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Christus Victor y recapitulador

1. Recapitulando todas las cosas, Cristo fue constituido cabeza; declaró la guerra a nuestro
enemigo, y destruyó al que en el comienzo nos había hecho prisioneros en Adán, aplastando su
cabeza, como está en el Génesis que Dios dijo a la serpiente: “pondré enemistad entre ti y la
mujer, y entre tu descendencia y la suya, ésta acechará a tu cabeza, y tú acecharás a su calcañar”
(Gn. 3:15). Estaba predicho, pues, que aquel que tenía que nacer de una mujer virgen y de
naturaleza semejante a la de Adán, tenía que aplastar a la cabeza de la serpiente. Esta es la
descendencia de la que habla el apóstol en la epístola a los Gálatas: “La ley de las obras fue
puesta hasta que viniera la descendencia al que había recibido la promesa” (Gá. 3:19). Y todavía
lo declara más abiertamente en la misma carta al decir: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos
envió Dios a su Hijo, hecho de mujer” (Gá. 4:4).
El enemigo no hubiese sido vencido de una manera adecuada si no hubiese sido hombre
nacido de mujer el que le venció.
El enemigo no hubiese sido vencido de una manera adecuada si no hubiese sido hombre
nacido de mujer el que le venció. Porque en aquel comienzo el enemigo esclavizó al hombre
valiéndose de la mujer, poniéndose en situación de enemistad con el hombre. Porque por medio
de la mujer se había adueñado del hombre, erigiéndose desde el principio en adversario del
hombre. Por esto el Señor se confiesa a sí mismo Hijo del Hombre, recapitulando así en sí
mismo aquel hombre original del cual había sido modelada la mujer, para que así como por un
hombre vencido se propagó la muerte en nuestro linaje, así también por un hombre vencedor
podamos levantarnos a la vida. Y así como la muerte obtuvo la victoria contra nosotros por culpa
de un hombre, así también nosotros obtengamos la victoria contra la muerte gracias a un hombre.
2. Por otra parte, el Señor no habría podido recapitular en sí mismo la antigua y original
hostilidad contra la serpiente, cumpliendo así la promesa del Creador, si hubiese procedido de
otro Padre. Pero es uno mismo e idéntico el que nos formó en un principio y el que envió a su
Hijo al fin de los tiempos, y el Señor no ha hecho sino cumplir su mandato, tomando carne de
mujer, destruyendo a nuestro adversario y rehaciendo al hombre a imagen y semejanza de Dios.

