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El Reiki es una técnica terapéutica que actúa sobre el sistema energético del
individuo, de la misma manera que, por ejemplo, la acupuntura. A diferencia de esta; el
único instrumento que utiliza el terapeuta son sus propias manos, a través de las
cuales pasa esa energía curativa al paciente, quien generalmente la percibe como una
sensación de calor, frío u hormigueo.
Es una técnica milenaria, cuyos beneficios se han comprobado sobradamente, que no
tiene ningún tipo de efecto secundario adverso y que puede usarse en cualquier
persona y en cualquier edad.
Resulta un complemento valiosísimo para terapias de tipo médico, psicológico o
pedagógico, potenciando y mejorando sustancialmente sus resultados.
Aunque todos sus efectos son aplicables tanto a niños como a adultos, a partir de
ahora me centraré en el ámbito infantil. En síntesis, sus beneficios son aplicables a
tres áreas:
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1. Área de la salud: Equilibra el cuerpo físico mejorando globalmente su
funcionamiento.
Entre otros, destacamos algunos de los principales efectos:
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Evidentemente ésta es una división artificial ya que las tres áreas están íntimamente
relacionadas. Así por ejemplo, un niño que sufre por la separación de los padres, puede
bajar su rendimiento escolar o mostrarse agresivo con los compañeros; un niño que no
confía en sí mismo y que tiene mucho miedo a equivocarse, puede presentar vómitos o
dolor de cabeza a la hora de ir al colegio; o un niño con muchos miedos, puede
presentar problemas de concentración o de hiperactividad.
Así pues, aunque los síntomas que el niño presente pueda parecer que pertenecen a un
área concreta, el trabajo con el Reiki (por supuesto siempre combinado con el buen
hacer del terapeuta) siempre actúa sobre la globalidad del niño y, en consecuencia, los
efectos que produce son sólidos y permanentes.
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