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Memorias del corazón: la vida que

perdura en los recuerdos.


Colección de escritos cortos, anecdóticos, reflexivos y de todo
un poco.

Nicolás Mansilla
Dedicatorias:
A mis padres, Nora y Marcelo: incansables en la vocación
del amor.

Mis hermanas, Florencia y Virginia: mi profundo amor, el


más alto que puedo tener.
Índice

Prólogo………………………………………………………………….… p. 6

En tiempo de virus… Oportunidades …………………..…….p. 7

El aula, sueños en potencia…………………………….……….p. 11

El abrazo de mamá………………………………….………………p. 15

La mirada de papá ……………………………………….…………p. 21

Una Flor en verano……………………………………….…..…… p. 25

Virginia en Abril…………………………………………..…….….. p. 31

Una historia de amor en “La Cumbre” ………..…….…...p. 36

Una amiga eterna …………………………………..…………..…p. 42

Tu y yo. Otra vez.…………………..………………..…………….. p.45

Un día más ………………………………………….…….…………. p.48

La vida es eso ………………………………………….…………… p. 50

¿Vivir para morir? ¿Morir para vivir? …………………… p.51

Llévatelas, son tuyas …………………………...………..…… p. 56

Ojalá un día cierren las Iglesias (Santiago Vargas)..p.59

Gastar la vida ………………………………………….…….…..p. 60


Otro 28 de abril …………………………………………………….. p. 61

Matando el tiempo ……………………………………………….. p. 66

Que paradoja la Navidad…………….………………..…….... p. 69

La vida reclama ………………………………………………..…… p. 72

Anexo:

Diálogos breves con estudiantes de primaria…………. p. 75

Conclusión……………………………………………………………… p. 80
Prólogo:

Me avergüenza hacer esto. No soy escritor, que quede


claro. Pero como siempre me caracterizó la impulsividad,
acá está el resultado. Espero que sea para bien.

No sé a quién dirigirme, los “bests sellers” les hablan a sus


lectores. Yo prefiero llamarles familia, amigos, conocidos,
y si alguien desconocido lee estas humildes líneas,
seguramente estaremos en profunda cercanía durante y
al final de este, si es que puede llamarse, libro. Me gusta
más el término de “cuaderno personal” o algo por el estilo.
Sencillo. Para todos.

En pocas palabras les dejo un trozo de mi corazón.


Deposito sobre ustedes parte de mi vida. No digo “toda”
mi vida porque es inabarcable y es un misterio. No solo mi
vida. La tuya. La de todos. Pero si les aseguro que les dejo
mi verdad. Ya no la sinceridad ni la transparencia, porque
ya no alcanza. No hay punto medio. Es mi verdad entera.

Memorias del corazón, para no dejar de vivir, para no


morir. Para volver al interior. Para refrescar el alma y
seguir adelante. Con profunda y calmada lozanía llena de
esperanza deseo desde lo más profundo de mi ser que este
sencillo escrito sea cercano, humano y si es para bien, mi
cometido se habrá cumplido. Será un misterio, otro más.
En tiempos de virus… oportunidades.
Sábado, veintiuno de marzo del dos mil veinte. Córdoba,
Argentina. Son las nueve de la mañana. Ya no recuerdo
por qué día de la cuarentena estamos. Un virus está
invadiendo el mundo. Perdón. Ya lo invadió. Estamos a la
defensa, por lo menos algunos. Muchos están precavidos.
Otros no terminan de creerlo. Leo los diarios y redes
sociales y la pregunta “¿hasta cuándo?” viene
acompañada de muchos insultos. Los entiendo. Pero,
como la mayoría de los ciudadanos: no tengo la solución.
Puedo ver a la policía vigilar la plaza que está frente del
edificio donde vivo, o sobrevivo, tampoco sé. Parece una
película, lo es, pero real. Tal vez un día alguien haga una y
llegue a los cines.

Mientras escribo escucho a mis vecinos. Tienen un bebé.


Se llama Baltazar. Se escuchan cantos de alegría y de
esperanzas en medio de días oscuros y deprimentes. De
vez en cuando alcanzo a oír las carcajadas del niño.
Seguramente son buenos padres, me digo. Por horas y
horas se sienten hablar, jugar, corretear por el
departamento. ¡Gracias vecinos! Hacen que mis días sean
más felices y no me sienta solo.
Y la verdad es que hace tres años que vivo solo. Sin
embargo, mis actividades esquivaban la fortuna de la
soledad, la misma que nunca permitió que estuviese
náufrago ni solo. Tal vez impresione pensar que la soledad
es compañía. Pero así lo siento, así lo vivo, así es para mí.
Es ella la que me escucha. Es que a veces lo único que
necesitamos es un mate y un oído.

Soy docente. Estudié y me “quedé” en la ciudad. Extraño


mi pueblo y a los míos, más en estos días. Parece que
ciertas circunstancias, acompañada por la psicosis social,
elevan a lo más alto la sensibilidad humana, un poco
tardía. Pero no puedo quedarme en lo que podría haber
sido, porque ya está siendo, o en el peor de los casos: ya
fue.

Hoy me desperté abombado por el encierro, me dolía la


cabeza. Salí al balcón. Silencio de pueblo en la ciudad. Me
trasladé a Villa Santa Rosa, mi pueblo natal. Me volví a la
infancia. Al niño que vivía en las calles de tierra, corriendo
atrás de la pelota, hondeando algún pobre pájaro,
jugando a las bolitas o al “tarro”. El grito de mi madre o
mi padre que me llamaban a comer y mi resistencia a
dejar de ser niño se transformaba en un grito: “¡ya voy!”
que traducido sería “¡media hora y voy!”. ¡Qué tiempos!
Ya volveré sobre ellos.
Frente a mi casa teníamos un sitio baldío. Mi padre,
herrero de cuna, hizo dos arcos con unos caños y ese era
nuestro estadio. Con mis amigos organizábamos partidos
contras los barrios del pueblo. Nuestro equipo era “los
siete colores” (así se llamaba nuestro barrio). La amistad
se fue forjando en el famoso “potrero” y se consolidaba
cada día más cuando nos cruzábamos a tomar agua con
hielo en el cordón cuneta de casa. Éramos un montón. En
esos momentos rememorábamos las jugadas, los goles,
algún que otro chiste y así pasaban las tardes, los días, los
años. Hasta que un día fue el último, no sé cuál, pero
terminó. Hoy solo queda la memoria y la añoranza.
Mentira. Queda la amistad que no defrauda.

Lo confirmo cada vez que vuelvo y me encuentro con


algún amigo. Cuando caminas por el pueblo y saludas a
todos. Al pasar de los años me di cuenta de que vivir en el
pueblo me enseñó muchas cosas: ser más humano, mirar
a los ojos, pensar en el otro. Me enseñó a ser creativo, a
poder vivir más liviano de las tecnologías (porque no
había, pero ahora que las hay, no son un problema), a
comunicarme, a vincularme, visitar a mis abuelos; eso sí,
los domingos no se negociaban: eran en la casa de mi
Nona, fideos caseros, al estilo italiano. ¡Ay!
Anamnesis decía Platón. Memorias del origen le digo yo.
Que profundo, que bello volver a lo fontal, al inicio. Nos
mantiene vivos. Somos el resultado de eso, de la historia
que nos atravesó y nos atraviesa cada momento, cada
instante de nuestra vida, cada persona que estuvo, que
está y que estará. Se esboza una sonrisa seguir
encontrando recuerdos. Es que recordar es pasar por el
corazón los momentos vividos, acompañado por
sentimientos, experiencias, pasiones, amor. Ojalá que no
solo en estos momentos de crisis pueda volver al fuego de
la vida, sino todos los días, para vivir cada día más. La
soledad me hizo un apasionado de la vida. La soledad fue
y es una oportunidad.

Se fue el dolor de cabeza, ahora tengo hambre. Vivo solo.


Extraño las comidas de mi madre. No está. Me toca
cocinar.
El aula… sueños en potencia.
Leyendo libros y poemas una vez me encontré con la
metáfora del peregrino de León Felipe. ¿Quién es el
peregrino? El que camina, el que va algún lado. Más no
se trata tanto hacia dónde o del destino; lo importante es
seguir el camino, el rumbo. Nunca detenerse. Amar tu
ritmo, dice Rubén Darío.

Así fui entendiendo la educación. No hay que parar. Por el


contrario, lo decisivo está en acompañar, entender, y,
sobre todo: escuchar. Soy docente, o por lo menos así lo
dice el papel. Me queda mejor el término de aprendiz. No
puedo pensar la enseñanza si primero no hay escucha. Si
no hay vínculo, miradas, diálogo.

Abril del dos mil dieciocho. Tenía 21 años. Estaba a punto


de entrar a mi primera clase como docente. Cuarenta y
tantos de estudiantes me esperaban en una angosta aula.
La imagen del peregrino se me vino a la mente. “¿Dónde
estoy? ¿Qué hago acá? ¿Para donde sigo?” … No sé, me
respondía. Era un día frio, martes recuerdo. Sin embargo,
me sudaban las manos. Ninguna certeza. Abundantes
dudas. Al lado mío se encontraba Mauricio, el preceptor
de cuarto año.
- ¿Cómo estás “profe” Ramiro? me dijo.
- Me llamo Nico, le dije.
- Uh, disculpá profe, pasá así te presento.

Entré, dejé la mochila en el escritorio. Me acomodé los


lentes. Visualicé a groso modo el panorama. Un
aglomerado de personas me miraba mientras susurraban
entre ellos. El promedio de edad era dieciséis, diecisiete
años. Necesitaba una toalla para las manos. Por dentro
temblaba, por fuera esbozaba una sonrisa empática (eso
creo) con algún dejo de ansiedad, nervios y miedo.

- De pie, cuarto año. Rompió el silencio la potente


voz de Mauricio. Les presento al nuevo profesor
de esta materia (formación humana y cristiana):
Ramiro, eh… perdón… Nicolás.
- “Buen día profesor” al unísono escuché.