Victoria sobre las tentaciones del diablo


He aquí por qué no ha destruido a este adversario, sino a partir de los enunciados de la Ley, y
se ha servido del mandamiento de su Padre como de una ayuda para destruir y desenmascarar al
ángel apóstata. En primer lugar ayunó durante 40 días, a ejemplo de Moisés y Elías. Después
sintió hambre (Mt. 4:2); para que comprendamos que su humanidad era verdadera e indiscutible;
porque es propio del hombre sentir hambre después de ayunar. También para que el adversario
tuviera dónde atacar, porque al principio sedujo por medio de un alimento al hombre no
Ireneo de Lyon. (2003). Lo mejor de Ireneo de Lyon. (A. M. Troncoso, Ed.). Viladecavalls:
Editorial CLIE.
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hambriento, para que quebrantara el precepto de Dios, en el fin, ese adversario no pudo impedir
que el hombre hambriento siguiera esperando el alimento directamente de Dios. Tentándole le
decía: “Si eres Hijo de Dios di que estas piedras se conviertan en pan” (v. 3), el Señor le
respondió con la ayuda del mandamiento de la Ley: “Está escrito: No sólo de pan vive el
hombre” (v. 4, cf. Dt. 8:3). A las palabras: “Si eres Hijo de Dios”, calló; en cambio cegó al diablo
con la confesión de su humanidad, y por medio de la palabra del Padre destruyó su primer
ataque. Así la saciedad, que el hombre había conocido en el paraíso por la doble comida, fue
deshecha por la carencia que sufrió en este mundo. Entonces el diablo, rechazado por medio de
la ley, intentó servirse a su vez de la ley, mediante la mentira, para lanzar un nuevo ataque.
Ha destruido a este adversario a partir de los enunciados de la Ley, y se ha servido del
mandamiento de su Padre como de una ayuda.
Conduciendo al Señor a lo alto del pináculo del templo, le dijo: “Si eres Hijo de Dios, échate
de aquí abajo, porque escrito está: Te encomendará a sus ángeles y te llevarán en las manos para
que no tropiece tu pie con ninguna piedra” (v. 6, cf. Sal. 91:11, 12). Encubriendo así la mentira
bajo el ropaje de la Escritura, lo que hacen precisamente todos los herejes. Porque aquello de “le
encomendará a sus ángeles” estaba escrito; pero ninguna Escritura decía: “Échate de aquí abajo”,
sino que el diablo de sí mismo aportaba esta sugestión.
El Señor por tanto le confundió por medio de la Ley, diciéndole: “También está escrito: No
tentarás al Señor tu Dios” (v. 7, cf. Dt. 6:16). Por esta palabra, que está en la Ley, hacía saber
que, en cuanto hombre, nadie debe tentar a Dios; y que, por lo que se refería a Él, jamás en su
humanidad visible tentaría al Señor su Dios. Y así el orgullo, que había en la serpiente, fue
destruido por la humildad, que había en el hombre.
Por tanto el diablo fue vencido ya por dos veces con la Escritura: fue convencido de sugerir
cosas contrarias al mandamiento de Dios y declarado enemigo de Dios por sus disposiciones.
Enteramente confundido, se recogió entonces en sí mismo, para movilizar todo el poder que
poseía en la mentira. Y tentando al Señor por tercera vez “le mostró todos los reinos del mundo
con su gloria” (v. 8) diciéndole: “Todo esto te daré, porque me ha sido entregado y lo doy a quien
quiero, si postrándote me adoras”. Entonces, desenmascarando a su adversario, le replicó el
Señor: “Retírate Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor tu Dios, y a Él sólo servirás” (v.
10).
Con esta palabra le ponía al descubierto manifestándole quién era, porque la palabra
“Satanás” en hebreo significa apóstata. Con esta tercera victoria el Señor apartó de sí
definitivamente a su adversario, como vencido legalmente, y la transgresión del mandamiento de
Dios perpetrada en Adán era destruida por la observancia del mandamiento de la Ley, que
observó el Hijo del Hombre, rehusando transgredir el mandamiento de Dios.
3. Por tanto, ¿quién es el Señor Dios, de quien Cristo da testimonio, al decir que no debe
tentarle nadie, que debemos adorarle y no servir más que a Él sólo? Sin duda ninguna, es el
mismo Dios que ha dado la Ley. Porque estas cosas habían sido prescritas de antemano en la Ley,
y citando los textos de la ley el Señor ha hecho ver que ella anuncia, de parte del Padre, al
verdadero Dios, y que el ángel apóstata de Dios es reducido a la nada por medio de las máximas
de esa misma Ley, y que ha sido desenmascarado y vencido por el Hijo del Hombre, que ha
observado el mandamiento de Dios.
El ángel apóstata de Dios es reducido a la nada por medio de las máximas de esa misma
Ley, y que ha sido desenmascarado y vencido por el Hijo del Hombre.
Ireneo de Lyon. (2003). Lo mejor de Ireneo de Lyon. (A. M. Troncoso, Ed.). Viladecavalls:
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El encadenamiento de Satanás
Al principio él persuadió al hombre para que transgrediera el mandamiento del Creador y
tenerle en su poder, y su poder son la trasgresión y la apostasía, con las que encadenó al hombre,
era preciso que fuera a su vez vencido por medio del hombre y encadenado con las mismas
cadenas con las que él había encadenado al hombre, a fin de que el hombre así liberado pueda
volver a su Señor, abandonando en aquél las ligaduras con que el hombre había sido encadenado,
esto es la transgresión. Porque el encadenamiento de aquél fue la liberación del hombre, si es
verdad que “nadie puede entrar en casa del fuerte y arrebatarle sus bienes, si no lo ata primero”
(Mt. 12:29; Mr. 3:27). En cambio, al desenmascararle el Señor con la Palabra de Dios que hizo
todas las cosas y al someterle por medio de un mandamiento el mandamiento era la ley de Dios;
al manifestar su hombre que el diablo era un tránsfuga, un transgresor de la ley y un apóstata de
Dios, desde ese momento el Verbo le encadenó abiertamente como a su propio tránsfuga y “se
adueñó de sus bienes”, es decir de aquellos hombres, que estaban encerrados injustamente. Y así
fue hecho justamente cautivo aquél que injustamente había llevado al hombre en cautividad; el
hombre anteriormente cautivo fue arrebatado del poder de su poseedor por la misericordia de
Dios Padre, que se apiadó de la obra modelada por Él, y le otorgó la salvación, restableciéndola
por medio del Verbo, esto es, por medio de Cristo, a fin de que el hombre sepa por experiencia
que no recibe la incorrupción de sí mismo, sino por puro don de Dios.
El hombre anteriormente cautivo fue arrebatado del poder de su poseedor por la
misericordia de Dios

Ireneo de Lyon. (2003). Lo mejor de Ireneo de Lyon. (A. M. Troncoso, Ed.). Viladecavalls:
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