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La Parentalidad en la Transformación Social 1

UNIVERSIDAD DEL VALLE – INSTITUTO DE PSICOLOGIA


GRUPO PRÁCTICAS CULTURALES Y DESARROLLO HUMANO

LA PARENTALIDAD EN LA TRANSFORMACION SOCIAL1

Robert A. LeVine
Merry White

Introducción
Durante los últimos doscientos años, las condiciones de desarrollo del niño han cambiado en
muchas partes del mundo más drásticamente que lo que habían cambiado en milenios - quizás
desde la difusión de las condiciones agrarias después del siete mil antes de Cristo. La historia de
éste cambio reciente puede rastrearse numéricamente con el aumento en las matrículas en los
colegios y la caída de las tasas de mortalidad infantil, a medida que los países se industrializaban,
las poblaciones migraban a la ciudad y las familias reducían su fertilidad. Esto puede relatarse
como un cuento moralizante con la eliminación del trabajo infantil y del analfabetismo, cuando los
padres y los planificadores de las políticas públicas reconocieron los derechos y ampliaron las
oportunidades de los niños. Esto puede ser considerado, y a menudo lo es, como una lucha aún no
ganada por el bienestar de los niños, en particular debido a que muchas de las condiciones ya
abolidas en los países industriales, por ejemplo la alta mortalidad infantil, el analfabetismo y el
trabajo infantil todavía existen en el Tercer Mundo.

Como quiera que se considera este viraje, representa un cambio fundamental no sólo en los modos
en los cuales los niños son criados sino en las razones por las cuales son traídos al mundo y las
metas que persiguen durante sus vidas. Es un cambio que apenas comienza a ser entendido en
términos de su historia, sus causas y sus direcciones contemporáneas. Este capítulo proporciona
una visión de conjunto de sus principales elementos, particularmente en el Occidente, y considera
sus implicaciones para el análisis comparativo de la parentalidad en el desarrollo infantil. Los
cambios sociales aquí revisados han socavado las concepciones agrarias tradicionales relativas a la
extensión de la vida, particularmente la importancia atribuida a la fertilidad y la lealtad filial en las
identidades sociales de hombres y mujeres. Este viraje ha ocurrido en los países industriales del
Occidente, Europa Oriental y Japón. Ha venido ocurriendo y continúa en ciertos países del Tercer
Mundo, aunque en estos países no uniformemente. Que el cambio merezca ser llamado
"revolucionario" difícilmente puede ser discutido; la pregunta es si ésto puede ser pensado como
una revolución o como muchas. ¿Son todos los cambios socio-económicos, demográficos,
educacionales e ideológicos involucrados sólo diferentes aspectos de un proceso comprensivo de
transformación social (por ejemplo, "modernización"), o son procesos separados que quedan
vinculados en casos históricos particulares? ¿Son las secuencias y resultados del cambio reciente -
particularmente en Japón y el Tercer Mundo - réplicas del pasado, especialmente del siglo XIX de
Europa y Estados Unidos?

1
Cap 10 de Parenting Across the life-space, Editado por J. B. Lancaster, J. Altman, A. Rossi y L. Sherrod.
Aldine, New York, 1987. Traducción de María Cristina Tenorio.
Traducimos parenthood como parentalidad, forjando un neologismo, por cuanto no existe una palabra en
español equivalente a este término, que en inglés y en francés auna a los dos padres en la tarea de la
paternidad y la maternidad.
Este texto está ya traducido ofucialmente en el libro El Hecho Humano de edit. Visor. No obstante, como
tenía esta traducción (sin terminar de corregir) en mi computador, se las mando para facilitarles la
consecución del texto.
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Esta pregunta, incluso con relación específica a la vida familiar, ha preocupado desde hace mucho a
los sociólogos, pero muchos decidieron contestarla suponiendo que hubo un proceso unitario que
condujo a la historia en una única dirección. Sin embargo, un mayor conocimiento empírico ha
hecho que las teorías de modernización global, como las clásicas etapas marxistas de la historia,
parezcan ejemplos de lo que Hirschman (1971) llamó "los paradigmas como un obstáculo para el
entendimiento": Los sociólogos impidieron que la diversidad se tomara suficientemente en serio,
hasta que la documentación sobre la diversidad terminó por arrollar a las diversas teorías que
habían negado su importancia. Afortunadamente, los científicos sociales han aportado una riqueza
de nueva evidencia respecto a las cuestiones relativas a los cambios históricos en la vida familiar y
las condiciones del desarrollo infantil, en aspectos sociales y culturales a través del mundo. Esto
traza una historia de la familia adaptándose a las condiciones específicas locales, en lugar de
desplazarse en una dirección preordenada.

El abandono de la evolución unilineal como un marco conceptual para analizar el cambio social en
la vida familiar, no significa la negación de tendencias recurrentes que pueden ser documentadas y
son claramente significativas. Por el contrario, esas amplias tendencias deben ser el punto de
partida de nuestra indagación. Este capítulo comienza con una breve consideración de las
radicalmente diversas perspectivas desde las cuales los niños son vistos en el mundo
contemporáneo, tanto en el contexto privado de la vida familiar como en el contexto público de la
política nacional e internacional. De allí surgen preguntas: ¿cómo sucedió que fuera de ésta forma?
¿cómo desarrollaron las sociedades humanas diferentes perspectivas sobre los niños? Esto equivale
a preguntarse: ¿cómo - dado un mundo con perspectivas agrarias primarias hasta hace sólo dos
siglos - algunas sociedades se alejaron tanto de éstas perspectivas?

Los Significados de los Niños: Diferencias y Similitudes en el Mundo


Contemporáneo
En contraste con los valores agrarios comunes a gran parte del mundo hasta hace dos siglos, las
culturas de los países industrializados contemporáneos, particularmente las subculturas de clase
media, tienden a valorar las relaciones padres-hijos que proveen a los niños un soporte unilateral -
económico, emocional y social - , con padres que no esperan recibir nada tangible en retorno. El
período de dicho apoyo en las sociedades occidentales se ha ido prolongando desde la infancia a
través de la adolescencia hasta la adultez, y la proporción de los recursos familiares dedicados a los
niños ha ido aumentando.

El estado actual de la evidencia ha sido resumida por Hoffman y Manis (1979):

[El] valor económico de los niños es particularmente destacado entre padres rurales y en
países donde la economía es primordialmente rural. Además, los niños a menudo son
vistos como vitales para la seguridad en la vejez. Los niños son valorados para esta función
principalmente en una edad en la que no hay provisión oficial confiable y aceptable para el
cuidado de los ancianos y discapacitados.

Sin embargo en los países altamente industrializados, como los Estados Unidos, con un
sistema de seguridad social patrocinado por el gobierno, es poco probable que los hijos
tengan utilidad económica. Aún su utilidad en áreas rurales podría haber disminuído por
la mecanización rural y la gran disponibilidad de ayuda remunerada. Y ya que el costo de
la crianza de los niños es más alto en los países urbanos y avanzados industrialmente, los
niños probablemente no son vistos como un bien económico. (p.590)
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Cuando se hizo un sondeo con una muestra nacional de estadounidenses acerca de la ventajas de
tener niños, sólo el 3.1% de las madres blancas con más de 12 años de educación dieron respuestas
que señalaban la utilidad económica (Hoffman y Manis 1979, pg.585). El resto de la submuestra
mencionaba una variedad de beneficios sociales, emocionales y morales. Las respuestas a esta
pregunta por parte de madres del este de Asia ayudaron a situar los datos estadounidenses en un
contexto global (tabla 10.1).

TABLA 10.1. Ventajas de tener hijos: Porcentaje que menciona la utilidad económica

_____________________________________________________________

Clase media urbana Rural

_____________________________________________________________

Japón 2 11

Taiwan 3 36

Filipinas 30 60

____________________________________________________________

En los países industriales, Japón y Taiwan, la proporción de encuestados de clase media urbana
que respondieron mencionando la utilidad económica de los niños es virtualmente idéntica a la de
las madres blancas de más escolaridad en los Estados Unidos, a pesar de las diferencias culturales.
En las Filipinas, un país ampliamente agrario, la proporción de encuestados de clase media urbana
que mencionaron los beneficios económicos en los niños es 10 veces mayor. En cada uno de los tres
países asiáticos, con políticas nacionales de asistencia a los ancianos que se mantienen constantes, la
proporción rural es al menos el doble de alta que la de clase media urbana. Aunque tales datos
sobre una única pregunta limitada sólo son sugestivos, ellos muestran la magnitud de las
diferencias en actitudes y su poderosa asociación con la vida agraria tanto dentro de países
contemporáneos como entre ellos.

