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Joana Asta

TP 1 | Comisión 10 | 13 de mayo de 2020

Era el último día de vacaciones, no volvimos corriendo a la casa. Y como siempre que
llegábamos a la puerta, nos pusimos a lavarnos los pies con la manguera, porque si no,
Susana pegaba el grito en el cielo. Para ser una devota del Señor, se enojaba bastante
furioso.
A esta altura de la temporada, Germán y yo no teníamos vergüenza en hacernos
gansadas, con tal de hacernos reír. Él agarró la manguera y, después de haberse
lavado, me empezó a tirar de a chorritos en la cara. Decir que me dolían las mejillas es
poco. La panza, llena de arena, me la agarraba con los brazos y me retorcía mientras
Germán seguía con la bobada. Me hizo retroceder unos pasos y me pinché el pie con
uno de esos cositos del pasto.
-Uy, pará! Me re duele esto! -Era una pava, quería un poquito más de su atención.
-A ver, vení que te lo saco, pero te va a doler eh. Mordé esta toalla.
Hice como me dijo y mordí. Él se acercó a mis pies y le pude ver la cabeza desde arriba.
El pelo crespo y brilloso. Me tocaba los pies con delicadeza por primera vez, todas las
otras veces habían sido jugando, a los manotazos o empujones.
-Ya está, ¡mirá, era re grande!
-Gracias. -Le dije con una sonrisa que devolvió enseguida.
Ya sabía cómo se sentía, venía pasando hace unos dos veranos. Éste se había vuelto el
número uno de esos momentos que después contaría en mi diario íntimo.

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