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HOLOCAUSTO

Advertencia:
Léase bajo su propia responsabilidad.
ὁλόκαυστος
holókaustos:
hólos "todo"
kaustós "quemadura"
‫השואה‬,
HaShoah
"la catástrofe"
“El mundo me dice lo que tiene
que ser. Hay una llama viva.
Tendré que decir lo que tenga que
decir —o callarme.”
—David Huerta, Incurable.
I. Kristallnacht

“The past is never dead. It’s not


even past.”
—William
Faulkner
Sin palabras y sin la habilidad
de callarme
puedo decir que
no le tengo miedo a la noche.

La oscuridad es un llano
donde me encuentro con los fantasmas
de antaño y platicamos sobre todos
los cuchillos que aún llevamos en la espalda;
las balas ruines que nos han vuelto estiércol.

¿Cómo temerle a la noche?


Madre eterna y callada
que me ha escuchado siempre,
cobijo y cuartel donde puedo estar
sola sin pensar
en todo lo que he destruido
toda la comida en la basura
todo el papel en el desagüe.

El trueno y la tormenta son los únicos


resabios de las puertas del infierno
que me tragaron entera
y me escupieron de regreso
cuando la oscuridad me forzó
a despedirme de todo lo que pensé
importante.

Mi vida, a veces, no parece más


que un basurero
donde sólo queda el calcetín izquierdo
y se está condenado a vivir sin simetría.
Mi vida es, a veces, un reflejo en un espejo roto
que se dilata y se refracta, que deja que
las imágenes estén tan rotas como
los habitantes que las prefieren.

La noche usa mi cuerpo como arma,


mi boca: un infierno que derrite,
mis brazos: un par de cuerdas
para amarrar alrededor de un cuello
hasta que las carnes se vuelvan tan celestes
como el nocturno techo que me protege
en las sombras.

No podría tenerle miedo a la noche,


es el mejor momento, el único adecuado
para encender las velas que han guiado
a mi gente, es la cortina irresoluble
y eterna que me ha perseguido en el escape,
no podría tenerle miedo a la noche,
el último amparo ante las risas y lo siniestro
porque está bañada de música
y creo que entiende
y conoce mi raíz.

No me da miedo la noche,
yo salí de allí, pero hay tantos otros infectos
que se alimentan de las sombras
que ha aprendido a esconderme de las
llamaradas, de las ventanas rotas,
de un rugido terriblemente humano,
de todos los que me siguen persiguiendo mientras
las piernas se me vuelven ácido,
y la sangre no es más que líquido de batería
en el que me ahogo cada vez que escapo.

El desorden es una característica humana,


es huella de que hemos pasado por el mundo
pues lo único que sabemos hacer es tomar
el equilibrio de las vidas que nos rodean
y descarapelar todo lo que son, dejando
pedazos regados por el suelo. Trozos que
con suerte tendrán la suficiente solidez
para resistir el momento en que, además,
les pasemos por encima.

Arena de lo que quedó.


Al final el artificio también
se convirtió en arena.
II. Dachau

“Give me hope in silence/ it’s


easier, it’s kinder…”

—Mumford & Sons


1.
La vida, esa serpiente redonda
es siempre volver a aprender,
aprender a escribir, a descifrar
a entender un código vital que
me golpea la cara
todos los días.
2.
La ráfaga inestable siempre
devoradora de espaldas
que retumba en el reflejo gris.
La ráfaga que todavía me sostiene
no es más, no es una voz, no es un sonido.

No hay imagen que pueda contenerla,


las raíces muertas
la sal de la tierra
el veneno que paraliza…
La ráfaga del eterno cambio no es
un contenido
no se puede vaciar en palabras.

¿Existe la consciencia cuando se trata de


viento que desgarra?
De la impotencia y el silencio
y todas las cosas horribles hay tantas palabras
que a fin de cuentas terminan
huecas.
‘Nada’ y ‘nunca’ son, al final, conceptos
que sólo cuando se pierde
se pueden entender.
En la ansiedad y la impotencia
hay siempre un movimiento constante,
una calma agredida
de hormigas y pulgas
que trepan por mi cara
y se comen lo que yo creía que era.

