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EXPLICADA POR EL

PADRE MANUEL SORIA


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LA DIVINA PROVIDENCIA

La Providencia no es una idea religiosa solo.


Es una realidad profunda que brota de las enseñanzas del
Evangelio y de la vida misma de Jesús, Dios y Hombre para
nosotros.
- Para muchos- dice un autor- la Providencia es lo que
el paracaídas para el aviador. Cuando sale en misión de
combate, lo primero que hace es contar con él, ponérselo y
asegurarse de que funciona correctamente, sabe que en un
momento su aparato puede ser alcanzado por las balas
enemigas o puede tener un fallo mecánico y sabe que
entonces, no está todo perdido. Bastará con apretar un botón y
saltar al vacío y tirar de la anilla. El paracaídas se abrirá y así
salvará su vida. El aviador ama al paracaídas, confía en él,
pero siempre tiene la esperanza de que no tendrá necesidad de
utilizarlos jamás.
Estaría encantado de despegar, volar y
aterrizar por sus propios medios, sin recurrir al paracaídas.
Para muchos, la fe en la providencia se reduce al
poder que tiene Dios, de remediar muchos problemas
desesperados.
Un enfermo ha recorrido todos los especialistas sin
encontrar alivio o esperanza, y es entonces cuando recurre a
Dios como si Dios fuera el superespecialista encargado –
algunos creen que obligado y así le cargan el fracaso, la
enfermedad, la muerte – Dios ¿porqué me tratas de este modo,
que he hecho yo? – Porqué te la has llevado – encargado digo
de remediar muchos problemas.
Apenas dejamos a Dios otra actividad en su
providencia que la de trabajar para que todas las cosas nos
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vayan bien, sobre todo en lo material. El problema del dolor y


la muerte, se las escamoteamos a Dios, ya que pensamos a
veces en un Dios a nuestro servicio, que tiene la obligación de
sacar la cara por nuestros intereses, porque nosotros, somos
nosotros, aunque no la saque por los intereses del vecino.
- Para muchos la Providencia no es el cuidado que
tiene Dios de dirigir nuestra vida en orden a la Santidad, sino
el cuidado que tiene Dios de darnos lo que es bueno para
nosotros. Si caemos enfermos de gravedad pocas veces
decimos: Dios mío, cómo me quiere tu Providencia o no se
haga lo que yo quiero sino lo que Tú quieres o que bueno eres
conmigo. El primer movimiento es de inconformidad, de
tristeza. Pensamos que todo se hunde porque ya no lo
podemos hacer todo notros, enfermos.
Cuando somos objeto de una mala calumnia o una
mala interpretación, que pocas veces decimos hágase tu
voluntad. Cuando las cosas nos han salido bien, cuando nos
libramos de un accidente, o de un mal que nos amenaza.
Decimos. Que providencia más grande. Nosotros que
deberíamos tener una fe más depurada y consecuente, nos
contagiamos en la práctica de la vida religiosa de los defectos
de gran parte de los Cristianos que considera a la Providencia
como algo que nos preserva de las contradicciones, desgracias,
sufrimientos y de todo lo que amenaza nuestro bienestar
incluso, bajo un aspecto distinto, como algo que nos procura
una suerte estupenda. Me tocó la lotería. Acerté a la quiniela.
En cuyo caso, la Providencia sería una, para unos y otra para
otros. Dios se convertirá en un Padre parcial que a unos hijos
los elevaría y a otros los hundiría.
- Por eso cuando en vez de la lotería, nos toca
padecer la desgracia, confundimos la Providencia con una
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ciega fatalidad. Muere la niña y para consolar a la familia,


delante de mí se dice ¿qué le vamos a hacer? Tenía que
suceder así. Hay mucha gente que se cree que nuestra vida
está sometida a una potencia impersonal que ha marcado a
cada uno, sino del cual es imposible librarse. Con dificultad se
ven las cosas tristes o los acontecimientos que nos aplastan
como un acto de la solicitud personal de Dios. Como el gesto
lleno de amor aunque a veces incompresible de un Dios que es
nuestro Padre y que nos invita a reflexionar y a entrar en
diálogo con El, pues nos quiere decir algo personalmente.
- Todas estas situaciones falsas o incompletas sobre la
Providencia de Dios, nos invitan a una reflexión de fe en este
misterio que está en la médula miasma del Evangelio y que no
es ajeno a la Doctrina revelada por Dios en el A.T.

I. La Providencia debe provocar en nosotros una


confianza personal en el Dios vivo que interesa
personalmente por nuestra vida.
La providencia no es un título que nosotros le damos
a Dios a partir de la Religión que practicamos y de la fe que
tenemos en El. Tenemos muy entendido ya, que la fe ya la
religión como expresión de esa fe no son el primer
presupuesto de nuestras relaciones con Dios. No hablamos
nosotros primero. No existe Dios Providente porque nosotros
tengamos fe en El. Tenemos una fe religiosa en El como una
respuesta a la pregunta que El nos ha hecho primero con tu
Palabra.
Dios es el primero en hablar. Y por la revelación que
Dios hace de sí mismo, sabemos que Dios sabe de alguna
manera de sí mismo para venir a nuestro encuentro y
ofrecernos su amor, que incluye la Comunidad de vida con El.
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Este amor de Dios que sale a nuestro encuentro, tiene


