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El lugar de la Culpa y el superyó en el circuito de la responsabilidad1 2.

Resumen

En el presente escrito partimos de la concepción psicoanalítica del superyó, su

vinculación con la culpa y la responsabilidad subjetiva. Diferenciamos las dos caras del

supeyó, por un lado, éste deja una marca de prohibición al acceso al goce (fundando el

campo del deseo) y al mismo tiempo, impulsa al goce sin límites (fundado el campo del

más allá del principio del placer). A partir de esta diferencia anudamos las distintas

manifestaciones de la culpa en tanto posibilitadoras de la asunción de la responsabilidad

subjetiva o en tanto respuesta que tapona el acceso al deseo.

La moral desde la perspectiva psicoanalítica

Si consideramos el fenómeno moral desde una perspectiva sociológica, podemos

acordar con la definición de Walgrave (1965), quien señala que lo moral “significa,

1
Una parte del presente trabajo fue publicado en Revista Psicoanálisis y el Hospital. Número especial:
"Responsabilidad e imputabilidad". Nº 38 (2010). Articulo: El lugar de la Culpa y el superyó en el circuito
de la responsabilidad. ISSN 0328 0969

2
La cuestión del circuito de la responsabilidad (vinculado a la responsabilidad subjetiva) es trabajada en
extenso como parte de la asignatura: Psicología, Ética y DDHH de la Facultad de Psicología de la UBA,
asignatura en la que me desempeño como Prof. Adjunta. Existen diferentes publicaciones que pueden
ser consultadas en la página:
http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/informacion_adicional/obligatorias/071_
etica/index.htm
Tales como:
Jinkis, J. (1987). Vergüenza y responsabilidad. Conjetural, número 13. Editorial Sitio. Buenos Aires.
Salomone, G. Z.: El sujeto dividido y la responsabilidad. En La transmisión de la ética. Clínica y
deontología. Vol. I: Fundamentos. Letra Viva, 2006.
D’Amore, O.: Responsabilidad y culpa. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I:
Fundamentos. Letra Viva, 2006.
1
Domínguez, M. E.: Los carriles de la responsabilidad: el circuito de un análisis. En La transmisión de la
ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Letra Viva, 2006.

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ante todo, la norma -o conjunto de normas- a tenor de la cual la existencia en libertad

cree deber conducirse. Pertenece, por lo tanto, a las características peculiares del

fenómeno humano". De esta manera, la moral constituye una característica propia del

nivel humano de organización de la materia. Se la concibe como un conjunto de normas

y principios fundados en las condiciones de la existencia en libertad y coextensivos con

ésta. Es el nivel que abre la Ley simbólica como surco organizador de la materia.

El término moralidad, puede ser definido como "la suma y la forma de usos y

costumbres que tienen vigencia en una cultura determinada" (Walgrave, 1965). Por lo

tanto la moralidad resultaría una forma de cristalización práctica de la moral en un

determinado marco histórico y cultural. Como tal el concepto "moralidad" reviste un

carácter más transitorio y modificable que "moral".

Desde esta primera perspectiva, la moralidad anuda al sujeto a una historia familiar,

social y cultural en la que éste queda inscripto. Si buscamos una explicación singular,

de la producción de lo moral, podemos remitirnos a la explicación psicoanalítica. Una

forma de leer la inscripción de lo moral en el ser humano gira en torno al concepto de

Super-Yo.

El Super-Yo, el tercero de los sistemas de la personalidad, y último en cuanto a su

desarrollo, es el representante intrapsíquico de los valores tradicionales y de las normas

sociales según son transmitidas de padres a hijos. Valores familiares, sociales y

culturales que también son reforzados por medio de un sistema de premios y castigos.

Las funciones de esta instancia son: la conciencia moral, la autoobservación y la 2

formación de ideales. En ella se anuda lo universal (moral, en tanto capacidad humana)

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y lo particular (moralidad, en tanto modalidades de manifestación de ésta capacidad) en

la esfera subjetiva (singular).

