Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Prajapati yacía con los ojos cerrados. Entre su cabeza y su pecho un ardor quemaba en
su interior, como el agua hirviendo en silencio. Constantemente se estaba transformando
algo: era tapas. ¿Pero que estaba transformando? La mente. Esta mente era lo que
transformaba y lo que era transformado. Era el calor, la flama oculta en los huesos, la
sucesión y la disolución de formas trazadas en la oscuridad –y la sensación de saber que
esto estaba pasando. Todo se parecía a otra cosa. Todo estaba conectado a otra cosa.
Sólo la sensación de la conciencia parecía nada en específico. Y, sin embargo, las
apariencias fluían de aquí para allá dentro de ella. Era la “ola indistinta”. Cada
apariencia era una cresta de esa ola. En ese tiempo “este mundo no era más que agua”.
¿Y luego? “En medio de la solas un único vidente”. Incluso en ese entonces las aguas
eran la mente. ¿pero por qué el ojo? Dentro de la mente surgió esa escisión que antecede
a todas las demás, que las implica a todas. Había la conciencia y había un ojo
observando la conciencia. En la misma mente habían dos seres. Que podían ser tres,
treinta, tres mil. Ojos que observaban ojos que observaban ojos. Pero ese primer paso
fue suficiente en sí mismo. Todos los otros ojos estaban en ese “único vidente” y en las
aguas.
* * *
Las aguas anhelaron. Solas, ardieron. “Cultivaron su ardor”. Un caracol tomó forma en
la ola. “Este, el uno, nació de la fuerza del ardor”. Y dentro del caracol, sobre el arco del
año, el cuerpo de Prajapati tomó forma. Pero “el año no existía” entonces. El tiempo
apareció como el órgano de un único ser, anidando en ese ser, que iba a la deriva por las
aguas, sin ningún soporte. Después de un año empezó a emitir sílabas, que eran la tierra,
el aire y el cielo distante. Ya entonces sabía que era el Padre Tiempo. Prajapati obtuvo
una vida de 1000 años: miró lo que estaba enfrente de él, más allá de la cresta de las
olas, y muy lejos atisbó una franja de tierra, la tenue línea de una orilla distante. Su
muerte. Nacido del deseo de las aguas, Prajapati engendró “todo esto”, idam sarvam,
pero él era el único que no podía asegurar tener un progenitor –ni siquiera una madre. Si
acaso tenía múltiples madres, ya que las aguas son una irreductible pluralidad femenina.
Las aguas eran sus hijas, también, como si desde el comienzo hubiera sido importante
mostrar que en toda relación esencial la generación es recíproca.
Prajapati intuyó que tenía compañía, un “segundo ser”, dvitiya, dentro de él. Era una
mujer. Vac. La palabra. La dejo salir. La miró. Vac “emergió como un continuo flujo de
agua”. Ella era una columna de líquido, sin principio ni final. Prajapati se unió a ella. La
dividió en tres partes. Tres sonidos surgieron de su impulso amoroso, a, ka, ho. A era la
tierra, ka el espacio intermedio, y ho el cielo. De esas tres sílabas irrumpió lo
discontinuo a la existencia. De las ocho gotas nacieron los Vasus (los vientos), de once
los Rudras y de doce los Adityas. El mundo, que aún no existía, ya estaba lleno de
dioses. Treinta y uno, nacidos de la misma cantidad de gotas, luego Cielo y Tierra, lo
que sumaba treinta y tres. Y estaba ka, el espacio intermedio, donde Prajapati yacía.
Treinta y cuatro. Silenciosamente. Vac se reintrodujo en Prajapatii, en la cavidad que
era siempre su morada.
* * *
* * *
De El Ardor:
Para los védicos, todo surgió de la conciencia, en el sentido de la cognición pura libre de
todo atributo. La invocaron delicadamente, como “la divinidad que viene de la lejanía
cuando despertamos y se retira cuando dormimos”. Igualmente “aquella a través de la
cual los videntes, hábiles creadores, operan en el sacrificio y en los ritos”. Dijeron que
era “una maravilla sin precedentes que habitaba en los seres vivos”. Reconocieron en
ella “aquello que envuelve todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será”. La
llamaron “estable en el corazón y sin embargo móvil e infinitamente veloz”. La
inasequible velocidad de la mente: aquí fue nombrada, evocada, adorada quizás por
primera vez. Finalmente el deseo mil veces repetido: “Que aquello que ella [la mente]
concibe sea propicio para mí”. La mente es un poder externo, igual a los dioses y
superior a los dioses, el cual se concibe solitariamente y puede, a través de la gracia,
reverberar en la mente de todos los seres vivos.Y el primero y más alto deseo es que
esto se lleve a cabo “auspiciosamente”. Manas entonces actuará como “un noble
auriga”, y se convertirá en aquel “que poderosamente guía por las riendas a los hombres
como si fueran corceles”.