que encontrar una adecuada respuesta en el amor del hombre.
Libremente ofrece, libremente ha de ser aceptado. He aquí una
actitud personal de amor, que es fundamental en las relaciones
del hombre con Dios. Que establece unas relaciones recíprocas
de amor fundadas en esta realidad: Dios es mi Padre y me
ama, Yo soy su hijo y le amo.
- Solo así somos introducidos en el círculo divino de
la gracia. Nosotros afirmamos impropiamente que tenemos o
no tenemos la gracia santificante. En realidad es la gracia la
que nos tiene a nosotros.
Hemos sido introducidos por ella en la Comunidad de
vida – amor con Dios. La vida Divina marca el ritmo de
nuestra propia vida humana, pues en él vivimos, nos movemos
y somos. Solo por eso somos en realidad Santos.
Por la gracia habitamos en Dios como en nuestra
propia casa. Más pensemos en la atmósfera que respiramos –
el agua para los peces.
Atraídos por el ofrecimiento de amor que El nos hace
nos abandonamos a sus designios fiándonos de Él y gracias al
amor que Él mismo nos da en Cristo y por el Espíritu que se
nos da somos capaces de salir de nosotros mismo para entrar
en su Comunidad de amor.
Solo metidos en esta Comunidad Amor, podemos
comprender lo que significa creer en la Providencia y vivir de
esta fe.
Para entender y expresar la Providencia de Dios sobre
nosotros hemos de recurrir a nuestra experiencia personal.
Como el amor de Dios a nosotros supera cuanto podemos
pensar o sentir, siempre al establecer una comparación sacada
de nuestra experiencia personal, habremos de decir que la
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relación providente de Dios sobre nosotros es infinitamente


más grande y más perfecta que cualquier ejemplo que
pudiéramos poner.
Todos entendemos alguna experiencia familiar acerca
de la solicitud de una madre o un padre, un hermano, o un
amigo hacia nosotros. Partiendo de esa experiencia familiar y
concreta, proyectamos toda esa luz amorosa hacia ese Dios
que hemos descubierto en la creación y en nuestra propia vida
como un Dios que es amor. Todo lo que Dios puede hacer por
nosotros lo ha hecho en un hombre que es su hijo. En él se
manifiesta y se realiza todo lo que es Dios y todo lo que puede
significar su Providencia para nosotros.
A) Hagamos hincapié primero en nuestra propia
experiencia de lo que es la solicitud humana respecto de otra
persona cuando está de por medio el amor. Pensad en una
madre buena y competente. Brota en ella espontánea la
“piedad” para con el hijo – acordaos de lo que significa
piedad – la madre no está pensando en que es un ser superior
respecto al hijo. Solo piensa en el hijo pequeño y desvalido
que la necesita. La madre ejerce sobre todos los aspectos de la
vida del niño un cuidado completo según sus posibilidades.
-El médico sobre el dolor de muelas. El maestro sobre
la tarea aprendida de memoria. El sacerdote sobre la
formación espiritual, etc. Pero a la madre le interesa todo.
Tiene un gran interés para que el niño crezca como persona.
Interés por el vestido, la comida, el descanso, la escuela, los
amigos, la piedad. Todo es el niño completo objeto de su
solicitud maternal. La madre si puede no se impone procura
establecer una relación personal de amor, de confianza, de
diálogo, de acción. No un día, no sólo cuando el niño es
pequeño. Siempre. El niño se hará mayor, serán otros sus
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problemas, sus peligros, sus necesidades. Pero el amor de una


madre le acompañará como una fidelidad hecha vida.
Estará sano o enfermo – rico o pobre. Será honrado o
deshonrado. Tendremos apuros de mil clases. La madre buena
y competente tiene como una luz de clarividencia que sabe en
cada momento lo que debe hacer: A veces no nos gusta lo que
nos propone. A veces nos choca. A veces nos oponemos a lo
que ha planeado para nosotros. Pero sabemos una cosa cierta,
que hace crecer nuestra esperanza – No nos quiere para ella.
Nos quiere para nosotros. Para que seamos lo que tenemos que
ser y sabemos que lo único que quiere es nuestro bien.
A partir de esta experiencia humana, la fe se eleva a
comprender el amor providente que Dios como Padre nos
dispensa.
Porque todas estas cualidades que hemos reunido en
la mejor de las madres, sin un desmayo, sin un cansancio es
una utopía. Se podría dar. Pero no se da en la tierra. A veces la
madre es egoísta busca en el hijo su propia seguridad y su
propio apoyo. Pero aun en el caso de que no fuera así, la
madre es impotente.
a) Respecto a ella miasma. Sus tristezas ¿quién las
alegrará? Sus enfermedades ¿quién las curará? Sus problemas
personales ¿quién los solucionará?
b) Cierto que la solicitud de una madre puede ser
desinteresada y fiel. Pero hay una infinidad de cosas para las
que el amor de la madre resulta impotente – Mis tristezas. Mis
tensiones personales. Mi falta de virtud. Porque el amor y la
solicitud de otros sean quienes sean hacia nosotros, es una
ayuda sobre todo cuando quién nos consuela y exhorta encarna
en su vida con sinceridad aquello mismo que nos dice. Pero
hay un momento y muchos momentos en nuestra vida donde
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tenemos que usar nuestra libertad y hacernos responsables de


nuestro propio destino, y entonces, nadie puede entrar en ese
santuario. Estamos completamente solos.

A) Partiendo de esta experiencia, la fe nos eleva a descubrir:


a) que Dios nos ha creado.
Que Dios no necesita para nada de mí. Si para ser lo
que es, ni para ser feliz. Y que si me ha creado ha sido por
puro y desinteresado amor.
Mas. Me ha demostrado que me ama creándome.
Este amor creador de dios, tiene en mí un significado
distinto del que tiene cuando ha creado la flor o la roca. Pues a
mí me ha hecho capaz de comprender su amor y darle una
respuesta.
Toda mi vida está bajo la acción de este amor
personal que Dios me ha tenido. No hay nada en mí que quede
fuera de éste amor creador de Dios.
Mi voluntad, mis pensamientos, mis obras. Mi alma,
mi cuerpo, mi vida toda tal cual la vivo.
El amor de Dios, causa de mi existencia, está
continuamente actuando en toda mi vida.
Todo está previsto y calculado y amorosamente
preparado, dentro del respeto que Dios mismo guarda a mi
libertad que El mismo me ha dado para la cual y por la cual
soy capaz de oponerme a sus designios o de abandonarme
confiado a ellos.
B) Pero la realidad de un Dios Providente no se funda
solo en el hecho de ser nuestro creador. Porque al crearnos
Dios no intenta solamente que realicemos un proyecto
meramente humano bajo su vigilancia benévola.
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Dios nos ha creado para que entremos en una


