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El espacio o el pensamiento de Dios (la

difusión cósmica de la mente en el


Corpus Hermeticum)
Hermetismo
Una reflexión a partir de un diálogo hermético, en el que se habla del espacio como un
pensamiento divino total.
Autor: Cadena Áurea
julio 31, 2016

En el segundo libro del Corpus Hermeticum, en el diálogo de Asclepio y Hermes, se


dice que el espacio para acomodar al vasto animal que es el cosmos debe ser inmenso e
incorpóreo. Dice Hermes:

El espacio entonces, es incorpóreo. Lo incorpóreo es lo divino o es Dios. Entiendo


divino como algo que no ha sido engendrado…

Si lo incorpóreo es divino está dotado de esencia; si es Dios entonces está más allá de la
esencia, de otra forma sería perceptible. Para nosotros Dios es la percepción más alta,
pero no para Él. Puesto que aquello que es percibido es percibido por los sentidos del
sujeto percipiente, por ello Dios no es percibido por Sí mismo. Sin embargo, en tanto a
que Él es aquello que es percibido, se percibe a a Sí mismo. 

Tenemos entonces aquí la noción de que el espacio es lo que no ha sido engendrado y


por lo tanto divino o Dios mismo, siendo así la base de donde el cosmos se nutre. Existe
así un principio de identidad en tanto a que se entiende que la divinidad es inteligencia
pura, y por lo tanto incorpórea (y no tenemos un mejor concepto o analogía para pensar
en lo incorpóreo que el espacio). Por otro lado tenemos la paradoja de que Dios no
puede ser definido y limitado y por lo tanto debe ser algo más que las cosas que existen
en el universo y los sentidos que las hacen conocidas y, sin embargo, ya que todo lo que
existe es Él, entonces toda percepción es una autopercepción divina. 

Más tarde en el diálogo después de probar que las cosas que en primera instancia son
consideradas como vacías, como el aire o como un cuenco, en realidad no lo están,
Asclepio le pregunta a Hermes

-¿Entonces que se puede decir que es el espacio en el cual todo se mueve?

-Es incorpóreo, Asclepio

-Y que es lo incorpóreo.

-Nous, la Palabra, surgiendo de aquello que es una totalidad, íntegro y completo; Nous
autocontenido, descorporizado, dinámico, inmaculado, impalpable, mantenido por sí
mismo, conteniendo e interpenetrando a todos los seres, cuyas glorias son el Bien
Supremo, la verdad, el origen del aliento vital, el origen del alma.

La anterior es la versión de The Way of Hermes, de Clement Salaman. A continuación la


versión de Xavier Renau publicada por Editorial Gredos, lo incorpóreo es:

Un pensamiento total que se contiene totalmente a sí mismo, libre de cualquier cuerpo,


estable, impasible, intangible, inmóvil él mismo en sí mismo, capaz de contener todas
las cosas y salvaguardar de todos los seres cuyos rayos son el bien, la verdad, el
arquetipo del aliento vital y el alma arquetípica.

Recordamos aquí aquella frase misteriosa del hinduismo que dice que el espacio es el
aliento de Shiva.  Y la noción de los ciclos manvantáricos en los que el universo entero
es considerado un sueño en la mente de Vishnu, Brahma o Shiva, según el credo.
Cuando la divinidad inhala, el mundo desaparece; cuando exhala el mundo se
manifiesta. Todo lo cual evoca también el Ruach (aliento) de los espíritus de Dios
(Elohim) que se posan sobre las aguas [el espacio, el caos que se impregna de espíritu]
en el Génesis para ejecutar el acto creativo, que no es más que, según René Schwaller
de Lubicz, el paso del Uno al Dos. “El número es, como pensó Balzac, una entidad, y al
mismo tiempo, un Aliento emanando de lo que llamó Dios y que llamamos aquí el
Todo; el aliento que organizó el cosmos físico”, dice Madam Blavatsky.

La teosofía entiende que “el espacio es una entidad”, la más vasta de las entidades.
Desde una perspectiva no dual, no hay diferencia entre ls fenómenos y el contenedor o
la potencialidad de los fenómenos, esto es algo que también aparece en el budismo
tibetano, particularmente con la idea de la base, el dharmdatu, que es equivalente e la
mente –una unidad que se extiende entre conciencia, luz y espacio. En el hermetismo
esta idea es diferente en tanto a que la mente tiene un origen divino y en algunos
aspectos trascendente, si bien es el espacio mismo, y su difusión, por lo cual también es
inmanente. Pero podemos afirmar que coinciden el budismo y el hermetismo en que la
esencia de todas las cosas, todo lo que vemos, no es más que Mente, un principio de
cognoscitividad universalmente difundido, el cual es no-dual en tanto a que se conoce a
sí mismo, no hay realmente un sujeto y un objeto; en el hermetismo, en el tantrismo
shivaísta y en la teoesofía esto nos lleva a la noción de una subjetividad absoluta: todo
es Dios disfrutando de su infinita diversidad experiencial; en el budismo esto nos lleva a
un vacuidad, a una ausencia de yo donde sin embargo hay experiencia e incluso gozo. 

Sugiere Blavatsky en La Doctrina Secreta  que esa oscuridad que asociamos con el
espacio es en realidad pura luz de la misma manera que la vacuidad en realidad es una
plenitud, un pleroma. “La esencia de la oscuridad es la luz absoluta. La oscuridad es
tomada alegóricamente como representado la condición del universo dentro del Pralaya
[el estado no-manifiesto], o el término de descanso absoluto, o no-ser, como aparece a
nuestras mentes finitas”.

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