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Este texto es importante pues nos muestra que, además de la alquimia, el resto de las
artes tenían también un mismo origen maldito. Esta opinión la reencontramos en el
Libro de Enoch, según el cual, los ángeles caídos notaron que "las hijas del hombre
eran bellas, escogiendo mujeres entre ellas" e instruyéndolas, no sólo en las ciencias
ocultas, sino también en "el uso de brazaletes y ornamentos, en el de la cosmética, en
el de pintarse las cejas, en el arte de emplear las piedras preciosas y toda suerte de
tinturas y así fue que se corrompió el mundo"2. La afinidad entre la alquimia y las artes
se manifiesta asimismo en el reconocimiento por los alquimistas de Hermes
Trismegisto como divino protector.Por otra parte, en virtud de este patronazgo, la
alquimia fue calificada como ciencia hermética.
Hermes, inventor de las ciencias y de las artes, fue asimilado al dios Thot por los
griegos de Egipto. Estos se complacían en recordar que Hermes-Thot había inscrito los
preceptos de la ciencia en las estelas conservadas en el secreto de los templos
egipcios lo cual confería
a la alquimia el carácter de una ciencia revelada. Sólo los sacerdotes y los reyes
poseían sus claves y se transmitían sus principios. De aquí en adelante, la alquimia
sería clasificada como arte real y sacro, inaccesible para los profanos que, como
ocurrió con las religiones mistéricas, se oponían a su esoterismo.
Su lenguaje velado y misterioso no podía comprenderse hasta finalizada una larga
iniciación. Este carácter esotérico fue determinado por una Alejandría donde la alquimia
se robusteció durante los primeros siglos de nuestra era. En efecto, sobre la gran
ciudad de los Ptolomeos desembocó un caudal sumamente ecléctico de
especulaciones filosóficas, técnicas místicas y ritos artesanales conservados por
numerosos pueblos a través de los siglos. Los ritos y mitos que siempre acompañaron
a las artes del fuego vinieron a conjugarse con el asombroso sincretismo filosófico y
religioso que florecía por entonces.
La alquimia, aún balbuciente, los asimiló con enorme prontitud. Fue fecundada por el
más refinado pensamiento griego, sirviendo de intermediarios los neoplatónicos
alejandrinos y las fuentes místicas orientales (caldeas o iranias), además de las gnosis
cristiana y pagana como técnicas de iluminación y salvación. A tan diversas influencias
se añadió finalmente la de la Cábala judía. Es en el seno de este hogar de
fermentación espiritual donde la alquimia adquirió progresivamente sus características
para conocer su edad de oro a partir de finales del siglo III. Aparecieron entonces
geniales adeptos como Zósimo, Sinesius u Olimpiodoro que la desarrollaron en sus
diversas facetas filosóficas, místicas o científico-experimentales.
Esta transmisión pudo tener su origen en los comienzos del siglo XI y fue más decisiva
que la tradición bizantina. El monje Gerberto, futuro papa bajo el nombre de Silvestre II,
quizá haya sido el primer lector de las obras árabes. A partir de esta época empiezan a
aparecer las traducciones latinas de los tratados alquímicos árabes gracias a los cuales
Occidente llegó a servirse de la filosofía hermética y también a enriquecer sus
conocimientos químicos.
En el siglo XIII la alquimia conoció una prodigiosa expansión por Occidente. Poderosos
espíritus se interesan tanto en su aspecto científico como en su carácter espiritual o en
los dos simultáneamente. Alberto Magno, Roger Bacon y Arnau de Vilanova no fueron
los menos importantes. Los príncipes y la Iglesia la favorecieron o persiguieron
dependiendo del lugar y la época, pero jamás hubo ni condenas irrevocables ni
persecuciones metódicas. Algunos adeptos justificaron ocasionalmente la desconfianza
de la Iglesia al mezclar con su ciencia la magia o la brujería o adoptando posiciones
totalmente incompatibles con la Fe. El poder secular, estafado muy a menudo por
alquimistas que se jactaban de fabricar oro, hubo de encerrarlos en sus mazmorras o
enviarles a la hoguera, pero todo ello no es sino una "pequeña historia" al margen de la
filosofía hermética.
El "ateísmo" renacentista acogió con varia fortuna a la ciencia de Hermes, pues ésta
encontró en los círculos humanistas, altamente caracterizados por su gran sincretismo
intelectual, fervientes partidarios pero también severos detractores. Marsilio Ficino y
Pico della Mirandola redactaron tratados alquímicos. Médicos célebres como Paracelso
o Van Helmont practicaron fervorosamente la alquimia. La imprenta permitió una mayor
difusión de los textos clásicos, pero asimismo de nuevos escritos a través de los cuales
se propagó esta ciencia y, sobre todo, se vulgarizó incitando a un número cada vez
mayor de codiciosos charlatanes a deslizarse entre las huestes de los auténticos hijos
de Hermes con lo que se precipitó la formación de una cofradía secreta de alquimistas,
los "Hermanos de la Rosa-Cruz", análoga a la de los Francmasones, que proliferó por
toda Europa desde principios del siglo XVII sosteniendo una teoría que las doctrinas de
Descartes y el advenimiento progresivo de la ciencia química quebrantaban
progresivamente.