Gráfico 1

Tal vez sea útil recordar aquí que el Super-Yo del niño no se forma a imagen de los

padres, sino más bien a imagen del Super-Yo de los mismos. Esta arma moral de la

personalidad representa a la realidad ideal en mayor medida que a la material y se

empeña más en conseguir la perfección más que el placer.

Como árbitro moral internalizado, el Super-Yo se desarrolla en respuesta a los premios

y castigos de los padres. Todo lo que éstos consideran impropio o punible, tiende a ser

incorporado a la "conciencia moral", uno de los dos subsistemas del Super-Yo, mientras

que todo lo que merece la aprobación o el premio parental tiende a integrar su "ideal del

Yo", que constituye el otro subsistema. Subsistemas que no reciben una lectura unívoca

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en la obra de Freud3. De todas maneras, podemos establecer un origen principalmente

narcisista, y una naturaleza claramente diferenciada del Yo. En El Yo y el Ello (1923), el

Super-Yo aparece como sinónimo de "ideal del yo" se trata de una sola instancia, que se

forma por identificación con los padres.

De la génesis individual al mito social

Freud, en diferentes textos ubica la génesis individual del superyó como resto del

atravesamiento del Complejo de Edipo. Luego, destina el escrito Totem y tabú (1913)

para referir su génesis colectiva.

La instauración del superyó es el signo de la internalización de la ley. El mito de tótem

y tabú expresa los deseos primordiales del niño sobre su padre, descriptos en el

complejo de Edipo. Encontramos en el origen de lo individual y lo colectivo una misma

operación: la prohibición del incesto y la instauración de la ley.

En Totem y Tabú (1913) Freud sitúa un antes y después de la muerte del padre. El padre

del goce total (basado en una hipótesis dawrwiniana), es también llamado el

protopadre. El padre del goce total es la ley, la encarna. En la medida en que él es la ley

no la representa. El protopadre “No debe obedecerla (ley), queda por fuera del campo

de su eficacia” (Salomone, 2000: 80)

“El psicoanálisis nos ha revelado que el animal totémico es, en realidad, una

sustitución del padre, hecho con el que se armoniza la contradicción de que

estando prohibida su muerte en época normal se celebre como una fiesta su 4

3
Para una comprensión más acabada del desarrollo del concepto de superyó en la obra de Freud se
sugiere la lectura del clásico estudio de Marta Gerez Ambertin: Las voces del superyó. Que utilizaremos
en este escrito como texto de referencia entre otros.
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sacrificio y que después de matarlo se lamente y llore su muerte. La actitud

afectiva ambivalente, que aún hoy en día caracteriza el complejo paterno en

nuestros niños y perdura muchas veces en la vida adulta, se extendería, pues,

también al animal totémico considerado como sustitución del padre.” (Freud:

1913)

El niño desea matar al padre y ocupar su lugar al lado de la madre. Cuando abandona el

complejo de Edipo por temor a la castración se funda el superyó como tercera instancia

psíquica que internaliza los mandatos y prohibiciones paternos. La amenaza de la

castración, que el niño temía como castigo del padre por el desarrollo de su actividad

autoerótica es introyectada. Ahora el padre escondido dentro del hijo ejerce vigilancia

bajo la forma de la conciencia de culpabilidad (la instancia crítica aparece como ajena y

propia).

El Edipo somete a todo sujeto al orden de la ley, dirá Lacan, de la castración.

“A consecuencia de este proceso afectivo surgió el remordimiento y nació la

conciencia de la culpabilidad, confundida aquí con él, y el padre muerto

adquirió un poder mucho mayor del que había poseído en vida, circunstancias

todas que comprobamos aún hoy en día en los destinos humanos. Lo que el

padre había impedido anteriormente, por el hecho mismo de su existencia, se lo

prohibieron luego los hijos a sí mismos en virtud de aquella «obediencia

retrospectiva» característica de una situación psíquica que el psicoanálisis nos

ha hecho familiar. Desautorizaron su acto, prohibiendo la muerte del tótem,


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sustitución del padre, y renunciaron a recoger los frutos de su crimen,

rehusando el contacto sexual con las mujeres, accesibles ya para ellos. De este
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modo es como la conciencia de la culpabilidad del hijo engendró los dos tabúes

fundamentales del totemismo, los cuales tenían que coincidir con los deseos

reprimidos del complejo de Edipo. Aquel que infringía estos tabúes se hacia

culpable de los dos únicos crímenes que preocupaban a la sociedad primitiva.”

