dos principios alquímicos podía revestir la forma de un incesto. Gran


número de alegorías hacen alusión a la cópula de una madre y su hijo32, equivaliendo
la madre a la fuerza vital universal, a la mujer en toda su extensión. Los textos hacen
frecuentes alusiones al incesto filosófico: "Cuando me encuentro entre los brazos de mi
madre, unido a su sustancia, la detengo y la fijo"33. "El agua, o el mercurio, es la
madre que debe ser ubicada y sellada en el vientre del hijo, es decir, del sol, que ha
venido de esta agua"34. "Una vez que el hijo ha llegado a ser fuerte y robusto... pondrá
en su Vientre a la madre que le trajo al mundo"35. "Aquel que quiera entrar en el reino
de Dios debe entrar primeramente con su cuerpo en su madre y allí, morir"36. Este
mismo erotismo incestuoso puede llevarse hasta el sadismo, como en el Triunfo
hermético, donde el adepto da el siguiente consejo: "Abre el seno de tu madre con la
hoja de acero, escudriña hasta en sus entrañas y penetra en su matriz, es ahí donde
encontrarás nuestra materia pura ..."37, o también: "Rásgale las entrañas con el filo de
una espada y sírvete de una lengua dulce, insinuante, lisonjera, cariñosa, húmeda y
ardiente"38. Este regressus ad uterum evoca un retorno a la materia prima, a la tierra
madre, al estado primordial de la naturaleza. En términos espirituales se podría ver en
ello un deseo de reintegración cósmica. El célebre acróstico de Basilio Valentín basado
en la palabra vitriol "Visita Interiora Terrae Rectificando, Invenies Occultum Lapidem"
hace depender el descubrimiento de la Piedra de un retorno a la tierra madre.
Descender a sus abismos y rebuscar en sus anfractuosidades, es realizar un retorno al
caos primordial, a la materia prima y a la madre universal.

Este incesto filosófico corresponde a la coniunctio en el agua, elemento fluido y


femenino por excelencia, que la mayoría de las veces sirve de medium nupcial a los
Esposos Reales. La unión de los dos principios se perpetra así en la matriz de la mujer
universal. El amor acuático corresponde, en suma, al regressus ad uterum. Pues "este
agua se llama también vasija de la naturaleza, vientre, matriz, tierra y nodriza. Es
también la fuente en la que el Rey y la Reina se bañan. Es la madre que es preciso
colocar y sellar en el vientre de su hijo... es por lo que ellos se aman entre sí como una
madre y un hijo; se acarician y se estrechan porque los dos han venido de una misma y
única raíz y porque son los dos de una misma sustancia y de una misma
naturaleza ..."39. El simbolismo del agua, de la humedad radical y de la mujer designa
al mercurio concebido como materia, principio y fin de la Obra. En griego se decía
"agua de plata" ( [hydrárgyros]). Al igual que el agua, significa la fuerza vital.

Estas nociones nos revelan una alquimia insuflada de un ardor poético que engloba la
totalidad del universo en el alma humana y la pulveriza en partículas que escapan
hacia el infinito de las galaxias. No duda en celebrar, sobre el lecho de su imaginación,
las bodas sublimes del Sol y la Luna. Las bodas químicas son también astrales. Las
gentes primordiales del hombre, las de sus pasiones amorosas y dolorosas, han sido
llevadas por la alquimia más allá de los espacios terrestres. Esto es lo que nos
demuestran textos como el de Espagnet quien escribía a propósito de las bodas
químicas: "Para que los hijos nazcan sanos, robustos y vigorosos, es necesario que los
dos esposos lo sean también... así es como deben ser el sol y la luna antes de entrar
en el tálamo nupcial. Entonces se consumará el matrimonio y de esta conjunción
nacerá un rey poderoso cuyo padre será el sol y la luna, su madre"40.

El jardín de los filósofos y su bestiario

Continuando nuestra investigación a través de uno de los mayores repertorios


simbólicos que en el mundo han sido, descubrimos un jardín donde los alquimistas
hicieron proliferar una lujuriosa vegetación. En él, cada flor y cada árbol son el símbolo
de un concepto, e igualmente los pájaros, mamíferos o monstruos híbridos que no
cesaron de poblar la imaginación de los adeptos. En el centro del jardín se yergue el
Arbol de la Filosofía, antigua expresión de la fuerza universal, prueba del todo-poder.41
En sus ramas están prendidos los sueños de inmortalidad y de conocimientos
sobrenaturales. Este árbol de la vida, símbolo cósmico, evoca al del Génesis, al de los
Vedas o a los de la mitología asirio-babilónica. El alquimista puede recolectar sus frutos
sólo después de haber ascendido los siete peldaños de la escala de los sabios o
experimentado los siete grados de la

iniciación. Habiendo realizado las siete operaciones de la Obra y obtenido la Piedra


