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Criterios de Interpretación de los Derechos

Fundamentales'

Pablo Pérez Tremps.

1. Planteamiento general.
El tema sobre el que me han pedido que disertara es el de los criterios de interpretación de los derechos
fundamentales, cuestión que, como a nadie se le escapa, entraña una notable dificultad ya que constituye uno
de los elementos centrales del modemo Derecho Público. No puede esperarse, pues, que en una exposición
de estas caracten'sticas se agote dicho tema; en consecuencia, he optado por intentar sistematizar algunas de
las ideas que me parecen más importantes de cara a facilitar el intercambio de experiencias entre juristas de
distintas nacionalidades. Aunque, como es obvio, parto de una formación y una experiencia incardinada en el
ordenamiento jun'dico español, mi exposición no se centra en ningún ordenamiento en concreto, si bien sí
hay referencias puntuales a la Constitución peruana.
Como última consideración introductoria quisiera dejar claro desde ahora que me voy a referir,
básicamente, a la dimensión material del problema, pero sin olvidar la estrictamente procesal ya que,
adelantándome a lo que más adelante expondré, la actual convivencia de una pluralidad de ordenamientos y
de jurisdicciones de ámbito nacional e internacional plantea problemas que afectan directamente a la
interpretación de los derechos fundamentales.
Entrando ya en el tema, creo que hay que partir de una idea que, aunque de sobra conocida,
conviene tener presente. Los preceptos constitucionales, en general, y muy en particular los
preceptos relativos a los derechos fundamentales son, como regla general, previsiones dotadas de

* Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Diplomatico en Sociología Política por el Centro de Estudios Constitucionales
de Madrid

' Se recoge en estas páginas la conferencia pronunciada en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y en el Colegio de Abogados
de Lima dentro de las Jornadas de Derecho Constitucional organizadas por la Academia de la Magistratura de Perú, la Unión Europea y la
Agencia Española de Cooperación Internacional dentro del Proyecto "Formación y Capacitación del Poder Judicial en el Perú". He creído
conveniente mantener la estructura de la conferencia introduciendo sólo los títulos de los epígrafes para facilitar su lectura.

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un alto grado de abstracción, abstracción que deriva, precisamente, de su naturaleza constitucional.
En efecto, en la medida en que la Constitución define el marco general de convivencia de un
Estado y de la comunidad política que en él se asienta, sus mandatos han de ser lo suficientemente
flexibles para permitir opciones distintas de poder dentro de los principios democráticos; a tal
cosa se une que la Constitución debe nacer con una voluntad de estabilidad que la deje al margen
de las coyunturales mayorías parlamentarias reservando sus reformas a "decisiones de Estado"; por
eso, muchos preceptos son voluntariamente vagos, renunciando el constituyente, incluso, en ocasiones,
y en términos de un autor alemán, a fijar "su verdad" o "una verdad objetiva" para que esa verdad
se concrete en cada momento histórico. Estas consideraciones, entre otras, explican que todos los
intérpretes de la Constitución, en especial el legislador que debe desarrollarla y las jurisdicciones
ordinaria y constitucional (en su caso) que deben aplicarla, cuenten con un margen amplio en la
interpretación, jurídica (gramatical, histórico, sistemático y teleológico) resultan insuficientes para
interpretar los derechos fundamentales en el Estado constitucional. Ahora bien, obsérvese que
esos criterios son insuficientes, pero no inútiles, haciendo posible, a menudo, un primer acercamiento
a los problemas.
Partiendo de la flexibilidad de los preceptos que consagran los derechos fundamentales, tres son las
ideas que van a servirme como hilo conductor de la exposición sobre la interpretación. En primer lugar la
posición preferente que tienen en el ordenamiento constitucional; en segundo lugar, y estrchamente conectado
con ello, su tendencia expansiva, y, en tercer lugar, la dimensión institucional que poseen los derechos
fundamentales dentro de ese mismo ordenamiento. Para concluir, como ya he adelantado, intentaré analizar
algunas cuestiones derivadas de la convivencia entre declaraciones estatales e internacionales de derechos
que deben aplicarlos.