Le agradecí a Mauricio mientras se retiraba. Les pedí que


se sentarán. Y que la próxima vez no era necesario pararse
para saludar. Que yo iba a pasar personalmente, banco
por banco a saludarlos. Me parecía algo ridículo que se
levanten para saludar cuando pueden hacerlo sentados.
Escuché decir que era por una cuestión de respeto.
Contesté diciendo que no pasa por ahí. Que el respeto se
construye, se enseña, se defiende, se valora, día a día.
Por fortuna fue una experiencia agradable. Comencé por
afirmar que todos somos aprendices, y que juntos íbamos
a transitar este desafío que es la enseñanza. Que no tenía
(ni tengo) respuesta a todo, pero tomaba el compromiso
de hacer lo necesario para hacer más fácil este camino.

Entendí que la docencia es facilitar el camino a otros,


hacer más liviano, indicar, advertir, sacar lo mejor que
tiene cada uno. Potenciar lo que está adormecido. En
otras palabras, que despierte lo que está dormido.
Descubrir eso que no se logra visualizar. Transmitir una
verdadera esperanza. Invitar a vivir de un modo más
humano, solidario, atravesados por el fuego del amor.

Y así fue como el aula fue y es mi segunda casa. Lugar de


grandes encuentros. De debates, de inicios. De charlas
indescriptibles. Oportunidades. Magia. Solo basta
recordar la propia experiencia. ¿De qué te acordás? De
alguna anécdota, seguro. Las fórmulas de las ciencias
quedaron de lado. Quedan los recuerdos, esos que no
mueren, esos que dan vida.

Hoy tengo una deuda con ellos. Los chicos de cuarto año
me enseñaron a ser profesor. El otro me va haciendo lo
que soy. ¡Que fortuna la mía! Ellos no imaginan ni saben
que el que aprendió fui yo.
Suena el timbre. Salgan al patio. A la vida. Sean felices.
¡Un gracias eterno de corazón! Queridos estudiantes.
El abrazo de mamá.
Que difícil se hace encontrar adjetivos a lo indescriptible.
Siento que lo que pueda narrar no será suficiente. ¿Cómo
hablar de mamá y decirlo todo? ¿Alcanza una anécdota?
¿Un capítulo? ¿Un libro? Sin dudas que no.

Me detengo mirando una foto. Era el día de la madre.


Estamos abrazados. Me hago chiquitito, mis manos en su
espalda, mi cabeza descansando en su pecho, una caricia
sobre mi mejilla, y mi corazón en profunda paz. Mi madre,
sus manos, sus ojos, su pecho, sus palabras, su vida
entera.

Me animo a seguir buscando fotos, ahora de niño. Me


quedo hipnotizado viendo en cómo me mira mientras yo
dormía. Otra vez los recuerdos. No tengo palabras. Solo
silencio.

Ni que decir cuando de niño me compraba zapatos dos o


tres números más grandes. “Para que te duren”, me
decía. Yo no entendía mucho.

Los sábados era su compañía en las compras de la


semana. Verdulería, carnicería y supermercado eran el
circuito, lloviera, cayeran truenos o refucilos.
Siempre le tomaba fuerte la mano ¡Cuanta seguridad!
Esperaba con ansias los sábados. Me enseñaba todo.
También íbamos a misa. Visita a la Nona y vuelta a casa.

Como no recordar aquellas tardes anochecidas donde nos


sentábamos a estudiar. Con paciencia y ternura, además
de madre, fue maestra, compañera, y cuantas cosas más.

Me cortaba las uñas de las manos (antes de que empezara


a comérmelas) y de los pies. Me preparaba la ropa para el
colegio la noche anterior, el desayuno cada mañana, y
cuántas cosas más que nunca sabré, cuántos actos de
amor en el silencio que hoy me hacen saberme amado.
Cuántas oraciones en tiempos de crisis, cuantas noches
desveladas preocupada. Cuantas lágrimas derramadas.
Solo Dios y vos lo saben, mamá amada.

Mi adolescencia fue una etapa complicada. Ella aprendía


conmigo, yo aprendía con ella. Entre el límite y la rebeldía
fuimos, de modos misteriosos, amándonos. Nunca me
faltó nada gracias a ella. Siempre digo que soy una
persona con mucha suerte, un bendecido. A pesar de las
crisis (que fueron muchas y en algunos momentos
bastante feas), supimos, con tiempo y paciencia, seguir
adelante.
Fue mi escuela de valores: verdad, respeto, amable,
agradecido, laburante, humilde, sencillo, alegre, amante
de la vida.

Aún siento sus manos en mi cabeza, sus besos, sus


caricias, sus palabras, los abrazos interminables, las
miradas cómplices, los retos, los aprendizajes,
desconciertos, alegrías, tristezas. Mi relación con mi
madre abarca todo lo posible de los vínculos humanos.

Cuando me mandaba alguna macana era mi refugio. Ella


era mi abogada defensora, aunque llevara las de perder.
Por ejemplo, cuando no quería tomar los remedios, papá
me perseguía por toda la casa, yo era más rápido (así
creía), corría hasta donde mamá y me ponía detrás de
ella. Evitaba el reto, pero no zafaba del remedio. Siempre
decimos con mamá que estamos unidos, no se cómo, pero
así lo sentimos. Cuando algo sucede, lo sabemos. Es el
profundo misterio de la relación madre/hijo. ¿O no
mamá?

Les traigo aquí solo un recuerdo que, en lo personal, me


causa mucha gracia. Es de un suceso travieso mío, en
dónde mamá me retó, pero esa misma noche, me abrazó,
lo titulé: el abrazo de mamá.
Todos los días era el encargado de comprar el pan para la
familia. Recuerdo haber tenido diez u once años. Todo
empezó en noviembre. Cada día me daban un peso, con
eso alcanzaba para comprar una varilla de pan y sobraban
veinticinco centavos que mis papás me regalaban.

Entraba a la panadería, pedía lo de todos los días, y con lo


sobrante me compraba una cajita de cuetes (pirotecnia),
obviamente prohibida en casa. Llegaba, dejaba el pan
sobre la mesa. Corría hasta mi habitación y en el cajón de
la mesita de luz iba armando mi almacén. En mi inocencia
de niño esperaba con ansias la Navidad. Pero nunca pensé
cómo iba a sacar esos cuetes. Ahora que pienso, podría
haber estado en mi época de pirómano.

Y así sucesivamente durante dos meses: noviembre y


diciembre. Todos los días. Una vez cuetes, luego cañitas
voladoras, algún petardo (esos eran más caros, así que
tenía que ahorrar dos o tres días). Podrán imaginar que el
cajón estaba repleto hasta el borde. Mi sueño casi se
concretaba hasta que una noche, Flor, mi hermana, había
levantado fiebre. Mi familia estaba alborotada. Mamá y
papá desesperados buscando el termómetro. Revolvieron
la casa entera. Hasta que llegó la pregunta fulminante:

- Nico ¿no estará en tu mesita de luz?


No les puedo describir mis latidos. Empecé a transpirar.
Con mis diez años tomé el asunto de manera natural.

- Ya me fijo ma. Abrí el cajón, en un segundo revisé


y respondí con mi voz chillona: ¡No ma, no está!
- Ya voy y me fijo bien, gritó.
- Llegó mi fin, me decía.

Me atrincheré frente a la mesa de luz. Negaba


rotundamente que el termómetro estuviese allí. “Déjame
ver” decía insistente mamá. Mi resistencia se iba
debilitando hasta que caí en la resignación. No había
salida.

Abrió el cajón, lanzó un grito en forma de pregunta:

- ¿Qué es esto Nicolás?

Pronunciar todo el nombre era el anticipo de lo


imaginable. Yo parecía un disco rayado diciendo y
pidiendo perdón:

- Perdón ma. Perdón pa. Perdón ma. Perdón pa.

En un ataque de caspa ambos me exigían respuestas. No


las tenía. Entre los dos, papá y mamá, además de
explicarme que lo que hice estuvo mal, me prohibieron
salir a jugar durante mucho tiempo. Para mi fue un puñal.
Era lo peor que me podían hacer.
Como bien sabía, el termómetro no estaba en el almacén
de pirotecnia que con esfuerzo y coraje armé. Ahora no
tenía nada. Vaciaron el cajón. Me acosté triste. En ese
momento apareció mamá. Me besó la frente. Me repitió
que no lo haga más. Me dijo “te amo, hijo”. Y me abrazó
eternamente.

Mami, te recuerdo con profundo cariño, siempre.


La mirada de papá.
Otra vez el mismo problema. Perdón, pero me siento
insuficiente al hablar de mis padres. En esta oportunidad
de papá. Son ellos lo fundante de mi vida.

¿Por dónde empezar? Por el título. Resulta que con papá


tenemos una conexión increíble. Somos tal para cual. Con
un silbido nos escuchamos. Con una mirada nos decimos
todo. Con un abrazo no solo festejamos goles, sino que
expresamos cuánto nos amamos. Nos hemos hechos
dependientes. ¿Verdad pa?

El que conoce a Marcelo, Marce, Marcelito sabe que tiene


errores como cualquier ser humano. Pero también tiene,
y personalmente tengo, la certeza de que su bondad es
inalcanzable. Que su alegría es incomparable. Que su
capacidad de empezar de nuevo es indiscutible. Antes de
seguir, déjame decirte papá: que te admiro. Admiro tu
perspectiva de vida, tu mirada sobre las cosas, tu
sencillez, tu humanidad, tu servicio por los demás, la
pasión por la vida, admiro tus iniciativas de visitar a los
que ya nadie visita. Sos un loco por los vínculos humanos.
Y me pregunto ¿Por qué sos así? Me respondo: porque
aprendiste a ser así. Siempre digo que no te hizo falta
estudiar para aprender por dónde pasa la vida. Es que la
vida misma te enseñó y te hizo ser lo que hoy sos: un buen
hombre. Dios quiera y me regale ser un poco como vos.