comunidad de Amor con El. Si nos ha puesto en el mundo no
ha sido solo para que vivamos confiados en su amor creador
sino para vivir en medio de nosotros de una manera tan real,
que su propio Hijo que es su dicha se haga uno de nosotros,
uno de tantos, comprometido con nuestro destino y nuestra
realidad humana. Así al amar a su Hijo no puede por menos de
amarnos a nosotros con el mismo amor con que le ama.
Porque su Hijo no es solamente uno de entre nosotros. Es cada
uno de nosotros al mismo tiempo, porque nos ha dado su
propia vida y es nuestra cabeza.
De este modo se ha establecido entre nosotros y Dios
una reciprocidad de amar – Padre, Hijo – y este amor
recíproco le obliga a amarnos como Padre – subo a mi Padre y
vuestro Padre – y nos obliga a amarle como hijos. “Les dio el
poder ser hechos hijos de Dios”.
Desde Cristo Dios es mi padre. La Providencia tiene
para mí una realidad profunda y única. El amor que obligó a
Dios a trazar todo el plan de la Redención.
El misterio de la Providencia desde la fe Cristiana se
concreta maravillosamente en una vida humana – divina. La
vida de Jesús. Todo lo que ha hecho Dios por El, lo hará por
nosotros.
El destino a que lo ha llevado que es la glorificación,
es también nuestro propio destino.
Y Dios cuando llama no se contenta con llamar.
Dios cuando llama, nos sale al encuentro, nos ama,
está con nosotros, y lo está como Padre.
En Jesús y en todos los instantes de mi vida,
resplandece esta amorosa Providencia de Dios, en la que Él
está como engolfado y de la que vive.
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Porque la Providencia supone un diálogo y Jesús nos


enseña cómo se responde a Dios.
Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre y dar
cumplimiento a su obra.
Los aspectos concretos de esa vivencia son:
a) La vida de Oración.
b) Abandono en sus manos y confianza.
c) Aceptación de un mesianismo sufriente.
d) El huerto, la pasión y la cruz. Qué sentido tan
hondo el de ese diminutivo del huerto. Abba.
Papá.
Pues sí. Esto es vivir la Providencia en fe. Saber que
por el bautismo – gracia y demás sacramentos – entramos en
círculo amoroso de la vida Hijo = Padre.
Que lo mismo que el Padre se comprometió con el
hijo hasta llevarle a la Resurrección, está comprometido con
nosotros. Y para Dios comprometido, quiere decir
comprometido.
Que lo mismo que Cristo respondió al amor de su
Padre con un amor que está por encima de todos los bienes
humanos, comodidad, gloria, triunfo, y la propia vida,
nosotros hemos de responder con una vida entregada en las
dos direcciones tradicionales. Una, intimidad de amor personal
que someta toda la vida a la voluntad del Padre. Nou men
voluntas sed tua fiat.
Y una entrega a los demás, puestas nuestra vida en
manos del Padre para no ser solo objetos de la Providencia
sino sujetos que no convirtamos en Providencia – salvación de
Dios – para nuestros hermanos.
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II. El fin de la Solicitud Personal de Dios

La Providencia no es simplemente la acción de Dios


como administrador del mundo. Siempre que hablamos de
Providencia y la definimos como “solicitud de Dios”, hemos
de añadir necesariamente el adjetivo amoroso. Y aún
podríamos cambiar el adjetivo en sustantivo para decir que la
Providencia es un amor lleno de sabiduría que se ordena a
procurar el bien y la felicidad del hombre. Por parte del
hombre tener fe en la Providencia es un acto libre del hombre
que acepta sin límites la persona libre de Dios.
Ya hemos insinuado que Dios no se acerca a nosotros
como cosas creadas sometidas a su imperio; sino como a
personas que Él ha hecho libres a quienes respeta y ama y
cuya felicidad desea.
Por eso creer en la Providencia de Dios supone
también la aceptación de la voluntad libre – libérrima – de
Dios que es infinitamente superior a nosotros, que nos
desborda en todos los planos. Nosotros no siempre podremos
comprender la razón de los acontecimientos buenos o malos
en los que se verá metida nuestra vida; pero sí hemos de
aceptar como presupuesto esencial, que Dios tiene sobre
nosotros una meta esencial que trata de conseguir con fuerza:
nuestra salvación personal.
A esto se ordena la Providencia: A llevar a cabo esa
comunidad de vida con El, que ha sido posible para cada uno y
para todos por Cristo.
Esto es concretamente la Providencia: Una
preocupación por salvarnos. No solo una preocupación
subjetiva de Dios, aunque llena de amor, como un vago deseo
general de nuestro bien – sino acompañada de la gracia que
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obra y trabaja en nosotros para que seamos capaces de


conseguir lo “único necesario” sabiendo que todo lo demás se
nos dará por añadidura.
Según esto, debe quedar bien claro que las
concepciones vulgares de la Providencia. El Dios tapa
agujeros, el Dios médico, el Dios regador, están lejos de la
verdadera fe. Ya que lo temporal – de lo que también se
cuida la Providencia, claro – no puede ser el objeto más
importante de la Providencia y de su solicitud amorosa hacia
nosotros. Una providencia que solo pida a Dios cosas
materiales tiene que ser causa de decepción y aún de perder la
fe pues tal Providencia no existe. “Sabe vuestro Padre
perfectamente que tenéis necesidad de todo esto”. Buscad
ante todo el reino de Dios y todo se os dará por añadidura. Mt.
6, 32-33.
Lo que desea, por lo que Dios trabaja, es porque
nosotros aceptemos con todas las consecuencias nuestra libre
decisión de entrar en comunión de vida con Él. No quiere un
pueblo de esclavos tal serían hombres sin libertad; si no un
pueblo de hijos que libremente se dejan llevar por el amor.
Este respeto divino que tiene a su obra creada hace
que lo importante para Dios no es que hagamos esta obra o
aquella – en realidad para Dios no hay obra grande o pequeña
– sino que lo que hagamos, lo hagamos libremente por amor.
Dios es también persona. Padre Hijo y Espíritu Santo.
Y nuestra comunicación de vida con Dios, tiene que hacerse
precisamente en ese núcleo de responsabilidad y libertad
donde nosotros tomamos nuestras decisiones. Dios quiere
tratar con nosotros de persona a persona. Para respetar nuestra
libertad y nuestra decisión personal, Dios a veces tiene que dar
un rodeo para dejarnos en situación de decidir lo que Él
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quiere, y que será nuestra felicidad de hijos y ¿por qué no? -