Filosofal, puede despojar al árbol de sus frutos y saborear sus delicias.
Otro árbol, éste con el tronco hueco, oculta un manantial cuyas aguas regeneradoras
conceden la inmortalidad a aquel que haya logrado descubrirlas. Este Arbol Hueco que
derrama las fuentes de la vida nos debe recordar a las antiguas diosas de las aguas
resplandecientes. Además, y por su inflorescencia vegetal, tal árbol fue frecuentemente
comparado con la mujer pues, al igual que ella, acarrea los frutos terrestres. La fuente
de aguas vivas que surge de sus raíces equivale al hijo engendrado por la mujer
filosófica. Por otra parte, al roble o la encina, cuando están huecos y viejos, se les
llama en griego [saronis], término próximo a [saron] o "mujer vieja". El jardín exhibe
además dos árboles astrales: el árbol lunar y el árbol solar. El situado bajo la
intercesión del astro nocturno produce frutos de plata, y áureos el que está bajo la del
astro diurno. Pero dejemos al cuidado de un alquimista la descripción de estos árboles
preciosos. "Advertí dos árboles más elevados que los demás. Uno de ellos ostentaba
un fruto semejante al sol más luminoso y más brillante y sus hojas se parecían al oro.
El otro tenía frutos de un blanco más resplandeciente que el del lirio y su hojas eran
como de plata fina. Estos árboles eran denominados por Neptuno, el uno árbol solar y
el otro lunar"42.

El alquimista que conseguía fabricar la Piedra Blanca capaz de transmutar todo metal
en plata, podía recoger los frutos del árbol lunar. Aquel que hubiera fabricado la Piedra
Roja capaz de transmutar un metal innoble en oro, cosecharía los frutos de un árbol
solar, que fue comparado al árbol de las manzanas de oro del jardín de las Hespérides.
En efecto, al alquimista le gustaba compararse con Hércules quien consiguió hurtarlas
después de matar al monstruo guardián del árbol. Como el antiguo héroe, también él
debía combatir con su dragón, el caos de la materia bruta, antes de apoderarse de sus
frutos. Consiguiendo organizar el caos primordial confería a la materia la unidad de la
perfección, simbolizada por el Oro, cuyo signo (un círculo rodeando un punto)
representaba al Uno-Todo, principio de lo eterno inalterable. Señalemos, por último,
que los árboles aurífero y argentífero estaban rodeados a su vez por cinco árboles
consagrados a los metales innobles. Todos ellos formaban un parque metálico.

Entre las flores del jardín alquímico se distinguen especialmente las rosas rojas y
blancas. La rosa blanca, como el lirio, fue relacionada con la Piedra Blanca, objetivo de
la Pequeña Obra mientras que la rosa se asoció a la Piedra Roja, cumbre de la Gran
Obra. La mayoría de estas rosas tienen siete pétalos, cada uno de los cuales evoca un
metal o una operación de la Obra. Conviene saber a este respecto que los alquimistas
gustaban, desde Arnau de Vilanova, titular sus tratados "Rosales de los Filósofos".
¡Incluso el célebre Roman de la Rose fue considerado como una obra hermética, al
menos en la parte redactada por Jean de Meung, llamado Clopinel!43

Más tarde, la rosa fue imbricada a la cruz en el símbolo capital de la Hermandad de los
Rosacruces. Dom Pernety escribe a propósito de las flores que "los filósofos dan ese
nombre a los espíritus ocultos en la materia y a los distintos colores que atraviesa
durante las operaciones"44. Aún hoy día, llamamos "flor" a los productos volátiles
obtenidos en la sublimación. Pensemos en la flor del azufre. Es uno de los muchos
legados de la alquimia.

Todo un bestiario habitaba el jardín de los filósofos. Se pueden distinguir dos especies
principales: aérea y terrestre. Los pájaros, así como los demás animales alados,
representan el principio volátil mientras que los animales ápteros encarnan el principio
fijo. Con mucha frecuencia, un animal alado combate con un animal áptero para ilustrar
la lucha química entre los principios volátil y fijo y su correspondencia espiritual en la
lucha entre el alma y el cuerpo.

Se encuentran asimismo animales de la misma especie y de sexos diferentes


paseándose juntos, copulando o peleando, tales como el león y la leona, el perro y la
perra o el águila y su hembra. Estas parejas evocan los dos principios que se unen o se
enfrentan. Hallamos un león verde y un león rojo representando dos estados distintos
de la materia. El León Verde simboliza la materia cruda en estado crudo, mientras que
el León Rojo representa a esta materia después de diversas operaciones. Esta es, en
suma, toda la diferencia que existe entre la materia prima y la materia elaborada. El
perro es considerado como el símbolo del azufre o del oro metálico (por oposición al
Oro Filosófico). El lobo representa al antimonio y puede ocurrir que ese lobo devore al
perro para demostrar que el antimonio es capaz de purificar el oro.