El título de este apartado evoca a un suceso concreto,


nuevamente de mi niñez. Esta historia sucedió en Diego
de Rojas, un pueblito del noreste cordobés. Yo tenía 8
años. Me encantaba el fútbol. Papá me hizo fanático. Él
supo jugar en Talleres. Se podrán imaginar. Tuve la
posibilidad de verlo jugar. No conocí mejor enganche que
él. Lo que habrá sido antes.

Regresando, estábamos en el poblado jugando un


campeonato de fútbol infantil. Era mi primer torneo. Yo
jugaba de extremo por la derecha. Antes del partido miré
a papá que estaba al costado de la cancha alentándome.

- ¡Vamos, hijo! ¡Vamos! ¡Divertite!

Comenzó el partido. De cuando en cuando lo buscaba con


la mirada. Era feliz corriendo atrás de una pelota. No me
cansaba nunca. El juego tiene esa dimensión de
eternidad. ¡Que belleza!

Llegado el momento me pasan la pelota y quedo frente al


arquero contrario. Pegué un zapatazo y ¡GOL! Salí
corriendo hacia donde estaba papá, pero no estaba. Era
un niño perdido que con su mirada desorientada corría sin
sentido. El festejó se opacó. Me paré en medio de la
cancha. Con vergüenza observé detenidamente los
alrededores. Entre medio del bullicio vi unos ojos
celestes, era él. Me volvió el alma al cuerpo. Como pájaro
en libertad salí desesperado al abrazo. En un santiamén
me encontraba envuelto en sus brazos. ¡Cuánta calma!
Ahora podía seguir.

La verdad no recuerdo cómo terminó el partido. Me


quedó grabado a fuego la mirada de papá. Esa mirada que
siempre fue tierna, alegre, cómplice, traviesa, y también
la misma mirada que supo estar triste, cansada,
resignada, traicionada. Una mirada humana.

Que misterio la mirada. La puerta del alma suele llamarse.


Se asoman a mi corazón muchísimos recuerdos. La mirada
de mi viejo es la protagonista de mis días. Son los
recuerdos de guitarreadas en el campo, de ir a la cancha,
de navidades íntimas, de noches frías, de risas
interminables, de consejos cargados de sabiduría y
sencillez, manos cortadas por el trabajo y el frío, pero
nunca faltó el pan. Miradas en los hospitales cargadas de
esperanzas. Ojalá todos tengan la mirada de papá.

Y como dice la canción: “Y si creen que exagero,


conózcanlo. Pero antes sáquense el sombrero, lo juro por
mi pellejo, para mí Dios es mi viejo…” (Viejo- Las pastillas
del Abuelo)

¡Con el alma y el corazón en la mano: te recuerdo papi!


Una Flor en verano.
Recuerdo con clara conciencia que con solo tres años
acariciaba el vientre de mi madre, y en mi ilusión de niño
imaginaba tocar a mi hermanita, que en unos meses
vendría a cambiar mi vida.
Llegó un 7 de marzo del 2000, mis papás no vinieron a
casa a los pocos días, al contrario, la soledad de ser el
primer hijo seguía estando latente. Las cosas se
complicaron un poco, pero la constante que marcaría su
vida se forjó desde el primer día: una gran luchadora, un
ser con ganas de vivir. Y llegó un día para ser mi
compañera fiel, siempre.
Veo las fotos de nuestra niñez y ahí estamos, abrazados,
ella siempre tan pintada y coqueta, fotos durmiendo la
siesta juntos, jugando a la computadora, aprendiendo a
jugar al "trompo", jugar a las cartas, y, sobre todo, pelear
mucho.
Otro misterio es el vínculo de la hermandad. Paso por mi
corazón miles de situaciones. En este momento, no sé por
qué, el corazón late fuerte. Las palabras, nuevamente,
insuficientes. Cabe solo el recuerdo de tantísimas
anécdotas que me permiten seguir viviendo con frescura
y con sentido.
Siempre dije que soy aprendiz, que por más que sea el
hermano mayor, en esta relación, soy el segundo, el que
va detrás, siempre.
Como un tatuaje tengo grabado tantas miradas, lágrimas,
alegrías, pero la vida de ella, y por ende la de todos,
estuvo atravesada por el dolor. Un dolor que nos permitió
entender muchas cosas esenciales: confianza, fe,
esperanza, amor. Un dolor cruel, pero al mismo tiempo
nos devolvía el abrazo. Insoportable por momentos, pero
con renovada vida después.
Dolor de caminar detrás de una silla de ruedas, alegría de
valorar la vida y una sonrisa, paseando por algún parque,
o escuchando algún recital. Paciencia de un caminar lento
que me enseña a amar el paisaje y la charla, como los
discípulos de Emaús. Oído para los momentos de hartazgo
y abrazos para el consuelo recíproco. Desesperación tras
una caída, volver a la vida al escuchar su voz. Lágrimas en
terapia intensiva, la muerte acechando, la renuncia no
sería fácil, se quedaba con nosotros. Manos delgadas,
corazón gigante. Dolor del cuerpo, calma para adentro.
Silencio cargado con miedo ante la decisión de vida o
muerte, regocijo de vida al ver sus ojos abiertos.
Entubada, casi dormida, su pulgarcito derecho decía que
estaba todo bien. Gritos de dolor pidiendo calmantes,
música de piano para todos. Miradas discriminadoras,
mirada tierna, que lo entiende todo. Ella no entiende de
egoísmos, de vanidad, al contrario, siempre pensando en
los demás, solidaria como ninguno, desde su lugar y
aparente quietud se mueve incesantemente.
Siempre algún proyecto asoma. La silla de ruedas, lejos de
ser impedimento, es vehículo para no quedarse quieta.
Odia el invierno. Ama la primavera y el verano. Si puede
quedarse fuera de casa lo hace. Disfruta a más no poder
con sus amigas, salir a comer algo y tomar algún aperitivo
(fernet con coca). Le gusta ir a la cancha, leer un buen
libro. Trabaja con sus “nails”, es la mejor en todo lo que
hace. Su misión creo que es la de transformar vidas. Cada
persona que pasa, algo aprende o se lleva. No exagero.
Díganme si miento. No se guarda nada. Entiende y vive la
libertad de manera plena, incluso encerrada en su casa en
lo inviernos crueles. Ella es la libertad de la vida que
quiere ser vivida. Porque no hace falta otra cosa que la
vida misma, y ella sabe aprovechar cada minuto, incluso
cuando duerme.
Creo oportuno traer este recuerdo que tanto marcó mi
vida.
Era mayo del dos mil siete. Flor había tenido un paro
respiratorio, desconocemos cuantos minutos estuvo sin
respirar. El panorama era crítico. Estábamos en nuestra
segunda casa: el hospital.
No despertaba. Los signos vitales brillaban por su
ausencia. Yo tenía 10 años, no entendía mucho. Me
decían que no podía verla porque los niños tienen
prohibida la entrada a terapia intensiva.
Pasaron los días, una semana más o menos. Parecía una
eternidad. Hacía la tarea en las sillas de la sala de espera,
así mis padres me tenían ocupado.
Flor tenía comprometido sus pulmones. Tenía en su
cabeza, en forma de corona, un aparto que iba atornillado
a su pequeña cabecita. Dicho artefacto tenía unas pesas
que servía para tener una postura más recta del
cuerpecito y así facilitar a los pulmones para que pudiesen
funcionar, o por lo menos intentarlo. No estaba acostada,
estaba sentada. Siempre digo que era su corona de
espinas. Sumado a la horrible escena también había
tubos, cables por todos lados. Ella dormía.
Mamá le ponía sus dibujitos que solía mirar en casa.
Nunca supimos si escuchaba algo. ¡Que fortaleza la de mis
padres!
Pasaron los días y nada. La nada misma. Silencio
profundo. Esperanza tambaleante. Llegó el doctor, jefe de
la terapia. Arrinconó a mis padres. Me dijeron que vaya a
la capilla a rezar. Allá fui, con el corazón de niño, a pedirle
a un tal Jesús que me dejara a mi hermana un tiempo más.
A modo de pacto, con mucha inocencia, le decía que me
iba a comportar mejor, que iba a ayudar a mis padres, que
iba a estudiar más. Entré, lo vi en esa cruz, supe que
entendía mi dolor y yo la de Él. Me senté, lloré, supliqué.
Estaba solo. Como él también lo estuvo… “¿Por qué me
has abandonado?”
En ese momento, simultáneamente, mis padres con el
doctor discutían qué hacer con mi hermana. La pregunta
llegó:
- ¿Qué hacemos? Dijo el doctor.
Mi madre sobrepasada del dolor no tenía respuestas. Solo
lágrimas, muchas.
- Flor va a vivir, dijo papá.
- ¿Qué haría usted, doctor? Preguntó mamá.
- Si fuera mi hija y la desconectara, mañana me
pongo una verdulería, afirmó el doctor, aferrado a
la vida.
Volví de la capilla. Encontré a mis padres llorando. Nos
abrazamos.
Pasó una semana y el milagro asomó. Flor despertó. Los
médicos atónitos y metidos en la ciencia no se lograban
explicar. En mi inocencia de niño me decía: el hombre de
la cruz me escuchó. Fue el puntapié inicial. El proceso fue
complejo y largo. Pero la vida triunfó. El amor fue más
grande.
Exigí mi título de hermano mayor y quise verla. Me
dejaron. Dormía. La vi débil y lloré. Alguien me abrazó, era
el doctor Germán. Me preguntó por qué lloraba. Entre
lágrimas y mocos le dije que, por ella, que estaba mal. Me
abrazó más fuerte y gritó:
- ¡Flor, sé que me escuchás! Estoy con tu hermano.
Está llorando. ¿Querés que llore?
Ella seguía durmiendo, pero escuchó. Y con su cabeza
respondió que no. Mi llanto creció.
- ¿Estás bien? Con miedo pregunté.
- Me respondió con su dedo pulgar hacia arriba.
Me volví en paz al abrazo de mis padres.