2. Posición preferente de los derechos fundamentales e interpretación.


Señalaba que la primera idea que debe presidir la tarea del intérprete de los derechos fundamentales es la
posición preferente que éstos ocupan dentro del ordenamiento,
La posición preferente de los derechos fundamentales deriva, en parte, de su ubicación formal dentro
del ordenamiento jurídico: al tratarse de instituciones jun'dicas constitucionalizadas gozan de la preeminencia
que la Constitución posee dentro del ordenamiento como lex legis y norma normarum. Pero, a su vez, esa
posición preeminente tiene también un fundamento material y no meramente formal. En efecto, si bien es
verdad que los derechos fundamentales lo son por estar reconocidos en la Constitución, también lo es que
la Constitución los recoge, precisamente, por tratarse del reflejo jun'dico de los valores éticos de libertad y
dignidad básicos en la sociedad democrática; es por eso por lo que los derechos fundamentales no pueden
entenderse sin Constitución ni la Constitución sin derechos fundamentales.
Esa posición preferente de los derechos fundamentales repercute Ce manera directa en la labor
hermenéutica, habiéndose concretado en criterios o topo/ tan clásicos como la "prefered freedom doctrine"
afirmada por el Tribunal Supremo norteamericano, o el principio de "favor libertatis" más propio del Derecho
Continental. Así, los derechos fundamentales se convierten, por una parte, en el parámetro material básico

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que debe ser utilizado para la interpretación de todo el ordenamiento jurídico. Dicho de otra manera, en la
medida que el contenido material central de la Constitución lo configuran los derechos fundamentales,
afirmar que el ordenamiento jurídico debe interpretarse de acuerdo con los derechos fundamentales. Pero,
a su vez, esa interpretación está guiada por un criterio directamente deducible de la posición preferente de
los derechos fundamentales: la interpretación del ordenamiento de acuerdo con los derechos fundamentales
debe llevarse a cabo de la manera que éstos resulten más eficaces, en la forma en que éstos desarrollen su
mayor potencialidad; dicho en términos más acuñados, no basta la "interpretación conforme con ...", sino
que debe llevarse a cabo la "interpretación más favorable a...",
A partir de ahí, pueden formularse dos ideas que conviene que el intérprete tenga presentes
en su labor. En primer lugar, la interpretación del ordenamiento de acuerdo con los derechos
fundamentales exige interpretar éstos puesto que hay que determinar. cuál es su sentido más favorable,
lo que equivale a decir que la interpretación del ordenamiento de acuerdo con los derechos
fundamentales presupone en buena medida la interpretación de los derechos fundamentales.
En segundo lugar, la vinculación preferente del intérprete a los derechos fundamentales tiene una
doble dimensión: vinculación positiva y vinculación negativa, Por una parte (dimensión negativa), los
derechos fundamentales forman una barrera más allá de la cual el intérprete no puede entrar sin
incurrir en inconstitucionalidad; pero, por otra (dimensión positiva) la vinculación a la Constitución y a
los derechos fundamentales impone una auténtica obligación de promoción y de "optimización" de los
mismos; los derechos fundamentales no son sólo mandatos a respetar, sino objetivos a alcanzar. Ahora
bien, la vinculación positiva a los derechos fundamentales no es similar, ni puede serio, para el legislador
y para el ejecutivo, de una parte, y para jueces y tribunales, de otra. En efecto, la función promocional
de los derechos fundamentales debe justificar "políticas judiciales" en el mismo sentido, por la sencilla
razón de que las "políticas" de jueces y tribunales sólo pueden concebirse en el ámbito de un activismo
incompatible con una función jurisdiccional sometida exclusivamente a la Constitución y a la ley. ¿Cómo
se hace efectiva, entonces, la vinculación positiva de jueces y tribunales a los derechos fundamentales?
De una manera más sutil y acorde con las bases del Estado de Derecho: haciendo un uso adecuado de
los instrumentos de interpretación jurídica y, en especial, guiando su labor de acuerdo con el principio
del favor libertatis.