El hecho de que la mayoría de los padres de clase media en países industriales no esperen de los
hijos nada tangible en retorno, puede ser visto como paradójico, no sólo desde la perspectiva de la
economía utilitarista, la cual supone que una sustancial inversión debe ser motivada por una
expectativa de un beneficio material a cambio, pero también desde el punto de vista de las culturas
agrarias, en las cuales la reciprocidad entre generaciones es un principio básico de la vida social.
Pero no parece paradójico a muchos contemporáneos occidentales quienes toman por sentado que
la relación padre-hijo está exenta de presuposicioness de devolución material y reciprocidad a
largo plazo.

En efecto, la noción occidental de que el bienestar de los niños debe representar la más alta
prioridad para la sociedad, así como para los padres, y que los niños deben tener un apoyo
ilimitado, sin calcular la recompensa - una idea revolucionaria en la historia mundial - se ha
establecido como un principio inmutable de moralidad internacional. No obstante, el apoyo más
ferviente para esta idea continúa viniendo del noroeste de Europa y los Estados Unidos donde la
defensa pública de los niños es una tradición culturalmente establecida, religiosa y secular, y que
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genera símbolos empleados para suscitar emociones intensas, movilizar actividades voluntarias y
subvencionar programas de acción.

Lo que resulta más notable acerca de ésta ideología básicamente occidental, que ha sido aceptada
en foros internacionales como un código moral universal, es que conlleva una apasionada
preocupación por el bienestar de los niños de otras personas. En otras palabras, ésto supone que el
bienestar corriente y el desarrollo futuro de los niños son el asunto y la responsabilidad no sólo de
sus padres sino también de la comunidad - local, nacional e internacional - que no está basada en el
parentesco. Los occidentales están orgullosos, por ejemplo, de la larga y, en últimas, exitosa
campaña contra el trabajo infantil librada por los reformadores en sus propios países, pero su
ideología requiere que dichos beneficios sean extendidos a todos los niños en todas partes. En
algunos países occidentales como Suecia, los Países Bajos y Canadá, hay más preocupación por, y
actividad a favor de, los niños pobres de las sociedades del Tercer Mundo que entre los sectores
privilegiados de éstas últimas sociedades. Este abismo entre los valores culturales desmiente el
aparente consenso encarnado en las declaraciones de las Naciones Unidas y señala el desacuerdo
radical acerca de prácticas tales como el trabajo infantil que surgirían si los reformadores
occidentales trataran más fuertemente de implementar sus ideas como programas globales de
acción. ¿Cómo adquirió el Occidente sus ideales culturales contemporáneos respecto a las
relaciones padres-hijos y a los niños de otras personas? Esta es la pregunta que va a ser explorada
en éste capítulo en términos de cuatro temas: (1) el viraje de las instituciones agrarias a las urbano-
industriales, (2) la transición demográfica, (3) la escolarización masiva, y (4) el surgimiento de un
interés público en los niños.

El Viraje de las Instituciones Agrarias a las Urbano-Industriales


La industrialización de Europa y Norte América produjo su impacto primordial en la familia a
través del incremento del trabajo asalariado y el empleo burocrático como alternativas para la
agricultura y producción artesanal, de la consecuente separación del lugar de trabajo del hogar y
del papel ocupacional de los papeles y relaciones basados en el parentesco, de la migración de las
aldeas rurales a los asentamientos urbanos donde los trabajos estaban disponibles y de la
penetración de los valores del mercado laboral en las decisiones parentales en cuanto al futuro de
los hijos. Cada uno de estos canales necesita ser analizado en términos de cómo operó para alterar
los presupuestos en los cuales los padres agrarios habían basado su concepción de la infancia.

El aumento del trabajo asalariado y del empleo burocrático significó primero que un número cada
vez mayor de niños tendría que ganarse su vida futura a través de trabajos que no les eran
habituales para sus padres y que éstos últimos no podrían enseñarles. Esto en sí mismo era una
ruptura con la tradición agraria, en la cual los oficios de una generación en gran medida repetían
los de sus antecesores: si un padre no dominaba él mismo las habilidades con las cuales su hijo se
ganaría la vida, él tenía parientes, vecinos o amigos que poseían éstas habilidades. Bajo las nuevas
condiciones, sin embargo, un número cada vez mayor de padres tuvieron que reconocer que a ellos
les faltaban no solamente las competencias específicas requeridas por sus hijos para el trabajo
futuro, sino también las conexiones sociales con otros que tuvieran tales habilidades.

Esta disminución de la capacidad parental para proveer entrenamiento para la subsistencia estuvo
acompañada de una pérdida del control de supervisión, a medida que los niños y los adultos
trabajaban en fábricas, almacenes y oficinas bajo la supervisión de otros. El papel dual de los
padres agrarios como proveedores y como supervisores de sus hijos inmaduros y adultos que
trabajaban en la casa - un papel que ellos podían transferir a padres sustitutos a través del
aprendizaje en talleres de artesanía organizados domésticamente - no era posible cuando los
empleadores y capataces no tenían vínculos sociales con los padres de los trabajadores. Esto creó
las condiciones para los abusos del trabajo infantil que, en últimas, llevaron a su abolición.
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Igualmente significativa, sin embargo, fue la liberación de los trabajadores adultos de la


supervisión parental en la producción doméstica, al mismo tiempo que eran explotados por
empleadores industriales. El industrialismo en el Occidente se despojó del modelo de relaciones
fundado en el parentesco, que había prevalecido en la producción artesanal, en favor de un modelo
racionalista y contractual de relaciones de trabajo, ahora pensadas como burocráticas. El
paternalismo industrial no era desconocido, pero la polarización de los papeles y relaciones de
trabajo versus papeles y relaciones familiares, aumentó con la creciente producción masiva, la
migración laboral y la creación de una fuerza de trabajo heterogénea que carecía de vínculos
sociales preexistentes u orígenes comunes. El lugar de trabajo requería de los empleados no
solamente habilidades sino conformidad con un nuevo código de comportamiento social no
prefigurado en el grupo doméstico; resocializaba a los trabajadores y les daba nuevas identidades
distintas de las del nacimiento y el matrimonio. Pero ya que el trabajo para una firma particular a
menudo no era permanente, la identificación con ella como objeto de lealtad e idealización era más
la excepción que la regla. El empleo industrial era contractual y las identidades sociales de los
trabajadores llegaron a incorporar este sentido de la distancia contractual respecto a la firma.
Desgajados de la permanencia de las afiliaciones de parentesco y de comunidad agrarias y del
control parental implicado en la producción doméstica, los ahora desarraigados trabajadores
industriales encontraron nuevas identidades en sectas religiosas, el nacionalismo, asociaciones
voluntarias - y en los ideales de organizaciones como los sindicatos y asociaciones profesionales
que fueron organizadas por oficios pero que ofrecían una pertenencia más permanente que ningún
empleo con una firma probablemente sería. Sea que se considere esta tendencia como promotora de
la autonomía personal o como fomentadora de anomia y desintegración social, significó una mayor
promoción de modelos de comportamiento no basados en las relaciones domésticas. También
significó una disminución del control parental como concomitante previsible de los papeles
laborales.

La industrialización a gran escala arrastra a la gente desde el campo a asentamientos urbanos, o


bien a grandes ciudades con muchas funciones, o a comunidades industriales especializadas, como
centros mineros o textileros; y es probable que esta relocalización tenga un gran impacto sobre la
familia. Ello no significa la ruptura de los vínculos de parentesco y de familia, pues los
historiadores sociales y los antropólogos han mostrado cómo fueron, y son, de recursivos los
migrantes rurales en la preservación de estos vínculos después de trasladarse a la ciudad. Pero la
urbanización socavó a muchas de las premisas en las cuales descansaban los valores de las familias
agrarias. La facilidad de hallar alojamiento, presas salvajes, y la asistencia de los vecinos, por
ejemplo, habían sido dados por sentados en muchas áreas rurales, pero el migrante a la ciudad
encontró que tales recursos eran mercancías que tenían que comprarse, y a un precio elevado.
Muchos más bienes de consumo estaban disponibles en los centros urbanos, y las aspiraciones
materiales crecieron rápidamente, pero los migrantes tuvieron que desarrollar una nueva
conciencia de lo que las cosas cuestan, con relación a sus limitados ingresos. Así, la urbanización
instaba a las familias a examinar las elecciones en sus vidas en términos explícitamente económicos.

El reconocimiento, por parte de las familias, de haberse trasladado del campo a la ciudad a fin de
mejorar su posición económica, a través del empleo, era otra influencia importante sobre la relación
padre-hijo. En las áreas rurales, había sido posible ver la vivienda, oficio y posición social como
algo simplemente heredado del pasado y por tanto fijo, pero la conciencia de haberse desplazado a
donde había empleo inevitablemente daba primacía subjetiva al oficio y al sueldo como fuente de
la posición de la familia y alentaba a las jóvenes generaciones a pensar en mejorar su vidas
mediante el aumento de sus ingresos.