(Freud, 1913)

Luego del parricidio (hipótesis freudiana) se da la eficacia del padre muerto. Los hijos

buscaron la identificación al padre vía su devoración; pero surge el arrepentimiento

(expresión del sentimiento de culpa) como ambivalencia de sentimientos hacia el padre:

“el odio, los llevó a ejecutar la agresión y el amor, al arrepentimiento” (Salomone,

2000: 81)

Se instaura la prohibición del incesto y la salida exogámica. Junto con ella se origina la

cultura y el orden social.

“La comida totémica, quizá la primera fiesta de la Humanidad, sería la

reproducción conmemorativa de este acto criminal y memorable que constituyó

el punto de partida de las organizaciones sociales, de las restricciones morales

y de la religión” (Freud: 1913)

El origen de la cultura conlleva la limitación pulsional en un doble aspecto:

• Prohibición del incesto. La voluntad del padre se transforma en ley. Se funda el

ordenamiento simbólico y queda como resto algo imposible (lo real) Los hijos

querían ocupar su lugar, lo matan pero al morir su lugar se vuelve imposible.


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• Origen de la cultura contra la agresividad originaria. Surge el derecho como

ordenador social. Expresión de la función paterna en el orden social.

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Las dos caras del superyó

Pero esta función positiva, como resto de la ingesta del padre muerto, no es la única

consecuencia de la instalación del superyó. Esta tercera instancia psíquica presenta dos

caras, por un lado, deja una marca de prohibición al acceso al goce (fundando el campo

del deseo) y al mismo tiempo, impulsa al goce sin límites (fundado el campo del más

allá del principio del placer)

El superyó presenta dos aspectos: lo normativo y lo pulsional. Cuando el superyó se

ubica en el lugar del imperativo Kantiano “ordena gozar” aboliendo al sujeto del

inconsciente. Para expandir al sujeto del deseo, que es el sujeto de la ética, el imperativo

categórico kantiano deberá transformarse en: “obra de acuerdo con tu deseo”. El deseo

se presenta entonces como lo antinómico al goce. Existe una relación inversamente

proporcional entre ellos.

En este sentido y vinculada al superyó, el Ideal del yo es la instancia más lejana al

deseo. La antinomia ha sido ilustrada con la figura del jano bifronte, una cara deseo y la

otra goce.

Marta Gerez Ambertin (2007) sitúa estas dos caras del superyó mediante la siguiente

descripción:

 algo ajeno que ataca. La cara pulsional de goce. No se somete a la

metáfora paterna. Está basada en la pulsión de muerte. Goce. Más

allá del principio del placer. El padre terrible del goce todo
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(protopadre).

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 Algo propio admirado: Ideal del yo (identificación) Ordenado por

la ley del padre. Dentro de los límites fálicos. El padre como

heredero del complejo de Edipo. El padre como representante de

la ley

Superyó y culpa

En el escrito Los que delinquen por conciencia de culpa Freud (1916) señala que el

sentimiento de culpa brota del Complejo de Edipo, “es una reacción frente a los dos

grandes propósitos delictivos, el de matar al padre y el de tener comercio sexual con la

madre” (1916: 338)

Desde sus orígenes la culpa se halla anudada al superyó. Es preciso entonces,

diferenciar las diferentes modalidades de presentación de la misma.

Existen tres registros de la culpa:

• culpa consciente o sentimiento de culpa. Al que nos referimos anteriormente,

fundado en la culpa primordial de la muerte del padre, las formas de la culpa

consciente y preconsciente reeditan el sentimiento de culpa.

