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Boston, New York. Desde el 2009 vive en Barcelona con su esposo e hijo; desde allí
Por: Jimena M.
No es más que respirar. El hombre o la mujer camina a través de la calzada; manos sueltas
dispuestas al balance del cuerpo, ambas rodillas separadas y firmes diseñadas para
conservar el paso continuo, el cabello en caída libre, el pecho que se abre y cierra en
función de la vida. No es más que respirar. Los 80s, Cali: se camina la calle sexta con un
padre y su hija (la hija tararea alguna canción de Violeta Parra y siente una fijación extraña,
curiosidad, por los puestos que algunos hombres de rostro amarillo y cabello asolado
atienden; manillas hechas por tejidos tiernos, pendientes de piedra, coco, cortezas rústicas
cada objeto, preguntar por los precios, sonreír, correr un poco su cabello que cubre parte del
rostro, escoger uno, quizá dos objetos, sonreír, sonreír de nuevo y llamar al padre quien se
encuentra al otro lado de la acera), ambos piensan mientras observan la hilera de trapos
tendidos sobre el andén, ella mira al padre y el padre devuelve el gesto, sonríen; él espera.
intrincadas o frases sin posibilidad de reconstrucción. Es elemental; una mujer mira, sonríe
y canta. Aire.
Dos tatuajes, uno en la mano derecha que ilustra un diente de león extendido, el segundo en
el antebrazo izquierdo que recuerda a través de una caligrafía cursiva el nombre de Violeta
Parra. Traje negro, holgado, baletas también del mismo color acompañadas de unas tiras
negras que se envuelven en el pie y hacen de las piernas una composición extraña, similares
a las extremidades de una muñeca japonesa. Dice, como abrebocas de la canción Ritualitos:
Me gusta usar muchos diminutivos (…) son muy lindos porque hacen la palabra más
personal, yo siempre digo “mi musiquita” “mis cancioncitas” (…) yo siento que creamos
pequeños rituales, como excusas para estar vivos, y también la tristeza que siento yo de
estar lejos de mi familia y amigos no es una tristeza profunda sino más bien una tristecita.
Se ha sentado delante mío con los codos apoyados sobre la mesa, cual imagen repetida de
base que nos aleja y aproxima cada vez que su ánimo la impulsa a moverse. Una ola, otra
ola, me he perdido de algo. Dice que estudió en Berklee College of Music, también
pronuncia el nombre de dos músicos Argentinos, Julio Santillán y Franco Pinna, con
una sala o quizá en un estudio que el trío solía frecuentar hasta horas de la madrugada,
sus sobrinas Camila y Natalia con quienes mantuvo –mantiene– una relación a través de
halla pretextos mínimos para extrañar un lugar y las personas que lo habitan. Allá, en
La niña está en el cuarto, tiene 4 meses y gorgorea su arrullo. La madre no está, el padre
nombre Gloria, proveniente del Tolima, visita el cuarto y la cubre de nuevo. Nació el 11 de
conocen en Club San Fernando de Cali y al poco tiempo contraen matrimonio. Nace el
primer hijo a quien llaman Jorge Enrique, dos años después nacería Juan Guillermo.
Gómez Gómez nace así: El médico me dijo: Um, era un argentino nunca se me olvida, es
un macho. Le dije: bueno, pues tres hombres, qué hace uno. Entonces el otro médico le
dice: no, no, no le diga mentiras, dígale la pura verdad; es una hembra. Nosotros ya
teníamos pensado que si era niña Jorge le escogería el nombre y si era niño el nombre lo
escogería yo, entonces pues ya sabíamos que el nombre era Marta Inés como él había
dispuesto. Usted verá, nosotros en casa jamás la hemos llamado Marta, yo a mis hijos los
trato a los tres por sus nombre compuestos, pero eso es costumbre.