3. La fuerza expansiva de los derechos fundamentales e interpretación


Como ya señalé al comienzo, el segundo principio a partir del cual quiero plantear algunos problemas de la
interpretación de los derechos fundamentales es el de la fuerza expansiva que poseen en el actual Estado de
Derecho, principio íntimamente ligado al de su posición preferente, del que, en buena medida, deriva.
Se ha visto que los preceptos constitucionales (y también los internacionales) que consagran derecnos
fundamentales o derechos humanos son, casi por definición y salvo excepciones, de una gran abstracción y
generalidad, lo que supone un amplio margen para la acción del intérprete. Si a ello se une la posición
preferente que ocupan en el ordenamiento jurídico como fundamento material del mismo y su tendencia
expansiva, se comprenderá que resulte muy difícil tanto concretar los límites de los derechos fundamentales,

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como los límites en los que debe moverse su intérprete. La naturaleza de los derechos fundamentales abre,
así, a los operadores jun'dicos la tentación de querer reconducir a derechos fundamentales todo el ordenamiento.
Y ocurre sobre todo allí donde, como en Perú, España, o la mayor parte de los ordenamientos latinoamericanos,
existen instrumentos especiales de protección de los derechos y libertades como el "amparo" puesto que
reconducir un conflicto jun'dico a un problema de derechos fundamentales supone gozar de esas garantías
especiales, lo que puede desembocar, entre otras cosas, en un colapso procesal, Por otro lado, el intérprete
puede caer también en la tentación de ser él quien define los contenidos de los derechos sin otro criterio
que su discrecionalidad. Y ambas tentaciones son peligrosas para la estabilidad del Estado de Derecho.
Comenzando por la delimitación de los derechos fundamentales, conviene recordar la distinción
desarrollada por la doctrina alemana entre límites internos y límites externos de los derechos fundamentales.
Son los primeros, los límites intemos, los que trazan la frontera entre el contenido del derecho y las realidades
jun'dicas que se Srtúan fuera de él, mien-tras que los límites externos son los que se proyectan sobre el contenido
mismo del derecho. Por tanto, la primera dificultad interpretativa reside en trazar esos límites internos o
fronteras del contenido del derecho fundamental. Seguramente, ésta es la -tarea más compleja para el intérprete
porque ni siquiera el legislador puede trazar esas fronteras, que han de inferirse desde la Consútución; dicho en
palabras del malogrado Ignacio De Otto, "regular el ejercicio del derecho suPone a todas luces que éste se
encuentra ya delirraado constrtucionalmente y que, en consecuencia, el legislador se halla ante.un poder jundico
definido que no puede alterar en su contenido". Es en es-te punto, posiblemente, en el que el intérprete, pues,
ha de armarse de un aparato interpretativo más sólido ya que su definición de las fronteras del derecho
fundamental va a suponer, a su vez y entre otras cosas, determinar si el legislador que regula el derecho (no que
lo configura) ha vulnerado o no en su regulación esas fronteras constitucionales. Para ello no cabe duda de que,
como más adelante se verá, el Derecho Comparado y el Derecho Internacional, en cuanto que configuran un
nuevo lus Commune de los Derechos Humanos, aportan instrumentos muy valiosos de interpretación.
Profundizar en este campo nos llevaría a un terreno altamente abstracto y complejo de abordar.
Por tanto, me limito a apuntar la cuestión y a añadir una reflexión que conecta con el riesgo que señalaba
de extender el contenido de los derechos fundamentales sin límite, La fuerza expansiva de los derechos
fundamentales tiene su ámbito natural de desarrollo en el seno mismo de los derechos fundamentales, no
fuera de sus fronteras. La particular posición de los derechos fundamentales no justifica estirar sin límite
sus fronteras incluyendo en su seno cualquier realidad jurídica por mediata e indirecta que sea su conexión
con el núcleo de aquellos. Y es que, aunque resulte tentador reconducir todo el ordenamiento a derechos
fundamentales, una visión de este tipo equivaldría a devaluar su propia eficacia, Es, pues, dentro de la
delimitación de los derechos fundamentales, y una vez realizada ésta, donde deben desarrollar todas sus
potencialidades.
Y, ¿cuáles son esas potencialidades? A esta cuestión me voy a referir ahora, sin afán exhaustivo, a título
meramente ejemplificativo. En mi opinión, la fuerza expansiva de los derechos fundamentales tiene especial
valor para el intérprete y para el legislador en tres campos: la determinación de los límites e>ctemos de los
derechos, la delimitación de su ámbito de eficacia y la definición de su titularidad.

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3.1. El contenido de los derechos fundamentales.