• culpa inconsciente: que anuda la culpa con la angustia de castración. En este

sentido es universal, ya que como señalamos anteriormente, en el mito de Totem

y Tabú la castración es el modo de sostener que el Edipo somete a todo sujeto al

orden de la ley.

• culpa muda: escapa a las formaciones del inconsciente. Es la búsqueda


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compulsiva y silenciosa de la satisfacción del castigo de padecer. Compulsión a

la repetición.
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Sin embargo, esta disección analítica no es nítidamente observable en la realidad. El

mismo Freud señala el caso de ciertos niños “díscolos” que recién cuando son

castigados se quedan “calmos y satisfechos” (1916:339)

Se produce entonces un circuito en el que: cronológicamente, se produce primero el mal

comportamiento y luego el castigo; mientras que, lógicamente, se produce primero la

conciencia de culpa (originada en el complejo de Edipo) luego la necesidad de castigo

que impulsa el comportamiento sedicioso y finalmente el castigo que remite a la

necesidad de castigo por el crimen originario de la muerte del padre.

Gráfico 2

En este circuito se mezcla la conciencia de culpa consciente y preconsciente del primer

registro, con la necesidad de castigo sobre la que se monta el superyó buscando obtener

goce, que remite al tercero de los registros referidos anteriormente.

El niño díscolo busca la punición; así como el delincuente que busca en su accionar

encontrarse con el castigo que lo remite, por un lado a la ley (cara normativa del

Superyó) y por el otro al padecimiento al que se confina (vertiente de satisfacción


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pulsional del Superyó)

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Respuestas del sujeto a la culpa

La culpa es un llamado al Otro, en tanto que demanda de amor, el niño que se porta mal

necesita al Otro para ser reconocido, lo llama en su función legislativa, lo convoca a

reforzar los límites de la ley. Silvestre (1988: 166) señala que el neurótico necesita que

el padre imaginario funcione como legislador este es un “ardid suplementario para dar

cuenta de la ley y de su falta”

Existen dos casos paradigmáticos de Freud, en los que podemos ubicar la operatoria del

analista vinculada a la función legislativa.

Los casos freudianos que citaremos son el de Dora y el hombre de las Ratas.

En el análisis que realiza Lacan del caso Dora en Intervención sobre la transferencia

refiriéndose a la primera inversión dialéctica recorta la siguiente intervención de Freud

“mira, le dice, cual es tu propia parte en el desorden del que te quejas” (208). Esta

intervención retoma la queja de la sujeto histérica y la vuelve sobre ella como

interpelación. Parafraseando la intervención freudiana podríamos decir, que

responsabilidad subjetiva te cabe por tu acción. Dora se quejaba de que su padre

mantenía una relación amorosa con la Sra. K, y resultaba que esta relación se mantenía

gracias a su complicidad, era necesario que ella cuidara de los hijos de la Sra. K para

que ésta pudiera encontrarse con su padre.

Según señala Gerez Ambertín en la histeria reina la culpa inconsciente, sin embargo, no

se siente culpable sino víctima. Semblante de inocencia y sacrificio (el alma bella) son

modalidades del sometimiento al goce superyoico. Esta intervención freudiana apunta a


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responsabilizar a Dora y devolver sobre las coordenadas del sujeto lo que su queja yoica

dejaba fuera.
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Gráfico 3

Interpelación freudiana (inversión dialéctica)

Queja de Dora (síntoma egosintónico)

La interpelación freudiana hace un corte sobre la linealidad yoica y provoca una

retroacción que obliga a Dora a incluir en su yo aquello de lo que nada quiere saber: las

coordenadas de su propia modalidad de satisfacción. “Cual es tu parte...” es la

intervención que amplía las fronteras del yo, llevando al sujeto más allá de esta frontera.