En las ciudades, e incluso cada vez más por fuera de ellas, creció la influencia del mercado laboral
sobre el pensamiento parental y sobre las decisiones que tomaban las familias. La infancia fue vista
como un período para que los hijos adquirieran aquellas habilidades que mejorarían su futura
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empleabilidad en un mercado laboral competitivo, en el que los trabajadores eran muchos más que
los trabajos disponibles. Las incertidumbres inherentes a esta situación trajeron nuevas angustias a
los padres. En el pasado agrario, la posición futura y modo de vida de un hijo estaban
preordenados mediante la herencia de la tierra y mediante un papel heredado en la producción
doméstica, y el de una hija mediante el matrimonio. Los padres ayudaban a sus hijos a casarse y a
iniciar un hogar, pero (salvo allí donde la primogenitura imperaba) no tenían que encontrarles
trabajo para sus hijos. El auge del empleo industrial socavó la previsibilidad inherente a esta
situación agraria, forzó a los padres a preocuparse mucho más ampliamente con lo que sería de sus
hijos una vez que crecieran, y ofreció esperanzas en el futuro mercado laboral solamente a través de
la adecuada preparación en la infancia. El grupo doméstico, antaño el contexto para el ciclo
completo de la vida, tanto en sus dimensiones productivas como en las relacionales, se convirtió en
un nido transitorio para nutrir a los polluelos que lo abandonarían para ganarse, como pudieran, la
vida un mundo externo, incierto y competitivo. Las relaciones padres-hijos, anteriormente
concebidas como una estructura de reciprocidad a lo largo de la vida, fueron pensadas cada vez
más como un sistema proporcionado por los adultos para dar apoyo y todo lo necesario a sus crias
inmaduras, dejando en la ambigüedad a la relación futura.

Al trasladarse a las ciudades, las famiias europeas del siglo XIX se estaban acercando al sistema
urbano escolar en expansión, y así aumentaban la posibilidad de que sus niños se vieran
matriculados. A medida que la población de cada país se volvió más concentrada, a través de la
urbanización, las dificultades de la distribución de la educación formal se fueron reduciendo y el
alfabetismo aumentó. Las poblaciones urbanas estaban, de hecho, más expuestas que las rurales a
las leyes y programas de gobiernos nacionales cada vez más activos y burocratizados, y la
escolaridad promovía el contacto de los niños con los símbolos y doctrinas del Estado Nacional.

La urbanización se volvió un fenómeno de masas en el siglo XIX, a medida que los aldeanos
europeos emigraron a las pequeñas y grandes ciudades en Europa, América del Norte y del Sur,
Australia y Nueva Zelandia, y han continuado haciéndolo a través del presente siglo. En 1800
sólamente el 7.3% de la población de todas éstas regiones, incluyendo en Suramérica tan sólo a
Argentina, Chile y Uruguay, vivían en poblados de al menos 5.000 personas; hacia 1900 era el
26.1% y en 1980 era el 70.2%. La Europa Occidental fue la primera en urbanizarse y más
densamente. La Gran Bretaña se había convertido hacia 1850 en el primer país principal con más de
la mitad de su población residente en las ciudades; hacia 1900 la figura era de 77% y hacia1980 era
de 91%. Las principales ciudades industriales de Inglaterra y Alemania crecieron hasta 10 veces su
tamaño y las de Francia crecieron hasta 5 veces su tamaño, tan solo en el curso del siglo XIX. Esta
cifras muestran la amplitud de la proporción de familias afectadas por el empleo industrial. Los
migrantes urbanos no necesariamente perdían sus vínculos de parentesco ni la significación de éste
parentesco en sus vidas, pero sus posibilidades y las de sus hijos dependían del mercado laboral.
Este fue un cambio irreversible que alcanzó al campo y produjo la comercialización de las
relaciones del trabajo agrícola, induciendo incluso a los padres rurales a considerar el trabajo
asalariado como el principal medio alternativo de vida para sus hijos.

Así, la industrialización y la urbanización cambiaron la bases económicas de la vida familiar (esto


es, el papel de la familia como una unidad productiva) y reemplazaron la jerarquía local de edad y
sexo de las comunidades rurales con nuevas identidades sociales y fuentes de motivación centradas
en la estructura urbana de empleo. Esta tendencia ha sido conocida desde hace mucho en términos
generales, pero ha sido tan sólo en las décadas recientes cuando los historiadores sociales han
investigado cómo encajan los países occidentales particulares en este panorama general.
¿Comenzaron todos en el mismo punto? ¿Cambiaron de la misma manera en términos de secuencia
e intensidad? ¿Llegaron a los mismos resultados en lo que concierne a los patrones de vida familiar
y de desarrollo infantil? Aunque la evidencia aún no está completa, la respuesta a todas estas
preguntas es NO.
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Se ha demostrado, por ejemplo, que el contractualismo en las relaciones de propiedad, dentro y


fuera de la familia, así como la separación de los hijos adolescentes y preadolescentes de sus padres
tiene una historia mucho más larga en Inglaterra que en el continente europeo. MacFarlane (1977)
argumenta que éstos patrones antedatan al desarrollo preindustrial de Inglaterra, representando
una tradición cultural que coloca a Inglaterra aparte del resto de Europa. Mientras que su
argumento cultural está sujeto a controversia, no hay disputa relativa a la primacía industrial en el
desarrollo industrial y en la urbanización y en la ideología utilitaria de las relaciones de mercado
que los científicos sociales han visto como una parte integral de la transformación urbana
industrial; en otras palabras Inglaterra sola con sus colonias americanas y las comunidades
calvinistas de los Países Bajos, Ginebra y Escocia pueden en el siglo XVII haber tenido muchas de
las características sociales y psicológicas que el resto de Europa no adquiriría hasta la
transformación urbana industrial de mediados del siglo XIX.

Similarmente, las estructuras de la familia preindustrial de los países occidentales estaban muy
lejos de ser idénticas y algunas de ellas pueden posiblemente ser vistas como si estuvieran
preparando a las familias rurales para la vida urbana bajo condiciones industriales. Donde quiera
que las reglas de herencia no permitieron la división de la tierra familiar, por ejemplo en la "familia
tronco" de la poblaciones rurales, sólamente los herederos tenían asegurada una tierra parental
futura, y para los otros hijos creaba algo más bien cercano a la incertidumbre del mercado laboral
industrial. Esta situación en Suecia e Irlanda fue un factor de la temprana migración del trabajo
rural (en la parte inicial del siglo XIX) hacia los mercados urbanos, tanto en esos mismos países
como en el exterior. Los Estados Unidos, con su falta de una tradición feudal y con sus cada vez
más expandidos conglomerados rurales y urbanos, proveyeron más oportunidades para la
migración a comunidades recientemente establecidas que estaban menos dominadas por el
parentesco heredado y las relaciones de status que aquellas de Europa. Así, los países de Occidente,
lejos de ser homogéneos en cultura y estructura familiar antes del mayor desarrollo industrial y
urbano, eran significativamente variados en las forma que tenían que ver directamente con cómo
ellos entrarían y cómo experimentarían esa transición histórica.

Es igualmente claro que el proceso del desarrollo industial y urbano no fue el mismo a través de
todo el Occidente. Francia, por ejemplo, nunca se volvió urbanizada en la misma extensión en que
Inglaterra lo hizo. Una muy amplia proporción de franceses permanecieron viviendo en las aldeas
rurales, participando en la agricultura. En Italia y en los Estados Unidos el crecimiento urbano y la
industrialización estaban fuertemente concentrados en las regiones del norte, dejando al sur rural
como subdesarrollado hasta el presente, pero esto no fue el caso en países más pequeños y más
densamente poblados, tales como los Países Bajos. Por tanto, la rapidez del cambio de las
condiciones agrarias a las urbano-industriales, las proporciones de la población que fueron sacadas
de las áreas rurales y absorbidas en la fuerza urbana de trabajo, la continuidad de los centros
urbanos con una cultura preindustrial, y muchos otros factores, fueron variables entre y dentro de
los países Occidentales altamente relevantes para la vida familiar y la crianza de los niños.

¿Producen estas variaciones históricas una diferencia en términos de los últimos resultados en el
siglo XX? No si los resultados son medidos solamente con indicadores económicos tales como el
Producto Nacional Bruto Percápita y los indicadores demográficos tales como las tasas de
nacimiento y muerte para todos los países del mundo contemporáneo. En estas comparaciones, los
países occidentales (junto con Japón) están colocados económicamente en la cima y
demográficamente en la parte más baja - particularmente en contrastre con el Tercer Mundo. Sin
embargo, hay diferencias importantes entre los países occidentales, en los resultados del desarrollo
industrial urbano, especialmente con relación a la calidad de vida.