Fue y es ella el milagro de mi vida, Flor. Será por el simple


hecho de la sencillez, o descubrir en una persona lo más
hondo del sentido de la vida, que es defenderla, y sobre
todo vivirla. Es el milagro porque me enseñó a vivir.
Porque en ella descubro la felicidad, la verdadera
felicidad. Porque en ella los vínculos humanos se hacen
genuinos y van a lo esencial.

Con lágrimas de alegría: ¡Te amo Flor!


Virginia en Abril.
Un viernes de agosto del dos mil siete si mal no recuerdo,
papá y mamá nos dijeron que necesitaban hablar con
nosotros. Con miradas desconcertadas nos observamos
con Flor. La incertidumbre se apoderaba de ambos, algo
de nervios nos corría por el cuerpo.

Tomé la palabra:

- ¿Qué pasa? ¿Qué hicimos ahora?


- Nada nada, decía mamá
- Entonces ¿qué es todo esto? Preguntó Flor.

Nuestros padres se miraron dejando entrever que no


sabían por donde empezar. Los momentos de silencio
parecían interminables. Nunca nos habían citado a los
dos. Mejor dicho, la vez que lo hacían era porque algo
habíamos hecho (alguna travesura, o algo por el estilo).
Sin embargo, estábamos seguros de que no era el caso.

Mamá se adelantó:

- Bueno Flor y Nico, queremos contarles que … (la


voz le titubeaba) que… bueno, eh… Van a tener un
hermanito.
Entrecruzamos miradas los cuatro y con Flor al mismo
tiempo gritamos de alegría.

- ¿QUÉ? ¿EN SERIO?

Era tal la alegría que no podíamos armar ni siquiera una


oración. Las preguntas salían atolondradas de nuestras
bocas. Nos abrazamos. Esa noche no podía dormir de la
ansiedad. Venía mi hermano o hermana en camino. ¡Que
plenitud, por favor!

Fueron unos meses hermosos, de espera, impaciencia,


alegría. Con Flor tocábamos el vientre de mamá, le
hablábamos, le contábamos que ya no aguantábamos
más. Mis padres optaron por no saber hasta el nacimiento
si era varón o mujer. Con Flor teníamos entonces un
problema: proponer nombres. Si era varón tendríamos
que compartir la pieza, si era mujer sería con Flor.

Lautaro David quedó como candidato firme. Virginia Abril


por el otro lado. La respuesta llegó un quince de abril del
siguiente año.

Mientras tanto con Flor peleábamos sobre si fuese


hermanito o hermanita y todo lo que eso significaría.

Era una noche de abril, de madrugada para ser exacto,


cuando escuché el llamado de mi mamá. Con los ojos
semicerrados le pregunté que pasaba. Me dijo que lo
llamará a papá porque el bebé ya venía en camino.

Por aquellos tiempos papá dormía con Flor porque tenía


miedo de dormir sola. Entonces se quedaba un rato hasta
que ya descansara y se volvía a su cama. Pero justo esa
noche quedaron dormidos ambos.

Corriendo fui a llevar el comunicado. Recuerdo que tenia


una mescolanza de alegría, miedo, nervios, mientras
cruzaba veloz el oscuro pasillo que desembocaba a la
pieza de mi hermana.

- Papi, papi. Te llama mamá. Dice que el bebé ya


está por nacer.

Flor siguió durmiendo y yo me quedé con ella. Papá y


mamá prepararon todo y salieron para la ciudad. Allá
estuvieron dos días.

El 15 de abril es el cumpleaños de papá, ese mismo día,


treinta y siete años después, al mediodía, nacía, como
regalo de cumpleaños, Virginia Abril.

Llamé por teléfono. Me atendió papá. Le pregunté:

- ¿Qué es? Pregunté con bruteza.


- Es nena, es Virgi, me respondió.

Flor estaba feliz, recuerdo sus ojitos brillantes de alegría.


Automáticamente se puso a preparar cosas para recibir a
la nueva integrante de la familia. No puedo contarles el
gozo de tener un bebé en casa.

Virginia fue y es la alegría de la familia. Un ser de mucha


luz. Mamá cariñosamente le decía “mi gorda bella”, y sí
que lo era, y lo es. Traviesa como ninguno, ojos picarones,
manos inquietas, sonrisa constante, voz chillona.

Su niñez fue particular. No tenía ni siquiera un año que ya


se había quebrado su bracito cuando jugando en la cuna
se quiso bajar. Lo curioso fue que nos dimos cuenta
cuando empezó a gatear porque no podía apoyar la mano.

O cuando apoyó sus manitos sobre la salamandra y


conoció lo que era el calor. O cuando me hizo pis en la
espalda una tarde en el río mientras jugaba encima de mí
con arena. Jamás voy a olvidar su carcajada. Tengo una
foto que captó ese preciso momento.

Tuve la suerte de tenerla bien cerquita. Conmigo aprendió


a gatear y caminar. Pasaba mucho tiempo con ella.
Disfrutaba de estirar sus tiernos cachetes, de hacerla reír.
Era mi hermana menor a quien cuidaría siempre.
Hoy sigue siendo la misma. Inquieta, cantante, bailarina,
extrovertida, alegre, cariñosa, feliz, sonriente, traviesa,
bondadosa, caprichosa de vez en cuando. Es para
nosotros el sol que alumbra, cuida y nos da calor cuando,
metidos en problemas de adultos, estamos con frío. Es
maestra de los detalles. Un abrazo nunca falta.

Siempre me acuerdo de ella. También la extraño con


lágrimas. Tengo mucho que aprender de vos: Virginia
Abril.

Con todo mi afecto: ¡Te amo!


Una historia de amor en “La Cumbre”.
A decir verdad, no sabía cómo empezar este capítulo.
Tenía un par de vagas ideas, pero no me terminaban de
convencer. En lo personal sabía que no era un escrito más.
Se juegan aquí mis convicciones más hondas y esperaba
poder expresarme correctamente. Dejé por eso que
pasaran los días y que el corazón hiciera lo suyo. Así
sucedió.

Me desperté y como todas las mañanas me persigné,


agradecí, y me puse a ver las noticias del día. El mundo
vive un caos, el covid 19 es el centro de atención. Harto
del tema decidí por entrar a Facebook y me encontré con
un vídeo, era de Facundo Cabral. Lo miré detenidamente.
Y mientras él cantaba, recitaba una anécdota de Pasteur.

Resulta que a Pasteur le recriminaban:

- Usted habla mucho del alma, y resulta que hemos


abierto más de cien mil cuerpos y nunca
encontramos rastros del alma.

A lo que Pasteur responde:

- “Cuando muera su madre, pártanla en mil pedazos


y traten de encontrar el amor que ella tuvo por
ustedes” Y la frase final: “la vida no tiene
explicación científica.”

El principito diría: “lo esencial es invisible a los ojos.” Lo


que no se ve es lo importante.

La vida no tiene explicación científica repetía y se volvió


oración. La oración se hizo pensamiento. El pensamiento
me llevó hacía ella. Algo me daba vuelta. Descubrí que la
estaba amando, en profundo silencio, en un pensamiento
la tenía en lo profundo de mi ser: Trini.

Reformulé lo de Cabral: “El amor no tiene explicación


científica”. Y me convenció, por fin.

Así es el estado del amor, muchas veces no tiene lógica,


ni respuestas, ni sentido. Ante la pregunta ¿Por qué me
amas? Solo se puede responder: “no sé, te amo y nada
más, o mucho más”. Eso es lo esencial: el amor. Nada más
ni nada menos. En nuestros corazones el amor rebosa,
pero nunca sobra.

El amor tiene su dimensión de locura. ¿Qué somos


capaces de hacer por amor? ¡Uf! A lo largo de la historia
tenemos cantidad infinita de ejemplos. Cuántas películas
intentan expresar el amor, cuántos libros, poemas,
versos, serenatas, canciones, dibujos, miradas, silencios.
Nunca alcanza. Nunca sobra. Nunca exige. Siempre
anhela.

No puedo negar que también es un profundo misterio.


Caigo en la cuenta de que no controlamos nada, pero
tampoco es obra de la casualidad. No logro explicarme
cómo se fue dando todo. No hay lógica ni razón. Hay Dios,
eso seguro.

La relación con Trini tuvo muchos vaivenes, demasiados a


mi parecer. Muchas idas y vueltas. Muchos miedos,
inseguridades fruto de las heridas del pasado, orgullo,
personalidades distintas e iguales al mismo tiempo. Una
mezcla que te adentra en la paradoja y la simpleza.

Son tantísimas las historias que vamos guardando juntos.


Me pongo en rol de incrédulo al recordar cada momento.
Es que la noción del tiempo se pierde, queda
desencajado. Juntos logramos vencer al tiempo, dejarlo
muerto y disfrutarnos. Tendría que hacer un libro aparte
para contar cada risa, lágrima, diálogo, discusión, cada
aprendizaje, abrazo, silencio, caricia, camino, mirada,
compañía, viaje, comida, familia, amor.

Me sorprende vernos actualmente, en un estado de


naturalidad. Como si lo nuestro fuera elegido desde lo
eterno, desde siempre. Es ella, me digo cada día. Es
pensamiento al despertar, alegría en mis tristezas,
descanso en mis cansancios, amor en el desánimo.
Gracias por tanto amor. No encuentro explicación para
esto tan lindo que estamos viviendo. Es que, el amor no
tiene explicación científica ¿no?

Entre tantas historias quiero contarles la siguiente.

La invité a pasear. Era domingo, dieciocho de agosto. La


busqué cerca de las once de la mañana. Esa noche no
pude pegar un ojo, había tomado la decisión de
preguntarle si quería ser mi novia. Estaba tensionado.
Necesitaba música para pasar el rato, pero la radio del
auto no andaba. Solo CD´s. Era obvio que no tenía. Por
fortuna ella trajo dos.

Ya tenía pensado desde hacía días el lugar donde íbamos


a comer, qué íbamos hacer luego, caminata, conocer
algunos lugares, charla y pregunta.