A partir del siglo XVIII la alquimia conoció un declive pero sin llegar nunca a
desaparecer. Todavía hoy, cuenta con defensores que cuidan con fervor una de las
formas más fascinantes del pensamiento humano.
Del filósofo al "soplador"
Dios. Al estar asociado el oro al astro solar, el adepto que intentaba fabricarle
perseguía recrear el mundo e identificarse con el demiurgo. Esta ambición
correspondía a una ética: los alquimistas buscaban el perfeccionamiento del alma a
través del de los metales. Sus sabias transmutaciones metálicas correspondían al
progresivo mejoramiento de su ser. En las tinieblas de sus laboratorios brillaban tanto
el espejismo del oro como el de la eterna felicidad. A los perfeccionamientos de la
materia se aliaba la voluntad de perfeccionar al hombre. Las operaciones químicas se
desdoblaban sin cesar en proyecciones espirituales aunque el alquimista no procediera
a experiencias y observaciones sistemáticas sobre la materia, sino que prefería
contemplar el matrimonio, la pasión, la muerte o la resurrección de unas sustancias que
de esta manera identificaba con su propia vida.
Fue Jung quien penetró con mayor perspicacia en la psique alquímica3. Sorprendido
por las analogías entre los sueños o alucinaciones de algunos de sus pacientes y el
simbolismo alquímico, se aplicó al estudio de los textos herméticos. Después de quince
años de estudios secretos, estableció una relación entre las etapas del proceso de
individualización de la personalidad humana y las operaciones sucesivas de la opus
alchimicum. Recordemos que esta opus perseguía la preparación del Elixir Vitae (elixir
de larga vida o elixir por antonomasia) y de la Piedra Filosofal capaces de hacer
inmortal al hombre o, al menos, de dilatar su existencia y de procurarle el oro, prenda
de felicidad.
Entendida como una química primitiva, llevaba dentro de sí todas las características de
una edad precientífica cuya evolución en el estudio de los fenómenos fue retardada por
el obstáculo animista. Así lo ha demostrado Gaston Bachelard4. El alquimista
confundía incesantemente su vida psíquica y sus experiencias físicas, su alma y los
ingredientes de sus trabajos.
Creemos útil resumir aquí las teorías "científicas" de los alquimistas. Todas ellas
reposan en la concepción de una materia unitaria en el seno de la cual distinguieron
dos principios: el azufre y el mercurio. El azufre correspondía a los elementos activos,
fijos, cálidos, secos y masculinos, mientras que el mercurio correspondía a los pasivos,
volátiles, fríos, húmedos y femeninos. A estos dos elementos se añadía la sal formando
así una tríada
Jean Fabre ha definido muy acertadamente estos tres principios5. El azufre es "el
fuego celeste que, introduciéndose en los gérmenes inferiores, crea y fija la forma
interior de lo más profundo de la materia". El mercurio "es la sustancia húmeda
primigenia nacida en la semilla de todas las cosas". La sal "es el asiento fundamental
de toda naturaleza, en general y en particular... principio de corporeización que es nudo
y lazo de los dos otros principios, azufre y mercurio, y que les da cuerpo". Estos tres
principios forman las fuerzas constitutivas de una fuerza creadora original: prima
materia elementorum. Es de este átomo energético primitivo de donde fluye el universo
entero. De esta célula fundamental nace el árbol de la naturaleza que se yergue hacia
el cielo de la perfección. El alquimista intentó reencontrarse con este magnum
mysterium, es decir, con la fuerza creadora original y su proceso de desarrollo para
poderlas acelerar. Tal era el propósito de todas sus experiencias. Se presentó como el
hacedor de un universo entendido como grandiosa unidad orgánica y dinámica y en
cuyo movimiento veía una ascensión hacia el Espíritu. Este progreso no se verificaba
con desprecio de la Materia sino con su ayuda. El hombre, concebido como agente de
este proceso era, después de Dios, punto culminante de la creación y preocupación
fundamental del alquimista.
La materia "una y total" conocía cuatro modalidades: los cuatro principios aristotélicos.
La tierra correspondía al estado de solidez o fijación; el agua al de la liquidez; el aire a
los elementos sutiles y el fuego a una sutilidad aún menos sustancial, especie de
apoyatura de la luz y el calor.
Los alquimistas distinguían a continuación siete metales: dos nobles (el oro y la plata) y
viles los demás (cobre, hierro, estaño, plomo y mercurio). Al lado de estos metales
aparecían los más diversos productos químicos siendo todos designados por
expresiones simbólicas. Cualquier producto podía ser representado por una serie de
símbolos diferentes.
