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A Félida Medina, la escenógrafa de México.

En un día normal de clase de escenografía en la Escuela Nacional de Arte Teatral, ella

llegaba con su cabello recogido con un broche de madera tallada, y una blusa oaxaqueña

clara, impecable, con unos jeans y un calzado nada pretensioso, ponía su bolso sobre la

mesa y nos observaba desde su escritorio mientras trabajábamos algún ejercicio, en un

salón donde habitaba silencio y tensión debido a que su presencia imponía absoluto respeto.

Evidentemente no era una maestra más… Muchos le temían, y dudaban en acercarse a su

escritorio, otros trataban de incorporarse al ritmo de su clase, en mi experiencia yo sentía

que siempre tenía en la mira a cada uno, y esperaba que cada quien supiera cómo resolver

los problemas que surgían al planear la escenografía de alguna obra. En alguna ocasión,

hacíamos un breve análisis de un texto, bocetos, planos y una maqueta, de un ejercicio

sobre el realismo, (ella nos decía que no podemos ser artistas, y estilizar nada, si no

conocemos primero el realismo). En las revisiones ella se preocupaba por los detalles, que

paráramos el trabajo cuando llegaba la hora exacta de la revisión, acercándonos todos para

ver lo que cada uno había hecho y así entendiéramos la interpretación de los compañeros

sobre lo que le sucedía a los personajes de sus obras, si tenían dinero, familia, amigos o

conocidos, cómo era su entorno donde habitaban, si las paredes o el piso tenían el paso del

tiempo, suciedad, lo incómodo, aquello que genere conflicto, nos hacía entrar en conflicto,

porque siempre recalcaba que la vida en el teatro es conflicto... Nos hacía descubrir en

nosotros mismos, con sólo observar, sin juzgar, sin pretender ser o decir algo que no

estuviese en el texto, lo que podíamos construir, en este caso, una escenografía o

iluminación.
Ella nos contaba que en su época fue muy duro establecerse como escenógrafa, pues el

ambiente del teatro estaba dominado por hombres, técnicos que trataron de imponer sus

prejuicios, los cuales ella vencía en cada montaje, hasta ganarse lo más básico; el respeto, y

era lo que trataba de transmitirnos, que nosotros como creativos debemos siempre tener la

frente en alto, que nuestro trabajo es muy digno, profesional, donde se plantea una

metodología para llegar a conceptos y a la realización de nuestras ideas. Ella quería que

nadie pasara por encima de nadie, y pedía que siempre se nos tomara en cuenta. Jugaba

con nuestras propias respuestas a los problemas, que al menos en mi caso me ayudaron a

forjar un carácter, los creativos debemos tener un carácter, siempre y cuando vaya

acompañado de cómo saber pedir las cosas.

Ella, después de cada explicación, de poner en encrucijada el trabajo, terminaba diciendo

frases alentadoras que yo llevaré impregnadas y cada que pueda compartir un poco de su

sabiduría con otra persona interesada en la escenografía o la iluminación escénica, lo haré,

sin importar quien sea, ella me enseñó a compartir, a disuadir el juicio hacia alguien, para

poder tener empatía, pues es muy cierto que uno no puede ser artista partiendo desde el ego,

desde la superioridad, debemos mostrarnos con lo que tenemos y lo que no tenemos, y

proponer, siempre proponer, una, dos, tres veces, desechar lo que no funciona, hasta

encontrar el espacio, la luz adecuada que nos permita ayudar a contar la historia que los

actores, bailarines o cantantes interpretarán.

En una clase, me tocaba ser el iluminador yo tenía miedo al teatro, lo veía muy grande,

imponente, inmensamente negro, temblaba al platicar con un técnico sobre algo que quería

plasmar, ella bromeaba diciendo que no pasa nada, que lo peor de todo es que me

equivoque, y poco a poco lo iría perfeccionando, así poco a poco me soltó la mano y me
dejó crear… La última vez que la vi en vida, ella fue a ver una obra profesional que yo

iluminé, y se acercó a mí, diciéndome que ya me encontraba listo para conmover a la gente,

que todo el pánico que tenía se transformó en arte, que ella se daba por bien servida, pues

logró extender su conocimiento en mí, yo le respondí que en cualquier teatro que iba, la

conocían y le tenían bastante admiración, hoy, tengo más ganas que nunca de no abandonar

el teatro pues ella me enseñó a que trabajar desde la resiliencia nos invita a ser mejores con

nuestro trabajo, a saber dar las gracias, a aceptar un aplauso, a pararse con dignidad en el

escenario, es así como dedico todas las puestas en escena que me restan por iluminar, a su

memoria, para mi ella existe a través de la luz, que baña los árboles, las montañas, las

nubes, todo lo que se pueda poner en un escenario, ella nos observará y nos hará disfrutar al

máximo esta bella profesión, el amor al arte, el arte de la escenografía.

Edgar Mora
Iluminador

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