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La Instalación Foránea

Los chamanes del antiguo México descubrieron que tenemos un compañero de por vida. Tenemos un
predador que vino desde las profundidades del cosmos y tomó control sobre nuestras vidas. Los seres
humanos son sus prisioneros. El predador es nuestro amo y señor. Nos ha vuelto dóciles, indefensos.
Si queremos protestar, suprime nuestras protestas. Si queremos actuar independientemente, nos ordena
que no lo hagamos.
Hay una negrura que nos rodea, y si miramos con el rabillo del ojo, podemos ver fugaces sombras
saltando a nuestro alrededor. A estas fugaces sombras, los chamanes del antiguo México lo llamaban
el tema de temas. Son algo que nos tiene prisioneros y esto era un “hecho energético” para los
chamanes del antiguo México.
Este predador ha tomado posesión del ser humano porque para ellos somos comida, y nos exprimen
sin compasión porque somos su sustento. Así como nosotros criamos gallinas en gallineros, así
también ellos nos crían en “humaneros”. Por lo tanto siempre tienen comida a su alcance.
Pensando un poco, cómo explicaríamos la contradicción entre la inteligencia del hombre-ingeniero y
la estupidez de sus sistemas de creencias, o la estupidez de su comportamiento contradictorio. Los
chamanes creen que los predadores nos han dado nuestro sistema de creencias, nuestras ideas acerca
del bien y el mal, nuestras costumbres sociales. Ellos son los que establecieron nuestras esperanzas y
expectativas, nuestros sueños de triunfo y de fracaso. Nos otorgaron la codicia, la mezquindad y la
cobardía. Es el predador el que nos hace complacientes, rutinarios y egomaníacos.
Para mantenernos obedientes, dóciles y débiles, los predadores se involucraron en una maniobra
estupenda desde el punto de vista de un estratega, pero no desde el punto de vista de quien la sufre.
Nos dieron su mente. Los predadores nos dieron su mente, que se vuelve nuestra mente. La mente del
predador es barroca, contradictoria, mórbida, llena de miedo a ser descubierta en cualquier momento.
A través de la mente, que después de todo es su mente, los predadores inyectan en las vidas de los
seres humanos lo que sea conveniente para ellos. Y se garantizan a ellos mismos, de esta manera, un
grado de seguridad que actúa como un amortiguador de su miedo.
Los chamanes ven a los niños humanos como extrañas bolas luminosas de energía, cubiertas de arriba
abajo con una capa brillante, algo así como una cobertura plástica que se ajusta de forma ceñida sobre
su esfera de energía. Esa “capa brillante de conciencia” es lo que los predadores consumen y cuando
un ser humano llega a ser adulto, todo lo que le queda de esa “capa brillante de conciencia” es una
angosta franja que se eleva desde el suelo hasta por encima de los dedos de los pies. Esa franja
permite al ser humano continuar vivo, pero solo apenas.
La humanidad parece ser la única especie que tiene la “capa brillante de conciencia” por fuera de la
esfera luminosa. Por lo tanto, se volvió presa fácil para una conciencia de distinto orden, tal como la
pesada conciencia del predador.
La angosta franja de conciencia es el epicentro donde el ser humano está atrapado sin remedio.
Aprovechándose del único punto de conciencia que nos queda, los predadores crean llamaradas de
conciencia que proceden a consumir de manera despiadada y predatoria. Nos otorgan problemas
banales que fuerzan a esas llamaradas de conciencia a crecer, y de esa manera nos mantienen vivos
para alimentarse con la llamarada energética de nuestras pseudo-preocupaciones.
Cuando las dudas te asalten hasta el punto de que corras peligro, haz algo pragmático al respecto.
Apaga la luz. Perfora la oscuridad. Averigua qué puedes ver.
Los chamanes del México antiguo vieron al predador. Lo llamaron el “volador” porque brinca en el
aire. No es bonito verlo. Es una enorme sombra, de una oscuridad impenetrable, una sombra negra que
salta por el aire. Luego, aterriza de plano en el suelo. Los chamanes del México antiguo estaban
bastante inquietos con saber cuándo había hecho su aparición en la Tierra. Razonaron que el hombre
debía haber sido un ser completo en algún momento, con estupendas revelaciones, proezas de
conciencia que hoy en día son leyendas mitológicas. Y luego todo parece desvanecerse y nos
quedamos con un hombre sumiso.
Lo peor de todo es que no nos enfrentamos a un simple predador. Es muy ingenioso, y es organizado.
Sigue un sistema metódico para volvernos inútiles. El hombre, el ser mágico que es nuestro destino
alcanzar, ya no es mágico. Es un pedazo de carne. No hay más sueños para el hombre sino los sueños
de un animal que está siendo criado para volverse un pedazo de carne: trillado, convencional, imbécil.
Este predador, que por supuesto es un ser inorgánico, no nos es del todo invisible como lo son otros
seres inorgánicos. De niños si los vemos, y decidimos que son tan terroríficos que no queremos pensar
en ellos. Los niños podrían, por supuesto, decidir enfocarse en esa visión, pero todo el mundo a su
alrededor les disuade de hacerlo.
La única alternativa que le queda a la humanidad es la disciplina. La disciplina es el único repelente.
Pero la disciplina no es levantarse cada mañana a las cinco y media y darte baños de agua helada hasta
ponerte azul. Los chamanes entienden por disciplina la capacidad de enfrentar con serenidad
circunstancias que no están incluidas en nuestras expectativas. Para ellos, la disciplina es un arte: el
arte de enfrentarse al “infinito” sin vacilar, no porque sean fuertes y duros, sino porque están llenos de
asombro.
Los chamanes dicen que la disciplina hace que la “capa brillante de conciencia” se vuelva desabrida al
“volador”. El resultado es que los predadores se desconciertan. Una “capa brillante de conciencia” que
sea incomible no es parte de su cognición. Una vez desconcertados, no les queda otra opción que
descontinuar su nefasta tarea.
Si los predadores no nos comen nuestra “capa brillante de conciencia” durante un tiempo, ésta seguirá
creciendo. Simplificando este asunto en extremo, los chamanes, por medio de su disciplina, empujan a
los predadores lo suficientemente lejos para permitir que su “capa brillante de conciencia” crezca más
allá del nivel de los dedos de los pies. Una vez que pasa este nivel, crece hasta su tamaño natural. Los
chamanes del México antiguo decían que la “capa brillante de conciencia” es como un árbol. Si no se
lo poda, crece hasta su tamaño y volúmenes naturales. A medida que la conciencia alcanza niveles
más altos que los dedos de los pies, enormes maniobras de percepción se vuelven cosa corriente.
El gran truco de esos chamanes de tiempos antiguos era sobrecargar la “mente del volador” con
disciplina. Descubrieron que si agotaban la “mente del volador” con “silencio interno”, la instalación
foránea saldría corriendo, dando al practicante envuelto en tal maniobra la total certeza del origen
foráneo de la mente. La instalación foránea vuelve pero no con la misma fuerza, y comienza un
proceso en que la huida de la “mente del volador” se vuelve rutina, hasta que un día desaparece de
forma permanente. Ese es el día en que uno tiene que contar con sus propios recursos, que son
prácticamente nulos, porque no hay nadie que nos diga qué hacer. No hay una mente de origen
foráneo que nos dicte las imbecilidades a las que estamos habituados.
Este es el día más duro en la vida de un chamán, pues la verdadera mente que nos pertenece, la suma
total de todas nuestras experiencias, después de una vida de dominación se ha vuelto tímida, insegura
y evasiva. La verdadera batalla de un chamán empieza en ese momento. El resto es mera preparación.

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