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PONTIFICA UNIVERSIDAD CATÓLICA ARGENTINA

FACULTAD DE TEOLOGÍA

Ciclo de licenciatura

Una erótica teologal.


Panorama histórico y desarrollo contemporáneo

Curso I-II de Teología Dogmática

"Encontré al amor de mi alma: lo abracé y ya no lo dejaré" (Ct 3,4)

Cristo y la Iglesia: aspectos de un amor erótico en la obra "Comentario


al Cantar de los cantares" de Adrienne Von Speyr

Alumno: Pbro. Lucas Schcolnik

Matrícula: 101.634

Profesor: Pbro. Dr. Alejandro Bertolini

Abril 2020
1. Introducción

Hay muchos y diversos aspectos que forman parte del amor: cariño, sacrificio,
entrega de sí, celos, ternura, perdón, protección, pasión. Para expresar el amor de Dios y
entre los cristianos desde distintas dimensiones, el Nuevo Testamento ha recurrido a
distintos términos: agápe, éros, philía, por citar sólo algunos ejemplos A lo largo de los
últimos siglos —sobre todo desde la modernidad, aunque todavía más desde la obra de
Nygren1— se ha puesto principalmente el acento en el aspecto agápico del amor. Es decir,
el aspecto oblativo y descendente del amor. Benedicto XVI identifica al ágape como el
amor descendente, de entrega, oblativo, propio de Dios, pero llamado a ser el que se vive
entre los cristianos (cf. Jn 13,34)2. Por supuesto, esto llevó a una desvalorización de la
dimensión erótica del amor (aspecto ascendente del amor), relegada al mero campo humano
(y excluida del divino) y con una cierta infravaloración con respecto al ágape.

El amor erótico o ascendente muchas veces se manifiesta buscando, recibiendo el


amor como don. Podemos contemplarlo a través del conocimiento afectivo3 o por
connaturalidad (propio de los místico y los pobres), donde hay realmente una dimensión
erótica del amor. Los pobres buscan la gracia y el amor a través de la imagen de la Virgen,
del crucifijo, de la imagen del santo. Se convierten en receptores de ese amor, manifestado
como gracia. Es un amor que se recibe, no en forma de placer, sino como un don y una
gracia para continuar viviendo con fe, amando y esperando. El místico busca ardientemente
al Señor. Esa búsqueda ardiente es muchas veces correspondida por Dios con su ágape,
amor descendente, que despliega gracias sobre estas personas.

Pero, haciendo un recorrido por la historia de la reflexión escriturístico-místico-


teológica, podemos ver cómo es una dimensión muy propia del amor de Dios la erótica;
dimensión que a nivel magisterial ha destacado Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas

1
A. NYGREN, Éros y ágape. La noción cristiana del amor y sus transformaciones, Sagitario, Barcelona, 1969.
2
BENEDICTO XVI, Deus caritas est, (25 diciembre 2005) AAS 98 (2006),7.
3
A este modo de conocimiento hace referencia Tomás de Aquino: "Existe otro conocimiento de la verdad,
que es el afectivo. La soberbia lo impide directamente, ya que los soberbios, al deleitarse en su propia
excelencia, sienten fastidio por la excelencia de la verdad. Así, dice San Gregorio en XXXIII Moral.: Los
soberbios perciben ciertos misterios mediante el entendimiento y no pueden experimentar su dulzura; y, si
saben cómo son, ignoran qué sabor tienen. Por eso se dice en Prov 11,2: Donde hay humildad, allí hay
sabiduría." Santo Tomás de Aquino, Summa Theologicae, II-IIae, q.162, a.3.
est4, y que desde entonces, ya no puede ser subestimada ni mucho menos despreciada. El
Señor no solamente se da de manera oblativa (de modo eminente en la cruz), sino que
también él busca al hombre y pide algo del hombre, quiere recibir. "Misericordia quiero y
no sacrificios" (Os 6,6). De alguna manera, el cumplimiento de su voluntad es el amor
oblativo de los hombres hacia Dios, que él recibe también de modo erótico y agradable.