Tomamos la ruta camino a Rio Ceballos, hicimos el camino


del “cuadrado”, paramos en un lugar que quedaba de
paso para sacar algunas fotos y disfrutar del paisaje que
anunciaba la primavera, pero la primavera del corazón.
Seguimos viaje, escuchábamos música mientras
cantábamos y nos reíamos.
Llegamos a Villa Giardino. Los árboles desnudos por el
invierno nos veían pasar alegres. El camino de tierra nos
condujo hasta el lugar del almuerzo. Estuvimos un buen
rato. Mis nervios se hacían cada vez más gigantes. Salimos
a caminar un poco, luego continuamos viaje. Le propuse
de ir hasta La Cumbre. Aceptó. Conocimos mucho ese día.
Paramos al lado de un arroyo y comenzamos la travesía.
Yo sabía que el momento se acercaba. Nos sentamos.
Como todo un caballero sacrifiqué mi campera que nos
hizo de almohadón. Estaba nervioso, demasiado. Me
temblaba la voz. No recuerdo qué me decía, no podía
prestarle atención. Yo asentaba con la cabeza. Miré mi
reloj queriendo disimular y actuando con naturalidad.
Eran cerca de las cuatro de la tarde. Y finalmente me
animé. La interrumpí bruscamente:

- Trini ¿querés ser mi novia?

Por un momento se quedó en silencio. Tildada. Creí que


tal vez no había entendido la pregunta. Hasta que asentó
con la cabeza. Respiré, pero yo necesitaba oír su voz para
estar seguro. Insistí:

- ¿Qué significa eso?


- Que si, si quiero, me respondió.
Mientras escribo las pulsaciones van creciendo.
Nuevamente silencio. Las palabras mudas. Entiendo, al
fin, que el amor esta hecho para contemplarlo, no para
explicarlo.

Paso mucho tiempo de mis días contemplando nuestro


amor. La convicción de que Dios está metido en todo esto
es indudable. Soy una persona feliz a su lado.

Volviendo a la historia, nos fundimos en un abrazo.


Emprendimos la vuelta con profunda y recíproca alegría.
Los dieciocho de cada mes ya no serían los mismos. En La
Cumbre nació la historia.

Quiero terminar por donde empecé, por Facundo Cabral.


Él mismo supo contar que: nadie sabe cuándo es mañana.
Que un día por la mañana era el hombre más feliz, y por
la tarde de ese mismo día morían su esposa y su hija. El
amor es hoy.

Y a vos lector, a vos lectora te digo lo mismo que Facundo


Cabral… “Andá ahora, y decile te amo.”

Trini, no tengo nada que decir, porque me conoces y lo


sabes todo: ¡Gracias! ¡Te amo!
Una amiga eterna.
No podía dejar pasar esta oportunidad para agradecer tu
fiel compañía. Rozando la locura te recuerdo. No me
tomen por loco, pero algunos sabrán comprenderme. No
me juzguen. Es que sin ella no hay alegría. Hay vacíos
insostenibles. Su ausencia hace que mis sentimientos se
vean apresados, que la tristeza se vuelva insoportable.

Estuvo a mi lado, siempre. Desde la adolescencia hasta el


fin de mis días se quedará conmigo. Si, estoy hablando de
ella, una amiga que llegó para nunca irse: guitarra
compañera.

A modo de versos te recuerdo, escondida en un baúl mi


madre te trajo a mis brazos. Mi sorpresa al encontrarte se
transformó en ansiedad. Desafinada te tomé por la caja,
te apoyé en mis piernas flacas, con mi pulgar te hice
sonar.

¡Quiero empezar ya! Le supliqué a mamá. Y con paciencia


comencé. Aprendí a quererte en cada verso, en cada nota,
en cada vibración que hacía saberme entendido.

“Zamba por vos” fue la que originó todo. Día y noche


hasta que saliera. Mis padres la aprendieron y siempre te
recuerdan. La mayor, re mayor y mi mayor, los tres
primeros acodes marcaron el horizonte de este profundo
amor.

Que sabrán muchos de tantas soledades atravesadas, si


con un recitado calmabas mi agonía. Ni que hablar de
fogones, pesca o encuentros familiares, los aplausos son
para vos, amiga mía.

Perdón por ser tan rústico y tratarte con torpeza, pero es


mucha ciencia ser especialista en la materia, aprendiste y
te acostumbraste a esta humilde experiencia.

Con los changos cantamos, de vez en cuando se cortaba


alguna cuerda, sin embargo, jamás te quedaste callada,
querida compañera.

En el hombro te cargué, con versos improvisados,


tarareando vidalas, te quedaste a mi lado. Fríos y calores
aquejaban tu madera, perdón por los descuidos, guitarra
compañera.

Me enseñaste a saberme comprendido, y nunca solo.


Siempre asomaba una canción para encontrar el modo,
de seguir andando, que falta mucho pa´ andar solo.

Ojalá pueda pagarte por tanto tiempo compartido. Que


sea la muerte la causa de algún día despedirte y puedas
en otros brazos dormirte, para despertar con fortaleza y
seguir con certeza esta eterna travesía.

Adiós guitarra, fiel compañera, llamita de mi pecho en


noche de tristezas, alegría en un vaso de vino que siempre
compartías. Cada día prometo cantarte, con el alma,
como se debe: guitarra amiga.
Tu y yo. Otra vez.
Siempre te recuerdo y, de vez en cuando, te extraño. Me
es imposible olvidar tu compañía en tantas noches
desveladas, mirando la luna clara que asomaba en mi
ventana.

Muchos te tienen miedo, no saben apreciar tu belleza, le


echan culpa a tu destreza de llevarnos hacia adentro, para
trabajar con afecto aquello que nos encierra. Si tan solo
pudieran agradecer tu perenne compañía, en esta
oportunidad, me dirijo a vos, otra vez: soledad.

En mi adolescencia te conocí, en la separación de mis


padres. Fuiste llaga abierta que dejó purgar todo el dolor
que me acechaba. Lo entendí años después, cuando
comenzó nuestra relación.

Te volviste incondicional cuando me tocó partir de casa,


con mi bolso en andas, venías detrás de mí. Cómo olvidar
las tardes en la terraza de aquel seminario donde me
ofrecí sin tapujos a las manos del Señor que siempre me
condujo.

Todos te conocen, cada uno a su modo. Hoy te canto y no


te lloro, querida soledad.
Alguien una vez te hizo canción, te la dediqué con la
guitarra. De vez en cuando te llamo, cuando es necesario
tener un tiempo de reparo y escuchar al corazón. Para
bailar con vos canciones interminables.

Les dejo a todos una hermosa canción de aquella que


siempre me acompaña, hermana soledad.

Soledad.
Aquí están mis credenciales,
vengo llamando a tu puerta
desde hace un tiempo.
Creo que pasaremos juntos temporales,
propongo que tú y yo nos vayamos conociendo

Aquí estoy:
Te traigo mis cicatrices.
Palabras sobre papel pentagramado.
No te fijes mucho en lo que dicen,
me encontrarás
en cada cosa que he callado

Ya pasó.
Ya he dejado que se empañe,
la ilusión de que vivir es indoloro.
Que raro que seas tú
quien me acompañe, soledad.
A mí, que nunca supe bien
cómo estar solo.

Jorge Drexler – Soledad.


Un día más.
Hoy fue un día raro. En general, en mi vida, los días "raros"
son los mejores. Son esas mañanas donde te sentís
extraño, algo se mueve por dentro, te preguntás qué
puede estar pasando por el corazón, por la cabeza...
Pensás en alguna situación vivida que puede estar
decantando, alguna memoria que se despierta, algún
proceso en marcha... En fin, el sol entraba radiante por mi
ventana, miré el reloj que marcaba las diez y con mucho
esfuerzo me levanté; el calorcito del sol me animaba,
aunque la cama resultaba más tentadora. Prepararé
algunas cosas y partí hacia Monte Cristo a celebrar la
primera comunión de Bruno.
La respuesta a toda esta "cosa rara" que venía viviendo
empezó a aclararse cuando la vi a ella. Apenas entre al
lugar del almuerzo me encontré con mis hermanas
(ambas de espaldas), Virginia con cara de sueño y un poco
despeinada me miró con sus ojos celestes y con una
sonrisa me recibió: ¡Nico, llegaste! Flor también, aunque
la cara de sueño era más aún. Mi corazón seguía inquieto,
y yo sin respuesta aún, pero en lugar de desesperación,
sentí paz. Sin saber qué me pasaba, empezamos a comer.
Estaba charlando con mi papá, cuando de la nada me llega
un mensaje, era mi mamá: "Hoy es 28 de abril. ¿Te
acordaste?”
Sin siquiera titubear, el corazón a mil pulsaciones por
minuto me remitía a todo. En ese momento todo se volvió
silencio, me trasladé 12 años para atrás, las imágenes
siguen igual de nítidas, claras, las lágrimas igual de frías,
el corazón desesperado, y la oración abandonada. Volví, y
miré hacia mi costado, estaba ella como si nada hubiese
pasado, sin quitarle la mirada me dije: "Yo creo en los
milagros. ¿Cómo no creer?". Me animé y le toqué el
brazo, con una mirada llena de vida me miró y me dijo:
¿Qué pasa?... "Es 28 de abril" le dije... "¡Cierto!" Dijo mi
papá atónito y con lágrimas en los ojos.
Los sentimientos que yo sentí no se pueden explicar, pero
sí pude dar nombre a la inquietud de mi corazón, y
nuevamente fue ella, mi origen, mi motor, mi sentido, mi
hermana, el regalo más preciado, el don tan perfecto que
Dios quiso compartirnos, el instrumento que aprovechó
para mostrarse, y especialmente, enamorarme.
Sin darle mucha importancia ella seguía con su asunto:
comiendo. Yo no podía dejar de verla, como cualquier
persona cuando encuentra el Amor. Le besamos la frente
con Virgi y seguimos con la "mástica".
Antes de volver le pregunté: ¿Como te sentís? ¿Significa
algo para vos? Y me dijo: "Hoy es un día más..." Debo
admitir que me dejó pensando. Hoy, casi al terminar el día
puedo decir... Hoy es un día más, tan simple, igual que los
demás, un día más de vida, de encuentro, de
agradecimiento, de estrujar el tiempo y "gastarlo" en
vínculos fundantes y plenificantes... Hoy fue y es un día
más con Dios a mi lado.
Pasa la vida y es un milagro que estemos vivos. Qué lindo
es que el corazón no pierda la memoria, que no se
acostumbre. Es hermoso volver al origen, a lo más
humano, a lo débil, a lo frágil, porque ahí fuimos amados,
porque ahí reside lo Perfecto, la Vida, el sentido Último,
lo verdadero, la mismísima Trinidad.
La vida es eso.
La vida es eso que acontece en los escondido y en lo
profundo de los vínculos humanos, sinceros, fraternos, y
eternos. En un mate compartido, en una charla escuchada
de verdad, en una mirada que abrasa (si con s) con amor
y calma. En un abrazo que devuelve vida. En un dolor
compartido y asumido, que hace más llevadero el vivir. En
una alegría multiplicada. En una palabra de aliento que
recobra sentido, en una comida compartida y entregada.
En un "te amo" a la distancia. En un suspiro cansado del
día, pero con esperanzas de alcanzar un día lo Eterno.
¿Vivir para morir? ¿Morir para vivir?
La inalcanzable dicha de buscar y encontrar un sentido, a
veces sin saber qué significa “sentido”, a veces sin saber
que es “búsqueda”, y mucho menos “encontrar”. Lo
enigmático y lo problemático de existir nos llena de
preguntas, nos interpela, nos desafía, no sé a qué, pero, ó
nos deja paralizados, o unos poco valientes se adentran a
andar, cojos o henchidos, sanos o heridos, no sé a dónde,
ni cómo, ni para qué, pero van.

