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HOMILÍA PARA EL XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Escrita por el Pbro. Abraham Sánchez

Un antiguo anuncio profético daba esperanza a los pobres de Israel. Dios mismo daría un banquete
especial para todos y los primeros en ser recibidos son los que no tienen nada. Lo único que se pide
para participar es fidelidad. Fidelidad a Dios y su Alianza. Parece sencillo pero no lo es.

En tiempos de Jesús, los judíos sabían esto. Pero no sabían cuánto tiempo debían esperar o si aún
no llegaba ese momento porque ellos o sus antepasados habían sido infieles a la Ley.

Jesús era consciente de este hecho. Como buen judío conocía la Sagrada Escritura. Pero no sólo
sabía varios pasajes de memoria sino que los experimentaba con toda su fuerza. Porque Él era la
Palabra encarnada. De este modo es que podía ponerla en práctica siendo él mismo.

“…lento para enojarse y generoso para perdonar”.

El pasaje del Evangelio de este domingo ocurre inmediatamente después de una tragedia. Herodes
ha asesinado a Juan el Bautista. Entonces Jesús se retira en solitario, como hizo en muchas otras
ocasiones para estar en oración con el Padre.

No sabemos qué estaba pensando. Es probable que reflexionara sobre la muerte del Bautista y sus
consecuencias. Si esto fue así, en su corazón no caben el rencor contra Herodes sino la misericordia
y el perdón.

“A ti, Señor, sus ojos vuelven todos…”.

Mucha gente lo seguía. Él no los puede evitar. El Evangelista San Mateo recoge los sentimientos de
Jesús al mirarlos: “se compadeció de ellos”. Esta muchedumbre se sentía sola y perdida. Quizás
encontraban en Juan, como profeta de Dios, la presencia misma de Dios, pero ya no estaba, le
habían quitado la vida como a otros en el pasado. Pero Jesús no los deja solos. No viene a ser un
sustito. Él mismo es el cumplimiento de la promesa de Dios, igualmente anunciada por Juan.

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“Abres, Señor, tus manos generosas”.

La fama de Jesús se estaba extendiendo por Galilea. Predicaba con una autoridad antes
desconocida y además, ya había hecho varios milagros. En esta oportunidad sanaría nuevamente a
los enfermos presentes a orillas del mar.

Y aquí viene el centro de este relato. Cuando se hacía tarde, sus discípulos le advierten que hay
mucha gente y que ese lugar no era seguro para nadie. Lo mejor era que todos buscaran refugio
para descansar y algo para comer.

El Maestro les quiere dar una lección: “Denles ustedes de comer”.

Los discípulos responden: “No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces”.

“…tú los alimentas a su tiempo”.

Creo que la mayoría recuerda cómo ocurrió el resto. Jesús bendijo los alimentos y los mandó
repartir, y asombrosamente hubo para todos. Tanto que sobraron doce canastos.

Mucho se ha dicho sobre el sentido de éstas palabras. Podemos reflexionar sobre ellas pero lo más
importante es reconocer la eficacia del poder de Dios. No se trata de un truco o de un juego de
letras. Jesús multiplicó los cinco panes y los dos peces para que alcanzaran a cinco mil hombres, a
sus mujeres y sus niños. Una muchedumbre reunida para ver, escuchar y ser sanados por Jesús.

Nadie quedó por fuera porque “Bueno es el señor para con todos” (Salmo 144).

“Dios mío, ven en mi auxilio” (Salmo 69).

Muchas cosas podemos aprender de esta historia de salvación. Me parece oportuno mencionar
algunos detalles que aparecen en el relato de la multiplicación de los panes.

Lo primero es que Jesús nos mira y siente compasión de cada uno de nosotros, aunque seamos
muchos. Es lo que lo distingue de nosotros y lo que nos permite reconocerlo como el Hijo de Dios.
Pero, ¿no podemos asemejarnos a su persona? Por supuesto que sí. Somos capaces de orar a
solas como Él, y al mismo tiempo sentir compasión de nuestro prójimo.

Sí. Hoy muchas personas están solas. No aislados voluntariamente sino por circunstancias
adversas, como ésta enfermedad que nos amenaza a todos. Pero en el silencio y soledad de
nuestros hogares podemos suplicar a Dios por todos y pensar nuevas y mejores formas de ayudar a
los demás. Si en serio pedimos luces a Dios, no nos va a faltar su sabio auxilio.

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Luego podemos ver cómo Jesús conoce nuestras necesidades más elementales. Una actitud
importante suya es la bendición de los alimentos. Todas las cosas que recibimos provienen al final
de Dios mismo. Por eso debemos dar gracias por todas las bendiciones que recibimos aunque nos
parezcan pequeñas. Pequeños y pocos eran los cinco panes y los dos pescados. Y con todo y eso
se repartieron en abundancia. Entonces hay que ser agradecidos siempre por todos los beneficios.

Por último, está el gesto de confianza de Jesús hacia sus discípulos. A veces nos dejamos llevar y
aturdir por las contrariedades. Nos fijamos más en los inconvenientes. Pero Jesús espera que
nosotros salgamos al encuentro del otro y le asistamos, ¿tenemos su ayuda? Seguro que sí, y con
eso nos basta. Ser imagen y semejanza de Dios implica también pensar cada vez más con los
criterios del Maestro.

Siempre habrá problemas en el mundo, pero como dijo San Pablo a los romanos, nada podrá
separarnos del amor de Cristo. Es ese Amor el que nos anima y sostiene. Es ese el Amor que
procura un pequeño pan en nuestra mesa; es ese mismo Amor que nos invita a un Banquete
Celestial.

Durante la cuarentena, los pastores de la Iglesia nos vemos limitados en la administración de los
sacramentos y hay tantos cristianos que anhelan comer de la Carne y la Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo. La Eucaristía se sigue celebrando pero en privado y nos preguntamos si seguimos
siendo Pueblo de Dios.

Yo les digo que sean pacientes y que se mantengan fieles a Dios y su Iglesia, como Dios es fiel a
sus promesas. En nuestro país la cuarentena estuvo unida a la cuaresma en sus inicios, un tiempo
de desierto. Muy pronto tendremos un jubileo para celebrar el fin de esta pandemia. Mientras tanto
procuremos ser sensatos en nuestras acciones. Ahora nuestro principal bien común es la salud.

Reciban mis condolencias todos los que han perdido recientemente un ser querido. Que la
misericordia de Dios nos mueva a consolarnos mutuamente y les dé entrada a nuestros familiares y
amigos difuntos en el Reino de los Cielos.

La Inmaculada Concepción del Caroní nos lleve a estar más cerca de Jesucristo y nos cubra con su
manto.

Dios les bendiga y no se olviden de orar por este siervo pecador.

Ciudad Guayana, 2 de agosto de 2020

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