En el caso del hombre de las Ratas como arquetipo del obsesivo, la culpa consciente e

inconsciente son notorias. Veamos qué estrategia pone en marcha Freud para devolver a

la esfera del sujeto aquello que él desconoce de si mismo. El hombre de las Ratas se

sentía culpable por lo que no era. Él sentía culpa porque le debía 3,80 coronas al

Teniente A, a quien en realidad no se las debía. La deuda al teniente A, se anudaba

inconscientemente a una deuda de juego que había contraído su padre. El hombre de las

Ratas se sabía presa de una culpa insoportable y quería obligar al teniente a recibir su

dinero. Es así como diseña esta estrategia,

“La decisión de acudir a un médico fue entretejida en el delirio de la habilidosa

manera siguiente: se haría extender un certificado médico según el cual

necesitaba, para restablecerse, de ese acto que meditaba con el teniente primero
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A., y éste se dejaría mover por el certificado a aceptarle las 3,80 coronas. El

azar de haberle caído por entonces en las manos un libro mío (dice Freud) guió
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hacia mí su elección. Pero conmigo no se podía no se podía ni hablar de aquel

certificado; muy razonable, sólo pidió ser liberado de sus representaciones

obsesivas.” (1909:138)

Fue el azar el que lo condujo a Freud. Pero al encontrarse con él se topo con un muro

infranqueable, “conmigo no se podía ni hablar de aquel certificado”. Que bella forma

tiene Freud de imponer su más profunda negativa. La negativa no recae sobre el

sentimiento de culpa que carga el hombre de las ratas sino sobre su eximición.

¿Por qué Freud se niega a extender ese certificado? Si el analista rellena con

significantes las culpas menores que el neurótico trae al análisis, si lo dis-culpa cierra el

camino de la cura. Si Freud dis-culpa al hombre de las Ratas, le quita la culpa, se acaba

aquello que puede ser el motor de la cura. Que no hable del certificado, que hable de la

satisfacción que le proporcionan sus pensamientos obsesivos, que hable del tormento de

las ratas. Que hable de su culpa, pero de la verdadera.

Interrogar la culpa, abre el inconsciente. En la culpa el sujeto queda suspendido, entre la

demanda al Otro y el objeto a, necesita de la interpelación del Otro para responder. De

este modo se constituye lo que llamamos el circuito de la responsabilidad. La culpa del

hombre de las ratas por la deuda impaga, es genuina en tanto sentimiento de culpa

(culpa señal) que brota del complejo de Edipo. Pero su contenido, el motivo de la culpa,

se halla desplazado. Un motivo moral (la deuda con el teniente A) del que Freud no

quiere ni oír hablar, no es el verdadero motivo de la culpa sino el señuelo que el

paciente le pone a Freud para que este lo absuelva. Lejos de caer en la trampa Freud
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reconduce la culpa a la esfera del sujeto.

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Ser responsable es “responder por”. Este responder se propicia ante la interpelación del

Otro. Esta interpelación le resulta al sujeto dilemática en tanto que lo divide entre la

demanda al Otro y el objeto a. Sólo puede haber interpelación cuando el sujeto ha

atravesado el complejo de Edipo, porque para que la interpelación del Otro funcione

como tal el sujeto debe estar sometido a la Ley4.

Según señala Gerez Ambertin (2007: 264) existen diferentes respuestas ante la

interpelación del Otro:

1. Inhibición

2. Síntoma, vía su recuperación por el lado del fantasma

3. El goce del síntoma.

4. El acting out

5. El pasaje al acto

6. Y nosotros agregamos aquí, el acto. Que es una forma de “saber hacer ahí con”.

Allí ubicamos el efecto sujeto en las coordenadas éticas.