Son cinco, tres nietos y dos abuelos. La gente come, brinda, y escucha la música más por
un ritual de clase o una costumbre. Al fondo un hombre y su órgano, tan cerca uno del otro;
ambos se expanden y contraen con el sonido, los golpes. Todos comen, solo una niña se ha
fijado en ellos. No hay nada más en ese sitio, ni el mesero, ni el gesto de las bocas que
abuelo; la niña de aproximadamente siete años, cabello castaño oscuro, rostro fino, lunar
atravesado entre el mentón y la boca, dice: Abuelito, quisiera tener un órgano; por supuesto
el abuelo la escucha. Pasan varias semanas, el abuelo está en casa, de nuevo cenan, la niña
Cuando usted sea grande. Ahora, mientras en casa se recogen los platos de comida y la
madre ríe y la abuela habla, Marta Inés dice: Abuelo, ¿cuando uno cumple siete años es
grande? El abuelo responde: Claro mi amor, es grandísimo. Se acuerda abuelito que usted
Las tardes en Cali transcurrían así: clase de voz con Arcadia Saldaña, una morena nacida en
Buenaventura que vivía en la Unidad Santiago de Cali y quien le dijo en una ocasión a la
madre de Marta: No, esta niña tiene una voz prodigiosa, tráigamela y yo le ayudo; clase de
guitarra con el señor Marmolejo, quien ensayaba con las señoras del coro de las seis, Lima
sus padres. Le gustó –le gusta– el tango. Habría quizá algo paradójico si uniéramos la
imagen de ambas, una especie de fortaleza mutua expresada a través de formas contrarias.
Seguramente los codos de la madre sobre la mesa no mecerían suavemente las hojas y el
lapicero, tampoco me harían decir: una ola, otra ola, me he perdido. Un golpe fuerte o una
roca directo en la nuca serían quizá la mejor semejanza de aquella fuerza. Escucho a Marta
punto de marcharme de esta casa; una línea color celeste se traza entre estantes y papeles
Después dos años vividos en Girardot la familia se trasladada de nuevo a Cali. Marta
ingresa al Liceo Benalcázar con el peso de “no dejarás de cantar nunca” que su antiguo
jardín parecía no entender. Sus hermanos Jorge Enrique y Juan Guillermo heredan el interés
Dice la maestra: Oye, esta canción es nueva; “Uno se cree que las mató el tiempo y la
ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Son aquellas pequeñas cosas, que nos
dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón (…)”. Marta Inés tiene diez
años y está en casa de Florencia; se impresiona, recuerda, dice: y esa canción fue para mí
como la biblia, por todo, por verla a ella cantándola. Es la primera canción que hubiera
querido componer, me gusta mucho y habla de esas pequeñas cosas. Para mí yo soy llena
de pequeñas cosas, todo lo que tengo puesto tiene una historia, ¿sabes?
Imagino su casa en Barcelona: primero el umbral, todo luz, las materitas con sus plantas tan
como si entrásemos a un faro enorme; luego la sala y sus esquinas agrietadas a propósito
delicadamente, los cuadros, las cartas, después una ventana pequeñita, diseñada para el ojo.
Ingresa con la edad de 4 años al Liceo Benalcázar, se vincula rápidamente al coro en donde
conoce a Florencia Rengifo quien sería fundamental para su formación musical; los
primeros referentes musicales como Violeta Parra, Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa,
Silvio Rodriguez, provienen de ella. En las mañanas estudia y practica con el coro, en las
tardes su madre la recoge y continúa con las clases de Canto, Guitarra y Órgano.
Permanece diez años en esa institución, luego se traslada junto a su familia a Bogotá.