Por otro lado, desde los profetas del siglo VIII a.C. en adelante (Isaías, Jeremías,
Ezequiel, Oseas) hay referencias a la relación del Señor con su Pueblo como una relación
esponsal, que como tal, carga con rasgos eróticos. El Señor reclama fidelidad de parte de
Israel. En el Nuevo Testamento, tanto Pablo en el conocido pasaje de Ef 5,21-28 como Juan
en el Apocalipsis (19,7; 21,1; 22,17) hacen referencia a la Iglesia como esposa, con
distintos atributos que no abundaremos en enumerar aquí. Baste decir que hay un
fundamento sólido en las Escrituras y en el Magisterio eclesial (sobre todo en Lumen
Gentium, donde nombra a la Iglesia como "esposa" nueve veces) para tener en cuenta esta
dimensión erótica del amor entre el Señor y su Esposa, entre Dios y el alma.

Es el objetivo de nuestro trabajo mostrar –a través de algunos rasgos puntuales– que


la relación entre Cristo y su Esposa, la Iglesia, tiene una dimensión erótica. Para tal fin
seguiremos la obra de Adrienne von Speyr, El cantar de los cantares5.

Las interpretaciones de este libro a lo largo de la historia han sido tan numerosas
como diversas: sentido antropológico, eclesial, espiritual, son algunos caminos que han
seguido sus comentaristas. Tal como dice Crouzel:

“Orígenes está íntimamente persuadido que la significación que ha querido el Espíritu Santo
inspirando este escrito es simbolizar el amor divino […]. Pero distingue […] un sentido literal y un
sentido alegórico: el sentido dado por el Espíritu es considerado por él como espiritual o alegórico y
distinguido de un sentido literal que no representa la intención del autor sino la materialidad misma
de lo que está dicho; en un lenguaje figurado como aquí, el sentido literal es la figura empleada, el
sentido espiritual o alegórico lo que significa la figura”6.

4
BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 3-9.
5
A. VON SPEYR, "El cantar de los cantares", en ID., La creación. La misión de los profetas. Elías. El cantar de
los cantares, Fundación San Juan, Rafaela, 2005.
6
H. CROUZEL, “Introduction”, en ORÍGENES, Commentaire sur le Cantique des Cantiques, I (SCh
375), Cerf, Paris, 1991, p. 19.
El método que seguiremos será sincrónico. Luego de una breve presentación de
Adrienne von Speyr y su comentario, veremos cómo se dan estas relaciones eróticas entre
Cristo y la Iglesia desde el deseo, el encuentro sexual y la fecundidad. Luego de recorrer
estos tres aspectos, propios de la relación entre el varón y la mujer, mostraremos cómo está
presente la erótica en este amor, que también es el de Cristo y su Iglesia.

Pero introduzcamos primero brevemente a nuestra autora, siguiendo la pequeña


biografía que hace de ella su padre espiritual7.

2. La autora y su obra

Adrienne von Speyr (1902-1968) fue una médica, esposa, mística suiza. Nacida en
una familia protestante, en el año 1940, a raíz de una fuerte depresión tras la muerte de su
primer esposo y de la imposibilidad de rezar el Padrenuestro, es presentada a Hans Urs von
Balthasar, quien inmediatamente la guía en la oración y pocos meses después la bautiza en
la Iglesia Católica. A partir de este momento, Adrienne comienza a recibir una "catarata de
gracias", en palabras de Balthasar. Muchas de estas son dictadas a su director espiritual,
quien luego las va poniendo por escrito. Juntos fundan pocos años después la Comunidad
San Juan, un instituto secular con tres ramas: masculina, femenina y sacerdotal. Para esta
comunidad es que Adrienne dictará algunos comentarios a distintos libros de la Escritura,
tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Entre ellos se encuentra nuestro
Comentario al cantar de los cantares. Dice su comunidad:

"La obra escrita de Adrienne nació y creció desde y en una profunda y permanente oración
contemplativa. La parte más importante de ella son los comentarios a la Sagrada Escritura. Ese fue el
don más importante de Adrienne, el que caracterizó su carisma como 'mística objetiva', es decir, un
don profético de interpretación de la palabra objetiva de Dios"8.

Nos dice Balthasar sobre el comentario de Adrienne: "La intensidad, el arrojo y el


sobrio realismo con que se medita el misterio en este comentario se buscarán en vano en los

7
Hacemos un resumen de lo relatado en H.U. VON BALTHASAR, Una primera mirada a Adrienne von Speyr,
Fundación San Juan, Rafaela, 2012, pp. 18-50.
8
Así dice en la página de su editorial: www.edicionessanjuan.es/pages/sobre-hans-urs-von-balthasar
innumerables comentarios de la tradición"9. A tal altura lo sitúa el teólogo de Basilea.
Sumerjámonos, pues, en este rico comentario.