Mucho más raramente encontramos al cordero que simboliza, en ocasiones, ciertas


materias empleadas para obtener la Piedra. El ciervo, como símbolo del mercurio
aparece con cierta frecuencia. El oso representa la materia prima en su fuerza bruta y
caótica. El carnero y el toro, tomados en su significación zodiacal determinan los dos
períodos astrológicos entre los que deben desarrollarse las operaciones de la opus
alchimicum. En cuanto al conejo, él es el guía del alquimista en las entrañas de la
tierra.
Los pájaros, cuando se elevan en el cielo, representan la volatilización o sublimación
de las materias encerradas en el vaso. Si descienden a la tierra simbolizan la
precipitación y condensación de esos productos. El pájaro por excelencia es, sin duda
alguna, el de Hermes: el águila. Después de ella se sitúan con no menor importancia el
pelícano y el fénix. El pelícano es el símbolo de la Piedra Filosofal que puede
multiplicarse extrayendo su fuerza de ella misma igual que este pájaro alimenta sus
crías con su propia sangre45. Como el pelícano se suele asociar al Cristo de la religión,
la Piedra por él simbolizada fue para los alquimistas reflejo del hijo de Dios. Al lado del
pelícano estaba el fénix, pájaro mítico consagrado al sol y que renace de sus cenizas.
Simboliza la Piedra Roja. Los otros dos colores fundamentales de la alquimia tienen
también sus pájaros propios: el cuervo y el cisne.

El cuervo de negro plumaje encarna las materias sometidas a la putrefacción o a la


nigredo, mientras que el cisne, imagen de la blancura, representa a las materias
sometidas a la albificación o albedo. Entre los pájaros alquímicos se encuentra también
el gallo al que se compara con el fuego a causa de su vigor. Más raramente designa la
Piedra Roja. La paloma no tiene más significación particular que la de designar el
principio de volatilidad inherente a todos los pájaros en general. Puede a veces
designar la Piedra Blanca. El pavo real de múltiples colores representa las diversas
tonalidades que se manifiestan en el curso de las operaciones. Tiene la misma
importancia simbólica que el arco iris.

El jardín cuenta también con batracios como la salamandra, símbolo del fuego. Entre
los reptiles aparece la serpiente como uno de los símbolos primordiales de la alquimia.
Aparece bajo diversas formas, de las cuales la principal es, sin duda alguna, la de
uroboros, a la que ya nos hemos referido. "La serpiente uroboros -se lee en un antiguo
manuscrito griego- es la composición que es devorada y fundida en su totalidad,
disuelta y transformada por la fermentación... su vientre y su espalda son de color
azafrán; su cabeza de un verde oscuro; sus cuatro pies constituyen la tetrasomía (es
decir, los cuatro metales imperfectos: plomo, cobre, estaño, hierro); sus tres orejas son
los tres vapores sublimados. El uno da su sangre al otro y uno engendra al otro. La
naturaleza seduce a la naturaleza; la naturaleza triunfa sobre la naturaleza"46.

Las serpientes pueden, como el cuervo, simbolizar el color negro de la putrefacción. Se


les presenta a veces en una tríada que rememora las tres materias del arte: mercurio,
azufre y sal. La serpiente tricéfala manifiesta un simbolismo idéntico. Los reptiles
pueden ser alados o ápteros según simbolicen un principio fijo o uno volátil. A veces la
serpiente está crucificada y entonces representa la fijación de un principio volátil. Esta
alegoría recuerda, según algunos, a la serpiente de bronce del Antiguo Testamento que
profetizaba la crucifixión del Cristo, y también a la del gnosticismo. De hecho, los
gnósticos, cuya mística influenció notablemente en la alquimia, emplearon la serpiente
crucificada para evocar al Cristo en la cruz.

Del mundo de los reptiles pasamos al de los peces. Según Dom Pernety, el pez definía
uno de los momentos de la Obra pues "cuando la materia ha llegado a cierto grado de
cocción, se forman en su superficie pequeñas burbujas que se parecen a los ojos de
los peces"47. La rémora a la que la leyenda atribuye el poder de detener los navíos
simboliza la fuerza de fijación de la materia. La alquimia naturaliza también a
monstruos marinos como las sirenas que, con toda seguridad, contaban con hermanos
terrestres también híbridos, tal como el dragón que es un símbolo polivalente que
puede significar el caos, la materia prima o el fuego. Se le representa muy
frecuentemente en medio de llamas o escupiendo fuego. A veces, dos dragones luchan
entre sí para simbolizar la putrefacción. A menudo, el alquimista, armado como un
guerrero, se enfrenta al dragón demostrando que intenta unificar el caos o que trata de
elaborar el oro a partir de la materia bruta. Este monstruo puede ser alado o áptero,
según esté representando la fijeza o la volatilidad. Si posee tres hocicos simboliza la
extracción de las tres materias de la Obra: la sal, el azufre y el mercurio. Los
alquimistas le han asociado generalmente al dragón de las Hespérides para evocar
especialmente a la tierra que guarda en su seno la simiente del oro. Al igual que la
serpiente, el dragón puede ser uroboros e ilustrar el mismo precepto filosófico del Uno-
Todo. El basilisco simboliza el mercurio o cualquier preparado disolvente. El unicornio,
animal fabuloso, fue también uno de los símbolos favoritos de los alquimistas"48. Es la
imagen del mercurio e igualmente del principio masculino y activo, por ello le hallamos
en la mayoría de las ocasiones acompañado de una virgen, imagen de la feminidad
pasiva.