Ingresa a los talleres musicales que dicta la Universidad Javeriana, adquiere los primeros
chico me dice: hey, cantas muy lindo, ¿Te gusta Charly?, hagamos una banda. E hicimos
el grupo, fue así, muy espontáneos. Duran dos años. Marta se gradúa, viaja a Vancouver,
Ande con mañita, almita mía, no vaya a ser que me la aporreen por ahí, ande con cuidáo
corazón mío, no vaya a ser que tanto amor me le haga daño corazón. Ahora está en Cali, de
día ya estuvo, ya conoció a Simón Díaz con su infatigable voz de pájaro, ya hizo un vuelo a
África y tornó a Barcelona un mismo día, con la sombra de otro, el peso de otros órganos
que no le pertenecen y que ha decido mantener, a quien ella y su esposo llaman Alejandro;
llamarla guapa, guapa, del recorrido por varias ciudades Argentinas con el recuerdo
adolescente de los bares y los amigos con quienes realizó covers de Charly, Inti Leda se
llamaban; ya conoce el dolor primero, la sangre, también ha podido ver cómo abren en
Barcelona una puerta cuya chapa tiene 100 años, ha escuchado lo que un hombre de piel
caucásica dijo: “No te entendí nada pero te creo”; ya supo encontrar a su maestra Florencia
dejado: dejo ir pero me cuesta la vida. Acá, digo, quienes la escuchan en esta especie de
conversación limitada y ortodoxa no hablan. Somos muchos para un espacio tan restringido
¿Quiere café? No ¿Quiere café? No, tengo agua, gracias. La voz es indisoluble, con una
fuerza extraña en cada palabra que confunde; podría haber nacido en Ibagué, Cali, Pasto.
Una mujer está en su apartamento, son los 90s y vive en New york. Desde su ventana
observa el pavimento de la acera, cada cuerpo con su carga y su camino, hace sol y sin
embargo no distingue sombra alguna. Mira el reloj, son las diez; desearía salir, beber un
café y hablar con tanta lentitud hasta la noche. Nadie se quiere quedar toda la vida en New
York, es: no, mientras hago tal cosa. Y ese mientras se extiende y hace que tú no seas feliz.
Después viajé a Europa para un festival en Barcelona al que me habían invitado, llegué y
En ese festival llamado “Cali canto – Cali cuento” conoce a Julio Serna, su actual esposo y
Ambos miran los peces que duermen en un hueco con agua ubicado en el centro de este
edificio que interesa poco, después caminan cogidos de la mano hasta salirse del límite en
el que puedo observarlos. Marta los busca con la mirada, piensa en ellos: Fue hermoso,
primero que yo quería ser mamá desde que tengo uso de razón, yo era la Susanita.
Alejandro canta, viaja siempre con nosotros, está en las pruebas de sonido, en los ensayos.
En ese periodo compone gran parte de las canciones que ahora pertenecen al álbum infantil
Coloreando, también interpreta algunas canciones de cuna, entre ellas: Ninghe, ninghe,
ninghe tan chiquitito, el negrito que no quiere dormir; cabeza de coco, grano de café, con
lindas motitas, con ojos grandotes como dos ventanas que miran al mar.
Recuerda su infancia en una casa enorme y siempre llena ubicada en Prados del Norte, la
amplia biblioteca de su padre, suficiente para que los vecinos acudieran a menudo, la figura
colección de libros Los cinco que sus hermanos leían con fervor. Parece fundamental el
recuerdo de estos años, la presencia de una fuerza familiar orgánica suficiente para hacer
historias de seres comunes, la extrañeza de la vida que se vive y por lo tanto requiere una
explicación a modo de fábula, la unión de palabras llanas para la narración. Cada elemento
parece estar presente en su música. Los titubeos y el silencio, Marta dice: Yo había vivido
una infancia muy feliz, una casa, un hogar muy lindo, y ya con la vida me tocó una
separación, me tocaron cosas duras, y más adelante un parto, una lactancia, una crianza,
que eso sí o sí te cambia el mundo. Yo siento que sí hay mucho de esa comunidad, sobre
todo lo femenino, ver tantas mujeres con esa alegría, y yo creo que eso está en mi música,
no hay una queja “trabajo y no gano nada”, nunca hay esto en mis canciones, siempre hay
como: “vale, gano poco pero estoy con mi hijos”, esa lucha, esas ganas y esa alegría la
aprendí de ahí. Nunca vi a mi mamá llorando, sola en la casa, no. También dice: puedo
seguir teniendo los ojos abiertos para que me conmuevan cosas, para seguir componiendo.
Leads:
“Traje negro, holgado, baletas también del mismo color acompañadas de unas tiras negras
que se envuelven en el pie y hacen de las piernas una composición extraña, similares a las
“La voz es indisoluble, con una fuerza extraña en cada palabra que confunde; podría haber