Abajo de la cera
de la carne
y las arrugas o los nudos
todavía existe una esencia marina
calada de sal y llena de guano,
todavía estoy hecha de piedra,
sigo cubierta de tiza
con un espíritu interior
que prefiere dormir veinte años
y ser olvidada,
ser transformada en estatua.

Poder ver pasar el tiempo


sin ser tocada por sus convites
ni tener que participar en esas
fiestas donde siempre soy una extranjera.
Abajo de la cera
bajo la carne:
una sirena que gime
también me llama y me alejo
de su afrodisiaco y mortal canto.

Pero las pulgas…


Las pulgas, las hormigas…
los insectos son horrendas plagas
que se atragantan
por las noches
y me hacen rogar
por las amputaciones.

Llévense la carne
si se van a llevar toda la mugre
que lleva encima.
Bichos, llévense la carne
si me van a dejar más limpia
en lugar de más pútrida.
Llévense la carne
si con ellas se van las cicatrices
y las huellas de todas las personas
que me mancillaron.

Llévate la llamada atroz


que en mi interior habita;
el ruiseñor ruidoso,
la tambora nocturna
que me arrastra siempre
al risco, al peñasco.
Con la piel y con la cera,
llévate esta voz tartamuda,
esta boca rota, esta voluntad quebrada.
Que el aislamiento
y las cajas de huevos tengan propósito.
Para que cuando salga desnuda
y odiándome del otro lado de este viento quemazón
haya habido una razón,
una razón para estar rota
o para llegar a la locura
sin aviso previo.

Montar en cabra hasta la casa


de la traición, y decir
poder decir: después del tren
y las larvas,
y las hormigas
quedo aquí, de nuevo,
para que la luz me limpie
para que el agua me rescate
para que el fuego me traiga
otra vez al mundo.

Dejaré que me transformen


los insectos, que me devoren
que me golpeen,
que se lleven la impotencia
y el silencio.

Que lo que resulte,


lo que salga de mí
pueda dejar atrás el zumbido
y el trueno.

Aunque el virus
sea algo que tenemos que cargar,
como la bala en la pierna
o la peluca anticuada.
El virus está hecho para ser una maleta
que me acompaña, intermitentemente,
en todas direcciones
como el libro favorito
y la melodía de antaño.
Pero el frío de la ciudad,
la lluvia gris que me bautiza cada tarde
con un golpeteo que grita
que quiere más… el frío y el virus
no se llevan por gusto,
viven en otra altura
y caen sobre la espalda
mientras se camina;
no ven ríos ni montañas
porque no tienen ojos ni oídos,
son peores que la añoranza
y con nostalgia pesan
como piedras en las botas.

El virus es una lengua en constante parpadeo,


una mano que tiembla
y todos mis tropiezos,
el virus es la lija contra la cara,
la visión perdida,
el ojo vacío por siempre.
3.
Quizás el silencio sea
una buena respuesta,
ante el jardín podrido,
ante la ruptura cíclica
de mis pronombres;
quizás el silencio
sea eso que me queda
de consuelo.

Un silencio mío
ante la repetición constante
y giratoria,
rondando y comiendo.
¿Cómo voy a hablar yo
de infinidades?
Veinticinco años me
han dejado sin lengua
y sin párpados.
A veces tan solo
una sombra rígida
que gira con el tren
hasta el disparo en la nuca.

Frente a todo este vacío


el silencio es algo
que me queda
que me abrasa
que me hiere.
Es un signo sin ruido
un chirrido interior
que reverbera quieto y fugaz.
4.
Quizás no saber no es el peor
de los males,
tal vez es una aflicción
que solo el tiempo cura
que solo el agua borra.

Quizás la ignorancia
ni siquiera es un mal
que deba importarme.

Tal vez he olvidado,


entre el saber
y los libros,
que todavía tengo la capacidad
de alzarme
de cultivar piernas
y escupir el veneno,
de sembrar manos
o expandirme
hacia la vastedad
que he considerado desierta y pedregosa,
pero que es una
sombra o un velo
y tampoco he encontrado
el camino, ni la forma
de recorrerlo.