En la frondosidad del jardín alquímico se alza finalmente la fuente de juventud


derramando el Elixir perfecto del magisterio de los filósofos, capaz de ofrecer al hombre
la inmortalidad. Un alquimista describe esta fuente: en su cima "brilla un carbunclo
admirable... ilumina los lugares más brillantemente que ningún sol del mundo. Destierra
al tiempo, hace al día eterno ..."49 Este rubí es evidentemente una alusión a la Piedra
Roja. Con frecuencia, la fuente está rematada por los astros solar y lunar, y derrama
aguas cual si de flujos cósmicos se tratara50. Se alimentaba de siete manantiales que
corresponden a los siete metales. Así era la fuente que Jean d'Espagnet sitúa en su
Jardín de los sabios. El adepto debía llevar a abrevar en ella al dragón antes de
obtener el oro.

El olimpo alquímico

Del jardín hermético y de su bestiario nos trasladamos hacia el mundo de dioses y


héroes que habitan el Olimpo alquímico. Dom Pernety, benedictino de Saint Maur,
dedica un volumen a la explicación hermética de las fábulas antiguas. Su obra apareció
en París en 1786 bajo el título de Les Fables égyptiennes et grecques dévoilées et
réduites au même principe (Las fábulas egipcias y griegas descifradas y reducidas a un
mismo principio), es decir, el de la alquimia. Dicho de otro modo: los alquimistas se
rodearon de numerosos dioses y se enfundaron gustosamente en la armadura de los
héroes.

Cada metal corresponde a un dios y su planeta. Saturno simboliza el plomo; Júpiter, el


estaño; Venus, el cobre; Marte, el hierro; Apolo, dios solar, corresponde al oro y Diana,
su hermana, de halo lunar, encarna la plata. Hércules recibió un trato especial. Sus
célebres trabajos fueron considerados como predicción de las operaciones de los
alquimistas. Su combate contra la hidra de Lerna fue comparado a la producción de la
Piedra Filosofal. Su apoderamiento de las manzanas del jardín de las Hespérides
evocó la posesión del Oro Filosófico, El adepto, nuevo Hércules, debía, él también,
enfrentarse a su dragón antes de apropiarse de los frutos de oro. La lucha de Teseo
contra Minotauro corresponde a la de Hércules. El laberinto mismo fue considerado
como alegoría de las dudas y dificultades que el alquimista encuentra en el curso de la
opus alchimicum. Como Teseo, debía desenredar el hilo de Ariadna para no
extraviarse. Dédalo, arquitecto del laberinto y su hijo Icaro, que escaparon de él gracias
a unas alas de su propia fabricación, representan las materias volátiles. Saturno, Marte
y Vulcano. Símbolos del plomo, el hierro y el azufre. Saturno, símbolo del plomo. Marte,
símbolo del hierro. Vulcano heliocéfalo, símbolo del azufre. (Peters, Aus
pharmaceutischer Vorzeit. A.C.L.). El alquimista se nos muestra asimismo bajo la
apariencia de Vulcano, quien, como él, dominaba los fuegos.

La leyenda de Hermafrodito, hijo de Afrodita y de Hermes, cuyo cuerpo fue unido al de


la ninfa Salmacis, ilustra la fabricación de la Piedra Filosofal, representada
generalmente por el Andrógino, dotado de dos naturalezas. Dánae, seducida por
Júpiter bajo la forma de una lluvia de oro, fue comparada con la unión del azufre y el
mercurio. El cuidado de los alquimistas se dirige evidentemente con mayor atención
hacia las leyendas que ensalzan el valor del oro. Por ejemplo, apreciaban sobremanera
la que narra que una lluvia de oro cae cuando Minerva nace del cerebro de Júpiter. La
expedición de Jasón y de sus compañeros sobre el "Argo" y su conquista del vellocino
de oro, simbolizó las diversas operaciones de la obra alquímica y la producción final del
Oro Filosófico.

Los textos alquimistas aluden también a Atalanta a quien Hipómenes venció en una
carrera arrojándola tres manzanas de oro que ella se apresuró a recoger. La edad de
oro de Saturno fue objeto de numerosas especulaciones alquímicas. Este dios que
devoraba a sus hijos llegó a ser el símbolo de la disolución, de la putrefacción o de la
nigredo, mientras que Diana representaba la albedo o la materia blanca y Apolo esta
misma materia una vez enrojecida. Júpiter, derrocador de Saturno, fue identificado a
menudo con el Hijo de la Filosofía, rey de una nueva era.

