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La mente y el origen del mundo en la

filosofía védica (fragmentos de la obra de


Roberto Calasso)
Hinduismo
Extractos de "Ka", la obra en la que Calasso hila la mitología de la India con la más
profunda filosofía de la mente.
Autor: Cadena Áurea
noviembre 26, 2016

Diversas tradiciones filosóficas que tienen su origen en la India conciben el mundo


como solo mente (o conciencia); el mundo material y los objetos que son percibidos por
un sujeto separado son considerados como ilusiones. Pero si esto es así, ¿cómo se ha
producido esta confusión, esta maya, que nos hace percibirnos como individuos, con un
sí mismo separado de todo el mundo, aprisionado en un cuerpo sólido? Roberto
Calasso, tomando de los Vedas, reimagina el mito védico de la Creación y explica cómo
éste proceso de confusión se origina: cómo la mente, que es lo único que realmente
existe,  al manifestarse como el mundo  (siendo inicialmente vacuidad o potencial
infinito), empieza a dividirse y dejar de reconocerse en sus creaciones.  Luego diversas
tradiciones, a partir de los Upanishads y especialmente el budismo tántrico y el
tantrismo de Cachemira, enseñaran a desandar este proceso, a regresar a la vacuidad no-
dual de la conciencia primordial.

A continuación traducimos fragmentos de Ka, la primera incursión de gran aliento de


Calasso en la selva del pensamiento indio:

Prajapati estaba solo. Ni siquiera sabía si existía o no.


“Por así decir,” iva. (Tan pronto uno descubre algo crucial es apropiado calificar lo que
uno ha dicho con la partícula iva, que no nos ata). Sólo existía la mente, manas. Y lo
que es peculiar de la mente es que no sabe si existe o no. Pero precede a todo lo demás.
“No hay nada antes que la mente”. Entonces, incluso antes de establecer si existía o no,
la mente deseó. Era continuo, difuso, indefinido. Así, como si estuviera siendo atraída
algo exótico, algo que pertenecía a otro reino de vida, deseó lo que era definido y
separado, lo que tenía forma. Un sí mismo, atman –ese fue el nombre que uso. Y la
mente imaginó ese sí mismo como teniendo consistencia. Pensando, le mente se volvió
incandescente. Vio surgir 36 mil llamas, hechas de mente, hechas por la mente.
Suspendidas sobre los fuegos habían 36 mil tasas, y estas también estaban hechas de
mente.

Prajapati yacía con los ojos cerrados. Entre su cabeza y su pecho un ardor quemaba en
su interior, como el agua hirviendo en silencio. Constantemente se estaba transformando
algo: era tapas. ¿Pero que estaba transformando? La mente. Esta mente era lo que
transformaba y lo que era transformado. Era el calor, la flama oculta en los huesos, la
sucesión y la disolución de formas trazadas en la oscuridad –y la sensación de saber que
esto estaba pasando. Todo se parecía a otra cosa. Todo estaba conectado a otra cosa.
Sólo la sensación de la conciencia parecía nada en específico. Y, sin embargo, las
apariencias fluían de aquí para allá dentro de ella. Era la “ola indistinta”. Cada
apariencia era una cresta de esa ola. En ese tiempo “este mundo no era más que agua”.
¿Y luego? “En medio de la solas un único vidente”. Incluso en ese entonces las aguas
eran la mente. ¿pero por qué el ojo? Dentro de la mente surgió esa escisión que antecede
a todas las demás, que las implica a todas. Había la conciencia y había un ojo
observando la conciencia. En la misma mente habían dos seres. Que podían ser tres,
treinta, tres mil. Ojos que observaban ojos que observaban ojos. Pero ese primer paso
fue suficiente en sí mismo. Todos los otros ojos estaban en ese “único vidente” y en las
aguas. 