Quizás no saber
no sea el mayor de estos abismos,
hay peligros más prominentes
dormitando entre los huecos
de las cosas que conozco:
Perder la voz ante el enemigo,
tornarse en drenaje
hoyo negro
mujer de hojalata…
riesgos más cercanos
que cerrar los ojos
sin saber qué va a suceder cuando los abras…
La incertidumbre debe ser una maldición
general, y quizás en la batalla
o en el canto
volar sin rumbo no es la peor estrategia.
III.Auschwitz

“A woman who writes feels too


much, those trances and
portents! As if cycles and
children and islands weren’t
enough. She thinks she can
warn the stars. A writer is
essentially a spy.”
—Anne Sexton
1.
Todo el dolor,
todo la víscera…
Andar entre los
restos de las zonas de riesgo,
beberte el pasado
en un vaso alto de cristal,
llegar al precipicio a sentarte
de pierna cruzada,
como si nada de esto
tuviera importancia,
como si el tiempo
tuviera también la facultad
de dejar desnudo al sonido.

Desear el perdón
o el pasado es cosa de antes,
el deseo es algo que se va
que te es arrebatado
dejando sólo la necesidad,
a veces la angustia…
el deseo pierde su inmanencia,
se consume en perfectividad.
2.
Me duele la luz
Cada filamento
onda
partícula
que me toca es una herida abierta
es un puñado de sal
o lodo en los ojos.

Me duele la luz
En los músculos,
las rodillas,
la nariz.
Me zumba en todos lados
y retuerce mis fibras e hilos
hasta que me revuelco.

Me duele la luz
cuando entra por mis orejas
o me toca la piel;
me pellizca dentro del cuello
me deja inmóvil.

Pero la noche
no me permite
dibujar, la oscuridad
me deja añejarme
y encerrarme, y evita los dolores,
pero la luz me expone
como nervio vivo
para destruir todo lo que está a mi paso.
3.
¿Qué se hace con un
instinto destructor?
¿Una pulsión de muerte
intermitente que te aguijonea
cuando intentas dormir?

¿Cómo lo ignoras?
Cuando te mastica desde
las entrañas en busca de salida;
cuando se revienta y explota
como un centenar de pequeñas
ámpulas supurantes.

Una pulsión que suena a grito ahogado


y patalea entre el ácido
de tus siete estómagos.

Callarse siempre parece ser una


respuesta adecuada,
coserse los labios con hilo nylon,
fundirse la garganta con cromo.

Es un remedio tonto
cuesta mucho, y sirve poco,
pero no incomoda,
evita los golpes de las olas
contra las paredes de la casa,
calma a las bestias
que crujen desde los huesos
infectos de fiebre amarilla.

Frente a los golpes


y las olas y las puertas cerradas,
el silencio propio, aunque renuente
parece seguir siendo el último bastión.

Es mejor cerrar los ojos


y hundirse en un mar plateado y espeso
que nos anega,
nos tira,
nos sumerge.

No hay otra manera de doblegarlo,


el instinto yace inerte y orgánico
bajo los pies del mundo,
esperando su momento,
quemando cirios para marcar el tiempo
y en la oscuridad atacar.

Volverse el dueño de las cavernas,


mover todos los hilos
y jugar con todos los espectros
usando tu boca para vilipendiarte
dejándote caer, por fin.

No hay manera de detener el instinto,


las bocas que te muerden
el interior del cerebro
sin unírtele eventualmente
darle la mano, y en la oscuridad también
volverte bestia.
4.
¡Qué consuelo tan tonto!
Pensar que al menos
todos mis antepasados
se sintieron así:
perdidos en la desolación,
mancos y frustrados
lentamente ciegos
pero llenos de esa luz
que abre la cabeza.

¿Por qué habría de consolarme


saber que ya han pasado
por estos túneles?

¿Que se bañaron en el verde,


que se atascaron la boca
de moscas vivas con la esperanza
de volver a vibrar?

Ellos que hablaron con roedores


y soñaron con hijos, mesas o comidas matrimoniales;
ellos que sangraron en teléfonos de Cádiz,
se comieron la vida en granadas
o cantaron con tono de sable;
todos ellos antes de mí
que también lo vivieron, y al final
desaparecieron y ya.

¿Qué hago ahora con eso?

Saber que quizás no importa


y esta tristeza, este vacío versificado
es infinitesimalmente eterno,
incorruptible; allí, siempre allí.

Quizás es verdad,
no nos quedan más comienzos.

Tal vez ya no hay


nada más a que cantarle
y mi destino esté aquí
para ahogarme como
semillas en la garganta.