Comentando los primeros versículos, dice Adrienne: "El amor natural del varón y la
mujer sirve como fundamento, es invocado como comparación. Pero se trata también del
amor de Israel por Yahveh, del amor de la Iglesia por Cristo, de la unión del pueblo
cristiano con Dios"10. Es este amor natural con el que comienza de manera apasionada el
texto del Cantar, hablando de la experiencia que se tiene del amor conocido, que suspira
por más. Sin embargo, dice Adrienne que este inicio no es del todo perfecto, ya que en un
deseo tan imperioso hay algo de temor, se esconde una angustia; le falta la confianza y el
abandono de sí. En este sentido, "el Nuevo Testamento ha superado ese tipo de relación
entre los sexos"11. Decimos esto por aquello de que "en el amor no hay lugar para el temor:
al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que
teme no ha llegado a la plenitud del amor" (Jn 4,18). Es decir, esa misma desvergüenza que
sentían que sentían Adán y Eva antes del pecado (Gn 2,25) es la que se restaura en la
relación entre Cristo y su esposa, la Iglesia. Ella, la Iglesia, es la que puede estar desnuda
frente a él y decir "Negra soy, pero hermosa" (Ct 1,5a) y la que escucha, frente a su
desnudez, que su Señor le dice: "¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres!" (Ct
1,15).

3 El deseo

El deseo entre los enamorados se suele describir con el recuerdo del amado o la
amada, así como lo que provoca al verse mutuamente. De este modo, entran en juego todos
los sentidos: la vista, el olfato, el gusto, el tacto y el oído. A veces de modo literal, a veces
de modo metafórico.

Comienza el Cantar con una descripción donde juegan todos los sentidos:

"¡Que me bese ardientemente con su boca! Porque tus amores son más deliciosos que el vino; sí, el
aroma de tus perfumes es exquisito, tu nombre es un perfume que se derrama: por eso las jóvenes se
enamoran de ti. Llévame contigo: ¡corramos! El rey me introdujo en sus habitaciones: ¡gocemos y

9
A. VON SPEYR, "El cantar de los cantares", p. 282
10
Ibíd. p. 285.
11
Ibíd. p.286.
alegrémonos contigo, celebremos tus amores más que el vino! ¡Cuánta razón tienen para amarte!"
(Ct 1,2-4)

A pesar de las manchas que la esposa describía en sí misma, el novio no se


avergüenza de ellas, la llama "la más bella de las mujeres" (Ct 1,8), y le sugiere como
camino para encontrarlo el seguir las huellas, porque donde está el rebaño, está el pastor.
Además, le da una tarea: llevar las cabritas.

Adrienne lo traslada a Cristo y la Iglesia y dice:

"Si ella es la Iglesia, el Señor sabe entonces que es la mujer más hermosa, pues es la novia que él
mismo ha formado (...) Ella aprenderá a conocerlo más de cerca, si es que sigue las huellas (...) Tú
sigue las huellas que han abierto los míos, aquellos que realmente me han seguido."12

Así como se sigue un perfume, que es una huella, la Iglesia debe descubrir y seguir
las huellas del Señor si quiere encontrarlo. Para eso es útil seguir las huellas de la Iglesia
celestial en su paso por la tierra, porque ese fue el camino para encontrar definitiva y
eternamente al Señor, a quien ha abrazado y ya no lo soltará (cf. Ct 3,4).

Quizás sea en Ct 2,8-9 donde el juego del amor va comenzando de a poco. Es


erótica y divertida la forma en la que el esposo busca a la esposa "detrás de nuestra cerca,
mira por las ventanas, atisba por las rejas" (Ct 2,9). Al respecto Adrienne dice que es
importante de esta manera expresar el aspecto espiritual del amor, que no irrumpe
directamente con la acción13. Y trasladado a la Iglesia con respecto a Cristo, acción y
contemplación mantienen su diferencia, y ella señala una cierta primacía de la
contemplación. Así como el amor en acción pero sin aspecto espiritual es vacío, así también
la acción de la Iglesia sin la contemplación del Esposo.

Pasemos ahora a contemplar las descripciones mutuas que hacen los esposos, para
ver la fuerza erótica de las imágenes con las que se describen el uno al otro. Literal y
metafóricamente entran todos los sentidos en juego.