El mercurio, por ejemplo, podía llamarse loco, serpiente, mar, linterna, peregrino,
espada, armiño, ciervo o cetro. Los metales imperfectos eran los ingredientes de la
obra alquímica; la Pequeña Obra pretendía transmutarles en plata y la Gran Obra en
oro. Para conseguirlo, la Pequeña Obra debía producir la Piedra Blanca capaz de
cambiar cualquier metal en plata mientras que la Gran Obra se completaba al obtener
la Piedra Roja que transmutaba en oro los metales innobles.
La Gran Obra podía llevarse a cabo por dos vías: una seca, húmeda la otra, según las
preferencias o las capacidades del alquimista. La Vía Húmeda fue la más empleada
pero también la más lenta en tanto que la Vía Seca favorecía una culminación mucho
más rápida de la Gran Obra. Era, sin embargo, sumamente dificultosa.
Para obtener el oro filosófico, es preciso, en términos simbólicos, dar muerte a los
metales imperfectos con el fin de extraerles el azufre; es decir, la exhumación del
espíritu fuera del cuerpo. Esta extracción se realiza por el mercurio -disolvente
universal- obtenido a partir de la materia prima8.
El sello de Salomón consta de siete partes que corresponden a los siete metales
siendo la central la del oro. Contiene, además, los cuatro elementos, la tierra símbolo
alquímico de la tierra, el aire símbolo alquímico del aire., el fuego símbolo alquímico del
fuego., y el agua símbolo alquímico del agua., cuyos signos reunidos en la estrella
hermética expresan la unidad cósmica. Esta concepción unitaria del universo en su
estado de perfección se opone a un caos inicial puesto en orden por el Demiurgo, con
el cual el alquimista ambicionaba identificarse.
La unidad cósmica, base del pensamiento hermético, está simbolizada igualmente por
la Serpiente Uroboros, imagen del Uno-Todo ('en to pan). Su forma circular, símbolo del
mundo, es una alusión al "principio de clausura" o al secreto hermético9. Por
añadidura, enuncia la eternidad concebida como "eterno retorno". Lo que no tiene ni
principio ni fin.
Los productos del Fermento estaban representados por animales o seres humanos
frecuentemente encerrados en vasos. Por ejemplo, una reina simboliza el mercurio y un
rey el azufre. Se les ve unirse a menudo pues de su cópula debe nacer el Hijo de la
Filosofía, es decir, el oro.
Un dragón en un vaso simboliza la materia prima de donde se extraen los dos agentes
de la Obra: el ardiente azufre y el húmedo mercurio, también representados por el sol y
la luna o por un hombre heliocéfalo y una mujer de cabeza lunar.
Una de las consecuencias más importantes de la alquimia fue, sin duda alguna, el
perfeccionamiento o incluso hallazgo de algunas técnicas artísticas. Esperamos
publicar próximamente nuestras conclusiones sobre este aspecto de las relaciones
entre la alquimia y el arte.
El "homo religiosus"
Dom Pernety nos da también una interpretación hermética del mito cristiano. Señala,
por ejemplo, que el Elixir es "originariamente una parte del espíritu universal del mundo,
corporizado en una tierra virgen de la que debe ser extraído para superar todas las
manipulaciones estipuladas antes de llegar a su fin de gloria y perfección inmutable. En
la primera operación es torturado hasta derramar su sangre; muere en la putrefacción;
cuando el color blanco sucede al negro, sale de las tinieblas y de la tumba y resucita
glorioso; sube al cielo, pura quintaesencia; desde allí juzga a los vivos y a los
muertos"11. Si los tratados se sirven de la pasión y resurrección del Cristo como una
alegoría de la Gran Obra, también toman prestado del cristianismo otras materias de fe
como el dogma de la Trinidad.
La alquimia fue adoptada como una disciplina espiritual, empleando medios diferentes
pero expresando una misma mística. La práctica que tenían los monjes alquimistas en
manejar textos litúrgicos hizo que los textos herméticos utilizaran muy a menudo
expresiones del Evangelio modificando ligeramente su forma, tal y como puede leerse
en el siguiente pasaje del Pequeño rosal: "En verdad, en verdad que muchos falsos
filósofos vendrán a mí e introducirán a los humildes en el error"15. De la misma manera
la parábola del sembrador y de la semilla que debía morir en la tierra para germinar
ilustra una gestación del Oro Filosófico.