LA SIMBOLICA HERMETICO-ALQUIMICA

Dos de las preocupaciones mayores que han obsesionado al hombre desde que el
mundo es mundo, son la de la inteligencia y la de la riqueza. Dicho de otro modo, por
una suerte de derivación del instinto de autoconservación, ha deseado entender cuál
era su papel en esta vida y ha querido poseer, controlar, dominar su entorno. Al menos
este es el punto de vista, el ángulo bajo el cual se ha querido explicar casi siempre la
génesis de la Alquimia.

Sin embargo, existe otro punto de vista, menos exterior, menos científico, pero acaso
más poético; y como la Alquimia es, al menos para nosotros, el Gran Arte de los
Poetas, recurriremos a este punto de vista a la hora de efectuar el análisis de algunos
de los símbolos que nos proponemos abordar. Se trata ni más ni menos que del mito
bíblico de la Caída que, sin embargo, no podemos disociar de su contrapartida gloriosa:
la Redención. Dicho con otro lenguaje, es la destrucción del Templo y su
reconstrucción. A propósito de ello podemos leer (Mt. XXVI-61): "Puedo destruir este
Templo y reconstruirlo en tres días". Tres días que aluden sin duda a los tres grandes
pasos de la obra, simbolizados por los tres colores negro, blanco y rojo. Más adelante
volveremos a tocar el simbolismo del tres, tan importante en la ciencia hermética.
La inteligencia de la relación, misteriosa y secreta, entre las cosas del Cielo y las de la
Tierra, entre las estaciones, las estrellas, la luna y los planetas y los múltiples aspectos
de su propia vida, por una parte, y el deseo de obtener poder -leamos 'oro'- rápida y
fácilmente, por otra, pueden ciertamente hallarse en la base de lo que se ha llamado
`alquimia', y sin duda así fue y es con muchos presuntos alquimistas.

Decimos 'presuntos' exprofeso porque tras el estudio de los textos, cuando se ha


podido profundizar un mínimo en el tema, cuando se ha llegado a una cierta
familiaridad con sus teorías y símbolos, cuando "suavemente y con gran industria" has
ido impregnándote de su lenguaje y de su esencia, acaba por resultar evidente que la
Alquimia no tiene nada o casi nada que ver con todo eso.

"El oro es la inmortalidad" afirma un famoso aforismo de los Brâhmana1 y tanto para
los hindúes como para nuestros alquimistas medievales, el oro es algo así como la `luz
mineral' o la 'luz coagulada'.

Si recordamos que para los antiguos egipcios la carne de los inmortales, de los dioses
e incluso del faraón era de oro, acaso nos planteemos la, al menos, posibilidad de que
quizás el oro que buscaban los alquimistas no era al fin de cuentas el metal que
conocemos por este nombre.2

Existe, tanto para el mago como para el alquimista una relación evidente entre la luz y
el oro, entre el astro-rey y el preciado metal. Están en la misma 'signatura'3. Para
designar la luz solar, Píndaro hablaba del 'poder dorado del sol'4 y muchos de los
poetas de la antigüedad expresan lo mismo con imágenes parecidas.

Los egipcios, en quienes según los mismos alquimistas hay que ver a los precursores
de la ciencia hermética, opinaban que hay en los rayos solares un fluido vivifico, dador
de la inmortalidad. Serán sin embargo los alquimistas medievales quienes declararán
más abiertamente que dicho fluido debe ser captado y su estado volátil fijado o
'coagulado' para poder ser aprovechado. Como podremos apreciar a continuación,
todos o casi todos los símbolos fundamentales de la Ciencia Hermética aludirán a esta
misteriosa fijación.
Alquimistas trabajando en la Obra.

Y volviendo al tema del oro, señalemos que para los alquimistas había oro y oro. No sin
razón Juan Bautista Beckeri, que no hay que confundir con Daniel Beckeri, autor de
una farmacopea espagírica, escribía en su Physica Subterranea (1669):

"Los falsos alquimistas sólo buscan hacer oro; los verdaderos filósofos sólo desean la
ciencia; los primeros sólo hacen tinturas, sofisticaciones, ineptitudes y los otros
inquieren sobre el principio de las cosas".

En su Novum Lumen Chymicum,5 el Cosmopolita señalaba que la inmortalidad del


hombre ha sido la causa principal por la cual los Filósofos han buscado esta Piedra".

Partiendo, pues, de la hipótesis de que exista o haya existido la Piedra Filosofal, su


principal aplicación era la de obtener el Elixir capaz de proporcionar a quien lo ingiere
en las condiciones adecuadas la inmortalidad. Y esta inmortalidad dorada es la misma
de la que nos hablaban los Brâhmana o los antiguos egipcios.