Es que, para ser breve, tal vez bastaría decir que nuestra
existencia está sobrecargada de incertidumbres. Somos
un mundo de incógnitas y un pequeño puñado de
certezas. Profundos abismos de misterios y minúsculas
experiencias que se nos trazan como seguridades. ¡Y
claro, hay que vivir! O sobrevivir, nuevamente no sé. Todo
se vuelve relativo como todo también se transforma en
completo, entero y bello. La parte por el todo. El detalle y
lo pleno. La porción y lo holístico. El límite y el sinfín. La
finitud y la añoranza de la infinitud. El dolor y el bienestar.
El cronos y el Kairós. Lo irreversible y lo propicio. Los
vínculos y la soledad. Las miradas y las cegueras. Lo
tangible y lo imperceptible. El punto final y la
inmortalidad. El “alzheimer” del alma y la memoria del
corazón.
La lágrima tibia que cae por los párpados y el cuerpo frío,
perplejo, sin reacción, sin ánima que lo movilice. El
escalofrío y la nada misma. El latido y el silencio. Lo
inefable y lo ordinario. Lo jovial y lo putrefacto. Lo puro y
lo corrupto. Lo profundo y la mentira. El horizonte, el
destino y el dubitativo peregrino sin rumbo. El principito
y sus baobabs. Borges y su maldición (¿o bendición?) de
quedar ciego. León Felipe y sus poemas. Rubén Darío y sus
ritmos insostenibles. García Márquez y sus exquisitas
metáforas. Platón y su dialéctica (como fiel y ortodoxo
griego). Aristóteles y sus artilugios sagrados que lo
hicieron perdurar en el tiempo. Jesucristo y sus discípulos.
El pobre y su familia. El rico y su amo (el dinero). El rey y
sus súbditos. El negro y el blanco. El sudaca y el gringo. El
aborigen y el americano (¿no son lo mismo?). El
provinciano y el porteño. El niño y el adulto. El tatuaje y la
corbata. La desnudez y Francisco de Asís. La oscuridad y
Lucifer (lucero). La historia y el hombre. El tiempo y el
espacio. El nómade y el primer mundo. Lo terrenal y lo
virtual. La amistad y la tristeza. La alegría y la entrega. La
convicción y la frustración. El entendimiento y lo
irresoluto. La ilusión y la desesperanza. Dios y el final.

El inevitable saber que todo se acaba. Y no sabemos cómo


sigue. Eso sí, seguro sigue. Lo demás todo es conjetura.
¿Quién me puede decir que hay más allá? O mejor dicho
¿Hay más allá? ¿Quién tiene la magna autoridad para
doblegar y manipular semejante misterio? La respuesta es
simple: nadie. Absolutamente nadie. La nada misma. Hay
preguntas que no se responden, hay verdades que no se
comparten. Queda por entonces la urgente y la imperiosa
necesidad de vivir, sin hacer daño, sin lastimar, sin
apropiarme de lo ajeno, porque nada ni nadie es ajeno.
Todo es de todos. Somos todos con todos. Nadie es solo.

Somos y existimos con el otro. Con lo distinto y con lo


igual. Pero jamás existimos aislados. En el egoísmo
desaparecemos en el vacío inalterable y definitivo.

En el encuentro nos convertimos en refulgentes luceros


que iluminan el peregrinar, la búsqueda interminable, de
hacer de este camino, algo ligero, liviano, donde el yugo
sea compartido, la pena aliviada, la felicidad buscada y
compartida, las manos unidas.

Llegará el día en el que no nos cuidaremos más del Amor.


Porque así andamos, cuidándonos de amar y que nos
amen. Como si el amor existiera y fuera posible solo en
otro lugar desconocido. Menos ahora.

¿Y, vos, amaste hoy? En la paradoja de la existencia, dos


son las certezas: que estamos vivos y necesitamos amar,
y que vamos a morir y nada más. Vivimos muriendo,
morimos para vivir.
Llévatelas, son tuyas.
Siempre que puedo voy a saludarla. Ella me enseñó a
rezar. En mi niñez pasaba mucho tiempo a su lado. Le
dábamos de comer a los perros y a las gallinas que tenía
en su casa. Dibujábamos, cocinábamos, íbamos a misa.
Las medias de lana para invierno ella las fabricaba, hasta
las rodillas me llegaban. No conocí el frío ni el hambre
gracias a vos: mi nona Norma.
Nunca faltaba algún comentario más o menos así: “estás
flaco: ¿no comés vos?” ... “¿cuándo te vas a sacar esa
barba?” ... “ya no me venís a visitar más” … “todas las
noches me acuerdo y rezo por vos.” ¡Uf, se me pianta un
lagrimón! ¡Creo que nadie me amó tanto en silencio!
Era una noche calurosa de verano. Los mates dulces no
podían faltar, además de la mesa llena de comida, y guay
de no comer porque sino se ofendía.
Ahí estaba yo, hipnotizado viendo sus manos arrugadas,
ella siempre cuenta que están así porque desde niña hacía
el tambo.
Su mirada dejaba entrever un libro larguísimo de
historias, experiencias, dolores y alegrías. Una vida
sencilla no era, para nada, el caso de mi Nona. Perdió a su
esposo a pocos meses de su casamiento. Al tiempo
también su padre rumbeó para el cielo. El dolor la
atravesó, y su cuerpo ya deteriorado era testigo de eso.
Entre charla y charla repetíamos las historias. Mi asombro
es el mismo. No me cansó nunca de escucharla. Al estar
con ella me gusta imaginar que el cielo debe ser algo
parecido: tomar unos mates y charlar un buen rato. Nada
más.
En medio del habla me dijo que tenía algo que mostrarme.
Trajo el cajón donde guarda las fotos. Sacó cuatro. Eran
mías, de cuando era niño. En tres salgo sonriendo, en una
llorando. Me reí y lloré. Me volví a conocer. Estaba
emocionado.
Mi Nona las guardaba y ese día me las mostró. Con sus 83
años me contó anécdotas inéditas, nuevas vivencias que
nunca supe, con magia del pasado, con añoranzas, con
risas y nostalgia. En su mirada se veían lágrimas de lo
vivido, algún que otro reproche de la vida que se pasa,
pero siempre una historia nueva se asomaba en cada foto
que pasaba.
Mi felicidad fue escucharla, fue volver a nacer, conocerme
de nuevo, volver al principio. Es que el amor es eso,
brindar con calidad el tiempo. Y mi Nona estuvo 22 años
amándome siempre, a pleno. ¡Que privilegio!
- Llévatelas, son tuyas. Me dijo.
- No Nona, cuando vuelva me seguís contando,
gracias, te quiero.

Nos fuimos a dormir.


Ojalá un día se cierren las Iglesias.
(Santiago Vargas)
Ojalá un día se cierren las iglesias.
Y que ya no existan más merenderos, que los hogares de
día, y también los de noche: desaparezcan. Que la ropa
usada sea tirada a la basura y que las zapatillas rotas dejen
de servir. Que la comida vencida se la den a los animales
y que los apoyos escolares se esfumen y que las copas de
leche se vacíen.
Ojalá los papeles que no sirven se usen para dibujar y no
como fuente de trabajo y que la gula sea solo un pecado;
también que el hambre desaparezca, que nadie levante
una bandera y que el sol no sea el abrigo de nadie.
Ojalá un día no tengamos que defender el derecho de
nadie porque estoy convencido que un día todo será
justo.
Mientras tanto seguiremos siendo una familia que recibe,
abraza y acompaña, seguiremos poniendo la pava y
multiplicando el pan, verás que las puertas estarán
abiertas y que los pibes en el patio juegan a la pelota y
que otros se esfuerzan por aprender las tablas en los
centros de apoyos. También verás como la ropa usada se
vuelve nueva cuando alguien la usa por primera vez.
Te invito que te acerques y veas como hay gente que
duerme por primera vez en su propio colchón y como los
pibes y pibas aprenden el valor de compartir una
merienda. Te invito que veas como nos volvemos escuela
de valores y lo que antes eran puños cerrados de bronca
hoy son brazos que se abren y se funden en un abrazo de
alegría.
Ojalá un día se cierren las iglesias y que ese día estemos
todos adentros celebrando la vida y vida en abundancia.

