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Del lugar antropológico al no lugar

Los lugares antropológicos son espacios acotados que siguen una estructura
geométrica tangible, el autor nos habla en un primer momento de itinerarios o
caminos trazados por las personas para comunicarse en el espacio que les es
propio, posteriormente de encrucijadas donde ocurren los encuentros
interpersonales (intercambios económicos etc.) y por último de centros o
monumentos que redefinen lugares aún más específicos destinados a públicos
restringidos, zonas de reunión de tipo político, religioso, etc. pertenecientes a
subgrupos específicos con identidades concretas que por supuesto tienen
cabida en el plano geográfico de los lugares antropológicos. Pero estas tres
realidades no son totalmente independientes sino que se superponen
parcialmente en el mundo real, son estudiadas como conjunto y facilitan la
comprensión global de tales espacios a la etnografía que los estudie.
Productora de nuevas áreas, la modernidad y sus excesos se han ocupado de
buscarle un inseparable. compañero de juegos a los lugares antropológicos,
por aquello de que la etnografía no se aburra, agote sus campos de estudio y
tienda a la desaparición. En el deshumanizador contexto de cambios hasta
ahora descrito donde los espacios se confunden y se camuflan, las identidades
se inventan, las relaciones son casi nulas y las historias se narran en forma de
cuentos chinos; los lugares tradicionales ya no son suficientes para hacernos
una idea de lo que pasa en el mundo, y la realidad se confunde con la fantasía
para ser absorbida por la abstracción de lo inesperado, de lo complejo. Los
ámbitos impersonales más significativos son ahora los no lugares pero no
como contraposición a su homónimo (el lugar antropológico) sino como
complemento perfecto de éste. Según Augé, la sobremodernidad es productora
de no lugares, espacios que no son ni identitarios, ni relacionales, ni históricos
pero que pueden definirse de manera positiva (y no solamente como
contraposición a los lugares antropológicos, al igual que son capaces de
compartir con estos, los espacios de la contemporaneidad).

Las pretensiones de Augé se cumplen, a mi parecer, cuando este define con


precisión los no lugares como zonas efímeras y enigmáticas que crecen y se
multiplican a lo largo y ancho del mundo moderno; las redes de comunicación,
los mass media, las grandes superficies comerciales, las habitaciones de hotel
y de hospital, los campos de refugiados, los ciber cafés... se muestran como
lugares de paso, a-históricos e impersonales, que se vinculan al anonimato y a
la independencia porque aparentemente ni son ni significan nada, al menos no
para aquellas personas que los visitan provisionalmente. Pero la parte más
importante de su discurso a menudo pasa desapercibida, para el autor ni los
lugares ni los no lugares existen siempre en forma pura, son peldaños de una
misma escalera, líneas paralelas que mágicamente llegan a cruzarse, son
oponentes que se atraen y se inter-penetran pues según el autor del texto: “el
primero no queda nunca completamente borrado y el segundo no se cumple
nunca totalmente: son palimpsestos donde se reinscribe sin cesar el juego
intrincado de la identidad y de la relación” (1993: 84). Las terminales de
aeropuerto por ejemplo, se constituyen obviamente como un no lugar: la
mezcla de culturas, las prisas de sus visitantes, su continente y su contenido
preparados para hacer más cómodo y fácil el trayecto... dan buena cuenta de
ello, pero para las personas que normalmente trabajan en dichas terminales
existen normas de conducta, formas de actuar y de hacer, relaciones
interpersonales e historias de vida directamente relacionadas con ese lugar,
que ha pasado a convertirse en un lugar antropológico en toda regla. El caso
contrario podemos verlo claramente reflejado en las ciudades que adquieren el
título de Patrimonio de la Humanidad, sus costumbres, sus relaciones, su
historia y sus señas de identidad se han deshumanizado, la vida moderna las
ha convertido en zonas de visita, de admiración y/o de estudio, y talvez por eso
es posible afirmar que han pasado de ser lugares antropológicos a engordar las
listas de los no lugares preferidos por turistas y foráneos.