Y antes de entrar en el tema, recordemos que esa inmortalidad no debe ser vista como
una prolongación indefinida de nuestro estado caído, con sus achaques, enfermedades
y debilidades. La inmortalidad propugnada por los alquimistas es la restitución del
estado divino del hombre, aquél que poseía antes de la Caída, su resurrección en el
dorado mundo de luz, el Olam Habá de la cábala, que nuestros sabios autores del Siglo
de Oro tradujeron por `mundo porvenir' o 'mundo venidero'.

De él, veremos, nos habla sutilmente la simbólica hermético-alquímica por lo que


constituye, en el sentido más genuino de la palabra, la tradición de Occidente.

Designamos por 'simbólica hermético-alquímica' tanto el conjunto de símbolos


derivados del Corpus Hermeticum atribuido al dios egipcio Toth que más tarde los
griegos identificarían con su Hermes y los romanos con su Mercurio, como a los que
nos han legado los alquimistas operativos o especulativos, de la Edad Media y del
Renacimiento.

Según es tradición, Hermes Trismegisto era 'tres veces grande', escriba de los dioses y
divinidad de la Sabiduría. Ello ha sido interpretado de muy diversas maneras. No es el
momento ahora de detenemos excesivamente en este punto; señalemos únicamente la
presencia del número tres, una verdadera constante en todo el simbolismo alquímico.
Símbolo de la unión del Cielo y de la Tierra, de la trascendencia de la dualidad
representada por el dos o por la oposición uno y dos,6 el tres se reencuentra en los tres
colores básicos de la obra: el negro, el blanco y el rojo.

Si el rojo es, en cierto modo símbolo de lo dorado o de la luz, corresponde a la


Encarnación gloriosa o al Cuerpo de resurrección; el blanco alude a la Albedo,
purificación necesaria de la materia de la Gran Obra, simbolizada ésta por el negro. Por
otra parte, y por ello decíamos que la simbólica hermético-alquímica podía constituir, en
el sentido mas genuino de la palabra, la tradición de Occidente, el negro simboliza
precisamente a ese Occidente del que ha de nacer el nuevo Oriente. Las tinieblas de
las que nacerá la luz.

Mercurio es el escriba de los dioses y el mensajero entre el Cielo y la Tierra, lo cual le


otorga su carácter trascendente. Divinidad de la Sabiduría lo es porque se ocupa de
escribirla, y, sobre todo, porque la Sabiduría no es sino la unión del Cielo y de la Tierra.

Caduceo de Mercurio

Al ir penetrando las creencias egipcias en el marco de la cultura griega, a través de


varios autores entre los cuales cabe destacar a Plutarco de Queronea (su tratado
Sobre Isis y Osiris ejerció una gran influencia sobre los alquimistas medievales), se
atribuyó a Hermes-Toth toda una literatura escrita en griego, más o menos inspirada en
las enseñanzas astrológico-mágicas egipcias.

Otras enseñanzas ocultas, particularmente las referidas a las virtudes secretas de las
piedras y de las plantas o las relativas a la regeneración del hombre se hallan también
en este Corpus Hermeticum. Su difusión en la antigüedad, la Edad Media y el
Renacimiento fue enorme y no dudamos en afirmar que a partir del Corpus Hermeticum
y de la famosa Tabula Smaragdina o Tabla de Esmeralda, se desarrolló casi toda la
simbología hermética y alquímica cuyos elementos principales nos proponemos
exponer.

Algunos autores modernos7 señalan que, al hablar de tradición hermética no se trata


"sólo de las doctrinas incluidas en los textos alejandrinos del Corpus Hermeticum". Y,
ciertamente, en la formación de este simbolismo han contribuido otros elementos, en
mayor o menor medida, procedentes del cristianismo, las sectas cristianas primitivas, la
cábala hebraica y no pocos autores islámicos. Tendremos también, de pasada, que
referimos a ellos.

Resulta cuando menos curioso que toda esta literatura, sumamente extensa, acabara
cristalizando en lo que se ha llamado la tradición alquímica. Esto le otorga, querámoslo
o no, una importancia que, al menos para nosotros, occidentales, la hace digna de que
profundicemos en ella, intentando liberarnos de los prejuicios típicos que señalamos al
principio de este trabajo.

No pocos han sido, ciertamente, los historiadores que han querido ver en la Alquimia
una suerte de química en estado infantil y subdesarrollado, y en su simbolismo un
lenguaje críptico o secreto, reservado a Iniciados', deliberadamente oscuro u
oscurecido por temor al profano, siempre ansioso de 'robar sus secretos'.

Los trabajos de Evola, Faivre, Tristan, Van Lennep o Jung, por citar sólo a unos pocos
autores modernos y conocidos, bastarían para disipar este error o, al menos para poner
un poco las cosas en su lugar, si no lo hubieran hecho ya los mismos alquimistas.