la suya de padre.
(Ejemplo) Es como el enfermo de úlcera de estómago
que tiene fuertes dolores y no quiere reconocerlo ni operarse,
que sería su solución real.
Empieza diciendo que todas sus molestias vienen de
una muela picada le quitan la muela picada y las molestias
siguen. Luego de unos granos que le han salido en el cuello.
Se le curan y los dolores siguen. Luego dice que está mucho
tiempo de pie – hace reposo y los dolores siguen…
Cada uno de nosotros nos organizamos la vida con un
montaje falso – nos ilusionamos como la artista que llega a
creerse que es el personaje de que se disfraza en la escena –
Una mujer hermosa.
Una rica heredera – una Reina. Una monja santa.
Pero después de representar cada papel ha de volver a la
realidad de las preocupaciones diarias, el sueldo escaso, el
marido infiel, el hijo enfermo, la tristeza de la vida.
Vivimos de ilusión, nos hacemos castillos irreales.
Fundamos la dicha en cosas, persona y situaciones que por ser
humanas son pequeñas, pasajeras, engañosas. Y Dios quiere
desmontar pieza por pieza todo el tinglado que nosotros hemos
armado. Nos creemos perdidos, cuando nos traicionó la
amistad o perdemos la salud, o a la persona en quién
habíamos confiado demasiado, haciendo de ella poco menos
que un Dios. Pero Dios no puede hacer otra cosa que quitarnos
los estorbos y nos hace sufrir porque nos ama; este modo
normal de obrar Dios con su Providencia, destruyendo
deliberadamente nuestras ilusiones terrenas, echa por tierra la
falsa idea que solemos tener de un Dios providente que nos
facilita los bienes y seguridades terrenas – San Agustín decía
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= a Dios le gustaría darnos alguna cosa, pero no puede hacerlo


porque nuestras manos están llenas que no seríamos capaces
de coger nada.
Y este es el gran trabajo de Dios. Dejar nuestras
manos vacías para que sean capaces de recibir lo que Dios nos
da. Ah, qué cantidad de cosas – Sí, sí, pequeñas cosas,
ridículas cosas – tendemos nosotros las manos buscando
seguridades, tranquilidades.
Esta es la primera obra de la Providencia = quitarnos
esos pequeños bienes ilusorios para que podamos tener el
BIEN – Cómo se sonríe la madre cuando el niño pequeño le
pide llorando una botella de un líquido hermoso, pero
venenoso que solo sirve para limpiar cristales…
San Agustín decía = Es menester vaciarse de todas las
cosas con que estas lleno, para que te puedas llenar de todas
las cosas de las que estás vacío – Es un juego de palabras; pero
qué hermoso.

ACTO RELIGIOSO
Solo desde la fe se puede creer verdaderamente en la
Providencia. Un hombre religioso, lo demostrará, situando su
vida en el clima de la Providencia. Qué caricatura de la
Providencia pintan aquellos que la entienden como un cálculo
estudiado para asegurarse una existencia próspera, haciendo
intervenir a dios para ello a favor suyo.
Ahora bien. Cómo actúan de hecho en nuestras vidas
la Providencia, de forma que puestas en una actitud de fe
respecto a Ella, podamos decir que penetra hasta los más
pequeños detalles de nuestras necesidades.
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A) Para comprender esto hemos de partir de lo que es el


hombre, lo que somos cada uno en realidad. Se dice que el
hombre es una “libertad situada”.
Esto quiere decir que nuestra libertad no es creadora.
No somos lo que queremos – no poseemos lo que
queremos.
No creamos las situaciones y las personas en las que
se desarrolla nuestra vida. Al contrario. Nos enfrentamos con
situaciones, que para nosotros no tienen ningún sentido y
nosotros mismos hemos de darle sentido con nuestra actitud
personal, libre o aclarar el sentido de esas situaciones. Nos
encontramos en un mundo que no hemos hecho nosotros.
Nuestra vida tiene como punto de partida una situación
histórica que nos configura y que no hemos escogido nosotros.
A lo largo de toda nuestra vida nos encontramos y
encontraremos con situaciones concretas – vivir en esta casa –
convivir con esta persona – tener estas situaciones físicas –
edad, enfermedad – morales, defectos congénitos o adquiridos
y fijados en nuestra personalidad por el ejercicio incontrolado
– carácter, inclinaciones malas, antipatías, egoísmos, o
intelectuales – falta de memoria, escaso talento, personalidad
pobre en cualidades, etc.
Si pensamos que nuestra vida ha sido creada por Dios
no en un instante sino que la conservación en el ser es como
una creación continuada.
Si pensamos que no existe la vida en un estado
químicamente puro y perfecto, sino en su clima y sus
circunstancias ambientales.
Concluiremos que así como está ahora nuestra vida
con todas sus circunstancias ha sido creada por Dios y que
precisamente nuestra vida está llamada a una comunidad de
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amor con Dios, a través de todas estas circunstancias externas


