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Me abandono al Señor

“Se ve que el Señor quiere que nos acordemos de Él, y en Él tiene que estar, constantemente firme, recogido todo nuestro
pensamiento y nuestro afecto. Y si por esto olvidásemos otras cosas, Él, o sabrá recordárnosla, o, con su Providencia, conducirá
las cosas mucho mejor que nosotros. En conclusión, nosotros somos más diligentes cuando amamos a Dios.
¡Feliz el que se pierde en este abismo! ¡Qué se lance con coraje y náufrago a este océano! Un niño está muy seguro cuando,
durmiendo en los brazos de su madre, abandona todo pensamiento y preocupación de sí. Él no ve, no siente y no habla. Por él ve,
oye, habla y obra su madre. Y cuando ella quiere, y si quiere, puede despertarlo, ya que está cerca de él. Recordemos aquellas dos
palabras de nuestro Señor: la primera: “Sin mí no pueden hacer nada”, y la otra: “Todo puedo en aquel que me da fuerza”.
Quédese sentado esperando la abundancia del Espíritu y del Amor, según el mandamiento de Cristo. Revestido de la fuerza del
alto, verá lo imposible”.
(San Gaspar Bertoni – Memorial Privado – Carta a la Madre Leopoldina Nodet)

Tomar consciencia de la propia miseria


El hombre desiste de buscar la autosuficiencia y la
independencia de Dios cuando comprende que Dios no sólo no lo priva
de la libertad, sino que es Aquel que se la garantiza y quiere ser su
mejor aliado en el camino hacia la libertad. Entonces, se pone en sus
manos y se deja conducir, se hace obediente, como Cristo en la cruz.

Tomar consciencia del amor fiel de Dios: su presencia


Conducidos por la mano de Cristo crucificado a mirar de modo diferente a Dios Padre, no tendremos
más miedo.
Se Dios es amor que nos busca, incluso en las tinieblas de nuestro pecado; si Dios es fiel a su amor
hasta compartir la maldición de los hombres, la anulación, la exclusión del consorcio humano-civil-religioso, la
excomunión, la condena pública de no ser digno de vivir (la humillación más tremenda que desarma
psicológicamente todo ser humano), entonces no puedo dudar de su amor por mí, pecador. Puedo
verdaderamente confiar en Él: no me condenará. Sólo la certeza del perdón convence al hombre a declararse
culpable, a reconocer su propio pecado.
El pecado entonces no es más el alejamiento de Dios, sino el lugar donde Él me encuentra. No estoy
más solo. Percibo la compañía de Dios. Redescubro que tengo un Padre que se preocupa en el cielo y que se
acuerda siempre de mí.

Dar la mano a Dios, para que nos guíe “fuera”, hacia la libertad
Es nuestra disponibilidad la que nos hace confiar en el Señor. Como un enfermo grave se pone en las
manos del médico. Sin escondernos más, como Adán y Eva, desnudos y pobres frente al Médico celestial de las
almas y de los cuerpos, con un fardo de miserias, nos fiamos de Él.
El Espíritu Santo nos empuja a dejarnos acariciar por Dios, a dejarnos amar, ciertos que el Padre nos
puede darnos sino cosas buenas, un paz y no una piedra, un pescado y no una serpiente, un huevo y no un
alacrán (cf Mt 7,9). Nos da su amor que nos salva. Por ese nos ofrecemos a Él incondicionalmente.
La persona que se abandona a Dios no deja de usar su razón para afrontar nos problemas. No a la
pasividad.
No confía sólo en sus propias fuerzas, sino que entrega toda preocupación, toda turbación y
sufrimiento al amor de Dios.
“Tú lo sabes, Tú lo sabes, Tú lo sabes…”
Es cierto que todo coopera al bien de los que aman a Dios (Rm 8,28).
Nosotros pensamos, decidimos con la mayor libertad y con coraje, pero es Dios quien inspira nuestros
pensamientos y acciones. Es Su Espíritu el que obra.

Lectura Bíblica: Os 11, 3-4 / Hebr 4, 7-9 / 1Jn 4,14-19

Preguntas para la reflexión:


1. ¿Tengo miedo de Dios? ¿Por qué?
2. ¿Mi relación con Dios es una relación de hijo y padre o solamente una relación formal de jefe y súbdito?
3. ¿Cómo puedo mejorar mi relación con Dios?

ORACIÓN DEL ABANDONO

Confundido(a), mi Dios, por haberme alejado del abandono a Ti, que Tú quieres de mí, mil veces te pido
perdón. Desde este momento y para siempre abandono todas mis preocupaciones en tus manos, confiando en
tu infinita bondad, seguro(a) que Tú estás más preocupado de mi y de las cosas que me has confiado, que yo
mismo(a).
Por eso, desde ahora quiero vivir sin angustia y temor, hacer todo lo que pueda por Ti, para servirte, y para
hacerte amar y servir, por los demás.
Quiero preocuparme solamente de procurar tu gloria y tu santo servicio. ¡Tú piensas en mí!
A ti abandono todas mis cosas. Tú puedes, sabes y quieres. Esto es suficiente para estar seguro(a) de que lo
harás.
Dame tu santo amor, celo por tu gloria, y aumenta siempre más en mí la confianza en Ti.
Esto te lo pido por los méritos de María Santísima, aquella Madre a la cual nada Tú puedes negar de lo que
te pida, y por los meritos de San José, tu padre putativo. Amén.

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