Aunque la mayor parte de ellos hayan recurrido a un lenguaje manifiestamente


químico, son ellos mismos quienes nos avisan de que nunca debemos tomar sus
palabras "al pie de la letra":

"Es sabido, escribe uno de ellos, que nuestro arte es un arte cabalístico, es decir que
sólo puede ser revelado oralmente y que rebosa misterios... el que trate de explicar lo
que han escrito los filósofos mediante el sentido ordinario y literal de las palabras, se
encontrará encerrado en los meandros de un laberinto del que nunca podrá salir".

"Los buenos autores, al principio de sus libros, ocultan esta ciencia".

Hay pues, debemos admitirlo, un intento deliberado de evitar que el no-iniciado, el


profano, penetre en el palacio Cerrado del Rey, pero sin duda esta ocultación se debe
a razones distintas de las que se le achacan. Se basa más en el respeto que en la
envidia, más en el amor del símbolo, del misterio, del objeto de la búsqueda del
alquimista, que en las ganas infantiles de ocultar sus hallazgos. Si los alquimistas no
hubieran querido que nadie accediera a sus conocimientos no se hubieran escrito los
casi cien mil libros que tratan de este Arte.

Por otra parte, si en muchas ocasiones los textos nos parecen oscuros y complicados
es porque a menudo no tenemos el bagaje intelectual y simbólico necesario para
acercamos a ellos porque carecemos también de la luz interior imprescindible para
iluminarlos y porque nos falta la simplicidad de espíritu que permite que su luz penetre
en nosotros.

Una exposición racional de los símbolos, el estudio por métodos 'universitarios', puede
resultar asaz estéril si éstos no logran que nos involucremos. Los símbolos utilizados
por los antiguos alquimistas son algo así como variaciones sobre un mismo tema.
Pertenecen a lo que Guénon llamaba "símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada",
una ciencia distinta de la que se imparte en nuestras aulas.

El Caduceo, por ejemplo, que es el atributo hermético por excelencia, la vara de


Hermes entrelazada con dos serpientes, nos evoca al mismo tiempo un simbolismo tan
arquetípico como es el de la vara (recordemos la vara de Moisés -Ex. XVII, 5 y 6-, el
bordón del peregrino de Santiago, o si queremos, los bastos de la baraja española), Y
el del número tres (las dos serpientes y la vara), que como vimos se aplicaba a
Hermes-Mercurio, el tres veces grande, y vuelve a aludir a la Gran Obra.
Una de las múltiples explicaciones que se han dado del símbolo del Caduceo es la que
afirma que Mercurio hizo que se enroscaran en él dos serpientes que luchaban entre
ellas. Se trata de nuevo de los dos principios, del Cielo y de la Tierra, de lo fijo y de lo
volátil, y la vara no hace sino disolver lo fijo y fijar lo volátil uniéndolos.

Caduceus, de kerykeion, procede del verbo kerykeio, publicar, anunciar. Por otra parte,
en astrología, Mercurio es el regente del signo de Géminis, el tercer signo zodiacal
compuesto por dos hermanos gemelos (vemos de nuevo aquí al dos y al tres), signo al
que pertenecen la palabra hablada y escrita, las publicaciones, etc...

Para los alquimistas el papel anunciador del Caduceo se debe a su asociación con la
Estrella de los Magos ,otro de los símbolos mas importantes de su acervo. La Estrella
resulta de la conjunción de los triángulos del Agua y del Fuego (otro modo de hablar del
cielo y de la Tierra o del Arriba y del Abajo), que muchos autores relacionan con la
Estrella de los Reyes Magos,10 que les anunció y condujo hasta el nacimiento de
Cristo, símbolo para ellos de la Piedra, el Lapis Philosophorum.11

También se ha relacionado al Caduceo con el Gallo, que nos anuncia el día, animal
que los galos consagraban precisamente a Mercurio.

Si recordamos que en la antigüedad esta ave se inmolaba a Príapo y a Esculapio para


obtener la curación de los enfermos, práctica que aún en nuestros días se realiza en
ciertos ritos brasileños y haitianos, no nos extrañará que el caduceo sea el símbolo de
médicos y farmacéuticos en varios países europeos.

Las correspondencias simbólicas entre el Caduceo y las tres columnas del árbol
cabalístico ya han sido señaladas por diversos autores. Las columnas de Rigor y
Misericordia corresponden a las dos serpientes. Son lo que se conoce en los Midrashim
como "la buena inclinación" y la "mala inclinación" o si lo preferimos, "las buenas
costumbres" y "las malas costumbres" de la simbólica franc-masónica, que no es en
modo alguno opuesta a la alquímica.
La Columna central, llamada "de justicia" corresponde exactamente a la vara del
Caduceo, que es la de la Libertad, una vez trascendidas las 'buenas' y las 'malas'
inclinaciones. Es la vara que separa y que une (solve et coagula).