Por ejemplo, el contrastre en cuanto a movilidad residencial entre Estados Unidos y virtualmente
toda Europa, es enorme y de gran significación en cómo afectan la infancia y la experiencia adulta
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las identidades ocupacionales y los vínculos locales. El divorcio, la participación femenina en la


fuerza de trabajo y el grado al cual las ayudas gubernamentales de bienestar existen son otros
tantos factores cuantitativos ampliamente variables, que afectan tanto el curso de la vida individual
como la vida familiar en los países Occidentales. En el lado cualitativo, lo sobresaliente de las
divisiones sociales de clase, las afiliaciones a los sindicatos y la participación religiosa representan
otras variables que crean contextos diferentes para la experiencia de vida en los diversos países del
Occidente.

Es claro, entonces, con base en la evidencia que tenemos que el desarrollo industrial urbano no ha
homogenizado simplemente a los países Occidentales y los ambiente sociales para el desarrollo de
los niños. Esos países no entraron en la transición de la vida agraria en los mismos lugares, no
sufrieron las mismas experiencias históricas y no llegaron a los mismos destinos idénticos en
términos de las condiciones de vida familiar e infancia. Sus similaridades en las transiciones
urbanas industriales están bien establecidas particularmente en comparación con otras partes del
mundo, pero ni los procesos ni los resultados de la transición deben se considerados uniformes.

2. La Transición Demográfica
Entre el tardío siglo XVIII y mediados del siglo XX, los casos de nacimiento y muerte en Occidente
declinaron drásticamente, eliminando las expectativas agrarias de fertilidad natural y de una vida
relativamente corta como fenómenos naturales de la condición humana. El impacto en la vida
familiar fue tan grande como grande había sido el declinamiento concomitante en la producción
doméstica y en el trabajo infantil. Sin embargo, durante este tiempo han cambiado tantas
condiciones que afectan a la familia que las conexiones entre el cambio socio-económico y
demográfico son asuntos de controversia teórica más que hechos simples.

La "teoría de la transición demográfica" (Caldwell,1982, p.117-133) incluye todas las formulaciones


históricas que asumen la inestabilidad e irreversibilidad del declinamiento de las tasas de
nacimiento y muerte y el acoplamiento de estos declinamientos uno con otro y con otras
tendencias socioeconómicas, sin tener en cuenta aquellos factores a los cuales el cambio es
atribuido. Desde la perspectiva de este capítulo la teoría de la transición demográfica es interesante
no solamente debido a que intenta dar sentido a las tendencias seculares que afectan a los padres
sino ya que explícitamente sugiere paralelos entre la Europa del siglo XIX y el Tercer Mundo
contemporáneo. La investigación reciente en demografía histórica hace posible las comparaciones
entre lo que ocurrió en el Occidente y en el Japón y lo que está ahora ocurriendo en el resto del
mundo. Los hechos básicos que suscintamente han sido resumidos por van de Walle y Knodel
(1980, p. 5) son:

En la primera mitad del siglo XIX había dos niveles generales de tasas de nacimiento en
Europa. Al occidente de una línea imaginaria que corre desde el Adriático hasta el mar
Báltico, las tasas de nacimiento estaban por debajo del 40 por mil personas por año resultado
del matrimonio tardío y de la amplia expansión del celibato - y las tasas de muerte estaban en
el 20 por mil. Al oriente de la línea, el matrimonio temprano y universal producía tasas de
nacimiento por encima del 40 por mil, no muy disimilares de aquellas de Africa y Asia hoy
en día - mientras que las tasas de muerte estaban en los 30 por mil. Ahora bien, al final de la
transición, la mayoría de las tasas de nacimiento están por debajo del 15 por mil en Europa
occidental y sólamente un poco más altas en la Europa oriental. Y las tasas de mortalidad en
ambos lados de la línea están por debajo del 10 por mil.

La magnitud de estos cambios, particularmente si se los considera irreversibles, merece ser


enfatizada. Los europeos contemporáneos tienen solamente un tercio de los niños que tenían los
europeos a comienzos del siglo XIX, y la mitad de la tasa de mortalidad de estos. El declinamiento
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en la mortalidad infantil fue incluso mucho más precipitado. Desde el comienzo del siglo XIX las
tasas de cerca de 200 muertes de bebés por cada mil nacimientos cayeron a 10 en el presente;
entonces europeos los contemporáneos pierden solamente 1/20 de los bebés que perdían sus
antepasados en 1800. Cambios similares ocurrieron aproximadamente al mismo tiempo en Norte
América y en Australia.

Es importante comprender cómo la temporalidad, secuencia y los concomitantes socioeconómicos


de éstos cambios pueden haber afectado y estar afectando las actitudes parentales. Las tasas brutas
de mortalidad, aunque no de mortalidad infantil, cayeron moderadamente y gradualmente a
través del siglo XIX y luego de una manera más fuerte hacia 1900. El surgimiento del declinamiento
de la mortalidad, probablemente en el tardío siglo XVIII, estaba muy en avance con relación a las
mejorías de la medicina y ha sido atribuido por McKeown (1976) a una mayor disponibilidad de
papas y maíz, lo cual mejoró la dieta de la gente común y los hizo más resistentes a la infección. La
fertilidad, habiendo aumentado en el tardío siglo XVIII empezó a declinar hacia 1880 (mucho más
temprano en Francia, Suiza y los Estados Unidos) y cayó sustancialmente hacia 1920 y continuó su
declinamiento a mediados del siglo XX. La mortalidad infantil declinó poco en el siglo XIX excepto
en Suecia, pero cayó precipitosamente entre 1900 y 1920 (debido a una mejoría en el agua y en la
salubridad y a la pasteurización de la leche) y continuó su declinamiento de aquí en adelante.

Cuando los padres europeos comenzaron a limitar el número de sus niños aún no habían
experimentado el aumento de las probabilidades de la supervivencia de los bebés que llegó con el
siglo XX. Así, la aparición del declinamiento de la fertilidad no puede ser atribuída a una mayor
confianza parental en la superviviencia subsiguiente a una mortalidad infantil reducida.
Cualesquiera que hayan sido las razones para limitar los nacimientos (lo cual es aún tema de
especulación) ellos lo lograron a través de la abstinencia y el retiramiento - métodos teóricamente
disponibles para todos los humanos - más que a través de avances en una tecnología contraseptiva.
Los padres en el siglo XIX en promedio eran más saludables , vivían más tiempo que sus
antepasados y tenían familias más grandes que se iban a perturbar menos por la muerte de un
padre durante los años reproductivos. La caída en la mortalidad infantil, que siguió a la aparición
del declinamiento de la fertilidad, probablemente fortaleció la tendencia pero no la instigó.

La limitación deliberada del nacimiento en la escala que ocurrió en Europa y Norte América en el
tardío siglo XIX y comienzos del XX, no tuvo precedentes en la historia humana y parece haber
marcado un punto de virage en los conceptos y en las condiciones del desarrollo del niño. La
pequeña familia ideal que emergió, representó un punto de partida desde los valores agrarios hacia
una perspectiva de las relaciones padres-hijos en sintonía con una economía urbana industrial, una
en la cual cada niño significaba una incremento en los costos y contribuciones reducidas.

Las relaciones del declinamiento de la fertilidad con la transición urbana industrial y la ampliación
de la escolaridad son discutidas más adelante. En este punto debería notarse que cada una de las
tendencias demográficas mayores de los siglos XIX y XX parecen haber sido instigadas por cambios
en las condiciones socio económicas y subsecuentemente amplificadas por el uso de nuevas
tecnologías médicas más que si las cosas fueran al revés. Así, el declinamiento en las tasas brutas de
mortalidad hacia 1800 puede haber resultado de una mejoría en la dieta debido a una más
abundante y más nutritiva comida de las tempranas economías capitalistas, aunque la tendencia
fue ciertamente fortalecida posteriormente por un mejor cuidado médico. El declinamiento de la
fertilidad empezó porque las parejas casadas decidieron limitar los nacimientos y usar las técnicas
existentes, aunque sus esfuerzos posteriormente fueron facilitados por la disponibilidad de una
tecnología contraseptiva. La mortalidad infantil puede haber empezado a declinar después de que
la fertilidad había sido limitada debido a un cuidado parental mejor para la menor cantidad de
hijos que tenían, aunque la tendencia fue poderosamente fortalecida por la salubridad pública(agua
y alcantarillado), la pasteurización de la leche, la vacunación y drogas más efectivas. En otras
La Parentalidad en la Transformación Social 10

palabras, la transición demográfica no debe ser vista como el simple resultado de los cambios en la
biotecnología sino más bien como el resultado de las respuestas parentales a unas condiciones
socioeconómicas cambiantes.

El Occidente, la Europa Oriental y el Japón llegaron aproximadamente al mismo destino


demográfico hacia el último cuarto del siglo XX, con unas pocas excepciones. Sus tasa de
nacimiento y mortalidad son bajas y varían dentro de un rango estrecho. Sin embargo, ellos no
empezaron la transición demográfica en el mismo lugar, no se movieron a lo largo de idénticos
caminos hasta sus posiciones presentes. En otras palabras, sería un error concluir que sus actuales
similitudes en comparación con las sociedades del Tercer Mundo son el resultado de los mismos
procesos históricos, o representan un pasado histórico compartido. Es particularmente importante
tener esto en mente cuando se intenta generalizar sus patrones de cambio pasados con miras a
predecir lo que es posible y probable en el Tercer Mundo.