*  *  * 

 Las aguas anhelaron. Solas, ardieron. “Cultivaron su ardor”. Un caracol tomó forma en
la ola. “Este, el uno, nació de la fuerza del ardor”. Y dentro del caracol, sobre el arco del
año, el cuerpo de Prajapati tomó forma. Pero “el año no existía” entonces. El tiempo
apareció como el órgano de un único ser, anidando en ese ser, que iba a la deriva por las
aguas, sin ningún soporte. Después de un año empezó a emitir sílabas, que eran la tierra,
el aire y el cielo distante. Ya entonces sabía que era el Padre Tiempo. Prajapati obtuvo
una vida de 1000 años: miró lo que estaba enfrente de él, más allá de la cresta de las
olas, y muy lejos atisbó una franja de tierra, la tenue línea de una orilla distante. Su
muerte. Nacido del deseo de las aguas, Prajapati engendró “todo esto”, idam sarvam,
pero él era el único que no podía asegurar tener un progenitor –ni siquiera una madre. Si
acaso tenía múltiples madres, ya que las aguas son una irreductible pluralidad femenina.
Las aguas eran sus hijas, también, como si desde el comienzo hubiera sido importante
mostrar que en toda relación esencial la generación es recíproca.  

Prajapati intuyó que tenía compañía, un “segundo ser”, dvitiya, dentro de él. Era una
mujer. Vac. La palabra. La dejo salir. La miró. Vac “emergió como un continuo flujo de
agua”. Ella era una columna de líquido, sin principio ni final. Prajapati se unió a ella. La
dividió en tres partes. Tres sonidos surgieron de su impulso amoroso, a, ka, ho. A era la
tierra, ka el espacio intermedio, y ho el cielo. De esas tres sílabas irrumpió lo
discontinuo a la existencia. De las ocho gotas nacieron los Vasus (los vientos), de once
los Rudras y de doce los Adityas. El mundo, que aún no existía, ya estaba lleno de
dioses. Treinta y uno, nacidos de la misma cantidad de gotas, luego Cielo y Tierra, lo
que sumaba treinta y tres. Y estaba ka, el espacio intermedio, donde Prajapati yacía.
Treinta y cuatro. Silenciosamente. Vac se reintrodujo en Prajapatii, en la cavidad que
era siempre su morada.

*  *  *

Prajapati era la mente como poder de transformar. Y transformarse a sí mismo. Nada


[como la mente] puede ser descrito de manera tan precisa como desbordante, ilimitado,
inexpresable. Todo lo que existe estuvo primero en Prajapati. Todo permanecía apegado
a él. Pero era una apego que podía bien ir sin ser notado. ¿Donde estaba? En nuestra
mente, enterrado en nuestro ser como una astilla que nadie puede remover.

*  *  *

De El Ardor:

Para los védicos, todo surgió de la conciencia, en el sentido de la cognición pura libre de
todo atributo. La invocaron delicadamente, como “la divinidad que viene de la lejanía
cuando despertamos y se retira cuando dormimos”. Igualmente “aquella a través de la
cual los videntes, hábiles creadores, operan en el sacrificio y en los ritos”. Dijeron que
era “una maravilla sin precedentes que habitaba en los seres vivos”. Reconocieron en
ella “aquello que envuelve todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será”. La
llamaron “estable en el corazón y sin embargo móvil e infinitamente veloz”. La
inasequible velocidad de la mente: aquí fue nombrada, evocada, adorada quizás por
primera vez. Finalmente el deseo mil veces repetido: “Que aquello que ella [la mente]
concibe sea propicio para mí”. La mente es un poder externo, igual a los dioses y
superior a los dioses, el cual se concibe solitariamente y puede, a través de la gracia,
reverberar en la mente de todos los seres vivos.Y el primero y más alto deseo es que
esto se lleve a cabo “auspiciosamente”. Manas entonces actuará como “un noble
auriga”, y se convertirá en aquel “que poderosamente guía por las riendas a los hombres
como si fueran corceles”.

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