Está en la página 1de 4

El ser humano, un animal social

Ser "humanos" es ser con otros humanos, mejor, ser entre humanos. Lo que nos lace "humanos" es
nuestra relación con nuestros semejantes pues lo que nos define, lo que nos distingue, es nuestro ser social.
Nacemos dentro de una comunidad, con su lenguaje, sus tradiciones, sus normas. Nuestro primer contacto al
nacer es con el rostro, la mirada, la piel, los sonidos de los otros, de nuestra madre, de nuestros familiares.
Incluso las cosas que nos rodean llevan la marca de la acción humana (la luz artificial, las paredes de la
habitación). Nacer es entrar al mundo de los humanos, donde todo emite una atmósfera de humanidad.
Nuestro grito, nuestro llanto es transformado por nuestra madre o por otro humano en una llamada, el otro le
otorga significación a ese llanto: "tiene hambre", "tiene sueño". El otro humano es quien nos reconoce como
sujetos y nos introduce en e1 mundo del lenguaje.
A medida que crecemos, nos vamos identificando con personas de nuestro entorno. Sigmund Freud,
el creador del psicoanálisis, desarrolló este tema de la identificación. La identificación es "la más temprana
exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona". Por ejemplo, el niño varón manifiesta muy
tempranamente un particular interés hacia su padre; querría crecer y ser como él. El niño toma al padre como
su ideal, como su modelo, y así va configurando el yo propio a semejanza del otro. El yo copia algunas
propiedades del otro, toma rasgos de la persona con la que se identifica. La personalidad se constituye
mediante una serie de identificaciones. La idea de que la sociedad es natural al ser humano ya se encuentra
en Aristóteles, cuya teoría ética vimos en el capítulo anterior. Para este filósofo, el hombre es un ser
naturalmente social, puesto que no se basta a sí mismo y necesita de sus semejantes para vivir. Desde un
punto de vista biológico, el ser humano es sumamente débil. Comparada con la de otros animales, la infancia
humana es sumamente prolongada. Por eso, para sobrevivir, necesitamos de los otros, necesitamos vivir en
común, en comunidad. Estas afirmaciones parecen poner el acento en la sociedad y dejar de lado al
individuo. En realidad, cada uno de nosotros es un ser único, pero somos únicos en relación con los demás.
El individuo surge a partir de las relaciones, es un derivado de éstas. Es nuestra relación con los otros lo que
nos permite distinguimos de ellos. Nuestra identidad se construye en nuestra progresiva diferenciación con
respecto a nuestro entorno. Se trata de una toma de conciencia de nuestra propia identidad a partir de los
otros, que necesita, asimismo, del reconocimiento de los demás.