Michael Maier recalca las relaciones entre la epopeya de Cristo y la de la Piedra tal y
como la había narrado Melchor Cibinens, un alquimista húngaro autor de un rito
alquímico basado en el gradual de la misa. "Melchor... hombre piadoso e iniciado en el
sacerdocio, escribió y describió como un verdadero artista los arcanos de esta ciencia
secretísima bajo una forma sagrada: la misa. Este hombre sabio comprendió que la
Piedra Filosofal se caracterizaba por un nacimiento, una vida, una sublimación y una
pasión en el fuego, después por una muerte en el color negro y tenebroso -y por último
una resurrección y una vida en el color rojo, el más perfecto. A partir de ahí establece
una relación entre la Piedra y la culminación de la salvación de los hombres, a saber: el
nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo evocados todos ellos en la
misa"16. Esta asimilación de la misa y de la obra alquímica expresa cabalmente los
propósitos místicos de la ciencia de Hermes.
La Virgen, madre de Dios, fue también adoptada por el simbolismo hermético. A veces,
se la comparó a la Piedra, principalmente por Petrus Bonus que nos dice: "Según los
antiguos filósofos la Piedra se engendra ella misma tal como una Virgen que hubiera
concebido sin concurso de hombre"17. Algunos grabados nos la muestran
amamantando por sí misma al Hijo, símbolo del oro, Imagen de la pureza, al igual que
la Piedra, no está mancillada por la cópula. Señalemos con este motivo que la fase de
la albedo o blanqueamiento de las materias era representada muy a menudo por la
"Prostituta de Babilonia" devuelta al estado virginal. "El arte la purifica de toda mancha
y la restituye la virginidad. Cuando se muestra en dicho estado, los filósofos la llaman la
Virgen"18.
La alquimia fue un método de perfección espiritual y de percepción de Dios.
Entendiéndolo así, Georg von Welling escribía en el prólogo de su Opus mago-
cabbalisticum "... no es nuestra intención enseñar cómo se fabrica el oro sino algo
mucho más elevado: conocer cómo la naturaleza puede ser vista y reconocida como
derivada de Dios, y Dios verse en la naturaleza"19.
El eros químico
Hemos visto que la obra alquímica sólo podía realizarse por la unión de dos
naturalezas, masculina y femenina, activa y pasiva seca y húmeda, que fueron
concretadas por el azufre y el mercurio, el oro y la plata correspondiendo al sol y la
luna. La mujer, considerada frecuentemente en la iconografía hermética como el
disolvente universal, representó el mercurio cuya humedad debe ser absorbida por el
azufre simbolizado por el hombre. El coito alquímico es la imagen de esta absorción.
Toda la alquimia fue orquestada sobre el ritmo binario del coito simbolizado muy a
menudo por la unión de un rey y una reina. Estos Esposos Reales debían engendrar un
hijo: el Hijo de la Filosofía, símbolo del Oro Filosófico o de la Piedra, según unos textos
ilustrados con gran cantidad de dibujos, pinturas o grabados describiendo las diversas
fases de las Bodas Reales. La coniunctio de los dos Esposos era generalmente llevada
a cabo entre el Sol y la Luna, símbolos de los dos principios y, a la vez, evocación de
su finalidad. En alguna ocasión, el Rey y la Reina son sustituidos por un hombre
heliocéfalo que se une a una mujer con cabeza lunar.
Cupido, símbolo del vitriolo.
Esta imaginación sexual de la producción del oro debe enlazarse con las creencias
sobre la embriología metálica que se remontan a las fuentes de la humanidad.
Nuestros antepasados creían que los metales crecían como embriones en un vientre
telúrico que les nutría materialmente. Los metales germinaban para convertirse en oro
en el estado perfecto de su madurez. El alquimista arrancaba el metal embrionario del
seno materno para acelerar una maduración demasiado lenta de por sí. Veamos cómo
explica un tratado el proceso de la generación de los metales: "así como el hombre
arroja su semen en la matriz de la mujer, en la cual no permanece pues, después de
tomar una porción, la matriz expulsa fuera lo sobrante, lo mismo ocurre en el centro de
la tierra cuya fuerza magnética... atrae hacia sí lo idóneo para engendrar y desecha el
resto para fabricar piedras ..." Los minerales nacidos de esta fecundación terrestre
conocían el mismo desarrollo que los embriones para constituirse en oro al final de la
gestación.
El alquimista que quisiera apresurar este proceso, debía extraer los minerales del
vientre de la terra mater y depositar estos embriones metálicos en vasos comparables
a los órganos humanos. Incluso algunos eran comparados a órganos sexuales, por
ejemplo, el matraz refleja la matriz. Nicolás de Locques escribía que algunos
recipientes tenían "forma de senos o forma de testículos", y que se usaban "para la
elaboración de la simiente masculina y femenina". María la Profetisa inventó un vaso
destilatorio que era "una especie de matriz o útero del cual debía nacer el Hijo de los
Filósofos, la Piedra Milagrosa"20. Ciertas operaciones utilizaban un aparato, el doble
pelícano comparado a dos cuerpos de sexos diferentes enlazados y conteniendo cada
uno los dos principios herméticos, el activo y el pasivo. Con el feto, el Fermento debía
pasar nueve meses en el Vaso, al menos si creemos a Zósimo, quien escribe: "El
tiempo de la gestación no es menor de nueve meses cuando no hay aborto"21.