Gastar la vida.
Gastar la vida, no guardarse nada. Vaciarse. Darlo todo.
Hasta el fin. Hasta la muerte. Luchando por la justicia, por
la paz, por el bien de todos
Otro 28 de abril (2017-2018).
Reflexión (28 de abril, 2018)

Hay sucesos en nuestras vidas que marcan nuestro


rumbo, nuestro modo de ver, nuestro modo de vivir. De
un momento a otro la vida nos enseña que somos poca
cosa. En un brusco cambio descubrimos lo esencial de la
vida.
Si hay algún momento en que mi vida cambió
rotundamente, fue un 28 de abril del 2007. Todavía ese
hecho sigue forjando mi presente.
Cuando me toca recordarlo siempre llego a la misma
conclusión, defender la vida como ella lo hizo. Buscar la
vida como ella quiso. Vivir la vida como ella la vive. Que
milagro tan grande es vivir. Un misterio que nos
sobrepasa, que nos trasciende; y que solo a nosotros nos
toca aceptarlo con gratitud.
Cuando vuelvo al origen, al principio, al génesis, es
imposible no reconocer que "nada escapa de la mano de
Dios". Sin embargo, la vida está llena de paradojas, y creo
que esto hace que Dios siga siendo misterio. Que la Vida
sea amada, pero sobre todo agradecida.
Por un lado, la vida, por otro la muerte. Una niña feliz, al
mismo tiempo luchando por sobrevivir. Unos padres
desahuciados, desechos en lágrimas, y al mismo tiempo
clavados en la esperanza. Un hermano paralizado del
miedo, pero en paz por las palabras que recibía de sus
padres. Un proyecto desde lo eterno (Virginia), pero que
aún no era el tiempo. Mezcolanzas de emociones.
Certezas convencidas, dudas que crecían cada día más.
Ciencia y fe. Dios y la nada misma.
La vida se filtraba por las grietas de la desesperanza, y un
día, Flor se despertó del sueño.
Volver al origen me devuelve lo importante, lo verdadero.
Ser cada día más humano, saberme amado, ser
agradecido. Flor me hace humano, me ayuda a amar de
verdad. Flor es instrumento: de amor, de paz, de vida.
¡Gracias Padre por dejarnos vivir la Pascua, la Vida!
Historia (28 de abril, 2017)

Mi memoria, mi corazón, toda mi vida hacen un alto, y


retroceden 10 cortos largos años... Me sitúo en el 28 de
abril, como hoy, pero del 2007. ¡Qué día! Como el de hoy,
estaba soleado, una brisa fresca, mis padres salían a
trabajar, yo preparaba mis botines para ir a jugar al
fútbol... Ella, la protagonista de mi vida dormía... era un
día como cualquier otro, o por lo menos se respiraba la
rutina de un día más... ¿Quién iba a decir que ese día iba
a marcar un antes y un después para mi vida? Nadie. Sólo
Dios. ¡Sí, Él lo sabía!
Todo concurría como de costumbre. Eran cerca de las
cuatro de la tarde. Yo como siempre, me quedaba viendo
los partidos de fútbol de las categorías más grandes; pero
algo en mi corazón de repente se oscureció, esa imagen
que nunca olvidaría me anticipaba un golpe traumático,
inolvidable, un momento que quedaría en la eternidad de
mi vida.
En un momento, alguien, recuerdo que era un hombre
fuerte, me tomó del brazo. Yo no entendía nada. El sujeto
estaba desesperado. Me arrancó del alambrado donde
estaba apoyado mirando el partido. Y las palabras más
escalofriantes de mi vida no tardaron en llegar: ¡Tu
hermana está mal, muy mal! ¡Tu hermana está en el
hospital y está grave!
El sol se me volvió tinieblas, la calma en turbación, el
corazón se despedazaba en mi pecho, y yo con 11 años
me eché en lágrimas, sin saber bien lo que ocurría.
Llegamos al hospital y la realidad era angustiante, el
pecho se me cerraba a causa de la incertidumbre y del
dolor.
Vi a mis padres desechos en lágrimas, llegó el cura, y
mucha gente más. Mi hermana, que la vi dormir, por poco
casi se queda dormida para siempre. Y ahí estaban los
médicos, buscando signos de vida, y ahí estaba ella
negándose a partir, ella quería vivir. Había sufrido un
paro. ¿Quién sabe cuánto estuvo sin respirar?... Los
pronósticos eran los peores, pero la fe seguía intacta. Sólo
Dios sabe bien cuanto rezamos. Al Cura Brochero lo
pusimos contra la pared... No se salvó ni un santo.
Después de un tiempo escuché decir: ¡Se despertó, pero
está delicada!
Mi corazón, ahogado en una paradoja, sufría una
mescolanza de sentimientos... "¡Vive, mi hermana vive!"
dije... "Hay que seguir rezando" me dijo el padre...
La historia es mucho más larga. Mi hermana, volvió a estar
en coma, pero se negaba a dejarnos. Después de unas
semanas, volvió a despertarse, para no volver a dormirse.
Diez años después, el corazón late tan fuerte como aquel
día... ¿Quién iba a decir que ese momento iba a ser una
de las causas de que yo esté donde estoy? Porque en mi
hermana forjé la certeza de que Jesús se niega a
dejarnos... Descubrí que en el dolor Dios "juega para
nosotros"... Y me di cuenta de realmente cuanto me ama
Dios, cuanto ama a mi familia... Y te pregunto a vos...
¿Tenes idea de cuanto te ama Dios?... Porque yo, en el
momento más crítico, donde no se veía nada, fui amado.
A esta historia, tengo la Gracia, de contarla así... Pero sé
que si hubiese sido de otra manera también me sentiría
igual: amado... Porque aún entonces Dios seguiría a mi
lado, porque el secreto no está en entender; sino en
aceptar y entregar, en confiar y dejar que Él actúe.
Hoy es un día de fiesta, de acción de Gracias, es un día de
Pascua, porque lo que parecía sin vida: ¡Hoy vive!
Te recuerdo cada día de mi vida, Flor.
Matando el tiempo
Ayer estaba haciendo tiempo en el paseo del Buen Pastor
mientras esperaba que se hiciese la hora para ir a trabajar
... y me pasó algo muy significativo, para mí fue Jesús
quien me salió al encuentro...
Eran cerca de las dos de la tarde cuando levanto la mirada
y veo un rostro conocido, era un muchacho que estaba
"tarjeteando" para salvar el día y poder darle de comer a
su familia. Nos miramos y al mismo tiempo sabíamos que
nos conocíamos del algún lado. Mi cabeza al 100%
trabajaba para recordar quién era, pero al final la
respuesta vino del corazón: era Darío, el mismo que un
año atrás conocí en el comedor "San Martín de Porres"
donde me encontraba haciendo unas prácticas. Recuerdo
que él estaba con un grupo de varias personas entre ellas
su pareja que estaba embarazada y su otro hijo, Ismael.
Se me viene la imagen de aquellos días en el comedor
donde muchas personas cansadas y sin lugar en la
sociedad se acercaban por un poco de comida. En ese
lugar se vivía otra cultura, me animo a decirle "la cultura
de los ricos", y digo "de los ricos" por la calidez humana y
el sentido de vida y de identidad que se tenían unos con
otros. Si bien había discusiones sobre quien tenía una
porción de comida mayor a otro, sobreabundaba el
compartir, el cuidado y sobre todo la unión. ¿Y qué mejor
que eso? ¿Acaso no es lo que añoramos como sociedad?
¿La unión, el compartir, el cuidado mutuo? Sin dudas esa
cultura es la gran riqueza que necesitamos.
Se me acerca Darío y veo que tenía puestas las zapatillas
que le supe regalar (gastadas de tanto caminar). Nos
abrazamos, le pregunté cómo estaba, me dijo que bien,
"luchandolá". Le pregunté sobre Ismael, se le abrieron los
ojos de sorpresa ya que no podía creer que me acordara
del nombre de su hijo (cuando conocí a Ismael, que en ese
entonces tenía unos 10 años, me dijo: "Nico, yo te pido
una cosa nomás, no te olvides de mí". Desde ese día llevo
en mi corazón el rostro de Ismael. ¿Como no me iba a
acordar de Ismael?) ... me dijo que estaba estudiando y
eso me puso feliz. Le pregunté sobre su pareja y
señalando con el dedo vi a una mujer con un niño en
brazos... "Se llama Eial" me dijo, nos saludamos. Eial
dormía como buen bebé. Nos pusimos a charlar, hicimos
catarsis, nos pusimos al día, me contó que viven en
Arguello, que hace unos meses se fueron para allá (antes
vivían en la calle). Le pregunté sobre sus amigos, y
lamentablemente me dijo que todos estaban presos, se
me piantó un lagrimón, el corazón me pasó cuentas de no
haber podido estar más cerca.
Millones de problemas más estaba atravesando Darío y su
familia, pero ahí estaba él, de pie, ganándose la vida, con
su fe inquebrantable en Dios y en la Virgen. Tal era su fe
que me contagiaba sus ganas de vivir.
Le di mi número ya que él no tenía celular. Espero con
ansias su llamado ¿Por qué? porque estoy convencido de
que fue el Crucificado quien me salió al encuentro esa
tarde. Tantas cosas se despertaron en mi corazón que no
sabría explicarlas, me encontraba conmovido, tal vez por
la sencillez, por el testimonio, por la entrega, por la alegría
de esa familia, por un llamado en lo hondo del corazón a
"tener alma de pobre, a ser paciente, a ser misericordioso,
porque a ellos le pertenecen el Reino de Dios" Mt 5.
Lo ayudé con unos insignificantes pesos. De a poco
empecé a caminar hacia la parada del colectivo, me di
vuelta y ellos caminaban en dirección contraria. Por
dentro agradecía a Dios el rato. Por unos momentos pude
encontrarme sin preocupaciones, ni cansancios. ¡Por unos
momentos pude experimentar en carne propia (como
tantas veces) el saberme amado, por "el Dios viviente"!
¡Que paradoja la Navidad!
Qué paradoja tan compleja me resulta la Navidad. No
como algo misterioso, pero si como un hecho de Misterio.
Un acontecimiento inabarcable, pero al mismo tiempo
tan intenso que me lleva a tener esperanza en lo pleno.
Digo paradoja por lo que fue, por lo que es y por lo que
genera. Este movimiento de verdades encontradas, que
subsisten en una sola cosa y que por momentos nos dejan
mudos, sin palabras, incrédulos, desahuciados, cansados,
tristes, añorando el pasado, temiendo por el futuro… y
por otro lado esperanzados, alegres, llenos de sentido,
viviendo el presente en su grado más alto de intensidad,
de encuentro, de humanidad, de vida.
Por lo que fue… el nacimiento de Jesús es Misterio, cuesta
entender como el Dios tan divino se hizo tan humano, tan
pequeño: es una paradoja. El rey se hace esclavo, el
adulto se hace niño, el rico se hace pobre, el enemigo pasa
a ser el sujeto amado, el trono pasa a ser la cruz, el hogar
se vuelve pesebre, el pastor deja sus ovejas para darle su
calor al Pastor hecho Niño, la muerte es vencida por la
vida, el amor se convierte en seguimiento, el silencio en
escucha, Dios se hizo hombre.
Por lo que es y genera… Suele ser una fecha “usada” para
el marketing, para aumentar el consumismo, en los
últimos años se ha convertido en una pantalla, en algo
que va por fuera, se convirtió en simplemente un regalo,
una excusa para festejar sin saber muchas veces qué. A
veces la Navidad es un sin sentido. Tengo recuerdos de mi
niñez en donde en Noche Buena nos reuníamos todos
alrededor de la mesa, los niños en un extremo, los abuelos
y adultos en otro, nos mirábamos, entrecruzábamos
palabras, nos encontrábamos, a las 00:00 hs nos
abrazábamos y nos decíamos “Feliz Navidad, te amo”.
Hoy ya no es tan así, algunos partieron a la Patria celestial,
otros están divididos, incluso la “era tecnológica” no
ayuda mucho. Sin embargo, en todo este contexto, hay un
punto de inflexión que nos retrotrae a nuestra intimidad,
hay algo en nuestro corazón que se ablanda, algo a lo que
no podemos evadir tan fácilmente, el corazón no se
contenta con un regalo, necesita el encuentro con el
protagonista de la noche, o, mejor dicho, los
protagonistas.
Entonces la Buena Noche, se vuelve solo tristeza si no nos
encontramos con el Niño, las lágrimas derramadas tienen
sentido si pensamos en que “todo pasa, Dios no se muda”.
Y todo tiene sentido y hondura cuando pensamos que el
nacimiento de Dios hecho hombre fue por vos, por mí, por
todos, por los que no están, y por los que vendrán; y que,
aunque por momentos la tristeza gane el corazón, hay
que dejar el tiempo madurar para poder descubrir, que, a
partir de ese Nacimiento, tenemos al Dios con Nosotros,
desde siempre y para siempre.
Entonces caigo en la cuenta de que es una paradoja
porque es un Misterio, y al ser Misterio hay algo que no
comprendo, y al no comprender todo, caigo en la locura,
y esa locura me lleva a pedirle a un simple Niño que me
de fe (sin él tenerla), le pido esperanza (sin ver luz de
esperanza en él), le pido fortaleza (a Alguien tan débil),
pero cuando le pido Amor veo en la propia Naturaleza
humana el amor más puro, el del Niño, ese Amor que no
entiende de egoísmos, de orgullos, de celos. Solo ama y
se deja amar. Entonces la locura se vuelve calma, y si bien
el Misterio no se soluciona, ahora tengo la Luz, y me
aferro a ella, y camino… y peregrino, la cuido de los
vientos, y lo más importante, me abandono al Misterio y
lo comparto.
La vida reclama vida.
Hasta aquí llego y digo basta. Suficiente. Pero antes de
terminar tengo un grito aquí en el pecho que me obliga a
escribir los últimos renglones de este sencillo y humilde
libro.