A medida que la demografía histórica se prosigue con mayor amplitud, más patrones específicos a
los países - incluyendo las características del orden social pretransicional - son identificados como
habiendo sido cruciales para el proceso de transición demográfica. Por ejemplo, Wrigley (1983)
argumenta que la formación de hogares en Inglaterra desde el siglo XVII fue sensible al costo de
vida. Cuando los precios estaban altos, las parejas posponían el matrimonio - y por tanto el tener
hijos - reduciendo así las tasas de nacimiento. Las prácticas acostumbradas por las cuales las
familias regulaban el establecimiento de uniones reproductivas en respuesta a condiciones
económicas constituye un tipo de influencia sobre la fertilidad anterior a la revolución industrial
que habría fascilitado la transición de la fertilidad inglesa en una época posterior.

En Francia y en los Estados Unidos el declinamiento secular en las tasas de nacimiento empezó
antes de 1800, - quizá un siglo antes que en el resto de Europa - y probablemente por diferentes
razones. En ambos países, sin embargo, el declinamiento fue iniciado antes de la industralización y
la urbanización. Esto es particularmente notable ya que ni Francia, ni Estados Unidos se volvieron
tan urbanos como Inglaterra en cuanto a las proporciones en que sus poblaciones vivían en las
ciudades, ni como algunos otros de los países industriales. En otras palabras, la vanguardia del
declinamiento de la fertilidad en el siglo XIX ocurrió en contextos caracterizados por condiciones
agrarias o al menos predominantemente rurales, lo que contradice la concepción de que el
declinamiento de la fertilidad está inexorablemente ligado con la urbanización. Una comparación
reciente del declinamiento de la fertilidad en Japón y Suecia también enfatiza la influencia de las
características pretransicionales específicas a los países, en este caso la familia patriarcal troncal, la
cual es compartida por aquellos dos países pero no por los otros en sus regiones respectivas Mosk
(1983) . Aquí de nuevo la evidencia señala la conclusión de que la transición demográfica abarca
varias trayectorias hacia los mismos destinos.

3. Escolaridad Masiva
Había escuelas en Europa desde los tiempos antiguos, pero en este siglo XIX una relativamente
pequeña proporción de niños asistía a ellas. En los 50 años entre 1840 y 1890 la asistencia a la
escuela primaria fue enormemente ampliada y se convirtió en obligatoria en la Europa Occidental,
Norte América y Australia. Esto marca una de los más radicales cambios en las relaciones padres-
hijos en la historia de la humanidad. La escolaridad masiva debe ser vista tanto como el reflejo de
poderosas tendencias antecedentes en las condiciones socio-políticas y económicas, que como un
determinante de los cambios subsiguientes en la reproducción y en la vida familiar. La extensión de
la escolaridad en el tiempo de vida individual y su expansión a todo lo largo del mundo han
probado ser tendencias irresistibles y aparentemente irreversibles, que alteran fundamentalmente
la manera como los niños son pensados.
La Parentalidad en la Transformación Social 11

¿Cómo afectó la escolaridad masiva la relación padre-niño? En primer lugar mantuvo a los niños
por fuera de un trabajo productivo de tiempo completo y minimizó sus contribuciones económicas
a la familia. Además, estableció de una manera pública e inevitable que la niñez debería estar
dedicada a la preparación de los roles adultos por fuera de la familia. Esto dió a los niños un cierto
tipo de poder frente a sus padres, bien sea debido que éstos últimos vieron a sus mejor educados
niños como aquellos que potencialmente podrían tener un status social más alto, o porque los niños
mismos habiendo ganado acceso a un nuevo mundo de habilidades valiosas y de información se
afirmaban más a sí mismos dentro de la familia. Niños asertivos que iban a la escuela costaban
más que niños condescendientes que tabajaban bajo la supervisión parental en la producción
doméstica; ellos requerían que la familia compartiera más sus recursos para su vestimenta, el
espacio en el cual estudiar y la satisfacción de los gustos de consumidores que habían adquirido
por fuera del hogar. Sus demandas, implícitas y actuales, eran fuertemente apoyadas por la
sociedad más amplia, párticularmente después de la legislación que volvió obligatoria la escuela, lo
cual tuvo el efecto de informar a los padres que el Estado oficialmente había determinado como
debían sus hijos gastar su tiempo durante la infancia.

La respuesta parental a este cambio revolucionario inicialmente fue la de minimizar su impacto,


luego la de diseñar estrategias para maximizar las ventajas que ofrecía. Al comienzo los niños que
ingresaban a la escuela frecuentemente se quedaban en la casa cuando se los necesitaba para el
trabajo, como dan testimonio de ello las tablas de asistencia diaria. Por ejemplo, en 1869 y 1870,
aunque el 57% de la población de los Estados Unidos de edades entre 5 y 7 años iba a la escuela,
solamente el 35% iba diariamente. Incluso aquellos niños que iban diariamente probablemente eran
requeridos para que realizaran tareas en la casa y para que fueran útiles a sus padres. Caldwell
(1982, p. 117-131) argumentó que en todo el tiempo en que éste fue el caso, los padres podrían
realísticamente considerar las ventajas de tener numerosos hijos, incluso si ellos no estaban
directamente comprometidos con la producción doméstica. Eventualmente, sin embargo, las
ventajas de que los niños realizaran tareas en las casas deben de haber sido balanceadas por los
altos costos de su crianza y educación para la familia, particularmente si los padres no contaban
con el beneficio de los salarios futuros de sus hijos, creando así un incentivo económico para el
control natal. No obstante, de acuerdo con la teoría de Caldwell, esta cambiante proporción costo-
producción subjetivamente era experimentada en términos de la ideología parental más que como
un cálculo económico.

Surgió un nuevo modelo de parentalidad, con la meta de optimizar las posibilidades en la vida de
cada uno de los pocos niños, a través de una educación extendida y de una medida de atención de
los adultos hacia los niños que antiguamente había estado reservada para los herederos al trono. La
"cualidad" reemplazó la "cantidad" como foco de los esfuerzos en la crianza de los niños, primero
en la clase media pero con una rápida extensión a las otras clases.

El nuevo modelo fue efectivo como estrategia para optimizar la posición competitiva de los hijos en
el mercado laboral, el cual cada vez más favoreció una mayor educación y autonomía personal.
¿Qué implicó esto para los padres? No mucho en términos materiales, ya que el retornar
económicamente a los padres no se favorecía. El código de reciprocidad filial que antiguamente
había prevalecido en las comunidades agrarias ya no ataba a los muchachos hacia los adultos, al
menos en un grado que permitiera que los adultos dependieran de ellos. Pero algo había ocurrido,
de lo cual no se puede dar cuenta tan solo en estrictos términos económicos; los padres empezaron
a identificarse con los niños en quienes ellos habían investido tanto de sí mismos, así como tanto de
sus recursos, y entonces fueron capaces de derivar una satisfacción subjetiva de las carreras
económicas y reproductivas de sus hijos, incluso en ausencia de un apoyo material. La historia de
las fuentes ideológicas de esta satisfacción subjetiva es considerada en la siguiente sección.
La Parentalidad en la Transformación Social 12

La historia de la escolaridad en Occidente varió de un país a otro. Antes de 1800, la escuela, a


menudo limitada a la adquisición de la literalidad, se había difundido ampliamente en Inglaterra,
Escocia, los Estados Unidos, los Países Bajos y Prusia. En estos países, entre el 40 y el 60% de la
población adulta total iba a la escuela, aunque fuera por unos pocos años, y se volvía letrada. En el
resto de Europa más pequeñas proporciones iban a la escuela o se volvían letradas. Así, el siglo XIX
se inició con mayores diferencias entre los países de Europaen en cuanto al desarrollo educacional.

La escolaridad se extendió a través de diversas formas de oganización. Pruscia fue pionera en el


desarrollo de sistemas escolares planeados gubernamentalmente y jerárquicamente organizados.
Francia también contruyó una red nacional de escuelas controladas centralmente. Inglaterra, por
otra parte, hasta bien entrado el siglo XIX, tenía una variedad amplia y no regulada de escuelas
religiosas y privadas, muchas de ellas de pobre calidad, y nunca impuso los controles burocráticos
hallados en Francia. En Estados Unidos las escuelas fueron construídas y manejadas bajo control (y
financiamiento) del Estado local con un grado de descentralización desconocido en Europa. Estas
variaciones institucionales afectaron a largo plazo los resultados, pues la variabilidad en la calidad
de las escuelas según la clase social y la localidad (lo que está correlacionado con las clases
sociales) en Inglaterra, en los Estados Unidos ha permanecido muy fuerte incluso en los tiempos
presentes. Por tanto, las relaciones de las escuelas con el gobierno central y con el sistema nacional
de posición social han variado ampliamente a través de los países occidentales.