No tener más que basura


en la boca,
suciedad en las plantas
de los pies,
culebras de miedo
que brotan de los ojos.

No estar en ningún lado


y ser ignorantes del espectáculo
que damos al no pasar
por ningún lado
a ninguna hora.

No llegar a ser sombra,


pero sentir y saber que todo
es una herida
abierta.
5.
¿Qué hace uno
cuando se le han cerrado
todas las puertas
y ventanas?
¿Cuando tu última
ficha ha sido
tirada a la basura
y no tienes más con qué
apostar?

Quiero quedarme quieta


hasta volverme
tronco.
Sentir cómo se me endurece
la piel hasta que nada pueda
tocarme.
No de verdad.
No por dentro.

Quiero sentarme en
cualquier lugar vacío
de esta enorme ciudad
y dejar que me consuma.

Sentir el asfalto en mis


muslos y dejar de tocar
su dureza como algo externo.
Ser solamente una estatua
de bronce destruida y maltratada.
inexplicablemente alejada de
todos. Y dura ante la mirada fugaz.

En esta vida solo quiero


dejar de ser de carne,
prefiero la corteza dura,
el asfalto negro
o el bronce maltratado,
a seguir siendo este frágil
vehículo acuoso,
rojo
y cubierto de escamas.

No hay reinos qué intercambiar,


pero cualquier palabra sería mejor
que persona.

Y es que, ¿de qué sirve ser persona


cuando eventualmente
todos terminamos siendo
objeto?

El esfuerzo no sirve
para nada
si la muerte está siempre
al lado, siempre buscando
y es evadida a veces
por una mera casualidad.

No hay destino más trágico


que éste, el de esperarla,
sabiendo que también
ella me evita
porque no quiere conocerme.

No me sorprende.
Nunca he sido nada
y a la nada misma
es a donde voy.
No me sorprende
en un año de rechazos
y caminos vacíos,
encontrar que de nuevo
no hay nada qué hacer cuando
me coma el vacío.
6.
Nadie me dijo
que para la poesía tenías
que confiar.

Que el proceso
de desentrañar
los símbolos y las figuras
era también un acto
de confianza:
en la tinta,
el papel,
el teclado.

Nunca pensé que era


algo que debía enseñarse,
que solo la confianza
te iba a permitir
hablar con la boca
de veinticinco faraones;
que el salto de fe
era el que hacía posible
que bailaras en círculos feéricos
o pudieras platicar con Caronte
sobre toda tu decepción.

No pensé que la voz


fuera algo que se perdiera,
como la casa que se quema
o el calcetín izquierdo
de la memoria.

Creí que la vergüenza


era más importante;
que te mantenía recto
ante la inmediatez
de tus palabras.

Pensé que el temple


o la paciencia ofrecían más
al asediado pensamiento que canta,
deseché la confianza
como a un trapo sucio.

No pensé, obviamente no pensé,


que al perder la confianza,
perdería con ella la voz.
Ahora no confío en nadie

Le perdí la fe a la gente
y tampoco puedo escribir
lo que quiero escribir.

Me arrancaron la ventana
de estas jambas manos,
me asediaron desde adentro
y en todos los rincones de confianza,
estoy afónica de in grito
que no he dejado de gritar
pero nadie me oye.

Porque no tengo la confianza


para hablar.

Así no hay forma de hacer poesía.


[Mejor me hubieran amputado las manos.]
IV. Normandía

“there is a place in the heart


that will never be filled
and
we will wait
and wait
in that space.”
—Charles Bukowski

“We are selfish, base animals


crawling across the earth;
because we have brains,
sometimes we can aspire to
being something less than
evil…”
—House M.D.
1.
Caminé por la ciudad devastada
entre sombras y perros.
No había nada.
Escombros y polvo,
la guerra en verdad
estaba perdida.
Tuve los pies planos
sobre el cemento
de mi dignidad rota,
¿qué me quedaba?

Cerré los ojos para volar,


aunque solo fuera
hacia mis adentros.
No quería darme cuenta,
no quería ver.

Yo era la ciudad asediada


y devastada,
yo era el temblor
y la sombra,
yo era el gris
y el granito.

No podía dejar de volar


sobre mi derrumbe,
tocar tierra era aceptar
que todo estaba perdido,
que de mí ya sólo habían escombros.