e internas en las que la vida se desenvuelve.
No podemos presentarnos a ese diálogo de amor al
que Dios nos llama, dejando a un lado todas esas limitaciones,
sociales, morales e intelectuales, que condicionan nuestra vida
hasta el punto de que ésta no sea la vida sino MI VIDA.
Estas circunstancias vitales desde nosotros, son el
contenido del diálogo que hemos de establecer con Dios a fin
de encontrar para cada una de ellas un sentido Divino que nos
dé energía para ir transformándonos. Vistas desde Dios, son
también el contenido del diálogo que Dios establece con
nosotros pues su gracia nos invade para que podamos
transformar cada una de esas circunstancias con frecuencia
desagradables, en un cántico de amor. Porque eso es vivir de
fe. Darse cuenta de que cada una de las circunstancias que
limitan nuestra vida, Dios la convierte en una gracia. Una
gracia que podemos llamar exterior, porque nos da a conocer
con certeza, de qué manera Dios quiere vivir con nosotros esa
comunidad de amor y nos llama a aceptarlo así como una
aportación nuestra al diálogo Divino, a fin de que aceptemos
todos los elementos, no libres de nuestra vida:
a) Sucesos que dependen de causas naturales, frío, calor,
hambre, enfermedad, muerte; todas la coyunturas
históricas en las que nuestra voluntad no interviene –
obediencia, cargos, traslados, convivencias, etc.
Todas estas circunstancias que ahora nos condicionan
sin que dependa de nuestra voluntad el remediarlo. –
Por ejemplo no haber estudiado cuando éramos
jóvenes, al darnos cuenta ahora de nuestra edad – se
convierten en la forma concreta bajo la cual la
17

Providencia Divina, día a día y hora tras hora va


fijándonos la tarea de nuestra vida.
b) Y esta tarea la realizamos porque Dios nos da la
gracia interior – luz, energía sobrenatural – para
cumplirla. Dos cosas: situación exterior y gracia
interior. La situación exterior deberá ser invadida,
traspasada por la gracia interior de forma que se
identifique con ella, dándole su verdadero sentido.
Son las dos una sola gracia en orden a encender la
vida de amor – algo así, como la bombilla y la
corriente eléctrica, que se funden en una sola cosa
para producir luz.

Quién entiende esto y lo practica está en el ejercicio


auténtico de la verdadera religión.
Este milagro no se realiza en todas porque falta la
disposición necesaria en lo interior. Lo que llamamos la
conciencia. La conciencia es como una facultad, podemos
decir sobrenatural, al hablar de conciencia Cristiana, que nos
hace percibir a Dios en las situaciones en que nos
encontramos. No todas la tienen igualmente desarrollada.
Va desde un estado elemental en los principiantes,
hasta un estado perfecto en los Santos.
Pero esta conciencia Cristiana hace descubrir nuestra
responsabilidad ante tal o cual situación nos invita a dar una
respuesta – sabemos que Dios nos llama personalmente. Esta
voz mía solo la entiendo Yo, no va dirigida al vecino. Dios
nos propone una tarea y nosotros, al aceptar libremente,
intervenimos en el plan providente de Dios que asocia a los
hombres en el gobierno de las cosas y los acontecimientos.
Todo esto que estamos diciendo demuestra dos cosas:
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a) Que creer en la Providencia no es una actitud


meramente pasiva – esperar que Dios actúe. A ver
qué pasa. Es cierto que creer en la Providencia
incluye la aceptación de la vida y las circunstancias
en el sentido que acabamos de explicar. Pero no esto
solo.
b) Incluye una actitud de compromiso e iniciativa. Solo
con nuestra libertad somos capaces de aceptar las
cosas para transformarlas en un diálogo de amor.

Bajando a lo correcto os invito a que reflexionemos


sobre nuestros fallos concretos en este segundo aspecto activo
de la Providencia, sin el cual no tenemos derecho a llamar
Providencia a la solicitud amorosa con que Dios se cuida de
nosotros.
No aceptamos las cosas. Las situaciones, las
personas, las enfermedades. Nos falta fe para ver más allá del
frío y del calor y de la palabrita que hirió nuestro amor propio.
Perdemos de vista que éste que nosotros no queremos aceptar
es el camino precisamente trazado por Dios para conducirnos
a realizar nuestra vocación.
Cuántas veces nos sorprendemos buscando otro
camino. Establecemos comparaciones con las otras que tienen
mejor carácter, gozan de buena salud, son más inteligentes,
más virtuosas, o están mejor dotadas que nosotras.
No nos damos cuenta de que la llamada de Dios a
nosotros es tan personal que incluye nuestras limitaciones y
solo podrá realizarse a partir de ellas. Por eso la fe nuestra en
la Providencia tiene que manifestarse primero por una humilde
aceptación de nuestras limitaciones y situaciones que no
dependen de nuestra voluntad. Pero no para que caiga sobre
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nosotros como una pesada losa el pesimismo; sino para saber


que son el punto de partida para una acción de la gracia y un
ejercicio de nuestra libertad personal que juntas lograrán lo
que está en juego = la propia salvación.
Hay que hacer hincapié en este segundo aspecto.
Creer que a nosotros Dios nos llama a destruir el pecado y el
mal en nosotros y a través de nosotros en el mundo. Ver el mal
para convertirlo en bien.
Ver el pecado par vencerlo con la gracia.
Desinfectar del pecado las situaciones concretas de
nuestra vida metiendo a Dios en ella.
No es pues exacta por incompleta la frase de
abandonarse a la Providencia.
Tampoco vale en el terreno personal una falsa
confianza y presunción “El buen Dios lo arreglará”, al tratarse
de cosas espirituales y materiales – El buen Dios siempre
espera que nosotros hagamos lo que tenemos que hacer.
El buen Dios, no nos defenderá de caer en el pecado
si nosotros nos metemos libremente en la ocasión. Ni
encenderá las luces cuando se han fundido los plomos, porque
nos ha dado unas preciosas manos y una no menos preciosa
inteligencia para que los arreglemos nosotros – Esto no es
tener fe en la Providencia. Creer en Ella es saber que cuando
nosotros trabajamos hasta el límite. Dios trabaja con nosotros
y a veces más allá de nuestro propio límite – saber que cuando
caminamos valientes por la vida, cayendo y levantando, Él
camina a nuestro lado dándonos fortaleza para corregir
nuestros defectos y vencer las dificultades. Es cierta la frase
del Evangelio “No os inquietéis”, siempre que vaya unida a la
otra “Cuando hubiereis hecho todo cuanto tenéis que hacer”.
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- Cuidado con el defecto de ser tan activos en la


acción Providencial sobre todo respecto de los demás, que nos
creamos – poco menos que Dios = responsables del mundo
entero. Una actuación limitada y concreta, fuera de la cual
estamos usurpando la esfera de Dios y de los otros.
Nadie podrá impedirnos ser Providencia de Dios en el
mundo entero por medio de la oración y del sacrificio, pero
nuestra vida será desgraciada si pretendemos hacer lo que solo
los demás tienen que hacer como respuesta personal
intransferible a esta llamada de Dios.