“Si recurriendo a la culpa en tanto llamado al Otro, el sujeto logra sostenerse en lo

simbólico y hacerse representar por sus significantes (vía del deseo) consigue

distanciarse del goce superyoico, caso contrario, cae deyectactado como a (vía del

goce)” (2007: 264)

El superyó y los tres registros lacanianos

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Sólo podemos sostener que cabe la responsabilidad subjetiva en un sujeto que esté en condiciones de
ser interpelado. Un niño puede ser responsable, si la ley ha sido internalizada como resto del Complejo
de Edipo.
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Žižek (2008) articula los conceptos freudianos de yo ideal, ideal del yo y superyó con

los tres registros de Lacan. Del siguiente modo:

Lacan Freud

Imaginario Yo ideal: imagen auto idealizada del sujeto. Narcicismo

Simbólico Ideal del yo: el Otro me mira y me fuerza a dar lo mejor de mí.

Orden socio simbólico.

Real Superyo: aspecto sádico, vengativo, punitivo. Instancia antiética.

Imperativo de goce.

Marta Gerez Ambertin, a diferencia de Žižek, ubica el yo ideal y el Ideal del yo del lado

imaginario, mientras que señala al superyó como simbólico.

Asimismo, Žižek establece una cuarta instancia lacaniana es la ley del deseo. Esta es la

Instancia ética. Para Gerez Ambertin, esta última forma parte del superyó en tanto

bifronte.

El problema central radica en que estas instancias se pueden diferenciar teóricamente

pero en la clínica se presentan anudadas. De ahí que tanto en la obra de Lacan como en

Freud haya diferentes formas de presentar sus nexos. Dificultades que se filtran en los

esfuerzos clasificatorios de Zizek y Gerez Ambertín. Escollos que encontramos en la

clínica para poder interpelar al sujeto convocando la respuesta del acto ético sin quedar

detenidos en los atolladeros del goce.


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Un ejemplo paradigmático: Ante la ley

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Para ejemplificar estos conceptos hemos recurrido a un texto del escritor checo Kafka.
El proceso es una de las novelas más célebres de Franz Kafka, fue publicada de manera
póstuma por primera vez en alemán en 1925 como Der Prozess, como la tituló
originalmente su autor basada en la edición de Max Brod del manuscrito de Kafka,
quién nunca expresó la intención de publicarlo y lo dejó inconcluso. De la novela
procede un famoso relato kafkiano, Ante la ley5. La primera traducción que Borges hizo
de “Ante la Ley” apareció publicada en la revista El Hogar, el 27 de mayo de 1938.
Para este escrito trabajaremos con esta traducción, haciendo algunas aclaraciones acerca
del sentido dado por Borges al texto original. Nos valemos del texto literario en tanto
ficcional y proponemos una lectura desde las coordenadas aportadas por el
psicoanálisis.

"Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña


(campesino) que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día
no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá
entrar. 'Es posible', dice el guardián, 'pero no ahora'.”

Este guardián representa al superyó, resto de la internalización del padre muerto. Opera
como censura, le impide acceder al campesino a aquello que desea. Es así que el
superyó apareció en la teoría freudiana, bajo la forma de la censura. Lacan se refiere a
las peripecias que atraviesa un sujeto obsesivo cuando quiere acceder a su deseo.

“¿Qué ocurre cuando el obsesivo [...] reuniendo todo su coraje, se pone a tratar
de franquear la barrera de la demanda, es decir, parte en busca del objeto de su
deseo? [...] en este camino le acontecen los accidentes más extraordinarios, que

5 Este texto ha dado lugar a diversas lecturas. Entre las más fecundas para mi se encuentra el análisis
que Agamben realizó en Homo Sacer, en el que retoma los desarrollos de Derrida y Cacciari. Y el escrito
de Fernando Geberovich e Ignacio Lewckowic En el Primer Coloquio Internacional Deseo de Ley. En este
último escrito, los autores sostienen que: “Para Agamben, la aportación de la ley es un cuerpo
biopolítico, el Homo Sacer. Desde el punto de vista que sostengo la soberanía paradojal, inherente a la
enunciación de la ley, produce un cuerpo pulsional, cuerpo de ley, voz y mirada intrincadas que 15
interpelan al sujeto haciéndolo emerger”. Esta lectura de la ley produciendo cuerpo es compatible con
la idea que desarrollo en estas hojas del guardián como la encarnación de la ley.

