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Desde que nace la escritura es visible el interés femenino por ser partícipe en la
literatura, que en ese momento era “cosa de hombres”. Si leemos a Sor Juana
Inés de la Cruz (México 1648-1695) la primera escritora de América Latina, que
sabía leer y escribir debido a que formaba parte de una orden religiosa de
clausura monástica, encontramos las acusaciones de los hombres de la época,
la presencia de la religión en el día a día de la mujer y su reivindicación a través
de la poesía del derecho a la educación y al desarrollo intelectual:
"Y esto es tan justo que no sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas,
sino a los hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios, se había de
prohibir la interpretación de las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos y
virtuosos y de ingenios dóciles y bien inclinados; porque de lo contrario creo yo
que han salido tantos sectarios y que ha sido la raíz de tantas herejías; porque
hay muchos que estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos
arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la Ley (que es quien
las rehúsa); y así hasta que por decir lo que nadie ha dicho dicen una herejía, no
están contentos. De éstos dice el Espíritu Santo: In malevolam animam non
introibit sapientia. A éstos, más daño les hace el saber que les hiciera el
ignorar." (de la Cruz, 1700)
No obstante, por más que históricamente las mujeres formaron espacios para
ser partícipes en la escritura, no fue fácil para ellas romper el silencio en un
clima de intolerancia y hegemonía del discurso masculino en el siglo XlX.
Durante el colonialismo en América Latina, excluidas del sistema de poder,
escritoras como Lindaura Anzoátegui (Bolivia 1846-1898), Gertrudis Gómez de
Avellaneda (Cuba 1814-1873) y Clorinda Matto de Turner (Perú 1852-1909) se
atrevieron a alzar la voz por los pueblos originarios, fueron las encargadas de
designar a sus aliados y a sus opresores y denunciar a la sociedad colonial que
explotaba a mujeres, indios y esclavos. En sus escrituras, los marginados y las
mujeres adquieren personalidad, son ellas las que se erigen en defensoras de la
justicia transgrediendo el discurso patriarcal hegemónico de la época que las
tildaba de indefensas sin la presencia de un hombre. Su literatura, considerada
subversiva para la época, tenía el tono de la protesta.
En su escritura comienza verse cada vez más presente un espacio para repensar
sus experiencias; la textualización del cuerpo, la desmantelación de los mitos de
la maternidad, una denuncia social contra los femicidios que se acrecientan en
América Latina y, sobre todo, el cuestionamiento a las diferentes clases sociales
y las imágenes sobre las que se sostiene la cultura patriarcal son algunos de los
temas que muestran esto.
Adelaida Martinez en su ensayo Feminismo y Literatura en Latinoamérica,
escribió:
Logra utilizar la construcción del cuerpo femenino y los roles impuestos por la
sociedad como foco para su escritura. Muestra la maternidad desde el deseo, no
como una obligación. Sobre el significado de ser madre, sin caer en tabúes Lina
Meruane analiza en su ensayo Contra los hijos los discursos culturales que
engloban la maternidad como un deber para las mujeres. Sobre este, Patricia de
Souza (1964- 2019) señala:
«Lo dice bien Meruane: vivimos jalonadas entre la casa y el trabajo, la obligación
de ser madres y la necesidad de libertad bajo un sistema de control constante.
Todo radicaría en el lenguaje, como lo dijo Flora Tristán: “Lo importante es
nombrar”: sin eso, ninguna legislación podrá hacer respetar lo que nosotras no
podemos imaginarnos de otra manera.» (Contra los hijos “Matar al ángel”, Babelia,
citado en El País, 1-4-2015)
Claro que la maternidad es un tema sumamente trabajado en la escritura de
mujeres dentro de un contexto actual de lucha feminista en Latinoamérica por la
discusión sobre la interrupción voluntaria del embarazo. El 97% de las mujeres
latinoamericanas en edad fértil viven en países donde el aborto está prohibido,
con lo que acabar con un embarazo no deseado puede acarrear graves
consecuencias como la pérdida de su libertad o, en el peor de los casos, de su
vida. Esta discusión y la batalla que se está librando para que la maternidad sea
deseada se ve reflejada en muchas de las autoras del contexto actual.
En 2018 los Martes Verdes en la puerta del Congreso Nacional donde las
mujeres se autoconvocaban para reclamar por su derecho a decidir sobre sus
cuerpos dejó también una antología poética que unifica sus voces. En esta, se
reúnen los poemas de 53 escritoras que reclaman por la autonomía sobre sus
cuerpos, no solo por ellas si no también unificando el reclamo que viene
dándose hace años en nuestra región por el aborto legal, seguro y gratuito. ¿No
es acaso este cuerpo mi única posesión?, pregunta Aldana Antoni, una de las
poetas que integran el poemario. La antología aparece como testimonio de un
momento histórico, pero también como la confirmación de que el feminismo ha
logrado, entre muchas otras cosas, devolverle la poética a la lucha social.
Claro que los tintes sociales no están solo en la poesía. En 2014 Selva Almada
publicó su crónica Chicas muertas que atraviesa la realidad de las mujeres en el
país y se traslada a la década de los 80 para poner luz sobre tres casos de
femicidios que no fueron esclarecidos, tres chicas asesinadas por asesinos que
continuaron con su vida con total impunidad. Basada en hechos reales, a través
de los relatos de los familiares que Almada entrevistó, las chicas muertas
vuelven para contar y visibilizar que, en los años 80, en el interior del país, la
violencia machista existía y tenía un total respaldo de la sociedad y la justicia.
Transitar embarazos jóvenes, ejercer la prostitución, vincularse con hombres
violentos o trabajar únicamente del cuidado. Así sucedía la vida de quien nacía
mujer hace 30, 40 o 50 años cuando prácticamente sabían qué era lo que les
deparaba el futuro, porque estudiar o trabajar fuera del pueblo era algo que muy
pocas podían lograr.
Luego de recorrer las obras de algunas autoras podemos comprender cómo las
mujeres recurrieron a la escritura para pensarse a sí mismas, para reflexionar
sobre sus vivencias, situaciones y su posición en la sociedad, y al comenzar a
tomar espacios, campos antes totalmente masculinos -desentendiéndose de los
roles sociales y los mandatos- se rebelaron contra lo impuesto. Desde distintas
perspectivas y proximidades al feminismo, hay quienes no eligen nombrarse así,
pero ¿no es acaso innegable la existencia de una sublevación dentro de un
sistema que las quiere calladas? Las mujeres escritoras se han constituido en
transgresoras del sistema de organización social al escribir y reflexionar sobre
ellas y su manera de pensarse frente a un sistema donde lo que importaba era la
mirada masculina. Han construido y construyen en la literatura un espacio
donde pensar sus deseos, sus pesares, sus decisiones; las escritoras
latinoamericanas han ingresado en el canon de la literatura y lo han
transformado. Ese es el contexto en el que escriben, construyendo nuevos
signos para expresar su percepción del universo, liberándose de viejos tabúes,
emancipándose de la vieja creencia de que la historia y las ciencias son de
hombres, y fabricando la escritura desde los ritmos salvajes -no tranquilos, no
sumisos- que son los cuerpos de una mujer.