El ser humano, un ser natural y cultural

Las debilidades naturales del ser humano tienen, paradójicamente, su aspecto positivo. La especie
humana se habría extinguido si sólo se hubiera valido de sus condiciones naturales. Pero estas carencias han
sido su principal estímulo. Para protegerse de los animales y de las inclemencias del tiempo, los hombres
debieron mejorar su inteligencia, organizarse en grupos y desarrollar diversas técnicas. En este proceso
lograron adquirir una capacidad que los diferencia claramente de las demás especies animales: la capacidad
de comunicarse a través de símbolos. Por esta capacidad, los seres humanos poseen una determinada lengua
(chino, español, inglés, malayo, etcétera). Cada lengua es un sistema sumamente complejo de comunicación
por el que podemos expresar nuestras emociones, pedir ayuda, amenazar, prometer, dar órdenes, preguntar,
emitir opiniones, referimos al pasado, al presente o al futuro, a cosas lejanas e incluso a cosas que pueden no
existir. Por esta adquisición, el ser humano ha dejado de ser sólo un ser natural para convertirse en un ser
simbólico, cultural.
Al nacer, nos sumergimos en el universo simbólico de nuestra comunidad, un universo conformado
por el idioma, las costumbres, la religión, el arte. Este universo simbólico en el que vamos creciendo nos
condiciona, nos hace ver el mundo de una determinada manera. Por eso sucede a menudo que dos personas
de diferentes culturas no perciben lo mismo al enfrentarse a un mismo fenómeno ni reaccionan de la misma
manera a estímulos similares. Por ejemplo, es probable que un indígena que vive en la selva no perciba la
naturaleza de la misma manera en que lo hace un industrial que vive en la ciudad. Seguramente, el sonido de
los pájaros o el de las ramas de los árboles que se mueven con el viento tendrán, para cada uno de ellos,
connotaciones diferentes. Esto se debe a que el ser humano responde de acuerdo con las pautas culturales
recibidas. Su relación con la realidad que lo rodea es una relación mediatizada por los símbolos propios de su
cultura.
Decir que nacemos dentro de una cultura no quiere decir que seamos cultos. Aun si no hemos
aprendido a leer o si no hemos sido educados por maestros y profesores, aun en ese caso, somos parte de una
cultura que nos condiciona.
Los otros, los que nos han precedido, nos han dado pautas para interpretar la realidad. Así, el hombre
de campo interpreta su realidad de acuerdo con la tradición rural que le ha enseñado a comprender los
fenómenos naturales de una determinada manera. Gracias a que existe esa tradición, no es necesario que cada
uno de nosotros empiece desde cero cada vez: aprovechamos la experiencia de los demás para movernos en
el mundo. El hombre de campo sabe predecir el tiempo que hará por las nubes que aparecen en el horizonte y
ese saber le permite tomar decisiones que tienen que ver con su supervivencia y la de los suyos.
Esto no significa que todos los que nacemos dentro de una cultura pensemos igual o nos
comportemos igual. Cada uno de nosotros tiene también, en cierto sentido, un universo simbólico particular.
Compartimos con los demás una lengua, normas sociales, algunas costumbres, pero recibimos de nuestros
padres una educación particular, una religión determinada, etc. Además, cada uno de nosotros tiene sus
experiencias de vida, que son intransferibles y únicas y que también pasan a formar parte fundamental de
nuestro modo de ser. En cada uno de nosotros se refleja lo dado por los otros pero "pasado por el filtro" de
nuestra perspectiva, de nuestra individualidad.
En suma, cuando nacemos entramos en un mundo hecho y habitado por quienes nos anteceden. En él
nos encontramos inmersos, nos hacemos personas y, pese a que intentemos cambiarlo, no podemos de
ningún modo negar su existencia.
Aunque compartamos con otros una determinada cultura somos únicos. Pero ¿qué sucede entre
individuos que pertenecen a distintas culturas? Las diferencias que existen entre ellos son más grandes. ¿Son
diferencias infranqueables? ¿Es posible la comunicación entre individuos que pertenecen a diversos
universos simbólicos? Si ven el mundo de manera diferente y, en algunos casos, hasta opuesta, ¿puede
establecerse un diálogo en esas condiciones?
Es un hecho que todas las lenguas (idiomas, dialectos) pueden aprenderse y que todas pueden
traducirse a otra lengua. Sin embargo, las lenguas nos sorprenden por su diversidad y por sus manifiestas
diferencias. ¿Cómo es posible que podamos aprender, traducir y comprender cualquier lengua? En el fondo
de tantas diferencias debe haber algo común que haga posible la traducción y el aprendizaje.
Si uno escucha a un japonés y a un español, le parece que hablan idiomas absolutamente distintos.
Sin embargo, esas diferencias no pueden ser tan absolutas pues, si lo fueran, no podríamos traducir del
japonés al español y viceversa. Ningún idioma es absolutamente extraño ya que, si hubiera lenguas
absolutamente extrañas, serían intraducibles.
Del mismo modo, es usual que nos sorprendan las diferencias que nos separan de individuos de otras
culturas. Pero debemos reconocer que también existen elementos que nos unen a esos individuos, que nos
hacen semejantes. Pertenecemos a diversos grupos humanos pero, por encima de esa pertenencia, está la
pertenencia a la especie humana.
Un ser humano, por más diferente que sea de nosotros, no puede sernos absolutamente extraño. Es
posible la comunicación entre individuos de distintas culturas y hasta puede haber comprensión y acuerdo.
No está de más decir que la capacidad del lenguaje es puramente humana y que está al servicio de la
comunicación. Por medio del lenguaje, los humanos nos comunicamos e interactuamos. El hecho de poder
hablar y comunicamos es la condición indispensable para poder entendemos.