Además de estas alusiones sexuales, los vasos alquímicos eran comparados con
frecuencia a una habitación nupcial donde los productos del Fermento debían unirse
como los Esposos Reales.
El fuego que transformaba los productos, estaba también sexualizado. G. Bachelard
analiza sabiamente este simbolismo sexual del fuego alquímico22. Según Nicolás de
Locques, el fuego puede ser "interno o externo... el interno es espermático,
engendrador y madurador"23. Escribe además que los filósofos distinguen varias
clases de calores, "un calor digestor parecido al del estómago, otro generador como el
del útero, otro coagulante semejante al que hace el esperma y otro lactificante como el
de los pechos..."24. Algunos alquimistas, hablando de la "verga" del fuego, decían que
su "arte imita la naturaleza manipulando un cuerpo por el fuego". ¿Puede encontrarse
una mejor imagen de la penetración sexual del calor ígneo en la materia a fecundar?
Los textos contienen, por otra parte, expresiones muy evocativas: "Verga del fuego
mágico -de donde mana- una fuente clara"25.
Estas nociones nos revelan una alquimia insuflada de un ardor poético que engloba la
totalidad del universo en el alma humana y la pulveriza en partículas que escapan
hacia el infinito de las galaxias. No duda en celebrar, sobre el lecho de su imaginación,
las bodas sublimes del Sol y la Luna. Las bodas químicas son también astrales. Las
gentes primordiales del hombre, las de sus pasiones amorosas y dolorosas, han sido
llevadas por la alquimia más allá de los espacios terrestres. Esto es lo que nos
demuestran textos como el de Espagnet quien escribía a propósito de las bodas
químicas: "Para que los hijos nazcan sanos, robustos y vigorosos, es necesario que los
dos esposos lo sean también... así es como deben ser el sol y la luna antes de entrar
en el tálamo nupcial. Entonces se consumará el matrimonio y de esta conjunción
nacerá un rey poderoso cuyo padre será el sol y la luna, su madre"40.
El alquimista que conseguía fabricar la Piedra Blanca capaz de transmutar todo metal
en plata, podía recoger los frutos del árbol lunar. Aquel que hubiera fabricado la Piedra
Roja capaz de transmutar un metal innoble en oro, cosecharía los frutos de un árbol
solar, que fue comparado al árbol de las manzanas de oro del jardín de las Hespérides.
En efecto, al alquimista le gustaba compararse con Hércules quien consiguió hurtarlas
después de matar al monstruo guardián del árbol. Como el antiguo héroe, también él
debía combatir con su dragón, el caos de la materia bruta, antes de apoderarse de sus
frutos. Consiguiendo organizar el caos primordial confería a la materia la unidad de la
perfección, simbolizada por el Oro, cuyo signo (un círculo rodeando un punto)
representaba al Uno-Todo, principio de lo eterno inalterable. Señalemos, por último,
que los árboles aurífero y argentífero estaban rodeados a su vez por cinco árboles
consagrados a los metales innobles. Todos ellos formaban un parque metálico.
Entre las flores del jardín alquímico se distinguen especialmente las rosas rojas y
blancas. La rosa blanca, como el lirio, fue relacionada con la Piedra Blanca, objetivo de
la Pequeña Obra mientras que la rosa se asoció a la Piedra Roja, cumbre de la Gran
Obra. La mayoría de estas rosas tienen siete pétalos, cada uno de los cuales evoca un
metal o una operación de la Obra. Conviene saber a este respecto que los alquimistas
gustaban, desde Arnau de Vilanova, titular sus tratados "Rosales de los Filósofos".
¡Incluso el célebre Roman de la Rose fue considerado como una obra hermética, al
menos en la parte redactada por Jean de Meung, llamado Clopinel!43
Más tarde, la rosa fue imbricada a la cruz en el símbolo capital de la Hermandad de los
Rosacruces. Dom Pernety escribe a propósito de las flores que "los filósofos dan ese
nombre a los espíritus ocultos en la materia y a los distintos colores que atraviesa
durante las operaciones"44. Aún hoy día, llamamos "flor" a los productos volátiles
obtenidos en la sublimación. Pensemos en la flor del azufre. Es uno de los muchos
legados de la alquimia.
Todo un bestiario habitaba el jardín de los filósofos. Se pueden distinguir dos especies
principales: aérea y terrestre. Los pájaros, así como los demás animales alados,
representan el principio volátil mientras que los animales ápteros encarnan el principio
fijo. Con mucha frecuencia, un animal alado combate con un animal áptero para ilustrar
la lucha química entre los principios volátil y fijo y su correspondencia espiritual en la
lucha entre el alma y el cuerpo.