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tratará de justificar [...] con la intervención del superyó...” Lacan (1957-1958.


Seminario V: 410-411)

La ley que encarna el guardián es caprichosa. No tiene una interpretación, no es


necesaria. Es imposible, depende del capricho del guardián. Esta afirmación se sostiene
a lo largo del relato y es lo que le otorga su carácter absurdo.

En el Seminario 2 Lacan vincula la ley en tanto incomprendida con el superyó.


Sosteniendo que el superyó aterroriza al sujeto en tanto ley incomprendida, caprichosa.

“Wenn es dich so lockt, versuche es doch, trotz meines Verbotes hineinzugehn.


Merke aber: Ich bin mächtig. Und ich bin nur der unterste Türhüter. Von Saal
zu Saal stehn aber Türhüter, einer mächtiger als der andere. Schon den Anblick
des dritten kann nicht einmal ich mehr ertragen”

Arriesguemos una traducción literal de su advertencia: “Si tanto te tienta, prueba entrar
a pesar de mi prohibición. Pero ten esto en cuenta: yo soy fuerte. Y soy el de menor
rango entre los guardianes. En cada sala hay un guardián, cada uno más fuerte que el
anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que ni yo puedo soportar.”

Borges prefiere pasar por alto el desafío del guardián y no referirse a la Ley en términos
de “tentaciones”. Traduce por ello:

“Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre


se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: 'Fíjate bien: soy muy fuerte.
Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté
custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero
tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar'.”

Borges omite la primera oración por completo: “Si tanto te tienta, prueba entrar a pesar
de mi prohibición”. Esta omisión es analizada en términos de Miguel Sardegna y
Mariana Alonso del siguiente modo: “La frase que Borges evita tiene reminiscencias
particularmente sugestivas para la tradición judía, en la que Kafka está inmerso: la 16
tentación. El guardián invita al campesino a sucumbir a la “tentación” de entrar, si le
resulta imposible resistirse. El árbol de la ciencia y la tentación de Adán y Eva, la

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primera tentación a un quebrantamiento de la ley”. Para nosotros esta vía resulta


sumamente interesante ya que describe un mecanismo utilizado por el superyó, en tanto
que tienta y prohíbe la tentación. La presencia de ese objeto deseado y la imposibilidad
de entregarse al goce pleno con el objeto prohibido se escenifica en la espera. Espera
tensa que pone el objeto al alcance de la mano, al tiempo que lo prohíbe.

La metáfora que traslada de un guardián al otro el poder sobre el pobre campesino,


expresa el aspecto transitivo que adquieren lo engranajes del superyó. Encarnado por
diversos emisarios el superyó se manifiesta en su doble aspecto: prohibiendo el acceso
al objeto deseado y gozando con su risa burlona la imposibilidad.

“El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en
todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de
piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve
que más vale esperar”.

El acceso universal a la ley aparece claramente como un intento de fundamentarla. Sin


embargo, que todos puedan acceder es otro modo de decir que un sujeto no accede.
Remite nuevamente al eje sincrónico que referimos en el gráfico 1, lo universal
encarnado en las peripecias de lo singular.

En el cuento también queda expresada la dicotomía onto-deóntica. La realidad nos


muestra con dramatismo que las cosas no son como deberían. Se tensiona el eje
universal singular, mostrando que la singularidad puesta en juego en la figura del
campesino expresa un aspecto universal de la condición humana6.

