Está en la página 1de 3

Filosofía sin pelos en la lengua

La UNAM hoy en día atraviesa una situación complicada en muchos sentidos.


Encontramos que ha sido llevada al cese de actividades, tanto por el movimiento estudiantil
que comenzó en Azcapotzalco, como por la conmemoración del dos de octubre del 68. La
causa de estas actividades (en reposo) ocasionó que las diversas carreras, escuelas y
facultades organizasen diversas asambleas, es decir, grupos en donde se discuten los planes
y acciones que deben tomarse para afrontar la situación. Frente a ese problema, la filosofía
o la carrera de filosofía, dado que es participe de la vida universitaria, se ha sumado a las
asambleas, formando la propia y tomando diversas decisiones. Cualquiera podría pensar
que si la naturaleza de la filosofía es pensar, en una asamblea de filosofía debe pensarse a
fondo los problemas que aquejan a la facultad y a la carrera. Por lo general la filosofía
tiende a cuestionar la opinión común, el dogma, la corriente predominante. La razón del
cuestionar es que estas posiciones pueden ser falsas, esconder supuestos, obedecer intereses
o sostenerse sin un examen riguroso.

¿Por qué entonces en las asambleas se repiten y se apoyan las causas del movimiento? Si
ello sucede, parece que la filosofía ha dejado de cuestionar y ha comenzado a aceptar las
posiciones comunes. No es de extrañarse: el espíritu universitario fue encendido con un
fuego que no podrá apagarse fácilmente. Además, el joven suele guiarse por el flujo o la
corriente. El espíritu del movimiento universitario es joven, sobre todo en filosofía; el
movimiento lástima en donde los jóvenes tienen mayor respuesta. Como quien dice, les han
picado la cresta. Han sido provocados, y una vez que sus sentimientos arden en su corazón,
se dejaran llevar desembocados hasta el fin por defender una causa. Por alguna extraña
razón, nadar a contracorriente es algo que está mal visto, sobre todo si la corriente es
demasiado fuerte y homogénea. Ahora quien cuestione el movimiento será tachado como
un animal o un dios por no ser partícipe de los asuntos políticos y no creer en la comunidad
del espíritu universitario.

Es de alarmarse que la filosofía no cuestione, lo cual no significa que no participe. Pero se


ha avanzado bajo la premisa de la tolerancia y de la igualdad. Si quieres mostrar que
alguien está equivocado, debes hacerlo con cuidado porque puedes herir sus sentimientos.
Debes ser tolerante con las creencias que no son tuyas, porque al fin y al cabo todas las
opiniones valen lo mismo. Aquel que intenta cuestionar es tachado como un ser que se cree
superior a los demás, que no podría estar más equivocado por ser intolerante, irreverente y
desvergonzado. La tolerancia que se predica en nuestros días ha usurpado del espíritu
filosófico las ganas de cuestionar. Ahora se suman al coro, gritan lo que el vulgo grita y
creen lo que ellos creen. La única diferencia entre el vulgo y estos filósofos es que creen
que tienen razones para defender su causa y que pueden justificarla; pero es de dudarse
cuando a penas y se sabe cómo argumentar.

Los efectos de la tolerancia son terribles para el cuestionamiento, para la virtud, para lograr
y querer ser mejores. ¿No es la universidad el lugar al que acudimos con ese deseo? Parece
que hoy en día vamos a la universidad porque queremos ser como los demás, que nos
encasillen en las mismas categorías. Con tremenda corriente, la cuestión filosófica no puede
más que ahogarse. Queremos cuestionar sin herir, sin lastimar, queremos escribir sin
sangrar. Con ese ánimo que ha dejado la tolerancia, a duras penas podemos poner en
movimiento los labios y emitir algunas palabras. Nos convertimos en materia inerte. Luego,
el dogma y la creencia común se vuelven parte del discurso filosófico. Nos volvemos parte,
poco a poco, de la masa informe y homogénea, poco a poco graves y agudos se mezclan en
un espíritu llano, sin vida, sin aliento. ¿Por qué le tememos a herir, a lastimar o incendiar?
¿Quién nos ha hecho creer que nadar contra la corriente es algo malo? Mientras ese espíritu
filosófico no quiera despertar y volver a cuestionar, seguiremos teniendo vergüenza de la
naturaleza de lo que decimos estudiar y amar. ¿De qué sirve la filosofía si no puede
lastimar? Fue lo que preguntó Diógenes; yo pregunto: si tenemos las mismas creencias que
todos los demás sobre los temas más importantes, ¿entonces de qué sirve estudiar filosofía?

El que cuestiona sólo puede hacerlo si es desvergonzado, si no tiene miedo de herir, sino
tiene miedo de decirle al amigo por qué se equivoca o es falso lo que dice. Por otro lado,
sólo es posible cuestionarse si no se teme a que a uno le señalen sus faltas, se le cuestione y
se le indique el error. El filósofo no tiene miedo de preguntar y someter a juicio sus más
profundas creencias. Quizá muchos crean que la tarea de la filosofía es brindar de
herramientas para la justificación, pero de nada sirve justificar si no se aprende a preguntar,
lo malo (o bueno) es que sólo pregunta el que no sabe. El que no sabe es distinto al que
sabe, porque el segundo piensa que es seguro el lugar a donde va, mientras que el primero
no tiene suelo seguro ni un lugar del cual sostenerse. Para hacer filosofía, en efecto, no hay
que tener pelos en la lengua.

También podría gustarte