Comenzando por los límites externos, esto es, los que actúan sobre el contenido mismo del derecho
previamente definido, hay que recordar que los derechos fundamentales, como derechos subjetivos que son,
están sujetos a límites; expresiva al respecto es, por ejemplo, la Declaración Universal de Derechos del
Hombre cuando afirma en su artículo 29.2 que "en el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades
toda persona estará sujeta a limitaciones establecidas por la ley, con el único fin de asegurar el reconocimiento y
respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer lasjustas exigencias de la moral, del orden público
y del bienestar general de una sociedad democrática".
Pues bien, partiendo del dato del natural carácter limitado de los derechos fundamentales, su fuerza
expansiva juega un papel capital a la hora de interpretar los límites. He aquí algunas consecuencias deducibles
de ese principio.
En primer lugar, el carácter fundamental (esto es, constitucional) de los derechos fundamentales exige
que los límites que se les imponen deban estar basados en la propia Constitución: sólo un bien de relevancia
constitucional puede limitar una institución constitucional como los derechos fundamentales. Lo que no
significa que única y necesariamente sean sólo los derechos fundamentales los que pueden limitarse entre sí;
caben límites derivados de otros bienes jun'dicos; pero han de -tratarse de bienes jun'dicos, en todo caso,
también "fundamentalizados", esto es, constitucionalizados.
En segundo lugar, los límites deben estar expresamente formulados o, al menos, habilitados por el
propio constituyente, especialmente cuando se trata de límites absolutos que impidan en ciertos casos
ejercitar un derecho fundamental: piénsese, por ejemplo, en las prohibiciones constitucionales de militancia
en partidos políticos o sindicatos a miembros de las fuerzas armadas, o a jueces y magistrados, etc... La
tarea de concretar los límites corresponde al legislador de los derechos fundamentales ya que esa es una
de las funciones típicas de la "regulación". Hay que insistir en que esa tarea no es libre para el legislador,
éste tiene que encontrar apoyo explícito o, al menos, habilitación fácilmente deducible del texto constitucional,
sin poder acudir a referencias abstractas y genéricas para limitar sin tasa los derechos fundamentales;
además nunca podrá invadir lo que se denomina en algunos ordenamientos el "contenido esencial" del
derecho, que lo hace identificable como tal. A partir de esta operación legislativa, el intérprete ha de
limitarse a aplicar la regulación sin poder deducir él límites ex novo, y, en la medida en que esté habilitado
(juez constitucional), podrá valorar desde la Constitución la limitación concretada por el legislador.
En tercer lugar, y de acuerdo con un criterio tradicional de la interpretación jurídíca especialmente
aplicable al campo de los derechos fundamentales, los límites constitucionalmente justificados y legalmente
configurados han de interpretarse, en todo caso, de forma restrictiva precisamente por la fuerza expansiva
de aquellos. No parece necesario ahora e>ctenderse sobre un principio tan acuñado en la Teoría del
Derecho.
En cuarto lugar, la interpretación de los límites de los derechos fundamentales debe superar un juicio
de congruencia y proporcionalidad. Se -trata, en efecto, de asegurar que cualquier límite a un derecho
fundamental, no sólo tenga base constitucional, sino que, además, responda a una relación de correspondencia

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entre la medida restrictiva, el bien a proteger y el derecho que se pretende limitar (juicio o test de congruencia);
pero, además, supuesta esa congruencia de la restricción del derecho, ésta ha de ser proporcional precisamente
por el carácter limitado de la restricción y por la fuerza expansiva del derecho (juicio o test de proporcionalidad).
Un buen ejemplo de este tipo de razonamiento se encuentra en el enjuiciamiento de los tratos diferenciados
para determinar si son constitutivos o no de discriminación jurídicamente reprobable.

3.2. La eficacia de los derechos fundamentales


Un segundo aspecto en el que me parece que es fácil apreciar la fuerza expansiva de los derechos fundamentales
es el de su ámbito de eficacia. Los derechos fundamentales se configuran en los orígenes del constitucionalismo
decimonónico como límites a la actuación de los poderes públicos, como ámbitos de libertad individual que
se garantizaban respecto del poder. Y, aunque en buena medida sigue siendo así, al propio tiempo los
derechos fundamentales han mutado parcialmente esa naturaleza primigenia para convertirse en status
jun'dicos que no sólo garantizan la libertad frente al poder, sino también frente a otros particulares. La
drittwirkung o eficacia de los derechos fundamentales frente a particulares es en la actualidad una de las
cuestiones centrales de la dogmática constitucional, y, por ello, abierta al debate. No voy a e>ctenderme en
este tema, pero sí quisiera des-tacar que seguramente hoy no puede ya negarse que, aunque sea con
particularidades y através de unas técnicas jun'dicas más o menos directas, hay ciertos derechos fundamentales
que despliegan sus efectos en esas relaciones privadas; piénsese en el derecho al honor, a la intimidad y a la
propia imagen, en los derechos del ámbito laboral, en el derecho de asociación, etc... Y este "crecimiento"
en el objeto de los derechos fundamentales se explica, en buena medida, por esa fuerza expansiva que
poseen como categorías jun'dicas que sustentan la esencia misma del sistema democrático y del ordenamiento
jurídico en su conjunto.