La relación auténtica con los otros

Cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible, pero sólo somos lo que somos entre otros
humanos. Cada uno se va constituyendo a través de sucesivas identificaciones con los otros.
No puede negarse la fuerza de la vida social sobre nosotros. El ser humano nunca está solo y no sería
lo que es sin su dimensión social. Pero son las decisiones humanas, las decisiones de los individuos, las que
transforman a esa sociedad. Se da así un juego recíproco entre la sociedad y el individuo.
No es posible pensar en los individuos como seres aislados porque la relación de la persona con la
sociedad es imprescindible. Pero a la vez, cada uno de nosotros, desde nuestro lugar, con nuestras acciones,
con nuestros comportamientos, damos vida a esa sociedad de la que formamos parte.
Por momentos, podemos sentir que la influencia de la sociedad sobre nosotros es tan fuerte que no
nos permite llegar a ser auténticos individuos. A través de los medios de comunicación masivos, la
publicidad nos incita a comprar esto o aquello, mientras que los comunicadores sociales influyen en nosotros
con sus opiniones. Al final, es probable que nos termine gustando lo que a todos les gusta y que terminemos
opinando como opina la mayoría. ¿Es posible ser uno mismo, expuestos como estamos a tantos
condicionamientos?
En realidad, sociedad e individuo no deberían ser términos incompatibles. No lograremos ser
singulares aislándonos del mundo ni alejándonos de la multitud; podemos encontrar nuestro ser original entre
los demás, sin necesidad de apartarnos de ellos. Podemos llegar a pensar de manera distinta a como se
piensa. No es la separación, el aislamiento, lo que nos salva de perdernos en lo inauténtico. Podemos ser
nosotros mismos en relación con nuestros semejantes y, sólo si lo logramos, podremos establecer auténticas
relaciones con los otros.
Toda relación auténtica es mutua, es recíproca. Yo influyo en el otro y el otro influye en mí, el niño
aprende del padre y el padre aprende del niño. Además, en este tipo de relación, uno ve al otro como persona
y no como una cosa entre las cosas. Por eso, el otro no puede ser clasificado o descripto como puede hacerse
con una piedra, un animal o una herramienta.
¿Podemos conocer a los demás? Depende del significado que le demos al término conocer. No
podemos conocer a los otros del mismo modo en que el científico conoce los movimientos de los astros. No
podemos transformar a los otros en objeto de nuestro conocimiento porque, si hacemos esto, nuestra relación
con ellos se deshumaniza. Por ejemplo, un médico trata de averiguar la causa de los síntomas que presenta su
paciente con el fin de curarlo. Para ello, lo observa, lo ausculta, mira radiografías, evalúa los resultados de
los análisis de sangre. Lo que el médico hace no es muy diferente a lo que hace un ingeniero que está
interesado en conocer las causas del desperfecto de una máquina para poder arreglarla. Sin embargo, el
médico no está frente a una máquina y no puede olvidar que su paciente es un ser humano. Si olvida que el
otro es un sujeto, entonces deja de tener con él una relación humana.

Semejanzas entre los seres humanos

Cada ser humano tiene rasgos que le son propios y que lo distinguen de las demás personas: cada
uno tiene un rostro, un timbre de voz, características corporales que son inconfundibles y únicas. También
cada ser humano tiene un modo especial de ser, una personalidad, que lo diferencia de los otros.
Seguramente, nadie querría ser idéntico a los demás pues si todos fuéramos exactamente idénticos, no
podríamos compararnos con otra gente y no podríamos aprender de ella. La diversidad nos conviene porque
nos permite desarrollar nuestra personalidad y porque nos ofrece la posibilidad de elegir entre variadas
formas de vida. La diversidad hace que nuestra vida sea más atractiva e interesante. Conocer distintas
costumbres, ver diferentes rostros, de distintos colores, observar multiplicidad de vestimentas, músicas,
idiomas, hace que nuestra vida sea una experiencia fascinante.
Pero esas diferencias no esconden el hecho de que los seres humanos somos esencialmente
semejantes. Por pertenecer a la misma especie, nuestros cuerpos, nuestros cerebros, nuestra razón, funcionan
de manera muy similar. Pero las semejanzas van más allá de los aspectos biológicos o naturales. Somos
semejantes no sólo por pertenecer a la misma especie.
Podemos marcar semejanzas esenciales entre los seres humanos no adjudicables a nuestra naturaleza.
Por el hecho de que todos vivimos dentro de una sociedad, de una cultura: a) todos consideramos que
algunos comportamientos son buenos y otros son malos, b) todos necesitamos de los otros, e) para todos la
muerte tiene una significación muy importante y d) todos interpretamos la realidad de algún modo y tratamos
de descifrarla o adjudicarle un sentido.
Y porque somos semejantes, tenemos la capacidad, y desde un punto de vista ético, la obligación, de
ponernos en el lugar del otro. "Ponerse en el lugar del otro" es tratarlo como persona, es reconocerlo como
semejante, es intentar comprenderlo desde dentro. Es tomar en cuenta sus derechos y escuchar sus razones.
Es tratar de ver el mundo desde su situación. Para lograrlo, es preciso no sentirse ni inferior ni superior al
otro sino semejante a él.
¿Es posible ponerse en el lugar del otro? Para responder a esta pregunta tal vez resulte interesante
pensar en la tarea que realiza el antropólogo cuando investiga una cultura diferente de la suya. El
antropólogo debe intentar la comprensión de esa cultura desde dentro, sin dejar que sus propias pautas
culturales interfieran en su comprensión. Debe, para ello, participar de las costumbres y tratar de comprender
la lengua, las estructuras sociales de esa cultura, sin juzgarlas desde su propia perspectiva. Debe realizar una
observación con participación, conviviendo cotidianamente con la comunidad que investiga. Algunos
investigadores consideran que no se puede comprender nada relacionado con lo humano si no es a través de
este ejercicio de empatía, o sea, de participación en la realidad del otro sujeto humano.

