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Cómo la
arbitrariedad y el nuevo concepto de signo influenciaron la ruptura con la
tradición
“Desde este doble punto de vista , una unidad lingüística es comparable a una
parte determinada de un edificio, una columna por ejemplo; ésta se encuentra, por un
lado, en cierta relación con el arquitrabe que sostiene; esta disposición de dos unidades
igualmente presentes en el espíritu hace pensar en la relación sintagmática; por otro lado,
si la columna es de orden dórico, evoca la comparación mental con los demás órdenes
(jónico, corintio, etc.), que son elementos no presentes en el espacio: la relación es
asociativa”
La reflexión saussureana sobre el lenguaje se posiciona revolucionando la
tradición filosófica que concebía el lenguaje ligado a la intención de los hablantes, donde
el signo remitía a otro signo sucesivamente hasta que el principio de identidad del mismo
se encontraba dentro del objeto, o asignado por un elemento exterior a la lengua, en este
abordaje, la arbitrariedad consistía en la contingencia de la convención que denominaba
las cosas, en el cual el signo está en el lugar de lo que representa.
Saussure enfrenta el problema del lenguaje concibiendo al signo como simétrico:
el significado y el significante son dos caras de la misma moneda, su relación es
necesaria, no puede pensarse lo uno sin lo otro porque no hay significado previo a la
asociación (por ej, no podemos pensar el espiral sin la forma de espiral).
El marco conceptual del que parte nuestro lingüista es doble, por un lado la
condición de repetibilidad y; por otro, la constancia de los elementos lingüísticos. De esta
manera, el signo se basa en que su constitución dual (en el cual el significado que es
inseparable del significante, valga la redundancia) depende del contexto comunicacional.
No hay una identidad ideal - pensando en la fundamentación divina de un/es dioses o el
hombre- entre el sujeto y el objeto representado. La relación conflictiva se basa en el
desdoblamiento de la identidad material y la identidad formal de los elementos para la
construcción de un sistema simbólico real que despoje la materialidad de los términos. La
alternativa al dilema identitario se resuelve con la intervención de una estructura que
arbitrariamente organiza el lenguaje basado en la diferencia: la posición y oposición de los
elementos en relación a su espacio peculiar entre elementos y sus rasgos diferenciales
constituye la identidad de los mismos. La arbitrariedad, entonces, remite al código
hablado que se edifica teniendo como herramienta la lengua -sistema autónomo,
homogénea, pasiva, adquirida en un contexto determinante/condicionado- que, no
obstante su ruptura con la tradición, puede posibilitar el estudio objetivo de la misma
basado en la idea saussureana del libre albedrío.
Deleuze termina su análisis del texto ‘¿En qué se reconoce el estructuralismo?’ de la
siguiente manera:
“(…] Los libros contra el estructuralismo (o los que atacan a la nueva novela) carecen de
importancia; no pueden impedir que el estructuralismo tenga una productividad que es la
de nuestra época. Ningún libro contra lo que sea tiene importancia; sólo cuentan los libros
<<a favor de>> algo nuevo, y que saben producirlo.”
El titular también refiere al carácter innovador y alternativo que propone Saussure no sólo
de la tradición, sino de la importancia que tiene para el surgimiento del estructuralismo.
Cuando Nietzsche llama la atención de cómo los dioses se ríen de dios, podríamos
preguntarnos si no es Saussure el que se burla frente a las pretensiones que le fueron
coetáneas.
La relación entre código y habla. La problemática saussureana en torno al
problema de la realidad múltiple.