3.3. La titularidad de los derechos fundamentales


El tercer campo que he destacado en el que se aprecia la fuerza expansiva de los derechos fundamentales
es el de su titularidad. La vieja idea de la universalidad de los derechos fundamentales no es predicable
de todos ellos, en especial en la medida en que ha aumentado el catálogo de los derechos considerados
fundamentales; si cabe, sólo se consideran universales, esto es, predicables de la persona en cuanto tal,
algunos derechos: derecho a la vida, derecho a la integridad física, etc.... El ordenamiento jurídico, en
efecto, tiene una cierta capacidad para configurar quién es titular de los derechos fundamentales ateniendo,
entre otras consideraciones, a datos como la nacionalidad, el carácter de persona natural o jurídica, y,
dentro de ésta, su naturaleza pública o privada, etc... Ahora bien, las restricciones (a veces absolutas)
que sufren algunos derechos en cuanto a su titularidad basadas en criterios como los apuntados, han
ido claramente disminuyendo con el tiempo y deben sér interpretadas de forma restrictiva por la fuerza
expansiva que poseen. Baste citar algunos ejemplos. El status político del extranjero, tan íntimamente
vinculado a la idea de soberanía, ha dejado paso a un cierto reconocimiento de derechos políticos que
llegan, incluso, por ejemplo, en la Europa comunitaria, al derecho de sufragio activo y pasivo en elecciones
municipales. Otro ejemplo: determinados derechos, especialmente los de naturaleza procesal, hoy se
predican, incluso, respecto de personas jurídico-públicas, siendo así que los derechos fundamentales

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nacieron, como se ha visto, para limitar la acción del Estado. Algunos derechos conectados de forma
indisoluble con un valor tan personal como la intimidad o la "privacidad" (término expresivo, pero
"bárbaro" lingüísticamente hablando), como son la inviolabilidad del domicilio o el secreto de las
comunicaciones, se predican en muchos ordenamientos también respecto de personas jurídicas. Y no
digamos nada del cambio que en la teoría de los derechos fundamentales introduce la aparición de los
denominados derechos difusos.
Es verdad que la fuerza expansiva de los derechos fundamentales no puede servir de excusa para
interpretar éstos como una categoría unívoca en cuanto a su titularidad y pretender que cualquier
persona, en sentido jurídico, pueda ser titular de cualquier derecho fundamental. Al legislador le
corresponde, en otra de las tareas típicas de su función reguladora, establecer las reglas pertinentes
sobre titularidad de los derechos fundamentales atendiendo a la naturaleza de cada uno. Pero, en todo
caso, tanto al legislador como al órgano jurisdiccional que debe aplicar e interpretar las reglas de titularidad,
la fuerza expansiva de los derechos fundamentales le aporta un valioso elemento hermenéutico para
determinar el exacto alcance de esas reglas.