ESCUELA Y CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD

La escuela en su acción formativa y socializadora deberá responder a los retos


actuales de la necesidad de construir una sociedad plural, democrática,
incluyente, equitativa; una escuela que conciba su práctica educativa como
acontecimiento ético que, superando los marcos conceptuales que pretenden
dejarla bajo el dominio de la mera planificación tecnológica, en donde lo único
que cuenta son los logros y los resultados educativos medibles a corto plazo,
que se espera que los alumnos alcancen después de un período de tiempo,
centre también su reflexión en el ser humano que educa, su historia, sus
relaciones vitales, su aquí, su ahora y sus circunstancias, es decir, una escuela
que desde su quehacer pedagógico lea la necesidades humanas requeridas
para vivir la equidad, la inclusión y el reconocimiento de la diferencia,
condiciones necesarias para la configuración de una sociedad democrática.
Educar, en ese contexto, constituye un proceso de acogimiento hospitalario de
los recién llegados, una práctica ética interesada en la formación de la
identidad de los sujetos a partir de una relación educativa en la que el rostro del
otro irrumpe más allá del contrato y de toda reciprocidad; con lo cual se quiere
expresar una relación no coactiva, democrática y negociada; una relación
basada en una idea de responsabilidad. La misión de escuela en el marco de
este principio debería ser pensada desde una educación para la acción y no
desde una educación para la fabricación, pues en esta última el objetivo de
formación del otro sería convertirlo en un sujeto competente para el
desempeño de la función a la que está destinado, haciendo de la estructuración
del acto educativo un proceso coactivo, predictivo, terminado, es decir, una
práctica educativa reduccionista e instrumental, en tanto proyecta un proceso
educativo delimitado en un espacio de tiempo específico y predeterminado
desde el comienzo; en estas condiciones no se da un momento para la
creación, lo impredecible y la continuidad del proceso de formación. Por el
contrario, una educación para la acción, no ya para la fabricación, abre el
horizonte a la iniciativa, a la novedad y a lo impredecible; educar para la acción
es romper lo previsto e irrumpir en lo imprevisible e impredecible; así la
actividad educativa plantea una acción novedosa ligada al relato, al discurso, al
lenguaje, en los cuales la pregunta por el quién eres tú contiene una
subjetividad, una biografía, una historia. La educación para la acción configura
pluralidad, imprevisibilidad, novedad, irreversibilidad y narración. La acción
educativa en su última característica, la narración, es la construcción del relato
de una identidad, de un sujeto, de una historia, así como la ubicación de un
actuar en el presente, el cual rompe el devenir incesante que sólo conoce un
hecho y un acontecimiento y reconoce que la historia no es lineal, que es
cambiante, impredecible y está por conceptuar. La construcción de identidad,
en ese contexto, hace referencia al proceso a través del cual los sujetos,
hombres y mujeres, se hacen individuos únicos, negocian sus diferencias con
otros y otras diferentes, y constituyen marcos comunes que les permiten
cohabitar conjuntamente un espacio cotidiano, histórico y cambiante.

En la construcción de identidad los sujetos logran elaborar los significados de


existencia que han movilizado su historia y han mediado su accionar hacia la
configuración de una forma particular de habitar, sentir, vivir y pensar el mundo
de la vida. Así mismo, en la construcción de la identidad el individuo configura
formas legítimas de convivir y organizar el mundo vital para reestablecerlo, si
así lo quiere, como un espacio de calidad de vida, un espacio vital de la
relación y continua interacción, un espacio para vivir la diferencia y el
reconocimiento.

En el mundo de la vida se tejen los diversos sentidos que le dan contenido a


las actitudes, los valores, las normas y las diversas formas de interacción; en él
se delimita el espacio de lo individual y lo colectivo que reclaman la emergencia
de un sujeto que se hace en la interacción con su mundo y que a través del
lenguaje ha ido y está objetivando nuevas formas de habitarlo, es decir, nuevos
contenidos para leer la interacción y para justificar la construcción de un
espacio vital que reivindique la humanidad en el reconocimiento de si mismo y
del otro como un todo legítimo y lleno de sentido.

Autores utilizados:

Marc Augé (principalmente)

Manuel Castells

Richard Sennet

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