“Diferidas en razón incluso del principio de diferencia que quiere que un elemento no
funcione ni signifique, no tome ni dé “sentido” más que remitiéndole a otro elemento
pasado o por venir, en una economía de las trazas. Este aspecto económico de la
différance, al hacer intervenir un cierto cálculo —no consciente— en un campo de
fuerzas, es inseparable del aspecto estrechamente semiótico. Confirma que el sujeto, y
en principio el sujeto consciente y parlante, depende del sistema de las diferencias y del
movimiento de la différance, que no está presente ni sobre todo presente a sí mismo con
anterioridad a la différance, que sólo se constituye dividiéndose, espaciándose,
“temporalizándose”, difiriéndose; y que, como decía Saussure, “la lengua, que no consiste
más que en diferencias, no es una función del sujeto parlante”. En el punto donde
interviene el concepto de différance, con la cadena que se le junta, todas las opciones
conceptuales de la metafísica en tanto en cuanto tienen por última referencia la presencia
de un presente (bajo la forma, por ejemplo, de la identidad del sujeto, presente en todas
sus operaciones, presente bajo todos sus accidentes o acontecimientos, presente a sí
mismo en su “palabra viva”, en sus enunciados o en sus enunciaciones, en los objetos y
los actos presentes de su lenguaje, etc.), todas estas oposiciones metafísicas
(signiticante/significado; sensible/inteligible; escritura/palabra; palabra/lengua;
diacronía/sincronía; espacio/tiempo; pasividad /actividad; etc.) se convierten en no
pertinentes.”
“Pero, ¿son las exigencias de un contexto alguna vez absolutamente determinables? Esta
es en el fondo la pregunta más general que yo quería tratar de elaborar. ¿Existe un
concepto riguroso y científico del contexto? La noción de contexto ¿no da cobijo, tras una
cierta confusión, a presuposiciones filosóficas muy determinadas? Para decirlo, desde
ahora, de la forma más escueta, querría demostrar por qué un contexto no es nunca
absolutamente determinable, o más bien en qué no está nunca asegurada o saturada su
determinación. (…)”
Siguiendo las críticas de Derrida podríamos decir que Austin tiene insondables
metas convencionales ya que incluso suponiendo un acuerdo teórico total, en las citas
estaría ‘lo parasitario’ del lenguaje. No se admiten anomalías ni constitutivas de la emisión
ni trasparentes y se supone un contexto unívoco. En este sentido, la crítica derridiana
argüirá nuevamente a que la codificación prevalece al contexto. Cabe preguntarnos si la
codificación trascendental derridiana es el punto más fuerte en su argumentación y
retomar el análisis del anterior texto acerca del problema comunicacional dentro de la
deconstrucción. Si bien es cierto que Austin en su afán de reglamentar los actos de habla
olvida la dimensión accidental y sobrevalora la capacidad de consenso; también es cierto
que la codificación tiene un límite en su contexto, donde la convención en temas centrales
– por ejemplo perspectiva histórica, valorativa y política- permitirá que se tome una
decisión basada en una lógica ‘estable’ entre las partes que formen parte de las pujas
políticas.
De esta manera, el análisis del cuerpo político reincorpora las técnicas punitivas en
la genealogía microfísica de la tecnología del poder. Coincidiendo en esta postura: el alma
como instrumento político es la prisión del cuerpo.
“Para Nietzsche la invención- Erfindung- es, por una parte, una ruptura y por otra
algo que posee un comienzo pequeño, bajo, mezquino, inconfesable. Este es el punto
crucial de la Erfindung. Fue debido a oscuras relaciones de poder que se inventó la
poesía. Igualmente, fue debido a oscuras relaciones de poder que se inventó la religión.
Villanía, por tanto, de todos los comienzos cuando se los opone a la solemnidad del
origen tal como es visto por los filósofos. El historiador no debe temer a las mezquindades
pues fue de mezquindad en mezquindad, de pequeñez en pequeñez, que finalmente se
formaron las grandes cosas. A la solemnidad de origen es necesario oponer, siguiendo un
buen método histórico, la pequeñez metodológica e inconfesable de esas fabricaciones e
invenciones.”
Sin embargo, este no es el punto más interesante del anterior análisis. Avanzando
su lectura, propone que las técnicas disciplinarias en Foucault, sólo tienen sentido en
relación al mismo tiempo que existen dos tendencias contradictorias: por un lado, la
liberación tendencial del trabajo junto a una creciente proletarización y la disolución de
vínculos sociales; por otro una contra tendencia que impida coercitivamente la
liberalización proletarizada. Legrand arguye que esta condición es infraeconómica en el
sistema de explotación.