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llegaba con su cabello recogido con un broche de madera tallada, y una blusa oaxaqueña
clara, impecable, con unos jeans y un calzado nada pretensioso, ponía su bolso sobre la
salón donde habitaba silencio y tensión debido a que su presencia imponía absoluto respeto.
que siempre tenía en la mira a cada uno, y esperaba que cada quien supiera cómo resolver
los problemas que surgían al planear la escenografía de alguna obra. En alguna ocasión,
sobre el realismo, (ella nos decía que no podemos ser artistas, y estilizar nada, si no
conocemos primero el realismo). En las revisiones ella se preocupaba por los detalles, que
paráramos el trabajo cuando llegaba la hora exacta de la revisión, acercándonos todos para
ver lo que cada uno había hecho y así entendiéramos la interpretación de los compañeros
sobre lo que le sucedía a los personajes de sus obras, si tenían dinero, familia, amigos o
conocidos, cómo era su entorno donde habitaban, si las paredes o el piso tenían el paso del
tiempo, suciedad, lo incómodo, aquello que genere conflicto, nos hacía entrar en conflicto,
porque siempre recalcaba que la vida en el teatro es conflicto... Nos hacía descubrir en
nosotros mismos, con sólo observar, sin juzgar, sin pretender ser o decir algo que no
iluminación.
Ella nos contaba que en su época fue muy duro establecerse como escenógrafa, pues el
ambiente del teatro estaba dominado por hombres, técnicos que trataron de imponer sus
prejuicios, los cuales ella vencía en cada montaje, hasta ganarse lo más básico; el respeto, y
era lo que trataba de transmitirnos, que nosotros como creativos debemos siempre tener la
frente en alto, que nuestro trabajo es muy digno, profesional, donde se plantea una
metodología para llegar a conceptos y a la realización de nuestras ideas. Ella quería que
nadie pasara por encima de nadie, y pedía que siempre se nos tomara en cuenta. Jugaba
con nuestras propias respuestas a los problemas, que al menos en mi caso me ayudaron a
forjar un carácter, los creativos debemos tener un carácter, siempre y cuando vaya
frases alentadoras que yo llevaré impregnadas y cada que pueda compartir un poco de su
sin importar quien sea, ella me enseñó a compartir, a disuadir el juicio hacia alguien, para
poder tener empatía, pues es muy cierto que uno no puede ser artista partiendo desde el ego,
proponer, siempre proponer, una, dos, tres veces, desechar lo que no funciona, hasta
encontrar el espacio, la luz adecuada que nos permita ayudar a contar la historia que los
En una clase, me tocaba ser el iluminador yo tenía miedo al teatro, lo veía muy grande,
imponente, inmensamente negro, temblaba al platicar con un técnico sobre algo que quería
plasmar, ella bromeaba diciendo que no pasa nada, que lo peor de todo es que me
equivoque, y poco a poco lo iría perfeccionando, así poco a poco me soltó la mano y me
dejó crear… La última vez que la vi en vida, ella fue a ver una obra profesional que yo
iluminé, y se acercó a mí, diciéndome que ya me encontraba listo para conmover a la gente,
que todo el pánico que tenía se transformó en arte, que ella se daba por bien servida, pues
logró extender su conocimiento en mí, yo le respondí que en cualquier teatro que iba, la
conocían y le tenían bastante admiración, hoy, tengo más ganas que nunca de no abandonar
el teatro pues ella me enseñó a que trabajar desde la resiliencia nos invita a ser mejores con
nuestro trabajo, a saber dar las gracias, a aceptar un aplauso, a pararse con dignidad en el
escenario, es así como dedico todas las puestas en escena que me restan por iluminar, a su
memoria, para mi ella existe a través de la luz, que baña los árboles, las montañas, las
nubes, todo lo que se pueda poner en un escenario, ella nos observará y nos hará disfrutar al
Edgar Mora
Iluminador