4. El surgimiento del interés público en los niños


No cabe duda de que las actitudes europeas hacia los niños cambiaron radicalmente durante el
siglo XIX, pero los cambios tenían tantas expresiones y concomitantes que no es simple describirlos
o explicarlos. Además las ideas se difundieron más rápidamente de un país a otro que los patrones
económicos, demográficos e institucionales y se volvieron difíciles de aislar para el análisis. La
mayoría de las ideas revolucionarias del siglo XIX habían sido formuladas en los siglos anteriores y
aún hay preguntas respecto a cuando se sintió su impacto. Stone (1977) y Plumb (1980) trazan
algunas de éstas ideas hasta la segunda mitad del siglo XVII en Inglaterra. En el continente
Europeo la ideas formuladas por Rousseau en el Emilio en le siglo XVIII fueron básicas para el
cambio de los conceptos sobre el desarrollo infantil y la educación. Un siglo más tarde Pestalozzi, el
educador suizo del siglo XVIII, difundió éstos conceptos a Prusia, antes de 1800.

Esta compleja historia intelectual y social aún está siendo investigada por historiadores
profesionales y permanece como un área de controversia. Sin embargo, desde una perspectiva
comparativa, sus rasgos son claros. Después de 1500, las concepciones occidentales sobre la niñez
reflejaron un debate creciente y cambiante sobre la libertad, el individualismo y la autoridad. Al
comienzo, éste debate fue conducido en términos religiosos y estuvo asociado con el surgimiento
de la cristiandad protestante. El calvinismo conceptualizó al niño como nacido con una voluntad
propia, pero consideró ésto como sintomático del pecado original lo que lo llevaba a estar sometido
a la autoridad parental en interés de la virtud moral y del orden moral sancionado por la
divinidad. Posteriormente, filósofos tales como Locke y Rousseau propusieron la bondad natural
del niño y una aceptación de los impulsos del niño al juego como benéficos para la educación y el
desarrollo individual. Tales ideas aumentaron en influencia durante el siglo XVIII, particularmente
en las artes, ) por ejemplo, la poesía de William Blake) y en el discurso filosófico sobre la educación
(por ejemplo, Pestalozzi). Durante el mismo período, la teoría política liberal - que enfatizaba la
libertad individual más que la obediencia a la autoridad - no solamente se desarrolló sino que fue
dramáticamente promulgada a través de las revoluciones americana y francesa. En el siglo XIX el
romanticismo literario y artístico estableció un clima emocional en el cual pudo trazarse la lucha
por los derechos del niño como una forma de liberación política. Fue entonces durante el siglo XIX
cuando la idealización sentimental de la infancia, combinada con la noción liberal de que los niños
La Parentalidad en la Transformación Social 13

tenían derechos que había que respetar, fue expresada en tales fenómenos culturales como las
novelas de Dickens y la lucha legislativa contra el trabajo de los niños.

Mucha de la complejidad de ésta historia deriva del hecho de que el debate sobre libertad versus
restricción en la infancia no fue conducido a una resolución final sino que aún continúa hoy en día,
en asuntos específicos a los contextos contemporáneos. Además, los países occidentales representan
una variedad de experiencias con este debate en términos de las secuencias particulares del
discurso intelectual, la política pública y los efectos sobre la vida familiar. Lo que distingue la
ideología occidental como una totalidad de aquella de las muchas culturas no occidentales no es
tanto la preferencia por la libertad, incluso para los niños, como la definición de libertad como una
liberación de la autoridad - una polaridad que marca las opciones (libertad para escoger), contra las
ligaduras (las restricciones sociales) en la lucha por una vida mejor. Esta lucha, esta moralidad,
juega en favor de los niños, dados los términos básicos en los cuales las concepciones europeas
modernas del niño emergen durante el siglo XIX.

Las nuevas ideas eran hostiles a los modelos agrarios de obediencia y reciprocidad. Al enfocar en la
niñez como una parte de la vida distinta y valiosa ellos enfatizaban la autonomía y el desarrollo del
niño como un ser humano separado e igual, apoyado y protegido por padres amorosos mientras él
desarrollaba sus capacidades para hacer elecciones libres e inteligentes. En la filosofía, la literatura
y las artes estas ideas fueron avanzadas y elaboradas. En la psicología y estudios del niño ellas
fueron justifiacadas sobre bases científicas. En la política inspiraron una legislación para defender a
los niños contra la explotación en las fábricas y restringieron el control parental. Y en la familia
inspiraron un compromiso emocional que no conoció precedentes excepto en la crianza de los
principes de la realeza.

La relación de éstas ideas con las tendencias socioeconómicas revisadas más arriba y con las más
amplias ideologías culturales de las cuales ellas se derivaban, merece una investigación más
intensa. Es claro que estas ideas fueron importantes para formar tanto las actitudes emocionales de
los padres, como de los que hacían las políticas y tuvo por tanto un impacto importante. Sin
embargo, también parece verdad que el componente emocional y particularmente el sentido de una
lucha en favor de los niños contra aquellos que les hacían daño, fue mayor en algunos países que
en otros. En algunos países europeos, entonces, la causa de los niños ganó un grupo de votantes
políticos de los reformadores que estaban en cruzada contra el status quo, mientras que en otros se
establecieron reformas quizá algo más tarde y más pacíficamente, como pasos simplemente
necesarios y requeridos por toda sociedad civilizada.

Todas estas tendencias enfocaron una atención mayor tanto pública como privada en la niñez y en
el desarrollo de los niños de lo que previamente había sido el caso en la sociedades europeas y en
las sociedades agrarias en general. Los niños fueron como nunca pintados como valiosos, dignos de
ser amados, inocentes e inteligentes individuos, para ser queridos, protegidos, defendidos y
desarrollados. Los polos tanto públicos como privados de esta tendencia general parecen haber
estado en conflicto ya que la leyes públicas que prohibían el trabajo de los niños y que obligaban a
ir a la escuela incorporaban el supuesto de que la ciudadanía tenía una responsabilidad colectiva
por los niños de los demás, además de tenerla por su propios niños, mientras que el
sentimentalismo romántico promovía una intensificación del vínculo de los padres con su cría en
los términos más privados y exclusivos. Ambos polos, sin embargo, estaban basados en la noción
de que cada niño individual era único y valioso para sus propios padres y para la sociedad mayor -
una idea compatible las tradiciones occidentales pero que era una novedad aplicada a los niños en
el contexto de un Estado nacional secular.
La Parentalidad en la Transformación Social 14

La complementariedad ideológica de estos dos polos puede ser vista en la presunción de que los
padres que querían a sus propios niños serían capaces de apoyar la causa pública con relación a
todos los niños a través de un proceso de identificación, esto es, imaginándose cómo se sentirían
ellos si sus propios niños fueran las victimas de la negligencia o la explotación. Similarmente el
argumento de que el desarrollo de los niños representaba un recurso nacional para el investimento
público se esperaba que evocara en los padres un "investimento complementario" en las
aspiraciones educacionales y ocupacionales de sus propios hijos. En la ideología cultural más
amplia que emergió entonces, el conflicto potencial entre los intereses públicos y privados respecto
a los niños estuvo no solamente conceptualmente reconciliado con la idea de su convergencia en
beneficio de los niños, sino que la incorporaba.

Conclusiones
Todas estas tendencias revisadas más arriba favorecen el que se tengan menos niños que reciben
más atención (y otros recursos) sobre un período de tiempo más largo de sus vidas de lo que era
típico en las sociedades agrarias. El cambio de las condiciones económicas, demográficas y
estructurales condujo a los padres occidentales en el tardío siglo XIX a percibir el que se colocaran
mayores recursos en cada niño como algo que iba a promover una futura ventaja para el niño en su
ambiente cada vez más competitivo. Las condiciones ideológicas cambiantes motivaron su anhelo
de comprometer más recursos en cada niño, sin esperar de ellos un retorno material y definieron su
compromiso en términos emocionales y morales, de los cuales habían sido sacados ya todas las
consideraciones económicas. Tendencias similares habían sido observadas ya en el Japón y en
algunos países del Tercer Mundo, a medida que estos se fueron moviendo de sus condiciones
agrarias a las urbano industriales.