"¿Quién es el que sube del desierto, cual columna de humo, cubierto de mirra y de incienso, de todos
los aromas exóticos? Ved, esa es la litera de Salomón. Sesenta valientes en torno a ella, la flor de los
valientes de Israel: todos diestros en la espada, veteranos en la guerra. Cada uno lleva su espada al

12
Ibíd, p.289-290.
13
Ibíd, 297.
cinto, por las alarmas de la noche. El rey Salomón se ha hecho un litera de madera del Líbano. Ha
hecho de plata sus columnas, de oro su respaldo, de púrpura su asiento; su interior, tapizado de
ébano. Salid a contemplar, hijas de Sión, a Salomón con su corona, con la diadema que lo coronó su
madre el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón" (Ct 3,6-11)

Comenta Adrienne: "El novio utiliza todos los medios que están a su alcance para
darse a conocer. Es posible acercarse a reconocerlo por caminos diversos, pero deben
ponerse en juego todas las capacidades propias para llegar rápido al objetivo"14

El novio no es menos en su descripción de la novia:

"Sí, ¡qué bella eres, amiga mí, qué bella eres! Palomas son tus ojos a través de tu velo; tu melena,
cual rebaño de cabras que ondulan por el monte Galaad. Tus dientes, un rebaño de ovejas recién
esquiladas al salir del baño; todas tienen mellizas y ninguna ha perdido una cría. Tus labios, una cinta
de escarlata, tu hablar encantador. Tus mejillas, como cortes de granada a través de tu velo. Tu
cuello, la torre de David adornada con trofeos: mil escudos penden de ella, todos paveses de
valientes. Tus dos pechos cual dos crías mellizas de gacela, que pacen entre lirios. Antes de que
sople la brisa de la tarde y las sombras huyan, me iré al monte de la mirra, a la colina del incienso.
¡En ti todo es bello, amiga mía, no hay mancha en ti!" (Ct 4, 1-7)

Son indudables las connotaciones eróticas de semejante texto, donde, desde el amor,
el novio alaba la belleza de su amada, expresando así el deseo de ella. Comenta Adrienne:
"...él alaba lo que ella es, y no lo que tiene"15. Así como arde en deseos de la esposa al
verla, así de bella la ve Cristo a su Iglesia, a la que amó y por la que se entregó (cf. Ef
5,25).

4. El encuentro

En el encuentro de intimidad y goce ella, "enferma de amor", se entrega al esposo,


que sostiene su cabeza con la mano izquierda (débil) y con la derecha (fuerte) la abraza (cf
Ct 5,6). Él la conduce con amor y ella, en su entrega, se vuelve débil. Le presta, entonces,
menos atención a la cabeza que al cuerpo. El esposo no quiere tanto las ideas y
pensamientos de ella sino su cuerpo.

14
Íbid, 308.
15
Íbid, 311.
Referido a Cristo y la Iglesia, Adrienne describe la debilidad de la Iglesia frente a la
fortaleza de Dios, quien con amor la conduce y pide, no tanto sus pensamientos y
reflexiones sobre ella misma cuanto su cuerpo, que es ella misma en todo su ser y su amor.
El Señor pretende de su Iglesia la docilidad y la entrega de la esposa para ser conducida en
el amor. 16

Luego del acto sexual, la esposa queda exhausta y se duerme. Ahora sí ella puede
dormir en paz, perteneciéndole, el sueño de su amor. A la Iglesia pues, el Señor no quiere
que la molesten las Hijas de Jerusalén (otras iglesias, otras posibilidades de entrar en
contacto con el Señor) hasta que no esté fuerte en su relación con él. Porque si bien la
Iglesia está en el tiempo, ella y el Señor son de la eternidad, y la Iglesia corre el riesgo de
querer ser temporal, lo cual el Señor tratará de evitar a toda costa17. ¿A qué nos referimos
con esto del riesgo que corre la Iglesia de querer ser temporal? Pues a lo que muchos han
dado a llamar la mundanidad. Siguiendo la línea de J. Mateos-J. Barreto, diríamos que

"está constituido por el Príncipe de este mundo, que tiene una corte de ministros que son los
poderosos de este mundo (en materia política, social, económica, etc.), los que mandan en este
mundo, a lo cual se agregan un montón de servidores secundarios y todos los que por cobardía,
vanidad o interés se les someten"18

Es decir, la Iglesia corre el riesgo de someterse a todo ese mundo, a tener criterios
temporales, serviles al Príncipe de este mundo y perder de vista su peregrinación constante
hacia el Señor; perder de vista que su vida depende del Señor, que no puede vivir sin él. A
propósito de esto último, el papa Francisco ha llamado varias veces la atención sobre el
riesgo de la mundanidad19.