El jardín cuenta también con batracios como la salamandra, símbolo del fuego. Entre
los reptiles aparece la serpiente como uno de los símbolos primordiales de la alquimia.
Aparece bajo diversas formas, de las cuales la principal es, sin duda alguna, la de
uroboros, a la que ya nos hemos referido. "La serpiente uroboros -se lee en un antiguo
manuscrito griego- es la composición que es devorada y fundida en su totalidad,
disuelta y transformada por la fermentación... su vientre y su espalda son de color
azafrán; su cabeza de un verde oscuro; sus cuatro pies constituyen la tetrasomía (es
decir, los cuatro metales imperfectos: plomo, cobre, estaño, hierro); sus tres orejas son
los tres vapores sublimados. El uno da su sangre al otro y uno engendra al otro. La
naturaleza seduce a la naturaleza; la naturaleza triunfa sobre la naturaleza"46.
Del mundo de los reptiles pasamos al de los peces. Según Dom Pernety, el pez definía
uno de los momentos de la Obra pues "cuando la materia ha llegado a cierto grado de
cocción, se forman en su superficie pequeñas burbujas que se parecen a los ojos de
los peces"47. La rémora a la que la leyenda atribuye el poder de detener los navíos
simboliza la fuerza de fijación de la materia. La alquimia naturaliza también a
monstruos marinos como las sirenas que, con toda seguridad, contaban con hermanos
terrestres también híbridos, tal como el dragón que es un símbolo polivalente que
puede significar el caos, la materia prima o el fuego. Se le representa muy
frecuentemente en medio de llamas o escupiendo fuego. A veces, dos dragones luchan
entre sí para simbolizar la putrefacción. A menudo, el alquimista, armado como un
guerrero, se enfrenta al dragón demostrando que intenta unificar el caos o que trata de
elaborar el oro a partir de la materia bruta. Este monstruo puede ser alado o áptero,
según esté representando la fijeza o la volatilidad. Si posee tres hocicos simboliza la
extracción de las tres materias de la Obra: la sal, el azufre y el mercurio. Los
alquimistas le han asociado generalmente al dragón de las Hespérides para evocar
especialmente a la tierra que guarda en su seno la simiente del oro. Al igual que la
serpiente, el dragón puede ser uroboros e ilustrar el mismo precepto filosófico del Uno-
Todo. El basilisco simboliza el mercurio o cualquier preparado disolvente. El unicornio,
animal fabuloso, fue también uno de los símbolos favoritos de los alquimistas"48. Es la
imagen del mercurio e igualmente del principio masculino y activo, por ello le hallamos
en la mayoría de las ocasiones acompañado de una virgen, imagen de la feminidad
pasiva.
El olimpo alquímico
Los textos alquimistas aluden también a Atalanta a quien Hipómenes venció en una
carrera arrojándola tres manzanas de oro que ella se apresuró a recoger. La edad de
oro de Saturno fue objeto de numerosas especulaciones alquímicas. Este dios que
devoraba a sus hijos llegó a ser el símbolo de la disolución, de la putrefacción o de la
nigredo, mientras que Diana representaba la albedo o la materia blanca y Apolo esta
misma materia una vez enrojecida. Júpiter, derrocador de Saturno, fue identificado a
menudo con el Hijo de la Filosofía, rey de una nueva era.
LA SIMBOLICA HERMETICO-ALQUIMICA
Dos de las preocupaciones mayores que han obsesionado al hombre desde que el
mundo es mundo, son la de la inteligencia y la de la riqueza. Dicho de otro modo, por
una suerte de derivación del instinto de autoconservación, ha deseado entender cuál
era su papel en esta vida y ha querido poseer, controlar, dominar su entorno. Al menos
este es el punto de vista, el ángulo bajo el cual se ha querido explicar casi siempre la
génesis de la Alquimia.
Sin embargo, existe otro punto de vista, menos exterior, menos científico, pero acaso
más poético; y como la Alquimia es, al menos para nosotros, el Gran Arte de los
Poetas, recurriremos a este punto de vista a la hora de efectuar el análisis de algunos
de los símbolos que nos proponemos abordar. Se trata ni más ni menos que del mito
bíblico de la Caída que, sin embargo, no podemos disociar de su contrapartida gloriosa:
la Redención. Dicho con otro lenguaje, es la destrucción del Templo y su
reconstrucción. A propósito de ello podemos leer (Mt. XXVI-61): "Puedo destruir este
Templo y reconstruirlo en tres días". Tres días que aluden sin duda a los tres grandes
pasos de la obra, simbolizados por los tres colores negro, blanco y rojo. Más adelante
volveremos a tocar el simbolismo del tres, tan importante en la ciencia hermética.