4. La concepción institucional de los derechos fundamentales y la interpretación.


Si recapitulamos por un momento, veremos que lo expuesto hasta aquí sobre la fuerza expansiva de los derechos
fundamentales no puede proyectarse en el terreno de los conflictos entre derechos fundamentales. En efecto,
parece bastante lógico que las construcciones anteriores, basadas en la posición preferente de los derechos
fundamentales, no sean aplicables a los conflictos que enfrentan entre sí a dos o más derechos fundamentales, o a
un mismo derecho pero de distintos sujetos; en estos casos, los derechos fundamentales se encuentran, en
principio, en la misma posición, aunque, como veremos, esta idea pueda matizarse en ocasiones. Y la cuestión tiene
su importancia puesto que, como ya se ha apuntado, la mayor parte de los límrtes a los derechos fundamentales
vienen impuestos, precisamente, por derechos fundamentales. En consecuencia, la interpretación de los derechos
fundamentales en los conflic-tos que surgen entre ellos debe responder a otros parámetros, para lo que resuka
especialmente útil acudir a su concepción institucional, tercera idea que anuncié como hilo conductor de la exposición.
La concepción institucional de los derechos fundamentales proyecta éstos más allá de la doble dimensión
con que tradicionalmente se les concibe: la puramente subjetiva e individual, de raíz liberal, y la axiológica u
objetiva, completándolas (que no anulándolas) con la idea de consenso, que aleja los riesgos de individualismo
y de decisionismo que cada una de las otras comparte. Dicho en otros términos, los derechos fundamentales
suponen la garantía del asentamiento del Estado sobre un sistema global de valores, y la definición de ese
sistema de valores a partir de un mínimo consenso político y jurídico sobre su alcance.
Partiendo de esta concepción, es más sencillo abordar el tema de las colisiones entre derechos
fundamentales, que aparecen así como colisiones entre elementos de un mismo conjunto sistemático y
ordenado, no como meros choques entre instituciones jurídicas contrapuestas y diferenciadas. Desde
esta perspectiva, la primera consecuencia que se ex-trae para el intérprete es que la resolución de los
conflictos entre derechos debe estar presidida por la idea de "ponderación" entre éstos en lugar de la de
exclusión de uno por otro; los derechos enfrentados, en cuanto parte de un todo, deben tender a

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compaginarse antes que a desplazarse. Nos encontramos, pues, ante otra manifestación de lo que
doctrinalmente se ha dado en llamar la "optimización" de los derechos fundamentales.
Una vez más, el legislador es quien, en principio, debe fijar, dentro de su competencia de regulación,
los criterios de resolución de conflictos entre derechos fundamentales mediante el establecimiento de
reglas especiales al efecto y hay abundantes muestras. Pero la labor del legislador no siempre sirve para
solucionar los conflictos, entre otras razones, porque el legislador no puede prever todos los supuestos.
En estos casos la fuerza expansiva de los derechos ofrece, también, algún elemento al intérprete para
desarrollar su labor. Así, ante dos derechos fundamentales en colisión debe prevalecer el derecho que
resulta a priori menos limitado por poseer, en principio, mayor fuerza expansiva. Un buen ejemplo es la
consideración "preferente", que no excluyente, que a menudo se tiene de las libertades de expresión e
información respecto de otros derechos fundamentales, y apoyada en el carácter institucional que
tienen aquellas libertades como elemento necesario y básico del sistema democrático. No obstante, es
muy difícil reducir a reglas con pretensión de generalidad la tarea del intérprete, resultando su labor
sometida, en parte, a un inevitable carácter casuístico.
Conviene completar la exposición con una reflexión. La concepción institucional de los derechos
fundamentales parte del alto grado de consenso social sobre el contenido de éstos. Y ese consenso no se
limita a cada sociedad estatal. Como es sabido y ya se ha adelantado, desde hace años se viene poniendo de
relieve por la doctrina de todos los continentes la progresiva configuración de un nuevo lus Commune,
centrado en el campo de los derechos humanos y que se nutre de las construcciones de los distintos
ordenamientos nacionales y de los convenios y acuerdos internacionales tanto de ámbito universal (sobre
todo la Declaración Universal y Pactos correspondientes en el ámblo de Naciones Unidas), como regional:
Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre de I 948 y Pacto de San José, en el ámbito
americano, Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales hecho
en Roma en I 950 para el ámbito europeo, etc..., así como de la doctrina de sus correspondientes órganos de
tutela, en especial de la Corte Interamericana y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. El "consenso",
pues, sobre el contenido y alcance de los derechos fundamentales se proyecta más allá de cada ordenamiento
singular y, por eso, y con independencia de los problemas técnico-jurídicos que suscita la convivencia de
ordenamientos, los tratados y convenios internacionales y la jurisprudencia que de ellos deriva se convierten
en guías internas de actuación. No es casual, por ejemplo, que buena parte de la doctrina peruana echara de
menos que la Constitución de 1993 no mantuviera el carácter constitucional de los tratados internacionales
sobre derechos humanos que proclamaba la anterior Constitución, aunque la Disposición Adicional y Transitoria
Cuarta imponga la obligatoriedad de interpretación de los derechos y libertades de acuerdo con dichos
tratados, dándoles, pues, una dimensión "paraconstitucional".