Con tantos trozos


y tantas ruinas,
yo no era nadie
para levantarme
y correr.

Así que me volví estatua


y decidí dormir 40 años,
hasta que las deudas se olvidaran.
Y yo dejara de sangrar
en rojo neón
un montón de ventanas
desde el plexo solar.

Decidí dormir hasta dejar atrás


el olor
de la putrefacción blanca
y la cal.
Decidí dormir hasta dejar
de sentir culpa
por acercarme tanto
a lo que sólo podía ser
una bomba a punto de estallar.
2.
Nadie decide su propia muerte.
Ni quienes lo “deciden”
lo hacen en realidad.

Siempre quedan fantasmas,


y una cara bonita que
esconde todo el horror detrás.

Como los faros


a mitad de la noche
esconden a las alimañas
entre sus sombras.

O un dolor nuevo opaca


a los de antaño,
y una boca llena de pastillas
le pone un antifaz a
una
vida llena de síntomas
que no se han tomado en cuenta.

Me duele toda esta suavidad,


las palabras dulces de los amantes
me provocan arcadas sublimales,
me ciegan en mi propio
interior minado.

Cada esquina lleva un rifle,


todos tienen los dedos frágiles.
Llevo de mi interior la vejiga henchida,
los intestinos hechos trizas,
el estómago un saco roto,
todo el destrozo en los brazos.
Llevo en mi interior
un relleno de infecciones,
pero todavía me arrastro;
levanto pesadamente los pies
de la arena mojada
para ver el horizonte.
Pues todavía quiero ver el horizonte,
sea un sol que se posa
o se eleva, se la tormenta arremolinada
en gris
o un océano lodoso
que me arrolle.

Prefiero caer de frente,


con los ojos en esa línea fija
y vislumbrar por vez primera
un amanecer que me ha eludido
durante veinticinco años.

Tocar el cielo con las costillas


rotas y el aliento entrecortado
es mejor que no intentarlo nunca
y pasarse el tiempo
escondida en una trinchera,
contando los minutos
antes de salir a enfrentarme con el mundo.
Sin máscaras y sin cascos,
sin siquiera una mano a la cual asirse.
3.
El paso del tiempo
supone una mejora
en todos los males
que cargamos con nosotros.
El tiempo cura todas las heridas
y borra las cicatrices.

O no.

Y entonces no te queda
más que buscar otras
salidas al lodazal
en el que te hundes
sin darte cuenta.

Debe de haber
una forma para encontrar
el fondo duro de este
pantano en el que te revuelcas,
debe de haber una manera
en la que el agua que respiro
no me jale más
hacia una profundidad oscura,
ni me ciegue o me encierre
en un pequeño abismo
que sólo quiere comerme.

Un cuerpo humano está


compuesto en su 70% de agua,
pero debe de existir una manera
de evitar volverse líquida
en este pantano que me atrapa.

Tienen que existir métodos


para meter los pies en la arena
y no volverte una estatua de sal
porque el agua llama al agua,
el lodo al lodo,
el pozo al pozo,
el pantano al pantano,
y el agua al agua
y en fin, quizás no me quede más
que rendirme ante los elementos,
ante el mar,
siempre atrayente, siempre sofocante
que me convoca a sus huestes
para volverme a él,
rendirme en él
y transformarme en vertiente
o en espuma,
ser parte de las voces
llevadas por la brisa
atrapadas en las conchas.

Esas voces que me llaman


al agua, al peligro inminente
pero debe de haber
formas para no dejar
que el mar me lleve,
aunque ese sea mi deseo,
aunque yo quiera que lo haga
y su invitación sea tan atrayente
como para que una tibia caricia
de sus vientos en mí
sea suficiente para
llenarme de piedras,
o beber veneno
o bañarme en concreto
y dejar que el azul
y las profundidades
se traguen todo lo que me está
asfixiando.

Y es que amar el mar,


me puede convertir en mar,
sin tener que mancharme de nuevo
los pies con arena.
4.
Por más que la arena
me pese en los zapatos
y haya días en los que
no me pueda levantar,
ha llegado el momento
de dejar todo lo negro
atrás.

Me he estado llenando
de agua de mar
en este proceso tan complicado
para cristalizar
esta
herida
abierta

El eterno retorno del mar


me persigue hasta en el dormir
y no me permite
quedarme quieta
ante los momentos
pálidos de la brisa.