El encuentro con personas de otras culturas.

Más allá de todas las diferencias que pueden darse entre distintos seres humanos, existe siempre algo
común. Hemos tomado la experiencia del antropólogo que se relaciona con individuos de culturas muy
diferentes de la suya y que hace el intento de comprenderlos desde adentro, tal vez única vía posible de
hacerlo.
Pero debemos reconocer que, aunque admitamos que nadie es absolutamente extraño, hay ocasiones
en que así lo parece. La televisión nos muestra individuos de culturas lejanas, o no tan lejanas pero
desconocidas por nosotros, y nos asombramos. Nos parecen habitantes de otro planeta. No entendemos cómo
pueden vestirse de determinada manera, cómo pueden pintarse el cuerpo de ese modo, etc. Nos parecen
realmente extraños, muchísimo más extraños que nuestro vecino, que es distinto del común de la gente pero
que al menos habla nuestro idioma y se viste como cualquiera de nosotros. ¿Son nuestros semejantes esos
seres tan distintos? ¿Cómo reaccionaríamos si se nos acercaran? ¿Con miedo, con desprecio, con interés, con
respeto, con admiración?
Nuestro encuentro con aquellos que no forman parte del grupo social al que pertenecemos puede dar
lugar a diferentes formas de comportamiento. Algunos de estos comportamientos han sido analizados por
distintos autores. Aquí nos ocuparemos del etnocentrismo, el exotismo y el relativismo.
Etnocentrismo. La persona que asume la postura etnocentrista eleva a la categoría de universales los
valores de la sociedad a la que pertenece. Generaliza algo particular que le es familiar, que se encuentra en su
cultura. Cree que sus valores son los únicos. Quien adopta una postura etnocentrista considera que lo que es
un bien para sí es necesariamente un bien para el otro. En algunos casos, puede incluso sentirse con derecho
a imponer ese bien a los demás. Y eso es porque interpreta la diferencia en términos de deficiencia con
respecto a su propio ideal.
Exotismo. La persona que adopta una actitud exotista prefiere siempre al otro y se desvaloriza a sí
misma. Más que valorar al otro, el exotista se critica a sí mismo y a la cultura a la que pertenece y pone a
otra cultura como ideal. En algunos casos, trata de asimilarse a ella.
Relativismo. Quien asume una posición relativista sostiene que todas las costumbres son igualmente
válidas. Por ello, no se cree con derecho a juzgar a los otros. Para el relativista, todo valor es relativo a la
cultura a la que se pertenece. Así, lo que es bueno en una cultura, puede ser malo en otra y todas las posturas
valen por igual. No hay culturas superiores ni verdades absolutas. Quien adopta esta posición suele ser
tolerante con respecto a las conductas y a las ideas de los otros. Sin embargo, actualmente esta posición está
siendo fuertemente cuestionada por quienes defienden la necesidad de reconocer derechos humanos
universales.
Defender los derechos humanos universales supone admitir que reconocemos que tenemos derechos
iguales a pesar de las diferencias entre los grupos a los que pertenecemos. Por eso, si bien es necesario
respetar las costumbres de los diferentes pueblos, también es preciso establecer criterios universales para
poder juzgar las violaciones a los derechos de las personas.
Reconocer la diversidad y respetar las diferencias no puede llevarnos a renunciar a la unidad de la
especie humana. Se deben reconocer valores universales, que no sean propios de una cultura particular y que
estén más allá de las diferencias culturales. Por ejemplo, la tiranía y la esclavitud son malas en todas las
circunstancias, pues la libertad es el rasgo distintivo de lo humano.

Extracto elaborado a partir de: Finocchio, S. … (et al): 2003; Filosofía: formación ética y ciudadana.
Aique. Buenos Aires.

También podría gustarte