5. jurisdicción constitucional, jurisdicción ordinaria, tribunales internacionales e interpretación


de los derechos fundamentales.
En relación con lo anterior, y como adelanté al comienzo de mi exposición, no quiero cerrar ésta sin detenerme,
aunque sea brevemente, en las cuestiones que suscita la convivencia en el seno de un mismo ordenamiento

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CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES

de tres órdenes jurisdiccionales que deben aplicar e interpretar los derechos humanos, sea en su estricta
dimensión interna de derechos fundamentales, sea en la más genérica de derechos.

5.1. Jurisdicción constitucional y jurisdicción ordinaria.


Comenzaré refiriéndome a la relación existente entre jurisdicción ordinaria y jurisdicción constitucional,
allí donde ésta existe, como es el caso de Perú, a la hora de aplicar e interpretar los derechos fundamentales.
Hoy en día está plenamente aceptado que la vinculación a la Constitución en general y a los derechos
fundamentales en particular se predica no sólo de la jurisdicción constitucional, sino de cualquier órgano
judicial; si tradicionalmente existía una tendencia a identificar al juez constitucional con los tribunales
constitucionales, en la actualidad la afirmación de la Constitución como norma jurídica directamente aplicable
impone que cualquier juez o tribunal pueda y deba aplicarla y, en consecuencia, que cualquier juez o
tribunal sea, en cierto sentido, juez constitucional; otra cosa es que el ordenamiento reserve ciertas
potestades específicas y, en particular, la capacidad para enjuiciar las leyes a un órgano especializado como
es el Tribunal Constitucional.
Pero además de esa reserva, es lo cierto que los tribunales constitucionales se configuran, también,
como intérpretes supremos de la Constitución y, por tanto, de los derechos y libertades. La concepción del
ordenamiento como sistema, y como sistema presidido por una Constitución cuyos mandatos sustantivos y,
en especial, los derechos y libertades, dan coherencia al conjunto de normas, impide que puedan trazarse
líneas impermeables entre constitucionalidad y legalidad, lo que hace que existan zonas de confluencia entre
jurisdicción constitucional y jurisdicción ordinaria, entre Tribunal Constitucional, de un lado, y jueces y tribunales
ordinarios, de otro. Es el campo de la interpretación de los derechos fundamentales el más apto para esa
confluencia y, por tanto, para el conflicto interpretativo ya que todos los aplicadores del Derecho son garantes
de los derechos fundamentales; y es especialmente así en ordenamiento como los latinos que incorporan
procedimientos específicos de protección de los derechos fundamentales como el habeas corpus, el habeas
data o los más genéricos recursos o acciones de amparo.
Procesalmente son múltiples las fórmulas de articulación entre ambas jurisdicciones seguidas en el
Derecho Comparado: separación, alternatividad, subsidiariedad de la actuación del Tribunal Constitucional
respecto de la de los tribunales ordinarios, o mezclas de todas ellas. Ahora bien, ninguna sirve para solucionar
definitivamente los conflictos por más que haya soluciones más funcionales que otras. Sería demasiado largo
extenderse a este respecto y nos alejaríamos, además, del objeto de esta exposición. Por eso, baste con
señalar que, en principio, y por coherencia institucional, la existencia de un Tribunal Constitucional, de una
jurisdicción ad hoc encargada de garantizar e interpretar la Constitución, debe llevar a que la supremacía
interpretativa corresponda también a ese órgano, de manera que, por lo que ahora importa, su interpretación
de los derechos fundamentales deba imponerse, proyectarse y guiar la que llevan a cabo el R.,,,sto de ios
órganos jurisdiccionales. De nuevo, las soluciones técnicas procesales harán que esa supremacía normativa
pueda ser efectiva o no de forma más o menos sencilla, lo que se verá, sin duda, favorecido si existe posibilidad
de revisión por la jurisdicción constitucional de las decisiones judiciales que vulneren derechos fundamentales;
en otro caso, el Tribunal Constitucional sólo contará con su hipotética auctoritas para actuar como motor de

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la interpretación de los derechos fundamentales.


Pero, al propio tiempo, y con independencia de cómo se articulen jurisdicción constitucional y ordinaria,
la posición de intérprete supremo de la Constitución que un tribunal constitucional debe ocupar exige que
su diseño constitucional y legal sea absolutamente pulcro por lo que respecta a sus reglas de composición y
funcionamiento, y su actuación, siempre comprometida, permanezca libre de toda sospecha de parcialidad.