Otro de los atributos de Mercurio, no menos rico en contenido, es la lira. Para Cirlot,12
es un "símbolo de la unión armoniosa de las fuerzas cósmicas". Por otra parte, como
símbolo de los poetas, la lira nos indica que el arte hermético es un arte poético y
divino, de poeio, "yo hago".

Basándose en relatos mitológicos, el célebre antropólogo Jean Servier13 considera la


lira como "un altar simbólico que une el Cielo y la Tierra". La música, como la Palabra
es el fruto de esta unión, de esta fecundación cósmica. No olvidemos tampoco la
relación entre la voz (o la palabra) y el gallo. ¿No se llama gallo a un sonido
desentonado?

Caduceo, serpientes y ave. Frobenius.

Caduceo de Mercurio con dos serpientes

enroscadas enfrentándose y un ave en su cúspide.

Marca de Johann Froben, Basilea 1515.

El aspecto celeste de la lira lo podemos ver en sus siete cuerdas, que corresponden a
los siete planetas o a los siete pasos de la Gran Obra o, en el caso de la lira de
Timoteo de Mileto, de doce cuerdas, a los doce signos zodiacales o a las doce
operaciones de la Gran Obra. El aspecto terrestre y receptivo hemos de verlo en su
forma.

El nacimiento de Mercurio tuvo lugar en una montaña porque, escribe Dom Pernety:14
"El mercurio filosófico nace siempre en las alturas". Después de nacer, Mercurio fue
lavado con el agua recogida en tres fuentes (de nuevo el número tres) porque, afirma
Pernety, "el Mercurio filosófico debe ser purgado y lavado tres veces en su propia
agua" por lo que Miguel Maier escribe:15

"Mira a esa mujer cómo lava la ropa... Imítala, su arte no te traicionará".


Las dos serpientes que antes hemos asociado al Cielo y a la Tierra son, para Pernety,
Macho y Hembra y representan las dos sustancias mercuriales de la Obra, una fija y
otra volátil, la primera de ellas cálida y seca y la segunda fría y húmeda, que los
filósofos llaman serpientes, dragones, hermano y hermana, esposo y esposa, agente y
paciente". Se trata de la sustancia fija y de la volátil que, escribe Pernety "tienen
cualidades aparentemente contrarias, pero la vara de oro regalada a Mercurio por
Apolo pone de acuerdo a estas serpientes".

Que Mercurio naciera en una montaña ha sido objeto de diversas interpretaciones.


Para algunos alquimistas la montaña es un símbolo del horno o del atanor. Para otros,
las montañas corresponden a los metales, y finalmente, para los cabalistas, la montaña

La Montaña y la Caverna

es un símbolo del propio adepto. Pero si volvemos a lo que decíamos al principio, si


asociamos el caduceo de Mercurio con la estrella de los Magos, fruto de la unión del
Cielo y de la Tierra, veremos que se trata de lo mismo. En la Montaña tienen lugar las
teofanías porque es el lugar donde el Cielo se une a la Tierra. Por otra parte, podemos
ver en el simbolismo de la montaña y la cueva (otro modo de decir 'El pesebre') a los
dos triángulos unidos situándose el de Agua La alquimia histórica, simbólica y práctica
Caverna o la cueva (que corresponde también al corazón) en el centro de la montaña.

Ahondando en el apasionante simbolismo hermético de la Estrella de los Magos,


llamada también Sello de Salomón o Estrella de David, veremos que si desde fuera nos
presenta sus seis puntas (símbolo del hombre exterior, creado el sexto día según la
tradición cabalística y cuyas puntas deben ser 'limadas' o 'pulidas'16), en su interior se
encuentra el hexágono, símbolo de la abeja, en hebreo Dbrah, que, según la cábala
alude a Dabar (la Palabra). Es la Palabra Abandonada o Perdida, el Verbum Dimissum,
aquel Verbo del cual el Evangelio de San Juan (I-14) afirma que se hizo carne y habita
entre los hombres.

Por otra parte, los dos triángulos, que corresponden como hemos visto a lo fijo y a lo
volátil, al azufre y al mercurio filosóficos, al unirse, realizan la unión integral de los
cuatro elementos.
Origen de los símbolos de los 4 elementos de la Alquimia

El símbolo principal del Arte hermético lo constituye, como hemos ido viendo, esta
unión en la que tras la disolución de lo fijo tiene lugar la fijación de lo volátil. Son las
Bodas Químicas,17 el matrimonio del Rey y de la Reina. Trasponiendo este simbolismo
a otro plano, es nuestra unión iniciática con el ángel, con nuestra contraparte celeste
que ha de disolver nuestra mugre y coagular y exaltar cuanto de divino hay en
nosotros; es el Despertar de la Palabra Perdida, o enmudecida o, dicho de otro modo,
de la Bella Durmiente del Bosque, del mismo Bosque del cual nos habla Dante al
principio de su Divina Comedia que constituye el principio de la Obra de la
Regeneración.

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