LA PROVIDENCIA DE DIOS Y LA ORACIÓN DE


PETICIÓN.

Íntimamente ligado al problema de la Providencia


está el de nuestra oración de petición al Padre. Hemos dicho
que una vida de fe en la Providencia no se reduce a una
esperanza pasiva en Dios que nos sacará de nuestros apuros,
sino que incluye la iniciativa humana en el terreno religioso
como en el profano, porque Dios ha querido asociarnos a su
obra creadora de transformar el mundo y a su obra
sobrenatural de salvarlo – Esto, alcanza su significado más
profundo en la oración de petición y en la respuesta de Dios a
esta oración.
Pero la oración de petición – tan recomendada por
Cristo – nos dirigimos a Dios obligados ya por los problemas
de nuestra vida espiritual o la de los demás, ya sea por
nuestras propias necesidades materiales o por la de los demás.
En la oración de petición tenemos una doble actitud.
Por un lado nos abandonamos a los designios de Dios
y confiamos en la intervención de dios a favor nuestro. Y por
21

otro tomamos nosotros la iniciativa para presentarle a Dios


nuestros problemas.
Ejemplo – Se encuentra gravemente enferma una
Hermana. Creer en la Providencia y vivirla no significa que
nos crucemos de brazos a aceptar lo inevitable y a esperar su
muerte.
Cierto que hemos de recibir ésta situación como un
modo claro por qué se manifiesta para nosotros la voluntad de
Dios en ese momento. Pero eso no excluye que nosotros
tomemos la iniciativa para rezar por la salud de esa hermana.
Desde un punto de vista humano y fuera de una vida
de fe, no tiene sentido el que nosotros oremos por ella. Será
inútil nuestra oración. Pero en el clima de fe y amor en que se
desarrollan nuestras relaciones con el Dios vivo, nuestra
oración es lo normal.
Nuestra oración no excluye el sometimiento profundo
de nuestra voluntad a la de Dios, pero tampoco excluye el
amor que tenemos a nuestra Hermana y el deseo de su salud.
Sabemos que no estamos recurriendo a unos medios mágicos o
humanos al margen de la medicina para obtener la salud de
nuestra hermana.
Sabemos que vivimos en Dios. El es nuestro Padre =
se complace en nosotros y esta benevolencia de Dios hacia
nosotros, nos hace presentarnos a Él con confianza para
hablarle de nuestro problemas entre los cuales está la
enfermedad de nuestra Hermana.
Señor el que ama está enfermo. No pedimos a Dios
que haga un milagro para complacernos. Ni siquiera lo
necesita hacer. El médico acertará con el diagnóstico. El
cuerpo reaccionará bien ante la medicina. Y podremos decir
que nuestra oración ha sido escuchada.
22

Desde un enfoque de fe parecería contra sentido,


pedirle a Dios la curación de nuestra Hermana. Acaso no sabe
Él que está enferma? Si. Sí que lo sabe. Acaso esperamos que
Dios, que ha permitido para bien esta enfermedad, se retrae y
se vuelva atrás; porque no se podría pensar, sería demasiado
refinado e impropio de la simplicísima naturaleza de Dios que
Dios le haya dado la enfermedad a nuestra Hermana par darse
luego el gusto de escuchar nuestra oración. No compliquemos
las cosas.
Nosotros pedimos lo que nos parece bueno dejando
siempre intacta la voluntad de Dios. Los planes de Dios nos
trascienden, jamás acabaremos de comprenderlos.
Pedimos como lo han hecho los santos y como nos lo
enseña el mismo Jesucristo, dejándole siempre a Dios la
última palabra. Cristo oraba en el huerto si es posible pase de
mí este cáliz… pero no se haga mi voluntad sino la tuya.
Después de todas nuestras peticiones, por nosotros y
por los demás, siempre habrá de aparecer ese abandono
incondicional en manos de la Providencia.
La Biblia al hablar de la acción de Dios a favor de los
hombres, nos lo presenta como un Dios vivo, que se preocupa
realmente de las necesidades y problemas de los hombres a
quienes ama. A través de variadísimas imágenes tenemos
conciencia que interviene como una persona viva en la
existencia humana y religiosa del mundo. Yavé es un guerrero
poderoso que aniquila a los enemigos de su pueblo ( Ex. 15,3-6);
un león rugiente (Os. 11,70), una pantera al acecho (Os. 13,7), que
mira encolerizado al pecador (Am. 9,4), y lo escoge entre sus
garras (Am. 9,4) como un Dios celoso (Ex. 20,5), que llama y
escucha a su pueblo, que ríe y silba y se regocija y se goza por
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la nobleza del hombre ( Is. 16,13), que odia la malicia, pero está
siempre atento a la salvación de los hombres (Gen. 8,21).
Son imágenes que expresan un modo de ser y actuar.
Es cierto que Dios es inmutable. Pero la inmutabilidad de Dios
no podemos juzgarla por modo simplemente humanos.
No cambia Dios cuando primero da la enfermedad y
luego la salud. Cuando castiga y luego perdona quien
realmente cambia es el hombre.
Los datos de la revelación nos enseñan que Dios tiene
verdaderamente cuidado del hombre. Dios escucha al hombre
cuando ora. Si no fuera así, carecería de sentido toda oración.
Pero Dios no escucha al modo humano. Nuestras
relaciones personales con Dios, no son como las de dos
personas libres. - Yo llamo si quiero, Tú respondes, si quieres.
En un plano de igualdad yo pido, Tú me das.
Esto es inadecuado para entender nuestro trato con
Dios. Cuando Yo me pongo ante Dios, me pongo ante quién es
la razón última de todo mí ser.
No solo mi alma y mi cuerpo, sino la facultad por la
que soy libre dependen de Dios. El acto libre que yo hago
pidiéndole, le tiene a Él como razón última. Antes de nuestra
iniciativa, está la iniciativa de Dios. Para nosotros hay antes y
después. Para Dios no hay antes y después. Dios es siempre
esa libertad absoluta y eterna, sin la cual no puede producirse
nada en la tierra.
Dios es siempre, que tiene una relación personal con
nosotros y responde a nuestras plegarias acomodándose a
nuestra condición de criaturas.
Pedimos a Dios que llueva o que haga sol. Dios ha
puesto unas leyes cósmicas que no varían y según esas leyes,
se producirán los fenómenos atmosféricos. Pero resulta que
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esa oración cuando es fruto de unas relaciones personales de