Esta breve mirada general también indicó diferencias entre los países occidentales en las
condiciones de la vida familiar y el desarrollo de los niños antes de 1800, en los procesos y
secuencias del cambio durante los siglo XIX y XX, y en resultados tales como los del tiempo
presente. Para empezar, los países europeos no eran homogéneos, no lo son hoy en día a pesar de
lo mucho que contrasten con otros países en el mundo. Además, sus avances en la educación
formal y en la regulación del nacimiento y de la muerte no fueron logrados tomando los mismos
pasos en el mismo orden sino a través de diversos caminos que reflejaban la diversidad de sus
condiciones socio-económicas y culturales. Este registro histórico sugiere que el cambio familiar
continuará reflejando los diversos contextos en los cuales ocurre. Aquellos que formulan las
políticas tendrán que dar gran atención a los recursos únicos y a los límites de cada contexto más
que asumir una serie universal de prerrequisitos para replicar el progreso.

Al tratar de explicar cómo el Occidente fue transformado desde su condición agraria, lo que debe
ser tomado en cuenta no es solamente la diversidad en los contextos locales, sino también la
diversidad temporal de las circunstancias bajo las cuales cada cambio mayor ocurrió en un país
dado. Cada tendencia secular mostró al menos dos oleadas, a menudo con ochenta o cien años de
separación. La fertilidad comenzó su mayor declinamiento en el siglo XIX pero cayó agudamente
después de la primera guerra mundial. La mortalidad infantil cayó después de 1900 pero continuó
declinando de allí en adelante hasta alcanzar los niveles presentes. La difusión de la escolaridad
primaria fue un fenómeno del siglo XIX, pero la escolaridad secundaria fue un proceso masivo que
no ocurrió hasta el siglo XX. Los nuevos conceptos sobre la niñez y la educación surgieron entre la
mitad del siglo XVII y el temprano siglo XIX pero no tuvieron un mayor impacto institucional hasta
mucho después. En cada caso, las condiciones socio-económicas e ideológicas que afectaban la
conciencia de los padres fueron diferentes en la época en que la última oleada ocurrió, y las
diferentes fuerzas sociales fueron movilizadas para hacer avanzar la tendencia. Esto hace posible
que factores ampliamente económicos hayan determinado la primer oleada y factores ampliamente
ideológicos la segunda o viceversa. Significa que las tendencias seculares no pueden ser tratadas
La Parentalidad en la Transformación Social 15

como eventos históricos aislados y que el telescopaje de los procesos históricos en los países que se
desarrollan tardíamente no puede ser tratado como si replicara los largos antecedentes europeos.

El cambio general de lo "cuantitativo" a lo "cualitativo" como objetivos del comportamiento


parental, es de alguna manera análogo al contrastre entre la selección R y la selección K entre las
especies animales. Las especies seleccionadas R adaptadas a la dispersión en unos hábitats
relativamente no explotados, que tienen numerosas crías en un solo momento y dan un mínimo
cuidado de postparto, teniendo altas tasas de mortalidad de la cría; y las especies seleccionadas K,
adaptadas a ambientes más densamente ocupados y competitivos que tienen pocas crías, dan un
cuidado parental más atento a lo largo del tiempo, y tienen bajas tasas de mortalidad infantil
(Wilson,1975). Hay una similaridad entre la ecología animal y la historia humana en la relación
inversa de equilibrio entre el número de crías y la cantidad de energía parental gastada por cría
individual, como algo que genera unas estrategias distintivas (e igualmente exitosas) para la
adaptación a los diferentes niveles de competencia.

La analogía es limitada, sin embargo, y no sólamente debido a que deja por fuera los canales
distintivos a través de los cuales se cumple la adaptación en cada caso: los equilibrios genéticos y
embriológicos en el caso de la ecología animal y el impacto de los procesos sociales sobre la
conciencia parental para la historia de la humanidad. En la situación humana el equilibrio
cantidad-calidad como una abstracción falla en capturar el hecho de que los padres en las
sociedades agrarias e industriales (a diferencia de los animales de diferentes especies) no
comparten un mismo conjunto de metas reproductivas: La utilidad económica de los niños como
fuerza joven de trabajo y como futuro apoyo de los viejos, tan importante en los contextos agrarios,
es minimizada en las poblaciones industriales. En otras palabras, para todos los humanos las crías
no son vividas como cumpliendo las mismas metas. Además, el compromiso parental difiere no
sólamente en su distribución sobre el tiempo y el número de hijos sino también de otras maneras
que necesitan ser especificadas: esto es, la esperanza confiada de lo padres agrarios en la
reciprocidad de los hijos, la intensidad emocional del compromiso unilateral de los padres en las
sociedades industriales. En ambos casos, sus conceptos de la crianza del niño están relacionadosa
más amplias ideologías culturales no específicas a la relación padre-niño; por ejemplo, las
ideologías del parentesco patrilineal y el liberalismo humanitario. Finalmente, la analogía entre
adaptación animal e historia humana, tan útil como pueda ser en cuanto punto de partida, implica
una mayor uniformidad de las respuestas adaptativas a la competitividad ambiental de lo que es
mostrado por la evidencia disponible, tanto histórica como etnográfica. Se hace necesario un
modelo teórico que cubra el amplio cambio histórico de la cantidad a la calidad en la parentalidad
humana, y la diversidad cultural en los fines y medios de la parentalidad dentro de cada fase
histórica.

La siguiente formulación puede ser propuesta. Para cada sociedad, hay probablemente una
estrategia óptima de investimiento parental, esto es una forma más eficiente de maximizar las
metas parentales específicas a la cultura, a través de la regulación de la fertilidad y de la cantidad
de energía parental gastada por niño. La estrategia óptima es una función de: (1) los costos
esperables del tiempo de la vida y las contribuciones de cada niño a los padres (un concepto similar
al de Caldwell del flujo neto de riqueza entre generaciones, pero extendido hasta incluir como
costos y contribuciones cualquier cosa que cuente como tal en una cultura particular) y (2) los
medios disponibles para promover la proporción costo-contribución del tiepo de la vida de un
niño, desde el punto de vista promedio de los padres. La proporción esperable costo-contribución y
los medios disponibles para promoverla está a su vez condicionada por los parámetros socio-
económicos y demográficos prevalentes tales como la dependencia del mercado laboral, las leyes
sobre trabajo infantil, la obligatoriedad de la escuela, urbanización, tasas de nacimiento y
mortalidad infantil - más un arreglo de opciones y restricciones específicas a ciertas sociedades,
La Parentalidad en la Transformación Social 16

tales como la tenencia de la tierra rural y los patrones de herencia del empleo de los trabajadores de
clase media.

La estrategia óptima del investimiento parental para una sociedad puede no estar formulada como
tal por sus miembros, pero es reconocida por ellos en sus conceptos de éxito y fracaso parental. El
poligínico marido africano con 6 esposas y 50 hijos se aproxima a un ideal de un cierto tipo de
sociedad agraria, mientras que la mujer estéril o el hombre sin descendientes constituye entre ellos
un caso de fracaso. A la inversa, la pareja que está criando dos hijos altamente educados es una
imagen ideal para una sociedad urbana occidental, en la cual el fracaso es representado por una
mujer con 10 hijos que no se ha preocupado mucho por ellos, digamos con los cuales sido
negligente. Así, la estrategia óptima, aunque sea una construcción hipotética, está representada en
la conciencia parental a través de modelos culturales prevalentes.

En la medida en que hay estrategias óptimas de investimiento parental adaptadas a las amplias
categorías de sociedades, tales como sociedades agrarias e industriales, estas deberían ser pensadas
como variaciones constriñentes en los modelos culturales de parentalidad, dentro de cada
categoría, pero que no determinan el contenido simbólico que motiva a los padres a comprometerse
a sí mismos para implementar la estrategia. Cada sociedad provee el contenido simbólico a partir
de sus propias tradiciones y prepara a sus miembros desde los años tempranos para volverse
alguien que emocionalmente responde a los símbolos comprometidos. Esto conduce a
implementaciones diversas de una estrategia dada en diferentes sociedades de una categoría en
particular. Entonces, un modelo cultural de la parentalidad refleja tanto una estrategia general de
investimiento parental como prototipos culturales específicos para la acción simbólica de los
padres.

En sus extremos, las sociedades agrarias contrastan con las sociedades industriales en su estrategia
óptima de investimiento parental a lo largo de una dimensión cantidad-calidad. Las sociedades
agrarias pueden ser definidas para que incluyan aquellas en las cuales la mayoría vive de la
producción doméstica de alimentos y que implican el trabajo de los niños y están garantizadas por
altas tasas de natalidad y mortalidad y poca escolaridad. Las sociedades industriales pueden ser
definidas no solamente para significar que una mayoría vive del mercado del trabajo en las
ciudades, sino también con bajas tasas de natalidad y mortalidad y con los niños llendo a la escuela
y no al trabajo. Con una tal comparación polarizada es posible sostener que para todas las
sociedades agrarias la estrategia óptima consiste en maximizar el número de hijos, debido a que
ellos contribuyen más de lo que cuestan y de todas maneras se supone que no van a sobrevivir en
números que excedan a la demanda. Similarmente, uno puede sostener para las sociedades
industriales que la óptima estrategia es minimizar el número de hijos, debido a que ellos cuestan
más que lo que pueden contribuir y tienen excelentes posibilidades de sobrevivencia - por tanto
económicamente excesivas - y proveer a cada uno con una preparación intensiva y extendida para
competir en el mercado laboral. La evidencia indica, sin embargo, que las variaciones en los
modelos culturales de parentalidad dentro de éstos dos tipos polares no son triviales, aunque no
son incompatibles con estas exigencias. Entre las sociedades agrarias las actitudes y las prácticas
parentales variaban entre la Inglaterra preindustrial y el continente europeo (Macfarlane,1977) y
entre lo que podría ser llamado las culturas patriarcales de Africa y las de Oriente Medio, India y
China y las culturas menos patriarcales del sudeste asiático y el Pacífico.