La inteligencia de la relación, misteriosa y secreta, entre las cosas del Cielo y las de la
Tierra, entre las estaciones, las estrellas, la luna y los planetas y los múltiples aspectos
de su propia vida, por una parte, y el deseo de obtener poder -leamos 'oro'- rápida y
fácilmente, por otra, pueden ciertamente hallarse en la base de lo que se ha llamado
`alquimia', y sin duda así fue y es con muchos presuntos alquimistas.
"El oro es la inmortalidad" afirma un famoso aforismo de los Brâhmana1 y tanto para
los hindúes como para nuestros alquimistas medievales, el oro es algo así como la `luz
mineral' o la 'luz coagulada'.
Si recordamos que para los antiguos egipcios la carne de los inmortales, de los dioses
e incluso del faraón era de oro, acaso nos planteemos la, al menos, posibilidad de que
quizás el oro que buscaban los alquimistas no era al fin de cuentas el metal que
conocemos por este nombre.2
Existe, tanto para el mago como para el alquimista una relación evidente entre la luz y
el oro, entre el astro-rey y el preciado metal. Están en la misma 'signatura'3. Para
designar la luz solar, Píndaro hablaba del 'poder dorado del sol'4 y muchos de los
poetas de la antigüedad expresan lo mismo con imágenes parecidas.
Los egipcios, en quienes según los mismos alquimistas hay que ver a los precursores
de la ciencia hermética, opinaban que hay en los rayos solares un fluido vivifico, dador
de la inmortalidad. Serán sin embargo los alquimistas medievales quienes declararán
más abiertamente que dicho fluido debe ser captado y su estado volátil fijado o
'coagulado' para poder ser aprovechado. Como podremos apreciar a continuación,
todos o casi todos los símbolos fundamentales de la Ciencia Hermética aludirán a esta
misteriosa fijación.
Alquimistas trabajando en la Obra.
Y volviendo al tema del oro, señalemos que para los alquimistas había oro y oro. No sin
razón Juan Bautista Beckeri, que no hay que confundir con Daniel Beckeri, autor de
una farmacopea espagírica, escribía en su Physica Subterranea (1669):
"Los falsos alquimistas sólo buscan hacer oro; los verdaderos filósofos sólo desean la
ciencia; los primeros sólo hacen tinturas, sofisticaciones, ineptitudes y los otros
inquieren sobre el principio de las cosas".
Y antes de entrar en el tema, recordemos que esa inmortalidad no debe ser vista como
una prolongación indefinida de nuestro estado caído, con sus achaques, enfermedades
y debilidades. La inmortalidad propugnada por los alquimistas es la restitución del
estado divino del hombre, aquél que poseía antes de la Caída, su resurrección en el
dorado mundo de luz, el Olam Habá de la cábala, que nuestros sabios autores del Siglo
de Oro tradujeron por `mundo porvenir' o 'mundo venidero'.
Según es tradición, Hermes Trismegisto era 'tres veces grande', escriba de los dioses y
divinidad de la Sabiduría. Ello ha sido interpretado de muy diversas maneras. No es el
momento ahora de detenemos excesivamente en este punto; señalemos únicamente la
presencia del número tres, una verdadera constante en todo el simbolismo alquímico.
Símbolo de la unión del Cielo y de la Tierra, de la trascendencia de la dualidad
representada por el dos o por la oposición uno y dos,6 el tres se reencuentra en los tres
colores básicos de la obra: el negro, el blanco y el rojo.
Caduceo de Mercurio
Otras enseñanzas ocultas, particularmente las referidas a las virtudes secretas de las
piedras y de las plantas o las relativas a la regeneración del hombre se hallan también
en este Corpus Hermeticum. Su difusión en la antigüedad, la Edad Media y el
Renacimiento fue enorme y no dudamos en afirmar que a partir del Corpus Hermeticum
y de la famosa Tabula Smaragdina o Tabla de Esmeralda, se desarrolló casi toda la
simbología hermética y alquímica cuyos elementos principales nos proponemos
exponer.
Resulta cuando menos curioso que toda esta literatura, sumamente extensa, acabara
cristalizando en lo que se ha llamado la tradición alquímica. Esto le otorga, querámoslo
o no, una importancia que, al menos para nosotros, occidentales, la hace digna de que
profundicemos en ella, intentando liberarnos de los prejuicios típicos que señalamos al
principio de este trabajo.
No pocos han sido, ciertamente, los historiadores que han querido ver en la Alquimia
una suerte de química en estado infantil y subdesarrollado, y en su simbolismo un
lenguaje críptico o secreto, reservado a Iniciados', deliberadamente oscuro u
oscurecido por temor al profano, siempre ansioso de 'robar sus secretos'.
Los trabajos de Evola, Faivre, Tristan, Van Lennep o Jung, por citar sólo a unos pocos
autores modernos y conocidos, bastarían para disipar este error o, al menos para poner
un poco las cosas en su lugar, si no lo hubieran hecho ya los mismos alquimistas.