El eterno retorno al mar


me hace ver
cómo se disipan las nieblas
y el gris,
pero el proceso,
el viaje de regreso
es más difícil
que hacer crecer un árbol
en este desierto
que dejé que se volviera
mi alma.

Hay que pelarse el espíritu


de estas escamas,
hay que dejar
que se sequen
los tamarindos al sol
y caigan, crujientes
y amarillos,
ante estos pies,
mientras platico con los muertos.

Hay que irnos muriendo


nosotros mismos
para encontrar ese otro
yo
que cargamos en el pecho.
5.
El rojo neón
que tanto me ha envenenado;
esa luz nocturna
que me destrozó toda
y tuve que tragar
poco
a
poco
está siendo
lavado
por el agua salada
de todos los océanos.
Cada día es un
nuevo bautizo
que limpia mi cuerpo
de todos estos miedos.

El bramido de la brisa
y las olas
han hecho coro
a mi grito callado.
Todas las sirenas
han llorado conmigo
en un continuo plañido
de algas;
y el grito
es ahora coro divino
atrayendo a marinos y perros
por igual
a sus muertes,

Todos los días,


hay un bautizo nuevo
y me alzo con el cabello
encendido
y la piel roja
brillante,
ahora descarnada
y lista para entrar
a la crisálida luciente.
Volver a tener cuerpo
y entender cómo usar
las manos,
los pies,
los ojos,
será entender el
círculo propio de todo esto,
y cómo la fortuna
en su eterna redondez
está girando mis
sombras
en otra
cosa.
V. Nuremberg

“No hay poema que no se abra


como una herida”
—Jacques Derrida

“The passion for destruction is


also a creative passion.”
—Mijail Bakunin

“The soul unto itself


Is an imperial friend,—
Or the most agonizing spy
An enemy could send.”
—Emily Dickinson
1.
No existen los lugares perfectos
todos han estado manchados
por la sangre del pasado,
no existe la vida perfecta,
y quizás,
la vida no vale nada
pero quiero estar aquí,
para ver qué es
lo que pasa.

Quiero caminar con los


ojos abiertos, aunque me dé asco
mi alrededor
aunque me dé asco
yo misma,
asco y vergüenza.
Prefiero gritar entre
el rayo y la arena,
encontrar un ombligo
al cual asirme
o una mirada paralela a
la mía,
que seguir ciega entre
todo el derrumbe.

Deberé sumergirme en
estas aguas abiertas
de inevitable destrozo
para salir limpia
de nuevo,
sin el futuro
que me quieren adjudicar,
con los huesos transparentes
y poder contemplar
lo que se quedó
entre las redes y las algas:
como un disfraz
de papel
usado y listo para la basura.

Mis propias aletas verde-azules


se estuvieron pudriendo
hasta ahora,
que todo se ha deslavado
desvanecido
desencajado
despedazado.

Para encontrar
otra voz en el eco
de mi caverna torácica;
una voz tranquila y
aniquiladora
que monumentalmente
se apoderó de mí,
como el agua de la que
salió,
el agua de la que
dejó de esconderse;
una voz que nació también de la lluvia,
que ha surgido de otros tiempos
para que pueda caminar
sin volverme sal
o nadar sin convertirme
en agua misma.
2.
Es difícil andar
con la arena
caliente
quemándome las plantas
y el rugido del mar
llamándome a sus adentros.

Es difícil regresar
a la vida,
no llorar en el hartazgo,
cuando todo el azul marino
te llama por tu nombre
y te seduce
y te embriaga.

Pero el sol quema todo


lo que toca, y el salitre
blanco transforma la luz
en un óxido que llueve
a todas horas.

El mar me ha expulsado
limpia, me ha dejado
nueva, blanca como un huevo
pero sus atrayentes fauces
no tienen consuelo
y no borran el pasado,
solamente me han
bautizado una vez más
para que salga a la tierra
y me levante en
dos pies.

Es difícil andar por la arena


cuando eres un nervio vivo,
y todo el dolor
ha tomado el lugar
de los otros todos,
cuando tú mismo te has vuelto
la quemadura
o la llaga en los pies,
o el ardor de la sal.