A modo de síntesis, de idea, quiero revelar lo que siento:


le tenemos miedo a la vida, le tenemos miedo al amor.

Hace un tiempo lo charlaba con un gran amigo, José. Él


me preguntó si me había puesto a pensar sobre la relación
con el amor, ese término tan abstracto y simple al mismo
tiempo. Esa palabra a la que se le agregan el tiempo,
espacio, historia, personas, sentimientos, cuerpo, vida.

El amor reclama vida, la vida se auto-reclama. Se me viene


la imagen de San Francisco de Asís y los escritos del
hermano León que decía: “El Amor no es amado”. El que
ama no puede no ser amado. La vida es misterio
inabarcable que quiere, exige y reclama ser vivida.

Eso sí, tenemos un tiempo determinado y desconocido al


mismo tiempo. No podemos “jugar” con la especulación,
dejar para más “tarde” lo que puede ser ahora, programar
en un calendario se convierte en algo absurdo, decir las
palabras en la tumba es la ironía más incoherente de esto
que llamamos vida.

No podemos temerle al amor. Podemos tenerle miedo a


cualquier cosa, menos a amar. Puede lastimar,
decepcionar, desconcertar y tantas cosas más, pero al
final, cuando todo haya pasado, quedara el silencio y la
paz de haberlo dejado todo, haber dejado de lado la
resignación y haberse arriesgado con confianza a lo
desconocido.

La vida que transita sin amor no es vida. ¡Que no nos


paralice el miedo! Que la lengua no calle lo que tiene para
decir. Que el corazón sea el motor para empezar y
animarse. Que la fuerza sea la de bien. Que no perdamos
más el tiempo. El amor es hoy, no ayer ni mañana. El amor
es siempre presente, ahora.

Tenemos el arma más poderosa: el perdón. Aquel que se


sabe perdonado puede comprender al otro y el otro me
puede comprender. ¿Quién te solicita tu perdón? ¿A
quién tener que pedir perdón? ¿Qué te impide hacerlo?
¿El miedo, el dolor, el pasado, la herida? Anímate, déjate
curar, sé calma para el dolor de otro. ¡Apúrate! Solo
tenemos un enemigo: el tiempo.
Aprovechemos para llamar, para gritar, para perdonar,
contemplar, renunciar, para elegir la libertad; para elegir
la vida, siempre, que reclama ser vivida.
Anexo: diálogos breves con estudiantes de
primaria.
La Pascua para niños.
Ayer, en primer grado, estábamos conversando con mis
estudiantes sobre la Pascua...
Hablamos de que Jesús vuelve a la vida y lo importante
que es vivir con alegría... Hago la pregunta final... ¿Qué
pasa en Pascua?
La respuesta: "comemos chocolates"...
Pd: no hace falta relatar la risa de todos (incluida la mía,
obvio) ... Que nunca perdamos la alegría e inocencia de
ser niños... Ellos viven siempre la alegría de la Pascua que
ya está cerca.

Profesiones…
Diálogo entre Fabri y Germán (2°Grado):
Fabri: Mi papá es psicólogo ¿sabías?
Germán: Ahhh ¿Y qué hace?
Fabri: Ayuda a la gente para que no se porte mal
Germán: Ahhh, como la policía...
Fabri: Ehhhh, si, algo así…
Cada vez estoy más convencido en qué hay que tener
corazón de niño, por ahí pasa lo profundo de la vida.
Tecnología…
Alumna de primer grado (6 AÑOS) literal y textual.

- Profe, yo creo que es más importante la


naturaleza que la tecnología.

¡6 AÑOS!

Un fibrón y un pizarrón.
No creía en la magia, ni mucho menos en el poder y la
necesidad de la imaginación, hasta hoy.
Hasta el momento en que le di un fibrón a un niño de 6
años y un pizarrón todo para él.
"Sean como niños" dijo Jesús. ¡Por fin entiendo!
Con mirada pura y transparente, dibujaban (algo que
parecían garabatos o líneas sin "formas") y derramaban
felicidad, alegría. Y claro, los niños saben mucho más de
sencillez, de vivir sin estructuras. Con un fibrón y un
pizarrón, hacen magia, de verdad.
El lenguaje es limitado para que yo pueda transmitir la
felicidad que estos niños, con algo tan sencillo, incluso sin
valor para muchos, contagiaban; algo que no sé explicar.
Y una vez más, llamado a la sorpresa, a lo pequeño, a la
felicidad plena. Con la certeza de que ellos son los
"profes".
Hoy, más que nunca, necesitamos de esa magia, de esa
alegría, de ese Jesús, niño, pequeño, sencillo, feliz.
Ni celulares, ni ropa, ni dinero, ni consumo. Un fibrón y un
pizarrón.

Los niños no mienten…


Alumna de primer grado…

- Profe, creo que estás un poco gordo hoy

Porque los niños no mienten.

No siempre es alegría.
Hoy en sexto grado hablábamos sobre la felicidad. Sheila
me dejó pensando cuando me dijo:

- Profe, no todos somos felices. Hoy no estoy feliz.

¡Cuánta razón tenía! Pensar la educación es saber hacer


silencio, y repensar muchas cosas. Hoy me voy a
descansar con un sabor amargo… Sexto grado, once años.
¿De qué hincha es Jesús?
Thian, de segundo grado.

- Profe… ¿De que hincha es Jesús? ¿De Boca? ¿De


River? ¿De Talleres? ¿O Belgrano?

No sé Thian, pregúntale. Jesús es amigo de los niños.

¿Qué dice ahí?


Ayer a segundo grado les pedí a todos que escribieran en
un papel sus deseos… Santino se destacó. Él es chino y
hace dos años que vive en Argentina… Obvio que a sus
deseos los escribió en mandarín. Y como siempre el
“profe” vive de sorpresas y risas.

No aceptan animales
- Profe, no me gusta la escuela.
- ¿Por qué?
- Porque no aceptan animales.

Una profe (Elena) la cual quiero mucho, recordaba a su


padre que decía: “el mundo tendría que estar habitado
por niños.”
Conclusión:
“En el atardecer de nuestras vidas seremos
examinados en el amor” (San juan de la Cruz)
En otras palabras… ¿Amaste? ¿Qué esperás
para amar?

Fin.

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