5.2. Jurisdicción interna y jurisdicción internacional.


Por lo que respecta a la relación entre jurisdicción interna y jurisdicción internacional, como es bien sabido, la
articulación procesal entre ambas gira en tomo al principio de subsidiariedad de la segunda respecto de la
primera, de forma que, sólo intentados y agotados infructuosamente los remedios ofrecidos dentro del
Estado, es posible acudir a la protección internacional; así lo disponen, por ejemplo, el artículo 46. I a) de la
Convención Interamericana, el artículo 20° del Convenio Europeo, el artículo 2° del Protocolo Facultativo
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y, en el ámbito interno, el artículo 205° de la Constitución
de Perú. Dejando a un lado los problemas procesales que el principio de subsidiariedad suscita, cuyo análisis
nos alejaría del objeto de esta exposición, quisiera hacer una breve referencia al tema del valor interno de la
jurisprudencia de los tribunales internacionales, en especial la Corte Interamericana y el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos.
En términos estrictamente formales, el valor interno de esa jurisprudencia dependerá del valor que
cada Constitución reconozca a los correspondientes tratados o convenios internacionales, cuestión ésta que
ha dado lugar a un sinfín de consideraciones en la doctrina iuspublicista de todo el mundo. Pero, más allá, y
con independencia de la auctoritas que en cada caso posean los tribunales internacionales, la eficacia real de
su doctrina vendrá determinada, a fin de cuentas, por los efectos internos de sus sentencias y decisiones: en
la medida en que las jurisdicciones internacionales revisen, de una forma u otra, las decisiones internas como
consecuencia del juego del principio de subsidiariedad, su doctrina se acabará imponiendo. De ahí que sea
importante reforzar la eficacia de esas decisiones para que actúen como algo más que declaraciones, en el
mejor de los casos "autorizadas", y pasen a ser verdaderos títulos de protección y garantía de derechos
fundamentales con eficacia interna directa.
Lo anterior debe ser, no obstante, matizado, al menos, en un sentido. A menudo, los instrumentos
internacionales de protección de derechos, en tanto nacen del pacto, muchas veces difícil, entre Estados de
culturas y sistemas jurídicos distintos, representan mínimos en la protección de los derechos; así sucede,
por ejemplo, con muchas resoluciones adoptadas en el ámbito laboral en la Organización Internacional del
Trabajo, que conjuga intereses de países occidentales y orientales, desarrollados, en vías de desarrollo y
subdesarrollados, de raíz cristiana, budista o musulmana, etc... En estos casos, la vinculación a los tratados y
convenios y, en su caso, a la doctrina de los tribunales internacionales debe ser, también, de mínimos, sin
que puedan justificar interpretaciones que restrinjan la lectura interna más expansionista de los derechos
y libertades.
La segunda reflexión complementaria se refiere a la propia con-figuración del lus Commune en materia
de derechos humanos. La relación en este campo entre Derecho Internacional y Derecho interno y, por

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CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES

tanto, entre interpretación intemacional e interpretación estatal, es de interdependencia y, por tanto, recíproca.
Ello significa, entre otras cosas, que el flujo de intercambio entre ambos es de doble sentido. Y no puede ser
de otra forma ya que los problemas y las categorías jun'dicas, salvo contadas excepciones, nacen en el ámbito
estatal, llegando posteriormente al intemacional. Los tribunales internacionales lo que hacen, en definitiva, es
unificar la interpretación y configurar los elementos de ese Derecho común, elementos que vuelven luego al
Derecho interno. En consecuencia, son todos los jueces y tribunales los que, en su quehacer diario, crean las
condiciones para que germine el lus Commune, no sólo garantizando los derechos fundamentales, sino abriendo
vías interpretativas y dando respuesta a los nuevos problemas que se susciten. La resolución de los conflictos
jurídicos a ellos sometidos es la que abre el camino para que los tribunales internacionales sedimenten y
unifiquen la doctrina sobre derechos y libertades.
Hasta aquí mi exposición que, tal y como adelanté al comienzo, no ha pretendido agotar un tema tan
complejo como el de los criterios de interpretación de los derechos fundamentales sino, solamente, apuntar
algunas modestas ideas que espero sirvan, al menos, para generar un cierto debate. Muchas gracias.

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