"Es sabido, escribe uno de ellos, que nuestro arte es un arte cabalístico, es decir que
sólo puede ser revelado oralmente y que rebosa misterios... el que trate de explicar lo
que han escrito los filósofos mediante el sentido ordinario y literal de las palabras, se
encontrará encerrado en los meandros de un laberinto del que nunca podrá salir".
Por otra parte, si en muchas ocasiones los textos nos parecen oscuros y complicados
es porque a menudo no tenemos el bagaje intelectual y simbólico necesario para
acercamos a ellos porque carecemos también de la luz interior imprescindible para
iluminarlos y porque nos falta la simplicidad de espíritu que permite que su luz penetre
en nosotros.
Una exposición racional de los símbolos, el estudio por métodos 'universitarios', puede
resultar asaz estéril si éstos no logran que nos involucremos. Los símbolos utilizados
por los antiguos alquimistas son algo así como variaciones sobre un mismo tema.
Pertenecen a lo que Guénon llamaba "símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada",
una ciencia distinta de la que se imparte en nuestras aulas.
Caduceus, de kerykeion, procede del verbo kerykeio, publicar, anunciar. Por otra parte,
en astrología, Mercurio es el regente del signo de Géminis, el tercer signo zodiacal
compuesto por dos hermanos gemelos (vemos de nuevo aquí al dos y al tres), signo al
que pertenecen la palabra hablada y escrita, las publicaciones, etc...
Para los alquimistas el papel anunciador del Caduceo se debe a su asociación con la
Estrella de los Magos ,otro de los símbolos mas importantes de su acervo. La Estrella
resulta de la conjunción de los triángulos del Agua y del Fuego (otro modo de hablar del
cielo y de la Tierra o del Arriba y del Abajo), que muchos autores relacionan con la
Estrella de los Reyes Magos,10 que les anunció y condujo hasta el nacimiento de
Cristo, símbolo para ellos de la Piedra, el Lapis Philosophorum.11
También se ha relacionado al Caduceo con el Gallo, que nos anuncia el día, animal
que los galos consagraban precisamente a Mercurio.
Las correspondencias simbólicas entre el Caduceo y las tres columnas del árbol
cabalístico ya han sido señaladas por diversos autores. Las columnas de Rigor y
Misericordia corresponden a las dos serpientes. Son lo que se conoce en los Midrashim
como "la buena inclinación" y la "mala inclinación" o si lo preferimos, "las buenas
costumbres" y "las malas costumbres" de la simbólica franc-masónica, que no es en
modo alguno opuesta a la alquímica.
La Columna central, llamada "de justicia" corresponde exactamente a la vara del
Caduceo, que es la de la Libertad, una vez trascendidas las 'buenas' y las 'malas'
inclinaciones. Es la vara que separa y que une (solve et coagula).
Otro de los atributos de Mercurio, no menos rico en contenido, es la lira. Para Cirlot,12
es un "símbolo de la unión armoniosa de las fuerzas cósmicas". Por otra parte, como
símbolo de los poetas, la lira nos indica que el arte hermético es un arte poético y
divino, de poeio, "yo hago".
El aspecto celeste de la lira lo podemos ver en sus siete cuerdas, que corresponden a
los siete planetas o a los siete pasos de la Gran Obra o, en el caso de la lira de
Timoteo de Mileto, de doce cuerdas, a los doce signos zodiacales o a las doce
operaciones de la Gran Obra. El aspecto terrestre y receptivo hemos de verlo en su
forma.
El nacimiento de Mercurio tuvo lugar en una montaña porque, escribe Dom Pernety:14
"El mercurio filosófico nace siempre en las alturas". Después de nacer, Mercurio fue
lavado con el agua recogida en tres fuentes (de nuevo el número tres) porque, afirma
Pernety, "el Mercurio filosófico debe ser purgado y lavado tres veces en su propia
agua" por lo que Miguel Maier escribe:15
La Montaña y la Caverna
Por otra parte, los dos triángulos, que corresponden como hemos visto a lo fijo y a lo
volátil, al azufre y al mercurio filosóficos, al unirse, realizan la unión integral de los
cuatro elementos.
Origen de los símbolos de los 4 elementos de la Alquimia
El símbolo principal del Arte hermético lo constituye, como hemos ido viendo, esta
unión en la que tras la disolución de lo fijo tiene lugar la fijación de lo volátil. Son las
Bodas Químicas,17 el matrimonio del Rey y de la Reina. Trasponiendo este simbolismo
a otro plano, es nuestra unión iniciática con el ángel, con nuestra contraparte celeste
que ha de disolver nuestra mugre y coagular y exaltar cuanto de divino hay en
nosotros; es el Despertar de la Palabra Perdida, o enmudecida o, dicho de otro modo,
de la Bella Durmiente del Bosque, del mismo Bosque del cual nos habla Dante al
principio de su Divina Comedia que constituye el principio de la Obra de la
Regeneración.