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BORDER 8 PUNTOS

(Gräns, Suecia/Dinamarca, 2018)

Dirección: Ali Abassi

Guion: Isabella Eklöff, Ali Abasi y John Ajvide Lindqvist

Fotografía: Nadim Carlsen

Duración: 110 minutos

Intérpretes: Eva Melander, Eero Milonoff, Jörgen Thorsson, Sten Ljunggren

Por Horacio Bernades

Diez años atrás, la película sueca Criatura de la noche (Let the Right One In), arrancaba a los
vampiros de los castillos del mito y los socializaba, haciendo de ellos seres obligados a
ocultarse, a retirarse, a negarse a sí mismos. Ganadora de la sección Un certain regarde de
Cannes 2018, Border se basa en un cuento de John Ajvide Lindqvist, autor del relato Let the
Right One In. Lindqvist es, por otra parte, coguionista de ambas. Ahora no se trata de vampiros
sino de trolls, que en la mitología nórdica no es gente que anda jodiendo en las redes sociales
sino seres no muy agraciados que viven en las montañas, alejados de la nunca muy confiable
especie humana. Como en Criatura de la noche, el punto de vista del relato es empático con los
protagonistas, aunque esta vez Lindqvist da un paso más e introduce una cuña de inhumanidad
incluso en el universo de los distintos, complejizando las cosas un poco más.

“¿Es una persona?”, se pregunta el espectador ante la primera aparición de Tina (Eva
Melander, excelente), cuyos rasgos (frente prominente, nariz de boxeador, ojos pequeños,
espalda algo vencida, más tarde se descubrirán otros más extraños) hacen de ella una pariente
desfavorecida del ser humano. Lo más raro es que el espectador se la encuentra trabajando en
el mundo de los hombres, como inspectora de aduanas. Tina no necesita de rayos X, ni
termodetección, ni ninguno otro artilugio tecno por el estilo. Como a un Beagle de casi dos
metros, a ella le basta y sobra con el olfato. Callada y retraída, terminada la jornada, Tina parte
hacia el corazón del bosque, donde vive con un tipo al que le importan más sus perras
rotweillers para crianza que su mujer, que todas las noches duerme sola. No tienen hijos,
porque Tina tiene cierta dificultad, que más tarde se verá.

Una de las rarezas de Border es que, a su manera, es una love story, a partir del momento en
que aparece, tan casual como Tina, un segundo troll llamado Vore (Eero Milonoff). Tina vivía
hasta el momento en un estado de total aislamiento, aun (o sobre todo) entre la gente. Vore
sabe cosas sobre los trolls, algo que permite a su nueva amiga entenderse un poco más,
descubrir incluso que aquello que parecía carencia total escondía algo que permite fundirse en
el otro. Al redescubrirse, Tina se interesa por su origen (como todos los “distintos” del cine,
incluyendo a todos los superhéroes), para lo cual hace una visita no muy amigable a su padre,
internado con Alzheimer. Como Criatura de la noche, Border es un film fantástico depre. Sólo el
bosque y sus animales (bonito detalle para anunciar que Tina está en la frontera --border--
entre lo humano y lo animal) dan algo de paz, algo de hogar a la sufriente protagonista. En una
de las escenas más intensas, Vore corre por el bosque, grita y aúlla de desesperación, porque
su anatomía va en contra de su deseo (detalle raro, pero bué).

Hay una subtrama bastante confusa, con Tina investigando junto a un detective privado a un
aparente grupo de abusadores de bebés. Esto deriva a otra subtrama, no tan confusa pero sí
abstrusa, alrededor de unos bebés llamados “hiisit”, que vienen como mal terminados (¿de
dónde?) y entonces son comercializados (¿para qué?). Lo que importa de esto son dos
derivados. Uno no lo vamos a decir, para no espoilear al prójimo. El otro es el que se comenta
en el primer párrafo: no por ser víctimas del hombre algunos trolls dejan de comportarse de
modo tan inhumano como el ser… humano. Ambigüedad: ni los malos son del todo malos, ni
los buenos tampoco. Dirigida por el realizador iraní radicado en Cophenhague, Ali Abassi,
Border no tiene una narración lineal, aunque tampoco se juega a ninguna acronología.

Lo que hace Abassi es diluir las continuidades espaciales, temporales y dramáticas entre escena
y escena, dejando así a cada una de ellas en estado de flotación, como bloques de hielo en la
corriente. Ese aislamiento se corresponde con el de Tina, planteando así una ajustada
correspondencia entre forma y “contenido”. Como Criatura de la noche, igualmente dark, la
fotografía acentúa oscuridades y espacios vacíos nórdicos, con lógicos tonos verdoso-
amarronados en las escenas del bosque. El trabajo de maquillaje, que le valió a la película una
nominación al Oscar, es asombroso: no se notan las prótesis, apliques o lo que fuera, de tal
modo que el espectador puede llegar a pasarse toda la película pensando si no será que los
actores tienen efectivamente esos rostros.

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