Seguimos profundizando sobre el acontecimiento más importante
y excelente de todos en este mundo: la Santa Misa Liturgia Eucarística Al inicio de nuestros artículos mencionábamos que la Santa Misa se divide en dos grandes partes: liturgia de la Palabra y liturgia Eucarística. En esta segunda parte es cuando se aprecia de un modo más palpable que la Santa Misa es ante todo una acción de Dios. Con la transubstanciación del pan en el Cuerpo de Cristo y el vino en la Sangre del Señor, el mismo Jesucristo en persona se hace presente en nuestros altares para comunicarnos los frutos de la salvación. Se hace presente, de un modo sacramental, el mismo sacrificio de Cristo en el Calvario. Una vez acabada la liturgia de la Palabra entramos en la liturgia eucarística. Como sabemos bien, ambas están estrechamente unidas entre sí y forman un único acto de culto. Cuando el sacerdote se acerca al altar, nos preparamos de un modo más inmediato para la oración común que sacerdote y pueblo dirigen al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo. Si toda la Santa Misa es un diálogo con el Padre Dios, en esta parte de la celebración se aprecia de un modo más palpable. El sacerdote habla únicamente al pueblo desde el altar y solamente en los diálogos que abren la Plegaria Eucarística, pues la acción sacrificial que tiene lugar en la liturgia eucarística no se dirige principalmente a la comunidad. Al inicio del Prefacio escuchamos la invitación del sacerdote: “Levantemos el corazón”, a lo que respondemos todos: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”, esta es la actitud correcta que debemos mantener siempre que participemos en la Santa Misa: orientarnos hacia el Señor. De hecho, la Iglesia antigua cambiaba de orientación, ubicándose, sacerdote y pueblo juntos, mirando hacia el oriente. Preguntémonos sinceramente, cómo es nuestra actitud en la Santa Misa, ¿nos dirigimos al Señor con todo nuestro corazón? O, por el contrario, estamos distraídos, pensando en mil asuntos, ¿pero lejos de levantar nuestro corazón a Dios? Jesús se va a hacer presente de un modo personal en el altar, ¿cómo lo acogeremos?