Entre la sociedades industriales hay variaciones significantes que pueden ser ilustradas por el
Japón contemporáneo y los Estados Unidos. A pesar de su compromiso común para minimizar el
número de nacimientos y maximizar la escolaridad, las parejas casadas japonesas y
norteamericanas difieren en los medios que típicamente adoptan para promover las posibilidades
de supervivencia de sus hijos. Las madres japonesas se comprometen intensivamente en el
aprendizaje de los temas escolares de sus niños pequeños, de manera que ellas puedan ayudarlos
La Parentalidad en la Transformación Social 17

en las tareas escolares y en la preparación para los exámenes como una parte de su amplia
definición de su identidad como cuidadoras de estos niños. Tienden mucho menos que las madres
norteamericanas a trabajar por fuera del hogar durante los años de escolaridad de sus hijos. Sin
embargo, es más frecuente que las familias norteamericanas se dediquen a sí mismas al futuro de
sus hijos a través de la movilidad residencial; esto es, irse a vivir a comunidades reputadas por
tener menos crimen o mejores escuelas, incluso cuando los costos implican que las madres deban
trabajar para que la familia pueda costear esto. Hay una diferencia en las prioridades familiares, en
los conceptos de lo que requieren los niños y lo que les debe ser dado. Aunque se puede decir que
los japoneses de clase media y los estadinenses comparten una estrategia óptima de investimiento
parental, las condiciones sociales en las cuales viven (por ejemplo, la disponibilidad de alojamiento,
frecuencia de crimen, variabilidad en los estandares de las escuelas) y sus modelos culturales de
aprendizaje (ver White y LeVine 1985) difieren suficientemente en cómo conducen a diferentes
estilos de compromiso parental. Cada estilo incorpora un rasgo central derivado de las tradiciones
respectivas de los dos países: para el Japón, la intensa devoción de las mujeres a las tareas
domésticas de valor económico; para los Estados Unidos la movilidad residencial de la familia en
búsqueda de una mejor vida. Así, los estilos de compromiso parental no son simplemente
predecibles a partir de las estrategias óptimas de investimiento parental, al menos si se definen
ampliamente para las sociedades agrarias e industriales. No hay razón para crer que la
transformación de la vida familiar continuada a nivel global eliminará la diversidad en los modelos
de parentalidad o de realización de los diferentes estilos de compromiso parental.

Cambios en el curso de la vida


Los cambios en la parentalidad y en la familia en los cuales este capítulo se ha enfocado están
relacionados con una diferente estructura del curso de la vida en las sociedades agrarias y urbano-
industriales. Aquí debe hacerse una distinción entre lo que los padres quieren para sus hijos y lo
que ellos quieren de sus hijos. Los padres en todos las sociedades quieren cosas similares para sus
hijos: salud, economía, seguridad y la optimización de los valores culturales locales. Los patrones
diferenciables de las costumbres del comportamiento parental pueden ser vistos como respuestas
culturales al desafío en el cual los ambientes particulares ubican el logro de éstas metas (LeVine
74). Así, las personas con una alta mortalidad de los bebés y los niños tendrán prácticas parentales
diseñadas para proteger la salud y la supervivencia. Aquellos con economías competitivas
inestables tendrán costumbres más fuertemente dotadas para ganar el desarrollo de las habilidades
económicas y similares. Los padres no difieren fundamentalmente en las esperanzas que ellos
tienen para sus hijos sino en las percepciones - condicionadas por el conocimiento folklórico - de las
posibilidades de que sus esperanzas sean realizadas. Al percibir diferentes posibilidades, ellos
conciben soluciones locales que se vuelven prescripciones tradicionales para el comportamiento
parental. Ya que las tradiciones a menudo cambian lentamente o parcialmente, las prácticas
parentales de dos personas, de dos pueblos como el japonés y el estadinense es posible que varíen
incluso después de que sus parámetros principales ambientales les hayan ayudado a darles forma y
ya no sean una fuente de diferencia.

******
Sin embargo, cuando llegamos a lo que los padres quieren de sus hijos hay diferencias
fundamentales entre las sociedades urbanas industriales y las agrarias, con lo cual se inició éste
capítulo. Los padres agrarios quieren y se consideran a sí mismos con derechos para exigir retornos
económicos a corto plazo a nivel del trabajo infantil y a largo plazo la seguridad para sus años de
vejez. Estas metas, y la esperanza de que serán satisfechas, son predicadas sobre unas concepciones
La Parentalidad en la Transformación Social 18

diferentes respecto al curso de la vida de lo que prevalece en las sociedades urbano-industriales.


Allí, la familia depende del trabajo de los hijos para la subsistencia económica, los padres están
fuertemente motivados para seguir teniendo niños tan largo tiempo como sea posible; esto es, hasta
que la mujer alcanza la menopausia o incluso mucho después en las sociedades poligínicas donde
el hombre puede tomar varias esposas jóvenes para prolongar su propia carrera reproductiva. Así,
ser el padre o madre de un niño pequeño es visto como algo apropiado de la adultez en general, no
solamente de la joven adultez o de cualquier otro período limitado dentro del curso de la vida del
adulto. En contraste con la expectativa de los padres urbanos-industriales de una baja fertilidad y
de que la crianza o tener hijos sea algo que corresponde solamente a la mujeres jovenes, la
expectativa agraria es de que la crianza de los hijos es un acompañamiento normal de la vida
familiar en todas sus fases.

En las sociedades urbanas o agroindustriales, el período restringido de la parentalidad dentro del


curso de la vida de los adultos es un cambio mayor con relación al pasado agrario y uno que refleja
tanto como refuerza la disminuída sobresaliencia de la relación padre-hijo y de otros vínculos del
parentesco como atributos que definen la identidad social en estas sociedades. Esto es claramente
visto con respecto al asunto de la seguridad de los viejos. En el contexto agrario, la expectativa
parental de ser ayudado por los hijos en la vejez no estaba basado en la esperanza de una
generosidad filial. Por el contrario, estaba predicho con base en una organización social que
conectaba a los hijos y a los padres en relaciones activas a través de todo lo largo de la vida. Donde
existía producción doméstica, propiedades significantes de la familia y estabilidad residencial, al
menos algunos de los hijos se suponía que serían vecinos y co-trabajadores de sus padres hasta que
los últimos murieran. Donde también había grupos de descendencia incorporados o corporativos
las relaciones padres-hijos estaban públicamente encastradas en un sistema de continuidad y
reciprocidad intergeneracional, que incluía un código de mutua asistencia y confería una identidad
social a cada persona.

En otras palabras, la autodefinición de una persona en una sociedad agraria se suponía que
frecuentemente estaba basada en vínculos de parentesco en los cuales la parentalidad era
sobresaliente - no sólamente cuando los hijos estaban jóvenes sino también en su adultez. Donde
los padres se basaban en sus hijos para que les dieran asistencia en la vejez - y esto no era universal,
particularmente entre las sociedades preindustriales del Occidente - era como parte de la
organización local de las relaciones que se definía la participación de cada persona en la sociedad.
La transformación urbano-industrial fue un crecimiento de nuevas formas de participación social
ya no definidas por el parentesco y la localidad y que ya no necesariamente envolvían la
parentalidad reduciendo así lo sobresaliente de aquellas relaciones en las identidades sociales y en
la autoevaluación de los adultos. Los conceptos de las relaciones padres-hijos como relaciones a lo
largo de la vida entre adultos dieron lugar a un concepto de parentalidad como la crianza de los
pequeños hasta una autonomía madura en la cual sus futuras relaciones serían óptimas. Donde los
padres habían visto su futura vejez como el tiempo en que los beneficios de la parentalidad - en
cuanto a respeto social de la comunidad, tanto como de los parientes - serían más esperables, llegó
a ser vista como el tiempo donde para muchos el nido está vacío y la parentalidad prácticamente
se ha terminado. La prolongación del tiempo de la vida y la provisión institucional de pensiones
para la vejez también han contribuido a las concepciones urbano-industriales del curso de la vida
del adulto, en las cuales la parentalidad es una fase intermedia de la adultez, con una sobresaliente
y cada vez mayor fase postparental.

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