Es difícil andar
sin arrastrar la arena
hasta tus propios interiores
y dejar que lije hasta la sangre
las cosas que llevas dentro,
porque la guerra,
este suplicio
en blanco y rojo,
es algo que uno carga siempre
consigo,
es un batalla perpetua
contra Neptuno
y lanzar estacas contra las olas,

es saber que la espuma


se deshace con el viento
y los caballos blancos
que me jalan, al final,
son solamente agua de mar,
y por más que me froten
no me terminan nunca de limpiar.
3.
No hay ya más pueblo
al que regresar,
el hogar se ha perdido
entre cualquier cosa
que haya servido de metralla.

Simplemente no hay a dónde


regresar, las bombas
han caído, y lo que creías
familiar son solo despojos
ante los cuales
tu boca se queda muda
y seca
llena de tantas cosas quemadas.

“El amor es para tontos”


me gritan unas fotos viejas
y cuarteadas por el sol,
amarillas y ancianas,
otros restos de esta guerra,
quizás testigos único
de esta voluntad perdida.

¿Para qué quiero seguir viva?


¿Qué de nuevo se me ofrece,
qué ropas podrían revestir
estas llagas y cicatrices
que el mar no ha logrado curar?
Una nunca piensa en las cosas
que vamos dejando atrás,
las culpas de antaño,
las conquistas pírricas,
los libros prestados;
al final hasta esta vaporosa alma
que clamo mía se quedará
aquí
sin más que mis propios recuerdos
fantasmas.

“El amor es para tontos”


me gritaron los cañones
que defendieron lo que pudo ser
mi origen.
El amor en botella me parece mejor opción
ahora que ya no puedo
ni preguntarle a la brisa
cuál podría ser mi futuro.

Desde este infierno


en el que creo que me imbuí
a mí misma, por tonta
sólo que no hay más quizás
cuando has quedado hecha jirones.
4.
Quizás cuando todo termine
es mejor admitir
todos nuestros errores,
todas las cosas en las que no equivocamos.

Aunque no exista el movimiento


y estemos levantados,
con los pies sobre una vieja
tumba, quizás incluso entonces
es mejor poder hablar de despedidas,
porque son esas todas las palabras que nos quedan,
aunque sean esas todas las palabras que nos queden.

La más punzante y precisa palabra


es la única que no quiero
proferir.
Estaré mejor en el barco
hacia el suplicio del secreto
que viviendo en la eterna
vergüenza de haber sobrevivido
el rapto
y que el mar no pueda
curarme
o limpiarme
o reestablecerme.

Y es así, en el juicio último de


mi guerra interna
que tomo mis losas
hacia la marea,
que nado
sin maderas,
sin delfines,
sin esperar

otra cosas más que el destellante


abrazo de las olas
y el cementerio marino
que al sur de la Galia
será mi postrera morada.
CODA.

Mi muerte y mi condena,
esta jaula que me rodea
eternamente
me ha dado la oportunidad
dorada de no tener
que preocuparme por el resto del mundo.

Esta muerte en guerra,


con todo y jaula, me dio
el espíritu del habla,
me regresó la música,
pues después de esta muerte
ya nada puede matarme.

Perdí el cuerpo, y el amor,


y mi humanidad,
mas en mi muerte
encontré partes que creí
que en mí no podían existir;
una tenacidad viciosa
que no me deja quedarme quieta,
la libertad de beberme
el mar entero
sin sentir ya la sal,
abrir la boca sin tener
miedo y encontrar en la noche
una compañera
silente y hermosa.

Un manto y una corona


de oscuridad y coral
que el océano
ha puesto sobre mí para cobijarme.

Esta muerte en vida, después de vivirla y morirla


me ha regresado la música
del destello marino,
la memoria casi teñida de melodías,
como un universo hecho de redes
resguardado en cantos
de partículas de violín,
un único espacio contenido
que aún me pertenece
en lo idéntico y lo misterioso:

Irreductible,
como caer en las visiones
errabundas y flexibles,
penetrar los cenotes
y descender
sabiendo que siempre
volveré a flotar
hasta llenarme los pulmones
del olor verde de las plantas
y las rocas.
Salir y pensar de nuevo
en la arena que besa arena
de ese sueño tan anhelado
y tanto tiempo congelado,
ahora bajo el sol.

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