amor con Dios, adquieren una significación muy diferente
para quién anda en ese trato de amor. Santa Escolástica, junta
las manos sobre su rostro y empieza a llover copiosamente.
Todo el mundo vio en aquella tormenta repentina un
mero fenómeno natural, pero San Benito que andaba en el
mismo juego de amor se dio cuenta enseguida de la
intervención de Dios. Santa Teresita pedía nieve para el día de
su entrada en el Carmelo; todo el mundo lo vio como un
fenómeno atmosférico y muchos regenerarían, pero ella sabía
que aquella nieve era una delicadeza del amado de su alma.
Dios no responde por el curso ordinario de los
acontecimientos de la historia. Por lo que llamamos a veces el
azar o la casualidad y por la excepcional manera de actuar del
milagro. Pero todo esto solo tiene sentido religioso y
providente para el que vive la fe.
En toda la plegaria escuchada hemos de considerar
dos cosas:
a) El núcleo religioso. Ha habido una petición – que se
cure la hermana – y una respuesta. Ya está curada.
Esto se ha dado en un clima de relaciones de amor
entre Yo – Hijo – y Dios, mi Padre.
b) Y el núcleo técnico – humano. La forma concreta con
la que me responde Dios. Medicación apropiada,
reacción saludable, etc.
Desde un punto de vista religioso, esa curación es la
respuesta apropiada a una petición mía hecha a Dios.
Y como mi relación personal con Dios, no es una
ficción sino que es una realidad, la curación de la hermana.
Yo solo la comprendo como el fruto de mi fe y esperanza en la
Providencia de Dios.
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Porque aunque haya sido la medicina quien la curó,


Yo sé que el gobierno Providente de Dios es el que ha
establecido la relación entre medicina y curación.
De aquí que como Dios vivo y creador no está
ausente de todo este proceso de curación de la hermana en el
que ha tenido que ver mucho mi oración, este acontecimiento
físico se convierte para mí y lo es en un acontecimiento de
salvación- que acentúa mis relaciones de amor con Dios mi
Padre.
Desde un punto de vista profano, mi oración no ha
tenido ninguna utilidad. Ha sido el acierto del médico y la
dosis apropiada de las medicinas lo que ha devuelto la salud a
la Hermana.
¿Esto quiere decir que la Hermanita se hubiese
curado aún cuando yo no hubiese rezado?
Es una pregunta falsa.
Lo cierto que ese Creador en cuyas manos está la
ciencia del médico y la eficacia de las medicinas es el mismo
con quién yo me encuentro en la intimidad de la gracia. Lo
cierto que la relación – medicina, curación – ha sido dirigida
por el Dios vivo – que es mi Dios – con quién yo hablo, que
me ama y me escucha.
Dios responde que sí, a mi oración por medio de
todos esos acontecimientos terrenos ciertamente gobernados
por Él, que hacen afirmativa la respuesta.
Si la curación no se produce, Dios también me
responde. Por medio de esas circunstancias que caen bajo su
gobierno y Providencia, me responde NO. Pero yo se que esta
negativa de Dios tiene para mí un mensaje. Algo que
personalmente tengo que aceptar aunque me cueste como
Cristo. Non mea sed tua fiat.
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Cierto que es legítima nuestra oración de petición


siempre que se haga desde la fe. No tiene ningún sentido
pedirle a Dios cosas materiales desde un ángulo estrictamente
natural.
La oración supondrá siempre nuestra condición de
hijos y a partir de ella será lícito y bueno por nosotros el
pedirle también al Padre cosas materiales:
a) Porque Jesús es el Señor también de la creación
material.
b) Porque el Padre quiere poner al servicio de los que
aman a Cristo todas las cosas. Omma vestra sunt,
etc..
c) El Padre nos ama. Sabemos por el Evangelio, que
toda nuestra vida hasta los detalles más
insignificantes, forman parte de la solicitud amorosa
que tiene para con sus hijos.

Dios ha creado al mundo y a nosotros en Él y no


puede abandonarlo a un destino ciego o un desenlace casual,
sino que interviene en su gobierno.
Partiendo del hecho de que ese Dios con quien
tenemos relaciones personales de amor es el Creador que se
interesa por todo cuento acontece en el mundo y de que ese
mundo en el que vivimos y las personas y situaciones, nos
interesan también mucho a nosotros, es natural que en nuestro
encuentro personal con Dios en la oración, le hablemos
espontáneamente de estas cosas que interesan a ambos.
Cierto que a veces nuestras miras son estrechas y no
vemos más allá de nuestras narices.
Vemos nuestro dolor de muelas, la palabrita que nos
dijeron, la sal de la comida, nuestro problema económico. Y
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no vemos el hambre del mundo, las guerras, la falta de cultura,