Finalizado el encuentro el amor queda sellado. Los versículos siguientes son una
invitación del esposo, que está tan enamorado que ve nuevas y maravillosas todas las cosas:
a la novia, a la naturaleza.

16
Ibíd., 295.
17
cf. Ibíd., 296.
18
J. MATEOS - J. BARRETO, Vocabulario teológico del Evangelio de Juan, Ed. Cristiandad, Madrid, 1980, p.
211 y ss.
19
Llama mundanidad a buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. cf.
FRANCISCO, Evangelii gaudium, 93-97 (24 noviembre de 2013) AAS 105 (2013), 1123.
"Habla mi amado, y me dice: «¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía. Porque ya pasó el
invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las
canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primeros frutos y las
viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Paloma mía, que
anidas en las grietas de las rocas, en lugares escarpados, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz;
porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante»." (Ct 2,10-14)

Son éstos los efectos del amor en el amante. Parece así que todo es bello, todo es
causa de gozo, todo lo que está alrededor de la novia está lleno de amor. Comenta además
Adrienne:

"Siempre será de nuevo la primera noche. Él no lo hace como si hubiera adquirido algún derecho por
su relación con ella. La vuelve a cortejar, la quiere poseer siempre de nuevo. De este modo le quiere
regalar otra vez la libertad de donarse, para que su alegría de reglarse sea aún más grande. Así se
comporta el Señor con su Iglesia. Él está siempre dispuesto a presentársele como quien la invita a
una primera, aún no consumada experiencia."20

Sin embargo, a pesar de la unión tan íntima, apasionada y profunda, el amor es


frágil y está continuamente amenazado, por eso pide: "Cazadnos los zorros, los zorros
jóvenes que devastan las viñas" (Ct 2,15).

Llegando al culmen de la experiencia erótica del Cantar, el esposo dice poética y


simbólicamente: "Ya entro en mi huerto, hermana mía, novia mía, tomo mi mirra y mi
bálsamo, como mi panal y mi miel, bebo mi vino y mi leche. ¡Comed, amigos, bebed, oh
queridos, embriagaos!" (Ct 5,1).

La dosis de realidad y belleza al mismo tiempo con la que Adrienne comenta este
pasaje no tiene desperdicio:

"[La esposa] ha de saber que él la quiere poseer por completo, pero que esa posesión no lo hace
insensible para sus restantes atractivos. Él exige todo, todo cada vez. Nada debe quedar sin gustar, él
es receptivo y agradecido por todo. Pero lo exige como aquello que le pertenece. Y él recogerá todo
lo que ella le ofrece. La mujer, en el fondo, tiene más placer en todo el resto, al hombre le interesa

20
A. VON SPEYR, "El cantar de los cantares", 300-301.
más el acto. Pero puesto que él realmente la ama, no empujará hacia el acto sin un preludio; y puesto
que ella realmente lo ama, no querrá detenerse en el preludio, sino ir hasta la donación total."21

Esta cita denota cómo Adrienne, desde su experiencia de una mujer casada, puede
agregarle más a lo que el autor dice. Adrienne es testigo de que la Palabra de Dios siempre
dice más: más de lo que el autor mismo quiso decir, más de lo que quiso significar en el
momento concreto en que se escribió, más que lo que toda la tradición ha leído en ella. Es
una Palabra espirada por el Espíritu y, por lo tanto, siempre joven y nueva para quien
poseyendo el Espíritu se atreve a escucharla. Puede saber qué le interesa a la mujer, qué al
varón; qué busca cada uno y cuánto tiene que ceder, también, cada uno, por amor. Por amor
se busca, y por amor también se entrega en el amor humano y en el acto sexual, más
explícitamente. El amor erótico exige; el agápico entrega y se sacrifica. Ambas
dimensiones forman parte del amor, también entre el Señor y su Iglesia. El Señor, que lo ha
dado todo en la cruz exige todo de su Iglesia. El Señor le dio a conocer y a gustar todo de sí
(cf. Jn 13,15; Mt 26,26); por eso exige lo mismo de su Iglesia: la entrega total. Es tomando
estas imágenes de la última cena, que sigue diciendo Adrienne:

"El Señor se interesa también frente a la Iglesia por la totalidad; por la unión sacramental en la que
regala lo suyo. Para él se halla en el medio la eucaristía; no deja de lado los demás sacramentos, pero
la intención última se llama comunión. Él toma, además, cada donación y cada veneración de la
Iglesia como algo que le pertenece y le corresponde; por cierto, en el modo que le agrada a la Iglesia.
Aquí existe una justificación de todas las formas posibles e imposibles de adoración y objetos de
adoración que existen en la Iglesia. Él toma de ella todo lo que le es ofrecido y es bueno a los ojos de
ella, en cuanto está orientado a la comunidad última con Él."22

El amor pide la unión, y ésta se da entre Cristo y su Iglesia de modo eminente en la


eucaristía. La Iglesia ofrece de los dones que Dios le dio. Cristo ofrece, de modo
sacramental, su cuerpo y su sangre: todo su ser. Allí se da el encuentro, carnal y espiritual
al mismo tiempo, del que la Iglesia vive.

Como no es nuestra intención hacer un resumen de tan vasto comentario, ni


tampoco hacer un comentario del comentario, iremos hacia el final de la obra de Adrienne.

21
Íbid, 320
22
Íbid, 321.
Dice finalmente la esposa: "Apúrate, amado mío, como una gacela, como un ciervo joven,
sobre las montañas perfumadas" (Ct 8,14). Al respecto, comenta nuestra autora:

"Ella [la esposa] le restituye toda su libertad. No debe ser ella la que lo detiene (...) Si la esposa es la
Iglesia, ella también le restituye al Señor toda su libertad, no lo quiere retener (..) pero sabe que Él,
marchándose, retornará eternamente hacia ella, para formarla de nuevo"23.

Imposible no recordar aquí la escena de la Magdalena junto a Jesús resucitado, quien


le pide que no la retenga (Jn 20, 17). Muchos han visto al Cantar de los cantares como la
fuente de inspiración para esta escena por parte de Juan. Muchos han visto también en la
figura de la Magdalena joánica —al igual que en la esposa del Cantar— a la Iglesia, esposa
de Cristo24.

5. La fecundidad como fruto del amor y la pasión

El resultado del encuentro, si es de amor verdadero, siempre será de fecundidad. Por


eso dice von Speyr: "Es necesario el amor del varón para despertar la fecundidad de la
mujer. Y quizás él quiera también, hablando de las crías, despertar en ella el deseo de
hijos"25. Pero refiriéndose a la relación entre Cristo y la Iglesia,

"el Señor la alaba del modo como quiere tenerla. Así como surge de sus manos. Pero miembro a
miembro -como el Señor los descubre mientras los forma- la va uniendo a una tarea. [...] Además
ésta debe estar sin velos ante su Señor. [...] En toda la descripción, desde los ojos hasta lo último, el
Señor la acompaña de modo que ella pueda ser y permanecer bella"26.

Y luego agrega: "Así como la mujer debe dejarse determinar por el acto del varón, la
Iglesia por la eucaristía del Señor. En la eucaristía existen nupcias místicas entre el Señor y
su Iglesia"27. Ya hemos citado más arriba el texto de Ef 5,25; ahora podemos decir que en
cada eucaristía el Señor ama y se entrega a la esposa actual y sacramentalmente. En ella
penetran el cuerpo y la sangre de su Señor, que la hace fecunda, capaz de engendrar hijos
por el bautismo.

23
Íbid, 357.
24
cf. por ejemplo J. MATEOS - J. BARRETO, El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético,
Ed. Cristiandad, Madrid, 1979, p. 853 y ss. o X. LEÓN-DUFOUR, Lectura del Evangelio de Juan. T. IV,
Sígueme, Salamanca, 1998 p.180.
25
A. VON SPEYR, "El cantar de los cantares", 312.
26
Ibíd, 313.
27
Ibíd, 314.
Saltemos algunos versículos para escuchar cómo la esposa clama por recibir con
todo su ser a su amado para ser fecunda. "Levántate, viento del norte; ven deprisa, viento
del sur. Soplad en mi huerto, que fluyan sus aromas. Que mi amado quiera entrar en su
huerto y gozar de sus frutos exquisitos" (Ct 4,16).