6
Cuando nos referimos aquí a lo universal de la condición humana (eje universal – singular)
estamos aludiendo a la inscripción de la pulsión en el sujeto, en tanto elemento fundante.
Remitimos a este pasaje del texto antes mencionado de Fernando Geberovich e Ignacio
Lewckowic: “Circuito que, partiendo de lo impersonal del imperativo ciego y sordo de la ley (hay
levinasiano; bando soberano agambeniano; autoerotismo y pulsión parcial freudiano; voz
imperiosa del padre en Lacan) finaliza en la impersonalización -como recuperación de goce- de 17
la posición del sujeto en el fantasma. Dicha impersonalización es la ley, en tanto se le quita su
estatuto de acto enunciativo; transformándola en anónima y constitutiva, se vuelve
ininterrogable. Pero también es la del sujeto, en tanto se hace objeto del castigo superyoico: la
interpelación, el llamado, se resuelven en acusación.” Fernando Geberovich e Ignacio
Lewckowic
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Detengámonos un momento en la descripción del guardián. Aquí también


Borges hace jugar su lugar de traductor. “Aquella larga y deshilachada barba de
tártaro, tan vistosa y cargada de sugerencias, es acaso la imagen que Borges
mismo tiene de su propio guardián. El de Kafka apenas luce una larga, fina y
negra barba de tártaro. «Denn langen, dünnen, schwarzen tatarischen Bart», nos
dice”. Sin embargo, nuevamente la traducción de Borges resulta muy provechosa,
pues describe al guardián como un sujeto desalineado, sucio, al que le caminan
las pulgas por el abrigo. Esta descripción también coincide con el superyó. Como
refiere más adelante:

En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la


maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia
de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles
que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos
y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe
en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no
le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta,
que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que
llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad
de las estaturas ha aumentado muchísimo. '¿Qué pretendes ahora?', dice el
guardián; 'eres insaciable', 'Todos se esfuerzan por la Ley', dice el hombre.
'¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?' El
guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que
le oiga: 'Nadie ha querido entrar por aquí, porque a tí solo estaba destinada
esta puerta. Ahora voy a cerrarla'."

Para finalizar, quisiera detenerme en la traducción borgiana, una vez más. El


pasaje: «Er verflucht den unglücklichen Zufall, in den ersten Jahren rücksichtslos
und laut, später, als er alt wird, brummt er nur noch vor sich hin (...)» Es
traducido por Miguel Sardegna y Mariana Alonso como: “en los primeros años
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maldice a gritos su mala suerte; más tarde, cuando envejece, sólo murmura para
sí”.

Texto escrito por Elizabeth B. Ormart |


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Pero Borges prefiere, siempre fiel al espíritu del texto, tomarse libertades en su
versión y traduce: “En los primeros años maldice a gritos su destino perverso;
con la vejez, la maldición decae en rezongo”. La “mala suerte” del campesino se
ha transformado en algo mucho más terrible: un “destino perverso”. Las palabras
alemanas para “destino” son Los, Schicksal y Geschick. Kafka, sin embargo,
eligió escribir Zufall, que significa casualidad, azar. En este contexto, Zufall
también podría significar “suerte”, pero no destino ineludible.

El sujeto no es responsable por el azar, por la suerte. Sin embargo, podemos decir
con Amado Nervo que “él es el arquitecto de su propio destino”.

Ciertamente, para pensar el circuito de la responsabilidad debemos situar un


margen para la elección, para la decisión del sujeto. Si se trata de suerte o azar el
sujeto queda por fuera. Si, en cambio, situamos la elección de maldecir el destino
que el mismo edificó, claramente, detrás de ese destino hay una elección que se
sostiene en la tensa espera de los años.

En este sentido, la inhibición parece ser del catálogo de respuestas subjetiva


presentado por Gerez Ambertin, el que el campesino adopta frente a su superyó.
No poder hacer otra cosa (inhibición) que esperar, o dicho de otro modo, hacer de
su vida una espera, es la respuesta sostenida frente al guardián.

Bibliografía

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------ (1916) Los que delinquen por conciencia de culpa. En Obras Completas.

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---- (1923) El Yo y el Ello. En Obras Completas. Amorrortu, Buenos Aires, 1992.

Texto escrito por Elizabeth B. Ormart |


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Gerez Ambertin (2007) Las voces del superyó. Letra Viva. Buenos Aires, 2007

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(Madrid), año III, 2ª ép., nº 32 (noviembre 1965) págs. 133-156

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Texto escrito por Elizabeth B. Ormart |

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