justicia y libertad, etc.
No quiero decir con esto que no pidamos por nuestras
cosas: sino que no olvidemos que hay para Dios mismo una
serie de cosas más importantes que nuestro pan de cada día
por las que a Dios le encantaría que le pidiéramos.
Existe una dificultad que nosotros mismos
experimentamos y muchas personas también en la oración de
petición. Muchas veces, no obtenemos lo que pedimos.
Tal vez esclarece la cuestión el hecho tan conocido de
Cristo y los santos. Gracias al Padre, por haberme escuchado.
Yo sé que siempre me escuchas pero lo digo por estos para
que crean que yo estoy en Ti y Tú en mí. Cuando Dios no nos
concede lo que con insistencia le pedimos, nos debe poner
sobre la pista de otra cuestión. Dios escucha a sus amigos. A
los Santos. No solo los escucha muchas veces en lo que le
piden, sino que se adelanta a sus deseos – ejemplo: San Juan
de la Cruz camino de Úbeda donde iba a morir y los
espárragos bajo el puente…
Os voy a leer el testimonio de algunos
contemporáneos.
“Supo este testigo, de la persona que le trajo a Úbeda
de cuyo nombre no se acuerda, que viniendo por el campo le
había preguntado a dicho Padre (Juan de la Cruz) si quería
comer algo y que el dicho Padre había dicho que no.
Y que después de grande rato le había vuelto a decir
si quiere comer algo y que el dicho Padre le dijo que comería
unos espárragos si los hubiera.
Y que después llegando al río Guadalimar había visto
el dicho mozo un mazo de espárragos cerca del agua. Envió al
mozo buscase por los cerros que había en contorno quién los
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había puesto allí y no pareciendo nadie, mandó los tomase y


poner una piedra donde estaban y sobre ella cuatro
maravedíes. Esto oí contar al dicho Padre Fray Juan por modo
de risa cuando llegó al convento donde las religiosas vieron el
manojo y se admiraron que en aquel tiempo que era fin de
septiembre hubiese espárragos, y lo tuvieron por milagro.
Soy testigo de que si dichos espárragos, los cuales le
guisaron aquella noche para cenar”.
Yo estoy a punto de llorar mientras escribo esto, pero
no me olvido de que este Santo, cuando el Señor se le apareció
y le habló desde un piadoso cuadro en el que se le representa
llevando la cruz y le dijo: “Juan qué premio quieres por todo
lo que hacer por mí. _- El Santo contestó: Señor, padecer y ser
despreciado por vos.
Dios escucha a sus amigos. No se deja vencer en
generosidad y amor. Para la eficacia de la oración de petición
importa mucho la calidad de nuestra intimidad con El. Porque
el Santo no tiene más que un que un querer con Dios para no
querer lo que él no quiere. La oración del Santo brota de un
mismo foco de amor que se produce en el cruce de los amores
el de la creatura y el del creador.
Cuando nos hemos dejado coger por completo por el
amor de Dios, cuando todo nuestro ser “simpatiza con Dios”
los deseos de nuestro corazón brotan por así decirlo del
mismo corazón de Dios y nuestra oración es infalible. El que
está enamorado todo lo ve distinto de antes, ve cosas que antes
no veía, tiene sentimientos que antes no sentía. Encuentra en
el amor una razón maravillosa para amar la vida y convertirlo
todo en fuente de alegría. El que está enamorado de Dios ve a
las personas y a las cosas y los acontecimientos de otro modo.
Casi podríamos decir en otra dimensión.
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Lo que deseábamos con tanto ardor, se esfuma de


pronto. Lo que nos parecía hermoso; nos parece feo, lo que
hasta ahora llamábamos bienes, se convierte de pronto en
basura. Y lo que nos parecían males, nos causa dicha; el que
ama no pide. No pide para sí. No pide jamás para sí cosas
materiales. Pide para otros, primero lo espiritual y luego lo
material y esto de una manera tan ardiente como es ardiente su
amor y de una manera tan confiada como su abandono en
manos de Dios.
Esto es para nosotros una meta ideal, es para los
santos un logro ya conseguido. En nosotros imperfectos, a
veces la oración nuestra de petición no coincide con los deseo
de Dios. En los Santos se identifica con ellos. Por esta razón
muchas veces nuestras peticiones no son escuchadas, porque
seguimos una dirección opuesta a la de Dios.
No vemos las cosas que pedimos a la luz de Dios.
Las cosas temporales que piden los santos, son
también cosas temporales pero tienen siempre un sentido de
regalo – relación tú y yo – Amor Dios y alma.
En sí miasma una cosa temporal no tendría sentido
sacada de esa relación personal de amor.
Pensamos en Dios como el que produce causa, es
poderoso para hacer, etc. Estamos fuera de foco.
Dios solo se mueve por el amor. Es escoge sus
amigos.
Es libre, pero nosotros también somos libres de
escoger a Él con exclusividad. Y Él estaría encantado.
Son muchos todavía los aspectos de la oración que no
hemos tratado. Desgraciadamente nuestra oración de petición,
sobre todo a la hora de pedir cosas materiales ni esta
empapada de amor ni es fruto de nuestra conexión con Dios.
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Más bien intentamos manipular a Dios. Instrumentalizar a


Dios. Hacerle a hacer a Dios cosas que no convienen, ni a su
santidad, ni al ideal de vida que nos ha propuesto en el
Evangelio, ni a su Providencia.
A veces nos metemos nosotros en líos de miedo. Por
falta de virtud o nuestra imprudencia o nuestra necedad. Y
luego cuando estamos con el agua hasta el cuello acudimos a
Dios para que arregle lo que hemos desarreglado. Cierto que a
veces Dios nos lo soluciona porque su misericordia es
infinita… pero no es éste el clima más apropiado de dirigirnos
a Dios, sobre todo cuando tal vez ni siquiera reconocemos que
lío en que estamos metidos es fruto de nuestra mala conducta.
A veces a Dios le encanta que nos remojemos bien.
Porque es un gracia tremenda, la de hacernos ver con
claridad nuestra situación y el primer paso necesario para
cambiar.
Finalmente aunque Cristo nos ha asegurado que serán
escuchadas nuestras oraciones, siempre será verdad que Dios
es mayor que nuestra oración. Que Dios tiene razones que
nosotros no acabamos de comprender aquí. Y la miasma vida
de Cristo nos enseñará que por crítica y desesperada que sea
nuestra situación sobre nuestro punto de vista que tal vez mira
el lado humano de las cosas, está la Providencia de Dios que
nos gobierna con superior sabiduría en orden a nuestra
salvación y será modelo para nuestros apuros la misma
oración del huerto: “si es posible, Padre, pase de mí este cáliz;
pero que no se haga como Yo quiero, sino como Tú”.

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