En muchas culturas es el viento figura de la fecundidad: el viento es el que lleva las


semillas. Es también viento el Espíritu del que habla Jesús (cf. Jn 3,8). Por eso "la novia
está pronta a recibirlo y se consume de deseo por él. Él debe poder gozar y comer los frutos
que han madurado bajo su soplo"28.

Pero toda esta pasión y deseo de fecundidad entre los esposos no es sino figura de
una pasión más grande y de una fecundidad que fluye hasta la Vida eterna, como es la de
Cristo y la Iglesia. Por eso dice Adrienne:

"Así vive la Iglesia del Espíritu del Señor, y si está empapada de ese Espíritu, el Señor puede recoger
en ella los frutos del Espíritu. Ese es un movimiento eterno en ella, en el cual ella recibe del Señor y
se lo vuelve a donar. Se es demasiado proclive a mirar la Iglesia como institución, a hacerla
comprensible únicamente a ese nivel. Ella vive, sin embargo, esencialmente en un movimiento desde
y hacia el Hijo, así como Éste vive desde y hacia el Padre. La relación Señor-Iglesia no está fijada y
asegurada de una vez para siempre, brota siempre nueva. Está llena de vueltas y reciprocidades,
acercamientos y nuevos alejamientos; así como los esposos a menudo se dedican a su propio trabajo,
cada uno vive y experimenta algo para sí mismo, que luego puede ser conversado otra vez entre
ambos..."29

Resulta interesante la acción del Espíritu que obra la fecundidad en la Iglesia. Las
bodas son entre Cristo y su Iglesia, pero es su Espíritu - a manera de semen- el que fecunda
su Iglesia. De esa manera, ella vuelve a ofrecerle sus hijos al Señor y es una relación que se
mantiene siempre nueva porque el Espíritu la rejuvenece constantemente (cf Jn 3,1-8; Ef
4,23).

6. Conclusión

Hemos dicho al comienzo de nuestro trabajo que la relación de Cristo y la Iglesia,


ampliamente figurada a lo largo de la tradición escriturística y eclesial como una relación

28
Íbid, 319.
29
Íbid, 320.
esponsal, podía describirse en términos eróticos, propios de cualquier relación entre un
hombre y una mujer. Al respecto, decíamos que el libro del Cantar de los cantares nos
ofrece un óptimo ejemplo para nuestro objetivo. Ayudados por Adrienne von Speyr en su
lectura y comentario, pudimos constatar cómo el amor erótico por excelencia que describe
el texto bíblico es figura de aquél amor entre Cristo y la Iglesia y que se expresa en el deseo
con que ambos se buscan y se reclaman, en el encuentro por la oración y los sacramentos
—de modo eminente la eucaristía— y en la fecundidad con la que, luego del encuentro, ella
sale a la misión y engendra nuevos hijos. Es decir, si la Iglesia quiere ser fecunda —no
exitosa, lo cual correspondería al mencionado orden mundano—, deberá mantener vivo el
deseo de su Señor y volver a su encuentro constantemente, alimentándose en la eucaristía.
El amor que ella reciba (eros) será el tesoro que, aún en vasijas de barro (cf. 2 Co 4,7), ella
ofrezca (agápe)a los hombres y mujeres de este mundo: una Palabra que tiene fuerza para
salvar la vida (cf St 1,12).

Creemos, entonces, que desarrollar más esta figura esponsal erótica nos ayudaría a
entender mejor la relación de la Iglesia con el Señor, con el mundo y con cada uno de sus
miembros. Una mayor atención a este aspecto valoraría, también mejor, el conocimiento
por la vía afectiva, ése amor tan sincero con el que los místicos y los pobres buscan al
Señor, en la elaboración de la teología.

Así, pues, si es un amor tan propio del Señor, ningún aspecto de la Iglesia puede
permanecer al margen del mismo, tampoco el erótico, ya que, como nos lo recordaba el
papa Benedicto XVI, "eros y ágape —amor ascendente y amor descendente— nunca llegan
a separarse completamente (y) el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor
oblativo, descendente"30.

Así, entonces, "¡Lo que Dios ha unido... que el hombre no lo separe!" (Mt 19,6)

30
BENEDICTO XVI, Deus caritas est,7.

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